CAPITULO XI


LA TENTACIÓN CONTRA LA ESPERANZA Y EL
ABANDONO

 

Quisiéramos responder ahora a una pregunta práctica que todo hombre, comprometido en el seguimiento de Cristo, se plantea más o menos. Un día u otro, llegamos a tope en nuestra marcha hacia Dios y experimentamos que nuestras fuerzas nos traicionan:

"Queréis escalar una montaña, y Dios quiere haceros descender al fondo de un valle fértil, donde aprenderéis el desprecio de vos misma" (C y R II, 16).

Muchas peripecias nos obligan a plantear el problema que resulta de una tensión entre estas dos actitudes: "escalar" o "bajar". Es, pues, el problema fundamental de la esperanza el que se nos va a plantear.


1. Escalar o bajar

La solución nos la da Teresa en los Manuscritos. Lo que diré aquí será el comentario de su mensaje a través .de sus luchas. Para aprovechar este mensaje hay que ser tentado en el terreno de la esperanza y de la confianza. Diré que es poco más o menos la única tentación de la vida. No se trata de una tentación contra el abandono. El P. Liberman, que fue uno de los más grandes maestros espirituales del siglo XIX, nos ha dejado muchas cartas de dirección. Y dice poco más o menos esto: una de las cosas que más paralizan a los hombres en sus relaciones con Dios y que les impide el avanzar más, es la falta de confianza y de esperanza. Y añade que este es un punto en el que el director deberá trabajar lo más enérgicamente posible para saber la calidad de la confianza de su dirigido, sin detenerse en los "problemas y tempestades" que le inquietan.

¿Qué sabe el hombre que no ha sido tentado contra la esperanza? Diría que en nuestra época es la tentación que acecha sobre todo a los cristianos, no tanto una crisis de fe cuanto una crisis de esperanza. Los militantes, los sacerdotes, los simples cristianos, se sienten tentados de bajar los brazos y decir: "¿Qué podemos hacer ante esta situación?" Es lo que explica el desinterés de los militantes por la acción política o sindical y el interés por los servicios concretos como lo hace la Madre Teresa.

El hombre mayor en la fe es el que ha conocido estas tentaciones contra la esperanza y las ha atravesado. El hombre pequeño no ha conocido estas tentaciones, las que forjan un cristiano y le hacen pasar de la infancia a la edad adulta. No se trata de buscar "trucos" —permitidme la expresión— para esquivar estas tentaciones. Pienso en todos los que dicen: "No hay pecado, no hay infierno". Hay que luchar contra todo sentimiento de culpabilidad, es cierto, pero no evacuar el temor real de Dios. Una de las razones por las cuales la moral está en crisis, es que rechazamos el reconocernos pecadores y el temer a Dios. Los que rechazan el temer y el gritar hacia Dios rechazan al mismo tiempo la tentación contra la esperanza, pues se dispensan de la confianza en el Amor misericordioso, como dice Teresa.

Dios no es una especie de abuelo indulgente y bonachón que pasa la esponja sobre nuestras majaderías. Tiene demasiado respeto por nuestra voluntad para obrar así. No se puede hablar de la misericordia si no se cree en su justicia y en su santidad. Y la misericordia es precisamente este poder que Dios tiene de tomar un corazón endurecido, tocarlo y arrancar un grito al que no puede resistir. Es la confianza lo que nos hace gritar hacia Dios. Es lo que justifica la confianza sin límites que nos predica Teresa del Niño Jesús.

Cuando un hombre no lanza este grito de confianza hacia Dios porque se duerme en la falsa seguridad del sueño, está separado del Amor misericordioso por un abismo. Hay hombres así, que han llegado a una plena tranquilidad de conciencia porque han suprimido en su vida las exigencias de Dios. Debo poneros en guardia contra toda doctrina que hiciese inútil el mensaje de Teresa sobre la confianza. No se trata de asustaros, sino de animaros entregándoos la verdadera seguridad de los pobres.

La doctrina de Teresa se dirige a los que querrían renunciarse y no lo consiguen. Si padecéis el estar sin amor de Dios y lo confesáis humildemente, entonces Teresa tiene una palabra para vosotros. Pienso aquí en la hermosa oración de María-Noel que Teresa podría tomar a su cuenta:

"Dios mío, no os amo, ni siquiera lo deseo. Me aburro con vos. Tal vez ni siquiera creo en vos. Pero mírame al pasar. Resguardaos un momento en mi alma, ponedla en orden de un soplo sin parecerlo, sin decirme nada. Si tenéis ganas de que crea en vos, traedme la fe. Si tenéis ganas de que os ame, traedme el amor. Yo no lo tengo y no puedo nada. Os doy lo que tengo: mi debilidad, mi dolor. Y esta ternura que me atormenta y que vos veis tan bien... Y esta desesperación... Y esta vergüenza enloquecida. Mi mal, nada más que mi mal... ¡Y mi esperanza! Es todo".


