Capítulo VI

Protestantes españoles fuera de España. -El antitrinitarismo y el misticismo panteísta. -Miguel Servet. -Alfonso Lingurio.

I. Primeros años de Servet. Sus estudios y viajes a Francia, Alemania e Italia. Publicación del libro «De Trinitatis erroribus». Cómo fue recibido por los protestantes. Relaciones de Servet con Melanchton, Ecolampadio, Bucero, etc. -II. Servet, en París. Primeras relaciones con Calvino. Servet, corrector de imprenta en Lyón. Su primera edición de «Ptolomeo». Explica astrología en París. Sus descubrimientos y trabajos fisiológicos. La circulación de la sangre. Servet, médico en Charlieu y en Viena del Delfinado. Protección que le otorga el arzobispo Paulmier. Segunda edición de «Ptolomeo». Idem de la «Biblia» de Santes Pagnino. -III. Nuevas especulaciones teológicas de Servet. Su correspondencia con Calvino. El «Christianismi restitutio». Análisis de esta obra. -IV. Manejos de Calvino para delatar a Servet a los jueces eclesiásticos de Viena del Delfinado. Primer proceso de Servet. Huye de la prisión. -V. Llega Servet a Ginebra. Fases del segundo proceso. Sentencia y ejecución capital. -VI. Consideraciones finales. -VII. Alfonso Lingurio.



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- I -

Primeros años de Servet. -Sus estudios y viajes a Francia, Alemania e Italia. -Publicación del libro «De Trinitatis erroribus». -Cómo fue recibido por los protestantes. -Relaciones de Servet con Melanchton, Ecolampadio, Bucero, etc.

      Entre todos los heresiarcas españoles ninguno vence a Miguel Servet en audacia y originalidad de ideas, en lo ordenado y consecuente del sistema, en el vigor lógico y en la trascendencia ulterior de sus errores. Como carácter, ninguno, si se exceptúa quizá el de Juan de Valdés, atrae tanto la curiosidad, ya que no la simpatía; ninguno es tan rico, variado y espléndido como el del unitario aragonés. Teólogo reformista, predecesor de la moderna exégesis racionalista, filósofo panteísta, médico, descubridor de la circulación de la sangre, geógrafo, editor de Tolomeo, astrólogo perseguido por la Universidad de Paris, hebraizante y helenista, estudiante vagabundo, controversista incansable, a la vez que soñador místico, la historia de su vida y opiniones excede a la más complicada novela. Añádase a todo esto que su proceso de Ginebra y el asesinato jurídico con que [873] terminó han sido y son el cargo más tremendo contra la Reforma calvinista, y se comprenderá bien por qué abundan tanto las investigaciones y los libros acerca de tan singular personaje. Sin exageración puede decirse que forman una biblioteca. A las obras, ya atrasadas, de Allwoerden, Mosheim, D'Artigny y Trechsel; a la inestimable relación del proceso hecha por Rilliet de Candolle en 1844; al brillante aunque ligero juicio de Emilio Saisset, han sucedido en estos últimos años la gradable biografía de Servet escrita por el filósofo inglés Willis y nada menos que treinta monografías, entre grandes y pequeñas, del pastor de Magdeburgo, Enrique Tollin, quien, con un entusiasmo por su héroe que raya en fanatismo, un conocimiento perfecto del asunto y una terquedad inaudita, sin perdonar viajes, lecturas ni trabajos, ha consagrado veintiún años de su vida a rehabilitar la memoria del mártir español, como él le llama. Claro es que habiéndose escrito tanto y tan concienzudamente acerca de Servet, aunque nunca o casi nunca por católicos, este capítulo, en lo que toca a datos biográficos no presentará grandes novedades. Gracias si he acertado a condensar, prescindiendo de los hiperbólicos elogios, de los pormenores pueriles y enojosos y de las repeticiones sin cuento en que se complace Tollin, el resultado de las últimas investigaciones. Trabajo es éste que en España, donde esas obras son casi desconocidas, y apenas corren acerca de Servet más noticias que las vulgares, tendrá algo de nuevo y útil. En lo que toca al análisis de sus escritos y posición teológica, me guiaré por mi propio criterio y por lo que de la lectura atenta de las mismas obras servetianas, que más de una vez he extractado, puede deducirse, sin preocupación anterior ni ciega sumisión a lo que hayan especulado y dicho los alemanes (1563).

     Toda duda acerca de la patria de Servet debe desaparecer ante la declaración explícita que él hizo en su primer proceso, el de Viena del Delfinado. Allí se dice natural de Tudela, en [874] el reino de Navarra. Y aunque dos meses después, en el interrogatorio de Ginebra, afirma ser «aragonés, de Villanueva», esta aserción ha de entenderse no del lugar de su nacimiento, sino de la tierra de sus padres. Y, en efecto, la familia Serveto [875] o Servet, de la cual era el famoso jurisconsulto boloñés Andrés Serveto de Aviñón, y la familia Reves, segundo apellido de nuestro autor, radicaban en Villanueva de Sixena, por más que él naciera casualmente en Tudela; viniendo a ser, por tal modo, aragonés de origen y navarro de nacimiento. Natione Hispanus, aut, ut dicebat, Navarrus, se le llama en los registros de la Facultad de Medicina de París. Pero él, por cariño, sin duda, a la tierra de sus padres, gustaba de firmarse Michael Villanovanus, Michel de Villeneufve o bien Ab Aragonia Hispanus; y su discípulo Alfonso Lingurio le apellida, al modo clásico, Tarraconensis, que algunos, mal informados o dejándose llevar del sonsonete del apellido Servet, han traducido ligeramente por catalán.

     Miguel Serveto, como él se firma al frente de sus dos primeras obras, o Servet, como declara llamarse en el interrogatorio de Viena, hubo de nacer por los años de 1511, aunque esta fecha no se halle exenta de dudas y contradicciones. En el interrogatorio de Viena, de 5 de abril de 1553, dice que tenía en aquel entonces cuarenta y dos años, poco más o menos; en el de Ginebra, de 23 de agosto, confirma indirecta mente lo mismo al referir que, teniendo veinte años, publicó en Haguenau su libro de la Trinidad, impreso, como sabemos, en 1531. Pero en 28 de agosto se dice de edad de cuarenta y cuatro años, sin que se alcance el motivo de haberse quitado dos la primera vez o aumentádoselos la segunda.

     Sus abuelos, dirémoslo con palabras suyas en ocasión solemne, eran cristianos de antigua raza, que vivían noblemente (chrestiens d'ancienne race, vivans noblement). Su padre ejercía la profesión de notario en Villanueva de Sixena. No consta dónde ni cómo recibió la primera educación, y cuanto sobre esto han fantaseado Tollin y Willis no pasa de conjetura. Bástenos saber que aprendió en España el latín, el griego y el hebreo; que parece haber asistido algún tiempo a las escuelas de Zaragoza y que en 1528 fue enviado por su padre a Tolosa a aprender leyes. Allí, más que a la lectura de Justiniano, se dio a la de la Biblia, y como entonces empezaran a correr entre los estudiantes franceses los libros de la Reforma alemana, y especialmente los Loci communes, de Melanchton, Servet se contagió, como los restantes, de la doctrina del libre examen. Su fe católica vino a tierra; pero como su espíritu era osado e independiente, y él no había nacido soldado de fila, comenzó a interpretar las Escrituras por su cuenta, y ni fue ortodoxo, ni luterano, ni anabaptista, sino heresiarca sui generis, con aires de reformador y profeta (1564).

   Poco conocidas debían ser, no obstante, sus ideas, o quizá poco fijas y resueltas, cuando al poco tiempo le vemos acompañar, como secretario, al franciscano Fr. Juan de Quintana, [876] confesor de Carlos V. Viajó con él por Italia y Alemania; asistió a la coronación de Carlos V en Bolonia (noviembre de 1529) y a la Dieta de Augsburgo (junio de 1530); conoció a Melanchton y quizá a Lutero; fue extremando por días su radicalismo religioso, y acabó por dejar (¿antes del otoño del mismo año 30?) el servicio del confesor, tan poco en armonía con sus aficiones. Por entonces no estaba ni con los católicos ni con los protestantes: Nec cum istis, nec cum illis in omnibus consentio aut dissentio: omnes mihi videntur habere partem veritatis et partem erroris (1565).

