CAPÍTULO ii


MUÉSTRANOS TU ROSTRO DE MISERICORDIA
 

No es sin una cierta resistencia como Teresa ha respondido al deseo de su hermana Paulina que le pedía sscribiese la historia de su alma. Y la razón de esta resistencia es muy sencilla: Teresa teme que al historiarse, se ponga en el centro del cuadro ocupándose de sí misma, cuando es Dios el que debe estar siempre en el primer lugar, y que el hombre encuentra su verdadera grandeza cuando está de rodillas, en el segundo puesto. En la literatura y correspondencia espirituales hay muchos hombres que se cuentan a sí mismos en lugar de volverse únicamente hacia Dios. Lo mismo sucede en la oración, "que es para muchos una degustación de su "yo" más que una mirada posada únicamente en Dios y su amor misericordioso.

Como siempre, Teresa interioriza el deseo de su hermana Paulina, y Jesús le hará "sentir" en la oración cuán agradable le es el que obedezca simplemente. Notemos de paso cómo Teresa no se deja imponer por nada del exterior; la voluntad de Dios le viene de fuera, es cierto, pero está siempre inscrita en lo más profundo de  nuestro ser, "sobre las tablas de carne de nuestro corazón". En la oración, Teresa "sentirá" que el obedecer a su hermana es agradable a Jesús.

El día en que me pedisteis que lo hiciera, creí que mi corazón iría a disiparse ocupándolo de sí mismo, pero luego Jesús me dio a entender que obedeciendo sencillamente, le agradaría; además, no voy a hacer otra cosa sino: comenzar a cantar lo que he de repetir eternamente: ¡Las Misericordias del Señor!... (Ms.A, Fr).


Vocación y misión

Así, la situación de partida es clara. Importa poco alegrarse o dramatizar a propósito de nuestra persona; lo que es importante es Dios, su Santidad y, sobre todo, su Amor misericordioso. Teresa sabe muy bien que su vocación profunda en la tierra y en el otro lado será repetir eternamente las misericordias del Señor. En este sentido, su misión continuará en el más allá y por eso "pasar su cielo haciendo bien en la tierra", es decir, ayudando a los hombres a confiar únicamente en la Misericordia de Dios. No habrá terminado de aplicar su mirada a escrutar la misericordia, lo mismo que nosotros usamos nuestros ojos y nuestra inteligencia en la tierra para tratar de comprender ese rostro más profundo de Dios, a saber, el de su ternura y su misericordia.

Precisando así el propósito de Teresa al principio de los Manuscritos, limitamos también nuestro trabajo. No se trata de hacer un estudio exhaustivo sobre la Misericordia de Dios o sobre la manera que tiene Teresa de cantar, modulándolas, las misericordias del Señor, sino más sencillamente de entreabrir algunas puertas de este misterio. Frente al misterio de la Misericordia, tenemos a menudo la impresión de estar ante unas puertas frente a las cuales nos quedamos mudos. Entonces ensayamos sencillamente de permanecer en silencio ante estas puertas detrás de las cuales hay uno que llama (Ap 3,20) y dejamos que el Espíritu las entreabra para nosotros. Hay que dejar actuar a esta presencia de Dios en nosotros y dejarnos guiar de la mano hasta el umbral del misterio.

El fin de la teología espiritual es lateral con respecto al de la experiencia cristiana, lo que equivale a decir que la teología es provechosa para aquellos que ya han recibido el choque del flechazo de la Misericordia. Mientras el :;rostro de la Misericordia no se haya impuesto a nosotros desde dentro, como un fuego devorador, las reflexiones de la teología sobre este misterio corren peligro de dejar en nosotros como un sabor de ceniza. Por eso tenemos siempre una aprehensión a hablar de ello fuera del clima de oración de un retiro. Como dice Karl Rahner: "Nuesra teología será una teología de rodillas o no lo será".

Por eso consagraremos este primer capítulo a un acercamiento al clima de oración que ha permitido a Teresa cantar las misericordias del Señor. En los capítulos siguientes, nos atendremos a su percepción del Rostro de Misericordia que ella ha entrevisto en la oración, pero al mismo tiempo miraremos cómo ha percibido su propio rostro en relación con el de Dios. En efecto, no es posible descubrir la misericordia de Dios si no se tiene una conciencia aguda del propio rostro de miseria y de la necesidad que uno tiene de ser salvado.

