CAPITULO IV

EL ACTO DE OFRENDA AL AMOR
MISERICORDIOSO

En el capítulo precedente habíamos dejado a Teresa a finales de 1894, en el momento en que se enfrenta con el espectáculo de su pobreza, pero en el que descubre, al mismo tiempo, el misterio de la Misericordia. Este descubrimiento es también el fruto de un espectáculo, como dice san Pablo a los Gálatas: "ante cuyos ojos os presenté a Cristo crucificado" (Gál 3,1). Hasta el 9 de junio de 1895, día en que pronunciará el acto de ofrenda, el Espíritu Santo va a trabajar en la oración para llevarla a este acto decisivo de la espiritualidad.

Tal vez no es inútil señalar aquí un estudio de Mons. Combes titulado: ¿Mi vocación es el amor? Se trata de un retiro dado el 30 de mayo de 1965 en el Cenáculo de Betreuil. Se encontrará este texto en "Andrés Combes" II a III (Bulletin des amis de Mons. Combes). En el marco de este libro, sería demasiado largo e imposible de resumir este texto, digamos que el autor utiliza el método de crítica histórica y muestra, a partir de los textos, "el misterio de este momento supremo en el progreso espiritual realizado por santa Teresa de Lisieux que está inscrito en un texto famoso, muy conocido, capital, pero cosa extraordinaria, un texto que nadie ha explicado".

El autor pide a nuestro entendimiento un esfuerzo considerable para tratar de escrutar este verdadero misterio. Desarrolla una tesis que no ha dejado de defender y que pone el acto de ofrenda al Amor misericordioso en el centro de la espiritualidad teresiana. Para él, la expresión "camino de infancia" no ha aparecido bajo la pluma de Teresa y ha sido desarrollada por el ambiente en el que ha vivido. Desde que el P. Corvad de Meester nos ha dado su magistral estudio Dinámica de la confianza, vulgarizado en su libro Les mains vides, se comprende mejor que estos dos puntos de vista no se excluyen, sino que se articulan como hemos tratado de mostrarlo antes. El estudio de André Combes es muy iluminador para nuestro propósito de hoy y lo recomendamos vivamente a nuestros lectores.

Pero volvamos a 1895, a la época en que Teresa se prepara a pronunciar su acto de ofrenda. Y para mejor comprender el impacto y las consecuencias de este paso, en la vida de Teresa, demos un salto a 1897, en el momento en que su hermana recoge sus últimas palabras (Novissima Verba). Estas palabras de Teresa me parecen muy importantes, pues nos ponen en contacto con lo que ha sucedido después del 9 de junio de 1895. En otras palabras, tocamos con el dedo los efectos del Acto de ofrenda a la Misericordia, lo que pasa en el corazón de un hombre que está amenazado por el Amor misericordioso.


1. ... Como si me hubiese sumergido toda entera en el fuego...

Si ha habido una existencia aparentemente sin fenómenos exteriores, es la de Teresa. Y, sin embargo, hay que decir que Teresa ha vivido una auténtica experiencia mística; que no se ha contentado solamente con vivir el Amor misericordioso de una manera oculta y subterránea, sino que ha experimentado el poder de este Amor en ella. Ha tenido una conciencia muy viva de ello y ha conocido estos estados descritos por santa Teresa de Avila y por muchos santos (ella misma lo anota).

Pienso que su muerte de amor el 30 de septiembre de 1897 es el acabamiento de esta toma de conciencia, a nivel del "sentir espiritual", de esta invasión del Amor misericordioso en ella. Ha tenido la percepción muy aguda de ser traspasada de parte a parte por una espada de amor. He aquí cómo se lo cuenta a la Madre Inés de Jesús el 7 de julio 1897. Esta le había pedido que le contase lo que le había sucedido después de su ofrenda al amor. Y Teresa le responde con humor: "Madrecita, os ,lo confié el mismo día; pero no habéis prestado atención" (Cuaderno Amarillo 7,7). Y he aquí las palabras mismas de Teresa, es probable que el acontecimiento sucediera en los primeros días de septiembre de 1895:

"Pues bien: comenzaba mi Viacrucis, cuando de repente me sentí presa de un amor tan violento hacia Dios, que no lo puedo explicar, sino diciendo que parecía que me hubieran hundido toda entera en el fuego. ¡Oh, qué fuego y qué dulzura al mismo tiempo! Me abrasaba de amor, y sentí que un minuto más, un segundo más, y no podría soportar aquel ardor sin morir. Comprendí entonces lo que dicen los santos sobre estos estados que tan frecuentemente experimentaron. Yo no lo probé más que una vez y sólo un instante; luego volví a caer, enseguida, en mi sequedad habitual" (Cuaderno Amarillo 7-7-2).

