CAPÍTULO IX


LA ORACIÓN DE ABANDONO

 

Decíamos anteriormente que la oración de Teresa tenía como dos polos: un movimiento ascendente de súplica que correspondía a la aspiración y un movimiento descendente más centrado en la alabanza y el abandono. Un texto ilustrará y resumirá bien el primer movimiento; viene en los Manuscritos en el momento en que Teresa habla de la oración:

"La Santísima Virgen me demuestra que no está enfadada conmigo, nunca deja de protegerme en seguida que le invoco. Si me sobreviene una inquietud cualquiera, un apuro, inmediatamente recurro a ella, y siempre se hace cargo de mis intereses como la más tierna de las madres. ¡Cuántas veces, hablando a las novicias me ha acontecido invocarla y sentir los beneficios de su natural protección!... (Ms.C, F26').

Ahora quisiéramos detenernos en el segundo polo, el más importante en la vida de Teresa, que definía la oración como:

"Una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio de la tribulación, como en medio de la alegría.:., que me dilata el alma y me une con Jesús" (Ms.C, F25).

La oración de Teresa está muy marcada por el movimiento de abandono que practica y vive al filo de los días. Se puede decir que es una oración mística en el sentido real de esta palabra, es decir, una oración en la que la acción de Dios gana por la mano a la actividad del hombre. No olvidemos nunca que la oración es el reflejo exacto de la vida espiritual. Y san Juan de la Cruz ha notado muy bien que el paso de una vida espiritual de dominante activa a una vida de dominante pasiva viene marcado por una simplificación de la oración y una imposibilidad de producir consideraciones.

No son las gracias extraordinarias lo que constituye la vida mística, como dice con humor el P. Molinié, "estas gracias forman parte del almacén de accesorios". Hay que reconocer que en la vida de Teresa ha habido gracias místicas muy reales, pero puramente interiores: en un momento dado ha experimentado que el fuego del amor divino quemaba su propio corazón. Pero la esencia de su vida mística fue esta pasividad activa y viva que se desarrolla en una atmósfera de paz. Sentía que era llevada por el amor de Dios como un niño es llevado en los brazos de su padre. Estaba segura de que nada le podía acontecer porque "sabía en quien había puesto su confianza" (2 Tim 1,12).

Lo que aparece sobre todo en los escritos de Teresa, cuando evoca su oración, son oraciones de quietud, de silencio y de paz. Está allí bajo la mirada del Padre, con una conciencia muy viva de ser amada por El, viviendo de esta ternura que la colma y también la supera. A partir del momento en que el corazón de Teresa es llevado más allá de sus inquietudes, diciendo como Abraham: "Dios proveerá", se puede decir que se ha hecho mística, sin que tenga conciencia clara.


1. Una oración en la fe desnuda

No hay que creer que Teresa nadaba en las consolaciones y que tenía una conciencia siempre muy viva de esta presencia de Dios. Ha conocido, como cada uno de nosotros, estados confusos de sequedad y ha hecho una cierta experiencia de la ausencia de Dios. Por eso cuando parte para su retiro de Profesión, confiesa que sabe lo que le espera y dice con humor: "Jesús se dormirá como de costumbre", pero el hecho de que se queje de la ausencia de Dios es la señal de que Dios la trabaja. Para sentir su ausencia, hay que saber lo que es su presencia. Para experimentar a Dios como lejano, es preciso que esté presente en el corazón de una manera oculta.

Pero hay que insistir sobre todo en la manera como ha reaccionado en sus períodos de oscuridad. Hubiera podido ponerse tensa, querer a todo precio procurarse esta presencia de Dios por sentimientos fácticos de la voluntad o de la imaginación; nunca reaccionará de esta manera. En su oración, como en su vida ordinaria, va a hacer intervenir el resorte del abandono o más bien el dinamismo del abandono. Os invito a hacer la misma experiencia.

