CAPITULO VII


EL MOVIMIENTO DE ABANDONO

 

Cuando uno se pasea por el interior de los escritos de Teresa, se reconoce prácticamente su rostro en todas las páginas y se podrían aplicar cada una de sus intuiciones espirituales a una situación que vivimos concretamente. Por eso es dificil hacerla entrar en un sistema de espiritualidad. Una vida difícilmente se traduce a fórmulas. Es un poco como cuando se atraviesan las Landas en ferrocarril y se pasa al lado de los bosques de pinos, no hay un solo momento preciso en el que la mirada pueda abrazar el conjunto con una nitidez en toda su longitud; antes o después, no se ve más que un enmarañado confuso.

Lo mismo sucede con la espiritualidad teresiana, no hay más que un solo punto en el que la mirada pueda captar con nitidez la coherencia y la articulación de esta doctrina, y pensamos que este punto es el movimiento de abandono. El abandono resume su doctrina porque exige que se viva como un niño pobre y desprovisto, pero seguro de ser amado por un Padre infinitamente misericordioso. Podríamos decir las cosas de otra manera: el corazón del mensaje de Teresa es la fe en el Amor misericordioso, y el camino que nos lleva a este corazón es el camino de la infancia espiritual que se vive de una manera privilegiada en el movimiento de abandono.

Es verdaderamente el abandono lo que abre mejor el camino a las deferencias de Dios que nos ha amado el primero, puesto que se trata menos de obrar que de entregarse, menos de dar que de acoger. En el capítulo precedente hemos visto al discípulo de Cristo aceptando simplemente el ser un niño pobre, que vive en los brazos de su Padre para poner en ellos todo su cuidado, toda ocupación y todo límite. Teresa se acurruca "en los brazos de Dios" (Ms.C, F21"), afronta sin miedo las borrascas, pues su Padre le da en "cada instante" aquello que necesita.

Por eso, el discípulo de Teresa sabe que permaneciendo pequeño y débil puede alimentar grandes aspiracio0nes a la santidad. La gran revelación del evangelio, es que Dios ama a los pequeños porque son pequeños, pobres y sin valor. En una palabra, Dios ama la manos vacías. Se llama esto el camino de la infancia espiritual, pero no hay que engañarse, no es una actitud ingenua la que se adopta para ser amable y descuidado. Es mejor, tal vez, evocar al hijo que encuentra totalmente natural acudir constantemente a su padre con la audacia tranquila de la más completa confianza: he aquí el camino de la santidad. Y aquí interviene el movimiento de abandono, pues esta actitud hay que vivirla, no de una manera intelectual, sino en lo cotidiano de una vida muy común. Vamos a intentar colocarla en el contexto de la tradición espiritual.


1. Correr o descansar

Todos los autores espirituales que han hablado del abandono han corrido el riesgo de ser sospechosos de un cierto quietismo. Pensemos en Fenelón, en los Jesuitas místicos que han explicitado al P. Lallemant (Rigoleuc y Surin), en el P. de Caussade y, más cercano a nosotros, en Dom Vital Lehodey. Y, sin embargo, estaban en la pura tradición del evangelio. Del mismo modo, en el momento de la muerte de Teresa, prioras del Carmelo han vituperado La historia de un alma a causa de esto y bajo pretexto de una doctrina de "agua de rosa". Por eso hay que desligar esta noción de abandono de todas sus falsificaciones y desviaciones.

Lo mejor que podemos hacer es acercarnos a Teresa con otro gran espiritual que no puede ser tildado de quietismo, ya que tiene una reputación de "voluntarista" de tomo y lomo, san Ignacio de Loyola. Veremos que palabra a palabra, Teresa utiliza las mismas expresiones que él. Se trata de la célebre sentencia de Ignacio, que regula en la acción la parte del hombre y la parte de Dios:

"Confiarme totalmente a Dios, pero hacerlo todo como si el éxito dependiese totalmente de mí y no de Dios. Por otra parte, poner todo mi cuidado en lo que hago, como si no hiciese nada, y Dios solo hiciese todo" (Selectae sententiae, II) A. Brou, Saint Ignace, Maitre d'oraison. Spes 1925.