En un relámpago, Teresa ha estado en contacto con el cielo, es decir, con la Gloria de Dios o el fuego de la zarza ardiendo. Ha comprendido que este fuego era infinitamente deseable, pero al mismo tiempo que era temible porque no se puede ver a Dios sin morir (Ex 33,20). Ha sentido esta presencia de Dios en torno a ella, como los judíos presintieron la presencia de la Gloria de Dios, bajo la forma de una nube durante el día y de una columna de fuego durante la noche. Esta experiencia es atrayente, pero da miedo al mismo tiempo porque pone al hombre en contacto con la "alta tensión" de la Gloria de Dios. Teresa se expresa así: "Era como si me hubiesen sumergido toda entera en el fuego".

Y, al mismo tiempo, este fuego es todo dulzura: "¡Oh!, qué fuego y qué dulzura al mismo tiempo", dirá Teresa. Hay que comprender bien la naturaleza de este fuego que es en sí mismo fuerza y dulzura. En el mundo de las cosas de Dios los contrarios se juntan cuando son llevados a su paroxismo. Así, el sufrimiento de Cristo en la cruz era un abismo de desamparo, pero en el fondo era también un abismo de Gloria y, por tanto, de alegría. Basta mirar la Virgen de ternura de Wladimir para comprender que en María se da al mismo tiempo el Calvario y el Tabor; Viernes Santo y Pascua.

Si queremos comprender a Teresa, tenemos que detenernos en torno a este misterio de Dios que es fuerza y dulzura. Dios es temible como un fuego cuando se enfrenta con la dureza del corazón del hombre, entonces quiere destruir al hombre viejo con su caparazón de mármol. Pero es dulzura y Misericordia en el caso de Teresa, que no le opone ninguna resistencia. Ella misma dirá empleando. el simbolismo del agua, que después del Acto de ofrenda, ha sido invadida por ríos de gracia que han venido a inundar su alma (Ms.A, F84). El agua simboliza ciertamente la dulzura del Espíritu.

En su libro // y a un autre monde, André Frossard nos hace captar este misterio:

"He aprendido, dice, que El (Dios) es dulce, de una dulzura no semejante a nada, que no es la cualidad pasiva que se designa a veces con este nombre, sino una dulzura activa, rompedora, que sobrepasa toda violencia, capaz de hacer explotar la piedra más dura, y más duro que la piedra, el corazón humano".

Afrontamos aquí una verdadera paradoja. Cuando la Gloria de Dios empieza a investir nuestro corazón, o  bien esta Gloria aparece como el fuego del cielo que amenaza a los israelitas en Horeb; "baja y conjura al pueblo que no traspase las lindes para ver a Yavé, porque morirían muchos de ellos" (Ex 19,21), o que extermina a los profetas de Baal en el Monte Carmelo (I R. 18; 18); o bien entonces el hombre no se da cuenta y pasa al lado de la dulzura de Dios, como los judíos no han sabido discernir, en la humildad y la dulzura de Jesús, la encarnación del Hijo de Dios: "¿No es éste el hijo del carpintero?" (Mt 13,53):

"No es todo el poder de Dios lo que nos amenaza, continúa André Frossard, ni lo que se llama su Gloria, con una palabra que ha perdido su verdadero sentido para sobrecargarse de énfasis ornamental y de atributos devastadores. Lo que es temible en Dios es su dulzura. Lo que su caridad oculta a nuestra vista, es la fulguración nuclear del Infinito que se contracta en una inconcebible humildad. Es la eterna y límpida inocencia de Dios que rompe los corazones. No puede aparecer sin que hagamos sobre nosotros mismos un juicio y una condenación sin recurso ni remisión. Y esto es lo que él no puede. Todo tiene en él su razón de caridad".
 

