Capítulo XV

Del cuarto privilegio de la virtud, que son las consolaciones del espíritu santo que se dan a los buenos

     Bien pudiera yo poner aquí ahora por cuarto privilegio de la virtud, después de la lumbre interior del Espíritu Santo con que se esclarecen las tinieblas de nuestro entendimiento, la caridad y amor de Dios con que se enciende nuestra voluntad, mayormente pues a ella pone el apóstol por el primero de los frutos del Espíritu Santo. Mas porque aquí más tratamos de los favores y privilegios que se dan a la virtud, que de la misma virtud, y la caridad es virtud, y la más excelente de las virtudes, por eso no trataremos aquí della, puesto caso que la pudiéramos muy bien poner en esta lista, no en cuanto virtud, sino en cuanto un maravilloso don que da Dios a los virtuosos. El cual, por una manera inefable, interiormente inflama su voluntad y la inclina a amar a Dios sobre todo cuanto se puede amar. El cual amor, cuanto es más perfecto, tanto es más dulce y más deleitable, y por esta parte bien pudiera entrar en este número como fruto y premio de las otras virtudes, y de sí misma. Mas por no parecer ambicioso alabador de la virtud donde tantas otras cosas hay que decir en su favor, pondré en el cuarto lugar el alegría y gozo del Espíritu Santo, que es propiedad natural desa misma caridad, y uno de los principales frutos del mismo Espíritu, como lo refiere san Pablo.

     Este privilegio se deriva del pasado. Porque, como ya dijimos, aquella luz y conocimiento que da nuestro señor a los suyos no para en sólo el entendimiento, sino desciende a la voluntad, donde echa sus rayos y resplandores, con los cuales la regala y alegra por una manera maravillosa en Dios. De suerte que así como la luz material produce de sí este calor que experimentamos, así esta luz espiritual produce en el ánima esta alegría espiritual de que hablamos, según aquello del profeta, que dice: «Amaneció la luz al justo, y a los derechos de corazón el alegría.» Y aunque desta materia tratamos en otro lugar, pero ella es tan rica y tan copiosa, que hay para hacer muchos tratados della sin encontrarse uno con otro.

     Conviénenos pues, ahora para el intento deste libro declarar qué tan grande sea esta alegría, porque el conocimiento desta verdad hará mucho al caso para aficionar los hombres a la virtud. Porque sabida cosa es, que así como todas las maneras de males que hay se hallan en el vicio, así también todas las maneras de bienes, así de honestidad como de utilidad, se hallan perfectísimamente en la virtud, si no es deleite y suavidad, de que los malos dicen que carece. Por lo cual, como el corazón humano sea tan goloso y amigo de deleites, dicen los tales -a lo menos por la obra- que más quieren lo que les deleita con todas esas quiebras, que lo que carece de deleite con todas sus ventajas. Esto dice Lactancio Firmiano por estas palabras: «Porque las virtudes están mezcladas con amargura, y los vicios acompañados con deleites, ofendidos los hombres con lo uno y cebados con lo otro, se van de boca en pos de los vicios y desamparan la virtud.» Ésta es, pues, la causa de este tan grande mal, por lo cual no haría pequeño beneficio a los hombres quien los sacase deste engaño, y evidentemente les probase ser muy más deleitable el camino de la virtud que el de los vicios. Pues esto es lo que ahora entiendo probar por evidentes razones, y señaladamente por autoridades y testimonios de la escritura divina, porque éstas son las más firmes y ciertas probanzas que hay en todas estas materias, pues antes faltará el cielo y la tierra que faltar estas verdades.

