INTRODUCCION

"A MÍ ME HA DADO SU MISERICORDIA INFINITA"

Si Jestitristo resucitado está vivo, debe habitar en alguna parte y se debe poder encontrar su dirección, para encontrarle y tomar contacto con él, si no afirmar la resurrección de Jesús significaría logomaquia. Ciertamente, hay lugares privilegiados donde se le puede encontrar, estoy pensando en particular en la Eucaristía y en el Evangelio: pero me pregunto si daría en seguida estas dos direcciones a uno que me preguntase y me confesase su deseo de "ver" a Cristo. Leer el evangelio no es tal vez lo primero que hay que hacer, ¡pero tampoco es lo último!

Creo que si Jesús está vivo hoy, se le puede encontrar en ciertos hombres a los que se llama los Santos, que pueden decir como san Pablo: "No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20) *. Es a esos hombres a quienes hay que encontrar primero, verlos vivir y, después, leer el evangelio para- darse cuenta de cómo funciona un Santo, es decir, un hombre que vive a 'Cristo resucitado.

Si Teresa de Lisieux viviera todavía, aconsejería a todos los que quieren encontrar un tal Santo el ir a buscar por allí. Su existencia no nos resulta prehistoria, puesto que hace unos años (1959), una de sus hermanas, Celina, vivía todavía y la había conocido muy bien puesto que había sido novicia suya. Sólo que hay que prestar mucha atención, como dice el P. Molinié, hay "que tener vista", si no se puede pasar al lado de un Santo, sin darse cuenta. Es por otra parte lo que sucedió con Teresa: la mayoría de las hermanas que vivían con ella no sospechaban que vivían al lado de una Santa, y una de ellas se llegó a preguntar qué se podría escribir de ella después de su muerte. Por eso no hay que esperar a que los santos sean canonizados para encontrarlos. Hay también multitud de santos anónimos y "sin grado", que viven. tanto en pleno mundo como en los conventos, pero están muy ocultos y se esconden ellos mismos para que su hermosura sea conocida solamente por Dios. Y os puedo asegurar que si el Espíritu Santo vive en vosotros, os dará "vista" para verlos y reconocerlos, no os resultará dificil descubrirlos, pues tienen el aire de Jesucristo, tan dulces y tan humildes como él.

Ahora, si queréis una dirección muy concreta y fácil de encontrar, puedo indicaron una: la de Teresa del Niño Jesús. Llamadla, oradla, pedidle una gracia o decidle que quisiérais entablar conocimiento con ella. Importa poco la manera como la abordéis —puede venir de algo que no marcha en vuestra vida— lo esencial es que tratéis con ella. En cuanto sacerdote, puedo dar testimonio de que nunca se le pide en vano, y que muy pronto se siente su presencia, sobre todo si nuestra súplica es humilde, confiada y perseverante.

Presencia y su Misión

No la veréis tal vez físicamente, como algunos soldados tuvieron el privilegio de verla en el frente, pero os puedo garantizar que los que comienzan a descubrir la presencia de Teresa en su vida y en su corazón no tienen ninguna dificultad para amarla, orarle y presentir su presencia espiritual: alimenta tan sólo un gran deseo de ver a Jesús vivo en ella y este mismo deseo intensifica el amor.

Y lo que me permite decir esto, no es sólo la experiencia de los que la suplican, sino la convicción que Teresa tuvo antes de morir. Tuvo muy pronto la certeza de que "su prematura muerte no sería un retiro anticipado" (P. Descouvemont. Sur les pas de Thérése). Tuvo conciencia de que volvería a la tierra porque "no moriría, sino que entraba en la vida".

