Robert de Langeac

La vida oculta en Dios

 

IV. FECUNDIDAD APOSTÓLICA

 

LA UNIÓN SE REALIZA EN LA CRUZ

Los signos del afecto de Dios revisten dos formas muy diferentes: tan pronto son agradabilísimos y muy dulces, como son dolorosos y crucificantes. Dios exalta el alma, y la rebaja. La colma, y luego la aplasta. Pero la une siempre. Sí; a pesar de lo contrario de las apariencias, los contactos crucificantes unen profundamente. Y no pensamos solamente en las pruebas purificadoras del alma, preludio obligado de la unión: pensamos, sobre todo, en esos dolores redentores que experimenta tan a menudo el alma que llega a la unión transformadora y perfecta. Hay allí una comunión real con los sufrimientos de Jesús Crucificado. Hay, pues, unión, y tanto más intensa cuanto más profundos son los dolores. ¿Cómo explicar este misterio? Parece que San Pablo nos da la clave cuando dice: Estoy crucificado con Cristo. ¡Qué unión en el sufrimiento y en el amor! El alma interior está también verdaderamente clavada en la Cruz con Jesús, y por el mismo Dios, según parece. Es que cuanto más querida es un alma a su Corazón de Padre, más quiere que sea imagen viviente de su amado Hijo. De ahí el cuidado que pone en mantenerla siempre sobre la Cruz. Le hace comprender de una manera sobrecogedora que Él, el Amor, no es amado; que ella misma no le da todavía todo el amor que podría darle. Le dice también que Él. que es la Verdad, no es conocido y que ella misma no lo contempla lo bastante. Entonces el alma siente que su corazón se deshace de dolor, y en ello hay un goce secreto inefable. Es el gozo de la caridad terrenal, imperfecto sin duda si lo comparamos con el goce del cielo, pero muy superior a todas las felicidades de la tierra. Sí, el sufrimiento bien aceptado une a Dios. Diríamos que es una mano de hierro de la que primero sentimos toda la dureza, pero que aprieta al alma cada vez más deliciosamente sobre el Corazón de Dios. La amargura va disminuyendo sin cesar, el gozo va siempre en aumento y la unión se hace más íntima a cada dolor mejor aceptado; si no siempre es más sentida, al menos es siempre más perfecta y más profunda. Es que para sufrir bien hay que amar mucho, y que en esas condiciones, y, por otra parte, en igualdad de circunstancias, cuanto más y mejor se sufre, más y mejor se ama. He ahí por qué el sufrimiento es un signo tan precioso del afecto de Dios.

 

FECUNDIDAD DE LA CRUZ

Tu Esposa, Dios mío, domina el mundo desde lo alto de su amor. Pero su dominación nada tiene de duro ni de tiránico. Es todo benignidad y bondad. Esta alma ha sido situada graciosamente por encima de las demás. Ella lo sabe y lo ve tan claro como el día. Nunca lo olvida. Si contempla las cosas desde lo alto y desde lejos, es para poder iluminar a los que están en la noche y para dirigir hacia Ti a los que podrían extraviarse. Si vive sobre las cimas y cerca del cielo, es también para hacer subir a ellas a quienes están atascados en la tierra o a los que amenaza tragarse el mar. Tú lo quisiste así, divino Salvador Jesús; elevado a la Cruz, atraes todo hacia Ti. Toda alma unida a Ti por el amor eleva al mundo.

¿De dónde viene este poder sobre las almas y sobre el mundo? Sin duda del amor, pero de ese amor que se alimenta de sacrificios. Hay que decirlo: la vocación a la vida interior profunda es una, vocación al martirio. Efectivamente, el alma llamada por Dios no sólo debe pasar por las duras refundiciones de su sensibilidad y por las impotencias, todavía más dolorosas, de sus facultades superiores obligadas, como, a pesar suyo, a renunciar a su manera normal y natural de obrar, sino que se le piden nuevas inmolaciones, no tanto para ella como para los demás. Sufre por no poder amar a su Dios como Él merece serlo. Sufre al verlo tan poco conocido y tan poco amado. Más aún: siente gravitar sobre ella con todo su peso al mundo y sus pecados. El misterio de la agonía y de la Cruz se renueva para ella, y comulga en él en la medida de su amor. Su vida, como la de Jesús, es «cruz y martirio». Pero hay que decirlo también: es un martirio amado. ¿Qué mejor prueba de afecto puede dar a Jesús y a sus hermanos que aquélla? ¿Dónde encontrar una prueba de amor más auténtica? Y el fruto de la caridad es el gozo, un gozo totalmente espiritual, gustado en lo más íntimo del alma y compatible con el verdadero dolor, que llega a ser como su fuente. ¡Qué no sufriría Jesús sobre la Cruz! Y, no obstante (sin hablar de la visión beatífica), ¡cuál no sería su gozo al glorificar a su Padre y salvar a sus hermanos por sus mismos sufrimientos! Profundo misterio, es cierto, ¡pero cómo ilumina el de las almas esposas y víctimas y cómo hace entrever el de su dulce Madre, Nuestra Señora de los Dolores!