     Pero, aunque se había refugiado en la protestante Basilea, bien pronto se alarmaron contra él los teólogos luteranos, y más al saber que preparaba un libro contra el misterio de la Trinidad. Antes había dogmatizado de palabra, y Ecolampadio (Juan Hausschein), cabeza de la iglesia de aquella ciudad, avisó a Zuinglio, a fines de aquel año, de habérsele presentado un español, llamado Servet, contagiado de la herejía de los arrianos y otros errores, el cual negaba que Cristo fuera real y verdaderamente hijo eterno de Dios. A lo cual respondió Zuinglio: «Ten cuidado, porque la falsa y perniciosa doctrina de ese español es capaz de minar los fundamentos de nuestra cristiana religión... Procura traerle con buenos argumentos a la verdad.» «Ya lo he hecho, replicó Ecolampadio; pero es tan altanero, orgulloso y disputador, que nada se puede conseguir de él.» «No se ha de sufrir tal peste en la Iglesia de Dios, contestó Zuinglio. Indigno es de respirar quien así blasfema» (1566). ¡Que tolerancia más evangélica la de estos amotinados contra Roma! [877]

     Entretanto, Servet había entregado su libro a Juan Secerius, impresor de Haguenau, en Alsacia, sin hacer caso de las exhortaciones de Ecolampadio, que le llamaba judaizante y trabajaba, siempre en vano, por detenerle en sus temeridades (1567). Parece que otro tanto hicieron los pastores de Estrasburgo, Bucero y Capitón, y aunque Servet no se rindió del todo a sus consejos, modificó con arreglo a ellos algún pasaje. Realmente salió de Estrasburgo menos descontento que de Basilea, y, con la generosa inexperiencia propia de la juventud, no tuvo reparo en poner en el frontis de su obra sus dos apellidos, y su patria. El impresor tuvo buen cuidado de no dejar ninguna señal por donde pudiera descubrirse el suyo. El rótulo decía a secas: De Trinitatis Erroribus, Libri Septem. Per Michaelem Serveto, alias Reves, Ab Aragonia, Hispanum 1531 (1568).

     Dilatando para más adelante nuestro juicio sobre los orígenes y desarrollo de la doctrina cristológica de Servet, conviene exponer brevemente su primera fase, contenida en este libro. Primera fase la llamo, no porque en lo esencial variara después, pues si se mostró descontento de las incorrecciones de estilo de este su primer libro, nunca abjuró ni desaprobé sus principios, sino porque en adelante les dio nuevo desarrollo, introduciendo sobre todo un poderoso elemento neoplatónico, que es menos visible, ya que no esté ausente del todo, en el De Trinitatis erroribus.

     Si la forma literaria no es en este primer ensayo de Miguel Servet muy latina ni muy ciceroniana, es, a lo menos, sencilla y clara, y la enérgica personalidad del autor infunde a veces a su incorrecto lenguaje desusado brío. Mayor defecto es el absoluto desorden con que las materias se tratan, aunque en el pensamiento del autor estuvieran bien trabadas. Por lo demás, el objeto principal del libro salta a la vista y no requiere largas explicaciones; todos sus biógrafos y críticos han reconocido que [878] Servet se fija exclusivamente en el Cristo histórico, lo cual quiere decir, en términos más llanos, que se propuso atacar la divinidad de Cristo, siendo su obra la primera, entre las de teólogos modernos, que descaradamente llevara este objeto. En vano Tollin, que es, en realidad, tan poco trinitario como Servet, quiere disimular esta consecuencia. No basta que Servet llegue a decir en el mismo libro que vamos analizando: Cavillationibus reiectis, syncero pectore verum Christum et eum totum divinitate plenum agnoscimus (1569), pues vamos a ver bien claro lo que significa en fa teoría de Servet el estar lleno de la divinidad y qué es lo que entiende por cavilaciones o, como en otras partes dice, nugae, mathematica delusio, horribilis... blasphemia.

     La Biblia es para Miguel Servet la única regla de creencia, la llave de todo conocimiento, y en la Biblia está todo saber y filosofía, no ha de usarse ninguna palabra que no se lea en las Escrituras; todo lo que no se encuentre allí le parece ficción, vanidad y mentira (1570). Tal era la consecuencia lógica de la Reforma; y conculcado el principio de autoridad, ¿cómo había de respetar la de Lutero, Zuinglio o Ecolampadio el que había roto con la de la Iglesia universal? ¿Ni cómo había de quedar ileso el sistema cristológico, cuando los luteranos se habían encarnizado tanto con el antropológico? Si les parecía lícito negar el libre albedrío y el poder de las obras, ¿con qué derecho perseguían como impío y blasfemo al que, más audaz consecuente que ellos, quería penetrar en las entrañas del dogma? Providencialmente estaba ordenado que el hacha de la Reforma viniesen a ser los unitarios, y la evolución lógica que había comenzado con Juan de Valdés siguió su curso con Servet y los socinianos.

     El fundamento de la salvación de la Iglesia no es para Servet, como era para los luteranos, creer en la justificación por el beneficio de Cristo, sino creer con firmeza que Jesucristo es Hijo de Dios y salvador nuestro (1571). De este Hijo de Dios se presenta él nada menos que como abogado (pro quo dico), rasgo que a Tollin le parece de sublime sencillez; y anuncia que será tan claro que hasta las viejas y los barberos (vetulae... tonsores) podrán entender sus teologías. Lo que más inculca a cada paso es el daño que resulta de ascender a la contemplación del Verbo sin especular antes sobre la humanidad de nuestro Redentor (1572).

     Expone prolijamente, y con alarde de erudición hebraica, el [879] significado de los dos nombres Jesús y Cristo. Reúne los testimonios de la Escritura que llaman a Jesús Hijo de Dios, entendiéndolo él en sentido de natural y no de adoptivo, al revés de los nestorianos y adopcionistas. Lo que de ninguna suerte puede comprender es la distinción de las dos naturalezas (1573). Es verdad que habla de la divinidad de Cristo y la defiende, pero en términos que no dejan lugar a duda sobre su verdadero pensamiento. «Cristo, dice, según la carne, es hombre, y por el espíritu es Dios, porque lo que nace del espíritu es espíritu, y el espíritu es Dios... Dios estaba en Cristo de un modo singular... El no era Dios por naturaleza, sino por gracia..., porque Dios puede levantar a un hombre sobre toda sublimidad y colocarle a su diestra... Se le aplica el nombre de Elohim porque el Padre le ha concedido el reino y toda potestad, y es nuestro juez y nuestro monarca... El nombre de Jehová conviene sólo al Padre. Los demás nombres de la divinidad pueden, por excelencia, aplicarse a Cristo, porque Dios puede comunicar a un hombre la plenitud de su divinidad» (1574). Así entiende la divinidad de Cristo; y si por una parte rechaza la herejía de los arrianos, que fingieron una criatura más excelente que el hombre, como incapaces de comprender la gloria de Cristo, por otra se muestra acérrimo enemigo de la communicatio idiomatum, so pretexto de que la naturaleza humana no puede comunicar sus predicados a Dios (1575). La clave de todo está en los pasajes siguientes - «Cristo, en el espíritu de Dios, precedió a todos los tiempos... En él relucía la morphe (forma) o especie de la divinidad, y por eso obraba tantas maravillas» (1576). Esta forma o especie de la divinidad verémosla trocada, en el Christianismi restitutio, en idea platónica, hasta convertir el sistema de Servet en una especie de [880] panteísmo, o más bien pancristianismo, como le ha llamado Dardier. Pero de este sistema, en que Cristo viene a ser el alma del mundo, hay pocas huellas todavía en la primera obra, donde el elemento teológico sobrepuja, con mucho, el metafísico.

     Servet entiende la doctrina del Espíritu Santo poco más o menos como Juan de Valdés: «Todos los movimientos del ánimo (dice) que conciernen a la religión cristiana se llaman sagrados y obra del Espíritu Santo (1577), el cual es la agitación, energía o inspiración de la virtud de Dios.»

     Servet, pues, es clara y sencillamente unitario, por más que diga que el Hijo es con el Padre una virtud, deidad y potestad y una naturaleza; las divinas personas no son para él hipóstasis, sino formas varias de la divinidad: facies, multiformes Deitatis aspectus. ¿Qué importa que use a veces modos de decir cristianos, cuando a renglón seguido afirma con más crudeza que ningún sociniano que el Padre es la sola sustancia y el solo Dios, del cual todos estos grados y personas descienden (1578), y confunde el Espíritu Santo con el espíritu humano justificado (1579), y otras veces con el ejemplar de Dios o con la idea que éste tiene en su mente de todas las cosas? (1580).