Este axioma no se encuentra en las obras de Ignacio, pero es el resumen dado por sus discípulos.

Se encontrarán estos dos polos en Teresa. Se hace primero todo lo que se puede como si dependiera de nosotros y se espera todo como si dependiese de sólo Dios. Veremos más adelante lo que significa: "¡Hacer todo como si dependiera de nosotros!", pues el gran obstáculo aquí es el desaliento que engendra una tentación contra la esperanza. Pero citemos antes las palabras de Teresa en las que explica "con energía, dice su hermana Celina, que el abandono y la confianza en Dios se alimentan con el sacrificio".

"Hay que hacer —me dijo— todo cuanto está en nosotras, dar sin medida, renunciarse continuamente: en una palabra, probar nuestro amor por medio de todas las buenas obras que están en nuestro poder... Pero, como al fin de cuentas, todo esto es bien poca cosa..., es necesario, cuando hayamos hecho todo lo que creemos deber hacer, confesarnos 'siervos inútiles', esperando, no obstante, que Dios nos dé por gracia lo que deseamos.
      He aquí lo que esperan las almas pequeñas que 'corren' por el camino de infancia: Digo 'corren' y no 'descansan'" (C y R, II, 46).

Creo que tenemos aquí una síntesis admirable de la conjugación entre la acción de Dios y la acción del hombre, entre gracia y libertad. En ningún momento Teresa renuncia a pedir al hombre que vaya hasta el extremo de su amor y podría decir, como san Ignacio, "el amor se prueba más en las obras que en las palabras", pero sabe también que el hombre es pobre y sin voluntad, y que un día experimentará su impotencia para amar con todo su corazón. Entonces dice que "todo esto es bien poca cosa", y que hay que esperarlo todo de Dios, pero a condición de "haber hecho todo lo que creemos que debemos hacer". En ningún momento, para Teresa "dejarse hacer" por Dios corresponde a "dejarse vivir". ¡Hay que correr y no descansar!


2. Nos hacía mirar nuestros combates de frente

Hay que considerar ahora cómo se las va a arreglar consigo misma y con sus novicias para ayudarles a vivir lo que yo llamaría "armonía de los contrarios": Notemos antes de nada que Teresa es realista, no se trata de negar una dificultad o evadirse de ella o aturdirse en una actividad febril. Esto no serviría para nada y conduciría a una catástrofe, esta actitud "provocaría un rechazo y un día, todo el bloque endurecido de las tendencias coaligadas se levantarían ante el alma.

Teresa no quiere que se evite una dificultad, aunque haya que pasar por debajo:

"Somos demasiado pequeñas para sobreponernos a las dificultades; es necesario que pasemos por debajo de ellas" (C y R II, 37).

Pasar por debajo, es sentarse en la dificultad y vivirla desde dentro, es decir, sufrirla porque contiene el sentido oculto de nuestro porvenir. Pasar por encima constituye siempre una salida falsa.

Miremos al vivo cómo Teresa va a actuar con su hermana Celina para hacerle vivir el movimiento de abandono. Celina viene a quejarse a su hermana Teresa de que su compañera de noviciado no ha llenado de leña el arcón, siendo así que ella se ocupa de este trabajo con tanto cuidado. Nuestra reacción hubiera sido: "¡Pasa por encima de estas pequeñeces!" Teresa va a obrar de otra manera, obligando a su hermana a mirar la dificultad de frente:

"Sin que intentase borrar el oscuro cuadro que yo trazaba ante sus ojos, ni esclarecerlo, me obligaba a contemplarlo de más cerca y parecía ponerse de acuerdo conmigo:
      "¡Bien! Admitámoslo: convengo en que vuestra compañera ha cometido la falta que le atribuís..."
      En vez de evitarnos nuestros combates, destruyendo sus causas, nos los hacía mirar de frente (C y R I, 10).

