Reuniones


Reunirse para compartir

Para que una comunidad se forje realmente es necesario que sus miembros puedan reunirse. Cuando es muy pequeña es fácil para todos los miembros reunirse para compartir. Las reuniones surgen espontáneamente en cualquier momento del día, pero cuando las comunidades crecen, el trabajo aumenta, los visitantes se hacen cada vez más numerosos y existe el riesgo de que los miembros no se reúnan más que para organizar y programar. Es indispensable, entonces, que haya una hora fja, un día o una noche a la semana en que no haya visitantes, en que se tenga tiempo para estar «entre nosotros». Si no existen esos momentos para que los miembros de la comunidad tengan contactos personales y se abran, se alejarán progresivamente unos de otros convirtiéndose en extraños. Ya no hay vida en común, ya no hay «un alma, un corazón, un espíritu».

La vida comunitaria implica un compromiso personal que se realiza en las reuniones entre personas. Pero hay veces en que se esquivan estos encuentros; se tiene miedo porque comprometen. Se huye de la organización, de la ley, del trabajo y de la actividad; se huye del encuentro con las personas mientras estamos todo el tiempo trabajando para ellas. Pero para amar es necesario reunirse. La creación de una comunidad es algo distinto de la reunión de personas individuales. Es necesario que los miembros de una comunidad se reúnan entre sí para conocerse comunitariamente.

Normalmente, se tiene dificultad en compartir en comunidad lo más personal de la propia vida. Muy pronto se huye a lo funcional, fijando unos programas en los que, «por casualidad», no se señala tiempo para compartir.

El verdadero compartir comunitario es más que un trabajo en equipo, porque implica cierta revelación de uno mismo. No se trata de una total transparencia en donde se revele «todo», hasta lo más secreto de nuestro ser, porque siempre hay un secreto que sólo pertenece a Dios, a los amigos más íntimos o al sacerdote. Los esposos entre sí tienen secretos que no comparten con los hijos, ni con los demás miembros de la familia. En las reuniones comunitarias en que se comparten opiniones, se trata de comunicar lo que se vive personalmente en el seno de la comunidad, pero la línea que separa el secreto personal de lo que hay que decir a los hermanos y hermanas es muy fina. Por eso algunos no saben compartir: o lo revelan todo y se confiesan más o menos comunitariamente, lo que resulta molesto (se «desnudan» verbalmente ante los demás), o se cierran, incapaces de hablar por miedo a descubrirse. Prefieren quedarse en la superficie de la relación; pero es normal y oportuno decir cuál es el propio lugar dentro de la comunidad, cómo se vive, cómo se reacciona frente a los demás y a las diversas actividades; es normal implicarse personalmente por la palabra; es también normal abrir un poco de la propia persona a los demás para dar a conocer las intenciones profundas y las dificultades que se tienen en el plano comunitario. El peligro de algunos es hablar demasiado de sí mismos y complacerse en la palabra ante un auditorio condescendiente.

Conociendo nuestras dificultades y nuestras debilidades nos podemos ayudar mutuamente y animarnos a una mayor fidelidad. Si se busca únicamente demostrar nuestra fuerza, nuestras cualidades, o nuestros éxitos se suscita más la admiración que el amor y se empiezan a guardar las distancias. Compartir las debilidades y las dificultades, pedir ayuda y oración, es como un cimiento para la comunidad, una llamada que liga y crea unidad. Tenemos que descubrir que nos necesitamos para ser fieles y ejercitar nuestros dones.

Cuando nos reunimos de verdad, con nuestra debilidad, las palabras acaban espontáneamente en un silencio que es oración. En el fondo de este silencio puede brotar otra oración, oración de súplica o de acción de gracias. Así es cómo se camina hacia la comunidad: un alma, un corazón, un espíritu, un cuerpo.

Jesús dice: «Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy allí entre ellos.» «Reunidos», esto implica una unión, un encuentro. Jesús no puede estar presente si las personas no se reúnen más que en un plano material y se niegan a comunicarse.


La reunión sagrada

Alguien me decía no hace mucho tiempo: «Es maravilloso descubrir que nuestras debilidades nos ayudan a reunirnos con más sinceridad.»

