CONCLUSIÓN


MI VOCACIÓN ES EL AMOR (Ms.B, F3)


Al final de estas páginas tal vez hemos entrevisto algunas luces sobre la misión de Teresa enunciada en la  introducción, y que consiste en hacer amar al Amor, o más bien, como ella misma lo precisa en el Acto de la Ofrenda: "¡Oh, Dios mío, Trinidad bienaventurada, deseo amaros y haceros amar"

Para terminar, os invito a leer o releer la Carta a sor María del Sagrado Corazón, comúnmente llamado Manuscrito B, verdadero lugar teológico de la espiritualidad teresiana, en la que Teresa entrega a su hermana María "un recuerdo de su retiro" que había hecho al comienzo de septiembre 1896, y del que ya hemos hablado (Cap. V, La confianza y nada más que la confianza). Este retiro le había aportado grandes luces sobre su vocación, por eso el 13 de septiembre, sor María del Sagrado Corazón, su hermana mayor, le pidió que las pusiera por escrito. Teresa redactó esas páginas entre el 13 y el 16 de septiembre 1896.

No volveremos sobre la problemática de este texto que ya hemos analizado, sino sobre su conclusión, allí donde Teresa dice que ha descubierto su vocación, al final de un largo caminar que ha sido trazado en aquel capítulo:
"Entonces en el exceso de mi alegría delirante exclamé: "¡Oh, Jesús, amor mío!... Por fin, he hallado mi vocación, ¡MI VOCACION ES EL AMOR... (Ms.B, F3'). Y Teresa escribe con mayúsculas esta fórmula lapidaria.

Uno tiene ganas de decirle con humor: "Habéis necesitado ocho años, desde vuestra entrada en el Carmelo, para descubrir vuestra vocación..." No, no le bastaba ser carmelita, ser esposa de Cristo y madre de las almas para realizar verdaderamente el nombre propio que el Padre le había dado al crearla. Este nombre que todos llevamos "grabado en una piedrecita blanca, que nadie conoce, sino el que lo recibe" (Ap 2,17). Pasamos toda nuestra vida tratando de descubrir este nombre: no lo conocemos, conocemos tan sólo la necesidad de conocerlo, como dice Lewis: no ha tomado jamás realmente cuerpo en ninguna imagen, pensamiento o emoción. Siempre nos llama fuera de nosotros mismos para que le sigamos, y si permanecemos sentados rumiando este deseo, tratando de acariciarlo, el mismo deseo se nos escapa. (Lewis. Le probléme de la souffrance. Foi vívante. Seuil, N. 42).

Ocho años no eran demasiados para Teresa para descubrir su vocación, pues ésta no le había caído sobre la cabeza de un solo golpe. Mucho antes de su entrada al Carmelo, el Amor de Dios había tomado asiento en su corazón para penetrar en él:

"Fue el 25 de diciembre de 1886 cuando se me concedió la gracia de salir de la infancia... Sentí en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, la necesidad de olvidarme de mí misma, por complacer a los demás" (Ms AF 45).

Hasta el 9 de junio 1895 en que habiéndose ofrecido al Amor misericordioso siente que el Amor "la penetra y rodea, la renueva a cada instante, purifica su alma" (Ms.A, F84), tuvo en ella todo el descubrimiento de su pobreza, de su nada, en una palabra, de su miseria para hacerse "apta a las operaciones del Amor".

Se dice habitualmente que descubrió su vocación al Amor leyendo los capítulos XII y XIII de la primera carta a los Corintios. Mirando de más cerca, hay que reconocer que no es exacto, puesto que ella misma dice que no tuvo paz:

"Estos deseos constituían para mí, durante la oración, un verdadero martirio, abrí un día las epístolas de san Pablo, a fin de buscar en ellas una respuesta. Mis ojos toparon con los capítulos XII y XIII de la primera epístola a los Corintios...
      Leí, en el primero, que no todos pueden ser apóstoles, profetas, doctores, etc.; que la Iglesia está compuesta de diferentes miembros, y que el ojo no podía ser al mismo tiempo mano... La respuesta era clara, pero no colmaba mis deseos, no me daba la paz..." (Ms.B, F3').

