Capítulo XXI

Décimo privilegio de la virtud, que es el ayuda y favor de dios que los buenos reciben en sus tribulaciones; y, por el contrario, la impaciencia y tormento con que los malos padecen las suyas

     

Otro maravilloso privilegio tiene también la virtud, que es alcanzarse por ella fuerzas para pasar alegremente por las tribulaciones y miserias que en esta vida no pueden faltar. Porque sabemos ya que no hay mar en el mundo tan tempestuoso y tan instable como esta vida es, pues no hay en ella felicidad tan segura, que no esté sujeta a infinitas maneras de accidentes y desastres nunca pensados, que a cada hora nos saltean.

     Pues es cosa mucho para notar, ver cuán diferentemente pasan por estas mudanzas los buenos y los malos. Porque los buenos, considerando que tienen a Dios por padre, y que él es el que les envía aquel cáliz como una purga ordenada por mano de un médico sapientísimo para su remedio, y que la tribulación es como una lima de hierro, que cuanto es más áspera, tanto más limpia el ánima del orín de los vicios, y que ella es la que hace al hombre más humilde en sus pensamientos, más devoto en su oración y más puro y limpio en la conciencia, con estas y otras consideraciones abajan la cabeza, y humíllanse blandamente en el tiempo de la tribulación, y aguan el cáliz de la pasión. O, por hablar más propiamente, águaselo el mismo Dios, el cual, como dice el profeta, «les da a beber las lágrimas por medida». Porque no hay médico que con tanto cuidado mida las onzas del acíbar que da a un doliente conforme a la disposición que tiene, cuanto aquel físico celestial mide el acíbar de la tribulación que da a los justos conforme a las fuerzas que tienen para pasarla. Y si alguna vez acrecienta el trabajo, acrecienta también el favor y ayuda para llevarlo, para que así quede el hombre con la tribulación tanto más enriquecido, cuanto más atribulado, y de ahí adelante no huya della como de cosa dañosa, sino antes la desee como mercaduría de mucha ganancia. Pues con todas estas cosas llevan los buenos muchas veces los trabajos, no sólo con paciencia sino también con alegría, porque no miran al trabajo sino al premio, no a la pena sino a la corona, no a la amargura de la medicina sino a la salud que por ella se alcanza, no al dolor del azote sino al amor del que lo envía, el cual tiene ya dicho que a los que ama castiga.

     Júntase con estas consideraciones el favor de la divina gracia, como ya dijimos, la cual no falta al justo en el tiempo de la tribulación. Porque como Dios sea tan verdadero y fiel amigo de los suyos, en ninguna parte está más presente que en sus tribulaciones, aunque menos lo parezca. Si no, discurre por toda la escritura sagrada, y verás cómo apenas hay cosa más veces repetida y prometida que ésta. ¿No se dice dél que es ayudador en las necesidades y en la tribulación? ¿No se convida él a que lo llamen para este tiempo, diciendo: «Llámame en el tiempo de la tribulación, y librarte he, y honrarme has»? ¿No probó esto por experiencia el mismo profeta, cuando dijo: «Cuando llamé, oyó mi oración el señor Dios de mi justicia, y ensanchó mi corazón en el día de la tribulación»? ¿No es este señor en quien confiaba el mismo profeta, cuando decía: «Esperaba yo aquel que me libró de la pusilanimidad del espíritu y de la tempestad»? La cual tempestad no es, cierto, la de la mar, sino la que pasa en el corazón del pusilánime y del flaco cuando es atribulado, que es tanto mayor, cuanto es más pequeño su corazón. La cual sentencia confirma él con palabras muchas veces repetidas y multiplicadas, para mayor confirmación desta verdad y mayor esfuerzo de nuestra pusilanimidad, diciendo: «La salud de los justos viene del Señor, y él es su defensor en el tiempo de la tribulación. Y ayudarlos ha el Señor, y librarlos ha, y defenderlos ha de los pecadores, y salvarlos ha, porque en él pusieron su esperanza».