Sois creyentes, seguros de que Dios os ama con ternura. Llegáis a la oración y estáis como una bestia delante de Dios. En lugar de forzar la mano de Dios para que venga a vosotros, decidle sencillamente: "Padre mío, me abandono a ti, haz de mí lo que quieras. Cualquier cosa que hagas de mí, yo te doy gracias. Estoy pronto a todo, acepto todo". Sin duda, habéis reconocido la hermosísima oración de abandono del P. Carlos de Foucauld. Hacedla hasta el final y veréis cómo se desarrolla en vosotros una gran calma, que os invade, un sentimiento de paz y de dulzura, muy por encima de toda consolación sensible.

Conozco a personas encerradas con candado en sus dificultades, que experimentan en sí un sentimiento de desbloqueo, a partir del momento en que han comprobado que no eran los dueños de su vida y que Dios los tenía en su mano. Esto no quita nada a su responsabilidad personal, pero la sitúa en segundo lugar con respecto a la acción de Dios.

Y viviréis la experiencia de Teresa de que una oración seca puede ser muy nutritiva y hacernos experimentar la verdadera alegría de Dios. Siempre me había impresionado una frase de san Juan de la Cruz. "El alma no va a la oración para fatigarse, sino para relajarse". Y no se le tenía precisamente por uno que favoreciese la búsqueda de consolaciones sensibles en la oración. Hablando de Teresa, su hermana Celina dirá:

"Su vida entera se deslizó en la fe desnuda. No había alma menos consolada en la oración; me confió que había pasado siete años en una oración de las más áridas. Sus retiros anuales y mensuales eran para ella un suplicio. Y, sin embargo, se la hubiera creído inundada de consuelos espirituales, tal era la unción de sus palabras y de sus obras, y tan unida estaba con Dios" (C y R 28).

Para una carmelita, que debe pasar cada día cuatro o cinco horas de oración, se mide lo que ha debido ser la prueba de Teresa de sufrir siete arios de oración árida. Pero es ahí donde vamos a captar al vivo el dinamismo del abandono:

"No obstante este estado de sequedad, era cada vez más asidua a la oración, 'feliz por lo mismo de dar más a Dios'. No sufría que se robase ni un solo instante a este santo ejercicio y formaba a sus novicias en este sentido" (C v R III, 28).

En la oración, Teresa busca, pues, a Dios por El mismo. Desde este punto de vista, la sequedad es útil, porque le asegura que no va a la oración por las ideas y sentimientos que encuentra en ella, sino por Dios solo, cualesquiera que sean los sentimientos que la acompañen. Por eso la oración más seca desarrolla en Teresa un "affectus fidei", un amor de fe del que hablan los espirituales. Celina dice que se la creía inundada de consolaciones, tanto en sus palabras como en sus obras, por la unción que tenían, tan unida estaba con Dios.

Va a Dios sencillamente para estar con él y darse "más" —es su expresión— a su amor. Por eso en sus relaciones con Dios, como en sus relaciones con sus hermanas, distingue el sentimiento verdadero de la pura emotividad en la que encerramos a menudo la oración y la vida fraterna. Es un verdadero discernimiento lo que verifica la oración de Teresa y su amor por sus hermanas. Se produce por un apego cada vez mayor a Dios y a los demás, amados y queridos por sí mismos. Cuando una persona acepta el atravesar este desierto, Dios puede colmarle de su dulzura y experimenta la verdadera consolación, la del Espíritu Santo: "Consolador soberano, dulce huésped de nuestras almas, suave frescor... Ven a llenar lo íntimo del corazón de tus fieles".
 

2. Digo sencillamente a Dios lo que quiero decirle

Se comprende entonces que Teresa haga la experiencia de la libertad en la oración. No está apegada a una forma de oración, no tiene necesidad de ir a buscar en los libros bellas fórmulas compuestas para las circunstancias. Y añade con humor:

"No tengo valor para sujetarme a buscar en los libros bellas oraciones, esto me causa dolor de cabeza. ¡Hay tantas...! (Ms.C, F25").