     Pues dime ahora, hombre ciego y engañado: si el camino de Dios es tan triste y tan desabrido como tú lo pintas, ¿qué quiso significar el profeta David, cuando dijo: «¡Cuán grande es, señor, la muchedumbre de tu dulzura, la cual tienes escondida para los que te temen!»? En las cuales palabras no sólo declara cuán grande sea esta dulzura que se da a los buenos, sino también la causa de no conocerla los malos, que es tenerla Dios escondida de sus ojos. Ítem, ¿qué quiso significar el mismo profeta, cuando dijo: «Mi ánima se alegrará en el Señor y se gozará en Dios, autor de su salud; y todos mis huesos -esto es, todas las fuerzas y potencias de mi ánima- dirán: Señor, ¿quién es como tú?» Pues, ¿qué es esto sino dar a entender que el alegría del justo es tan grande, que aunque ella derechamente se reciba en el espíritu, viene a redundar en la carne, de tal manera que la carne, que no sabe deleitarse sino en cosas carnales, viene por la comunicación del espíritu a deleitarse en las espirituales y alegrarse en Dios vivo, y esto con tan grande alegría, que todos los huesos del cuerpo, recreados con esta maravillosa suavidad, dan al hombre motivo para dar voces y decir: «Señor, ¿quién es como vos? ¿Qué deleites hay como los vuestros? ¿Qué alegría, qué amor, qué paz, qué contentamiento puede dar ninguna criatura como el que dais vos?»

     ¿Qué quiso, otrosí, significar el mismo profeta, cuando dijo: «Voz de salud y alegría suena en las moradas de los justos», sino dar a entender que la verdadera salud y verdadera alegría no se halla en las casas de los pecadores, sino en las ánimas de los justos? ¿Qué quiso también significar cuando dijo: «Alégrense los justos y sean recreados y banqueteados en presencia de Dios, y gócense con alegría», sino dar a entender las fiestas y los banquetes espirituales con que Dios muchas veces maravillosamente recrea las ánimas de sus escogidos con el gusto de las cosas celestiales? En los cuales banquetes se da a beber aquel vino suavísimo que el mismo profeta alaba, diciendo: «Serán, señor, vuestros siervos embriagados con el abundancia de los bienes de vuestra casa, y darles heis a beber del arroyo impetuoso de vuestros deleites.» ¿Con qué palabras, pues, pudiera mejor significar la grandeza destos deleites, que llamándolos «embriaguez y arroyo arrebatado», para declarar la fuerza que tienen para arrebatar el corazón del hombre y transportarlo en Dios? Y esto mismo significa la embriaguez, porque así como el hombre que ha bebido mucho vino pierde el uso de los sentidos y está por entonces como muerto con la fuerza del vino, así el hombre que está tomado deste vino celestial viene a morir al mundo y a todos los gustos y sentidos desordenados de las cosas dél.

     Ítem, ¿qué quiso significar el mismo profeta cuando dijo: «Bienaventurado el pueblo que sabe qué cosa es jubilación»? Otros, por ventura, dijeran: «Bienaventurado el pueblo que es abastado y proveído de todas las cosas, y cercado de buenos muros y baluartes, y guardado con muy buena gente de guarnición.» Mas el santo rey, que de todo esto sabía mucho, no dice sino que aquel es bienaventurado, que sabe por experiencia qué cosa sea alegrarse y gozarse en Dios, no con cualquier manera de gozo, sino con aquel que merece nombre de jubilación. El cual, como dice san Gregorio, es un gozo del espíritu tan grande, que ni se puede explicar con palabras, ni se deja de manifestar con muestras y obras exteriores. Pues bienaventurado el pueblo que así ha crecido y aprovechado en el gusto y amor de Dios, que sabe por experiencia qué cosa sea esta jubilación, la cual no alcanzó a saber ni el sabio Platón ni Demóstenes el elocuente, sino el corazón puro y humilde donde mora Dios. Pues si el mismo Dios es el autor deste gozo y jubilación, ¿qué tal será el gozo causado por Dios? Porque cierto es que así como, generalmente hablando, el castigo de Dios es conforme al mismo Dios, así también el consuelo de Dios suele ser conforme a él. Pues si tan grandes son los castigos cuando castiga, ¿qué tan grandes serán los consuelos cuando consuela? Si tan pesada tiene la mano cuando la carga para azotar, ¿qué tan blanda la tendrá cuando la extiende para regalar, mayormente mostrándose este señor muy más admirable en las obras de misericordia que en las de justicia?