     Y en otra parte muy más claramente dice el mismo profeta: «¡Cuán grandes son, señor, los bienes que habéis hecho a todos los que esperan en vos en presencia de los hijos de los hombres! Esconderlos heis en lo escondido y secreto de vuestro rostro de las tribulaciones y persecuciones de los hombres, y defenderlos heis en vuestro tabernáculo de la contradicción de las lenguas. Por lo cual sea bendito el Señor, que tan maravillosamente usó conmigo de su misericordia, defendiéndome y asegurándome, como si estuviera en una ciudad de guarnición, estando yo tan derribado y caído en medio de la tribulación, que me parecía estar ya desamparado y desechado de la presencia de vuestros ojosMira, pues, cuán a la clara nos enseña aquí el profeta el favor y amparo que los justos tienen de Dios en lo más recio de su tribulación. Y es mucho de notar aquella palabra que dice: «esconderlos heis en lo escondido y secreto de vuestro rostro», dando a entender -como dice un intérprete- que, así como cuando los reyes de la tierra quieren guardar a un hombre muy seguro lo encierran dentro de su palacio, para que no solamente las paredes reales, mas también los ojos del rey lo defiendan de sus enemigos -que no puede ser mejor guarda-, así aquel rey soberano defiende los suyos con este mismo recaudo y providencia.

     De donde vemos y leemos que muchas veces los santos varones, cercados de grandísimos peligros y tentaciones, estaban con un ánimo quieto y esforzado, y con un rostro y semblante sereno, porque sabían que tenían sobre sí esta guarda tan fiel que nunca los desamparaba, antes entonces se hallaba más presente cuando los veía en mayor peligro. Así lo hizo él con aquellos tres santos mozos que mandó echar Nabucodonosor en el horno de Babilonia, entre los cuales andaba el ángel del Señor convirtiendo las llamas de fuego en aire templado. De lo cual espantado el mismo tirano, comenzó a decir: «¿Qué es esto? ¿No eran tres hombres los que echamos en el fuego atados? ¿Pues quién es aquel cuarto que yo veo tan hermoso, que parece hijo de Dios?» ¿Ves, pites, cuán cierta es la compañía de nuestro señor en el tiempo de la tribulación? Y no es menor argumento desta verdad lo que hizo este mismo señor con el santo mozo José después de vendido por sus hermanos, pues como se escribe en el libro de la Sabiduría, descendió con él a la cárcel, y estando enmedio de las prisiones, nunca le desamparó hasta que le entregó el cetro y señorío de Egipto, y le dio poder contra los que le habían afligido, y mostró que habían sido mentirosos los que le habían infamado y puesto mácula en su gloria. Los cuales ejemplos manifiestamente nos declaran la verdad de aquella promesa del Señor, que por el salmista dice: «Con él estoy en la tribulación; librarlo he y glorificarlo he.» Dichosa, por cierto, la tribulación, pues merece tal compañía. Si así es, demos todos voces con san Bernardo, diciendo: «Dame, señor, siempre tribulaciones, porque siempre estés conmigo.»

     Júntase también con esto el socorro y favor de todas las virtudes, las cuales concurren en este tiempo a dar esfuerzo al corazón afligido, cada una con su lanza. Porque así como cuando el corazón está en algún aprieto, toda la sangre acude a socorrerle porque no desfallezca, así también cuando el ánima está apretada y puesta en peligro con alguna tribulación, luego todas las virtudes acuden a socorrerla, cada una de su manera. Y así, primeramente acude la fe con el conocimiento firme de los bienes y males de la otra vida, en cuya comparación es nada todo lo que se padece en ésta. Ayúdalos también la esperanza, la cual hace al hombre paciente en los trabajos con la esperanza del galardón. Ayúdalos el amor de Dios, por el cual desean afectuosamente padecer aflicciones y dolores en este siglo. Ayúdalos la obediencia y conformidad que tienen con la divina voluntad, de cuya mano toman alegremente y sin murmuración todo lo que les viene. Ayúdalos la paciencia, a la cual pertenece tener hombros para poder llevar esta carga. Ayúdalos la humildad, la cual les hace inclinar los corazones, como árboles delgados, al furioso viento de la tribulación, y humillarse debajo de la mano poderosa de Dios, reconociendo siempre que es menos lo que padecen, de lo que sus culpas merecen. Ayúdalos, otrosí, la consideración de los trabajos de Cristo crucificado y de todos los otros santos, en cuya comparación nada son todos los nuestros.

