CAPITULO XII


AL PIE DE LA ESCALERA

 

Nos hemos quedado aspirando a la santidad junto con la tentación contra la esperanza y la confianza. Miremos ahora cómo va a jugar esta tentación. He aquí cómo el P. Desbuquois explicita la respuesta de Teresa: "Mantened vuestro esfuerzo, no os desaniméis. Pero, cuidado, cuanto más esfuerzo hagáis, más os desesperaréis". La primera solución es suprimir el esfuerzo y he ahí la tranquilidad.

La segunda solución es la del evangelio: "Volved a ser niños que lo esperan todo de su Padre". En el fondo, se ha comprendido muy mal el evangelio, se ha interpretado el sermón del monte como un código moral: perdonar a sus enemigos, presentar la mejilla derecha al que os golpeó en la izquierda, no desear una mujer en el corazón... Cosas todas ellas que son imposibles al hombre. Cristo nos las ha pedido precisamente para hacernos comprender que éramos incapaces de ello, después de haber tratado de realizarlas. Y sólo entonces nos puede decir: "Hacéos como niños" (Mt 18,3). Y "lo que es imposible a los hombres es posible para Dios" (Mt 19,26). Notad que esta palabra de Jesús viene a continuación de una reflexión de los apóstoles sobre la imposibilidad de la castidad perfecta. Sólo entonces puede darnos su Amor para amar al Padre y hacer su voluntad con su corazón: "Para amaros, dice Teresa, necesito pediros vuestro propio corazón".

Teresa no hace más que repetir el evangelio al decirnos: "Mantened vuestro esfuerzo, hacéos pequeños y humildes como un niño, mirad el corazón de Dios y esperad de su amor la gracia de amarle y, por consiguiente, esperar contra viento y marea la gracia de renunciar a todo lo que no es él". El camino de Teresa no es un camino de facilidad, pues no renuncia jamás a la ecuación, amar a Dios igual a renunciar a lo que no es Dios. San Agustín decía ya "que había que amar a Dios despreciándose a sí, o amarse a sí mismo despreciando a Dios".

Para entrar en esta perspectiva, hay que ser lo suficientemente loco para esperar alcanzar lo que no conseguimos realizar por nosotros mismos, pero para esto hay que permanecer pequeño. Teresa dirá a sor María de la Trinidad:

"El único medio de hacer rápidos progresos en el camino del amor es el de permanecer siempre muy pequeña; así lo he hecho yo; también ahora puedo cantar con nuestro Padre san Juan de la Cruz:
Y abatíme tanto tanto
que fui tan alto tan alto
que le di a la caza alcance
(San Juan de la Cruz,
Tras un amoroso lance)

En realidad, el caminito de Teresa no es otro que el "camino estrecho" de san Juan de la Cruz, y hay que hacerse muy pequeño para comprometerse en él: "La escucho todavía decirme con un acento inimitable, congestos muy graciosos: abatíme... (Sor María de la Trinidad, "Vie Thérésienne", 73).


1. Levantar su piececito

Es una gimnasia que Teresa ha descrito a través de una imagen sorprendente y sugestiva de la que se sirvió sor María de la Trinidad que atravesaba una tentación contra la esperanza, pues Teresa era exigente para con sus novicias y no les dejaba pasar nada. La novicia se desanimaba a la vista de sus imperfecciones y de sus esfuerzos aparentemente inútiles. Entonces Teresa le decía:

"Me hacéis pensar en un niñito que empieza a tenerse en pie, pero que todavía no puede andar. Queriendo a todo trance llegar hasta lo alto de una escalera para unirse a su mamá, levanta su piececito para subir el primer peldaño. ¡Esfuerzo inútil! Vuelve a caer una y otra vez sin adelantar un paso".

Teresa acepta la situación de partida: el niño no puede subir ni un solo peldaño, pero levanta su pie.

"Pues bien: sed como ese pequeñito. Por la práctica de todas las virtudes, levantad continuamente vuestro piececito para subir la escalera de la santidad y, sin embargo, no os imaginéis poder subir ni siquiera el primer peldaño, no. Pero Dios no os pide más que vuestra buena voluntad".

Teresa tenía una hermosa expresión para designar esta "buena voluntad", decía que era "una perrita" que os salvará de todos los peligros y a la que no se puede resistir (C y R II, 9).