     Sobre todo esto dime: ¿Qué bodega es aquella de vinos preciosos donde la esposa se gloría que la había llevado su esposo y ordenado en ella la caridad? ¿Y qué linaje, otrosí, de convite es aquél a que nos convida el mismo esposo, diciendo: «Bebed, amigos, y embriagaos los muy amados»? Pues, ¿qué embriaguez es ésta, sino la grandeza deste divino dulzor, el cual de tal manera transporta y enajena los corazones de los hombres, que los hace andar como fuera de sí? Porque entonces solemos decir que está un hombre embriagado, cuando es más el vino que ha bebido del que puede digerir su calor natural, por donde viene el vino a subirse a la cabeza y enseñorearse de tal manera dél, que ya no se rige por sí sino por el vino que está en él. Pues si esto es así, dime qué tal estará un ánima cuando esté tan tomada deste vino celestial, cuando esté tan llena de Dios y de su amor, que no pueda ella con tan grande carga de deleites, ni baste toda su capacidad y virtud para sufrir tan grande felicidad. Así, se escribe del santo Efrén que muchas veces era tan poderosamente arrebatado deste vino de la suavidad celestial, que no pudiendo ya la flaqueza del sujeto sufrir la grandeza destos deleites, era compelido a clamar a Dios, diciendo: «Señor, apartaos un poco de mí, porque no puede la flaqueza de mi cuerpo sufrir la grandeza de vuestros deleites.» ¡Oh maravillosa bondad! ¡Oh inmensa suavidad deste soberano señor, que con tan larga mano se comunica a sus criaturas, que no baste la fortaleza de su corazón para sufrir la abundancia de tan grandes alegrías!

     Pues con esta celestial embriaguez se adormecen los sentidos del ánima, con ésta goza de un sueño de paz y de vida, con ésta se levanta sobre sí misma, y conoce y ama y gusta sobre todo lo que alcanza el ser natural. De donde, así como el agua que está sobre el fuego, cuando está muy caliente, casi olvidada de su propia naturaleza, que es pesada y tira para abajo, da saltos hacia arriba imitando la ligereza y naturaleza del fuego de que está tomada, así la tal ánima, inflamada desta llama celestial, se levanta sobre sí misma, y esforzándose por subir con el espíritu de la tierra al cielo de donde le viene esta llama, hierve con deseo encendidísimo de Dios, y así corre con arrebatados ímpetus por abrazarse con él y tiende los brazos en alto por ver si podrá alcanzar aquel que tanto ama. Y como ni puede alcanzarlo ni dejar de desearlo, desfallece con la grandeza del deseo no cumplido, y no le queda otro consuelo sino enviar suspiros y deseos entrañables al cielo, diciendo con la esposa en los Cantares: «Haced saber a mi amado que estoy enferma de amor», la cual manera de enfermedad dicen los santos que procede de impedírsele y dilatársele el cumplimiento deste tan grande y tan poderoso deseo.

     «Pero no desmayes por eso -dice un doctor-, ¡oh amoroso espíritu!, porque esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios y para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Mas, ¿qué lengua podrá declarar la grandeza de los deleites que pasan entre estos amados en aquel florido lecho de Salomón labrado de madera de Líbano, con sus columnas de plata y reclinatorio de oro? Éste es el lugar de los desposorios espirituales, el cual por eso se llama lecho, porque es lugar de descanso y de amor, y de cumplido reposo y de sueño de vida y de celestiales deleites. Los cuales qué tan grandes sean no lo puede saber nadie sino aquel que los ha probado, como san Juan dice en su Apocalipsis. Mas, todavía, no faltan gravísimas conjeturas por donde nosotros también podamos barruntar algo de lo que esto es. Porque quien considerare la inmensidad de la bondad y caridad del Hijo de Dios para con los hombres, la cual llegó a padecer tan extrañas maneras de tormentos y deshonras por ellos, ¿cómo extrañará lo que aquí encarecemos, pues todo esto es como nada en comparación de aquello? ¿Qué no hará por amor de los justos quien hasta aquí llegó por justos e injustos? ¿Qué regalos no hará a los amigos quien todos aquellos dolores padeció por amigos y enemigos? Algún indicio tenemos desto en el libro de los Cantares, donde son tantos los favores y regalos que se escriben del esposo celestial para con su esposa -que es la Iglesia, y cada una de las ánimas que están en gracia-, y tan dulces y amorosas palabras las que se dicen de parte a parte, que ninguna elocuencia ni amor del mundo las podrá fingir mayores.