     Deísta manera, pues, ayudan aquí las virtudes con sus oficios, y no sólo con sus oficios, sino también, si se sufre decir, con sus dichos. Porque la fe, primeramente, dice que no son dignas las pasiones deste tiempo para la gloria advenidera que será revelada en nosotros. La caridad también acude, diciendo que algo es razón que se padezca por aquel que tanto nos amó. El agradecimiento dice también con el santo Job que si hemos recibido bienes de la mano del Señor, justo es que también recibamos las penas dél. La penitencia dice: «Razón es que padezca algo contra su voluntad quien tantas veces la hizo contra la de Dios.» La fidelidad dice: «Justo es que nos halle fieles una vez en la vida quien tantas mercedes nos ha hecho en toda ella.» La paciencia dice que la tribulación es materia de paciencia, y la paciencia de probación, y la probación de esperanza, y la esperanza no saldrá en vano ni dejará al hombre confundido. La obediencia dice que no hay mayor santidad ni mayor sacrificio que conformarse el hombre en todos los trabajos con el beneplácito de la divina voluntad.

     Mas entre todas estas virtudes, la esperanza viva es la que señaladamente los ayuda en este tiempo, y la que maravillosamente tiene firme y constante nuestro corazón en medio de la tribulación. Y esto nos declaró el apóstol, el cual acabando de decir: «Gozándoos con la esperanza», añadió luego: «teniendo en los trabajos paciencia», entendiendo muy bien que de lo uno se seguía lo otro, conviene saber, del alegría de la esperanza el esfuerzo de la paciencia. Por la cual causa elegantemente la llamó el apóstol «áncora», porque así como el áncora aferrada en la tierra tiene seguro el navío que está en el agua y le hace que desprecie las ondas y la tormenta, así la virtud de la esperanza viva, aferrada fuertemente en las promesas del cielo, tiene firme el ánima del justo en medio de las ondas y tormentas deste siglo, y le hace despreciar toda la furia de los vientos y tempestades dél. Así dicen que lo hacía un santo varón, el cual, viéndose cercado de trabajos, decía: «Tan grande es el bien que espero, que toda pena me deleita.»