A los ojos de un hombre realista es absurdo. No se trata de intentar subir, no hay que ocuparse de otra cosa, sino sobre todo de tratar de amar a Dios. Teresa dice: "Si tenéis fe, sabed que en lo alto de la escalera, Dios os mira y os espera:

"Desde lo alto de la escalera él os mira amorosamente. Muy pronto, ante vuestros inútiles esfuerzos, él mismo bajará a buscaros, y tomándoos en sus brazos, os llevará para siempre a su reino y nunca más le abandonaréis. Pero si dejáis de levantar vuestro piececito, él os dejará mucho tiempo en la tierra.

Sería absurdo tratar de subir la escalera si Dios no estuviese arriba, mirándonos y esperándonos. Y cuando estime que estamos bastante maduros, a punto —y esta es la paradoja— pues este esfuerzo aparentemente estéril e inútil produce un resultado: el de ahogar nuestras pretensiones, nuestra dureza y nuestro orgullo, para hacer nuestro corazón maleable y flexible... Es el sentido de las maceraciones de los santos (como se maduran los pepinillos en vinagre).

"¿Para qué sirven los ayunos y las vigilias, preguntaba un Anciano al Abad Moisés? El respondió: "No tienen otro efecto que hundir al hombre en toda humildad. Si el alma produce este fruto, las entrañas de Dios se conmoverán respecto de él".
      "El corazón del hombre como que se "marchita" y cuando "casi ha cedido a todas las tentaciones", Dios puede intervenir para enviarle la "fuerza santa" que necesita para vencer sus pasiones (San Macario. Pequeña carta "ad Filios Dei").

Entonces Dios vendrá a buscarnos y nos llevará a lo alto de la escalera.

Es la doctrina de Teresa dirigida a los que son tentados contra la esperanza y no ensayan ninguna otra solución. Entonces la puerta se abre y Dios nos hace subir. Sor María de la Trinidad dirá:

"Desde ese día, no me he desolado ya al verme siempre al pie de la escalera. Conociendo mi impotencia para elevarme tan solo un grado, dejo a las demás que suban y me contento con levantar sin cesar mi piececito con continuos esfuerzos. Espero así en paz el día feliz en que Jesús mismo baje para llevarme en sus brazos".
      "En ese momento, me decía Teresa, ¿estaréis más adelantada al haber subido 5 o 6 peldaños por vuestras propias fuerzas? ¿Es más difícil a Jesús tomaros desde abajo que a la mitad de la escalera?

Y Teresa va a dar la razón profunda de su consejo que está más allá del resultado y apunta sobre todo a hacernos humildes y ahogar nuestras pretensiones de apoderarnos de Dios:

"El no poder subir tiene todavía una ventaja para vos, es el permanecer toda la vida en la humildad, mientras que si vuestros esfuerzos fueran coronados de éxito, no alcanzaríais piedad de Jesús, os dejaría subir sola y habría peligro de que cayéseis al complaceros en vos misma" (Vie Théresiénne, enero 1980, n.Q 77. D.C.L., Marie de la Trinité, l'amie d'une sainte).

A nosotros nos toca hacer la aplicación a nuestra propia vida. Tratamos de luchar contra una tentación y no conseguimos nada. ¿Qué nos queda por hacer? Continuar sencillamente, tratando de creer y esperar que el amor misericordioso nos espera al final de nuestros difíciles esfuerzos y que vendrá a buscarnos. Si hacemos esto, Dios nos dará la gracia del Amor y a medida que éste crezca, crecerá en nosotros el espíritu de sacrificio. Y esta es todavía su doctrina: no se llega al amor por espíritu de sacrificio, sino que se llega al espíritu de sacrificio por el amor. ¿Y cómo se llega al Amor? Sigue siendo Teresa la que nos responde: "La confianza y nada más que la confianza es la que nos lleva al Amor".