2. Teresa escribe para orar

Inmediatamente de haber dicho que quiere únicamen-te cantar las Misericordias del Señor, sin ocuparse de sí misma, Teresa indica el clima de oración en el cual quie-re redactar estas páginas. Es para nosotros una indica-ción muy práctica de la manera como debemos abordar estos artículos. Si no lo hacemos en un clima de oración, tenemos peligro de no comprender nada del pensamien-to de Teresa:

"Antes de tomar la pluma, me he arrodillado a los pies de la imagen de María (de esta estatua que tantas pruebas nos ha dado de las predilec-ciones maternales de la Reina del cielo por nues-tra familia), le he suplicado que guíe mi mano, para que no trace yo ni una sola línea que no sea de su agrado" (Ms.A, F2').

Así en un clima de súplica y de intercesión Teresa quiere escribir lo que el Espíritu Santo le sugiera. No escribe solamente por el hecho de escribir o de ser leída, sino para orar. Se trata entonces de la oración por la cual se sitúa delante de Dios, fijando los movimientos de la gracia en ella para guardar espiritualmente el recuerdo y dar por ello gracias a Dios. Por eso continúa:

"Luego, abriendo el Evangelio, mis ojos han to-pado estas palabras: 'Habiendo subido Jesús a un monte, llamó a sí a los que quiso; y ellos acudieron a él' (Mc 3,13). He aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y el misterio, sobre todo, de los privilegios que Jesús ha dispensado a mi alma..." (MsA, F2').

De este modo, Teresa contempla los privilegios de Jesús en ella, los caminos misteriosos que abre en su cria-ura para llevarla consigo. El libro de los Manuscritos nos hace comprender, en un ejemplo privilegiado, en qué sentido el hecho de escribir nos puede ayudar a orar. Examinando los caminos de Dios en ella, Teresa no se vuelve jamás sobre sí misma, sino que descubre en la oración el sentido de la acción de Dios en ella.

Por tal oración, semejante al incesante brotar de una uente que se alimenta en las profundidades misteriosas del corazón, Teresa alcanza la Presencia y la acción de Dios en ella y todos los instantes de su destino humano son transfigurados por la Misericordia de Dios. Los Manuscritos Autobiográficos de Teresa nos llegan como uno 'de estos testigos providenciales gracias a los cuales descubrimos que la oración puede ser una vida interior a nuestra propia vida.

Se habla a menudo hoy de orar en ,toda la vida o de orar en la acción, sin saber demasiado bien lo que se pone bajo estas palabras. Teresa es por eso un testigo privilegiado de esta forma de oración que está destinada ante todo a los apóstoles. Su oración penetra toda su v'ida, como el ritmo de su respiración y los latidos de su corazón animan su cuerpo. Se toca ahí la gran idea de los orientales, que es acompasar la oración con los dos grandes ritmos de la vida humana: el de la respiración y el del corazón. Se trata de hacer bajar la oración del espíritu al corazón. Para Teresa, es una oración al ras de su misma existencia, y es ahí donde se sitúa la verdadera unión con Dios en la acción. Es algo interior al minuto que vivimos para experimentar la presencia y la acción Dios en la trama concreta de nuestra historia.

Por eso Teresa no escribe para mirarse, sino para contemplar los privilegios de Jesús sobre su alma:

"El no llama a los que son dignos, sino a los que le place o, como dice san Pablo: 'Dios tiene compasión de quien quiere y usa de misericordia con quien quiere ser misericordioso. No es, pues, obra ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que usa de misericordia"' (Rm 9,15-16) (Ms.A, Fr).
 

3. El rostro de misericordia de Dios

"No es, pues, mi vida propiamente dicha lo que voy a escribir, sino mis pensamientos acerca de las gracias que Dios se ha dignado concederme.
Me encuentro en una época de mi existencia en que puedo echar una mirada sobre el pasado; mi alma se ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores. Ahora, corno la flor fortalecida por la tormenta levanto la cabeza y veo que se realizan en mí las palabras del Salmo XXIII...
Siempre se me ha mostrado el Señor compasivo y lleno de dulzura... Lento en castigar y abundante en misericordia... (Sal 103,8).
Por eso, madre mía, gustosa vengo a cantar a vuestro lado las Misericordias del Señor (Ms.A, F3).

Así, cuando Teresa echa una ojeada sobre su vida, reconoce que Dios la ha llevado siempre con dulzura:
"Me conduce suavemente a lo largo de las aguas. Lleva mi alma sin cansarla. Es compasivo y lleno de dulzura..." (Ms.A, F3).

Y esta Misericordia de Dios la lee primero sobre el rostro de Cristo: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y- hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt ,29-30).

La oración es esencialmente un encuentro personal, encuentro entre un hombre y Dios, pero para ser verdadero, un encuentro exige. dos personas que sean de verdad ellas mismas. Muy a menudo faltamos de verdad en la oración, pues en lugar de volvernos hacia Dios nos dirigimos a algo que imaginamos que es Dios. Teresa ha buscado de verdad el verdadero rostro de Dios y por eso su relación con El es real.