     Tollin, que es un erudito de los que sienten crecer la yerba y de los que a fuerza de estudiar a un autor llegan a encariñarse con él y a descubrir en sus obras secretos y maravillas ocultas a los legos, distingue nada menos que tres fases en esta primera exposición que de sus ideas hizo Servet. Y como la obra de éste tiene siete libros y no sólo lectores profanos, como el médico Willis, que, enojado con tanta y tan enmarañada teología, dice que lo mismo se puede comenzar por el último que por el primero, sino doctos teólogos que, como Mosheim, han censurado en ella una falta absoluta de plan y método, Tollin (1581) sale a la defensa de su autor adorado con esta teoría de las subfases. Ve la primera en el primer libro, compuesto, si hemos de creer al entusiasta biógrafo, cuando aún era Servet estudiante [881] en Tolosa. Llama segunda fase a los libros II, III y IV, que supone escritos en Basilea después de haber oído a Ecolampadio (1582), quien, con sus objeciones, le hizo fijar la atención en el primer capítulo del Evangelio de San Juan y en el comienzo de la Epístola de los Hebreos y meditar sobre la preexistencia del Hijo. Pero tan lejos estuvo de acercarse al sentido ortodoxo, que ni siquiera entendió el logos a la manera neoplatónica, sino en la significación materialísima y ruda de oráculo, voz o palabra de Dios, pareciéndole temerario convertir la palabra en Hijo (1583). Veremos más adelante cuánto hubo de modificar esta opinión suya corriendo el tiempo; pero no será inútil advertir que aun en este mismo libro, con la inconsistencia que acompaña al error, admite el Cristo preexistente como prototipo o figura del mundo (1584). Por lo demás, tan antitrinitaria es la doctrina de estes tres libros como la del primero: Servet torna a advertir en ellos que sólo en un sentido místico y espiritual llama a Cristo Dios (1585), y a su cuerpo, peculiar tabernáculo de la Divinidad, y que el Espíritu Santo es para él el soplo de vida que se aspira y respira en la materia, el enérgico y vivífico aliento que lo anima todo intra et extra (1586). El viento, el fuego, los ángeles o nuncios son diversas manifestaciones del mismo espíritu (1587), pero sobre todo el alma humana (1588). Y aquí empieza a iniciarse lo que se ha llamado el panteísmo de Servet, consecuencia lógica de todo sistema antitrinitario, ya que afirma sin rebozo no sólo que «hay en nuestro espíritu una eficaz y latente energía, un celeste y divino sentido», lo cual, hasta cierto punto, es exacto y conviene con el Signatum est super nos, sino que «el mismo Dios es nuestro espíritu» (1589) y que «ninguna cosa se llama por su naturaleza espíritu, sino en cuanto es moción espiritual» (1590).

     Tercera fase llama Tollin a los libros V, VI y VII, en que ve cierta influencia de las especulaciones hebraicas de Capiton y yo veo sólo un trabalengua sobre los nombres Jehovah y Elohim. «Elohim era en su persona hombre, y en su naturaleza, Dios... Cristo era Elohim, fuente de esencia, del cual todas las cosas del mundo emanaron... El Padre era Jehovah esenciante o que daba [882] la esencia a Elohim... La monarquía de Jehovah llegó a nosotros por la economía de Elohim» (1591). Todo lo cual se resuelve en una especie de emanatismo semimaterialista, «porque de Dios fluyen los rayos esenciales y los radiantes ángeles... Del pecho del Padre salen los vientos, de su cabeza los múltiples rayos de la divinidad, y todo es de la esencia de Dios, y no hay en el mundo más que lo que Dios con su carácter hace subsistir, y Dios es la esencia de todas las cosas» (1592). ¡Y todavía quieren hacernos creer Tollin (1593) y Dardier que Servet no es panteísta, sólo porque admite, contra toda consecuencia lógica, un Dios personal; como si, por otra parte, no declarara que este Dios es la esencia universal y esenciante!

     «Cristo (prosigue diciendo) era la efigie, la escultura, la forma del mismo Dios; era algo más que imagen, aunque falten palabras para expresarlo; era la virtud, la disposición y la economía de Dios obrando sobre el mundo» (1594).

     Todo esto no obsta para que rechace el vocablo emanación como de sabor demasiado filosófico (1595) y torne a envolverse en las caliginosidades del hebraísmo, pasando sin cesar del sentido real al figurado y de las palabras a las cosas y tomando las sutilezas gramaticales por razones teológicas de peso.

     Esta ruda mole de pedanterías rabínicas a medio digerir, sofismas de escolar levantisco, atrevimientos filosóficos, en medio del desprecio que a cada paso manifiesta por la filosofía, piadosas y fervientes oraciones, está salpimentada con todas aquellas amenidades de estilo que en sus brutales polémicas usaban entonces los teólogos protestantes y aun muchos que no lo eran, desde llamar a sus adversarios asnos, hasta blasfemar de la Trinidad, diciéndole cerebro de tres cabezas, visión papista y quimera mitológica. Imagínese qué efecto produciría semejante aborto, lo mismo en el campo católico que en el protestante. Cuando el venerable confesor de Carlos V, el P. Quintana, tropezó con un ejemplar de aquella impía producción de su antiguo secretario la calificó de pestilentissimum illum librum.

     Mucho mayor fue la saña de los reformados. Bucero, que pasaba por tolerante, dijo desde el púlpito de Estrasburgo que [883] «Servet merecía que le arrancasen las entrañas» (1596) y escribió contra él una refutación, aunque no llegó a publicarla (1597). Pero Melanchton, reconociendo en Servet muchos signos de espíritu fanático, le leyó con todo eso muy despacio (Servetum multum lego), y aun injirió bastantes cosas de su obra en las últimas ediciones de sus Lugares comunes. Los magistrados de Basilea prohibieron la circulación de la obra y querían perseguir al autor, pero Ecolampadio se opuso (Ep. Zuinglii et Oecolampadii, Basileae 1592).

     No fue parte la indignación de los teólogos para que Servet retractase en nada sus herejías; pero pareciéndole imperfecta y obra de un niño escrita para niños la suya primera (1598), publicó al año siguiente de 1532, en la misma ciudad alsaciana de Haguenau, dos diálogos sobre la Trinidad, seguidos de un apéndice que en cuatro capítulos trata De iustitia regni Christi et de charitate. Dardier ha resumido hábilmente el contenido de este libro: «Este nuevo desarrollo de la doctrina de Servet fue provocado por las objeciones de Bucero contra los siete libros De Trinitatis erroribus. No puede haber filiación de los cristianos con Dios sin una participación de naturaleza con Cristo: he aquí su principio. Comparar el Génesis (c.1) con el capítulo 1 de San Juan: he aquí su método. Elohim, Logos y Phos son idénticos: he aquí su resultado... En el primer diálogo afirma la preexistencia de todos los hijos de Dios en Dios... En el segundo habla de la vida en Cristo.» Yo debo entrar en más pormenores, advirtiendo ante todo, con Tollin y Dardier, que la cuestión de la Trinidad ocupa poco espacio en esta segunda obra, que es más bien un tratado de cristología (1599).

     «Yo (dice Servet) no podría llamarme hijo de Dios si no tuviera participación natural con el que es su verdadero hijo, de cuya filiación depende la nuestra, como de la cabeza los [884] miembros. Si llamé al Verbo sombra de Cristo fue por no encontrar otra palabra con que expresar este misterio; pero no quise decir por eso que el Verbo sea una sombra que pasa y no permanece; antes creo que es ahora sustancia del cuerpo de Cristo, la misma que fue antes sustancia del Verbo, en la cual la luz de Dios alumbró y prefiguró al Verbo» (1600).

     Comienza luego a explicar aquellas palabras In principio creavit Elohim, considerando la creación como una manifestación o desarrollo de la esencia divina. «Entonces dijo Dios: Fiat. Y creó por medio de su Verbo: he aquí el Logos, el Elohim, el Cristo. Cuando Dios habla, pasa a una modificación que antes no tenía...: se manifiesta. Al decir: Sea la luz, sale El a luz de las ignotas tinieblas de los eones y se hace perceptible. Esto es lo que llama Juan Logos y Moisés Elohim, y esto era Cristo en Dios, y Dios era aquella palabra, y Dios era aquella luz. La cual, prefigurada por los ángeles, se mantuvo oculta, hasta que apareció y resplandeció en la faz de Cristo. Y si Dios se ha manifestado y revelado en la carne, necesario es que viendo aquella carne veamos a Dios. Antes de la creación, Dios no era la luz, porque la luz no es luz si no luce. Después de la creación lucía en medio de las tinieblas, en medio de la caliginosidad del mundo; pero los hombres no podíamos resistir sus resplandores ni mirarla cara a cara hasta que fue suscitado nuestro profeta Cristo: Lux vera illuminans omnem hominem venientem in hunc mundum» (1601)

     A esta elocuentísima efusión sigue un comentario sobre el texto Spiritus Dei ferebatur super aquas: «Dios, con su Verbo, creó el mundo, y le comunicó su espíritu, y le comunica a nosotros internamente. En otro tiempo no era Dios adorado en verdad, sino en sombra, en templos de madera, en tabernáculos de mármol. Ahora el templo de Dios es el mismo Cristo, a quien vemos con internos ojos y hemos de venerar con espiritual adoración.» (1602)

     De tales alturas se despeña Servet para decir que en el hombre está la plenitud de toda divinidad; que en el cuerpo de Cristo se concilia, concurre, recapitula y resuelve todo: Dios y el hombre, el cielo y la tierra, la circuncisión y el prepucio, y que el cuerpo mismo es divino y de la sustancia de la deidad, [885] y que descendió del cielo (1603). ¡Cuánto delirio! ¿Y éstos son los que rechazan por imposible la unión hipostática del Verbo?