Escribía al P. Roulland, misionero en China:

"Si voy pronto al cielo, pediré a Jesús el permiso para ir a visitaros a Su-Tchuen, y continuaremos juntos nuestro apostolado" (30-7-1896). Y el 24-297 escribió al Abbé Belliéres, su otro hermano espiritual: "No conozco el futuro, pero si Jesús realiza mis presentimientos, os prometo seguir siendo vuestra hermana allá arriba. Nuestra unión, lejos de romperse, se hará más íntima; allí no habrá ni clausura, ni rejas, y mi alma podrá volar con vos a las lejanas misiones".

Más aún, tuvo una conciencia muy aguda de su misión póstuma: no sólo tuvo la certeza de volver a la tierra, sino que presintió qúe pasaría su cielo haciendo amar al Amor. En la noche del 16 al 17 de julio de 1897, a las dos
de la mañana, después de una nueva hemoptisis, dice:

Presiento que voy a entrar en el descanso... Pero presiento, sobre todo, que mi misión va a empezar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de dar a las almas mi caminito. Si Dios escucha mis deseos, pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra. Esto no es imposible, pues desde el seno mismo de la visión beatífica los ángeles velan por nosotros" (Cuaderno Amarillo).

Fue todavía más lejos en el presentimiento de su misión, puesto que tuvo bastante rápidamente la certeza de que escucharía a los que le suplicasen, haciéndoles experimentar el poder de su intercesión ante el Padre. Algún tiempo antes de su muerte, se leía en el refectorio del Carmelo la vida de san Luis Gonzaga, que había intervenido en favor de un sacerdote para curarle in extremis, desparramando sobre su lecho una lluvia de rosas. Al salir del comedor, Teresa estaba apoyada en un mueble y dijo a sor María del Sagrado Corazón:

"¡Oh, no, ya lo veréis! ¡Será como una lluvia de rosas" (Cuaderno Amarillo, 9-6).

Tal afirmación roza la paradoja, pues, en el límite podría parecer un sueño delirante. No es así en Teresa, que tiene los pies sobre la tierra, pero su realismo le hace adivinar que Dios es todopoderoso, que nada le es imposible. Más aún, no habiéndole negado nada en la tierra, Teresa está segura de que Dios no le negará nada en el cielo. Por eso todo el mundo la amará. El 14 de septiembre, cuando acababa de deshojar los pétalos de una rosa sobre su crucifijo, como los pétalos resbalaran de su cama al suelo de la enfermería, dijo con mucha seriedad:

"Recoged con cuidado esos pétalos, hermanitas mías; un día os servirán para hacer obsequios... No perdáis ni uno... (Cuaderno Amarillo).


 Haceros amar
(Acto de ofrenda)

Y ahora, si alguno pregunta cuál es esta misión de Teresa, yo tomaría las palabras mismas del acto de ofrenda:

"¡Oh, Dios mío, Trinidad Bienaventurada! Deseo amaros y haceros amar".

Como hemos dicho más arriba, ella misma ha precisado esta misión: "Hacer amar a Dios". Se podría decir que la pasión de Teresa ha sido "hacer amar al amor", si no temiésemos parafrasear a san Agustín: "He amado al Amor antes de amar cualquier cosa" (Conf. III, I, I BAC). El 9 de junio:

"Recibí la gracia de comprender más que nunca cuánto desea Jesús ser amado" (Ms.A, F84').
Teresa ha creído en el amor y se ha entregado a él, con una confianza absoluta.

Pero no se trata de un amor cualquiera:

"A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas! Entonces todas se me presentan radiantes de amor. Hasta la justicia (y tal vez ella más que ninguna otra) me parece revestida de amor" (Ms.A, F84').

Para Teresa, el Amor es primero la misericordia, es decir, la locura del Amor del Padre que busca al hijo pródigo porque está herido, enfermo y pecador.

Habitualmente, cuando hablamos del amor, evocamos primero la actitud del hombre: "Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha" (1 Cor 13,3). Hay, pues, que tener, recibir, acoger el amor y no sólo producirlo. Por eso Teresa ha comprendido maravillosamente que el "amor consiste no en que nosotros hayamos amado a Dios (1 Jn 4,10). Es seguramente el versículo central del Nuevo Testamento que explica el Amor Trinitario y la Encarnación del Verbo.