3. La esperanza en Teresa

Si hacéis la oración de María-Noel desde el fondo del corazón y no de dientes afuera, estáis preparados para entender el mensaje de Teresa sobre el Amor misericordioso. Este mensaje ha sido muy traducido en lenguaje concreto por el P. Desbuquois, un especialista de Teresa en los años 1900-1920, en un libro que acaba de ser reeditado: L'Espérancel. El P. Desbuquois era un hombre de acción, muy comprometido, fundador de la Acción Popular. Si este libro ha sido reeditado hoy, es porque responde a una espera de nuestra época, marcada por una crisis de esperanza. ¿Qué dice el P. Desbuquois?

En primer lugar, precisa que Teresa se dirige a almas menos templadas que la suya. Las hermanas de Teresa han confesado siempre que era la fortaleza lo que le caracterizaba. Al leer sus escritos, algunos tendrían peligro de engañarse sobre ella, creyéndola una "santa enclenque". Pues bien, Dios ha dado a Teresa una fuerza extraordinaria, pero le ha dado también un instinto para hacer comprender que lo que ella enseñaba no suponía la fuerza que tenía. En una confidencia, Madre Inés decía: "Dios le ha dado muchos sufrimientos para autentificar su mensaje, pero esto no quiere decir que el sufrimiento forme parte integrante de su mensaje". La parte quinta de "Consejos y Recuerdos" se titula "Fuerza en el sufrimiento". Teresa ha dicho también claramente a Celina y a María de la Trinidad, a propósito del Acto de ofrenda al Amor misericordioso:

"en su intención, en efecto, no se trataba de ofrecerse con todo un lujo de sufrimientos supererogatorios, sino de entregarse, de abandonarse sin restricción a la Misericordia de Dios" (C y R III, 16).

El mensaje de Teresa se dirige a hombres débiles y no a hombres fuertes, pero con la condición de que reconozcan su debilidad y se abandonen a Dios. En el fondo, Teresa habla a los que como María-Noel no tienen ni su fe, ni su esperanza. ni su caridad. Secretamente reaccionamos así cuando se nos habla de la santidad y del amor de Dios, y lo malo es que nos resignamos a ello. Cuántas veces he oído esta reflexión: "La santidad no es para todo el mundo". Primera falta contra la fe. A veces se añade: "La santidad no es para mí". Y es entonces una segunda falta contra la esperanza.

Teresa tiene la intención de hablar a esos hombres cuya generosidad vacila; que querrían renunciarse, curarse y amar a Dios en la medida plena de su vocación y que no lo consiguen. Normalmente, ¿qué es lo que se les dice a estas personas? El P. Desbuquois responde él mismo: "Sabed querer". Son palabras escritas por un jesuita cuya preocupación educativa en los colegios es enseñar a querer. ¿No es así como se nos ha tratado cuando manifestábamos nuestras dificultades? Se nos respondía: " ¡Esforzaos! ¡Renunciaos!"

Parece ser el lenguaje del evangelio: "Renunciaos, llevad vuestra cruz". Es lo que dirá Casiano y todos los maestros espirituales. No hay santidad sin renunciamiento: hay que tomarlo o dejarlo.


3. La verdadera santidad

Es un lenguaje que tenemos peligro de olvidar hoy en que se "amabilizan" todas las doctrinas y aun el evangelio, diciendo: "Dios no pide tanto". Y esto es grave, porque de un solo golpe borramos todo el evangelio y no tenemos necesidad del mensaje de confianza de Teresa. Quisiera citaros aquí un texto del P. de Guibert, antiguo Director de la "Revista de Ascética y Mística", que se ha volcado mucho sobre la vida de los santos. Cada vez que lo leo hace una profunda impresión en los oyentes:

"El trabajo de la abnegación del yo es el trabajo capital de la vida. Allí está la vida espiritual, el punto prácticamente decisivo, la posición estratégica dominante, cuya pérdida o ganancia decide de hecho la batalla de la santidad.
      La experiencia está ahí para probarlo. Que se examine la vida de los santos malogrados, quiero decir sacerdotes, religiosos o simples fieles, excelentes, fervorosos, celosos, piadosos y entregados, pero que, sin embargo, no han sido sencillamente santos.
      Se constata que lo que les ha faltado, no es ni una vida interior profunda, ni un sincero y vivo amor de Dios y de las almas, sino una cierta plenitud en el renunciamiento, una cierta profundidad de abnegación y totalidad del olvido de sí, que les hubiera entregado al trabajo de Dios en ellos.
      Amar a Dios, alabarle, cansarse, matarse incluso en su servicio, son cosas que atraen a las almas religiosas; pero morir totalmente a sí mismas, oscuramente, en el silencio del alma, desprenderse, dejarse despegar a fondo por la gracia de todo lo que no es pura voluntad de Dios, he aquí el holocausto secreto ante el que recula la mayor parte de las almas, el punto exacto en el que su camino se bifurca entre una vida fervorosa y una vida de elevada santidad".