     Nada más enmarañado que la manera como pretende Servet explicar en el segundo diálogo la Encarnación. Sospecho que ni él mismo llegó a entenderse. Unas veces dice que «la carne de Cristo fue educida o sacada de la sustancia divina» (1604), y otras, que «no había más sustancia de Dios sino el Verbo, que era esencia esenciante y causa de todos los seres» (1605). Rechaza el término naturaleza, por parecerle ofensivo de la majestad de Dios, y afirma: una sola cosa, una hipóstasis, una sustancia, un plasma, una celeste semilla plantada en la tierra (1606); por donde Cristo viene a ser «no una criatura, sino partícipe de todas las criaturas» (1607). Si esto no es emanatismo y pancristianismo y, por decirlo todo de una vez, panteísmo, venga Dios y véalo, por más que Tollin se empeñe en que los que tal dicen leen a Servet con ojos distraídos y no alcanzan toda la trascendencia de su sistema. Lo que hay es que el panteísmo servetiano no es de dentro afuera, como los modernos sistemas alemanes, sino de fuera adentro; es un exopanteísmo, como Willis ha dicho. Añádase a esto que nos las habemos con un escritor oscurísimo y caprichoso, a quien es muy difícil seguir en los tortuosos giros de su pensamiento, sobre todo porque da en distintas ocasiones distinto valor a las palabras. Así dice del Espíritu Santo que «no era persona en la ley antigua, como lo es ahora», entendiendo unas veces la palabra persona en el sentido de manifestación o apariencia sensible, y otras, en el de hipóstasis o sustancia divina (1608).

     Tratado memorable llama Dardier a los cuatro capítulos De la justificación, Del reino de Cristo, De la comparación entre la ley y el Evangelio y De la caridad, en que Servet reúne y comenta los lugares de San Pablo, especialmente en la Epístola a [886] los Romanos, en que Melanchton y los suyos fundaban su doctrina de la fe sin las obras. Y memorable es, sobre todo, porque el buen sentido de Servet se rebela contra las horribles consecuencias morales de la justificación luterana, y defiende el libre albedrío, y aboga por la eficacia de las obras, resumiendo su doctrina en estas enérgicas frases:

     «La fe es la puerta; la caridad, la perfección. Ni la fe sin la caridad ni la caridad sin la fe.» (1609) Para él las obras que el Apóstol condena son los resabios de judaísmo. Y aunque se ladea de parte de los reformistas en tener por pestilentísimos los decretos del Papa, las ceremonias y los votos monásticos, también se lamenta de la falta de libertad dentro del protestantismo, hasta exclamar: Perdat Dominus omnes Ecclesiae tyrannos.

     Al romper de tal manera con el estrecho luteranismo de las primeras ediciones de los Loci communes y herir en el corazón la fanática y atribuladora doctrina del fraile de Witemberg, produjo Miguel Servet una impresión muy honda en el ánimo del mismo Melanchton, que poco a poco fue modificando sus opiniones, como todos sus biógrafos han notado, aunque sin atinar con la verdadera causa, descubierta por Tollin (1610).

     Después de la publicación de tales libros, claro es que Servet no podía vivir tranquilo entre los protestantes de Alemania y Suiza. Aparte de esto, ignoraba del todo el alemán y era muy pobre. Determinó, pues, entrar en Francia, donde era desconocido; suspender por algún tiempo sus lucubraciones teológicas y buscar otro modus vivendi. Para mayor seguridad ocultó su nombre, tomó el de la villa aragonesa, patria de su padre, y en cerca de veintiún años no volvió a oírse hablar del hereje Miguel Servet, sino del estudiante, astrólogo y médico Michel de Villeneuve: Michael Villanovanus.



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- II -

Servet en París. -Primeras relaciones con Calvino. Servet, corrector de imprenta en Lyón. -Su primera edición de «Tolomeo». -Explica Astrología en París. -Sus descubrimientos y trabajos fisiológicos. -La circulación de la sangre. -Servet, médico en Charlieu y en Viena del Delfinado. -Protección que le otorga el arzobispo Paulmier. -Segunda edición del «Tolomeo». -Idem de la «Biblia» de Santes Pagnino.

     Ya tenemos a Servet lanzado en medio del tumulto de la Universidad parisiense. Pronto se dio a conocer por lo inquieto y errabundo de su condición, ávida de grandes cosas, como él [887] dejó escrito de sus paisanos: Inquietus est et magna moliens Hispanorum animus, y por su afición a la disputa. Allí se encontró en 1534 (1611) con el hombre fatal que desde entonces anduvo unido como negra sombra a su mala fortuna. Era éste Juan Calvino, de Noyon, antítesis perfecta de Servet, corazón duro, envidioso y mezquino; entendimiento estrecho, pero claro y preciso; organizador rigorista, inflexible y sin entrañas; nacido para la tiranía al modo espartano; escritor correcto, pero seco, sin elocuencia y sin jugo; alma de hielo, esclava de una mala y tortuosa dialéctica; sin un sentimiento generoso, sin una chispa de entusiasmo artístico; alma cerrada a todas las fruiciones de lo bello. El, con su Reforma, esparció sobre Ginebra una lóbrega tristeza que ni los vientos de Italia, ni la voz de Sadoleto, ni la de San Francisco de Sales lograron ahuyentar de las hermosas orillas del lago Leman hasta nuestros días.

     ¡Cómo había de entenderse tal hombre con Miguel Servet, espíritu franco y abierto, especie de caballero andante de la teología! Llevado de su afán de proselitismo, quiso convencerle y disputar con él, como lo había hecho con Ecolampadio, Bucero y otros, ganoso siempre de atraer prosélitos de valía a lo que él llamaba el restaurado cristianismo. Convinieron en el día, hora y sitio (una casa de la calle de San Antonio) en el que el desafío teológico debía verificarse; pero, llegado el plazo, Calvino solo asistió, no sin peligro de la vida, según él dice (1612), sin que podamos sospechar la causa de no haber concurrido Servet, que hartas pruebas dio en adelante de no conocer el miedo y de tener en poco la lógica de su adversario. Por mucho que aventurara Calvino, al cabo se presentaba como defensor de un dogma universalmente admitido por católicos y protestantes, mientras que sobre Servet hubiera caído todo el rigor de las leyes penales de Francisco I contra los herejes (1613).

     Falto Servet de todo recurso pecuniario, tuvo que buscar una tarea análoga a sus aficiones, y, como otros muchos sabios del siglo XVI, se hizo corrector de imprenta, oficio que exigía un profundo conocimiento de las lenguas sabias y mucho más literatura que al presente; como que el mismo Erasmo fue corrector en casa de Aldo Manucio. Los hermanos Trechsel, de Lyón, asalariaron a Servet, que por entonces, se daba con todo ahínco al estudio de la geografía y de las matemáticas, y le encargaron de preparar una nueva edición de Tolomeo mucho más correcta que las anteriores. [888]

     Servet hizo un trabajo admirable para su tiempo. Obra maestra de tipografía y erudición la llama Dardier, y Tollin ha honrado por ella a nuestro aragonés con el bien merecido título de padre de la geografía comparada (1614). La antigua versión latina de Tolomeo, hecha por Bilibaldo Pirckeimer, abundaba en toda suerte de errores geográficos y de sentido, que Servet remedió en gran parte colacionando las antiguas ediciones y algunos manuscritos griegos. Y no satisfecho con esto, enmendó muchos grados de longitud y latitud y añadió al texto numerosos escollos, donde, haciendo alarde de su inmensa lectura en los antiguos historiadores y poetas y del conocimiento que tenía de diversas lenguas, puso las correspondencias de los nombres antiguos de regiones, montañas, ríos y ciudades con los modernos, en francés, italiano, alemán y castellano, etc. A todo lo cual añadió breves, pero generalmente exactas descripciones de la parte física de cada país y de las costumbres y tenor de vida de sus habitantes, contribuyendo mucho a divulgar las noticias que sobre la India occidental contenían los libros de Pedro Mártir de Anglería, Simón Grineo, Sebastián Munster, etc. El texto está prolijamente adornado con grabados en madera e ilustrado con cincuenta mapas. Libro ciertamente raro, curioso y apetecible (1615), por más que Servet exagerara su trabajo de corrección hasta decir que se contaban por miles los lugares enmendados y por más que haga en uno de sus escolios tan triste retrato de los españoles, por aquello de que no hay peor cuña que la de la misma madera. Después de decir que la tierra es árida y trabajada por sequías, afirma de los habitantes «que son de buena disposición para las ciencias, pero que estudian poco y mal y cuando son semidoctos se creen ya doctísimos, por lo cual es mucho más fácil encontrar un español sabio fuera de su tierra que en España. Forman [889] grandes proyectos, pero no los realizan, y en la conversación se deleitan en sutilezas y sofisterías. Tienen poco gusto por las letras, imprimen pocos libros y suelen valerse de los que les vienen de Francia. El pueblo tiene muchas costumbres bárbaras, heredadas de los moros. Las mujeres se pintan la cara con albayalde y minio y no beben vino. Es gente muy templada y sobria la española, pero la más supersticiosa de la tierra. Son muy valientes en el campo, sufridores de trabajos, y por sus viajes y descubrimientos han extendido su nombre por toda la superficie de la tierra».

