CAPÍTULO III
 

TERESA DESCUBRE SU "MISERIA"
 

Para comprender a Teresa, digámoslo de antemano, hay que tener una cierta afinidad con ella. Cuando nos parecemos a alguien —lo he dicho antes— se comprende lo que piensa, lo que dice y lo que hace. Desde que la misericordia se hace un poco ardiente en el corazón de un hombre, está amenazado de hacerse hermano de Teresa. No fue siempre comprendida en su carmelo y más de una hermana pensaba que en el orden divino, la Justicia prevalecía sobre la Misericordia. Teresa no se acobardaba y sabía ser firme. Por eso decía a una de sus hermanas: "Hermana, queréis justicia, ¡pues bien!, ¡tendréis justicia! Yo, por mi parte, escojo la Misericordia".

1. Una afinidad con Teresa

Por eso, para comprender a Teresa, hay que haber recibido un mar de fondo que haga tambalearse a nuestra barca y este mar de fondo es la misericordia. No es una cosa que se puede fabricar o se puede producir por sí misma, es la invasión en nosotros del sentimiento más profundo del corazón de Dios. Como dice tan bien el P. Molinié, es la mirada lanzada por uno que está en el cielo sobre otro que no lo está. Es la actitud de Jesús para con el buen ladrón: "Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso". A este propósito, digamos que Celina habla a veces, a propósito de su hermana Teresa, del "camino del buen ladrón".

Y comprendo por qué los hombres del siglo xx tienen una cierta afinidad con Teresa. Si hay una -toma de conciencia que vive eh el corazón de nuestros contemporáneos, es el descubrimiento de su finitud y su pobreza. Cuanto más avanza el hombre en sus descubrimientos, - mas comprende cómo está en el segundo lugar, al hacer la experiencia de su soledad. Y por eso aparece entre los jóvenes un deseo de ternura y de dulzura. Mirad la prensa y veréis cómo estas palabras: ternura y dulzura, aparecen en todas las líneas de los artículos, porque atormentan el corazón de los jóvenes. Se diría que nuestros contemporáneos descubren a través de este mundo frío y solitario que el hombre está hecho para la mirada, el rostro y la comunión (cf núm. 100 de la revue "Promesses". Un nouveau Regard).

En este sentido, creo que Teresa responde al deseo y a la espera de los hombres de hoy y más especialmente de los jóvenes, que están hambrientos de ternura. Entre ellos y Teresa hay una afinidad, aunque su vocabulario y su modo de pensar no son los mismos. Teresa ha pensado explícitamente en ellos cuando habla de familias de almas que son atraídas por una perfección de Dios:

"Comprendo, sin embargo, que no todas las almas pueden parecerse; es necesario que haya diferentes tipos, a fin de honrar especialmente cada una de las perfecciones de Dios.
      A mí me ha dado su misericordia infinita, y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas! Entonces, todas se me presentan radiantes de amor. Hasta la justicia (y, tal vez, ella más que ninguna otra) me parece revestida de amor" (Ms.A, F83').

Cuanto más avanzo más creo que las espiritualidades se parecen y se encuentran sobre todo a partir del momento en que se remonta uno a su fuente. En el fondo, san Juan de la Cruz, como san Ignacio y san Francisco de Asís, han bebido su espiritualidad en la fuente viva del evangelio. En el punto de partida se trata de encontrar el rostro de Jesucristo, de convertirse a él y de adoptar las costumbres de los hijos de Dios. Lo que equivale a decir que las bienaventuranzas, el espíritu de infancia, el seguir a Cristo llevando su cruz y la humildad se encuentran como telón de fondo en todas las espiritualidades. Bastaría mirar la Regla de san Benito para comprender cómo la humildad está en el centro de la experiencia del monje, aunque esté en uno de los doce grados que puede ocurrir muy bien que no se comprendan.

Por el contrario, si no creo en las espiritualidades particulares, creo con mucha fuerza en las familias de alma y entre las afinidades espirituales entre un santo y un hombre que peregrina todavía sobre la tierra. Si'preguntase a un amigo de Teresa o a un hijo de san Juan de la Cruz por qué les aman, no podrían seguramente responderme de una manera racional.

A este propósito, pienso en la expresión de Montaigne, interrogado sobre las razones de su amistad con La Boétie, respondió sencillamente: "¡Porque él era él y yo era yo!"