2. Antes... "No era una verdadera llama"

¿Qué ha sucedido en la vida de Teresa después de su acto de ofrenda al Amor? Para captarlo bien, hay que distinguir tres momentos: antes, en y después. Y aquí no creáis que hacemos una distinción de escuela o un artificio de lenguaje, pues Teresa ha tenido cuidado de distinguir estas etapas. Después de haber descrito lo sucedido durante el Viacrucis, añade:

"A partir de los catorce años experimenté también ímpetus de amor. ¡Ah, cómo amaba a Dios! ¡Pero no era en manera alguna como después de mi ofrenda al Amor, no era verdaderamente una llama que me quemase (Cuaderno Amarillo 7.7.2).

Ciertamente, los que no han presentido la locura del Amor misericordioso reciben estas expresiones como imágenes o metáforas. Las cargan a una afectividad muy viva y encuentran esto más admirable que imitable. No comprenden que el fuego del amor de Dios es más ardiente que todos los fuegos de la tierra. Pero los que tienen de ello una pequeña experiencia, por mínima que sea, como san Pablo, Claudel o Frossard, comprenderán instintivamente lo que dice Teresa. San Agustín —otro gran convertido— decía: "Dame un corazón que ame y comprenderá lo que digo".

Desde la edad de catorce años, Teresa conocía muy bien "los asaltos del amor", lo que equivale a decir que el amor trinitario corría en ella y que, en ciertos momentos, brotaba con más fuerza. Pero después del Acto de ofrenda, la gracia se. ha hecho gloria en ella, es decir, que el amor trinitario ha alcanzado en ella un grado de incandescencia en que se ha hecho luminoso y ardiente, capaz de transformar su vida. En ella, la columna de nube se ha convertido en columna de fuego.

Dostoyevski decía: "Toda mi idea está en el calentamiento al rojo". Teresa dirá antes "no era una verdadera llama que me quemaba". Por eso, en ella, la santidad es el calentamiento al rojo de lo que constituye el fondo de toda vida cristiana, es decir, el amor trinitario: "Ardía de amor y sentía que un minuto, un segundo más, no hubiera podido soportar ese ardor sin morir".

Al escuchar estas palabras se presiente que hay otra muerte que la muerte natural, y es la muerte de amor que han conocido numerosos santos. Es la muerte en la oración. Gregorio de Nissa, relatando la vida de santa Macrina, su hermana, afirma que murió haciendo "eucaristía":

"Cuando hubo acabado la eucaristía e indicado, llevando la mano a su rostro con la señal de la cruz, que había terminado su oración, dio un gran y profundo suspiro y cesó a la vez su oración y su vida" (Gregorio de Nissa, Vie de Macrine)

Teresa precisa que ha comprendido entonces lo que los santos dicen de estos estados, pero añade en seguida: "No lo he experimentado más que una vez y un solo instante, pues he vuelto en seguida a mi sequedad habitual". Dios respeta demasiado al hombre para hacerle vivir en este estado de alta tensión que no podría soportar sin gran daño para su vida natural. Por eso Dios procede por toques delicados y fuertes para hacer presentir al hombre la fuerza de su amor. Y, luego, hay que comprender la naturaleza de esta experiencia que modifica un ser en profundidad y en sus raíces. Se olvida muy a menudo, hoy, que una tal experiencia deja huellas y que hay que asumir los resultados. No se echan los desechos al cubo de la basura como en un laboratorio. No sucede lo mismo con las experiencias de menor intensidad, por ejemplo, las semanas de oración, las escuelas de oración que se ven florecer hoy en día. Algunos las multiplican sin darse cuenta de que viven más la moda del consumo que la de la asimilación.