     Negro debía de ser el humor del Vilanovano cuando trazó esta satírica pintura, que, repetida por Munster, dio ocasión a una briosa protesta del portugués Damián de Goes (1616).

     Pero aún más curiosa que esta anotación es la que se refiere a la fertilidad de la Tierra Santa, y qué fue uno de los cargos que le hizo Calvino en el proceso, achacándole no sólo el haber contradicho a las palabras de Moisés, sino haberle llamado vanus ille praeco Iudeae. Pero la verdad es que semejantes palabras no se encuentran en el Tolomeo, aunque sí las de injuria o jactancia pura, aplicadas a la común opinión acerca de Palestina. Servet respondió que no había entendido referirse a Moisés, sino a los que han escrito en nuestro siglo (1617).

     El Tolomeo se vendió bien, a pesar de su crecido precio, y la fama de Servet como hombre de ciencia fue aumentando. Por entonces hizo amistad con un médico de Lyón llamado Sinforiano Champier (Campeggius), hombre de mejor deseo, erudición y laboriosidad que entendimiento, autor y editor de innumerables obras, botánico y astrólogo y furibundo galenista. Servet fue su discípulo (1618), corrector de pruebas y hasta amanuense; le ayudó en la publicación del Pentapharmacum Gallicum (1534), del Hortus Gallicus y de la Cribatio medicamentorum o Medulla Philosophiae; recibió de él las primeras lecciones de medicina y aprendió su teoría de los tres espíritus, vital, animal y natural, que luego le sirvió de base para un maravilloso descubrimiento (1619). Y tanto cariño y gratitud conservó siempre a su maestro, que cuando Leonardo Fuchs, profesor de Medicina de Heidelberg, le atacó por sus manías astrológicas aplicadas a la medicina, y expuestas principalmente en el Prognosticon perpetuum astrologorum, medicorum et prophetarum, Servet salió a su defensa [890] con una Brevissima Apologia pro Symphoriano Campeggio, impresa en 1536; opúsculo de tan estupenda rareza, que Mosheim llegó a tenerle por un mito. Tollin es, según parece, el único mortal que ha conseguido leerle, y él nos tiene ofrecido publicarle íntegro o en extracto.

     Lleno de entusiasmo por la medicina, pasó Servet a continuar sus estudios a la escuela de París en 1536, ingresando primero en el colegio de Calvi y luego en el de los Lombardos. Tuvo por maestros a Jacobo Silvio (Du Bois), de Amiéns; a Juan Fernel, de Clermont, y al famoso anatómico Juan Günther (Winterus), de Andernach; y por condiscípulo y amigo, nada menos que a Andrés Vesalio, el padre de la anatomía moderna (1620), con quien hizo muchas disecciones, preparando los dos, como ayudantes, la lección de Winter. Así lo refiere éste en sus Instituciones anatómicas: «En esto tuve por auxiliares a Andrés Vesalio, joven (¡por vida de Hércules!) muy diligente en la anatomía, y después a Miguel Vilanovano, varón en todo género de letras eminente y a ninguno inferior en la doctrina de Galeno. Con la ayuda de éstos examiné en muchos cuerpos humanos las partes interiores y exteriores, los músculos, venas, arterias y nervios y se los mostré a los estudiosos.» (1621)

     En París tomó los grados de maestro en artes y doctor en medicina, aunque su nombre no consta en los registros de la Facultad, y comenzó a ejercer su profesión con mucho crédito. Pero fuese por la influencia de Champier en sus primeros estudios o más bien por su natural inclinación a todo lo extraordinario y maravilloso, es lo cierto que se dio con nuevo fervor a los estudios astrológicos y comenzó a leer matemáticas, es decir, a dar un curso de astrología en el colegio de los Lombardos. La concurrencia era grande, y entre sus discípulos estaba Pedro Paulmier, el que pocos años después fue promovido a la silla arzobispal de Viena del Delfinado y con él otros eclesiásticos notables y señores de la corte y personas de viso. Pero como hubiera dicho en la clase que «eran ignorantes los médicos que no estudiaban astrología», no lo llevaron a bien los de París y acusaron a Servet «como sospechoso de mala doctrina», primero ante el inquisidor y luego ante el Parlamento de París. Otro de los cargos era haber publicado una Apologetica disceptatio pro astrologia (1622), en que anunciaba un próximo eclipse de Marte por la Luna y con él grandes catástrofes, pestes, guerras y persecuciones contra la Iglesia. Su abogado le defendió bien, alegando que Servet no había dicho una palabra de astrología judiciaria, sino sólo de la que concierne a las causas naturales, [891] subordinadas siempre a la voluntad de Dios, como lo indicaba la frase quod Deus avertat. El Parlamento sentenció, en 18 de marzo de 1538 (1623) que «podía continuar Miguel de Villanueva haciendo profesión de astrología en lo que pertenece a la influencia general de los cuerpos celestes, a las mudanzas del tiempo y a otras cosas naturales, pero sin tocar en los particulares influjos de los astros». Y condenándole a entregar todos los ejemplares de la Apología, no sin amonestarle «que guarde reverencia y sea obediente a sus maestros y preceptores, como debe un buen discípulo», encarga al mismo tiempo «a la dicha Facultad y a los doctores en ella que traten dulce y amigablemente al dicho Villanovano, como los padres a sus hijos».

     Y la verdad es que el médico español merecía respeto, pues el año de 1537 había divulgado un excelente tratado de terapéutica con el rótulo de Syruporum universa ratio (1624) que logré en once años cinco ediciones. Libro es éste, en su fondo, galenista, aunque sin sumisión servil, y en el cual se impugna con acritud la medicina de los árabes, especialmente el Colliget, de Averroes. Bajo el nombre de Syrupi entiende todas las decocciones o infusiones dulces llamadas vulgarmente tisanas. Sostiene que la digestión (concoctio) es única y no múltiple; que las enfermedades son perversión de las funciones naturales y no introducción de elementos nuevos en el cuerpo, y que el líquido llamado por Hipócrates , o sea el quilo, se engendra en las venas del mesenterio; todo lo cual, según el Dr. Willis, constituye un notable progreso sobre la ciencia de su tiempo.

     Pero el gran descubrimiento fisiológico de Servet, el de la pequeña circulación o circulación pulmonar, no aparece todavía en este libro, sino en el Christianismi restitutio, impreso en 1553, aunque conviene hablar aquí de esa debatida cuestión para terminar todo lo referente a la medicina de nuestro autor.

     Que conoció y, con más o menos exactitud, describió la pequeña circulación, nadie lo duda (1625). Y, en efecto, sus palabras son terminantes. Hállanse donde menos pudiera esperarse: al tratar del Espíritu Santo con ocasión de exponer la acción de éste sobre la naturaleza humana. Y como comprendía la grandeza de su descubrimiento, anuncia que «va a explicar los principios de las cosas, ocultos antes a los mayores filósofos».

     «Los espíritus (continúa) no son tres, sino dos distintos. El espíritu vital es el que por anastomosis se comunica de las arterias [892] a las venas, en las cuales se llama espíritu natural... El segundo es el espíritu animal, verdadero rayo de luz cuyo asiento es en el cerebro y en los nervios... El espíritu vital, o llamémosle sangre arterial, tiene su origen en el ventrículo izquierdo del corazón ayudando mucho los pulmones para su generación. Es un espíritu tenue, elaborado por la fuerza del calor, de color rojo claro, de potencia ígnea, a modo de un vapor lúcido formado de lo más puro de la sangre y que contiene en sí la sustancia del agua, aire y fuego. Se engendra de la mezcla, hecha en los pulmones, del aire inspirado con la sangre sutil elaborada, que el ventrículo derecho del corazón comunica al izquierdo. Y la comunicación no se hace por la pared media del corazón, como se cree vulgarmente, sino con grande artificio, por el ventrículo derecho del corazón, cuando la sangre sutil es agitada en largo circuito por los pulmones. Ellos le preparan, en ellos toma su color, y de la vena arteriosa pasa a la arteria venosa, en la cual se mezcla con el aire inspirado, y por la espiración se purga de toda impureza... Que así se verifica este fenómeno lo prueba la varia conjunción y la comunicación de la vena arteriosa con la arteria venosa en los pulmones» (1626). Y aun aduce otras pruebas: el ser tan gruesa la vena arteriosa, el estar cerradas en el feto las válvulas del corazón hasta el punto y hora del nacimiento, etc. Y continúa: «Así, pues, la mezcla se hace en los pulmones, y ellos, y no el corazón, dan a la sangre su color. En el ventrículo izquierdo del corazón no hay lugar capaz para tanta y tan copiosa elaboración. Y en cuanto a la pared media del corazón, como carece de vasos, no es apta para esa comunicación y elaboración, aunque algo puede resudar. De la misma suerte que en el hígado se hace la transfusión de la vena porta a la vena cava, en cuanto a la sangre, se hace en el pulmón la transfusión de la vena arteriosa a la arteria venosa en cuanto al espíritu, o sangre arterial, que desde el izquierdo ventrículo del corazón se derrama a las arterias de todo el cuerpo» (1627).

