CAPÍTULO II

TERESA DESCUBRE LA MISERICORDIA

En el capítulo precedente hemos dejado a Teresa enfrentada con una oración ardua en la que aprende progresivamente a amar a Dios por él y sólo por él. Hoy la encontramos en la víspera de su profesión después de dos años y medio de vida religiosa. Nos cuenta cómo ha pasado su retiro de profesión. Y primero precisa el fin, antes de describir la geografía de su itinerario espiritual.
 

1. En la cima de la montaña del amor

"Pero es necesario que la pequeña solitaria os comunique el itinerario de su viaje. Hélo aquí:
Antes de partir, parece haberle preguntado su Prometido a qué país quería ir y qué ruta quería seguir. La pequeña prometida le contestó que no tenía más que un deseo, el de alcanzar la cumbre de la montaña del amor" (Carta a sor Inés de Jesús durante el retiro de su profesión, 23 septiembre 1890).

No hay ningún equívoco sobre el deseo de Teresa; apunta a la cima del amor, es decir, al don de sí misma incondicionado al Amor misericordioso que se ha desvelado en ella. Pero los caminos que llevan a esta cumbre son numerosos. Jesús sabe muy bien que quiere alcanzar la cima, pero Teresa le deja el cuidado de elegir él mismo el camino. Puesto que emprende el camino para él solo, se dejará llevar por los caminos que Jesús gusta. recorrer, "¡con tal de que él esté contento, yo estaré colmada de felicidad!"

Por eso, para Teresa el colmo de la alegría es colmar el deseo de Jesús. Se ama de verdad a una persona a partir del momento en que uno no existe ya para sí, sino que se está todo entero volcado en él. Es una especie de disolución de la voluntad del hombre en la voluntad de Dios. Y pienso que aquí está la única definición de la oración, de la conversación con Dios: estar-volcado-en-otro. Es la imagen del diálogo trinitario en el que Jesús está totalmente volcado en su Padre. Uno de los criterios fundamentales de la oración verdadera es buscar a Dios antes de buscarse a sí mismo. Teresa se expresa de esta manera:

"Entonces Jesús me tomó de la mano y me hizo entrar en un subterráneo donde no hace ni frío ni calor, donde no luce el sol, al que no llegan ni la lluvia ni el viento. Un subterráneo donde no veo nada más que una claridad semivelada, la claridad que derraman a su alrededor los ojos bajos de la Faz de mi Prometido.
        Ni mi Prometido me dice nada, ni yo le digo tampoco nada a él, sino que le amo más que a mí misma. ¡Y siento en el fondo de mi corazón que esto es verdad, pues soy más de él que mía!
        No veo que avancemos hacia la cumbre de la montaña, pues nuestro viaje se hace bajo tierra; pero, sin embargo, me parece que nos acercamos a ella sin saber cómo.
        La ruta que sigo no es de ningún consuelo para mí, y no obstante, me trae todos los consuelos, puesto que Jesús es quien la ha escogido y a quien deseo consolar. ¡Sólo a él, sólo a él! (Carta a la M. Inés 2? septiembre 1890).

Siempre Cristo en el centro de la oración de Teresa; importa poco lo que sienta o el túnel sombrío que atraviesa, lo esencial es amar. Un poco al mismo tiempo, Teresa se abandona y marcha de la mano de Jesús, sin saber bien adónde va. No ve claramente el camino, pero está guiada por la brújula de Jesús. Sabe en quién ha puesto su confianza (2 Tim 1,12). Las expresiones empleadas por Teresa lo indican suficientemente: "Yo le amo más que a mí..., deseo consolarle a él solo..., solo". Pero en el fondo de su corazón siente que es la ruta que Jesús quiere para ella: "Siento en el fondo de mi corazón que es verdad, pues soy más suya que mía".
 

3, Cantaré...

Desprendida de sí misma, de sus impresiones y de sus asuntos, Teresa puede cantar las Misericordias del Señor. Es verdaderamente humilde porque está fascinada por el rostro de ternura de Dios. Se dice de Moisés que después de haber contemplado la zarza ardiendo era el hombre más humilde de la tierra (Nu 12,3). No es de extrañar: el que ha visto a Dios no puede ya ocuparse de otra cosa que de cantar su santidad y su misericordia.

