Capítulo XVII

Del sexto privilegio de la virtud, que es la confianza y esperanza en la divina misericordia de que gozan los buenos, y de la vana y miserable confianza en que viven los malos

     Con el alegría de la buena conciencia se junta la de la confianza y esperanza en que viven los buenos, de la cual dice el apóstol: Spe gaudentes, in tribulatione patientes, aconsejándonos que nos alegremos con la esperanza, y con ella tengamos en las tribulaciones paciencia, pues tan grande ayudador y galardonador de nuestros trabajos nos dice ella que tenemos en Dios. Éste es uno de los grandes tesoros de la vida cristiana, éstas las Indias y patrimonios de los hijos de Dios, y éste el común puerto y remedio de todas las miserias desta vida.

     Mas aquí es de notar, porque no nos engañemos, que así como hay dos maneras de fe: una muerta, que no hace obras de vida -cual es la de los malos cristianos-, y otra viva y formada con caridad -cual es la que tienen los justos, con que hacen obras de vida-, así también hay dos maneras de esperanza: una muerta, que ni da vida al ánima, ni la aviva y esfuerza en sus obras, ni la anima y consuela en sus trabajos -cual es la que tienen los malos-, y otra viva, como la llama san Pedro, la cual, como cosa que tiene vida, tiene también efectos de vida, que son animarnos, consolarnos, alegrarnos y esforzarnos en el camino del cielo, y darnos aliento y confianza en medio de los trabajos del mundo. Como la tenía aquella bienaventurada Susana, de quien se dice que, estando ya sentenciada a muerte, y llevándola por las calles públicas a apedrear, con todo esto su corazón estaba esforzado y confiado en Dios. Y tal era también la confianza que tenía David cuando decía: «Acuérdate, señor, de la palabra que tienes dada a tu siervo, con la cual me diste esperanza; porque ésta me esforzó y consoló en la aflicción de mis trabajos.»

     Pues esta esperanza viva obra muchos y muy admirables efectos en el ánima donde mora; y tanto más, cuanto más participa de la caridad y amor de Dios, que es el que le da la vida. Entre los cuales efectos, el primero es esforzar al hombre en el camino de la virtud con la esperanza del galardón, porque cuanto más firmes prendas tiene desto, tanto más alegremente pasa por los trabajos del mundo, como todos los santos a una voz testifican. San Gregorio dice: «La virtud de la esperanza de tal manera levanta nuestro corazón a los bienes de la eternidad, que nos hace no sentir los males desta mortalidad.» Orígenes dice: «La esperanza de la gloria advenidera da descanso a los que por ella trabajan en esta vida, así como mitiga el dolor de las heridas que el soldado recibe en la guerra la esperanza de la corona.» San Ambrosio dice: «La esperanza firme del galardón esconde los trabajos y hurta el cuerpo a los peligros.» San Jerónimo dice: «Toda obra se hace liviana cuando se estima el precio della; y así, la esperanza del premio disminuye la fuerza del trabajo.» Esto mismo explica Crisóstomo aún más copiosamente por estas palabras: «Si las temerosas ondas de la mar no desmayan a los marineros, ni la lluvia de las tempestades e inviernos a los labradores, ni las heridas y muertes a los soldados, ni los golpes y caídas a los luchadores, cuando ponen los ojos en las esperanzas engañosas de lo que por esto pretenden, mucho menos habían de sentir los trabajos los que esperan el reino de Dios. No mires, pues, ¡oh cristiano!, que el camino de las virtudes es áspero, sino dónde va a parar; ni que el de los vicios es dulce, sino el paradero que tiene.» Dice, por cierto, muy bien este santo. Porque, ¿quién irá de buena gana por un camino de rosas y flores, si va a parar en la muerte; y quién rehusará un camino áspero y dificultoso, si va a parar a la vida?