Se da ahí toda la diferencia entre un "santo hombre" y un "santo" sencillamente: el hombre santo trata de girar en torno a Dios volando a baja altura, mientras que el santo ha superado la barrera del sonido; ha aceptado seguir a Cristo y renunciar a todo. Notemos que no se trata de hacer proezas de ascesis, sino, como dice el P. de Guibert, de "dejarse despegar a fondo por Dios". Es el lenguaje del evangelio y nadie puede tocarlo y decir lo contrario: sería traicionar el evangelio. Teresa no dice lo contrario: "No hay que buscarse jamás a sí mismo en nada". Conocemos el amor de Cristo en la medida en que nos renunciamos. Lo mismo sucede con el amor a nuestros hermanos: un hombre lleno del amor de sí no puede amar a los demás.

Si trampeamos esto, no tenemos ya necesidad del mensaje de Teresa, pues su doctrina se dirige precisamente a los que no pueden llegar ahí, a los que Cristo se refiere cuando dice: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados" (Mt 11,28). Cristo se dirige a los que están fatigados y no pueden seguir tratando de practicar la ley sin conseguirlo, y no a los que descansan. Pero hay que tratar de hacerlo, sin embargo, y quererlo. El mensaje de Teresa se dirige al que reconoce que debería renunciarse y no lo consigue. He aquí el problema práctico: "No hago el bien que debería hacer" (Rm 7,15).

Frente a esta imposibilidad práctica, se da la tentación de confesar "No puedo" y esto encierra una doble verdad, dice el P. Molinié, que nos ha inspirado mucho en este párrafo. Las dos verdades son:
    1. No puedo.
    2. No quiero.
    Y la astucia del demonio es mezclar estas dos verdades con una especie de mezcolanza.
    — Si no queremos, somos libres y nadie nos puede obligar, ni siquiera nuestros determinismos. Si rehusamos, es el juicio de Dios y al final el castigo.
    — Si no podemos, Teresa nos responde: "Si las almas más imperfectas comprendieran esto, no tendrían miedo". Lo que es imposible a los hombres es posible para Dios. Es infinito, y para darnos la posibilidad, El nos envía la Fuerza del Espíritu Santo. La astucia espiritual está en no mezclar las dos.

Quisiera daros ahora la respuesta de Teresa interpretada por el P. Desbuquois. Cuando no conseguís renunciaros en un punto, por ejemplo, la cólera, la impureza o la intemperancia, hay que intentarlo, sin embargo, saj biendo que no se trata de tener éxito. En Teresa, la frontera está trazada entre los que lo intentan y los que no lo intentan. Entre dos personas que obtienen los mismos resultados, puede haber un abismo: están los que quieren renunciar y no pueden, y están los que se las arreglan para quedarse tranquilos. A fuerza de enfrentarse con el espectáculo de su debilidad, se duermen en una seguridad hipnótica: "¡Dios no pide tanto!", dicen o, peor todavía, hacen morir en ellos todo sentido de pecado.

Los primeros van a conocer la tentación contra la esperanza, y esto será su salvación, pues se van a ver obligados a gritar "socorro" y a recibir de Dios una respuesta magnífica; pero si se apartan de esta tentación, se apartarán al mismo tiempo de lo que va a darles la salvación y la santidad. En cierto sentido, la tentación va a ser el medio de gritar hacia Dios y, por tanto, de estar unidos a él. Lo que les va a permitir comprobar las palabras de Jesús: "Es preciso orar siempre, sin desfallecer" (Lc 18,1). Sobre este tema, san Juan Clímaco dice:

"No digas, después de haber perseverado largo tiempo en la oración, que no has conseguido nada; pues has obtenido un resultado. Qué mayor bien, en efecto, que unirse al Señor y perseverar sin descanso en esta unión con él" (Escala, 28,32,295), Editions Bellefontaines, P. Deseille).

El peligro más grave que corremos aquí es esquivar esta tentación o desanimarse o apartarse de ella, no la tentación contra la generosidad, sino la tentación contra la esperanza y la confianza, de la que se trata en el "Padrenuestro", y por eso decimos a Dios. "No nos dejes caer en la tentación". ¿Cómo va a jugar esta tentación? Lo veremos en el capítulo siguiente.