Capítulo XXII

Undécimo privilegio de la virtud, que es cómo nuestro señor provee a los virtuosos de lo temporal

     Todo esto que hasta aquí habemos dicho son riquezas y bienes espirituales que se dan a los amadores de la virtud en esta vida, demás de la gloria perdurable que les está guardada en la otra, los cuales todos se prometieron al mundo en la venida de Cristo -según que todas las escrituras proféticas testifican-, por lo cual se llama con razón salvador del mundo. Porque por él se nos da la verdadera salud, que es la gracia, y la sabiduría, y la paz, y la victoria y señorío de nuestras pasiones, y las consolaciones del Espíritu Santo, y las riquezas de la esperanza, y finalmente todos los otros bienes que se requieren para alcanzar aquella salud de la cual dijo el profeta: «Israel fue hecho salvo en el Señor con salud eterna.»

     Mas si alguno hubiere tan de carne que tenga más puestos los ojos en los bienes de carne, que en los del espíritu, como hacían los judíos, no quiero que por esto nos desavengamos, porque aquí le daremos mucho mejor despacho de lo que él pueda desear. Si no, dime qué quiso significar el Sabio cuando, hablando de la verdadera sabiduría en que está la perfección de la virtud, dijo: «La longura de días está en su diestra, y en su siniestra riquezas y gloria.» De manera, que ella tiene en sus manos estos dos linajes de bienes con que convida a los hombres: en la una bienes eternos, y en la otra temporales. No pienses que mata Dios a los suyos de hambre, ni que sea tan desproveído, que dando de comer a las hormigas y gusanos de la tierra, deje ayunos a los que día y noche le sirven en su casa. Y si no quieres creer a mí, lee todo el capítulo sexto de San Mateo y verás las prendas y la seguridad que allí se te da sobre esto. «Mirad -dice el Salvador- las aves del cielo, que no siembran ni cogen ni encierran, ni hacen provisión para adelante, y vuestro padre que está en los cielos tiene cuidado de proveerlas. ¿Pues no sois vosotros de más precio que ellas?» Finalmente, después destas palabras concluye el Salvador, diciendo: «No queráis, pues, estar solícitos sobre qué comeremos o qué beberemos, porque estas cosas buscan las gentes que no conocen a Dios. Mas vosotros buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará como por añadidura.» Pues por esta causa entre otras nos convida el salmista a servir a Dios, viendo que por sola ésta se obligan unos hombres a servir a otros hombres, diciendo: «Temed al Señor todos sus santos, porque ninguna cosa falta a los que le temen.» Los ricos deste mundo padecerán necesidad y hambre, mas a los que buscan al Señor nunca fallecerá todo bien. Y es esto una cosa tan cierta, que el mismo profeta añade en otro salmo, diciendo: «Mozo fui, y ahora soy viejo, y nunca hasta hoy vi al justo desamparado ni a sus hijos buscar pan.»

     Y si quieres más por extenso ver el recaudo que los buenos tienen en esta parte, oye lo que Dios promete en el Deuteronomio a los guardadores de su ley, diciendo: «Si oyeres la voz de tu señor Dios y guardares sus mandamientos, hacerte ha él más alto que todas las gentes que moran sobre la haz de la tierra, y vendrán sobre ti todas estas bendiciones: Bendito serás en la ciudad y bendito en el campo. Bendito será el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, y el fruto de tus bestias y ganados, y las majadas de tus ovejas. Benditos serán tus graneros y las migajas de tu casa. Bendito serás en tus entradas y salidas. Y en todo lo que pusieres mano serás prosperado. Derribará Dios ante tus pies todos los enemigos que se levantaren contra ti; por un camino vendrán, y por siete huirán. Enviará Dios su bendición sobre tus cilleros, y en todo serás bendito. Hacerte ha Dios un pueblo santo para gloria suya, así como te lo tiene jurado, si guardares sus mandamientos y anduvieres en sus caminos. Y serán tan grandes tus prosperidades, que por ellas conocerán todos los pueblos de la tierra que el nombre del Señor es invocado sobre ti, y temerte han. Hacerte ha Dios abundar en todos los bienes, en el fruto de tu vientre, y en el fruto de tus ganados, y en los frutos de la tierra que te prometió de dar. Abrirá Dios sobre ti aquel riquísimo tesoro suyo del cielo, y lloverá sobre tus tierras a sus tiempos, y echará su bendición a todas las obras de tus manos.» Hasta aquí son palabras de Dios por su profeta. Pues dime ahora qué Indias, qué tesoros se pueden comparar con estas bendiciones.