Ahí, todo está claro y cada uno está en su lugar. Sin duda hay que haber caminado largamente a la búsqueda de un ideal de santidad, entrevisto en los años de la adolescencia, siempre perseguido y nunca alcanzado, para comprender cómo se era hermano de Teresa en semejante aventura espiritual. Vayamos aún más lejos y confesemos que cuanto más avanzamos en edad, más nos vemos obligados a confesar que es superior a nuestras fuerzas. Digamos que está a nuestro alcance el desearlo, pero que no está a nuestro alcance el realizarlo.

Y ahí es donde Teresa nos espera para decirnos: ¡Ahora estás preparado para comprender la Misericordia! Por eso prosigue el texto que hemos citado más arriba:

"¡Qué alegría más dulce pensar que Dios es justo, es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades, que conoce perfectamente la fragilidad de nuestra naturaleza! ¿De qué, pues, tendría yo miedo? ¡Ah!, el Dios infinitamente justo que se dignó perdonar con tanta bondad todos los pecados del hijo pródigo, ¿no se mostrará también justo para conmigo que "estoy siempre a su lado?" (Ms.A, F83-84).


2. La montaña o el grano de arena

Bernanos decía: "¡A menudo es un sobresalto de desesperación lo que nos lanza a la esperanza y a la confianza!" Tales palabras se aplican a la letra a Teresa. Ha comprendido verdaderamente la misericordia de Dios y la ha cantado alcanzando la dimensión más profunda de su miseria y de su pobreza. Sea lo que sea del descubrimiento de esta miseria —puesto que Teresa confiesa que no ha negado nada a Dios desde la edad de tres años—hay que tomar sus palabras a la letra. Teresa ha podido muy bien ser preservada del pecado —lo dice ella misma—, pero esto no le ha impedido descubrir una miseria más profunda que la miseria moral, lo que yo llamaría su "miseria" ontológica, que es su carencia de ser. En una palabra, ha comprendido que estaba en el segundo lugar y que el humilde arrodillarse le era moralmente necesario.

Se podría comparar el descubrimiento de Teresa a la experiencia del Cura de Ars. Había pedido un día al Señor el descubrir y comprender su miseria. Dios le escuchó y había recibido una luz tal sobre la contingencia de su ser, enteramente colgado de la misericordia de Dios, que dijo: "Si Dios no me hubiera sostenido, hubiera caído en la tentación de desesperación". Y nunca aconsejó a sus penitentes que hicieran tal súplica.

"Soy el que soy, decía un día Cristo a Catalina de Siena, tú eres la que no eres". Todos los santos han tenido que pasar por esta experiencia que les ha sumergido en la humildad más radical, la de Job hundido en el polvo. Pienso que ahí está el primer grado de humildad, que es reconocer que Dios está en el primer lugar y que nosotros estamos en el segundo, lo que coloca en su justo lugar, en nuestra vida, la necesidad de la oración y de la súplica. "¡Conocerse, conocer a Dios! He aquí la perfección del hombre. Aquí, toda inmensidad, toda perfección y el bien absoluto; y allí nada; saber esto, he aquí el fin del hombre. Estar eternamente inclinado sobre el doble abismo; he aquí mi secreto", decía santa Angela de Foligno (Trad. Hello, cap 57).

En esta perspectiva es como hay que comprender este texto que vamos a citar ahora entero. Pero antes hay que situarlo un poco en su contexto histórico y sobre todo en el caminar espiritual de Teresa hacia la santidad. El 14 de septiembre 1894, después de haber cuidado a su padre, Celina entra en el carmelo de Lisieux en el momento en que Teresa está verificando la experiencia dolorosa de su miseria; digamos mejor el desgarramiento interior entre su real deseo de santidad y el constante de su impotencia. Hubiera podido decir, como san Pablo: "Quisiera, pero no puedo" (Rm 7,15 y ss.).

Se trata de un momento crucial en la vida de un hombre que busca a Dios y que va a decidir el sí o no de su partida hacia la santidad real y no soñada. Dos soluciones se le pueden presentar: o bien declara imposible la santidad e invierte todas sus energías en lo inmediato o lo concreto, o bien acepta radicalmente la humildad de su condición humana y se hunde únicamente en Dios por la confianza. Pero para esto es preciso que una palabra de Dios venga a iluminarle sobre el misterio de la Misericordia de Dios frente a la miseria del hombre.