Teresa obra así porque quiere ayudar a su hermana a ver la realidad de frente y a aceptarla. Es el primer tiempo del movimiento de abandono. No se busca el evadir un trabajo, el huir de uno que tiene un carácter difícil, y no se sueña en otra cosa si no en lo que hay que vivir. Uno permanece sumergido en lo cotidiano tal como es, pues es ahí donde uno se hace santo. La vida divina se alimenta de la vida cotidiana más ordinaria. El abandono no es una manera de hacer la vida más fácil, sino de ayudarnos en lo difícil con medios muy pequeños.


3. Conseguía hacerme amar mi suerte

No basta con reconocer la dificultad, pues se puede escapar de ella o tomarla a disgusto, hay que aceptarla y adherirse a ella; en una palabra, amar la voluntad de Dios que se traduce en estas circunstancias contingentes. Es en el sentido evangélico de la palabra la "hora" o la"copa" que estamos invitados a beber. Teresa resume su enseñanza con una imagen humorística, "no tenemos más remedio que soportar los chaparrones, qué le vamos a hacer si nos mojamos un poco". Hay que aceptar la propia debilidad, pues sólo en ella puede desplegarse el poder de Dios.

En eso se ocupa Teresa con su hermana Celina, no sólo ennegrece el cuadro, sino que quiere enseñarle a amar su situación:

"Poco a poco, conseguía hacerme amar mi suerte, hacerme desear que las hermanas me ahorrasen miramientos... En fin, me situaba en sentimientos más perfectos. Luego, cuando esta victoria había sido lograda, me citaba ejemplos ignorados de virtud de la novicia acusada por mí. Pronto el resentimiento daba lugar a la admiración y pensaba que las demás eran mejores que yo" (C y R I, 10).

Pero muy a menudo en nuestra vida las dificultades y las inquietudes están más en la imaginación que en la realidad. Hacemos una montaña con preocupaciones imaginarias. Por eso, dicho sea de paso, hay que vivir en el momento presente y no "amplificar sus problemas por la imaginación". Por eso Teresa procede con Celina con cierta dosis de humor. Cuando sabe que el arcón está lleno de leña sin que su hermana lo sepa, se cuida mucho de decírselo para no aniquilar su combate:

"A veces nos dejaba para lo último la sorpresa de semejante descubrimiento y aprovechaba esta circunstancia para demostrarnos que muy frecuentemente nos creamos combates a nosotras mismas que no existen y que son puras imaginaciones" (C y R I, 10).

Si el combate es real, hay que aceptar el verse uno tal como es y abandonarse a Dios por la confianza. Cuando surge una dificultad en nuestra vida, no hay que quedarse a su nivel, sino realizar un desprendimiento inmediato a fin de mirarla con Dios. Por eso hay que desprender su corazón de la tarea para abandonarse en Dios:

"Leí una vez que los israelitas levantaron los muros de Jerusalén trabajando con una mano y sosteniendo la espada con la otra. Esta es la imagen de lo que nosotras tenemos que hacer" (C y R. III, 26).

Si se trata de una preocupación inútil, no hay que tener miedo de mirarla: aparecerá así a la luz y caerá por sí misma:

"Creo que en las cosas muy importantes no se superan los obstáculos. Se les mira fijamente, todo el tiempo necesario, hasta que, en el caso que procedan de los poderes de la ilusión, desaparecen" (Simone Weil).


4. El puente de la confianza amorosa

Hemos llegado al tercer tiempo del movimiento de abandono. Cuanto más el hombre avanza más descubre que tiene las manos vacías y que está lejos de Dios. Está separado de Dios por un abismo infranqueable para sus propias fuerzas. El P. Corvad de Meester ha forjado una comparación notable para dar cuenta de esta situación, es la del puente de la esperanza. Yo diría que nos hace muy bien caer en la cuenta del tercer piso del cohete que va a propulsar al hombre en los brazos de Dios:

"Hay que lanzar ahora un puente por encima de este abismo. Sobre las dos orillas se han construido sólidos cimientos, se levantan dos pilares. Sobre nuestra orilla, la humildad, por la que el hombre finito acepta humildemente su imperfección y su impotencia. Sobre la orilla de Dios infinito, el pilar es la Misericordia en la que el hombre cree. Lo mismo que la humildad, la fe en el amor misericordioso de Dios es una condición esencial de la esperanza. No se puede esperar en uno en cuya bondad no se cree. Sobre estos pilares se lanza entonces el puente de la confianza amorosa y el hombre puede llegar hasta Dios. O más exactamente, Dios mismo se presenta sobre este puente, toma al hombre y lo lleva a la otra orilla" (Les mains vides. Cerf. Col. Foi vivante).