     Mas no sólo sirve la esperanza para alcanzar este tan deseado fin, sino también para todos los medios que para él se requieren, y generalmente para todas las necesidades y miserias desta vida. Porque por ellas es el hombre socorrido en sus tribulaciones, defendido en sus peligros, consolado en sus dolores, ayudado en sus enfermedades, proveído en sus necesidades: pues por ella se alcanza el favor y misericordia de Dios, que para todas las cosas nos ayuda. Desto tenemos evidentísimas prendas y testimonios en todas las escrituras divinas, mayormente en los salmos de David, porque apenas se hallará salmo que no engrandezca esta virtud y predique los frutos della, lo cual sin duda es una de las mayores riquezas y consolaciones que los buenos tienen en esta vida. Por lo cual, no se me debe tener por prolijidad referir aquí algunas dellas, pues es cierto que muchas más son las que callo que las que podré referir. En el libro segundo del Paralipómenon dijo un profeta al rey Asá: «Los ojos del Señor contemplan toda la tierra, y dan fortaleza a todos los que esperan en él.» Jeremías dice: «Bueno es el Señor a los que esperan en él y al ánima del que le busca.» Y en otro lugar: «Bueno es el Señor, el cual esfuerza a los suyos en el tiempo de la tribulación, y conoce a todos los que esperan en él» -esto es, tiene cuenta con ellos para socorrerlos y ayudarlos-. Isaías dice: «Si os volviereis a mí y estuviereis en mí quietos, seréis salvos. En silencio y esperanza estará vuestra fortaleza». Y entiende aquí por «silencio» la quietud y reposo interior del ánima en medio de los trabajos, que es efecto desta esperanza, la cual destierra della toda solicitud y congoja desordenada, con el favor que espera de la misericordia divina.

     El Eclesiástico dice: «Los que teméis al Señor, fiaos dél y no perderéis vuestro galardón. Los que teméis al Señor, esperad en él, y su misericordia será para vuestra consolación y alegría. Mirad, hijos, a todas las naciones de los hombres, y sabed cierto que nadie esperó en el Señor, que le saliese en vano su esperanza.» Salomón, en sus Proverbios, dice: «Descubre tu corazón al Señor, y espera en él; porque él te guiará y enderezará en tus caminos.» El profeta David, en un salmo, dice: «Esperen, señor, en ti los que conocen tu nombre, porque nunca desamparaste a los que te buscan.» En otro dice: «Yo, señor, esperé en ti, y así me alegraré y gozaré en tu misericordia.» En otro dice: «A los que esperan en el Señor cercará la misericordia»: y dice muy bien «cercará», para dar a entender que por todas partes los guardará, así como el rey que está cercado de su gente, para que vaya más seguro. Y en otro salmo prosigue más a la larga esta materia, diciendo: «Esperando esperé en el Señor, y él miró por mí y sacóme del lago de la miseria y del lodo en que estaba atollado, y asentó mis pies sobre una firme piedra, y enderezó todos mis pasos, y puso en mi boca un cantar nuevo y un himno en alabanza de nuestro Dios. Verán esto los justos y alabarán a Dios y esperarán en él. Bienaventurado el varón que puso su esperanza en el Señor, y no puso sus ojos en las vanidades y locuras engañosas del mundo.» En las cuales palabras hallarás aún otro efecto maravilloso desta virtud, que es abrir la boca y los ojos del hombre para conocer por experiencia la bondad y providencia paternal de Dios, y cantarle un cantar nuevo, con nuevo gusto y nueva alegría, por el nuevo beneficio recibido con el socorro esperado.

     No acabaríamos a este paso de traer versos, y aun salmos enteros, deste profeta. Porque todo el salmo Qui confidunt in Domino, sicut mons Sion desto habla. Y asimismo, todo el salmo Qui habitat in adiutorio Altissimi se gasta en contar los grandes frutos y provechos de los que esperan en Dios y viven debajo de su protección. Donde sobre una palabra deste salmo, que dice: «Tú eres, señor, mi esperanza», escribe san Bernardo así: «Para cualquier cosa que deba yo hacer o no hacer, sufrir o desear, tú eres, señor, mi esperanza. Ésta es la causa del cumplimiento de todas tus promesas, ésta es la principal razón y fundamento de mi esperanza. Alegue otro sus virtudes, gloríese que ha sufrido todo el peso del día y del calor, diga con el fariseo que ayuna dos días cada semana y que no es él como los otros hombres. Mas yo, señor, diré con el profeta: «Bueno es a mí llegarme a Dios y poner en él mi esperanza». Si me prometen premios, por vos esperaré que los alcanzaré; si se levantaren contra mí batallas, por vos espero que las venceré; si se embraveciere contra mí el mundo, si bramare el demonio, si la misma carne se levantare contra el espíritu, en vos esperaré. Pues siendo esto así, ¿por qué no desechamos luego de nosotros todas estas vanas y engañosas esperanzas, y no nos apegamos con todo fervor y devoción a esta esperanza tan segura?» Y más abajo añade el mismo santo, diciendo: «La fe dice: Grandes e inestimables bienes tiene Dios aparejados para sus fieles. Mas la esperanza dice: Para mí los tiene guardados. Y no contenta con esto, hace a la caridad que diga: Pues yo me daré prisa por gozarlos.»