Para Teresa, esta Palabra de Dios vendrá de parte de su hermana Celina, que entra en el Carmelo con una libreta que va a jugar un gran papel, dice el P. Corvad De Meester. Celina ha copiado en una libreta una serie de textos que giran en torno a la humildad y al espíritu de infancia (Is 66,12-13; Mt 18,1, etc.). Citemos, sencillamente, el más significativo: "Si alguno es simple véngase acá" (Pr 9,4). Teresa conocerá estos textos al final de 1894 o en 1895. Comprendemos entonces en qué contexto ha pronunciado el 9 de junio de 1895 el Acto de ofrenda al Amor misericordioso. Ha necesitado toda esta larga preparación para comprender que Dios estaba mucho más interesado por su pobreza que por las grandes virtudes que hubiera podido ofrecerle. No olvidemos que Teresa redacta este texto pocos meses antes de su muerte y que por eso está enriquecido por la experiencia de los dos últimos años. Citémosle entero, merecería ser aprendido de memoria:

"Sabéis, Madre mía, que siempre he desado ser santa. Pero, ¡ay!, cuantas veces me he comparado con los santos, siempre he comprobado que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cima se pierde en los cielos y el oscuro grano de arena que a su paso pisan los caminantes.
      Pero en vez de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no podría inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Acrecerme es imposible; he de soportarme a mí misma tal y como soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero hallar el modo de ir al cielo por un caminito muy recto, muy corto; por un caminito del todo nuevo" (Ms.C, F2"°).


3. Debo soportarme tal como soy

En primer lugar, Teresa reafirma su deseo de ser una santa. Sobre este punto no hay ningún equívoco; desde su más tierna infancia apunta a la santidad. Notemos de paso que esta santidad es realista, es decir, que debe realizarse en la trama misma de su existencia y en el medio pobre del Carmelo:

"¡Las ilusiones! Dios me concedió la gracia de no llevar NINGUNA al entrar en el Carmelo. Hallé la vida religiosa tal y como me la había imaginado. Ningún sacrificio me extrañó" (Ms.A, F69"°).

Nuestro deseo de santidad se embota al contacto con la dura realidad, y el peligro de bajar los brazos diciendo: "es imposible" nos acecha siempre. Teresa se enfrentará con esta impotencia personal, situada entre su deseo (la montaña cuya cima se pierde en los cielos) y la realidad (el grano de arena pisado por los caminantes). Pero es ahí donde va a reaccionar de una manera diferente, y en lugar de sacrificar su ideal a la realidad, va a buscar la santidad a partir de su condición humana de criatura y de su vida concreta. Cuanto más pobre y desamparada se enfrente con los acontecimientos más se abandonará a Jesucristo, encarnación de la Misericordia de Dios.

Por eso, en lugar de desanimarse, va a mantener juntos, cueste lo que cueste, su pequeñez y su aspiración a la santidad. Y la palabra clave aparece bien en esta frase: "Debo soportarme tal como soy, con todas mis imperfecciones". Es en la medida que acepte plenamente su ser de criatura indigente y profundamente insuficiente como va a descubrir simultáneamente la evidencia de la Misericordia, hecha para colmarla. La Misericordia no es para, ella un atributo de Dios, sino su mismo ser.

A partir de su pobreza y de su vida real ofrecida a Dios podrá establecerse un diálogo entre El que es y la que no es. Y ahí es donde Teresa se alegra del Ser de Dios cantando sus misericordias y se alegra al mismo tiempo de su nada aceptándola con alegría. Más aún, aprende, como dirá más tarde a Celina, a descubrir su pobreza como una perla preciosa, amable y digna de todas las búsquedas: "Debes amar dulcemente tu miseria!"

4. El ascensor o la ruda escalera de la perfección

Y, sin embargo, no sacrificará jamás su deseo de ir al cielo a la dura realidad de su miseria, y ahí aparece el descubrimiento genial del ascensor:

"Estamos en el siglo de los inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de una escalera; en las casas de los ricos el ascensor la suple ventajosamente. Pues bien, yo quisiera encontrar también un ascensor para elevarme hasta Jesús, ya que soy demasiado pequeña para subir la ruda escalera de la perfección" (Ms.C, F2-3).

Llegado a este punto, no terno decir que este descubrimiento del ascensor es genial, pero para esto hay que comprender el otro miembro de la antítesis, es decir, la "ruda escalera de la perfección". Teresa vivía en una época en la que se le proponían "esquemas de perfección" (Dom André Louf). Para muchos autores espirituales hay un punto de partida: arriba, el cielo y la perfección y abajo la escalera del hombre frágil y débil. Entre los dos hay que lanzar un puente o, como dice Teresa, una escalera. Por eso la perfección ha sido a menudo pensada y descrita bajo los rasgos de una progresión continua o de una ascensión más o menos ardua, fruto del esfuerzo del hombre. En este caso, toda la técnica de la ascesis está basada en la generosidad. Al final de la ascensión, su esfuerzo se desarrolla por sí mismo en libertad.