     Fuera de los errores de detalle y del tecnicismo anticuado, no hay duda que Miguel Servet abrió el camino a la gran síntesis [893] de Guillermo Harvey. Así se ha reconocido desde los tiempos de Leibnitz, Guillermo Woton (Reflections upon Learning Ancient and Modern, 1694) y James Douglas (Bibliographiae anatomicae specimen, 1715), hasta los de Flourens y Willis, y pasaba entre los fisiólogos por cosa inconcusa, hasta que recientemente el Dr. Chéreau, bibliotecario de la Facultad de Medicina de París, ha puesto en tela de juicio no el descubrimiento mismo, sino la prioridad, empeñándose él en atribuirla al italiano Realdo Colombo, que publicó en 1559 su obra De re anatomica. Esta opinión ha sido victoriosamente refutada por Dardier, y no hay para qué rehacer su trabajo. Basta apuntar sencillamente las conclusiones:

     1.ª Chéreau confiesa que Servet es el primer autor conocido que haya descrito con exactitud casi completa la circulación pulmonar, ya que su obra se imprimió en 1553 y la de Colombo seis años después. Vesalio la ignoró del todo. A Colombo siguieron otros italianos, como Cesalpino, Ruini, Sarpi, Rudio y nuestro insigne español Valverde, que, aunque discípulo de Colombo, se le adelantó en divulgar por escrito (en 1556) el descubrimiento.

     Para invalidar la fuerza de estos datos, ha supuesto Chéreau, fiado en una noticia de Morejón, el historiador de nuestra medicina, que Servet había estudiado esta ciencia en Italia y recibido el grado de doctor en Padua, donde pudo oír las explicaciones de Colombo.

     2.ª Pero todo esto descansa en un supuesto falso, puesto que Servet no hizo más que un viaje de algunos meses a Italia en 1529, cuando era paje del confesor Quintana y no pensaba en estudios de medicina, a los cuales no se dedicó sino muchos años después, cuando conoció en Lyón a Champier. Además, ¿cómo hubiera podido en 1529 oír a Colombo, que no empezó a explicar hasta el año 1540? A mayor abundamiento, puede decirse que en ningún registro de la Universidad de Padua suena el nombre de Servet. Y aunque consta por el proceso de 1537, ya citado, que Servet tenía relaciones en París con algunos italianos, tampoco podían ser éstos discípulos de Colombo, porque Colombo no enseñaba todavía.

     3.ª Dice Chéreau que Colombo tenía escrito su libro mucho antes de 1555. Pero las palabras textuales en la dedicatoria a Paulo IV son no que le tenía escrito, sino que le tenía comenzado, lo cual es muy distinto tratándose de una obra fundamental y de largo trabajo, como los quince libros De re anatomica: quos abhinc multos annos inchoaveram.

     4.ª No sólo es posible, sino muy probable, que mientras trabajaba en él, llegaran a Italia ejemplares del Christianismi [894] restitutio, puesto que Servet tenía amigos y discípulos en aquella Península, como lo afirman Calvino y Melanchton y lo prueba el desarrollo posterior del socinianismo.

     5.ª Y aun antes del libro impreso pudieron llegar copias manuscritas, y en la Biblioteca Nacional de París existe una de ellas, que perteneció a Celio Segundo Curion (cuyo nombre lleva en la portada) y que difiere en muchos casos del texto impreso, hasta el punto de poderse considerar como un primer borrador. Con todo eso, esta copia, anterior, según Gordon y Steinthal, en siete años, por lo menos, a la edición de 1553, contiene ya el pasaje acerca de la circulación.

     6.ª Ni puede decirse, como Chéreau, que Realdo Colombo era un anatómico serio y profundo y Miguel Servet un fanático inquieto y medio loco, pues la verdad es que, si disecciones había hecho el uno en Padua, también las había practicado el otro en París en compañía de Vesalio, mereciendo por ello los elogios de Winter.

     7.ª Alguno dirá que quizá Realdo Colombo y Servet llegaron por distintos caminos al mismo resultado y descubrieron, cada cual por su parte, la circulación pulmonar; pero esta hipótesis es inadmisible, porque el uno copia ad pedem litterae frases enteras del otro, como ha demostrado Dardier cotejando ambos textos. Y los peor es que no podemos librar a Colombo de la nota de plagiario, pues prevalido, sin duda, del horror que inspiraba el nombre de Servet, ya quemado a estas fechas, se apropia descaradamente el descubrimiento: «Yo soy (dice) quien ha descubierto que la sangre, saliendo del ventrículo derecho para ir al ventrículo izquierdo, pasa antes por los pulmones, donde se mezcla con el aire y es llevada en seguida, por la ramificación de la vena pulmonar, al ventrículo izquierdo» (1628)

     Y si ninguno de los fisiólogos italianos posteriores cita a Servet, nada tiene de extraño este silencio tratándose de un libro teológicamente abominable y con todo rigor prohibido.

     Aclarado este punto, continuemos la relación de las vicisitudes de Servet. Salió de París, quizá a consecuencia de sus cuestiones con los doctores de la Facultad; vivió algún tiempo en Lyón y de allí pasó a Aviñón y a Charlieu, donde ejerció tres años la medicina. Todo esto consta por declaración suya en el proceso, y aun añade que, «yendo de noche a visitar a un enfermo, le acometieron los parientes y amigos de otro médico, envidioso de él, y le hirieron, y él hirió a uno de ellos, por lo cual estuvo dos o tres días en la cárcel» (1629). En Charlieu dicen que se hizo rebautizar por un anabaptista al cumplir los treinta años. [895]

     De Charlieu volvió a Lyón, y en 1541 publicó una segunda edición de su Ptolomeo (1630) con muchas enmiendas y supresiones (entre ellas la del pasaje sobre Judea) y una larga dedicatoria al arzobispo de Viena del Delfinado, que no era otro que su antiguo discípulo Pedro Paulmier. Tanto ganó con esta revisión el libro, que sin jactancia pudo decir el autor en unos versos latinos que le preceden:

                         

   Si terras et regna hominum, si ingentia quaeque

 

flumina, caeruleum si mare nosse iuvat,

 

si montes, si urbes, populos opibusque superbos,

 

huc ades, haec oculis prospice cuncta tuis.

     Y aun hizo al año siguiente otra publicación más importante: la de la Biblia latina, de Santes Pagnino, no revisada conforme a un ejemplar lleno de notas marginales del mismo hebraizante, como Servet pretende, sino reimpresa a plana y renglón sobre la de Colonia de 1541 (por Melchior Novesianus), según ha demostrado Willis. Lo único que pertenece a Servet son los escolios y notas, bien poco ortodoxos por cierto: como que tienden a dar un sentido material e histórico a las profecías mesiánicas; por lo cual han dicho sus biógrafos y encomiadores que es el padre de lo que llaman exégesis racional y que se adelantó en más de un siglo a Spinoza, Eichornn y demás fundadores de semejante manera de interpretar. Por esto mandó nuestra Inquisición expurgar tales glosas, especialmente las que se refieren a los Salmos y a los profetas, aunque no prohibió el libro en su totalidad (1631). Este trabajo valió a Servet [896] 500 francos, y sucesivamente trabajó para Juan Frellon, librero de Lyón, una Suma, española, de Santo Tomás, a la cual puso argumentos (¡extraño trabajo para un heterodoxo de su índole!); un libro místico, titulado Thesaurus animae christianae o Desiderius Peregrinus, y un tratado de gramática, todo ello en castellano; obras de que no he alcanzado otra noticia. El arzobispo Paulmier, que apreciaba mucho sus conocimientos médicos, le llamó a Viena del Delfinado, y allí pasó diez o doce años (desde 1542 a 1553) tranquilo y estimado de todos, pues siempre le trataron mejor los católicos que los protestantes. Pero el afán de meterse a teólogo no le dejaba reposar y bien pronto le lanzó a nuevas empresas con el tristísimo resultado que vamos a ver.



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- III -

Nuevas especulaciones teológicas de Servet. -Su correspondencia con Calvino. -El «Christianismi restitutio». -Análisis de esta obra.