¡Qué cercana se nos hace esta santa que tiene dolor de cabeza ante tantas oraciones y, digámoslo, ¡tantas sandeces!

Cuando se está en los brazos de uno, seria una tontería decirle: "Espera un poco que voy a buscar en un manual lo que debo deciros". Basta, sencillamente, dejar que hable el corazón. Una vez establecido entre nosotros el acorde de fondo, se pueden tocar todas las demás cuerdas de nuestro instrumento, dice el P. Surin. Pero hace falta mucho tiempo para que el Espíritu Santo nos haga penetrar en este abrazo del Padre y del Hijo. Los enamorados permanecen largas horas en los brazos del otro, sin hablarse. Una sola palabra podría romper esta intimidad y quebrar el hilo tenso de esta relación de ternura.

San Bernardo dirá en el Comentario del Sermón VIII (sobre el Cantar de los Cantares), "que este conocimiento mutuo del Padre y del Hijo, este amor recíproco no es otra cosa que el beso más dulce, pero también el más secreto". El hombre que recibe el Espíritu recibe este beso y entra en el abrazo trinitario. Y añade: "Juan bebió en el seno del Hijo único lo que este había bebido en el seno de su Padre. Todo hombre puede así escuchar en él al Espíritu del Hijo, llamando "¡Abba, Padre!" Si el matrimonio carnal une dos seres en una sola carne, con mayor razón la unión espiritual los une en un solo espíritu".

Es la esencia misma de la oración, pues es el tiempo de los esponsales, en el que se lanza uno a otro una mirada de plenitud y donde se goza el uno del otro. No es sin experimentar una culpable indiscreción como se penetra a hurtadillas en la oración de Teresa y tenemos siempre miedo de emplear el lenguaje burdo de nuestras experiencias humanas para evocar algo indecible. Y, sin embargo, Teresa nos da a entender, por algunas confidencias, que fue admitida a experimentar esta palabra del Padre a Jesús. "Tú eres mi Hijo muy amado. Gozas de todo mi favor".

Un día en que su hermana Celina entraba en su celda —volveremos sobre este acontecimiento— encontró a su hermana rezando el "Pater", con un gran recogimiento. Y en sus ojos brillaban las lágrimas. Y añade:

"Amó a Dios como un niño querido ama a su padre, con demostraciones de ternura increíbles. Durante su enfermedad llegó a no hablar más que de él, tomó una palabra por otra y le llamó 'papá'. Nos echamos a reír, pero ella replicó toda emocionada: ¡Oh, sí, el es en verdad mi 'papá'! ¡Y qué dulce es para mí darle ese nombre!" (C y R III, 33).

Se piensa naturalmente aquí en lo que dice san Pablo en la carta a los Romanos: "Recibísteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: "¡Abba, Padre!" (Rom 8,15). "Es la palabra familiar del niño, "Papá', desconocido en el vocabulario religioso del judaísmo, es la expresión de la intimidad filial, llena de familiaridad y de ternura de Jesús y de su Padre" (T.O.B. Nota Z).

En el fondo, en su oración, Teresa persigue el diálogo de Jesús con su Padre, a propósito de todos los hombres. Y el fondo de su oración lo constituye una sola palabra "Padre", que aflora en su conciencia como en la de Jesús, en toda ocasión: "Padre te doy gracias por haberme escuchado... Padre, te bendigo por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los hábiles... Padre, te alabo...

Pero en este diálogo muy sencillo hay lugar para una gama de sentimientos e intercambios, como se hace con un amigo que nos escucha y nos ama. Se le habla familiarmente para decirle todo lo que se tiene en el corazón y afecta a nuestra propia vida:

"Hago como los niños que no saben leer: digo a Dios con toda sencillez lo que quiero decirle, sin componer bellas frases, y siempre me entiende... (Ms.C, F25').


