Capítulo XII

Del doceno título por donde estamos obligados a la virtud, por razón del primer privilegio della, que es la providencia especial que dios tiene de los buenos para encaminarlos a todo bien, y de la que tiene de los malos para castigo de su maldad

     Pues entre estos privilegios y favores, el primero y más principal, del cual como de una fuente caudalosa manan todos los otros, es la providencia y cuidado paternal que Dios tiene de los que le sirven. Porque aunque él tenga general providencia de todas las criaturas, pero tiénela muy más especial de los que ha recibido por suyos. Porque como él tenga éstos en lugar de hijos y les haya dado espíritu y corazón de hijos, él también por su parte tiene corazón de padre amantísimo para con ellos, y conforme a este amor tiene el cuidado y providencia dellos.

     Mas qué tan grande sea esta providencia, en ninguna manera lo podrá entender sino el que la hubiere experimentado, o el que con estudio y atención hubiere leído las escrituras sagradas y notado con diligencia los pasos que desto tratan. Porque quien así lo hiciere verá que casi toda la escritura divina, desde el principio hasta el fin, generalmente trata desto. Ca toda ella se mueve sobre estos dos puntos, como el mundo sobre dos polos, que son pedir y prometer. En los cuales por una parte pide Dios al hombre la obediencia y guarda de sus mandamientos, y por otra promete grandísimos premios al que los guardare, así como amenaza grandísimos castigos al que los quebrantare. La cual doctrina está de tal manera repartida, que todos los libros morales de la escritura divina piden y prometen, y todos los historiales verifican, el cumplimiento de lo uno y de lo otro, mostrando por las obras cuán diferente se hubo Dios con los buenos y con los malos.

     Mas como Dios sea tan largo y tan magnífico, y el hombre tan flaco y tan miserable; él tan rico para prometer, y el hombre tan pobre para dar, es muy diferente la proporción que hay entre lo que pide y lo que da, porque pide poco y da mucho, pide amor y obediencia -que él mismo nos da-, y por esto nos ofrece bienes inestimables de gracia y de gloria, para esta vida y para la otra. Entre los cuales ponemos aquí en el primer lugar este amor y providencia paternal que él tiene de los que recibe por hijos, la cual sobrepuja a todos los amores y providencias que todos los padres de la tierra tienen y pueden tener a los suyos. La razón desto es porque ningún padre hasta hoy atesoró ni aparejó tan gran bien a sus hijos, cuanto Dios tiene aparejado y prometido a los suyos, que es la participación de su misma gloria; ni trabajó tanto por ellos como él, pues por ésta derramó su sangre; ni tiene tan continuo cuidado dellos como él, pues los tiene presentes ante sus ojos, y ayuda en todos sus trabajos. Así lo confiesa David cuando dice: «A mí, señor, recibiste por mi inocencia, y me confirmaste siempre en tu presencia», esto es, «nunca apartaste tus ojos de mí, por el cuidado perpetuo que de mí tienes.» Y en otro salmo: «Los ojos -dice- del Señor están puestos sobre los justos, y sus oídos en las oraciones dellos. Mas su rostro airado está sobre los que hacen mal, para destruir de la tierra la memoria dellos.»

     Mas porque la mayor riqueza del buen cristiano es esta providencia que Dios tiene dél, y cuanto es mayor la certidumbre que tiene desto, tanto es mayor su alegría y confianza, será bien juntar aquí algunos testimonios de la escritura divina, porque cada uno déstos es como una cédula real y una nueva confirmación destas tan ricas promesas y mandas del testamento de Dios. El Eclesiástico, pues, dice: «Los ojos del Señor están puestos sobre los que le temen; él es su guarnición poderosa, su lugar de refugio, escudo de su defensión, amparo contra el calor del estío, sombra para el mediodía, socorro en sus peligros y ayuda en todas sus caídas; él es el que levanta sus ánimas, alumbra sus entendimientos, y el que les da salud, vida y bendición.» Hasta aquí son palabras del Eclesiástico, en las cuales ves cuántas maneras de oficios ejercita este señor para con los suyos.