La respuesta es clara, pero no colma los deseos de Teresa. San Pablo habrá sido un camino que le llevará hacia el descubrimiento de su vocación, pero ésta no puede ser revelada más que por la luz del Espíritu Santo. Y el Espíritu va a obrar en ella por el don de ciencia cuya misión es hacerle descubrir "el encanto de ser una criatura", por la toma de conciencia de su "nada", en el sentido ontológico de la palabra, es decir, una criatura que se recibe de Dios. Como decíamos más arriba, es este descubrimiento el que cavará en Teresa la capacidad de acoger al Amor y de descubrir su nombre. He aquí cómo continúa ella:

"Así como Magdalena, agachándose sin apartarse del sepulcro vacío, llegó por fin a encontrar lo que buscaba, así también yo, agachándome hasta las profundidades de mi nada me elevé tan alto, que conseguí mi intento" (Ms.B, F3).

Entonces podrá entender la continuación de las palabras de san Pablo, pero era necesario antes que el Espíritu la ahondase suficientemente en profundidad para que pudiese ser colmada por la Palabra de Dios que venía de fuera:

"Sin desanimarme, seguí leyendo, y esta frase me reconfortó: 'Buscad con ardor los DONES MAS PERFECTOS; pero voy a mostraros un camino más excelente'. Y el Apóstol explica cómo todos los dones, aun los más PERFECTOS, nada son sin el AMOR... Afirma que la caridad es el CAMINO EXCELENTE que conduce con seguridad a Dios" (Ms.B, F3").

Por eso es el Amor, el Espíritu Santo en persona, el que va a dar a Teresa la clave de su vocación, bajo la influencia de la carta a los Corintios ciertamente, pero desmarcándose del esquema tradicional de los miembros descritos por san Pablo. Ahí es donde Teresa es verdaderamente original en su descubrimiento, pues integrándose en la doctrina de los miembros, va a ir mucho más lejos y a situarse verdaderamente en el corazón de la , Iglesia. Su papel no era evangelizar, ni enseñar, ni de padecer el martirio, sino de interiorizar el Amor en el corazón de la Iglesia para santificarla desde dentro, como el corazón propulsa la sangre en el conjunto del cuerpo. No es ella la que santifica a la Iglesia, pues esta misión le toca siempre al Espíritu, como la misión de evangelizar, profetizar o catequizar, pero su misión propia es ofrecerse al Amor para que la invada y la transforme. Ha encontrado por fin el descanso, aunque el Amor la conservará en movimiento hasta el día de su muerte y aun después, pues continuará su misión en el cielo. Hay que acoger este texto-fuente de la vocación de Teresa, en la oración, pues puede liberar en nosotros una palabra interior que nos revele verdaderamente nuestra vocación, aunque tengamos una vocación más cercana a la descrita por san Pablo en los miembros del Cuerpo:

"Había hallado, por fin, el descanso... Al considerar el Cuerpo místico de la Iglesia no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos.
      La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo compuesto de diferentes miembros, no le faltaría el más necesario, el más noble de todos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ARDIENDO DE AMOR.
      Comprendí que sólo el amor era el que ponía en movimiento a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegara a apagarse, los apóstoles no anunciarían ya el evangelio, los mártires se negarían a derramar su sangre...
      Comprendí que el AMOR ENCERRABA TODAS LAS VOCACIONES, QUE EL AMOR LO ERA TODO, QUE EL AMOR ABARCABA TODOS LOS TIEMPOS Y TODOS LOS LUGARES... EN UNA PALABRA ¡QUE EL AMOR ES ETERNO! (Ms.B, F3").