3. Rezo muy despacio un padrenuestro

En Teresa, se da un mutuo juego entre la oración del corazón y la de los labios. Se podía creer, después de todo lo que hemos dicho, que a Teresa no le gustaba la oración vocal. Hay que comprender bien el sentido de sus palabras. Como Cristo en el evangelio, no puede soportar una cierta palabrería como si se tratase de hablar mucho para hacerse oír mejor. El Padre sabe lo que necesitamos, no es útil recordárselo con una oleada de palabras. Por eso el fondo de la oración de Teresa está constituido por un silencio de amor. Hace callar todos sus circuitos personales para ponerse a la escucha de Dios. Y cuando se calla es cuando Dios puede hablar. Además, Teresa es auténtica y le atrae poco lo "sublime" de las oraciones hechas. Pero dice que le gustaba el oficio divino.

Por otra parte, experimenta lo que nuestros hermanos de Oriente dicen de la oración de Jesús. Aconsejan al que se pone en oración que recite despacio la fórmula: "Señor Jesús, hijo de Dios Salvador, ten piedad de mí pecador", de tal manera que la oración de los labios ilumine progresivamente la oración del corazón. La señal de que esta oración ha bajado de la cabeza al corazón es que el hombre experimenta en sí mismo una cierta dulzura, o mejor, un cierto calor, el del Espíritu Santo. Teresa no conocía la oración de Jesús, pero encuentra ahí una gran ley tradicional de la oración.

Un hombre como Julien Green evoca este estado producido pór la recitación de algunas oraciones. Por eso escribe en su diario:

"No se aprende a orar en los libros, como tampoco se aprende con libros a hablar inglés o alemán. Se puede hacer notar esto que, sin embargo, se escapa a muchos autores, y es que hay un momento en que el que ora pierde pie de pronto. Aun las oraciones recitadas llevan a esto algunas veces. ¿Qué significa pierde pie? Significa que no se sabe lo que se hace pero que esto no tiene importancia. Es un poco como el segundo en el que se cae en el sueño. ¡Cuántas veces he ácechado este instante de la caída en el sueño! Pero viene sin que se sepa, y pienso que lo mismo sucede con la oración con o sin palabras" (J. Green, Vers l'invisible Livre de poche).

Teresa ha experimentado este hecho habitual en la vida de oración, según el principio que enunciábamos más arriba, a saber, que se piensa en el Otro antes de inquietarse por sí. Y experimenta esto sobre todo en los períodos de sequedad:

"Algunas veces, cuando mi espíritu se encuentra en una sequedad tan grande que me es imposible formar un solo pensamiento para unirme a Dios, rezo muy despacio un "padrenuestro", y luego la salutación evangélica. Estas oraciones, así rezadas, me encantan, alimentan el alma mucho más que si las recitara precipitadamente un centenar de veces..." (Ms.C, F25").

¿Qué sucede cuando una persona dice lentamente las palabras del Padrenuestro? A fuerza de golpear su corazón con las palabras mismas de Cristo, lo atraviesa y hace brotar el Espíritu oculto en el fondo de su corazón, del que ni él mismo tiene conciencia. Es poco más o menos lo que dice san Pablo en Romanos (8,26): "Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefabiles".

A los que trabajan duramente en la oración, quisiéramos darles este sencillo consejo de Teresa. Tomad una hora entera y el texto del "Padrenuestro", pues hace falta mucho tiempo para recogerse y hacerse una persona atenta, capaz de permanecer en la oración con una sola palabra. Cuando hayáis hecho silencio para que el espíritu venga a vosotros para recitar la oración de Jesús a su Padre, decid lentamente: "Padre nuestro que estáis en el cielo,

"y esté en la consideración desta palabra tanto tiempo, quanto halla significaciones, comparaciones, gusto y consolación en consideraciones pertinentes a la tal palabra" (San Ignacio, Ejercicios n.Q 252).