     Ni un punto olvidaba Servet su aplazada discusión con Calvino Haeret lateri lethalis arundo, podemos decir con uno de sus biógrafos. Y ya que no podía entenderse con él de palabra, determinó escribirle, sin pensar, ¡infeliz!, que aquellas cartas iban a ser el instrumento de su pérdida. Para hacerlas llegar a manos de Calvino se valió del común amigo Frellon, editor lyonés, para quien uno y otro habían trabajado y que hacía gran contrabando de libros protestantes. La correspondencia empezó en 1546 y continuó todo el año siguiente. Calvino usó en ella su pseudónimo de Carlos Despeville, y entró con disgusto en la polémica, mirando al español como un satanás que venía a distraerle de más provechosos estudios y a quien no tenía esperanza alguna de convencer (1632). Servet empezó por proponerle sus cuestiones favoritas: «Si el hombre Jesús crucificado [897] es hijo de Dios y cuál es la causa de esta filiación.» «Cómo se entiende el reino de Cristo en el hombre y cuándo puede decirse que éste queda regenerado.» «Por qué se dice que el Bautismo y la Cena son Sacramentos de la Nueva Alianza y si el Bautismo debe ser recibido a la edad de la razón como la Eucaristía.» Estas preguntas eran hechas de buena fe como por un monomaníaco teológico, ávido de disputa y atormentado por la duda; pero Calvino le respondió con tono y dogmatismo de maestro, con lo cual Servet perdió la paciencia y, una tras otra, le escribió hasta treinta cartas, que hoy leemos al fin del Christianismi restitutio y que pusieron el colmo a la exasperación del iracundo reformista: como que, además de estar llenas de groseras y brutales injurias contra su persona, llamándole ímprobo, blasfemo, ladrón, sacrílego, y de feroces herejías contra el misterio de la Trinidad (Cerbero, tricipite fatale somnium, etc.), afectaban un tono de superioridad insoportable para el orgullo de Calvino. Añádase a esto que, aparte de sus yerros unitarios y anabaptistas, Miguel Servet, al fin y al cabo hombre de grande entendimiento, había puesto el dedo en la llaga del calvinismo y aun de toda la Reforma, y con razón exclamaba: «Tenéis un Evangelio sin verdadera fe, sin buenas obras..., las cuales son para vosotros vanas pinturas. Vuestra decantada fe en Cristo es humo (merus fumus) sin valor ni eficacia; habéis hecho del hombre un tronco inerte y habéis anulado a Dios con la quimera del servo arbitrio. Hacéis caer a los hombres en la desesperación y les cerráis la puerta del reino de los cielos... La justificación que predicáis es una fascinación, una locura satánica... No sabéis lo que es la fe, ni las buenas obras, ni la regeneración... Hablas de actos libres como si en tu sistema pudiera haber alguno; como si fuera posible elegir libremente, cuando Dios lo hace todo en nosotros. Ciertamente que obra en nosotros Dios, pero de manera que no coarta nuestra libertad. Obra en nosotros para que podamos pensar, querer, escoger, determinar y ejecutar... ¿Qué absurdo es ese que llamas necesidad libre

     Calvino estaba fuera de sí con estos ataques, y más cuando le remitió Servet un ejemplar de las Institutiones religionis christianae, su obra fundamental y predilecta, llena en las márgenes de anotaciones injuriosas y despreciativas para la obra y el autor: «No hubo página que no manchara con su vómito», dice Calvino. Y como si todo esto no bastara, recibió al poco tiempo un enorme mamotreto que Servet había escrito: Longum volumen suorum deliriorum, primer borrador del Christianismi restitutio, con esta o parecida recomendación: «Ahí aprenderás cosas estupendas e inauditas; si quieres, iré yo mismo a Ginebra a explicártelas.»

     Calvino no se dignó responderle ni le restituyó el manuscrito, pero escribió a Farel una carta (febrero de 1546), que aún se conserva autógrafa en la Biblioteca Nacional de París [898] y que termina con estas horribles palabras: «Dice que va a venir si le recibo, pero no me atrevo a comprometer mi palabra; porque si viene, le juro que no ha de salir vivo de mis manos o poco ha de valer mi autoridad» (1633)

     Entre tanto, Servet había dado la última mano a su libro y trataba de publicarle; empresa verdaderamente temeraria. ¿Qué impresor había de atreverse a lanzar al mundo aquella máquina de guerra, que más que Restauración podía llamarse Destrucción del cristianismo? Así es que un editor de Basilea llamado Marrinus le devolvió el manuscrito en 9 de abril de 1552, excusándose de publicarle (1634). El caso era comprometido de veras; pero Servet, que caminaba ciego y desatentado a su ruina, determinó publicar la Restitutio a su costa y en Viena mismo; consiguió que el impresor Baltasar Arnoullet estableciese una prensa clandestina, dirigida por Guillermo Guéroult; juramentó a los operarios, y con rapidez y secreto inauditos se hizo en tres o cuatro meses una edición de 1.000 ejemplares. Las pruebas fueron corregidas por el autor, y el 3 de enero de 1553 estaba terminado todo. Al fin de la última página se leen las iniciales M. S. V. El título viene a decir, traducido a nuestra lengua: Restitución del cristianismo, o sea revocación de la Iglesia católica a sus antiguos quiciales, mediante el conocimiento de Dios, de la fe de Cristo, de nuestra justificación, de la regeneración del bautismo y de la manducación de la cena del Señor. Restitución, finalmente, del reino celeste, después de romper la cautividad de la impía Babilonia, y destrucción total del Anticristo con todos sus secuaces (1635).

     Acometamos el análisis de este inmenso cosmos teológico, como le ha apellidado Dardier, sin que nos arredre ni la extensión [899] ni lo enmarañado y abstruso de la materia, y conozcamos de una vez por dónde iban los delirios del doctor de Tudela y cuál fue su última palabra en religión y filosofía.

     La primera parte del libro se intitula De Trinitate divina, quod in ea non sit invisibilium trium rerum illusio, sed vera substantia Dei, manifestatio in Verbo et communicatio in Spiritu, y está dividida en siete libros, como el antiguo tratado De Trinitatis erroribus, del cual en muchas cosas difiere. El proemio es una fervorosa plegaria al Cristo Jesús, Hijo de Dios, para que dirija la mente y la pluma del escritor y le conceda revelar a los mortales la gloria de su divinidad. Cristo es el Hijo de Dios, Cristo es Dios por ser la forma, la especie de Dios que tiene en sí la potencia y virtud de Dios. El Logos era la representación, la razón ideal de Cristo que relucía en la mente divina, el resplandor del Padre. El Logos, como sermo externus, se manifestó en la creación del mundo y en todo el Antiguo Testamento; como persona, en Cristo. Por eso está escrito: Iesus Primogenitus omnium creaturarum. La creación fue la prolación del Verbo como idea, porque el Verbo es el ejemplar, la imagen primera o el prototipo a cuya imagen ha sido hecho todo, y contiene no sólo virtual, sino realmente, todas las formas corpóreas. Y como Cristo es la Idea, por Cristo vemos a Dios: in lumine tuo videbimus lumen; es decir, por la contemplación de la Idea. Y así como en el alma humana están accidentalmente las formas de las cosas corpóreas y divisibles, así están en Dios esencialmente (1636).

     Y aquí comienza una singular teoría de la luz, entre material y espiritual, que da al sistema de Servet carácter muy marcado de emanatismo: «Cuanto hay en el mundo, si se compara con la luz del Verbo y del Espíritu Santo, es materia crasa, divisible y penetrable. Esa luz divina penetra hasta la división del alma y del espíritu, penetra la sustancia de los ángeles y del alma y lo llena todo, como la luz del sol penetra y llena el aire. La luz de Dios penetra y sostiene todas las formas del mundo, y es, por decirlo así, la forma de las formas» (1637). [900]

     «Dios es incomprensible, inimaginable e incomunicable; pero se revela a nosotros por la Idea, por la persona, en el sentido de forma, especie o apariencia externa. Dios es la mente omniforme y de la sustancia del espíritu divino emanaron los ángeles y las almas; es el piélago infinito de la sustancia, que lo esencia todo, y que da el ser a todo, y sostiene las esencias de todas las cosas. La esencia de Dios, universal y omniforme, esencia a los hombres y a todas las demás cosas. Dios contiene en sí las esencias de infinitos millares de naturalezas metafísicamente indivisas.»

     Dios se manifiesta en el mundo de cuatro maneras diversas:

     l.ª Por modo de plenitud de sustancia, sólo en el cuerpo y espíritu de Jesucristo.

     2.ª Por modo corporal.

     3.ª Por modo espiritual.

     4.ª En cada cosa, según sus propias ideas específicas e individuales.