He ahí por qué semejante alma atrae al Rey de Reyes y lo cautiva. ¡Se siente tan dichoso al encontrarse en ella y al poder hacer que los hombres se beneficien por ella de los frutos de su inmolación! Para Él es como la renovación de los goces del Calvario, puesto que sus sufrimientos no pueden ser renovados. Y puesto que esta alma comprende tan bien sus deseos y realiza tan bien sus voluntades, ¿por qué Él, a su vez, no había de cumplir todos los deseos de su Esposa? Y eso es lo que se produce. Dios pone a su disposición todos sus tesoros. El alma puede sacar de ellos lo que quiera y distribuirlos a su arbitrio. A causa de la profunda armonía que entre ambos existe, nunca hay que temer un conflicto en este aprovechamiento. Si fuese necesario, Jesús sabría hacer comprender, desde dentro, que tal empleo no responde a sus planes, y el alma, inmediatamente, renunciaría a él sin pensar más. El alma es verdaderamente reina. Tiene todas las cosas bajo su dominación; las gobierna, tiene la impresión de que participa en tu monarquía universal, ¡oh Jesús!, y de que lo dirige todo contigo y por Ti al único fin de todo: a la gloria de la adorable Trinidad. Desde ahora, nada la sobresalta, nada la turba en su fondo. No solamente sabe y cree, sino que, en cierto modo, ve cómo todas las cosas se mueven para tu gloria, Dios mío, y para el bien-de los que te aman: "Dios hace concurrir todas las cosas para bien de los que le aman" (Rom. 8, 28) incluso sus pecados, añade San Agustín.

El filósofo soñaba con encontrar por su pensamiento el orden del mundo para contemplarlo; pero el alma unida a Ti, Dios mío, lo contempla sin esfuerzo y desde mucho más arriba.

 

LA ACCIÓN DEL ALMA UNIDA A DIOS

Toda alma que te quiere, Dios mío, es un alma fuerte, y su fuerza aumenta con su amor. Cuando te ama con todo su corazón y cuando su corazón es grande, su fuerza llega a ser una verdadera potencia. ¿Cómo sucede eso, Dios mío? Es que el amor une a Ti. Cuanto más profundo es, más perfecta es la unión contigo. Pero Tú eres el Dios fuerte. Todo ésta sometido a tu poder, el cielo y la tierra, los ángeles y los hombres. Nada sucede en el mundo sin expreso permiso de tu parte; no puede desaparecer una nación, ni morir un jilguero, sin que Tú lo hayas permitido. Ahora bien, el alma que te está íntimamente unida por el amor comulga en tu poder y participa de tu fuerza. Llega a ser, para las demás, una fuente de vigor y de energía. Ordena, y la obedecemos; exhorta, y progresamos; camina valerosamente hacia Ti, y la seguimos; se lanza hacia las alturas, y hace que los demás subamos hasta allí con ella. Lo que añade mucho al encanto de esta alma es la gracia con que se desarrolla su vida y se despliega su fuerza. Tú, Dios mío, lo haces todo con dulzura y firmeza, suaviter et fortiter. El alma que te está íntimamente unida participa tanto de esta suavidad como de esta fuerza. Todo en su acción es medido, ponderado, equilibrado, armonizado. Habla como conviene hacerlo; se calla cuando es mejor callarse. Se adelanta si es preciso; se esfuma muy gustosa y sin siquiera hacer notar que se borra. Y así en todo. Eso es lo que da tanto encanto a su acción. Tiene un algo acabado, perfilado, completo, perfecto, que extasía. Nada encontramos que sobre en ella. Nada le falta. Es un fruto hermoso y bueno, de aspecto agradable, de sabor delicioso. Hay allí algo divino. «Hizo bien todas las cosas».