     Cata aquí, pues, hermano, cuán grande sea el fruto desta virtud y para cuántas cosas nos aprovecha. Ella es como un puerto seguro adonde se acogen los justos en el tiempo de la tormenta. Es como un escudo muy fuerte con que se defienden de los mares y ondas deste siglo. Es como un depósito de pan en tiempo de hambre, adonde acuden todos los pobres y necesitados a pedir socorro. Es aquel tabernáculo y sombra que promete Dios por Isaías a sus escogidos para que en él se escondan y defiendan de los calores del verano, y de las lluvias y torbellinos del invierno, esto es, de las prosperidades y adversidades deste mundo. Es, finalmente, una medicina y común remedio de todos nuestros males, pues es verdad que todo lo que justa, fiel y sabiamente esperáremos de Dios, alcanzaremos, siendo cosa saludable. Por donde dice Cipriano que la misericordia de Dios es la fuente de los remedios, y que la esperanza es el vaso que los coge, y que según la cantidad deste vaso, así será la del remedio, porque por parte de la fuente no puede el agua de la misericordia faltar. De suerte que así como dijo Dios a los hijos de Israel que toda la tierra sobre que pusiesen sus pies sería suya, así toda la misericordia sobre que el hombre llegare a poner los pies de su esperanza sera suya.

     Y según esto, el que movido de Dios esperare todas las cosas, todas las alcanzará. En lo cual parece que esta esperanza es una imitación de la virtud y poder de Dios, la cual redunda en gloria del mismo Dios. Porque, como dice muy bien san Bernardo, no hay cosa que tanto declare la omnipotencia de Dios, como ver que no sólo él es todopoderoso, mas que también hace en su manera todopoderosos a los que esperan en él. Si no, dime: ¿no participaba desta omnipotencia el que desde la tierra mandaba al sol que se parase en el cielo, y el que daba a escoger al rey Ezequías si quería que mandase al mismo sol volver atrás o pasar adelante? Esto es lo que señaladamente engrandece la gloria de Dios, hacer los suyos tan poderosos. Porque si se gloriaba aquel soberbio rey de los asirios, diciendo que los príncipes que le servían eran también reyes como él, ¡cuánto más se puede gloriar nuestro señor Dios, diciendo que también son dioses en su manera los que sirven a él, pues tanto participan de su poder!

 

I

De la esperanza vana de los malos

 

     Éste es, pues, el tesoro de la esperanza de que gozan los buenos, del cual carecen los malos, porque aunque tienen esperanza, no la tienen viva, sino muerta, porque el pecado le quitó la vida, y así no obra en ellos estos efectos que habemos dicho. Porque así como ninguna cosa hay que más avive la esperanza, que la buena conciencia, así una de las cosas que más la derriba y desmaya es la mala, pues ésta, como dijimos, ordinariamente anda a sombra de tejados. Y así teme y desconfía, por entender que no tiene merecido, sino desmerecido, el favor de la divina gracia. De donde, así como la sombra sigue al cuerpo doquiera que va, así el temor y la desconfianza acompañan a la mala conciencia por doquiera que ande. En lo cual parece que cual es su felicidad, tal es su confianza. Porque así como tiene su felicidad en los bienes del mundo, así en ellos tiene su confianza, pues en ellos se gloría y a ellos se socorre en el tiempo de la tribulación. De la cual esperanza hallamos escrito en el libro de la Sabiduría: «La esperanza del malo es como el pelito de lana que se lleva el viento, y como la espuma delgada que deshace la ola, y como el vapor del humo que esparce el aire.» ¿Ves, pues, cuán vana sea esta confianza?

     Pues aún más mal tiene que éste, porque no sólo es vana, sino también perjudicial y engañosa, como lo significó el Señor por el profeta Isaías, diciendo: « ¡Ay de vosotros, hijos desamparadores de vuestro padre, que tomasteis consejo, y no conmigo; y urdisteis una tela, y no con mi espíritu, para añadir pecados a pecados; y enviasteis a Egipto a pedir socorro, y no tomasteis consejo conmigo, esperando ayuda en la fortaleza de Faraón y poniendo vuestra confianza en la sombra de Egipto! Y volvérseos ha la fortaleza de Faraón en confusión, y la confianza en la sombra de Egipto en ignominia. Todos quedaron confundidos, esperando en el pueblo que no los socorrió ni les aprovechó nada, antes les fue materia de mayor vergüenza y confusión.» Hasta aquí son palabras de Isaías, el cual, no contento con lo dicho, torna en el capítulo siguiente a repetir esta misma reprensión, diciendo: «¡Ay de aquellos que van a Egipto a pedir socorro, esperando en sus caballos, y teniendo confianza en sus carros porque son muchos, y en sus caballeros porque son muy esforzados, y no pusieron su confianza en el santo de Israel, ni buscaron al Señor! Porque Egipto es hombre y no Dios, y sus caballos son carne y no espíritu, y el Señor extenderá su mano, y caerá el ayudador, y también el que es ayudado, y unos y otros serán juntamente confundidos y burlados.»