     El profeta David, en un salmo, dice: «El Señor tendrá cuidado de regir y enderezar los pasos del justo, y cuando cayere no se quebrantará, porque él pondrá debajo su mano para que no se lastime.» ¡Mira tú qué podrá empecer la caída al que cae sobre una almohada tan blanda como es la mano divina! En otro lugar dice: «Muchas son las tribulaciones de los justos, mas de todas ellas los librará el Señor, porque él tiene cuenta con todos los huesos dellos, de tal manera que ni uno solo será quebrado.» Mas en el santo evangelio se encarece más esta providencia, donde dice el Salvador que no sólo tiene contados todos sus huesos, mas también todos sus cabellos, porque ni uno solo se pierda, para significar con esta la grandísima y especialísima providencia que tiene dellos. Porque, ¿de qué no tendrá cuidado quien lo tiene de los cabellos? Y si esto te parece mucho, no es menos lo que significó el profeta Zacarías, diciendo: «Quien a vosotros tocare, toca a mí en la lumbre de los ojos». Harto fuera decir: «Quien tocare a vosotros, toca a mí», pero mucho más fue decir: «Quien tocare en vosotros, en cualquiera parte que sea, me toca en la lumbre de los ojos.»

     Y no sólo por sí, sino también por el ministerio de los ángeles entiende en nuestra guarda, y así dice en un salmo: «A los ángeles tiene Dios mandado de ti, que te guarden en todos tus caminos y te traigan en las palmas de las manos para que no tropiecen tus pies en alguna piedra.» ¿Viste nunca tú tal coche o tal litera como son las manos de los ángeles para andar en ellas? Pues desta manera los santos ángeles, que son como nuestros hermanos mayores, traen en sus brazos a los justos, que son sus hermanos menores, que no saben andar por sí, sino en brazos ajenos. Y en éstos los traen los ángeles, no sólo en vida, sino también en muerte, como parece claro en aquel pobre Lázaro del evangelio, que después de muerto fue llevado por manos dellos al seno de Abrahán. En otro salmo dice: «El ángel del Señor anda alderredor de los que le temen, para librarlos de los peligros.» Y cuán poderosa sea esta guarda, decláralo más la traslación de san Jerónimo, que en lugar destas palabras dice así: «El ángel del Señor tiene sentados sus reales alderredor de los que le temen, para librarlos.» Pues, ¿qué rey hay en el mundo que tal guarda traiga consigo como ésta? La cual manifiestamente se vio en el Libro de los Reyes, donde viniendo el ejército del rey de Siria a prender al profeta Eliseo, y temblando su criado de miedo, hizo el santo profeta oración a Dios, suplicándole abriese los ojos de aquel desconfiado mozo para que viese cuánto mayor ejército tenía él en su favor que sus contrarios. Y abrió Dios los ojos del mozo, y vio todo el monte lleno de caballos y carros de fuego alderredor de Eliseo.

     Y esta misma guarnición es aquella de que se escribe en el libro de los Cantares, por estas palabras: «¿Qué verás tú en la Sunamites -que es la figura de la Iglesia-, y del ánima que está en gracia, sino compañías de reales» -que son la guarda de los santos ángeles-? Y esto mismo significa el esposo en el mismo libro, por otra figura, diciendo: «La litera de Salomón guardan sesenta fuertes de los más esforzados de Israel. Y todos ellos tienen sus espadas en las manos, y son muy diestros en pelear. Cada uno tiene su espada sobre el muslo por los temores de la noche.» Pues, ¿qué es esto sino declararnos el Espíritu Santo por tantas figuras el recaudo que la divina providencia tiene sobre las ánimas de los justos? Porque, ¿de dónde nace que un hombre concebido en pecado, viviendo en una carne tan mal inclinada y entre tantos millares de lazos y peligros, viva muchos años sin desbarrar ni en un solo pensamiento que sea pecado mortal, sino desta tan grande guarda y providencia divina? La cual es tan grande, que no solamente los libra de los males, y encamina a todos los bienes, sino muchas veces los mismos males en que alguna vez por divina permisión caen, los hace materia de bienes, cuando con ellos se hacen más cautos, más humildes y más agradecidos a quien los sacó de tales peligros y les perdonó tantos pecados. Porque en este sentido dice el apóstol que «a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan y sirven para su bien.»