     Otra conjetura también hay de parte de los hombres -digo de los justos y amigos verdaderos de Dios-. Porque si miras al corazón déstos, hallarás que el mayor deseo que tienen, y en lo que andan ocupados perpetuamente, es pensando cómo servirán a Dios y cómo harán de sí mil manjares para agradar en algo a quien tanto aman, y a quien tanto hizo y hace cada día por ellos, y con tanta blandura los trata y los consuela. Pues dime ahora: si el hombre, siendo por sí una criatura tan desleal y tan poco -de sí- para todo lo bueno, llega a tener esta fe y lealtad con Dios, ¿qué hará para con él aquel cuya bondad, cuya caridad, cuya lealtad es infinitamente mayor? Si, como dice el profeta, es propio de Dios ser santo con el santo y bueno para con el bueno, y la bondad del hombre llega hasta aquí, ¿adónde llegará la de Dios? Si Dios se pone a competir con los buenos en bondad, ¿qué ventaja les hará en esta competencia tan gloriosa? Pues si, como dijimos, tantos potajes desea hacer de sí el varón justo que arde en amor de Dios para agradar al mismo Dios, ¿qué hará el mismo Dios para regalar y consolar al justo? Esto ni se puede explicar ni se puede entender, porque por esto dijo el profeta Isaías que «ni ojos vieron, ni oídos oyeron, ni en corazón humano pudo caber lo que Dios tiene aparejado para los que esperan en él.» Lo cual no sólo se entiende de los bienes de gloria, sino también de los de gracia, como declara san Pablo.

     ¿Parécete, pues, hermano, que está este camino de la virtud bastantemente proveído de deleites? ¿Parécete que podrán todos los deleites de los hombres mundanos compararse con éstos? ¿Qué comparación puede haber entre la luz y las tinieblas, y entre Cristo y Belial? ¿Qué comparación puede haber entre deleites de tierra y deleites de cielo, deleites de carne y deleites de espíritu, deleites de criatura y deleites de criador? Porque claro está que cuanto las cosas son más nobles y más excelentes, tanto son más poderosas para causar mayores deleites. Si no, dime qué otra cosa quiso significar el profeta cuando dijo: «Más vale el poquito del justo, que las muchas riquezas de los pecadores.» Y en otro lugar: «Más vale, señor, un día en vuestra casa, que mil días de fiesta fuera della, por lo cual quise yo más estar abatido en la casa de mi Dios, que morar en las casas soberbias de los pecadores.» Finalmente, ¿qué otra cosa quiso significar la esposa en los Cantares cuando dijo: «Más valen, señor, tus pechos que el vino»? Y luego, más abajo, repite lo mismo, diciendo: «Gozarnos hemos, señor, y alegrarnos hemos en ti, acordándonos de tus pechos, los cuales son más dulces que el vino», esto es, acordándonos de la leche suavísima de las consolaciones y regalos con que recreas y crías a tus pechos tus espirituales hijos, los cuales son más suaves que el vino. Por el cual claro está que no entiende este vino material, como ni la leche de los pechos divinos tampoco lo es, sino por él entiende todos los deleites del mundo, los cuales da a beber aquella mala mujer del Apocalipsis que está sentada sobre las muchas aguas con una ropa de oro, con que emborracha y trastorna el seso de todos los moradores de Babilonia para que no sientan su perdición.