Y aquí interviene la oración. Teresa no habla de ella explícitamente, pero en varias ocasiones se ve que reacciona con un movimiento de ofrenda a Dios. Cada vez que experimenta su debilidad acude a los pies de Jesús para ofrecerle sus infidelidades momentáneas. Después de haber tomado conciencia de sus limitaciones, después de haberlas aceptado, se ofrece:

"Me apresuro a decirle a Dios: Dios mío, sé que he merecido este sentimiento de tristeza, pero dejadme, sin embargo, que os lo ofrezca, como una prueba que me enviáis amorosamente. Lamento mi pecado, pero me alegro de poder ofreceros este sufrimiento" (Cuaderno Amarillo, 3.7.2).

En el fondo, ¿qué dice Teresa? Cuando las cosas se ponen muy difíciles y que sois incapaces de levantar las montañas de orgullo y de egoísmo que hay en vosotros, confesad sencillamente que sois "siervos inútiles", esperad todo de Dios y el os dará todo por gracia. Esto supone que se acude a Dios en la oración. Es la" "ciencia de la esperanza y de la confianza en Dios" que san Francisco Javier enseña a los jóvenes que van a partir a misiones. Habría que leer aquí un librito olvidado de san Alfonso de Ligorio: El gran medio de la oración. Su enseñanza es sencilla: cuando el hombre se enfrenta con las exigencias del evangelio (perdonar a sus enemigos, ser casto, ser pobre), se descubre radicalmente incapaz, entonces queda una única solución, recurrir a Dios en una súplica confiada, humilde y perseverante.

Todos los maestros espirituales lo afirman después de Cristo: "Lo que es imposible a los hombres es posible para Dios" (Mt 19,26). Podemos tener numerosas excusas para nuestras faltas de debilidad, pero no tendremos nunca excusas de no rezar: "En efecto, la gracia de la oración se da a todos. Siempre está en nuestro poder orar si queremos" (S. Alfonso de Ligorio). El hombre ora porque sabe que no hay nada imposible para Dios: por eso pide, busca y llama (Mt 7,7). Aquí convergen todas las espiritualidades, pues tienen su origen en la palabra de Cristo en san Juan: "Sin mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5), y sabemos también que Jesús está con nosotros hasta el fin de los tiempos (Mt 28,28). Y por eso recurrimos a él en la intercesión.

Una oración tal nace de la desesperación y de la esperanza, dice el Cura de Ars:

"Pienso a menudo que, cuando venimos a ado-rar a Nuestro Señor, obtendríamos todo lo que quisiéramos, si se lo pidiésemos con una fe viva y un corazón muy puro. Pero no tenemos fe, ni esperanza, ni deseo, ni amor" (Abbé A. Monin, Esprit du Curé d'Ars).

Dios responde siempre a una oración tal si se hace además con fe y perseverancia.

En un próximo capítulo preguntaremos a Teresa cómo oraba ella a partir de este movimiento de abandono, y veremos que su oración tenía como dos polos, la súplica de niño que espera todo de su Padre, pero que descansa también en sus brazos porque se siente amada y escuchada. Teresa gustaba especialmente de esta oración de silencio y de abandono en la que estaba inmóvil bajo la mirada del Padre.

Por eso su oración se une al gran movimiento de respiración de la oración de la Iglesia. Es primero un movimiento de súplica en el que se tiende a Dios por el deseo (aspiración). Y luego se descansa en ese don dando gracias (expiración). Por eso el don de Dios se prepara en nuestra súplica y termina en la alabanza:

"Lo que atrae mayores gracias es el agradecimiento, pues si le damos gracias por un beneficio, se conmueve y se apresura a hacernos otros diez, y si le damos gracias con la misma efusión, ¡qué multiplicación incalculable de gracias! He hecho la experiencia, probad y lo veréis" (C y R 22).