Más arriba, Teresa decía que no veía "más que una claridad semivelada, la claridad que derraman a su alrededor los ojos bajos de la Faz de su Prometido". Teresa había escrito un día a Celina: "Cuando Jesús lanza su mirada sobre un alma, ésta no puede olvidarse de ella, sino que es preciso que no deje ni un solo instante de mirarle". Teresa será fiel en conservar su mirada fija en Jesús. Hacia los seis o siete años dijo: "tomé la resolución de no alejar jamás mi alma de la mirada de Jesús". Escribe a propósito de su primera comunión:

"Desde hacía mucho tiempo Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y se habían comprendido... Aquel día no era ya una mirada, sino una fusión. Ya no eran dos. Teresa había desaparecido, como la gota de agua que se pierde en el seno del océano. Sólo quedaba Jesús, él era el dueño, el rey (Ms.A, F35').

Si queremos comprender la oración de alabanza de Teresa debemos detenernos en la oración en torno a estos momentos en los que dice haber entrevisto la mirada misericordiosa de Dios que brilla sobre la santa Faz de Jesús; volveremos sobre ello en el párrafo siguiente. Tiene conciencia de que Dios le ha hecho muchos dones, pero en lugar de apropiárselos, los devuelve al autor de todo don. Pienso que esto es "dar gracias y cantar las misericordias del Señor".

El verdadero humilde de corazón es aquel que tiene conciencia de haber recibido mucho de Dios, pero que en seguida es fascinado por El. No se detiene sobre sí, se despega fácilmente de su yo y no pierde su tiempo en rumiar sus miserias como sus alegrías. Y por ello, se libera de todas las complicaciones de la vida. Estamos lejos aquí de un complejo de superioridad o de inferioridad que proceden de la misma raíz: poner la mirada en sí. Teresa se expresa así:

"Creo que si una florecilla pudiera hablar, contaría con sencillez lo que Dios ha hecho por ella, sin pretender ocultar sus dones. No diría, so pretexto de falsa humildad, que carece de gracia y de aroma, que el sol le ha robado su brillo y que las tormentas le han tronchado su tallo, cuando está íntimamente convencida de lo contrario.
    La flor que va a contar su historia se complace en hacer públicas las delicadezas, enteramente gratuitas, de Jesús. Reconoce que nada había en ella capaz de atraer sobre sí sus divinas miradas, y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en ella" (Ms.A, F3").

En este sentido, Teresa es la hermana de la Santísima Virgen. Tiene una conciencia aguda de los dones que el Señor le ha hecho, pero lo proclama en un Magnificat eterno: "El Señor hizo en mí maravillas. Santo es su Nombre... Su misericordia alcanza de edad en edad a los que le temen". Teresa, como la Virgen, proclama que sólo Dios es importante, que sus dones son gratuitos y que la única actitud que conviene al hombre es cantar las maravillas del Señor.

En esto realiza de verdad la definición que Pablo da de la vida cristiana: "Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias" (1 Tes 5,16-17). En la vida espiritual, la oración continua a la que todos estamos llamados está vinculada a la acción de gracias continua. La esencia de la vida cristiana —y con mayor razón la vida carmelitana— es cantar las misericordias del Señor; en una palabra, nuestra vida es una liturgia de acción de gracias. El hombre derrama sus fuerzas en libación para dar alegría a Dios y le proclama con todas sus fuerzas.

Teresa está muy en la línea de la liturgia judía que coloca la oración de bendición en el centro del culto: hemos perdido un poco este sentido de la oración de bendición, reduciéndola a las "bendiciones" dadas a las personas y a las cosas. Bendecir a Dios es decir bien de El (bene = bien; dicere = decir), es alegrarse pura y sencillamente de que El existe. Bendecir a Dios es también darle gracias por todo el bien que nos ha hecho (oración de acción de gracias), es también alabarle por todos los dones que está presto a hacernos, con tal de que nosotros le hagamos el obsequio de nuestra súplica (es la oración de intercesión). Me impresiona cómo hoy los cristianos vuelven a encontrar por instinto esta forma de oración, sobre todo en los grupos de renovación, y todos unánimemente dicen que experimentan el poder de la alabanza.
 