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I

De cómo en la oración, señaladamente, gozan los virtuosos destas consolaciones divinas

     Y si, prosiguiendo más adelante esta materia, me preguntares dónde, señaladamente, gozan los virtuosos destas consolaciones que habemos dicho, a esto responde el Señor por el profeta Isaías: «A los hijos de los extranjeros que se llegan al Señor para servirle y amarle y guardar las leyes de su amistad, yo los llevaré a mi santo monte, y alegrarlos he en la casa de mi corazón.» De manera que en este santo ejercicio señaladamente alegra el Señor a sus escogidos. Porque, como dice san Lorenzo Justiniano, en la oración se enciende el corazón de los justos en el amor de su criador, y allí a veces se levantan sobre sí mismos y paréceles que están ya entre los coros de los ángeles. Y allí, en presencia del Criador, cantan y aman, gimen y alaban, lloran y gózanse, comen y han hambre, beben y han sed, y con todas las fuerzas de su amor trabajan, señor, por transformarse en vos, a quien contemplan con la fe, acatan con la humildad, buscan con el deseo y gozan con la caridad. Entonces conocen por experiencia ser verdad lo que dijiste: «Mi gozo será cumplido en ellos», el cual, como un río de paz, se extiende por las potencias del ánima esclareciendo el entendimiento, alegrando la voluntad y recogiendo la memoria y todos sus pensamientos en Dios. Y aquí, con unos brazos de amor, abrazan y tienen una cosa dentro de sí, y no saben qué es, mas desean con todas sus fuerzas tenerla que no se les vaya.

     Y así como el patriarca Jacob luchaba con aquel ángel y no le quería soltar de las manos, así acá lucha en su manera el corazón con aquel divino dulzor porque no se le vaya, como cosa en que halló todo lo que deseaba. Y así, dice con san Pedro en el monte: «Señor, bueno es que nos estemos aquí, y no nos vamos deste lugar.» Aquí luego entiende el ánima todo aquel lenguaje de amor que se habla en los Cantares, y canta ella también en su manera todas aquellas suavísimas canciones, diciendo: «Su mano siniestra tiene debajo de mi cabeza, y con la diestra me abrazará.» Y allí, más arriba, dice: «Sostenedme con flores y cercadme de manzanas, que estoy enferma de amor.» Entonces el ánima, encendida con esta divina llama, desea con gran deseo salir desta cárcel, y sus lágrimas le son pan de día y de noche mientras se dilata esta partida. La muerte tiene en deseo y la vida en paciencia, diciendo a la continua aquellas palabras de la misma esposa: «¡Quién te me diese, hermano mío que te mantienes de los pechos de mi madre, que te hallase yo allá fuera y te diese besos de paz!»

     Entonces, maravillándose de sí misma cómo tales tesoros le estaban escondidos en los tiempos pasados, y viendo que todos los hombres son capaces de tan grande bien, desea salir por todas las plazas y calles, y dar voces a los hombres y decir: «¡Oh locos! ¡Oh desvariados! ¿En qué andáis, qué buscáis, cómo no os dais prisa por gozar de tan grande bien? Gustad y ved cuán suave es el Señor. Bienaventurado el varón que espera en él.» Aquí, gustada ya la dulcedumbre espiritual, toda carne le es desabrida. La compañía le es cárcel, la soledad tiene por paraíso, y sus deleites son estar con el señor que ama. La honra le es carga pesada, y la gobernación de la casa y hacienda tiene por un linaje de cruz. No querría que el cielo ni la tierra le estorbasen sus deleites, y por esto trabaja que no se le trabe el corazón de cosa alguna. No tiene más de un amor y un deseo; todas las cosas ama en uno y uno es el amado en todas las cosas. Sabe muy bien decir con el profeta: «¿Qué tengo yo que querer en el cielo, ni qué bienes te pido yo, señor, en la tierra? Desfallecido ha mi carne y mi corazón, Dios de mi corazón y mi única y sola parte, Dios para siempre.»