2. Cuanto más avancéis, menos combates tendréis

Teresa no da ninguna receta y no promete a sor María de la Trinidad que no tendrá ya combates, pero quiere situar el esfuerzo allí donde debe ser puesto. Habrá que seguir luchando, pero no en el sentido en que pensamos. Hay que evitar a todo precio lo que nosotros llamamos "lucha". Es el combate malo inspirado por el orgullo. Al principio, la novicia lucha torpemente en un combate estéril, condenado al fracaso, como el combate de san Pedro que quería seguir a Jesús hasta la muerte. Hay una primera fase en la que Pedro quiere ser fiel a Jesucristo por sus propias fuerzas. En un momento dado, cuando Jesús le mira después de la traición, se derrumba en lágrimas y podrá entonces comenzar el verdadero combate: "He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe" (2 Tim 4,7). Pablo ha contado más con la gracia de Dios que con sus propias fuerzas y sus obras (2 Tim 1,9). Es el ejemplo del bienaventurado Suzo contado por Teresa.

Hace falta una luz muy profunda y muy desgarradora para discernir el buen combate del malo. Hay que desear esta luz y pedirla para llevar a cabo la verdadera lucha. Teresa dirá al final de su vida a su hermana Celina:

"Cuanto más avancéis, menos combates tendréis, o mejor, con más facilidad los venceréis, pues veréis el lado bueno de las cosas. Entonces vuestra alma se elevará por encima de las criaturas" (C y R VII, 20).

San Benito dirá poco más o menos lo mismo en el Prólogo de su Regla:

"A medida que se avanza en la vida monástica y en la fe, el corazón se dilata y en la indecible dulzura del amor se corre el camino de las enseñanzas divinas".

Teresa decía a menudo a sus hermanas que hay que luchar contra esa filosofía que dice: "La vida es dura" y confiesa secretamente: "Dios es duro". Cuántos hombres se enfrentan con Dios y no le perdonan el haberlos creado. Esto es una blasfemia, pues somos nosotros los que somos duros. Se le decía a Teresa: "La vida es triste; no, respondía ella, el exilio es triste, pero la vida es alegría:

"A Dios, decía ella, que tanto nos ama, bastante le cuesta ya verse obligado a dejarnos en la tierra para cumplir nuestro tiempo de prueba, sin que tengamos que ir constantemente a decirle que aquí estamos mal, es necesario hacer como que no nos damos cuenta" (C y R III, 4).

Hay que luchar diciendo: "Señor Jesús, ten piedad de mí. Reconozco que no puedo salir de mí mismo, que es a causa de mi orgullo y de mis faltas ocultas, pero no es culpa vuestra". Entonces, cuando aceptamos el juzgarnos ante él, Dios puede revestirnos de su Misericordia. En ese momento nos envía una gracia como a Teresa el 9 de junio 1895 en que descubre el Amor misericordioso y se ofrece a él. La vida de los santos fue un combate, pero luchaban contra la dureza del corazón para tener confianza y pedir "socorro". Es el único problema y la única dificultad de la vida: saber gritar a Dios. Es el verdadero combate, el de los siervos inútiles que cantan su amor y suplican a Dios: "Me lamentaba de que Dios parecía abandonarme... Sor Teresa replicó vivamente:

¡Oh, no digáis eso! Mirad: aunque no comprenda nada de lo que acontece, yo sonrío y digo: ¡gracias! Aparezco siempre contenta delante de Dios. No hay que dudar de él, eso es falta de delicadeza. No: imprecaciones contra la Providencia, nunca; siempre gratitud" (C y R III, 23).

Para terminar, digamos finalmente que la actitud recomendada por Teresa a sor María de la Trinidad puede también ayudarnos a ver claro en la discusión que opone a veces vida moral o espiritual y siquismo. No es fácil de desgajar siempre la parte de responsabilidad del hombre en sus debilidades y caídas. Un siquismo deteriorado, por no decir desequilibrado, puede hacer fracasar a un hombre allí donde su libertad espiritual no está asentada. A menudo, parece que fracasa ante Dios a nivel de su conciencia clara, mientras que, en lo más profundo de su corazón, acepta a Dios. Teresa comprendió muy bien esto: "Es una gran prueba el verlo todo negro, pero eso no depende totalmente de vos".