     Y si estos favores son dignos de grande admiración, mucho más lo es, que no sólo tiene Dios esta cuenta con sus siervos, sino también con sus hijos y descendientes, y con todo lo que toca a ellos, como el mismo señor lo testificó, diciendo: «Yo soy señor Dios fuerte y celoso, que visito la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación, y uso de misericordia en millares de generaciones con aquellos que me aman y guardan mis mandamientos.» Así lo mostró él con David, cuyos hijos, a cabo de tantos años, no quiso destruir, aunque lo merecían muchas veces sus pecados, por respeto de su padre David. Y así lo mostró también con Abrahán, a cuyos hijos tantas veces perdonó por amor de sus padres. Y al mismo Ismael, que era hijo de esclava, prometió de multiplicar y engrandecer en la tierra por ser hijo de Abrahán. Y hasta su mismo criado enderezó en el camino y negocio que llevaba a cargo, de buscar mujer para el hijo de su señor, porque era criado dél. Y no sólo tuvo respeto al criado por amor del buen señor, pero lo que más es, aún al señor malo, por amor del buen criado. Y así leemos haber hecho él grandes mercedes a su amo de José, que era idólatra, por amor del santo mozo que tenía en su casa. Pues, ¿qué mayor benignidad y providencia que ésta? ¿Quién no se determinará de servir a un señor tan largo, tan fiel y tan agradecido para con todos los que le sirven y para con todas sus cosas?

 
I

De los nombres que en la escritura divina se atribuyen a nuestro señor por razón desta providencia

     Pues como esta divina providencia se extienda a tantos y tan maravillosos efectos, por eso tiene Dios en la escritura divina muchos y diversos nombres. Pero el más celebrado y más usado es llamarse Padre, como lo llama su amantísimo hijo a cada paso en el evangelio. Y no sólo en el evangelio, mas también en muchos lugares del Viejo Testamento, como lo significó el profeta en el salmo cuando dijo: «De la manera que el padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de todos los que le temen, porque él conoce la flaqueza de nuestra humanidad.»

     Y porque aún le parecía poco a otro profeta llamar a Dios Padre, pues su amor y providencia sobrepuja a la de todos los padres, dijo estas palabras: «Señor, vos sois nuestro padre, y Abrahán no nos conoció, e Israel no tuvo que ver con nosotros», dando a entender que estos que eran padres carnales no merecían este nombre, en comparación de Dios. Mas porque entre estos amores de padres el de las madres suele ser, o más vehemente, o más tierno, no se contenta este señor con llamarse Padre, sino llámase también Madre, y más que Madre. Y así dice él por Isaías estas dulcísimas palabras: «¿Qué madre hay que se olvide de su hijo chiquito, y que no tenga corazón para apiadarse de lo que salió de sus entrañas? Pues si fuere posible que haya alguna madre en quien pueda caber este olvido, en mí nunca jamás cabrá, porque en mis manos te tengo escrito y tus muros están siempre delante de mí.» Pues, ¿qué palabras de mayor ternura y providencia que éstas? ¿Quién será tan ciego o tan desconfiado que no se alegre, que no resucite y levante cabeza con tales prendas de tal providencia y amor? Porque quien considerare que el que estas palabras dice es Dios, cuya verdad no puede faltar, cuyas riquezas no tienen término, cuyo poder es infinito, ¿qué temerá, qué no esperará, cómo no se alegrará con tales palabras, con tales prendas, con tal providencia y con tal significación de amor?

     Pues pase el negocio aún más adelante, porque no contento este señor con comparar éste su amor con el vulgar y común amor de las madres, escogió una entre todas ellas, que es la más afamada en este amor, la cual, según dicen, es el águila, y con el désta comparó su amor y providencia, diciendo: «De la manera que lo hace el águila, así este señor defendió su nido y amó sus hijos, y así extendió sus alas y los puso encima dellas y los trajo sobre sus hombros.» Lo cual aún más abiertamente declaró el mismo profeta al mismo pueblo, después de llegado a la tierra de promisión, diciendo: «Hate traído el Señor en todo este camino por do has caminado, de la manera que un padre trae un hijo chiquito en sus brazos, hasta ponerte en este lugar.»