Y es aquí donde Teresa ha comprendido hasta qué punto la "ruda escalera de la perfección" sigue un trazado exactamente opuesto al de la santidad evangélica. El mismo Jesús ha expresado esta oposición con laconismo y fuerza en una frase que se repite constantemente en el evangelio: "El que se ensalce será humillado; el que se humilla será ensalzado" (Mt 23,12; Lc 14,11; 18,14). Estos dos tipos del caminar espiritual están personificados en las figuras del fariseo y del publicano, en la parábola que los presenta en el Templo.

El primero representa la "ruda escalera de la perfección", que es finalmente una perfección natural, humanista y secular. El segundo, figurado por el "ascensor", representa la marcha profundamente cristiana que es la del arrepentimiento. Esta nunca está al alcance del hombre, pero es siempre fruto de una elección gratuita y una maravilla de la misericordia de la gracia.

A fuerza de mirar al cielo y de escrutar los secretos de la misericordia, Teresa ha comprendido que no hay escalera que la lleve arriba, pero que hay un ascensor que Dios sólo puede hacer bajar hasta el hombre. Y para esto hay que velar, esperar y acechar la llegada del ascensor.

Simone Weil escribía en L'Attente de Dieu: "No podemos ni siquiera dar un paso hacia el cielo. La dirección vertical nos está prohibida. Pero si miramos largo tiempo al cielo, Dios baja y nos levanta. Nos levanta fácilmente. Como dice Esquilo: "Lo que es divino no exige esfuerzo". En las parábolas del evangelio es Dios el que busca al hombre: "Quaerens sedisti lassus". En ninguna parte del evangelio se trata de una empresa del hombre. El hombre no da un solo paso, a menos que sea empujado, o bien expresamente llamado.

Por eso Teresa busca en los libros santos y recoge todas las palabras donde se trata de los pequeños que Dios lleva en sus brazos: "Conlo uno a quien su madre consuela, así yo os consolaré; en brazos seréis llevados, y sobre las rodillas seréis acariciados" (Is 66,12-13). No se trata ya para Teresa de apoyarse en su generosidad o en sus esfuerzos de ascesis, sino de apoyarse únicamente en la misericordia de Dios, simbolizada por el ascensor. Por eso ella dice a propósito de las palabras de Isaías:

"¡Ah, nunca palabras más tiernas, más melodiosas, me alegraron el alma! ¡El ascensor que ha de elevarme al cielo son vuestros brazos, oh, Jesús! Por eso no necesito crecer, al contrario, he de permanecer pequeña, empequeñecerme cada vez más.
      ¡Oh, Dios mío!, habéis rebasado mi esperanza, y quiero contar vuestras misericordias: "Me habéis instruido _desde mi juventud, y hasta el presente he anunciado vuestras maravillas. Continuaré publicándolas hasta la más ávanzada edad" (Sal 70,17-18) (Ms.C, F3").

Es verdaderamente en el contexto del ascensor, y por lo tanto en el de la Misericordia, donde Teresa canta sus maravillas, como lo indica el leitmotiv de nuestro tema. Teresa sólo tiene un deseo: dar gusto a Jesús:

"Desde hace mucho tiempo he comprendido que Dios no necesita de nadie (menos aún de ella que de los demás) para hacer el bien en la tierra" (Ms.C, F3').


5. Dar sin tenerlo en cuenta..., pero es muy poco...

No hay que creer sin embargo que Teresa anime a un cierto quietismo por parte del hombre. Nunca descuidará la cooperación personal de éste, pero la pone en su justo sitio, al servicio de la confianza y del abandono. El hombre hace esfuerzos, no para echar mano de Dios o apoderarse de él a fuerza de puños, sino para experimentar cuán pobre y débil es. Una vez que ha realizado todas las buenas obras que están en su mano, descubrirá pronto que es un siervo inútil. Es el momento en el que está fatigado y agotado cuando puede escuchar la palabra de Jesús y experimentar su dulzura y su misericordia: "Venid a mí todos los que estáis cansados (de tratar de llevar el peso de la Ley), y os enseñaré la mansedumbre y la humildad". Teresa se lo dice así a su hermana Celina.

"Es preciso, me dice, hacer todo lo que está en sí, dar sin tenerlo en cuenta, renunciarse constantemente, en una palabra, probar su amor por todas las buenas obras en su poder. Pero en verdad, como todo esto es tan poca cosa..., es necesario, cuando creamos haber hecho todo lo que creemos que debemos hacer, confesarnos "siervos inútiles" (Lc 17,10), esperando sin embargo que Dios nos dará, por gracia, todo lo que deseamos... Esto es lo que esperan las almas pequeñas que "corren" en el camino de la infancia: Digo "corren" y no "descansan" (C y R II, 46).