¿Qué sucede entonces? Miremos las cosas concretamente y comparemos a Teresa con el cristiano medio que somos nosotros. Entre nosotros y Teresa no hay más que una diferencia de grado que separa el calor oscuro del calor luminoso, en el momento preciso en que los cuerpos arden, o los sólidos se licúan: "El corazón de los santos es líquido", decía el cura de Ars. Yo pensé muchó en ello en 1973, en el momento en que celebrábamos el centenario del nacimiento de Teresa. Cuando recibió el bautismo, el 4 de enero de 1873, en la iglesia de Nuestra Señora de Alerwon, su situación de base era la misma que la nuestra. La misma vida trinitarta corría en sus venas, podrtamos decir, si no temiéramos utilizar una comparación tan material.

Pero la diferencia aparece en el momento en que Teresa va a interiorizar ese amor trinitario en el curso de sus arios de infancia y de adolescencia para alcanzar su punto culminante en el momento en que se ofrece al Amor misericordioso, el 9 de junio de 1895. Por eso, la diferencia entre ella y nosotros no es una diferencia de naturaleza —es la misma vida la que circula en ella y en nosotros—, sino una diferencia de intensidad. En ella, el Espíritu Santo, al hacer irrupción desde fuera, por los sacramentos de la Iglesia y la oración, encenderá el brasero del amor trinitario y lo llevará a un grado de incandescencia tal que consumirá todo su ser. Por eso tenemos que detenernos ahora en torno de este momento crucial en el que ella va a ofrecerse al amor misericordioso; desptiés de haber mirado el "después", volvemos al"antes". Nos queda examinar el "durante".
 

3. 'Oh, Dios mío! ¿Vuestro amor despreciado va a permanecer en vuestro corazón.

Si fuese posible hacer una radioscopia espiritual del corazón de Teresa la víspera del 9 de junio de 1895, ¿qué se vería? Una joven de veintidós años, habitada por una humildad extraordinaria y por un deseo de amar a Dios todavía mayor. Pero he aquí que descubre que su deseo de amar a Dios es ridículo frente al amor desorbitante de Dios para cada hombre. En otras palabras, ve a Dios inclinado sobre cada una de sus criaturas, ofreciéndole compartir su Amor infinito; en una palabra, su amistad trinitaria, el secreto que comparte con su Hijo. Dios mendiga nuestra respuesta. No olvidemos que Teresa hace su descubrimiento el domingo de la Trinidad, el 9 de junio 1895.

Es un amor devorador que desea al otro con todas sus fuerzas, pero que es, al mismo tiempo, infinitamente respetuoso con él. Sí, el amor de Dios es devorador, devora primero al que ama y no al que es amado. Teresa alcanza aquí la gran intuición de los Padres de Oriente (pienso también en Nicolás Cabasilas), para quien Dios es el mendigo de amor que llama a la puerta de nuestro corazón (Ap 3,20). No piensa primero en amar a Dios, sino en comprender la profundidad de su amor por ella.

Notemos de paso las características del clima de esta ofrenda. Primero su carácter trinitario: es un amor que viene de la Trinidad y que vuelve a ella. Luego, su carácter sacramental. Teresa no "vuela" directamente en el misterio de la Santísima Trinidad, sabe muy bien que hay que pasar por Cristo y, por tanto, por la Iglesia, para alcanzar a la Trinidad. En el fondo, comprende de dónde viene este amor y a dónde va. Como dice tan bien el cardenal Ratzinger, cada vez que abordamos a Cristo tenemos que hacernos esta doble pregunta: "¿De dónde viene y adónde va?" Si descuidamos el situarle así, separamos a Cristo de su fuente y hacemos de él un "humanista". Y si descuidamos su intencionalidad, es decir, la salvación que trae a los hombres, hacemos del evangelio un falso espiritualismo.

Me ha impresionado siempre el carácter trágico de las palabras de Teresa cuando evoca el amor de Dios que quiere a los hombres y que es desconocido y rechazado por ellos. Escuchemos sus palabras en el silencio de la oración:

"¡Oh, Dios mío!, exclamé desde el fondo de mi corazón. ¿sólo vuestra justicia recibirá almas que se inmolan como víctimas?... ¿No tiene también vuestro amor misericordioso necesidad de ellas?...En todas partes es desconocido; rechazado. Los corazones a los que deseaba prodigárselo se vuelven hacia las criaturas, mendigando en su miserable afecto la felicidad, en lugar de arrojarse en vuestros brazos y aceptar vuestro amor infinito... (Ms.A, F84).