 

PODER DE ESA ALMA EN OBRAS E INCLUSO EN SILENCIO

El amor que la consume por dentro se manifiesta exteriormente por la riqueza, la abundancia y la perfección de sus obras. El alma interior está serena, apacible, pero no está inactiva. Dondequiera que está, el amor actúa. Cuanto más fuerte es, más poderosa es su acción. Quiere ardientemente el bien de Dios. Trabaja sin cesar para realizarlo. Aun privada de los medios ordinarios e la acción, que son la palabra y las obras, sigue actuando y tal vez más eficazmente que nunca. Le quedan la oración. el sufrimiento, la misma impotencia. Todo lo encuentra bien. Convierte en flecha cualquier madera. Alcanza su objeto. Ilumina a los que no lo conocen. Consuela a los que no piensan en Él. En el silencio, sin ningún ruido, ignorado de todos, Él comunica la vida, la verdadera vida, la que no se acaba.. ¿Por qué extrañarse de esta acción oculta y de su poder? El amor ha unido al alma interior a Dios. Dios le ha dado todo por contrato. Se ha dado a Sí mismo. Se ha convertido en su prisionero, en su cautivo. Pero, al dar y al darse, nada ha perdido de su fuerza y de su riqueza, sigue siendo el Dios bueno, constantemente ocupado en hacer bien a sus criaturas. Y del mismo modo que entre Él y el alma, su Esposa, son idénticos los gustos y los sentimientos, así también lo son el poder y el deseo de hacer el bien. Sin duda que Dios podría actuar directamente y por Si solo en las almas; pero le agrada ser no solamente artesano, sino peón. Lo cual es más hermoso, más dulce también, para el alma que comulga a sabiendas en tu acción santificadora. ¡Es tan bueno, Dios mío, darte como a manos llenas! Nada es tan dulce para el alma interior como sentir que en cierto modo, tiene mando sobre Ti. Te pertenece por completo, es verdad; pero también Tú le perteneces a ella por entero. Entre Tú y ella se diría que existe la más perfecta igualdad, incluso la más real identidad, no en el orden del ser, sino en el orden del amor. El alma se siente potencia divina, amabilidad divina. Unida a Ti por el fondo de si misma, siendo una misma contigo en un sentido muy real, trata de comunicar a otros su riqueza y su felicidad.. Pero todo está regulado por tu sabia Providencia, Dios mío. No le corresponde a tu Esposa escoger a tus amigos. Todo su oficio consiste en buscarlos, en reconocerlos y en darles luego, contigo y por Ti, el tesoro de tu amor.

 

ACCIÓN SOBRE LAS ALMAS

El bien se difunde de modo espontáneo. El alma interior, rica en Dios, lo da al que se lo pide sinceramente, a unos más, a otros menos, según la voluntad de Dios y las disposiciones particulares de cada cual. Uno recibe treinta, otro sesenta, otro ciento. Pero todos padecen su benéfica influencia. Da a todos y se da toda a todos. Lo cierto es que de su afecto inteligente, abnegado, desinteresado, sobrenatural, puede decirse lo que se ha dicho del amor de una madre por sus hijos: «Cada uno tiene su parte, y todos lo tienen integro.»

Así como no hay bien «que pueda entrar en comparación con Dios», que es el Bien absoluto, tampoco hay limosna comparable a la que el alma interior distribuye a todos los que a ella vienen con el corazón ávido de ese Bien de bienes. El alma interior ejerce, en efecto, un verdadero atractivo sobre las demás almas, principalmente sobre aquellas en cuyo interior actúa la gracia. Éstas comprenden como por instinto que existe una misteriosa armonía entre ellas y esa alma privilegiada. Vienen, pues, hacia ella confiadas. Se sienten seguras a la sombra de esta alma. Están persuadidas de que si pueden contarle sus penas, sus temores, sus deseos y sus esperanzas, no sólo serán comprendidas, lo que ya es mucho, sino que se verán iluminadas, consoladas, fortificadas, reanimadas. En fin, que encontrarán así, de un golpe, todo lo que les falta. Y eso es verdad. He ahí por qué es tan preciosa un alma totalmente interior. He ahí por qué, aun viviendo lo más a menudo oculta, ejerce una influencia tan profunda.

Aunque piensa poco en su interés personal y se olvida gustosamente de sí misma -tal vez incluso a causa de eso-, el alma interior ve que todas las cosas resultan bien para ella. Todo lo que hace le sale bien. Es que, en el fondo, su voluntad, perfectamente unida con la voluntad de Dios, llega a ser tan eficaz como ésta. Lo que el alma emprende, lo emprende sólo para Dios y según Dios. Lo que hace, es Dios, más que ella, quien lo hace en ella y por ella. ¿Por qué asombrarse, pues, de sus éxitos? Incluso lo que parecen sus fracasos acaban, en fin de cuentas, saliendo de algún modo en provecho suyo. Sucede con ella como con Jesús. Que en la hora en que todo parece definitivamente perdido es cuando, al contrario, está todo definitivamente ganado. De la muerte sale la vida; de la humillación, la gloria. La última palabra sigue correspondiendo siempre a los amigos de Dios.

