CAPÍTULO VIII


¡QUE GRANDE ES EL PODER DE LA ORACION!

 

En un capítulo precedente dijimos que la oración de Teresa brotaba de dos fuentes: o bien nace en el seno de la prueba y del sufrimiento y es un grito de amor o de súplica; o nace en el seno de la alegría y es entonces una mirada al cielo, un grito de gozo y de agradecimiento. Es el ritmo mismo de la oración cristiana en que se aspira y expira el soplo del Espíritu en el corazón. El hombre suplica cuando se ve necesitado y da gracias cuando siete alegría.

Quisiéramos, sencillamente, poner de manifiesto dos textos que subrayan este ritmo de la oración cristiana. El primero es de san Pablo a los Filipenses. Invita a los cristianos a desechar toda inquietud y a abandonarse a la súplica, pues el Señor está cerca. Notemos de paso este movimiento ascendente y descendente de la oración:

"El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Fil 4,5-7).

Encontramos poco más o menos el mismo ritmo en el prefacio del Espíritu Santo, a propósito de la oración de la Iglesia:

"Es tu Espíritu el que la sostiene y conserva fiel, para que no se olvide jamás de suplicarte en me-dio de las pruebas, ni de darte gracias cuando vive en alegría".

El segundo texto procede de Teresa en el Manuscrito C. Es la primera vez que nos ha impresionado lo que dice del poder de la oración y se podía sacar de aquí toda una enseñanza sobre la oración en Teresa. Como siempre, habla de la oración a propósito de su experiencia personal, aquí a propósito de su libertad en la oración. No se deja encerrar en fórmulas, sino que habla libremente a Dios como un niño. Va a insistir mucho sobre el poder de la súplica:

"¡Qué grande es, pues, el poder de la oración! Se diría que es una reina que en todo momento tiene entrada libre al rey y puede conseguir todo lo que pide...

Luego va a dar una definición muy personal de la oración:

"Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio de la tribulación como en medio de la alegría. En fin, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une con Jesús" (Ms.C, F25).

1. La oración y el sacrificio constituyen toda mi fuerza

En los combates y tentaciones, Teresa no pone su fuerza en su propia voluntad, sino únicamente en la oración y el sacrificio. Sabe que le es "imposible crecer, y que debe soportarse tal como es, con todas sus imperfecciones", pero "sabe también que Dios no puede inspirarle deseos irrealizables", y que puede, pues, aspirar a la santidad por medio de la oración.

Nos enfrentamos con el mismo dilema. Queremos convertirnos, ser dulces, buenos y puros, y nos desalentamos cada vez más, pues vemos que no lo conseguiremos nunca. El peligro está entonces en entristecernos: "Qué desagradable es, dice Teresa, pasar el tiempo aburriéndose en vez de dormirse sobre el corazón de Jesús. Sor Genoveva viene desconsolada: ¡nunca seré buena! —Sí, sí, lo conseguiréis, le responde, Dios os lo hará conseguir". Como Sor Genoveva tenemos peligro de decir: "Es imposible. ¡Empiezo a conocerme!" No, el problema no está ahí. Lo esencial no es conocerse, sino conocer el amor eficaz de Dios para con nosotros. Este amor se experimenta, no en los libros, sino a golpe de llamadas a él. Entonces lo que es muy difícil, aun imposible, se hace realizable por un recurso a Dios.

Para esto hay que adquirir un reflejo de recurso a Dios. No es una vez cuando hay que recurrir, sino en toda ocasión, dice san Pablo. Todo está en la fuerza de la petición, es decir, en la calidad del amor que empuja a pedir. Entonces hacemos jugar los tres dinamismos del cristiano, a saber, la fe, la esperanza y la caridad. Hay que desarrollar, poco a poco, nuestra triple relación con Dios por recursos a él. Son primero débiles y numerosos, luego se hacen cada vez más poderosos, como todo lo ,que se vive y ejercita. Son necesarias, pues, peticiones fuertes, recursos a Dios que sean obstinaciones y asaltos del amor. Por eso la oración nace de la vida misma y puede hacerse continua. Pero son muy raros los hombres que recurren sin cesar a Dios.