Si me atreviese a hablar como el P. Varillon en su maravilloso libro La souffrance de Dieu, diría que Dios sufre, no porque se sienta frustrado en algo, sino a causa de una plenitud de amor que no llega a derramarse. Cuando un hombre comienza a considerar el Amor de Dios bajo este ángulo, no es ya cuestión para él de ofrecer su pobre amor humano, sino "poner la mala cara que puede" al ofrecerle su pobreza y su miseria, para que Dios le colme en plenitud. Dios sólo es capaz de colmar el corazón humano con una sobreabundancia de amor misericordioso. No olvidemos cuando nos enfrentamos con la miseria de los demás, que no hay que tener "complejo" de la Misericordia, sólo Dios vivo en nosotros puede ser misericordioso y colmar la miseria de nuestros hermanos.

Sigamos escuchando a Teresa:

"¡Oh, Dios mío! ¿Deberá vuestro amor despreciado quedarse encerrado en vuestro corazón? Creo que si encontráseis almas que se ofrecieran como víctimas de holocausto a vuestro amor, las consumiríais rápidamente, Creo que os sentiríais dichoso de no veros obligado a reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en vos...
      Si a vuestra justicia, que sólo se derrama sobre la tierra, le gusta descargarse, ¿cuánto más deseará vuestro amor misericordioso abrasar a las almas, puesto que vuestra misericordia se eleva hasta los cielos?... (Ms.A, F84).

A propósito de este Acto de ofrenda al Amor, hay que notar cómo Teresa va a cortar con su ambiente, donde se tenía sobre todo la costumbre de ofrecerse a la Justicia de Dios. Se podrá creer que va a seguir el paso de sus hermanas. En absoluto. Teresa, hablando de este acto de ofrenda a la Justicia, dice: "yo estaba muy lejos de sentirme llevada a hacerlo". Esto habla en favor de una muy elevada madurez, puesto que rompe con las costumbres del ambiente para afirmar su vocación propia, que es ofrecerse al Amor.
 

4. ¡Jesús! Que yo sea esta feliz víctima...

Cuando Jesús declara: "He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido! (Lc 12,49), nos revela sencillamente lo que contempla en el corazón del Padre, es decir, el amor infinito de Dios para con los hombres. Según las palabras de Juan, Jesús es el "exegeta" del Padre (Jn 1,18). Ha venido a gritarnos la ansiedad del Padre que busca adoradores en espíritu y en verdad con los que podrá compartir su ternura. Es otra manera de decir: "¡Oh, Dios mío!, ¿vuestro Amor despreciado va a permanecer en vuestro corazón?"
Jesús es el que ha "humanizado" en su cuerpo el fuego de la zarza ardiendo y la ha puesto a nuestro alcance en la eucaristía, para que podamos recibirlo en nuestros "vasos de arcilla" que son nuestras pobres humanidades. Este es el sentido mismo de la ofrenda de Teresa, ofrece a Dios su humanidad, para recibir las olas de ternura infinita encerradas en el corazón de Dios: "¡Oh, Jesús mío, que sea yo esa víctima feliz, consumad vuestro holocausto con el fuego de vuestro divino amor!..." (Ms.A, F84).

Le toca al hombre ofrecerse a Dios y es el misterio de la oblación. Pero hay otra cosa en el holocausto, tal como lo ha comprendido Teresa de Lisieux. En el misterio del holocausto, el fuego de la zarza ardiendo viene de fuera y lleva al rojo la vida trinitaria en un estado de alta incandescencia. Dios es un fuego devorador, consumidor y transforma en él todo lo que toca.

Es también importante notar que la mística de Teresa se vive en un contexto eclesial y sacramental. Es en y por la Eucaristía como ella se ofrece al Amor misericordioso:

"El domingo 9 de junio 1895 —en la fiesta_ de la Santísima Trinidad— a lo largo de la misa fue inspirada a ofrecerse como víctima de holocausto al Amor misericordioso de Dios para recibir en su corazón, todo el amor despreciado por las criaturas a las cuales quisiera prodigarlo" (C y R 15).