     Deísta manera, pues, concurren todas las virtudes a confortar el corazón del justo cuando lo ven atribulado. Y si aun con todo esto desmayan, tornan a volver sobre él con más calor, diciendo: «Pues si al tiempo de la prueba, cuando Dios te quiere examinar, desfalleces, ¿dónde está la fe viva que para con él has de tener? ¿Dónde la caridad y la fortaleza y la obediencia y la paciencia y la lealtad y el esfuerzo de la esperanza? ¿Esto es para lo que tú tantas veces te aparejabas y determinabas? ¿Esto es lo que tú tantas veces deseabas y aun pedías a Dios? Mira que no es ser buen cristiano solamente rezar y ayunar y oír misa, sino que te halle Dios fiel, como a otro Job y otro Abrahán, en el tiempo de la tribulación». Pues deísta manera el justo, ayudándose de sus buenas consideraciones, y de las virtudes que tiene, y del favor de la divina gracia que no le desampara, viene a llevar estas cargas, no sólo con paciencia, mas muchas veces con hacimiento de gracias y alegría. Y para prueba desto bástenos por ahora el ejemplo del santo Tobías, de quien se escribe que habiendo nuestro señor permitido que después de otros muchos trabajos pasados perdiese también la vista para que se diese a los hombres ejemplo de su paciencia, no por eso se desconsoló ni perdió punto de la fidelidad y obediencia que antes tenía. Y añade luego la Escritura la causa desto, diciendo: «Porque como siempre desde su niñez hubiese vivido en temor de Dios, no se entristeció contra el Señor por este azote, sino permaneciendo sin moverse en su temor, le daba gracias todos los días de su vida.» Mira, pues, aquí cuán abiertamente atribuye el Espíritu Santo la paciencia en la tribulación a la virtud y temor de Dios que este santo varón tenía, conforme a lo que aquí está declarado. Y aun de nuestros tiempos podía yo referir muy ilustres ejemplos de grandes enfermedades y trabajos llevados por siervos y siervas de Dios con grande alegría, los cuales en la hiel hallaron miel, y en la tempestad bonanza, y en el medio de las llamas de Babilonia refrigerio saludable.

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I

De la impaciencia y furor de los malos en sus trabajos

 

     Mas, por el contrario, ¿qué cosa es ver los malos en la tribulación? Como no tienen caridad, ni paciencia ni fortaleza, ni esperanza viva, ni otras virtudes semejantes, y como los toman los trabajos tan desarmados y desapercibidos, como no tienen luz para ver aquello que los justos ven con la fe formada, ni lo abrazan con la esperanza viva, ni han probado por experiencia aquella bondad y providencia paternal de Dios para con los suyos, es cosa de lástima ver de la manera que se ahogan en este golfo sin hallar dónde hacer pie ni de qué echar mano. Porque como carecen de todas estas ayudas, como navegan sin este gobernalle, como pelean sin estas armas, ¿que se puede esperar dellos, sino que perezcan en la tormenta y mueran en la batalla? ¿Qué se puede esperar, sino que con la furia de los vientos y con las ondas de los trabajos vengan a dar en las rocas de la ira y de la braveza, y de la pusilanimidad y de la impaciencia, y de la blasfemia y de la desesperación? Y así algunos hay que junto con esto han venido a perder el seso o la salud o la vida, o a lo menos la vista con el continuo llorar, De manera que los unos, como plata fina, perseveran sanos y enteros en el fuego de la tribulación; los otros, como vil y bajo estaño, luego se derriten y deshacen con la fuerza del calor. Y así donde los unos lloran, los otros cantan; donde los unos se ahogan, los otros pasan a pie enjuto; donde los unos, como vil y flaco vaso de barro, estallan en el fuego, los otros, como oro puro, se paran más hermosos. Desta manera, pues, suena siempre voz de salud y alegría en los tabernáculos de los justos, mas en las casas de los malos siempre se oyen voces de tristeza y confusión.

     Y si quieres entender lo que digo, mira los extremos que han hecho y hacen cada día muchas mujeres principales cuando vienen a perder sus hijos o maridos, y hallarás que unas se encierran en lugares oscuros donde nunca más vean sol ni luna, otras hay aun que se han encerrado en jaulas como bestias fieras, otras que se han arrojado en medio del fuego, otras vienen a dar con la cabeza por las paredes con rabia y aborrecimiento de la vida, y aun otras vemos que la acaban después muy presto con la impaciencia y furia del dolor, y así queda asolada y destruida una casa y familia en un momento. Y lo que más es, que no sólo son crueles y desatinadas para consigo, sino también atrevidas y blasfemas para con Dios, acusando su providencia, condenando su justicia, blasfemando de su misericordia y poniendo en el cielo contra Dios su boca sacrílega. Lo cual todo en fin les viene a llover en casa, con otras calamidades aún mayores que les envía Dios por estas blasfemias. Porque éste es el galardón que merece quien escupe hacia el cielo y echa coces contra el aguijón. Y ésta suele ser a veces una cura muy justa de la mano de Dios, que así divierte sus corazones de unos trabajos grandes con otros mayores.