Teresa dice que no hay que inquietarse por la debilidad de nuestros primeros recursos. Hay que hacer esta oración: "Creo, Señor, que tú puedes en este momento darme las fuerzas para este combate, pues me amas". Por curiosidad he ido a leer las tablas de citas de Teresa sobre la palabra "oración" y me ha impresionado la insistencia con la que anota el ardor y el fervor de su oración. Y la mayoría de las veces, añade que su oración fue escuchada. Tomemos algunas de estas citas, y puestas una a continuación de otra son impresionantes. Corresponden todas a situaciones en las que Teresa no puede más que recurrir al cielo:

"He estado largo tiempo orando con fervor".
      "Con qué ardor le he pedido que me guarde siempre".

A la oración une también la caridad concreta:

"No me contentaba con orar mucho por la hermana... procuraba hacerle todos los servicios posibles".

Teresa se encomienda también a la oración de las otras, es muy importante cuando la oración se hace dificil o imposible. Poco importa que el otro ore o no, la intención está ahí:

"Había escrito al buen P. Pichon que me encomendase a sus oraciones".
      "Mis oraciones eran muy ardientes".

Teresa sabe también que su oración será escuchada si se hace con fe, como Cristo lo pide en el evangelio (Mc 11,22-24):

"Sentí que mi oración era escuchada".
       "Jesús escuchó mi oración".
      "La oración y el sacrificio es lo que puede ayudar".
      He aquí mi oración: pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor".


2. Conscientes de nuestra debilidad y confiando hasta la audacia

Vamos a vivir la relación más extraordinaria con Dios, pero también la más auténtica: pedirle lo imposible, es decir, la posibilidad de avanzar allí donde el camino está humanamente bloqueado. De donde esta aparente paradoja: "Vete a Dios con las manos vacías, pero todo dependerá entonces de la fuerza de tu petición". Permaneciendo pequeños vamos a experimentar el poder de la palabra de Cristo: "Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis" (Mc 11,24).

He aquí el camino de la santidad, tal como nos lo traza Teresa de Lisieux:

"La santidad no consiste en esta o aquella práctica, consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia, en su bondad de Padre" (N.V. 3-8-97).

Hay que desarrollar una sencilla disposición para recibirlo todo de Dios sin poseer jamás ni virtud, ni fuerza. Caminar por un camino así no es confortable, pues es necesario, siendo conscientes de nuestra debilidad, confiar hasta la audacia en Dios Padre. Y la tentación es eliminar uno de los miembros de la alternativa para tener tranquilidad.

Es y no es sencillo. La doble dificultad es primero verse muy débil hasta el final de nuestra vida y luego tener, respecto de Dios, una confianza audaz. Pero no daremos razonamientos sobre ambas cosas. Hay que ensayar, en una palabra, "¡hay que hacerlo!" No os quejéis de no tener éxito. Si os contentáis con escuchar las palabras de Teresa, sin hacer nada, entonces no tenéis derecho a quejaros. En cuanto a testimonios de éxito, puedo proporcionároslos a miles: los de santa Teresa de Lisieux y los de todos aquellos y aquellas que siguen su camino. Pienso también en los monjes de Oriente.

Aquí volvemos a encontrar una actitud fundamental y tradicional de la espiritualidad oriental: el filtrar los pensamientos en el recuerdo frecuente del Nombre del Señor Jesús. En este punto preciso todas las espiritualidades coinciden. Se da en nosotros como una ola de deseos, impresiones y acontecimientos exteriores, que nos meten en un torbellino y sin embargo somos bautizados y el Señor Resucitado vive en nosotros. Entonces desarrollamos el recuerdo de Jesús (la memoria viva y activa) en el interior de estos pensamientos. Los dejamos subir en nosotros sin rechazarlos, y los tomamos por el cuerpo para asumirlos:

"La invocación facilita la guarda del corazón; cuando un 'pensarniento', en el sentido evangélico, aflora en el subconsciente, antes de que se haga obsesivo hay que aplastar con el Nombre la sugestión demoníaca y transfigurar la energía así liberada revistiéndola del mismo Nombre" (O. Clement, Questions sur l'homme. Stock).