En algunas comunidades de El Arca existen lo que se llama «reuniones sagradas», que pueden celebrarse en la capilla o en otra parte. Empiezan con una oración y un momento de silencio. Después cada uno habla, pero de forma discontinua, revelando lo que vive y cómo observa la vida comunitaria. No se trata de discutir, ni de buscar la verdad «objetiva», sino de compartir con los demás la realidad vivida. El fin de la reunión es permitir a cada uno saber en qué punto se encuentran los demás, permitir un encuentro personal. Lo esencial es una escucha plena de comprensión; no se trata de atacar, de hacer reproches o de defenderse. Se trata solamente de decir lo que se está viviendo. Muchos desajustes en las comunidades se deben al hecho de que alguien no se atreve a decir Ciertas realidades. No se osa decir lo que se siente, se tiene miedo a expresarse, a ser juzgado. Tiene que haber libertad para expresar ciertas cosas. Tal vez no se llegue a una solución, pero, al menos, sabiendo lo que el otro siente, se puede intentar modificar la propia conducta, la propia forma de actuar. El simple hecho de decir las dificultades o las alegrías que se están viviendo puede acercar mucho a las personas y aumentar la mutua comprensión. Esto teje unos lazos. Después que se ha dicho todo, se reza juntos. Terminada la reunión no se vuelve más sobre ello: lo que se ha dicho queda oculto en el corazón de Dios.
 

El don de la reunión

En una reunión no se trata ni de imponer la propia idea, ni de defenderla. No se puede vivir mucho tiempo en comunidad con este estado de ánimo. Por el contrario, es necesario escuchar las ideas de los demás. La reunión tiene como fin descubrir «juntos» lo que hay que hacer, y ello implica que hay que estar convencidos de que «somos más inteligentes todos juntos, que cada uno por separado». Por eso hay que permitir expresarse a cada uno y sobre todo a la persona más tímida y menos locuaz. El fundamento de toda reunión es escuchar a los demás.

Se necesita tiempo para que una comunidad descubra el don de las reuniones, su eficacia para la vida comunitaria y la manera en que pueden alimentar las inteligencias y el corazón de cada uno. Es necesario saber sufrir en las reuniones, pasar momentos 'de discusiones penosas, a veces incluso de luchas. Todo eso es normal, en un día no se aprende a dejar atrás las propias ideas ni los propios proyectos, para adherirse a las ideas, a los proyectos de la comunidad. Se necesita tiempo para tener confianza en los demás y en la comunidad.

Hay que distinguir bien los tipos de reuniones y no esperar de una reunión de organización o de preparación de una fiesta un resultado que no le corresponde. La vida de una comunidad implica el servicio y estas reuniones son servicios que se hacen por el bien de todos. Pero si se trata de escuchar tranquilamente la opinión y las ideas de los demás y buscar la mejor manera de .organizar algo para el bien de todos, a menudo se encuentran la alegría y la paz.

Hay que especificar bien el fin de cada reunión; cada una, según sus fines, debe vivirse de forma diferente. ,Hay que tener unas reglas para cada reunión y una manera diferente de participar en ella.

En la vida comunitaria —según los diferentes tipos de comunidad— hay distintas maneras de reunirse: reuniones de organización, de información, para compartir o reuniones en donde se disciernen las cuestiones importantes, de profundización, etc.

En una comunidad hay personas a las que les gustan las reuniones, porque les supone un momento de expansión y a veces librarse de las exigencias del trabajo. También hay a quienes no les gustan, porque las consideran como pérdidas de tiempo; se quejan de «reunionitis».

Algunos van a las reuniones en plan consumidor o parlanchín, y les gusta oírse. A otros no les gustan las reuniones porque les obligan a dejar su actividad y porque lo que escuchan les interpela. La locomotora de su ser está de tal forma en movimiento que han olvidado sentarse y detenerse.

Participar en una reunión no es simplemente hablar; es un estado de ánimo más profundo; una manera de escuchar para comprender verdaderamente lo que dice el otro; tomar la palabra cuando le llega a uno el turno, sin interrumpir al otro ni atacarle; no hacer apartados con el vecino, ni leer el periódico que acaba de llegar; es una manera de comportarse porque la mirada, los gestos y toda la posición del cuerpo puede decir: «me fastidias» o por el contrario, «estoy contigo».

La calidad de atención con que se vive una reunión y la gentileza con que se escucha a alguien que balbucea, y dice incluso majaderías porque está nervioso, muestran nuestro grado de participación en una reunión. Los tímidos, a los que les falta confianza, se expresan a veces con agresividad o de manera torpe. Si los oímos con agresividad podemos hundirlos aún más en su timidez y en sus temores, mientras que una acc,gida sincera puede ayudarles a encontrar la confianza en sí mismos y a descubrir que tienen algo que decir.

Cuando no se acude con ese estado de ánimo, las reuniones se convierten en pesadas; quien las dirige lo hace con dificultad y los demás vacilan entre una atención pasiva o servil y una agresividad manifestada en la cólera o en el aburrimiento.