3. ¿Qué es la misericordia?

Por eso Teresa relata los "beneficios" del Señor, "publica las atenciones totalmente gratuitas de Jesús" para con ella. En Teresa no hay el menor reflejo de tener en cuenta sus propios méritos. En otras palabras, juega en la banca del amor donde no hay registro de cuentas.

"Reconoce que nada había en ella capaz de atraer sobre sí sus divinas miradas, y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en ella" (Ms.A, F3").

Antes de continuar nuestro estudio, es bueno prtguntarse qué género de amor quiere cantar Teresa. Para ella no se trata de un amor cualquiera, sino de la "sola misericordia de Dios". Se dice con todas las letras en el texto que acabamos de citar y Teresa definirá así el amor que quiere cantar: "¡Lo propio del amor es abajarse!"

No sucede así siempre en las relaciones humanas. Cuando amamos a un amigo, por ejemplo, no es inferior a nosotros; muy al contrario, le amamos a causa de las calidades que encontramos en él. Sabemos muy bien que la condescendencia, que es a veces el amor de piedad de aquel que se inclina sobre los miserables, es a menudo peligroso, pues abre la puerta a todas las desviaciones: paternalismo, maternalismo, etc.

Pero cuando Dios ama al hombre, es esencialmente "un amor entre seres desiguales en el que el mayor tiende la mano al más pequeño. Es Dios quien se vincula al hombre y hace posible la reciprocidad del amor" (Conrad de Meester, Les Mains vidés). Y aquí Teresa alcanza una intuición esencialmente bíblica que es la de la misericordia y la ternura de Dios. Yavé es el Dios de ternura y de piedad, lento a la cólera y lleno de amor. En hebreo no hay palabras abstractas para designar este amor, es una expresión muy concreta, la del seno maternal: las entrañas de misericordia.

En términos bíblicos, este amor se convertirá en la "Hesed" que pide por parte del hombre reconocimiento, acogida y reciprocidad. En el vocabulario neo-testamentario, y más especialmente en san Pablo, se tratará de la gracia (charis). Por eso el ángel Gabriel saluda a María: "Alégrate, llena de gracia"; lo que equivale a decir: "Dios te ha mirado con una intensidad de ternura y de misericordia tal, que su amor te ha hecho amable y graciosa a sus ojos".

Y por eso me permito decir que María tenía el "carisma del Magníficat", es el carisma de los humildes que cantan las misericordias de Dios con los pequeños y los pobres. Y en este sentido, la oración de María —como la de Teresa— se opone totalmente a la del fariseo del evangelio. Da gracias a Dios porque no es como los demás hombres. María da gracias también porque es diferente de los demás, pero por la sencilla razón de que es pobre y pequeña, y en esto alcanza de golpe la oración del publicano.

La única oración capaz de ablandar el corazón de Dios es siempre la del publicano del evangelio. Hay un texto de la liturgia que dice muy bien esto, es la antífona del Magnificat de las segundas vísperas del Común de la Virgen: "Alegráos conmigo, vosotros todos los que amáis al Señor, pues en mi pequeñez he agradado al Altísimo". En latín, el texto es todavía más vigoroso: "ego placui Altissimo cum essem parvula", "he agradado al Altísimo porque era pequeñita". Volveremos sobre ello. María da gracias por haber sido preservada antes de haber contraído el pecado, lo que en palabras de Teresa, es el colmo del perdón. Teresa dirá:

"Si el Señor me hubiera faltado, reconozco que habría podido caer tan bajo como santa Magdalena, y las profundas palabras de nuestro Señor a Simón resuenan con gran dulzura en mi alma... Lo sé: "Aquel a quien menos se le perdona, menos ama". Pero sé también que Jesús me ha perdonado a mí más que a santa Magdalena, puesto que me ha perdonado prevenientemente, impidiéndome caer.
    ¡Ah, cuánto me gustaría saber explicar mi pensamiento..." (Ms.A, F38").