     No le parece que tiene ya tan oscuro conocimiento de las cosas sagradas, sino que las ve con otros ojos, porque tales movimientos y mudanzas siente en su corazón, que le son grandísimos argumentos y testimonios de las verdades de la fe. El día le es enojoso cuando amanece con sus cuidados, y desea la noche quieta para gastarla con Dios.

     Ninguna noche tiene por larga, antes la más larga le parece la mejor. Y si la noche fuere serena, alza los ojos a mirar la hermosura de los cielos y el resplandor de la luna y de las estrellas, y mira todas estas cosas con otros diferentes ojos y con otros muy diferentes gozos. Míralas como a unas muestras de la hermosura de su criador, como a unos espejos de su gloria, como a unos intérpretes y mensajeros que le traen nuevas dél, como a unos dechados vivos de sus perfecciones y gracias y como a unos presentes y dones que el esposo envía a su esposa para enamorarla y entretenerla hasta el día que se hayan de tomar las manos y celebrarse aquel eterno casamiento en el cielo. Todo el mundo le es un libro que le parece que habla siempre de Dios, y una carta mensajera que su amado le envía, y un largo proceso y testimonio de su amor. Éstas son, hermano mío, las noches de los amadores de Dios. Y éste es el sueño que duermen. Pues con el dulce y blando ruido de la noche sosegada, con la dulce música y armonía de las criaturas, arróllase dentro de sí el ánima y comienza a dormir aquel sueño velador de quien se dice: «Yo duermo, y vela mi corazón.» Y como el esposo dulcísimo la ve en sus brazos adormecida, guárdale aquel sueño de vida y manda que nadie sea osado a la despertar, diciendo: «Conjúroos, hijas de Jerusalén, por los gamos y por los ciervos de los campos, que no despertéis a mi amada hasta que ella quiera despertar. «

     Pues, ¿qué tales te parecen estas noches, hermano? ¿Cuáles son mejores, éstas, o las de los hijos deste siglo, que andan a estas horas asechando a la castidad de la inocente doncella para destruir su honra y su alma, cargados de hierro, de temores y sospechas, trayendo las ánimas en peligro y atesorando ira para el día de su perdición?

II

De las consolaciones de los que comienzan a servir a Dios

     Posible sería que a todo esto me respondieses con una sola cosa, diciendo que estos favores tan grandes de que habemos hablado no se conceden a todos, sino solamente a los perfectos, y que hay mucho camino que andar hasta serlo. Verdad es que para los tales son tales bienes, mas también previene nuestro señor con bendiciones de dulcedumbre a los que comienzan, y les da primero leche dulce como a niños, y después les enseña a comer pan con corteza. ¿No miras las fiestas que se hicieron en la venida del hijo pródigo, los convites, los convidados, la música que sonaba por todas partes? Pues, ¿qué es esto sino figura del alegría espiritual que pasa dentro del ánima cuando se ve salida de Egipto, y libre del cautiverio de Faraón y de la servidumbre del demonio? Porque, ¿cómo el que así se ve libre no hará fiesta por tan grande beneficio? ¿Cómo no convidará a todas las criaturas para que le ayuden a dar gracias a su libertador por él, diciendo: «Cantemos al Señor que tan gloriosamente ha triunfado, pues al caballo y al caballero arrojó en la mar»?

     Y si esto no fuese así, ¿dónde estaría la providencia de Dios, que a cada criatura provee perfectísimamente según su naturaleza, su flaqueza, su edad y su capacidad? Pues cierto es que no podrían los hombres aún carnales y mundanos andar por este nuevo camino, y poner debajo de los pies al mundo, si el Señor no los proveyese de semejantes favores. Y por esto a su divina providencia pertenece, ya que se determina sacarlos del mundo, hacerles este camino tan llano, que puedan fácilmente caminar por él sin que las dificultades dél los hagan volver atrás. Desto es evidentísima figura aquel camino por donde Dios llevó a los hijos de Israel a la tierra de promisión, del cual escribe Moisés estas palabras: «Cuando sacó el Señor a los hijos de Israel de la tierra de Egipto, no los quiso llevar por la tierra de los filisteos -por donde era más corta la jornada-, porque no se arrepintiesen a medio camino y se volviesen a Egipto viendo las guerras que por aquella parte se les levantaban. Pues este mismo señor que entonces usó desta providencia para llevar a su pueblo a la tierra de promisión cuando lo sacó de Egipto, ése mismo usa ahora de otra semejante a ésta para llevar al cielo a los que él quiere llevar cuando los saca del mundo.