No es, sin embargo, banal, dice el P. Molinié: el amor consiste en que no amamos. Mientras no hayamos asimilado esta palabra, experimentando nuestra incapacidad de amar, mientras estas palabras no se sientan a gusto en nuestro corazón, tampoco la caridad se sentirá a gusto en nuestro corazón y no circulará en nosotros, se: debatirá en medio de innumerables agitaciones.

Tenemos que hacer la experiencia de que no amamos, de que somos incapaces de romper el círculo que nos encierra sobre nosotros y aceptar esta evidencia, dejándonos vencer enteramente por ella. De lo contrario, la caridad será, en nosotros, como un buen deseo, un gérmen estéril incapaz de producir frutos auténticos.
Felizmente, continúan las palabras de san Juan:. "El nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,10).

"Para ser consolados por la segunda parte de la frase, hay que haber digerido la primera: pero reconozco que para digerir la primera ¡hay que ser ayudado por la segunda! Uno se pone entonces a amar a Dios y al prójimo con un amor que es una respuesta infinitamente pobre, temerosa e insuficiente, al Amor infinito que rodea nuestro corazón de piedra" (M. D. Molinié, Adoration ou désespoir. CL.D., 1980).

Este ha sido el secreto de Teresa al descubrir el Amor misericordioso. Nos admiramos siempre a qué cima de amor ha llegado, pero apenas sospechamos a qué profundidad de miseria ha descendido para poder elevarse a esta altura de amor, realizando así la Palabra de su Padre san Juan de la Cruz:

"Bajé tan bajo, tan bajo... que fui tan alto tan alto" 1.

En la carta a su madrina, sor María del Sagrado Corazón, describe muy bien esa gimnasia que consiste en rebotar de lo profundo de su miseria a las alturas del Amor misericordioso:


"¡Oh madrina querida! si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de vuestra pequeña Teresa, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cumbre de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes obras, sino solamente abandono y agradecimiento" (Ms.B, F1"°).

1Teresa ha citado ella misma este texto, en su carta a sor María del Sagrado Corazón: "Así, abajándome hasta lo profundo de mi nada, me elevé tan alto tanto, que le di a la caza alcance."

Algunos días estaríamos tentados de decir: ¡Ah!, si yo tuviese el tercio de la cuarta parte de la voluntad de Teresa, realizaría los mismos actos de amor. Y Teresa nos respondería como a sus hermanas, que admiraban su paciencia heroica durante su última enfermedad. "¡Oh! ¡No es eso!" La música no era buena, pues Teresa sabía muy bien que era tan débil como nosotros y tan pobre como sus hermanas, pero estaba investida de una fuerza que no venía de ella misma, sino que era el poder mismo de la resurrección o el poder del Amor misericordioso (lo que es lo mismo y se funde en poder del Espíritu Santo), derramado en nuestros corazones por el Espíritu de Jesús. Hubiera podido decir como san Miguel Garricoits a quien le reprochaban el que cayese en éxtasis: "¿Qué puedo hacer yo?"


Una carrera de gigante

Teresa ha comprendido maravillosamente que Dios no podía dar el remedio del amor más que a los que tenían conciencia de estar enfermos. Porque ha experimentado hasta la desesperación su impotencia para amar, ha podido recibir la curación del Salvador. Los que quieren amar sin conocer la humillación de ser pobres y mendigos del amor experimentarán amargas decepciones, pues creerán que aman y que hacen las obras del Amor, mientras están en la ilusión y no pueden hacerlas, pues son incapaces.