Por eso, el valor, la generosidad y las fuerzas personales del hombre se ponen en su justo sitio. Como dice Teresa, "todo esto es poco", lo que equivale a decir son una débil ayuda. Todo esfuerzo ascético conducirá al hombre, en plazo muy breve, a un punto muerto en el que el hombre viejo rehúsa su concurso y se derrumba ante lo que dolorosamente siente como imposible y absolutamente por encima de sus fuerzas.

En este terreno, hay que reconocer que Teresa alcanza la intuición más pura de los antiguos monjes del desierto. Se les ha presentado a menudo como campeones de grandes hazañas y de ascesis concebidas como fin de la vida espiritual. Para ellos, la ascesis lleva al monje al punto muerto en el que sólo se puede uno fiar de Dios. "¿Qué valen los ayunos y las vigilias?", preguntaba un anciano al abad Moisés. Este le respondió: "No tienen más efecto que abatir al hombre en toda humildad. Si el alma produce este fruto, las entrañas de Dios (las entrañas de la Misericordia) se conmoverán ante él".

Uno de los testigos más antiguos de esta experiencia es, sin ninguna duda, Macario el Grande. Es uno de los primeros de la tradición monástica que trató explícitamente la experiencia espiritual. En su Pequeña Carta dirigida "Ad filios Dei", explota abundantemente este tema. Cuando el corazón está como "marchito", cuando ha huido de casi todas las tentaciones es cuando Dios interviene para enviarle la "fuerza santa":

"El bienaventurado Dios le abre al fin los ojos del corazón, para que comprenda que sólo él permite el mantenerse. El hombre puede entonces dar de verdad gloria a Dios (es decir, cantar las misericordias del Señor) con toda humildad y quebranto de corazón... De la dificultad de la lucha nacen la humildad, el quebrantamiento del corazón, la mansedumbre y la dulzura".


6. Son vuestros brazos, ¡oh, Jesús!

Por eso, haga lo que haga el hombre, es el mismo Dios el que le va a hacer santo, con tal de que él quiera venir a Jesús ofreciéndole su pobreza. El ascensor es la misericordia de Dios que se inclina sobre la impotencia del hombre. Es Dios infinitamente tierno que contempla el sufrimiento del hombre, a través del rostro desfigurado de su Hijo Jesús en la cruz.

Por su parte, el hombre debe aceptar a fondo su miseria, lo que implica una profunda humildad. Lo que equivale a decir que antes de hacerse uno humilde y pequeñito, debe aceptar el llevar lamentablemente su cruz. Y esto repugna al hombre que quisiera llevar su cruz generosa y gloriosamente, lo que es contrario al hecho de llevar su cruz humilde y pobremente. Sobre este tema tenemos dos hermosos textos de Teresa a su hermana Celina:

"¿Por qué asustarte de no poder llevar esa cruz sin desfallecer? Jesús, camino del Calvario cayó hasta tres veces, y tú, pobre niñita, ¿no te parecerás a tu Esposo, no querrás caer cien veces, si es necesario, para probarle tu amor levantándote con más fuerza que antes de la caída?... (Cartas, enero 1889).
"Y nosotras quisiéramos sufrir generosamente, grandiosamente!... ¡Celina, qué ilusión! ¿Quisiéramos no caer nunca? ¿Qué importa, Jesús mío, que yo caiga a cada instante? Veo en ello mi debilidad, y esto es para mí una ganancia grande. Vos véis en ello lo que puedo hacer, y por eso os sentiréis más inclinado a llevarme en vuestros brazos... Si no lo hacéis, es que os gusta verme por los súelos... Si es así, no me inquietaré, sino que seguiré tendiéndoos mis brazos suplicantes y llenos de amor. ¡No puedo creer que me abandonéis!" (Cartas, 26.4.89).

Por eso la santidad aparece siempre como una tensión entre dos polos: Dios, infinitamente misericordioso, y el hombre, pobre e impotente. Teresa confiesa su indigencia y reconoce a Dios como el que viene en su ayuda con misericordia. Son los brazos de Jesús que la atraen hacia el Padre, fuente de toda santidad. Esto va a suscitar en ella una doble actitud: la ofrenda al Amor misericordioso y la confianza ciega es este mismo amor. Será el tema de los capítulos siguientes. Esta actitud desemboca ciertamente en el amoroso abandono en Jesús. Pero para comprender esto hay que realizar a la letra el consejo de Jesús:

"Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,28-30).