     Deísta manera los miserables, como les falta el gobernalle de la virtud, vienen a dar al través al tiempo de la tormenta, blasfemando por lo que habían de bendecir, ensoberbeciéndose con lo que se habían de humillar, endureciéndose con el castigo y empeorando con la medicina, lo cual parece que es un infierno comenzado, y principio de otro que se le apareja. Porque si no es otra cosa infierno sino lugar de penas y culpas, ¿qué falta aquí para que no tengamos éste por una manera de infierno, donde hay tanto de uno y de otro?

     ¡Y qué lástima es ver, sobre todo esto, que así como así se han de padecer los trabajos, y que tomandolos con paciencia se hacían más ligeros de llevar y más meritorios para el ánima, y que con todo esto quiera el malaventurado hombre perder el fruto inestimable de la paciencia y hacer la carga mayor con el trabajo de la impaciencia, la cual sola pesa más que la misma carga! Gran desconsuelo es trabajar, y no ganar riada con el trabajo ni tener a quien hacer cargo dél, pero mayor es sin comparación perder aún lo ganado, y después de haber habido mala noche, hallar desandada la jornada.

     Todo esto, pues, nos declara cuán diferentemente pasan por las tribulaciones los buenos y los malos. Cuánta paz, alegría y esfuerzo tienen los unos, donde tanta aflicción y desasosiego padecen los otros. Lo cual fue maravillosamente figurado en los grandes clamores y llantos que hubo en toda la tierra de Egipto cuando les mató Dios en una noche todos los primogénitos, porque no había casa donde no hubiese su llanto, comoquiera que en toda la tierra de José, donde moraban los hijos de Israel, no se oyese un solo perro que ladrase.

     Pues, ¿qué diré, demás deísta paz, del provecho que de sus tribulaciones sacan los justos, de donde los malos sacan tanto daño? Porque, según dice Crisóstomo, así como en el mismo fuego se purifica el oro, y el madero se quema, así en el fuego de la tribulación el justo se hace más hermoso, como el oro, y el malo, como el leño seco e infructuoso, se hace ceniza. Conforme a lo cual dice también Cipriano que así como el aire al tiempo de trillar avienta y esparce las pajuelas livianas, mas con esto purifica el trigo y lo deja más limpio, así el viento de la tribulación desbarata y derrama los malos como paja liviana, mas por el contrario recoge y purifica los buenos como trigo escogido. Lo mismo también nos representan en figura las aguas y ondas del mar Bermejo, las cuales no solamente no ahogaron a los hijos de Israel al tiempo que por él pasaron, mas antes les eran muro a la diestra y a la siniestra. Y por el contrario, esas mismas aguas envolvieron y anegaron los carros de los egipcios con todo el pueblo de Faraón. Pues deísta manera las aguas de las tribulaciones son para mayor guarda y defensión de los buenos, y para conservación y ejercicio de su humildad y de su paciencia, mas para los malos son como olas y tormenta que los anega y sume en el abismo de la impaciencia, de la blasfemia y de la desesperación.

     Ésta es, pues, otra maravillosa venta a que la virtud hace al vicio, por la cual los filósofos alabaron y preciaron mucho a la filosofía, creyendo que a ella sola pertenecía hacer al hombre constante en cualquier trabajo. Mas vivían en esto muy engañados, como en otras cosas. Porque así la verdadera virtud como la verdadera constancia no se hallan entre los filósofos, sino en la escuela de aquel señor que, puesto en la cruz nos consuela con su ejemplo, y reinando en el cielo nos fortalece con su espíritu, y prometiéndonos la gloria nos anima con la esperanza della. De lo cual todo carece la filosofía humana.