     Y así como él toma para sí nombre de Padre y de Madre, así también da a nosotros nombre de hijos, y de hijos muy regalados, como claramente lo testifica él por Jeremías, diciendo: «Hijo mío muy honrado es Efraín, y niño delicado, porque después que comencé a tratar con él, siempre he tenido memoria dél. Y por tanto, mis entrañas se han enternecido sobre él, y apiadando, me apiadaré dél.» Cada palabra déstas, pues es de Dios, era mucho para ponderar y para estimar, y para regalar y enternecer nuestro corazón para con Dios, pues así se enterneció el de Dios para con tan pobres criaturas.

     Y por razón desta misma providencia, después del nombre de Padre, se llama él también Pastor, como se llama en su evangelio. Y para declarar hasta dónde llegaba el amor y cuidado desta providencia pastoral, dijo estas palabras: «Yo soy buen pastor, y conozco a mis ovejas, y ellas conocen a mí.» ¿De qué manera, señor, las conocéis? ¿Con qué ojos las miráis? «Con los ojos -dice él- que mi padre mira a mí y yo a él, con ésos miro yo a mis ovejas y ellas miran a mí.» ¡Oh bienaventurados ojos! ¡Oh dichosa vista! ¡Oh dichosa providencia! Pues, ¿qué mayor gloria, qué mayor tesoro puede nadie desear, que ser mirado del Hijo de Dios con tales ojos, que es con los ojos que su padre mira a él? Porque aunque la comparación no sea igual en todo, pues más merece el hijo natural que los adoptivos, pero asaz es grande gloria ser ella tal, que merezca ser comparada con ésta.

     Mas cuáles sean las obras y beneficios desta providencia, declara y promete Dios copiosísima y elegantísimamente por el profeta Ezequiel, diciendo así: «Yo buscaré mis ovejas y las visitaré. De la manera que visita el pastor su ganado cuando lo halla descarriado, así yo visitaré mis ovejas y las sacaré de todos los lugares por donde andaban descarriadas en el día de la nube y de la oscuridad. Y sacarlas he de entre los pueblos, y juntarlas he de diversas tierras, y traerlas he a la suya, y apacentarlas he en los montes de Israel, en los ríos y en todos los otros lugares de la tierra. Y apacentarlas he en abundantísimos pastos, que será en los montes altos de Israel, donde descansarán sobre las yerbas verdes, y serán apacentadas en pastos muy abundosos. Yo apacentaré mis ovejas y les daré sueño reposado, dice el Señor. Yo buscaré lo perdido, y recobraré lo hurtado, y ataré lo que estuviere quebrado, y esforzaré lo flaco, y guardaré lo que estuviere fuerte, y apacentarlas he enjuicio, que es con grande recaudo y providencia.» Y un poco más abajo añade luego, diciendo: «Y haré con ellas un contrato de paz, y ojearé todas las malas bestias de la tierra, y los que moran en el desierto estarán seguros en los bosques. Y puestas alderredor de mi collado, derramaré sobre ellas mi bendición, y enviaré las aguas lluvias a su tiempo, las cuales serán benditas, esto es, saludables y provechosas, y no dañosas a los pastos del ganado.» Hasta aquí son palabras de Ezequiel.

     Dime ahora, pues, qué más había que prometer ni con qué más dulces y amorosas y elegantes palabras se pudiera todo esto representar. Porque es cierto que ni habla el Señor aquí del ganado material, sino del espiritual que son los hombres -como el mismo texto expresamente lo dice-, ni menos promete yerbas y abundancia de bienes temporales, que son comunes a buenos y a malos, sino abundancia de favores y gracias y providencias especiales, con las cuales rige Dios y gobierna este espiritual ganado a manera de pastor, como él mismo lo explica por Isaías, diciendo: «Así como pastor apacentará su ganado, y con su brazo juntará los corderos y los traerá en su seno, y las ovejas paridas y preñadas él las llevará sobre sus hombros.» Pues, ¿qué cosa más tierna ni más dulce que ésta? Destos mismos oficios y beneficios de pastor habla y trata todo aquel divino salmo que comienza: Dominus regit me, en lugar de las cuales palabras traslada san jerónimo más claramente: Dominus pastor meus est. Y propuesto este principio, prosigue luego en todo el salmo todos los oficios de pastor, los cuales no pongo aquí porque quien quiera los podrá por sí leer y entender.