     Y puesto caso que estas promesas más se dieron al pueblo de los judíos que al de los cristianos porque éste segundo promete Dios por Ezequiel que enriquecerá con otros mayores bienes, que son bienes de gracia y gloria, pero todavía, así como en aquella ley carnal no dejaba Dios de dar bienes espirituales a los buenos judíos, así en esta espiritual no deja de dar también sus prosperidades temporales a los buenos cristianos, sino que las prosperidades dáselas con dos grandes ventajas que no conocen los malos. La una, que como médico prudentísimo se las da en aquella medida que pide su necesidad, para que de tal manera los sustenten que no los envanezcan. Lo cual no hacen los malos, pues abarcan todo cuanto pueden, sin mirar que no es menor el daño que la demasía de los bienes temporales hace en las ánimas, que la del mantenimiento en los cuerpos. Porque aunque el comer sea necesario para sustentar la vida, pero el demasiado comer hace daño a la misma vida. Y así también aunque en la sangre esté la vida del hombre, pero con todo esto muchas veces el pujamiento de sangre mata al hombre. La otra ventaja es, que con menor estruendo y aparato de cosas les da mayor descanso y contentamiento, que es el fin para que buscan los hombres todo lo temporal. Porque todo lo que él puede hacer por medio de las causas segundas, puede hacer por sí solo aun más perfectamente que por ellas. Y así lo hizo con todos los santos, en nombre de los cuales decía el apóstol: «Nada tenemos, y todo lo poseemos, porque tan grande contentamiento tenemos con lo poco como si fuésemos señores de todo el mundo.» Los caminantes procuran llevar en oro su dinero, porque así van más ricos y con menos carga, y deísta manera procura el Señor de proveer y aliviar los suyos, dándoles pequeña carga y grande contentamiento con ella. Deísta manera, pues, caminan los justos, desnudos y contentos, pobres y ricos; mas, por el contrario, los malos, llenos de bienes y muriendo de hambre, y como dicen de Tántalo, el agua a la boca y muriendo de sed.

     Pues por esta y otras semejantes causas encomendaba tanto aquel gran profeta la guarda de la divina ley, queriendo que sólo éste fuese nuestro cuidado, porque sabía él muy bien que con ésta todo lo demás estaba cumplido. Y así dice él: «Poned estas mis palabras en vuestros corazones, y traedlas atadas por señal en vuestras manos y colgadas delante de vuestros ojos, y enseñadlas a vuestros hijos para que piensen en ellas. Cuando estuvieres sentado en tu casa y anduvieres por el camino, cuando te acostares y levantares, pensarás en ellas, y escribirlas has en los umbrales y puertas de tu casa de manera que siempre las traigas ante los ojos, para que así se multipliquen los días de tu vida y de tus hijos en la tierra que Dios te dará.» ¡Oh santo profeta!, ¿qué veías, qué hallabas en la guarda destos mandamientos divinos, porque así la encomendabas? Verdaderamente, como grande profeta y secretario de los consejos divinos, entendías la grandeza inestimable deste bien, y cómo en él estaban todos los bienes presentes y venideros, temporales y eternos, espirituales y corporales; y cumplido con esta obligación, todo lo demás estaba cumplido. Entendías muy bien que cuando el hombre se ocupaba en hacer la voluntad de Dios, no por eso perdía jornada, sino que entonces labraba su viña y regaba su huerta y granjeaba su hacienda y entendía en sus negocios muy mejor que haciéndolos él por su mano, pues con aquello echaba a Dios cargo para que él los hiciese por la suya.