Uno de los cometidos de la comunidad es ayudar a cada persona a expresarse. Es grave que alguien no pueda manifestar sus frustraciones y esté obligado a replegarse siempre a su interior. Poder expresarse es una liberación. La comunidad debe tener suficiente capacidad de escucha para que cada persona pueda encontrar esta liberación.

No hay que sorprenderse de que en las reuniones haya estallidos y de que las personas se expresen con violencia. Esos gritos brotan de una angustia que debe ser respetada. La persona que grita no debe ser etiquetada como marginada, revolucionaria, o contestataria, ni como alguien que tiene malas intenciones; es una persona que se siente herida, está a punto de dar un paso personal importante o que, en cualquier caso, sufre. Algunas curaciones y algunos compromisos implican momentos de angustia. Si se responde bruscamente a esos gritos, la persona no podrá liberarse, ni dar el paso hacia una paz interior mayor, hacia una vida más unificada y armoniosa con la comunidad, con sus estructuras y con sus responsables.


Llevar una reunión

Es importante empezar y terminar una reunión a su hora lo que implica una disciplina. Siempre es bueno empezar la reunión con un momento de silencio, incluso de oración, si todos lo desean. Cuando hay cosas importantes que decidir es interesante ponerse ante Dios, dejando atrás nuestras ideas, deseos y pasiones.

Hay que fijar bien el orden del día, dando el máximo de tiempo a las cosas esenciales y evitando diluirse en largas discusiones sobre detalles sin importancia.

Es importante seguir fielmente el orden del día y a veces actuar con firmeza para evitar disgresiones inútiles e incitar a las personas a atenerse al tema. Pero también está bien ser flexible porque a veces en un momento de disgresión pueden brotar nuevas ideas y hacer un punto más interesante. Hay que saber aprovechar estos momentos dejando que siga la discusión, como también es bueno a veces suscitar o permitir momentos de esparcimiento. Es todo un arte el saber llevar una reunión para que resulte provechosa e interesante. Esa habilidad se adquiere con la experiencia y necesita de cierta creatividad, confianza y humildad.

Para poder llevar una reunión hay que dejar a cada uno que se exprese y tratar de evitar que prevalezcan las propias ideas. Si se tiene una idea, más vale esperar a ver si otro la expresa y animarle a hacerlo.

El peligro de las reuniones es que sean siempre los mismos, los que tienen facilidad de palabra, los que hablen. No son necesariamente los más inteligentes, ni los que dicen las cosas más interesantes o importantes, sino a menudo los más angustiados o a los que les falta confianza en sí mismos. Necesitan hablar y reafirmarse. Sin embargo sus intervenciones pueden parecer útiles, porque cubren las «vacantes» y estimulan a los demás, a veces hasta de forma agresiva.

Es necesario buscar en cada reunión las estructuras que animen a participar a cada uno y sobre todo a los más tímidos. Los más entendidos a menudo no se atreven a expresarse, tienen miedo a decir «tonterías». En el fondo no reconocen su don, tal vez porque los demás no lo han reconocido. Hay que ayudar a los que hablan demasiado a controlarse y sobre todo a escuchar. Uno de los medios consiste en hacer un alto en un determinado momento de la reunión para preguntar a cada uno, por turno, su opinión. Si el número de asistentes es demasiado grande, se pueden hacer grupos, para que participen entre sí; lo importante es que cada uno se exprese.

Una reunión muere cuando alguien se obstina en tener razón o lanza petardos de agresividad porque se siente sólo y angustiado. Una reunión vive cuando las personas buscan juntas la verdad y la voluntad de Dios.

No hay que descorazonarse cuando van mal las reuniones, cuando hay tensiones. Todos deben crecer, tener derecho a pasar por malos momentos, a estar hastiado y a momentos de duda o confusión. Es necesario soportar los momentos difíciles y esperar otros mejores.

Hay que descubrir a través de las reuniones difíciles cómo calmar la situación, cómo llegar a reencontrarse de una manera más tranquila y alegre. El responsable debe saber aprovechar el momento propicio para sacar un buen vino y unos pasteles; esto a veces restablece la unidad.

Si las reuniones están bien llevadas, si todos reconocen que son necesarias para la vida comunitaria y participan en ellas según una disciplina, pueden ser momentos de vida en donde se toma conciencia de la unidad de la comunidad. Todos se reúnen, se reconocen como hermanos, se convierten unos en pan para otros. La reunión es entonces una celebración en donde cada uno se ofrece como alimento a los demás, manifestando que somos miembros de un mismo cuerpo.