3. Este movimiento está inspirado por el amor (San Juan de la Cruz)

Puesto que estamos en las convergencias del movimiento de abandono y las demás corrientes espirituales, no es inútil anotar que Teresa permanece en la gran línea del Carmelo. Los devotos de san Juan de la Cruz habrán reconocido en el movimiento de abandono teresiano el famoso acto anagógico que permite al hombre elevarse por encima de lo creado. Se trata siempre de no detenerse en las causas segundas, sin despreciarlas, para adherirse a la voluntad de Dios. El hombre se lanza hacia Dios desprendiéndose de todo lo contingente. Tal movimiento, dice san Juan de la Cruz, está inspirado por el amor. Lo define así:

"Cuando sintiéramos el primer movimiento o acometimiento de algún vicio... acudamos con un acto o movimiento de amor anagógico contra el tal vicio, levantando nuestro afecto a la unión de Dios" (san Juan de la Cruz, Dictámenes de espíritu, 5).

El interés de Teresa fue el haber comprendido desde el interior este movimiento y haberlo vivido en la vida de cada día. Puede entonces dar de ello una traducción concreta a sus novicias, ayudándoles a evitar los penosos tanteos. Pero su doctrina es de la misma vena sanjuanista.

Se podría hacer también un paralelo con el examen de conciencia de san Ignacio. No se trata del ejercicio que exponemos a veces con este nombre y que consistiría en hacer, al final del día, o de cara a la confesión, una cuenta exacta de las faltas, sino que es poner por obra lo que hemos dicho más arriba. En este sentido, hay que enlazarlo más al discernimiento espiritual que a la vida moral'. Se trata de ir a Dios, con las manos vacías, en acción de gracias, para reconocer lo que está realizando en nosotros. Se puede definir como una puesta de todo el ser en la corriente del Espíritu Santo, para dar más ascendiente a su acción, después de los desfallecimientos inevitables. Es un abandono activo a la acción del Espíritu Santo en nosotros. Y este movimiento se sitúa sobre el plano de una perfecta disponibilidad de un ser a la acción de Dios. Se trata de volver a Dios, aunque sólo sea unos instantes, para desplegar ante él nuestras preocupaciones y nuestros proyectos para que él sea el dueño de ellos.

¿Cuándo se hace? Desde este punto de vista, todo el tiempo. Es como un ejercicio de presencia de Dios, pero no exterior a la acción que estamos realizando o a nuestras condiciones de vida. Se realiza en la acción del momento para purificar en ella los motivos y dirigir nuestra intención hacia Dios. Más que presencia de Dios, es cooperación a la acción de Dios en nosotros.

Un día que Teresa charlaba con Celina sobre la unión con Dios, esta última le hizo una pregunta:

"Como yo le preguntase, si perdía alguna vez la presencia de Dios, me contestó sencillamente: ¡Oh, no, creo que no he estado nunca tres minutos sin pensar en Dios". Le manifesté mi sorpresa de que tal aplicación de la mente fuese posible. Ella replicó: "Se piensa naturalmente en quien se ama" (C y R III, 29).

Impresiona este hecho extraordinario de que "Teresa no haya estado jamás tres minutos sin pensar en Dios". Y, como Celina, uno podría sorprenderse de que una tal aplicación sea posible. Y Teresa le responde que es normal pensar en uno a quien se ama. Es, pues, en el amor vivido al ras de la existencia, en el movimiento de abandono, donde hay que buscar la fuente de su unión con Dios y de su oración continua.