     Porque ésta es la ley de aquel pacto y concierto que tiene Dios hecho con los hombres: que entendiendo ellos en la guarda de su testamento, él entendería en la guarda de sus cosas. Y está cierto que no ha de cojear por la parte de Dios este contrato, sino que si el hombre le fuere buen siervo, él será mejor señor. Ésta es aquella sola una cosa que el Salvador dijo ser necesaria: que es conocer y amar a Dios, porque quien a Dios tiene contento, todo lo demás tiene seguro. «La piedad -dice san Pablo- para todas las cosas aprovecha», porque para ella son todas las promesas de la vida presente y advenidera. Ves, pues, aquí cuán abiertamente promete aquí el apóstol a la piedad, que es el culto y veneración de Dios, no sólo los bienes de la otra vida, sino también los désta en cuanto nos sirven y ayudan para alcanzar aquélla. Aunque no se excusa por esto que el hombre trabaje y haga lo que es de su parte, conforme a la cualidad y condición de su estado.

I

 

De las necesidades y pobreza de los malos

 

     Mas, por el contrario, quien quisiere saber qué tan grandes sean las adversidades y las calamidades y pobreza que están guardadas para los malos, lea el capítulo veintiocho del Deuteronomio, y verá cosas que le pongan espanto y admiración. Porque, entre otras muchas palabras, dice así: «Si no quisieres oír la voz de tu señor Dios y guardar sus mandamientos, vendrán sobre ti estas maldiciones, y comprenderte han: Maldito serás en la ciudad y maldito en el campo, maldito tu cillero y malditas las sobras de tu mesa, maldito el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra y los hatos de tus bueyes y las manadas de tus ovejas, maldito serás en todas tus entradas y salidas - esto es, en todo lo que pusieres las manos-. Enviará el Señor sobre ti esterilidad y hambre y confusión en todas las obras de tus manos hasta destruirte. Enviarte ha pestilencia hasta que te consuma y eche de la tierra que vas ahora a poseer. Castíguete el Señor con pobreza, fiebres y fríos y ardores, y aire corrupto y mangla hasta que perezcas. Sea el cielo que está sobre ti de metal, y la tierra que hollares de hierro, y el Señor envíe sobre ella polvo en lugar de agua, y del cielo descienda sobre ti ceniza hasta que seas destruido. Entréguete el Señor en manos de tus enemigos, por una puerta salgas contra ellos y por siete huyas dellos, y seas derramado por todos los reinos de la tierra, y tu cuerpo muerto sea manjar de todas las aves del aire y de las bestias de la tierra, y no haya quien las ojee. Castíguete el Señor con locuras y ceguedad y furor de entendimiento, de tal manera que andes palpando las paredes en el mediodía, así como anda el ciego en las tinieblas, sin saber enderezar tus caminos. En todo tiempo padezcas calumnias, y andes oprimido con violencia, y no haya quien te libre. La mujer que tuvieres, otro la deshonre; y la casa que edificares, no mores en ella; y la viña que plantares, no la vendimies; y tu buey sea muerto delante de ti, y no comas dél; tu bestia sea llevada delante tus ojos, y no se te vuelva; tus hijos e hijas sean entregadas a otro pueblo viéndolo tus ojos, desfalleciendo a la vista dellos todo el día, y no haya fortaleza en ti, y andarás perdido, y serás proverbio y fábula en todos los pueblos donde serás llevado.»