     Cata aquí, pues, la diferencia que hay entre la esperanza de los buenos y de los malos. Porque la de los unos es carne y la de los otros es espíritu. Y si esto es poco, la de los unos es hombre y la de los otros es Dios. Por do parece que lo que va de Dios a hombre, eso va de esperanza a esperanza. Por lo cual con mucha razón nos aparta el profeta de la una esperanza, y nos convida a la otra, diciendo: «No queráis confiar en los príncipes de la tierra ni en los hijos de los hombres, que no son parte para dar salud. Acabarse ha la vida dellos y volverse han en la misma tierra de que fueron formados, y en este día perecerán todos los pensamientos de los que confiaban en ellos. Bienaventurado el varón que tiene a Dios por su ayudador y en él tiene puesta su esperanza, el cual hizo el cielo, la tierra, la mar y todo lo que en ellos es.» ¿Ves, pues, aquí claro la diferencia que va de la una esperanza a la otra? Y en otro salmo declara el mismo profeta esta misma diferencia de esperanzas, diciendo: «Éstos confían en sus carros y caballos, y nosotros en el nombre del Señor. Ellos se enlazaron y cayeron, mas nosotros nos levantamos y estamos en pie.» Mira, pues, cuán bien responde aquí el fruto de la confianza a los estribos y fundamentos della, pues de la una se sigue la caída, y de la otra levantamiento y victoria.

     Por lo cual, con mucha razón se comparan los unos con aquel hombre del evangelio que edificó su casa sobre arena, la cual, a la primera tempestad que se levantó, dio consigo en tierra; y los otros con el que la edificó sobre peña viva, y por eso estuvo firme y segura contra todas las aguas y torbellinos desta vida. Y no menos elegantemente declara el profeta Jeremías por otra muy hermosa comparación esta misma diferencia por estas palabras: «Maldito sea el hombre que confía en otro hombre, y el que apartando su corazón del Señor, pone la carne flaca por brazo y amparo de su vida. Porque éste tal será como el arbolillo silvestre que nace en el desierto, que no verá el bien cuando viniere, sino antes estará desmedrado en perpetua sequedad y en tierra salobre e inhabitable.» Mas, por el contrario, del varón justo dice luego así: «Bendito sea el varón que tiene su esperanza en el Señor, porque él será su ayudador. Este tal será como un árbol plantado par de las corrientes de las aguas, que con la virtud del humor vecino extenderá sus raíces, y en el año de la sequedad estará seguro de la fuerza del estío, y sus hojas estarán siempre verdes y nunca dejará de dar su fruto.» Hasta aquí son palabras del profeta. Pues dime, ruégote, qué más era menester, si tuviesen los hombres seso, para ver la diferencia que hay, sólo por parte de la esperanza, entre la suerte de los buenos y de los malos, y entre la prosperidad de los unos y de los otros. ¿Qué mayor bien puede tener un árbol, que estar plantado de la manera que aquí nos lo pinta este profeta? Pues tal es en su manera el estado del justo, a quien todas las cosas suceden prósperamente por estar plantado par de las corrientes del agua de la divina gracia. Mas, por el contrario, ninguna peor suerte puede caber a un árbol, que ser infructuoso y silvestre, y estar en mala tierra y fuera de la vista y culto de los hombres. Para que por aquí vean los malos que no pueden tener en esta vida otro más miserable estado que tener desviados sus ojos y corazón de Dios, que es fuente de aguas vivas, y tenerlos puestos en los arrimos de las criaturas frágiles y engañosas, que es la tierra desierta, seca e inhabitable. Por donde verás muy bien cuán digno de ser llorado es el mundo que en tan mala tierra está plantado, pues en tan flacos estribos tiene puesta su esperanza; que no es esperanza, sino engaño y confusión, corno arriba se declaró.