Si nos preguntamos, pues, qué rostro de Dios ha entrado Teresa en la oración al comienzo de los manuscritos, hay que reconocer que es un rostro de dulzura, de ternura y de misericordia. Hubiera podido retener otros rostros, en particular el de la justicia, pues había estado en contacto con muchas carmelitas que se habían ofrecido a la justicia de Dios. Bajo la acción del Espíritu Santo comprenderá que Jesucristo no es la encarnación de cualquier rostro, sino la encarnación de su rostro más profundo y más misterioso, a saber, su rostro de Misericordia. Para revelar la ternura de Dios para los que están lejos y son miserables es para lo que Jesús ha venido a la tierra: "No necesitan médico los que están fuertes, sino lo que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de Misericordia quiero y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mt 12-13).

Si queremos aprender a orar en la escuela de Teresa tenemos aquí un índice importante sobre la manera de hacerlo. Lo primero que tenemos que hacer, al comienzo de la oración, es buscar el verdadero rostro de Dios, el que se revela a nosotros. Muy a menudo, una multitud de imágenes mentales y visuales nos impiden encontrar el verdadero rostro de Dios.

Hemos sacado estas imágenes en nuestros contactos, nuestras lecturas y aun de nuestra experiencia personal; no son del todo falsas, pero son inadecuadas a la realidad de Dios. Si queremos encontrar a Dios tal como es en verdad, debemos ir a él con toda nuestra experiencia y nuestros conocimientos, pero abandonarlos para mantenernos ante Dios, conocido y desconocido a la vez. La única verdadera oración que debe entonces subir, no sólo de la superficie de los labios, sino sobre todo del fondo del corazón es ésta: ¡Muéstranos, Señor, tu verdadero rostro de Misericordia ,y seremos salvos!"
 

4. Dios es libre para revelarse tal como es

¿Qué sucederá entonces? Una cosa muy sencilla. Dios, que es libre de venir a nosotros y de manifestarse, de responder o no a nuestra oración, lo hará tal vez,' y percibiremos entonces su presencia y su dulzura, pero puede elegir también no hacerlo. Vivimos veintitrés horas de nuestra jornada sin pensar en él; sería un poco inconveniente intimarle a que se manifestase a nosotros durante el corto rato que consagramos a la oración.

Y es ahí donde encontramos a Teresa y su manera de obrar en la oración cuando Dios se ausenta. Viene a la oración como ha escrito, no para buscarse, sino únicamente para dar gozo a Dios. Va a la oración sencillamente para estar con Jesús y cantar de nuevo su amor; si El se manifiesta, se alegra, pero no se turba si le hace sentir su ausencia.

No hay que olvidar nunca que Teresa ha conocido la sequedad como el pan de cada día: "Debería haberme entristecido por dormirme (desde hace siete años) durante mis oraciones y mi acción de gracias". Fue una gran prueba para la joven carmelita llamada a consagrar cada día varias horas a la oración. Va aún más lejos, y confiesa que Jesús se ausenta en la oración, empleando para ello la misma imagen humorística del sueño: "Jesús dormía como siempre en la barquilla". A propósito de esto, Mons. Combes definirá, con humor, la oración de santa Teresa de Lisieux como "el encuentro de dos sueños; el de Jesús y el de Teresa".

Así, Teresa experimenta la ausencia aparente de Dios en la oración y esta experiencia es tan importante como la otra, porque en los dos casos, toca la realidad de Dios para responder o para callarse. Lo que cuenta para Teresa es hacer, ante todo, la voluntad de Dios:

"Hoy, más que ayer, dice, si esto es posible, he sido privada de todo consuelo. Doy gracias a Jesús que encuentra esto bueno para mi alma, y tal vez si me consolase, me detendría en estas dulzuras, pero El quiere que sea toda para él... Pues bien, todo será para él, todo, aun cuando no sienta nada que poder ofrecerle; entonces, como esta tarde, le daré esta nada... Si supiérais qué grande es mi alegría de no tener ninguna para dar gusto a Jesús... Es la alegría refinada (pero no sentida). (Carta a la M. Inés de Jesús, 2-1-89.)

Por eso en su oración, como en las relaciones con los demás, Teresa distingue el amor verdadero de la pura' emotividad, en la cual tenemos peligro de encerrar muy a menudo la oración y la caridad fraterna. Son las misericordias del Señor las que ella quiere cantar eternamente y no contar su vida. En el próximo capítulo volveremos sobre este aspecto de la oración de Teresa, a propósito de su aridísimo retiro de profesión, y comprenderemos mejor su percepción aguda de la Misericordia de Dios y de su propia miseria.