     Y, finalmente, después de otras muchas y muy terribles maldiciones, añade y dice: «Vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y comprenderte han hasta que perezcas. Y porque no quisiste servir a tu señor Dios con gozo y alegría de corazón por la abundancia de todas las cosas, servirás al enemigo que él te enviará, con hambre, sed, desnudez y pobreza, el cual pondrá un yugo de hierro sobre tu cerviz hasta destruirte. Traerá el Señor contra ti una gente de los últimos fines de la tierra con tanta ligereza como el águila que vuela, cuya lengua no puedas entender; una gente desvergonzadísima, que no cate cortesía al viejo ni tenga compasión del niño, la cual se trague el fruto de tus ganados y el fruto de tu tierra, de tal manera que no te deje trigo, ni vino ni aceite, ni bueyes ni vacas ni ovejas, hasta que te consuma en todas tus ciudades, y sean destruidos tus muros altos y firmes en que tenías tu confianza. Serás cercado dentro de tus puertas y puesto en tanto aprieto que comerás el fruto de tu vientre y las carnes de tus hijos y de tus hijas: tan grande será el aprieto en que tus enemigos te pondrán.» Todas éstas son palabras de la escritura divina, con otras muchas más que dejo aquí de referir. Las cuales quienquiera que leyere con atención, quedará como atónito y fuera de sí, leyendo cosas tan horribles. Y entonces, por ventura, abrirá los ojos y comenzará a entender

algo del rigor espantable de la justicia divina y de la malicia horrible del pecado, y del odio tan extraño que Dios tiene contra él, pues con tan extrañas penas lo castiga en esta vida, por donde verá lo que se puede esperar en la otra. Y juntamente con esto, compadecerse ha de la insensibilidad y miseria de los malos, que tan ciegos viven para no ver lo que les está guardado.

     Y no pienses que estas amenazas sean de solas palabras, porque todo esto no fue tanto amenaza cuanto profecía de las calamidades que a aquel pueblo sucedieron. Porque en tiempo de Acab, rey de Israel, estando él cercado en Samaria por el ejército del rey de Siria, se lee que comían los hombres estiércol de palomas, y aun que este manjar se vendía por gran suma de dineros. Y llegó el negocio a términos, que hasta las madres mataban a sus hijos para comer. Y lo mismo escribe Josefo haber acaecido en el cerco de Jerusalén. Pues ya los cautiverios deste pueblo muy notorios son, con toda la destrucción de su república y reino. Porque los once tribus fueron llevados en perpetuo cautiverio, que nunca fue revocado, por el rey de los asirios, y uno solo que quedaba fue, después de mucho tiempo, asolado y destruido por el ejército de los romanos, donde fue muy grande el número de los cautivos, y mucho mayor sin comparación el de los muertos, como el mismo historiador escribe.

     Ni menos se engañe nadie creyendo que estas calamidades pertenecían a sólo aquel pueblo, porque generales son a todos los pueblos que teniendo ley de Dios la menosprecian y quebrantan, como él mismo lo testifica por Amós, diciendo: «¿Por ventura no hice yo subir a los hijos de Israel de Egipto, y a los palestinos de Capadocia, y a los sirios de Cirene? Porque los ojos del Señor están puestos sobre el reino que peca, para destruirlo y echarlo de sobre la haz de la tierra.» Dando a entender que todas estas mudanzas de reinos, destruyendo unos y plantando otros, se hacen por pecados. Y quien quisiere ver si esto nos toca, revuelva las historias pasadas y verá cómo por un mismo rasero lleva Dios a todos los malos, especialmente a los que teniendo verdadera ley no la guardan. Porque ahí verá cuánta parte de Europa, de África y de Asia, que estaba llena de iglesias de pueblos cristianos, está ahora poseída de bárbaros y paganos. Y verá cuántas destrucciones ha padecido la Iglesia por los godos, por los hunos y por los vándalos que en tiempo de san Agustín destruyeron toda la provincia de África, sin perdonar a hombre ni mujer ni viejo ni niño ni doncella. Y en este mismo tiempo de tal manera fue asolado por los mismos bárbaros el reino de Dalmacia con las provincias comarcanas, que como dice san Jerónimo, natural desta provincia, quien por ella pasaba no veía más que cielo y tierra: tan asolada había quedado. Lo cual todo nos declara cómo la virtud y verdadera religión, no sólo ayuda para alcanzar los bienes eternos, sino también para no perder los temporales, porque la consideración desto con todas las demás sirva para aficionar nuestros corazones a esa misma virtud, que de tantos males nos libra y de tantos bienes está acompañada.

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