Para ilustrar nuestro propósito, habría que tomar, en la vida de Teresa, algunos "milagros" —es la palabra que ella misma emplea— (Ms.A, F30`° y 44")— que operarán en ella curaciones sucesivas de sus heridas. Así es en la "encantadora sonrisa de la Virgen", donde se desvanecen todas las penas causadas por la muerte de su madre. Es una verdadera curación lo que experimenta entonces. Pero había todavía otras heridas que la mantenían en "los pañales de la infancia" y le hacían llorar por nada.

"Era necesario que Dios obrase un pequeño milagro para hacerme crecer en un momento; y este milagro lo realizó el día inolvidable de Navidad.
       En esta noche luminosa, que esclarece las delicias de la Santísima Trinidad, el dulce niñito de una hora cambió la noche de mi alma en torrentes de luz.
       En esta noche, en la que él se hizo débil y paciente por mi amor, a mí me hizo fuerte y valerosa. Me revistió de sus armas, y desde aquella noche bendita nunca más fui vencida en ningún combate, sino que marché, por el contrario, de victoria en victoria, y comenzó por decirlo así, ¡una carrera de gigantes!" (Ms.A, F44").

Había pensado titular esta introducción "una carrera de gigantes", pues la palabra del salmo (18,6) describe muy bien el itinerario de Teresa en el descubrimiento del Amor misericordioso que ha provocado en ella la confianza y el abandono. (Este libro recoge trece artículos aparecidos en Vie Thérésienne, de enero 1978 a abril 1984, en torno a dos palabras de Teresa, que consti"itiyen las dos partes del trabajo: "Cantaré las Misericordias del Señor" y "Ahora es sólo el abandono lo que me guía". Hemos dado un titulo a los capítulos.)

Para comprender bien "cuánta confianza tenía en la Misericordia infinita de Jesús", hay que comprender también hasta qué punto tenía necesidad de curación, y que el trabajo que ella no había podido hacer en diez años, Jesús lo hizo al instante, contentándose con su buena voluntad que nunca le había faltado.

"Entonces sentí en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, la necesidad de olvidarme de mí misma por complacer a los demás. ¡Desde entonces fui dichosa! (Ms.A, F45"°).

Es el preludio de la última invasión del Amor misericordioso, después del Acto de ofrenda de 9 de junio de 1895:

"¡Ah! Desde aquél día feliz, me parece que el amor me penetra y rodea, me parece que ese amor misericordioso me renueva a cada instante, purifica mi alma y no deja en ella huella alguna de pecado" (Ms.A, F84")).

Es este Amor el que hace resonar en su corazón el grito de Jesús en la Cruz: "¡Tengo sed!", y le empuja a pedir por los pecadores.

No podemos extendernos sobre lo que Teresa dice de los efectos del Amor en su corazón, pero sabemos que algunos meses antes de su muerte, mientras hacía el Viacrucis en el coro, el 9 de julio 1897, fue atravesada por un rayo de amor y que si hubiera durado unos segundos más, hubiera muerto... Al menos hay que dar la clave que permita comprender por qué el Amor misericordioso ha podido precipitarse en ella y esta llave abre siempre la puerta de la herida del costado de Jesús o la astilla en la carne de san Pablo.

Y por eso hay que tener mucha paciencia y piedad para los que desearían amar y experimentan su incapacidad a causa de las heridas de sus pecados y a causa de las contusiones hechas por la mano de hombres o sencillamente por causa de la herencia recibida al nacer. No hay que desanimarles y antes de invitarles como Teresa a entrar en esta "carrera de gigante", es preciso decirles: "Id al hospital para que os cuiden, antes de emprender la carrera del Amor".

Para los que sufren de esta falta de confianza —porque es siempre la confianza y nada más que la confianza lo que lleva al Amor, sigue diciendo Teresa— hay unapalabra, que no hay que decirles, es "valor", porque es precisamente lo que no tienen, es como si se dijese a uno que no tiene dinero: "¡Pagad!, ¡pagad!" Hay que decirle bien: "Id a la fuente en la que recibiréis el pan y el agua sin pagar, gratuitamente. Id a consolaros y aliment'aros. Venid y comprad de balde", dirá el profeta Isaías. Hay una fuente que es gratuita, la del Amor misericordioso.
,
Conclusión... Suplicar a la Misericordia...