Discernimiento comunitario

Lo esencial en el discernimiento comunitario es encontrar el medio para que las personas dejen atrás sus pasiones y sus ideas personales y capten lo más claramente posible las ventajas y desventajas de un determinado proyecto o realidad. Para ello, lo mejor es que cada persona por turno exprese las ventajas y las desventajas de lo que se discute y después que tan sólo diga su opinión.

En la reunión del consejo internacional de las comunidades de El Arca, en febrero de 1977, se decidió celebrar en abril de 1978 una gran reunión de todas las comunidades en dos etapas. Primero, una reunión de directores y delegados, y después otra más larga en la que intervendrían las personas disminuidas.

En la reunión del consejo en septiembre de 1977 algunos expresaron sus dudas sobre la decisión de hacer una gran reunión en dos etapas. En lugar de decir: «Lo que se decidió ya está decidido», oímos las preocupaciones de unos y otros cuyas inquietudes parecían serias y pusimos en marcha un proceso de discernimiento tratando de ver claramente las ventajas y desventajas de una reunión en dos etapas.

Este proceso requirió bastantes horas para desembocar en la misma decisión: la gran reunión se haría en dos etapas. Desde fuera y visto por el ángulo de la eficacia, este momento de diálogo y discernimiento puede parecer una pérdida total de tiempo, pero desde dentro hemos descubierto que este tiempo, aparentemente perdido, era importante porque había permitido a cada uno clarificar sus opiniones, comprender las dificultades, e incluso ver los riesgos, y había creado una cohesión interior en el grupo que al principio había aceptado la decisión inicial más bien desde fuera; ahora cada uno adquirió más confianza en sí mismo y en los demás, lo que aportó al grupo mayor creatividad. En el fondo cuando todos se adhieren desde dentro a un proyecto porque están convencidos de que es la voluntad de Dios, y no el proyecto de una persona, da una fuerza, una paz y una creatividad totalmente nuevas.

Esto requiere siempre tiempo para que todos y sobre todo los más lentos y los «menos al corriente» se adhieran realmente a una decisión.

«Toda pérdida de tiempo para el diálogo —en realidad pérdida sólo aparente— dice Pablo Freire, quiere decir tiempo ganado en seguridad, confianza en sí y en los demás; quien rehúsa el diálogo no lo puede ofrecer» .

Se me ha dicho que en los poblados de Papuasia-Nueva Guinea no se decidía una cosa hasta que todos estaban de acuerdo, lo que bien podía llevar dos horas de discusión. En una reunión es importante que todos tengan tiempo para expresarse, para decir su opinión, y si están en desacuerdo para manifestar sus razones.

No hay que pararse en razones superficiales, sino que hay que ahondar, discernir las ventajas y desventajas hasta que se clarifique la situación y se llegue, si es posible, al consenso.

He oído hablar de algunas comunidades que no toman decisiones más que por unanimidad. Cuando no están de acuerdo ayunan hasta que llegan a ella. El principio es bueno, pero esto puede resultar duro para quienes les cuesta trabajo ayunar. Hay que aceptar que haya desacuerdos, y que no se llegue siempre a esta unanimidad deseada. Entonces hay que votar. Para las cosas importantes hay que votar no por mayoría simple, sino por una fuerte mayoría (75%). Si no se llega a una mayoría sustancial, más vale tal vez esperar y dejar que el tiempo clarifique las cosas.

Hay que estar siempre atento a la minoría que no está de acuerdo con una decisión o que se siente dañada por ella. Esta minoría es a veces profética, presiente que algo no va bien. Tal vez lo expresa mal y con agresividad, tal vez se opone a una decisión, no a causa de la realidad discutida, sino por una oposición mucho más profunda, que puede ser la negación a las estructuras o a la autoridad, o a causa de sus problemas personales. Si es posible hay que hacer que salga a la luz esta opinión profunda. De todas maneras, siempre hay que estar atentos a los discordantes y dejarles que se expresen con la mayor claridad y paz posible, otorgándoles el tiempo y la atención necesaria.

La comunidad es esencialmente el lugar de la presencia. La palabra sin duda es necesaria, pero los gestos y las miradas significan mucho más: una presencia amorosa. Por eso las reuniones deben tener su lugar propio. Son importantes, pero no son lo esencial.

Los intelectuales dan mucha importancia a la palabra. Creen que todo viene a través de ella, quieren dedicar todo el tiempo a analizar y criticar, incluso en las reuniones; hay que saber dejar sitio al silencio y a los gestos simbólicos. La palabra está ahí para confirmar el gesto y la comunicación no verbal. La palabra lo explicita y lo prolonga.