Cuando invitaba a los cristianos a acercarse al cuerpo de Cristo, san Juan Crisóstomo decía: "¡Váis a comulgar con fuego!". Más allá de las palabras de Teresa, marcadas por su época, es bueno ver que se une, en el Acto de ofrenda, a toda la tradición oriental para la que la eucaristía está ligada al fuego de la zarza ardiendo. No citaré como testigo más que a san Simeón el Metafrasta en una oración compuesta por él para los cristianos antes de la comunión:

"Espero en ti temblando. Comulgo con fuego. Por mí mismo, no soy más que paja, pero, ¡oh, milagro!, me siento de pronto como, en otro tiempo, la zarza ardiendo de Moisés. Señor, todo tu cuerpo brilla con el fuego de tu divinidad, inefablemente unida a ella. Y tú me concedes que el templo corruptible de mi carne se una a tu came santa, que mi sangre se mezcle a la tuya y en adelante soy tu miembro transparente y luminoso.
"Tú, que me has dado tu carne en alimento. Tú, que eres un fuego que consume a los indignos, no me quemes, ¡oh, mi Creador!, sino más bien deslízate en mis miembros, en mis riñones y en mi corazón. Consume 1as espinas de todos mis pecados, purifica mi alma, santifica mi corazón, fortifica mis músculos y mis huesos, ilumina mis cinco sentidos y establéceme todo entero en tu amor".
 

5. La viva llama se convierte en agua viva

Es aquí donde viene a colocarse el acto de ofrenda al amor misericordioso:

"A fin de vivir en un acto de perfecto amor, YO ME OFREZCO COMO VICTIMA DE HOLOCAUSTO A VUESTRO AMOR MISERICORDIOSO, suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando que se desborden en mi alma las olas de ternura infinita que están encerradas en vos".

Se trata aquí del Amor misericordioso que colma la miseria del hombre consumiéndola, sin que deje de ser una debilidad.

Como afirma san Juan de la Cruz, la Viva Llama quema y destruye todos los obstáculos. Pero, según otro símbolo de la Escritura, para designar al Espíritu Santo, la Viva Llama se convierte en Agua viva desde el momento que no encuentra ya obstáculo. Es el misterio de la dulzura de Dios que hemos evocado al hablar del acontecimiento del Viacrucis (7 de julio 1897). En vez de quemar, esta agua viva refresca, calma y pacifica. Es la paz total del hombre devorada enteramente por la gloria trinitaria.

Y hénos aquí conducidos para terminar en lo que ha sucedido después del Acto de ofrenda. Está ciertamente el acontecimiento del Viacrucis pero también un estado de alma que Teresa describe así:

"Madre mía querida, vos, que me permitísteis ofrecerme de este modo a Dios, conocéis los ríos, o mejor, los océanos de gracias que han venido a inundar mi alma... ¡Ah! Desde aquél día feliz me parece que el amor me penetra y rodea, me parece que ese amor misericordioso me renueva a cada instante, purifica mi alma y no deja en ella huella alguna de pecado, por eso no puedo temer el purgatorio..." (Ms.A, F84).

Teresa no se arrepentirá jamás de haberse entregado al Amor (son sus últimas palabras); al contrario, invitará a todos sus amigos a entrar en esta ofrenda al Amor misericordioso, pero precisará en seguida que esta ofrenda exige vivir en la confianza y el abandono:

"¡Cómo deseo aplicarme con el más absoluto abandono a cumplir siempre la voluntad de Dios!" (Ms.A, F84).

"¡La confianza y nada más que la confianza!" Es el único camino que lleva al Amor. Estas palabras de Teresa resumen todos sus Manuscritos. Volveremos sobre ellas en el siguiente capítulo, pero no esperemos esta etapa para entregarnos al Amor. Los que leéis estas líneas, deteneos, haced callar todas las ideas que trotan én vuestra cabeza y ofreced vuestra miseria a este Amor que no deja de llamaros. Esto supone que no tengamos otro deseo que el de Dios y de su amor: "Señor, oraba Teilhard de Chardin, os deseo como al fuego". Y continuaba en una carta, a un amigo: "Orad para que en ningún caso me deje llevar a querer otra cosa que el fuego".