     Y de la manera que se llama Pastor porque nos rige, así también Rey porque nos defiende, y Maestro porque nos enseña, y Médico porque nos cura, y Ayo porque nos trae en sus brazos, y Guarda por el cuidado que tiene de velar sobre nosotros y guardarnos. De los cuales nombres están llenas todas las escrituras divinas. Mas entre todos estos nombres, el más

tierno y más regalado, y que más descubre esta providencia. es el nombre de Esposo, con que se llama en el libro de los Cantares y en otros muchos lugares de la Escritura. Y así convida él al ánima del pecador que lo quiera llamar, diciendo: «Siquiera ahora me llama Padre mío y Guía de mi virginidad.» El cual nombre celebra el apóstol con grande encarecimiento, porque después de aquellas palabras que dijo el primer hombre a la primera mujer, conviene saber: «Por ésta dejará el hombre padre y madre, y allegarse ha a su mujer, y serán dos en una carne», añade el apóstol y dice: «Este sacramento es grande, entendido, como yo lo entiendo, de Cristo y de la Iglesia» -que es esposa suya, y así lo es también en su manera de cualquiera de las ánimas que están en gracia-. Pues, ¿qué no se podrá esperar de quien tal nombre como éste tiene, pues no lo tiene de balde?

     Mas, ¿para qué es andar buscando en las escrituras sagradas un nombre de aquí, otro de allí, pues los nombres que de sí prometen algún bien competen a este señor, pues quienquiera que le ame y le busque hallará en él todo lo que desea? Por lo cual dice san Ambrosio en un sermón: «Todas las cosas tenemos en Cristo, y todas ellas nos es Cristo. Si deseas ser curado de tus llagas, médico es; si ardes con calenturas, fuente es; si te fatiga la carga de los pecados, justicia es; si tienes necesidad de ayuda, fortaleza es; si temes la muerte, vida es; si quieres huir de las tinieblas, luz es; si deseas ir al cielo, camino es; si tienes necesidad de manjar, mantenimiento es.» Cata aquí, pues, hermano, cuántas maneras de nombres tiene este señor, que en sí es uno y simplicísimo. Porque aunque sea uno en sí, a nosotros es todas las cosas para remedio de todas nuestras necesidades, que son innumerables.

     No acabaríamos a este paso de referir todas las autoridades que sobre esta materia se ofrecen en las escrituras divinas. Mas éstas he referido para consuelo y esfuerzo de los que sirven a Dios y para atraer con ellas a su servicio a los que no le sirven, pues es cierto que ningún tesoro hay debajo del cielo mayor que éste. Por donde, así como los que han servido a los reyes en algunas grandes jornadas por mandamientos y cartas suyas, en que se les prometen grandes premios por estos trabajos, guardan estas cartas con todo recaudo, y con ellas se animan y alegran en esos mismos trabajos, y con ellas piden después la remuneración de sus servicios, así los siervos de Dios guardan dentro de su corazón todas estas palabras y cédulas divinas, muy más ciertas que todas las de los reyes de la tierra. En ellas tienen su esperanza, con ellas se esfuerzan en sus trabajos, por ellas confían en sus peligros, con ellas se consuelan en sus angustias, a ellas recurren en todas sus necesidades, ellas los encienden en el amor de tal señor y les obligan a entregarse del todo a su servicio, pues él tan fielmente les promete de emplearse todo en su provecho, siéndoles todo en todas las cosas. En lo cual parece que uno de los principales fundamentos de la vida cristiana es el conocimiento práctico desta verdad.