Y luego Teresa relata la parábola del médico que quita la piedra del camino por donde tiene que pasar su hijo, sin que éste le vea. Teresa, como María, ha tenido la intuición de ser una perdonada antes de haber contraído el pecado y por eso, ellas dos, tienen lo que llamo "carisma del Magnificat". Por eso se puede decir que Teresa es la hermana de la Virgen, porque es el eco de su voz para los hombres de nuestro tiempo.

Teresa no escribe para instruir, sino para contar las maravillas de Dios y ha comprendido muy pronto que escribía para los pequeños, los pobres y los débiles que no se atreven a tener confianza en Dios. Por eso, como estaba poseída por la locura de la confianza de la Virgen, ha sentido que debía cantar las misericordias del Señor en el tono del Magnificat.
 

4. He agradado al Altísimo porque era pequeñita

Y aquí somos llevados a los últimos baluartes de la Misericordia. Lo que constituye la tela de fondo, el barniz de base, diríamos, del Amor misericordioso de Dios, es que Dios es seducido por la pobreza y la desnudez del hombre, pero hay que añadir inmediatamente que el hombre es fascinado por la belleza y el esplendor de Dios. La Biblia nos canta en todos los tonos este amor de. Dios por lo que es pequeño y débil: "No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yavé de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres" (Dt 7,7-8). Todo el Antiguo Testamento es una escena de celos entre Dios y su pueblo, que no responde a su amor. Y, sin embargo, Dios tiene piedad de su esposa adúltera que encuentra en el borde del camino, bañándose en su sangre.

Hablando de la misericordia, Paul Claudel dirá: "No es un don difuso de algo que se tiene de sobra, es una pasión" (Cinco grandes odas: La maison fermée). En este sentido, se puede decir que el corazón de Dios está devastado por la pasión de la misericordia, es el sufrimiento de Dios ante los que se pierden y desconocen su amor. Cuando la Biblia habla de la cólera de Dios, evoca de otra manera esta pasión de amor que dá media vuelta ante el que se endurece. Pero en definitiva, Dios acaba siempre por ablandarse pues su cólera no dura. En su homilía sobre Ezequiel (6,6), Orígenes evoca esta pasión de amor de Dios que va al encuentro de la timidez razonable de los sabios de este mundo. Por eso Orígenes afirma que "en su amor por el hombre, el Impasible ha sufrido una pasión de misericordia:

"¿Cuál es esta pasión que ha sufrido primero por nosotros? La pasión del amor.
      Pero el mismo Padre, Dios del universo, él que está lleno de longanimidad, de misericordia y de piedad, es que no sufre en cierta manera? O, ¿acaso ignoras que, cuando se ocupa de las cosas humanas, sufre una pasión humana? 'Porque el Señor tu Dios te llevaba como un hombre lleva a su hijo' (Dt 1,31).
      Dios toma, pues, sobre él nuestros hábitos, como el Hijo de Dios toma nuestras pasiones. ¡El mismo Padre no es impasible! Si se le pide, tiene piedad y compasión. Sufre una pasión de amor". )

Por eso nuestra miseria y nuestros sufrimientos ejercen sobre el corazón de Dios un atractivo que le empuja a encarnarse en Jesucristo para revelarnos su rostro más misterioso, el de su Misericordia. El misterio de la. misericordia es el de la herida del corazón de Dios ante los que se pierden. Como lo repetirá a menudo la Biblia, es la conmoción de las entrañas de la misericordia: "Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de las manos de los egipcios" (Ex 3,7-8).

Y cuando Moisés pedirá a Dios que le manifieste su Gloria (Ex 3,7-8), se revelará como "Yavé, Yavé, Dios de ternura y de piedad, lento a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes" (Ex 34,6-8). Cuando Pablo evoque este misterio oculto desde siempre, dirá: "Misterio que en las generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas" (Ef 5,5). Para comprender esta pasión de Dios, hay que leer el relato del hijo pródigo, de la dracma y de la oveja perdida, donde se dice que Dios se llena de alegría cuando vuelve a encontrar a su hijo.