     Antes quiero que sepas que, aunque los favores y consolaciones de los perfectos sean muy altas, pero es tan grande la piedad de nuestro señor para con los pequeñuelos, que mirando su pobreza, él mismo les ayuda a poner casa de nuevo. Y viendo que se están todavía entre las ocasiones de pecar y que tienen aún sus pasiones por mortificar, para alcanzar victoria dellas y para descarnarlos de su carne y destetarlos de la leche del mundo y apretarlos consigo con tan fuertes vínculos de amor que no se le vayan de casa, por todas estas causas, los provee de una tan poderosa consolación y alegría, que aunque ellos sean principiantes, tiene semejanza, en su proporción, con el alegría de los perfectos. Si no, dime: ¿qué otra cosa quiso Dios significar en aquellas sus fiestas del Testamento Viejo, cuando decía que el primer día y el postrero fuesen de igual veneración y solemnidad? Los otros seis días de enmedio eran como de entre semana, mas estos dos extremos eran señalados y aventajados entre todos los otros. Pues, ¿qué es esto sino imagen y figura de lo que hablamos? En el primer día quiere Dios que se haga fiesta como en el postrero, para dar a entender que en el principio de la conversión y en el fin de la perfección hace nuestro señor grande fiesta a todos sus siervos, considerando en los unos el merecimiento y en los otros la necesidad, y usando con los unos de justicia y con los otros de su gracia, dando a unos lo que merecen por su virtud, y a otros más de lo que merecen, por su necesidad.

     Cuando los árboles florecen y cuando madura la fruta, están más hermosos de mirar. El día del desposorio, y también del casamiento, son días de fiesta señalados. En los principios se desposa nuestro señor con el ánima, y como la toma en camisa, él hace la fiesta a su costa, y así la fiesta es, no conforme a los merecimientos de su esposa, sino conforme a la riqueza del esposo, que lo pone todo de su casa. Y así dice él: «Nuestra hermana es pequeña y no tiene pechos, y según esto, con leche ajena ha de criar su criatura.»Por esto dice la misma esposa hablando con su esposo: «Las doncellitas te amaron mucho.» No dice «las doncellas», que son las ánimas ya más fundadas en la virtud, sino las de más tierna edad, que son las que comienzan a abrir los ojos a aquella nueva luz. «Ésas -dice ella- te amaron mucho.» Porque las tales suelen tener en su comienzo grandes movimientos de amor, como santo Tomás lo declara en un opúsculo. Y la causa desto, entre otras, dice él que es la novedad del estado, del amor, de la luz y conocimiento de las cosas divinas que de presente conocen, que hasta allí no conocían. Porque la novedad deste conocimiento causa en ellas una grande admiración, acompañada con una grande suavidad y agradecimiento de quien tanto bien les hizo y que de tales tinieblas las sacó.

     Vemos que cuando un hombre entra de nuevo en una grande y famosa ciudad, o en un palacio real, los primeros días anda como abobado y suspenso con la novedad y hermosura de las cosas que ve, mas después que ya las ha visto muchas veces, decrece aquella admiración y gusto con que al principio las miraba. Pues lo mismo acaece en su manera a los que entran en esta nueva región de la gracia, por la novedad de las cosas que se les descubren en ella. Por lo cual no es maravilla que algunas veces los nuevos devotos sientan mayores fervores en sus ánimas que los más antiguos, porque la novedad de la luz y sentimiento de las cosas divinas causa en ellos mayor alteración. Y de aquí viene lo que muy bien notó san Bernardo: que no mintió el hermano mayor del hijo pródigo cuando se querelló de su buen padre, diciendo que habiéndole él servido tantos años sin traspasar sus mandamientos, no había recibido tan grandes favores como los que el hijo desperdiciado recibió cuando se tornó a su casa. Hierve también el amor nuevo, como el vino nuevo, en los principios; y la olla da por cima luego como siente la llama y comienza a experimentar el extraño y nuevo calor del fuego. Adelante, es el calor más fuerte y más sosegado, pero a los principios mas fervoroso.