Luego se hará lo mismo con las demás frases del Padre Nuestro. Sin duda no llegaréis a terminar el texto al cabo de la hora, no importa. Lo esencial no es meditar sobre las palabras de Cristo, sino prensarlas en el corazón y recitarlas con los labios. Así, cuando digáis: "Santificado tu nombre" volved esta frase y decir: "Santifica tu nombre", "Muéstrate Santo!" A lo largo de esta oración habrá que fijarse en Cristo y mantenerse en sus palabras, rechazando toda otra imagen o idea. Tenéis que vencer el aburrimiento. Pero estad persuadidos de que una vez salidos de la oración, sorprenderéis a vuestro corazón "en flagrante delito de oración". Esta manera de orar es muy nutritiva para la vida de unión con Dios.

Teresa comprende esto desde el interior y cuando comienza a decir el Padrenuestro se detiene y no puede avanzar. Comprende ya lo que veremos en la eternidad. En una palabra, gusta ya el cielo en la tierra y no ve bien lo que tendrá de más en el cielo que no tenga ya en la tierra. Comprueba plenamente el fin que Teresa de Avila ha señalado a sus hijas cuando les invita a hacer oración. Un día en que se hablaba delante de Teresa de Lisieux de los prestidigitadores e hipnotizadores, gritó: "¡Cómo me gustaría ser hipnotizada por Cristo!". En el fondo, hacer oración para la gran Teresa, como para la pequeña, es aceptar el ponerse durante una hora bajo la irradiación fulgurante de la mirada de Dios, que penetra' hasta el fondo del corazón, como un laser.

Me maravilla hoy el ver a tantos religiosos y religiosas que corren detrás de todas las técnicas orientales —que no desprecio— para aprender a orar. Me dan ganas de decirles: "¡No vayáis a buscar entre los hindúes, mirad a vuestro perro que espera la vuelta de su dueño, y sabréis lo que es esperar la vuelta de Jesucristo y, por tanto, hacer oración!" No es gracioso el ser un pobre perro que no puede hacer nada para salir de la situación de esperar porque no tiene ninguna otra carta de recambio para distraerse esperando la venida de su dueño. Está obligado a aburrirse hasta el momento en que le vea.

Pienso aquí en Teresa de Avila, tiene sesenta y siete arios la víspera de su muerte, está sobre su jergón. El P. Antonio de Jesús le lleva el Santísimo Sacramento. Se esfuerza en enderezarse, y mirando a Cristo Eucaristía: "Tiempo es ya que nos veamos... Ya es tiempo de caminar". Pero Teresa está en camino desde siempre, desde que se puso a hacer oración.
Esta es la oración de abandono en Teresa:

"Un día entré en la celda de nuestra querida hermanita y quedé sobrecogida ante su expresión de gran recogimiento. Cosía con gran actividad y, sin embargo, parecía perdida en una contemplación profunda:
      —¿En qué pensáis —le pregunté.
      —Medito el Pater —me respondió--. ¡Es tan dulce llamar a Dios: Padre nuestro.
      Y las lágrimas brillaron en sus ojos" (C y R 33).

Para terminar, quisiera citar un texto lleno de humor dado por Henri Brémond. Podría aplicarse a Teresa como a todos los pequeños a los que se les revelan los misterios del Reino. Ilustra bien lo que hemos intentado decir , muy imperfectamente:

"La Madre, de Ponçonnas, fundadora de las Bernardinas reformadas, en el Delfinado, estando en su infancia en Ponçonnas, cayó en manos de una vaquera que le pareció tan rústica que pensó no tenía ningún conocimiento de Dios. La tomó aparte y comenzó con todo interés a trabajar en su instrucción. Esta maravillosa hija le pidió con abundantes lágrimas que le enseñase lo que tenía que hacer para terminar su Pater, pues, decía en su lengua montañesa: "Yo no sé llegar hasta el fin. Desde hace casi cinco años, cuando pronuncio esta palabra 'Padre', y considero que el que está allá arriba, decía levantando el dedo, que aquel es mi Padre, lloro y me quedo todo el día en este estado cuidándo mis vacas" (Brémond, Hist du Sentiment réligieux, II).