     Pues dime, ruégote, qué mayor miseria puede ser que ésta; qué mayor pobreza, que vivir sin esta manera de esperanza. Porque si el hombre quedó por el pecado tan pobre y desnudo como arriba tratamos, y para su remedio era tan necesaria la esperanza de la divina misericordia, ¿que será dél, quebrada esta áncora en la cual se sostenía? Vemos que todos los otros animales nacen, en su manera, perfectos y proveídos de todo lo necesario para su vida. Mas el hombre, por el pecado, quedó medio deshecho, de tal manera que casi ninguna cosa de las que ha menester tiene dentro de sí, sino que todo le ha de venir de acarreo y de limosna por mano de la divina misericordia. Pues quitada ésta de por medio, ¿qué tal podrá ser su vida, sino coja y manca y llena de mil defectos? ¿Qué cosa es vivir sin esperanza, sino vivir sin Dios? ¿Pues qué le quedó al hombre de su antiguo patrimonio para vivir sin este arrimo? ¿Qué nación hay en el mundo tan bárbara, que no tenga alguna noticia de Dios, y que no le honre con alguna manera de honra, y que no espere algún beneficio de su providencia? Un poco de tiempo que se ausentó Moisés de los hijos de Israel, pensaron que estaban sin Dios, y como rudos y groseros dieron luego voces a Aarón diciendo que les hiciese algún dios, porque no se atrevían a caminar sin él. En lo cual parece que la misma naturaleza humana, aunque no siempre conoce al verdadero Dios, conoce que tiene necesidad de Dios; y aunque no conozca la causa de su flaqueza, conoce su flaqueza, y por eso naturalmente busca a Dios para remedio della. De suerte que, así como la yedra busca el arrimo del árbol para subir a lo alto, porque por sí no puede, y así como la mujer naturalmente busca el arrimo y sombra del varón, porque como animal imperfecto entiende la necesidad que tiene deste arrimo, así la misma naturaleza humana, como pobre y necesitada, busca la sombra y amparo de Dios. Pues siendo esto así, ¿cuál será la vida de los hombres que viven en tan triste viudez y desamparo de Dios?

     Querría saber, los que desta manera viven, con quién se consuelan en sus trabajos, a quién se acogen en sus peligros, con quién se curan en sus enfermedades, a quién dan parte de sus penas, con quién se aconsejan en sus negocios, a quién piden socorro en sus necesidades, con quién tratan, con quién conversan, con quién platican, con quién se acuestan y con quién se levantan, y finalmente, cómo pasan por todos los trances desta vida los que no tienen este recurso. Si un cuerpo no puede vivir sin ánima, ¿cómo un ánima puede vivir sin Dios, pues no es menos necesario Dios para la una vida, que el ánima para la otra? Y si como arriba dijimos, la esperanza viva es el áncora de nuestra vida, ¿cómo osa nadie entrar en el golfo deste siglo tan tempestuoso sin el socorro desta áncora? Y si la esperanza decíamos que era el escudo con que nos defendernos del enemigo, ¿cómo andan los hombres sin este escudo en medio de tantos enemigos? Si la esperanza es el báculo con que se sostiene la naturaleza humana después de aquella general dolencia, ¿qué será del hombre flaco sin el arrimo deste báculo?

     Queda, pues, aquí bastantemente declarado lo que va de la esperanza de los buenos a la de los malos, y por consiguiente lo que va de la suerte de los unos a la de los otros, pues los unos tienen a Dios por defensor y valedor, y los otros el báculo de Egipto, que si os quisiereis afirmar sobre él, quebrarse ha, y entrarse ha por la mano del que estriba sobre él. Porque basta la culpa que el hombre comete en poner aquí toda su confianza, para que Dios la cure con el desengaño de su caída, como él lo significó por Jeremías, el cual, profetizando la destrucción del reino de Moab y la causa della, dice así: «Porque tuviste confianza en tus muros y en tus tesoros, tú también serás presa y destruida, y Chamós, que es el Dios en que confías, será llevado cautivo, y sus sacerdotes y príncipes también con él.» Mira, pues, ahora tú cuál sea este linaje de socorro, pues el mismo confiar en él y procurarlo es perderlo.

     Esto baste cuanto a este privilegio de la esperanza, el cual, aunque parece ser el mismo que el de la providencia especial de Dios para con los suyos, de que arriba tratamos, pero no lo es, antes se diferencia dél como efecto de su causa. Porque como sean muchos los fundamentos y causas desta esperanza, cuales son la bondad y la verdad de Dios, y los méritos de

Cristo, etc., uno de los principales es esta paternal providencia, de la cual procede esta confianza. Porque saber que tiene Dios este cuidado dellos, causa esta confianza en ellos.

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