 

MATERNIDAD ESPIRITUAL

Dios da al alma interior, su Esposa, una verdadera fecundidad espiritual. Hay en el mundo algunas almas que le están unidas por el mismo Dios y a las cuales debe de alimentar como una madre alimenta a sus hijos. No es necesario que conozca a estas almas para que ante Dios las tenga ella a su cargo. Sin embargo, a veces, cuando El lo juzgue oportuno, Dios hará de modo que el hijo y la madre se encuentren. Ese encuentro será para los dos un gozo profundo, totalmente espiritual y de corazón. El alma interior no puede comunicar la vida divina sino del modo como el Padre la comunica al Hijo, y el Hijo al Espíritu Santo. La carne no entra aquí para nada, y nada hay para ella. Lo que nació del Espíritu es Espíritu y debe seguir siéndolo.

En los orígenes de las familias religiosas hay siempre un alma que vive sobre las cumbres cerca de Dios. Por lo común caen sobre ella las dificultades en tan gran número como las gotas de una lluvia tempestuosa o los copos de una borrasca de nieve. Pero el amor que guarda ella en su corazón más fuerte que todo. Y así, lo que debía abatirla, la levanta. Lo que debía extinguir su llama, la reaviva. El obstáculo se convierte en medio. La ruina es el comienzo de la prosperidad. Cobra entonces todo su impulso y recorre en derechura su camino, atrayendo y arrastrándolo todo tras de sí.

 

LUCHA CONTRA LOS MALOS

En el mundo espiritual, el alma interior es una fuerza. Ama a Dios. Y nada es tan fuerte como el Amor divino. El alma interior lo impone a quien la conoce como tal y también a quien no la conoce. Es una fuente de energía; los débiles vienen a beber en ella. Los fuertes encuentran allí con qué fortificarse todavía más. Pero los malos la temen instintivamente. Los demonios le hacen la guerra, y, a veces, una guerra cruel. Pero es ella la que triunfa. Pues no sólo llega a rechazarlos, sino incluso a derrotarlos, por la sola acción de su corazón unido a Dios. Incluso puede expulsarlos de aquellos a quienes poseen o a quienes obsesionan.

El alma tiene en su mano, a su disposición, todos los medios de que se sirvieron los Santos en el transcurso de los siglos para vencer al mundo, para derrotar al demonio y para vencerse a sí mismos. Y aunque jamás haya oído hablar de tales medios, los emplea. El Espíritu Santo, que la mueve en todas las cosas, se los hace descubrir. Ella es muy feliz luego cuando se entera de que tal Santo, o tal alma piadosa, utilizó antes que ella ese mismo procedimiento para obtener o hacer obtener la misma victoria. Hay una maravillosa armonía entre las obras de Dios, aunque estén separadas por siglos enteros. En todas las épocas, incluso en las más sombrías, ha tenido Dios sus amigos fieles, sus defensores intrépidos, sus capitanes audaces, para dirigir valerosamente el buen combate, cada uno a su manera, y para dar valor y confianza a las almas de buena voluntad.

 

EL AMOR DIVINO IGNORA LOS CELOS

El alma interior no querría guardar esta felicidad para sí sola. Arde en deseos de difundirla. Le parece que amarla más a su Dios, a «su amigo», si lo amase en unión con otras almas a las cuales hubiera podido comunicar algunas chispas del fuego que la devora. El Amor divino ignora los celos humanos. Al darse, no se extingue, se reaviva. Sin duda que el alma interior anhela que nadie en el mundo ame a su Dios más que ella; pero si así sucede, se alegra de que ocurra. Cuanto más amado es su Dios, más feliz es ella. El descubrimiento de las almas más adelantadas que ella en la intimidad divina no hace más que estimular su ardor. Ruega por esas almas para que amen todavía más. Comulga humildemente en su amor. Su alegría es ofrecer a su «Amado» el afecto de estas almas privilegiadas. Lo ama con todo su corazón.

Quédate conmigo, Jesús, no me abandones; quédate siempre, siempre. Que yo te sienta allá en el fondo de mi corazón, presente y oculto a un tiempo. Haz de, mi alma el lugar de tus delicias y de tu descanso. Yo no te perturbaré, Amado mío. Me pondré a tus pies, te contemplaré, te amaré sin ruido; te daré todo lo poco que tengo. Reinarás, sobre todo, en mí, y tu reino no tendrá fin.

Gracias, Dios mío, por tanta bondad. No tengo nada que decir, sólo tengo que amar. Sí, te amo. Sí, querría repetirte noche y día esta frase como la única que te agrada y que es digna de Ti; soy tuyo, Jesús mío, Dios mío; querría también ser Tú mismo, Salvador mío; quiero todo lo que Tú quieres, es decir, te quiero para mí, todo para mí, cada vez más para mí y para siempre.

Quédate, Jesús mío. Consúmeme. Úneme a Ti. Divinízame.