     Pues dime ahora, ruégote, si es posible imaginarse cosa alguna más rica, más preciosa, y más para estimar y desear que ésta, y si se puede imaginar en esta vida algún mayor bien que tener a Dios por padre, por madre, por pastor, por médico, por maestro, por ayo, por muro, por defensor, por valedor, y lo que más es, por esposo, y finalmente por todas las cosas. ¿Qué tiene el mundo que poder dar a sus amadores que iguale con esto? Pues, ¿cuánta razón tienen los que este bien poseen para alegrarse, consolarse y esforzarse y gloriarse en él sobre todas las cosas? «Alegraos -dice el profeta- en el Señor los justos, y gloriaos en él todos los rectos de corazón.» Como si más claramente dijera: «Alégrense los otros en las riquezas y honras del mundo; otros, en la nobleza de sus linajes; otros, en los favores y privanzas de los príncipes; otros, en la preeminencia de sus oficios y dignidades. Mas vosotros que presumís tener a Dios por vuestro, que es vuestra heredad y vuestra posesión, alegraos y gloriaos más de verdad en este bien, pues es tanto mayor que todos los otros, cuanto es más Dios que todas las cosas.» Así lo confiesa expresamente David en un salmo, diciendo: «Líbrame, señor, de las manos de los que están fuera de tu servicio y de tu casa, los cuales no tienen boca sino para hablar vanidad, ni brazo sino para obrar maldad; cuyos hijos andan en su juventud lozanos y frescos como los árboles nuevos y recién plantados; cuyas hijas andan ataviadas y compuestas a manera de templos; cuyas despensas están llenas y abastadas de todos los bienes; cuyas ovejas están gordas y llenas de hijos. Por bienaventurado tuvieron al pueblo lleno de todos estos bienes, mas yo digo que bienaventurado el pueblo que tiene al Señor por su Dios.» ¿Por qué, David? La razón está muy clara: porque en él solo posee un bien en quien está todo lo que se puede desear. Por tanto, gloríense los otros en todas estas cosas; mas yo, aunque muy rico y muy poderoso rey, en él solo me gloriaré. Así se gloriaba aquel santo profeta que decía: «Yo me gozaré en el Señor, y alegrarme he en Dios mi salvador, porque él es mi Dios y mi fortaleza, y el que hará mis pies ligeros como los de los ciervos para correr sin tropiezo por los caminos desta vida, y hará que ande yo sobre los altos montes cantándole salmos y alabanzas.»

     Éste es, pues, el tesoro, ésta la gloria que está aparejada en este mundo para los que sirven a Dios. Y ésta es una de las grandes razones que hay para que todos le deseen servir, y una de las justísimas querellas que él tiene contra los que no le sirven, siendo él tan buen señor y tan fiel ayudador y defensor dellos. Y con esta queja envió al profeta Jeremías a quejarse de su pueblo, diciendo: «¿Qué aspereza hallaron vuestros padres en mí por que se alejaron de mí y se fueron en pos de la vanidad y se hicieron vanos?» Y más abajo: «¿Por ventura he sido yo a este pueblo tierra yerma y tardía y desaprovechada?» Como si dijese: «Claro está que no, pues tantas victorias y prosperidades les han venido por mi mano. Pues, ¿por qué ha dicho este pueblo: Ya nos habemos apartado de tu servicio y no queremos más volver a ti? ¿Por ventura olvidarse ha la doncella del más hermoso de sus atavíos y de la faja rica con que se ciñe los pechos? Pues, ¿por qué mi pueblo se ha olvidado de mí por tantos días, siendo yo todo su ornamento, su gloria y su hermosura?» Pues si de aquellos se quejaba Dios en el tiempo de la Ley, donde las mercedes eran más cortas, ¿cuánta más razón tendrá ahora de quejarse, cuando son tanto más largas cuanto más espirituales y más divinas?