Y es ahí donde ella grita: Mi vocación es el Amor. Precisa enseguida que esta vocación le ha sido dada por Dios, pero que él había depositado el deseo ardiente de ella en su corazón. Dios no da nada que no haya hecho desear primero y una vocación no cae del cielo como un aerolito, sino que se inscribe en el interior de los deseos de una persona:

"Sí, he hallado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, ¡Oh, Dios mío!, vos mismo me lo habéis dado...: en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor!... ¡Así lo seré todo..., así mi sueño se verá realizado!

Pero el Amor que Teresa encarnará en el corazón de la Iglesia no es un amor cualquiera, es el Amor Misericordioso, no es un amor que se eleva a fuerza de puños y del cual uno puede adueñarse, es un amor que se abaja hasta la nada de la criatura:

"Sí, para que el Amor quede plenamente satisfecho, es necesario que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esta nada" (Ms.B, F3").

En nuestra relación con Dios, todo puede ser ocasión de enorgullecernos, aun nuestros deseos de santidad, de ascesis y de oración. No hay más que una actitud por nuestra parte que no puede disimular ni imitar el Amor, es el experimentar nuestra debilidad y nuestra pobreza, "amarla con dulzura", en una palabra, tener el corazón quebrantado por el arrepentimiento, como dirá Teresa al final de su autobiografía. En el manuscrito B precisa su pensamiento:

"Comprendí que mis deseos de serlo todo, de abarcar todas las vocaciones, eran las riquezas que podrían hacerme injusta. Por eso las he empleado en granjearme amigos...
      Acordándome de la súplica de Eliseo a su Padre Elías, cuando se atrevió a pedirle su DOBLE ESPIRITU, me presenté ante los ángeles y los santos, y les dije: 'Soy la más pequeña de las criaturas. Conozco mi miseria y mi debilidad. Pero sé también cuánto gustan los corazones nobles y generosos de hacer el bien. Os suplico, pues, ¡Oh, bienaventurados moradores del cielo!, os suplico que me ADOPTEIS POR HIJA. Sólo vuestra será la gloria que me hagáis adquirir, pero dignaros escuchar mi súplica. Es temeraria, lo sé; sin embargo, me atrevo a pediros que me obtengáis: VUESTRO DOBLE AMOR" (Ms.B, F 4)

Si es gratuito, acogido y recibido, el Amor no es en Teresa un puro sentimiento, es también efectivo y se prueba en las obras. Sólo que Teresa sabe que no puede realizar obras brillantes que le merecerían obtener el amor, pues su voluntad es débil y pobre a todos los niveles; entonces no le queda más solución que: responder a este Amor de Dios por actos pequeñitos —lo que llama "pequeños sacrificios"— cuya única razón es confesar que es incapaz de hacerlos mayores, pero que no tendría ninguna excusa para no realizar estos pequeños sacrificios:

"Pero, ¿cómo demostrará este niño su amor, si el amor se prueba con obras? Pues bien, el niñito arrojará flores, perfumará con sus aromas el trono real, cantará con su voz argentina el cántico del amor...
      ¡Oh, amado mío, así es como se consumirá mi vida! No tengo otro medio de probarte mi amor que arrojando flores, es decir, no desperdiciando ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra, aprovechando las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor" (Ms.B, F4").

Por eso Teresa guarda siempre el equilibrio entre la acción de Dios que opera en ella el querer y el hacer y su colaboración personal que entrega los trasfondos de su libertad, haciendo lo que está en su mano —y que es poca cosa— para probar su amor. Y pensando en nosotros, Teresa termina su carta pidiendo a Dios:

"¡Te suplico que escojas una legión de pequeñas víctimas dignas de tu AMOR!"

Al terminar, en forma de oración, la lectura de este libro sobre el Amor Misericordioso, tal vez estemos tentados de pensar que, a pesar de su debilidad, Teresa era sin embargo una hija excepcional, y que nosotros estamos a cien codos de su tobillo. Entonces ella nos respondería:

"Siento que si, por un imposible, encontrases un alma más débil, más pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de favores mayores todavía, con tal que ella se abandonara con entera confianza a tu misericordia infinita" (Ms.B, F5").

París, 10 de enero de 1985