Al acabar esta introducción centrada en la Misericordia y antes de penetrar en la contemplación de este Amor misericordioso propuesto a lo largo de estas páginas, siento ganas de invitaros a la oración de súplica. Y no puedo hacerlo mejor que tomando las palabras del ,Papa Juan Pablo II, al final de su Encíclica: "Dios rico 'en Misericordia". Dice que toda su enseñanza debe transformarse en un grito de oración para "implorar la Misericordia de Dios".

"Es, pues, necesario que todo cuanto he dicho en el presente documento sobre la misericordia se transforme continuamente en una ferviente plegaria: en un grito que implore la misericordia en conformidad con las necesidades del hombre en el mundo contemporáneo. Que este grito condense toda la verdad sobre la misericordia, que ha hallado tan rica expresión en la Sagrada Escritura y en la Tradición, así como en la auténtica vida de fe de tantas generaciones del Pueblo de Dios. Con tal grito nos volvemos, como todos los escritores sagrados, al Dios que no puede despreciar nada de lo que ha creado, el Dios que es fiel a sí mismo, a su paternidad y a su amor" (Ediciones Paulinas).

Frente a la Misericordia de Dios, el hombre no tiene' para presentar más grito que el de la "miseria orante", única capaz de conmover las entrañas de la Misericordia del Padre. "Implorar la Misericordia" (es la expresión del Santo Padre) por nosotros y por todos los hombres debería constituir el telón de fondo de cada una de nuestras oraciones, que es, según Teresa, el punto de apoyo de la palanca que levanta el mundo al Amor. En el Acto de ofrenda, Teresa nos deja presentir que el fondo de su oración estaba constituido por la alabanza, el abandono y la súplica.

Y en la cima donde ella ha contemplado el Amor misericordioso inclinado sobre cada una de sus criaturas suplicando el querer acogerla, Teresa se pone ella misma a suplicar a este Amor que se digne derramarse en su corazón. Estamos ante un asalto de súplicas: la súplica de Dios que mendiga el consentimiento del hombre y la súplica de Teresa que no hace más que responder a la de Dios:

"A fin de vivir en un acto de perfecto amor, YO ME OFREZCO COMO VICTIMA DE HOLOCAUSTO A VUESTRO AMOR MISERICORDIOSO, suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando que se desborden en mi alma las olas de ternura infinita que están encerradas en vos, para que así llegue yo a ser mártir de vuestro amor, ¡oh Dios mío!... (Acto de ofrenda al amor misericordioso).

Por eso los Manuscritos Autobiográficos terminan con la humilde oración del publicano, que es con el buen ladrón y María Magdalena, el gran maestro de la oración de nuestros hermanos cristianos orientales. Que Teresa nos obtenga el corazón quebrantado por el arrepentimiento —única actitud capaz de ablandar el corazón del Dios de la Misericordia— aunque Dios nos haya preservado del pecado...; entonces el verdadero Amor trinitario, humanizado en el corazón de Cristo y convertido para nosotros en el Amor misericordioso, podrá cir cuIar libremente en nosotros:

No me lanzo al primer puesto, sino al último. En vez de adelantarme con el fariseo, repito, llena de confianza, la humilde oración del publicano. Pero, sobre todo, imito la conducta de Magdalena. Su asombrosa, o mejor, su amorosa audacia, que encanta el corazón de Jesús, seduce el mío.
    Sí, estoy segura de que aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden comerterse, iría, con el corazón roto por el arrepentimiento, a arrojarme en los brazos de Jesús, porque sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a él.
    Dios en su misericordia preveniente, ha preservado a mi alma del pecado mortal; pero no es eso lo que me eleva a él por la confianza y el amor" (Ms.C, F36"°).