En este movimiento de abandono es donde se sitúa verdaderamente la verdadera unión con Dios en la acción. Y aquí es donde Teresa tiene un mensaje para los hombres de acción que aspiran a la oración continua, permaneciendo sumergidos en una vida apostólica. Un profesor de seminario me escribía recientemente: "Me desconcierta el ver cómo los más "piadosos" son a veces poco abiertos apostólicamente, y también cómo los más abiertos tienen peligro de falta de profundidad y de caer en la "mundanidad". En el fondo, mucha gente, aun sacerdotes y religiosos, tienen una idea falsa de la vida y de la oración.

"Piensan que la vida consiste en moverse y que la oración consiste en retirarse en alguna parte y en olvidar todo lo de nuestro prójimo y de nuestra situación humana. Es una calumnia de la vida y una calumnia de la misma oración" (Mons. Antoine Bloom).

Teresa acaba de decirnos que no hay que buscar conciliaciones imposibles, que la oración continua no consiste en tener "pensamientos de acompañamiento", como si hubiera que espolvorear nuestra vida con ciertas pizcas de oración. Lo que importa, nos dice Teresa, es que estemos en lo más profundo de la vida de Dios con todo nuestro ser de hombres (Ef 3,19). Teresa no se evade jamás de su vida real, sino que pasa su existencia con armas y bagajes a Dios. Como dice A. Bloom:

"La oración nace de dos fuentes: es la admiración de la alabanza y de la acción de gracias, o bien es lo trágico de la súplica y de la intercesión".

En este sentido preciso en que su oración se encama en su movimiento de abandono, se podría decir de Teresa lo que se decía de Ignacio de Loyola, que era "un contemplativo en la acción". Oraba sin cesar en el corazón mismo de su vida y de su acción junto a las novicias. La unión con Dios no se encuentra en una división sicológica, pero si nuestro corazón está despegado de sí mismo y enteramente abandonado a Dios, ora sin cesar. Así en la debilidad, Teresa experimenta la fuerza de la gracia; a condición de que objetive esta debilidad y la reconozca, experimenta la presencia y el poder del Señor Jesús. De aquí la tradición de la oración de Jesús en Oriente para que el Señor esté presente en medio de todo nuestro ser de hombre: "Que mi humanidad, decía el P. Teilhard, se convierta en un campo de experimentación para el Espíritu Santo". Se podría hablar también de la Vigilancia del Corazón. San Benito dice que el monje debe huir del olvido de Dios y aplastar todos los pensamientos sobre la roca de Cristo.

Para terminar, quisiéramos evocar otro "lugar teológico" de la espiritualidad del "Instante presente" (P. de Caussade), pero volveremos sobre ello. Es con el movimiento de abandono y el acto anagógico, el lugar privilegiado donde se encuentra a Dios, pues es ahí donde se revela su voluntad en el tejido de nuestra vida. Teresa lo dirá claramente a propósito de su retiro para la profesión:

"He observado con frecuencia que Jesús no quiere darme provisiones. Me sustenta a cada instante con un alimento enteramente nuevo, recién hecho; lo encuentro en mí sin saber cómo ni de dónde viene... Creo, sencillamente, que es Jesús mismo, escondido en el fondo de mi pobrecito corazón, el que me concede la gracia de obrar en mí, dándome a entender lo que quiere que yo haga en el momento presente" (Ms.A, F76').

Me ha gustado siempre esta frase de san Alfonso Rodríguez, el portero de Mallorca, que resume muy bien el acto de abandono de Teresa:

"Cuando experimento en mí una amargura, la pongo entre Dios y yo y oro hasta que él la transforma en dulzura".

Se trata siempre de ver de frente este sentimiento de amargura, de ponerlo entre sus manos y ofrecérselo al Señor que transforma el obstáculo en medio. En la vida espiritual, se puede uno ver privado de la oración, de la eucaristía, y de los otros medios espirituales, pero de lo que uno no se puede jamás dispensar, es de que en el interior de sí mismo, se entregue a Dios en la purificación del corazón. Teresa nos dice que es una fuente de libertad profunda en la que se encuentra la verdadera alegría.