Pero hay que tener cuidado, pues el plano de la libertad está a veces implicado, sin saberlo nosotros, en el del siquismo, y puede ocurrir que si no somos directamente responsables de esta debilidad, lo somos en otro terreno, del que no tenemos conciencia. La liturgia nos hace pedir a menudo a Dios: "¡Purifícanos de nuestras faltas ocultas!" Lo más sencillo es entonces no tratar de desenredar uno mismo sus responsabilidades, sino confesar humildemente nuestra miseria, sin conocerla y pidiendo a Dios que nos la quiera revelan

"Cuando no practicáis la virtud, no habéis de creer nunca que es debido a una causa natural, como la enfermedad, el tiempo o el malhumor. Debéis buscar un gran motivo de humillación y colocaros entre las almas pequeñas, puesto que no podéis practicar la virtud, sino de una manera tan débil. Lo que ahora necesitáis no es practicar las virtudes heroicas, sino adquirir la humildad. Para ello será necesario que vuestras victorias vayan siempre mezcladas con algunas derrotas, de suerte que no podáis complaceros en ellas. Por el contrario, su recuerdo os humillará mostrándoos que no sois un alma grande. Hay algunas almas que mientras están en este mundo no tienen nunca alegría de verse apreciadas de las criaturas, lo cual les impide creer que tienen la virtud que ellas admiran en otras" (C y R II, 10.

 


CONCLUSIÓN


3. Para qué atormentaros?


Quisiera dejaros con una de estas frases, la más profunda tal vez del evangelio, que viene sin cesar a los labios de Cristo, cuando se dirige a los apóstoles y a los discípulos: ¡"No tengáis miedo!" "¡No temáis, pequeño rebaño!" "¡Por qué atormentaros!" Y añade, en la tempestad calmada, después de haber apaciguado su miedo, esta palabra que debería bastar para pacificamos: "¡Animo!, que soy yo, no temáis" (Mc 6,50).

En el fondo tenemos miedo porque estamos solos, pero el día en que descubrimos la mirada atenta y llena de ternura del Padre, el abandono entre sus brazos sucede al miedo. No se trata aquí de un optimismo beato, sino de una confianza fundada en el amor actuante de Dios.

Teresa lo repite a menudo: no depende de nosotros el ver la vida de rosa o de negro. El miedo y la inquietud encuentra lejos sus raíces y habría que remontarse a la primera infancia para comprender que hemos sido "tricotados" (según una hermosa expresión imaginada) en el miedo y la rigidez. Hay que ver bien esta situación de partida y aceptarla, luego podremos asumirla y emerger.

Muy a menudo la huimos, pues esta toma de conciencia nos revelaría la verdad de nuestro ser de criatura suspendida del amor del Padre. Entonces sentimos necesidad de tranquilizarnos escapando de ella. Es un gran secreto el caer en el fondo del miedo, abandonarse a él gritando socorro. Conozco personas que viven con un temperamento muy miedoso y que, dejándose caer al fondo de su miedo, caen al mismo tiempo en Dios. Tienen el valor de tener miedo y gritar: "¡Piedad, Dios mío!"

Si tuviéramos el valor de tener miedo más profundamente, encontraríamos a Dios más profundamente todavía. Hubiéramos encontrado entonces la única actitud valedera para encontrar a Dios: el grito hacia él, al que sigue el abandono: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!"

Para esto, hay que vivir de la gracia, en el instante presente y sobre todo, dice Teresa, no hacer provisiones. Hay que abandonar el pasado a la Misericordia de Dios y confiar el porvenir a su Providencia. San Juan de la Cruz dice que esto supone una purificación de la memoria, yo diría de esta facultad que existe en nosotros de suscitar temores y miedos, evocando recuerdos pasados. Los sufrimientos imaginarios son siempre insorportables y habitualmente no ocurren nunca.

Podéis imaginaros la prueba que tendréis dentro de una hora o mañana, dice el P. Molinié, pero no podéis imaginar la gracia que se os dará en ese momento. Desgraciados de vosotros si contáis con vuestras propias fuerzas más que con la gracia. San Benito dice a menudo que el monje cae a menudo porque presume de la gracia de Dios. Los sicólogos nos dicen que si se pudiera suprimir la memoria de un hombre, se suprimiría al mismo tiempo su sufrimiento. Frente a la prueba actual, hay que contar únicamente con la gracia del momento, haciendo cada vez un acto de confianza.

Quisiéramos dejaros con una frase de Teresa. Resume todo lo que hemos tratado de decir, tanto sobre la esperanza como sobre el abandono. Se trataba de una novicia que le daba a conocer sus temores frente al porvenir' y Teresa le decía poco más o menos esto: Ocuparse del porvenir es meterse a crear y es ocupar el lugar de Dios.