 
II

De la manera de la providencia que tiene Dios de los malos para castigo de sus maldades

 

     Y si no nos mueve tanto el amor desta felicísima providencia de que gozan los buenos, muévanos siquiera el temor de la providencia, si así se puede llamar, que tiene Dios de los malos, la cual es medirlos con su propia medida, y tratarlos conforme al olvido y menosprecio que tienen de Su Majestad, olvidándose de los que le olvidan y despreciando a los que le desprecian. Y para significar esto más palpablemente, mandó al profeta Oseas que se casase con una mujer fornicaria, para dar a entender la fornicación espiritual en que había caído aquel pueblo que había desamparado a su legítimo esposo y señor. Y a un hijo que deste matrimonio le nació mandó poner por nombre una palabra hebrea que quiere decir: «No mi pueblo vosotros», para dar a entender que, pues ellos con sus pecados no le reconocieron ni sirvieron como a Dios, él tampoco los reconocería y trataría como a pueblo. Y en confirmación de la misma sentencia, añade luego más abajo, diciendo: «Juzgad a vuestra madre, juzgadla, porque ni ella es mi mujer ni yo soy su marido», dando a entender que, así como ella no le había guardado fe y obediencia de buena mujer, así él no tendría para con ella el amor y providencia de verdadero marido. Ves, pues, cuán abiertamente nos enseña aquí este señor cómo mide a cada uno con su misma medida, siendo tal para con el hombre como el hombre es para con él.

     Pues desta manera viven los malos como olvidados de Dios, y así están en este mundo como hacienda sin dueño, como escuela sin maestro, como navío sin gobernalle, y finalmente como ganado descarriado sin pastor, que nunca escapa de lobos. Y así les dice Dios por el profeta Zacarías: «No quiero ya tener más cargo de apacentaros; lo que muriere, muérase, y lo que mataren, mátenlo; y los demás, que se coman a bocados unos a otros.»Y lo mismo significó en el Cántico de Moisés, diciendo: «Apartaré mis ojos dellos, y estarme he mirando las miserias y calamidades en que finalmente han de parar, sin proveerles de remedio.»

     Pero aún más copiosamente declara él esta manera de providencia por Isaías, hablando de su pueblo en nombre de viña, contra la cual, porque después de labrada y cultivada con muchos beneficios no había acudido con el fruto que era razón, pronuncia él esta sentencia, diciendo: «Quiero declararos lo que yo haré con esta mi viña. Quitarle he el vallado, y será robada; derribarle he la cerca, y será hollada; y haré que quede como una tierra desierta. No será podada ni cavada, cubrirse ha de zarzas y espinas, y a las nubes mandaré que no lluevan sobre ella», esto es, «quitarle he todos los socorros y ayudas eficaces de que la había proveído, de donde seguirá su total caída y destrucción». ¿Parécete, pues, que es mucho para recelar tal manera de providencia?

     Pues dime ahora: ¿qué mayor peligro y qué mayor miseria que vivir fuera desta tutela y providencia paternal de Dios, y quedar expuesto a todos los encuentros del mundo y a todas las calamidades e injurias desta vida? Porque como este mundo sea por una parte un mar tempestuoso, un desierto lleno de tantos salteadores y bestias fieras, y sean tantos los desastres y acaecimientos de la vida humana, tantos y tan fuertes los enemigos que nos combaten, tantos y tan ciegos los lazos que nos arman, y tantos los abrojos que nos tienen por todas partes sembrados; y, por otra parte, el hombre sea una criatura tan flaca y tan desnuda, tan ciega, tan desarmada, y tan pobre de esfuerzo y de consejo: si le falta esta sombra y este arrimo y favor de Dios, ¿qué hará el flaco entre tantos fuertes, el enano entre tantos gigantes, el ciego entre tantos lazos, y el solo y desarmado entre tantos y tan poderosos enemigos?

     Pues aún no para el negocio en esto. Porque no se contenta esta providencia con desviar sus ojos de los malos, de donde se sigue que caigan en tantas maneras de penas y trabajos, mas antes ella misma se los acarrea y procura. De tal manera que los ojos que antes velaban para su provecho, ahora velen para su castigo, como claramente lo testificó él por Amós, diciendo: «Pondré mis ojos sobre ellos; mas esto será para su mal, y no para su bien», como si más claramente dijera: «Trocarse ha de tal manera la providencia que tenía dellos, que yo que antes los miraba para defenderlos, ahora los miraré para castigarlos y darles el pago que sus maldades merecen.» Así lo declaró aún más expresamente por el profeta Oseas, diciendo: «Yo seré como polilla de Efraín y como carcoma de Israel, para los ir castigando y destruyendo como se destruye la ropa con la polilla.» Y porque esta manera de persecución parecía prolija y blanda, añade luego otra más acelerada y furiosa, diciendo: «Yo seré como leona a Efraín y como cachorro de leona a Judá; yo iré y los prenderé y los tomaré, y no habrá quien los libre de mis manos.» ¿Pues qué mayor miseria quieres que ésta?