     Muy buen recibimiento hace el Señor a los que de nuevo entran en su casa. Los primeros días comen de balde, y todo se les hace ligero. Hace con ellos el Señor como el mercader, que la primera muestra de la hacienda que quiere vender da de balde, comoquiera que lo demás venda por su justo valor. El amor que se tiene a los hijos chiquitos, aunque no es mayor que el de los que están ya criados, pero es más tierno y más regalado. A éstos llevan en brazos, los otros andan por su pie; a los otros ponen en trabajos, a éstos de propósito se los quitan; y sin buscar ellos la comida, muchas veces les ruegan con ella, y aún se la ponen en la boca.

     Pues deste buen tratamiento del Señor y destos favores tan conocidos nace en los que comienzan aquella alegría espiritual que el profeta significó, cuando dijo: «Con las gotas del agua lluvia que de lo alto caen se alegrará la nueva planta que comienza a florecer.» Pues, ¿qué planta es ésta, y qué gotas de agua éstas, sino el rocío de la divina gracia con que se riegan las espirituales plantas que de nuevo son transplantadas del mundo en la huerta del Señor? Pues déstas dice el profeta que se alegrarán con las gotas desta agua que caen de lo alto, para significar la grande alegría que los tales reciben con las primicias desta nueva visitación y beneficio celestial. Y no pienses que estos favores, porque se llaman gotas, es tan pequeña su virtud como su nombre, porque, como dice san Agustín, el que bebiere del río del paraíso, del cual sola una gota es mayor que todo el mar océano, cierto es que sola ésta bastará para apagar en él toda la sed del mundo.

     Ni es argumento contra esto decir que tú no sientes estas consolaciones y alegrías aunque pienses en Dios. Porque si cuando el paladar está corrompido con malos humores no juzga bien de los sabores, porque lo amargo le parece dulce y lo dulce amargo, ¿qué maravilla es que, teniendo tú el ánima corrompida con tantos malos humores de vicios y aficiones desordenadas, y tan hecho a las ollas podridas de Egipto, tengas hastío del maná del cielo y del pan de los ángeles? Purga tú ese paladar con las lágrimas de la penitencia, y así purgado y limpio, podrá gustar y ver cuán suave es el Señor.

     Pues siendo esto así, dime ahora, hermano, qué bienes hay en el mundo que no sean basura comparados con éstos. Dos bienaventuranzas ponen los santos, una comenzada y otra acabada. De la acabada gozan los bienaventurados en la gloria, y de la comenzada los justos en esta vida. Pues, ¿qué más quieres tú que comenzar desde ahora a ser bienaventurado, y recibir desde acá las arras de aquel divino casamiento que allí se celebra por palabras de presente, y aquí se comienza por palabras de futuro? «¡Oh hombre! -dice Ricardo-, pues en este paraíso puedes vivir y gozar deste tesoro, ve y vende todo lo que tienes y compra esta tan preciosa posesión, que no te será cara, porque el mercader es Cristo, que lo da casi de balde.» No lo dilates para adelante, porque un punto que ahora pierdes vale más que todos los tesoros del mundo. Y aunque adelante se te diese, sey cierto que has de vivir con grande dolor de lo que pierdes y llorar siempre con san Agustín, diciendo: «Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé.» Este santo lloraba siempre la tardanza de la vuelta, aunque no fue despojado de la corona. Mira tú no vengas a llorarlo todo, si por un cabo pierdes los bienes de gloria de que gozan los santos en la vida venidera, y por otro los de gracia de que los justos gozan en la presente.