Es en virtud de este principio, que empuja a Dios a tener debilidad por lo que es pequeño y pobre, como se comprende por qué María ha agradado al Altísimo y. por qué la ha colmado de sus dones: inmaculada concepción, maternidad divina, asunción, etc. Dios ha amado gratuitamente a María, pero como dice justamente un teólogo, el P. Molinié, si el amor es gratuito, no es arbitrario, es decir, que ha habido en María algo que ha seducido el corazón de Dios y a lo que él no ha podido resistir. En otras palabras, María ha ofrecido a Dios un corazón pobre, humilde y sobre todo confiado hasta el infinito —un espacio de libertad absoluta— en el que su Palabra ha podido hacerse carne. Por su pobreza, su humildad y su confianza María ha agradado al Altísimo.


5. Teresa ha tenido el instinto de la misericordia

La intuición genial de Teresa fue comprender la profundidad del corazón de Dios, a propósito de la Misericordia. Teresa tuvo entendimiento del corazón misericordioso de Dios, como Pablo tuvo conocimiento del misterio de Cristo. Y ambos han llegado a la misma contemplación de Dios que hace misericordia. Teresa cita explícitamente este texto en los manuscritos: "No se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia" (Rm 9,16).

Y este descubrimiento genial tendrá por resultado suscitar en el corazón del hombre un puro movimiento de confianza para con Jesús, el único Salvador. "El hombre no se justifica por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo" (Ga 2,16). Se comprende bien que nuestros hermanos protestantes se hayan de golpe puesto de acuerdo con la confianza en la misericordia propia de Teresa de Lisieux.

Me pregunto a menudo cómo Teresa pudo comprender con tal agudeza el corazón de Dios y fascinarse por su misericordia. Me parece que la respuesta es sencilla: Dios le hizo comprender hasta qué punto la amaba y cómo deseaba ser amado de ella. Jesús le ha dado la gracia de comprender más que nunca cómo desea ser amado.

Esta luz fue para Teresa de una intensidad deslumbradora. En otras palabras, ha visto el rostro de misericordia de Dios. Pienso a menudo en ella cuando leo las palabras de Silvano del monte Athos: "El Señor es misericordioso; mi alma lo sabe, pero no es posible describirlo con palabras. Es infinitamente dulce y humilde, y si el alma le ve, se transforma en él, se hace todo amor para con el prójimo, se hace humilde y dulce también ella" (Espiritualidad rusa, Madrid, p. 130).

La única salida para comprender la misericordia de Dios es tener con él una cierta connaturalidad, una cierta afinidad que nos hace cómplices de sus deseos y de sus costumbres. Cuando nos parecemos a alguien, adivinamos fácilmente lo que va a pensar y hacer. Si Teresa ha tenido el instinto de la misericordia de Dios, es porque el amor misericordioso de Dios ha invadido su corazón por el fondo. Desde que la caridad de Dios se ha hecho un poco ardiente en ella y la ha consumido, ha saboreado la misericordia que le ha hecho presentir esta locura de la Cruz.

Tenemos que terminar, pero sobre este tema de la misericordia, que es inagotable, se podría decir lo que Teresa dice en sus deseos:

"¡Jesús, Jesús! Si fuese a escribir todos mis deseos tendrías que prestarme tu libro de la vida; en él están consignadas las acciones de todos los santos, y ésas son las acciones que yo quisiera realizar por ti... (Ms.B, F3').

Lo esencial es ciertamente orar a Teresa con un tal fervor que nos dé a presentir un poco en el fondo de nuestro corazón el poder, la dulzura y la locura de la misericordia.

En el próximo capítulo volveremos de nuevo sobre su percepción de la misericordia, pero insistiendo más en la percepción de su miseria. Finalmente, intentaremos acercarnos a este movimiento de confianza que es la característica propia de la espiritualidad teresiana. Acabo estas líneas el 1 de octubre, fiesta de santa Teresa de Lisieux, y he leído en silencio y oración sus últimas palabras. Confirman realmente su descubrimiento del amor misericordioso y su intuición de la humildad:

"Sí, me parece que nunca he buscado más que la verdad. Sí, he comprendido la humildad de corazón... Me parece que soy humilde.
      Todo lo que he escrito sobre mis deseos de sufrir, ¡oh, es, sin embargo, muy verdadero!
      ...Y no me arrepiento de haberme entregado al Amor. ¡Oh, no! ¡No me arrepiento, al contrario! (Cuaderno Amarillo 30.9).