     Y no es menos claro testimonio deste linaje de providencia el que leemos en el profeta Amós, en el cual, después de haber dicho Dios que había de meter a espada todos los malos por los pecados de su avaricia, añade luego y dice así: «Y no piensen escapar de mis manos los que huyen. Porque si descendieren hasta el infierno, de allí los sacará mi mano; y si subieren a lo alto, de allí los derribaré; y si subieren a lo más alto del monte Carmelo, ahí los buscaré y los tomaré; y si se escondieren de mis ojos en el profundo de la mar, ahí mandaré a la serpiente y morderlos ha; y si fueren cautivos a tierra de sus enemigos, ahí mandaré al cuchillo y matarlos ha; y pondré mis ojos sobre ellos para su mal, y no para su bien.» Hasta aquí son palabras del profeta.

     Pues dime ahora qué hombre hay, que leyendo estas palabras y acordándose que son de Dios, y viendo cuál sea esta manera de providencia que él tiene de los malos, no se estremezca todo de ver cuán poderoso enemigo tiene contra sí, el cual con tan grande estudio y diligencia le busque y le cerque y le tome todos los caminos y vele para su destrucción. ¿Cómo tendrá reposo, cómo comerá bocado que bien le sepa, teniendo tales ojos, tal furor, tal perseguidor y tal brazo contra sí? Porque si tan grande mal es carecer del favor y providencia del Señor, ¿cuánto mayor lo será haber convertido contra sí las armas desta misma providencia, y que el espada que estaba desenvainada contra tus enemigos se vuelva contra ti, y los ojos que velaban para defenderte velen ahora para destruirte, y el brazo que era para sostenerte sea ahora para derribarte, y el corazón que pensaba sobre ti pensamientos de paz y de amor piense ahora pensamientos de aflicción y dolor, y el que había de ser tu escudo, tu sombra y tu amparo, venga a ser ahora polilla para comerte y león para despedazarte? ¿Cómo puede dormir seguro el que sabe que, cuando él duerme, está Dios, como aquella vara de Jeremías, velando para su castigo y aflicción? ¿Qué consejo habrá contra este consejo, qué brazo contra este brazo, y qué providencia contra esta providencia? ¿Quién jamás, como se escribe en Job, se puso en armas contra Dios y le resistió, que tuviese paz?

     Finalmente, tal es y tan grande este mal, que uno de los mayores castigos con que Dios suele castigar o amenazar a los malos en esta vida es levantar dellos la mano de su paternal providencia, como él mismo lo testifica en muchos lugares de la santa escritura. Porque en una parte dice: «No quiso mi pueblo oír mi voz ni tener cuenta conmigo; pues yo tampoco la quise tener con él de la manera que antes la tenía. Y así, permití que fuesen llevados de los deseos de su corazón, de donde se seguirá que vayan cada día de mal en peor.» Y por el profeta Oseas dice: «Olvidástete de la ley de tu Dios; olvidarme he yo también de tus hijos.» De suerte que, así como uno de los mayores males que le pueden venir a una mujer es darle su buen marido libelo de repudio y abrir mano della; y a una viña desampararla su señor y dejar de labrarla, porque luego de viña se hace monte, así uno de los mayores males que pueden venir a un ánima es levantar Dios la mano della. Porque, ¿qué podrá ser un ánima sin Dios, sino una viña sin viñador, una huerta sin hortelano, un navío sin piloto, un ejército sin capitán, y una república sin cabeza, o por mejor decir, un cuerpo sin ánima?

     Cata aquí, pues, hermano mío, cómo por todas partes te cerca Dios y te cerca esa razón. Porque si no basta para mover tu corazón el amor y deseo de aquella paternal providencia, muévate siquiera el temor deste desamparo, porque a los que no suele mover el deseo de los bienes, mueve muchas veces el temor de grandes males.