     Del primer modo nacen los restantes, como de la vid los sarmientos (1638). Y Servet, a despecho de los que todavía niegan su panteísmo, torna a afirmar veinte veces que Dios es todo lo que ves y todo lo que no ves (1639); que Dios es parte nuestra y parte de nuestro espíritu y, finalmente, que es la forma, el alma y el espíritu universal; en apoyo de todo lo cual trae textos de Maimónides, Aben Hezra, Hermes Trismegisto, Filón, Yámblico, Porfirio, Proclo y Plotino.

     La derivación neoplatónica es evidente y además está confesada por el autor en todo lo que se refiere a la teoría de las ideas, que expone con ocasión de tratar del nombre Elohim: «Desde la eternidad estaban en Dios las imágenes o representaciones de todas las cosas, reluciendo en el Verbo como en un arquetipo... Dios las veía todas en sí mismo, en su luz, antes que fueran creadas, del mismo modo que nosotros antes de hacer una casa concebimos en la mente su idea, que no es más que un reflejo de la luz de Dios; porque el pensamiento humano, como dice Filón, es una emanación de la claridad divina... Sin división real de la sustancia de Dios, hay en su luz infinitos rayos que relucen de diversos modos... Luz es la idea que enlaza con lo espiritual lo corporal, conteniéndolo y manifestándolo en sí todo. Las imágenes que están en nuestra alma, como son lúcidas, tienen parentesco con las formas externas, [901] con la luz exterior y con la misma luz esencial del alma. Y esta misma luz esencial del alma tiene las semillas de todas esas imágenes, por comunicación de la luz del Verbo, en el cual está la imagen ejemplar de todas.»

     Parece no admitir más realidad que la de la idea: «En este mundo no hay verdad alguna, sino simulacros vanos y sombras que pasan. La verdad es el Logos eterno de Dios con los ejemplares eternos y las razones de todas las cosas... Dios pensó desde la eternidad la forma de Cristo, constituyéndola en manantial de vida (1640), que después se manifestó en la Creación y en la Encarnación.»

     Ya he indicado que el principio cosmológico en el sistema de Servet es la luz, a cuya palabra da unas veces el sentido directo y otras el figurado. Así interpreta por luz la entelechia de Aristóteles, porque la luz es una agitación continua y vivificadora energía; es la vida de los hombres, la vida de nuestro espíritu, tanto en la generación como en la regeneración. La luz es el resplandor de la idea, que lo informa vivifica y transforma todo; el principio de la generación y corrupción, la fuerza que traba y une los elementos, la forma sustancial de todo o el origen de todas las formas sustanciales, porque de la variedad de formas y combinaciones de la luz procede la distinción de los objetos.

     De estas premisas deduce Miguel Servet que nodo es uno, porque en Dios, que es inmutable, se reduce a unidad lo mudable, se hacen las formas accidentales una sola forma con la forma primera, que es la luz, madre de las formas; el espíritu se identifica con el espíritu, el espíritu y la luz con Dios, las cosas con sus ideas, y las ideas con la hipóstasis primera; por donde todo viene a ser modos y subordinaciones de la divinidad» (1641). [902]

     El libro quinto trata del Espíritu Santo, sin añadir nada notable a lo que vimos en el De Trinitatis erroribus. Así como el Verbo es en la teología de Servet la manifestación de la esencia divina, así el Espíritu Santo es la comunicación aneja a esta manifestación: Prodibat cum sermone Spiritus: Deus loquendo spirabat: modos diversos de la misma sustancia (1642). El Espíritu Santo es un modo divino y sustancial, acomodado al espíritu del ángel y del hombre.

     Hay aquí una estrafalaria teoría sobre la mixtión de los elementos para formar el cuerpo de Cristo, y en ella el famoso pasaje relativo a la circulación de la sangre; divina filosofía, dice el autor, que sólo entenderá el que esté versado en la anatomía.

     Los libros sexto y séptimo están en forma de diálogos entre Miguel y Pedro y contienen extensos desarrollos de la doctrina neoplatónica ya expuesta, pero pocas ideas nuevas. Torna a decir que todo es uno en Dios por intermedio de la luz y de la idea, en sombra de su verdad, por la cual Cristo es, sin medio alguno, consustancial al Padre y tiene hipostáticamente unida la sabiduría de Dios, como que posee las ideas originales (1643). En toda esta parte de la obra domina, como ha advertido Tollin, el pensamiento de que todo vive idealmente en Dios, pero se concentra realmente en Cristo. La concepción de Servet es cristocéntrica, si vale la frase. «De la sustancia del espíritu de Cristo emanó por aspiración la sustancia de los ángeles y de las almas... Mayor es el artificio en la composición del hombre que en la del ángel, y mayor debía ser su gloria. Los ángeles, envidiosos de que el hombre, hecho de tierra, fuera exaltado sobre ellos, se rebelaron contra Dios y arrastraron luego en su caída al hombre mediante el pecado original.»

     La antropología de Servet es una mezcla confusa e incoherente de ideas materialistas y platónicas, en que Leucipo y Demócrito se dan la mano con Anaxágoras, Filón y Clemente [903] de Alejandría. Entendiendo por materia todo lo que es penetrable y capaz de recibir otra sustancia, llama materia a la de los ángeles y al alma humana, como que son penetradas por la luz de Dios. «Todo es divisible, excepto Dios, cuya luz penetra en toda división, y aun las almas separadas retienen una forma análoga a la nuestra corporal» (1644). Lo cual no obsta para que el alma sea un Spiraculum Dei, que se mezcla con el vapor lúcido, elemental y etéreo, y que, como elemental, es a la vez ácueo, ígneo y aéreo; es decir, con la sangre, según la teoría del autor.

     «El espíritu, añade, es uno y múltiple y se manifiesta en diversa medida. Los espíritus se diferencian por los accidentes: pero esencialmente y en Dios son uno solo porque hay una idea divina que constituye en un solo ser la materia, la forma y el alma... En el Verbo está la idea del Hijo; en la carne, la idea del Hijo; en el alma, la idea del Hijo, o sea la idea de todo, en la materia térrea, la idea del Hijo o del todo, y lo mismo en la sustancia de los otros tres elementos» (1645).

     Hemos llegado a la última condensación del absurdo pancristianismo de Servet: «El alma de Cristo es Dios; la carne de Cristo es Dios... En Cristo hay una alma semejante a la nuestra, y en ella está esencialmente Dios. En Cristo hay un espíritu semejante al nuestro, y en él está esencialmente Dios. En Cristo, una carne semejante a la nuestra, y en ella esencialmente Dios. El alma de Cristo, su espíritu y su carne han existido desde la eternidad en la sustancia divina... Cristo es la fuente de todo, la deidad sustancial del cuerpo, del alma y del espíritu... En el futuro siglo, la sustancia de la divinidad de Cristo irradiará en nosotros, transformándonos y glorificándonos» (1646).

     El resto del Christianismi restitutio, la parte ética y soteriológica, como diría Tollin, no requiere tan menudo análisis. Baste decir que sucesivamente trata, en tres libros, de la fe y la justicia, del reino de Cristo y de la caridad (1647) mostrando la [904] excelencia del Evangelio sobre la Ley Antigua, el valor de las obras y los escollos morales del fanatismo luterano. Si en esta parte se muestra razonable y profundo, en cambio pierde del todo la cabeza, y se pone al nivel del más vulgar y rabioso anabaptista en los cuatro libros siguientes, que tratan de la regeneración celeste y del reino del anticristo (1648), donde, con mengua de su poderoso entendimiento, lanza las más estúpidas y groseras maldiciones contra el Papa y la Iglesia Romana: Bestiam bestiarum sceleratissimam, meretricem impudentissimam, draco ille magnus, serpens antiquus, diabolus et Sathanas, seductor orbis terrarum; y anuncia como un frenético que se han cumplido ya los mil doscientos sesenta años del dominio de la bestia babilónica, contándolos desde el triunfo de Constantino y del papa Silvestre, en que se consumó la apostasía, y que vendrán los ángeles a destruir el reino del anticristo y cortar las siete cabezas de la bestia, simbolizadas en los siete montes, aniquilando a la vez a la segunda bestia de dos cuernos, que es la Sorbona de París, hinchada con su falsa ciencia. Todavía se acordaba Servet de los disgustos que aquella Universidad le había dado.

     Reduce, por de contado, los sacramentos a dos: el bautismo de los adultos y la cena. El bautismo no debe administrarse hasta los veinte años, porque hasta entonces no hay conocimiento ni puede cometerse pecado: Nostrum peccatum incipit quando scientia incipit. Antes de esta edad ha de irse educando gradualmente al niño, pero no con la ciencia humana, que es esencialmente enemiga de Dios y de la verdad, como derivada de la serpiente, que enseñó a nuestros primeros padres la ciencia del bien y del mal (1649). El niño que muera sin recibir el bautismo no irá a la eterna gehenna, a la cual nadie se condena sino por sus pecados propios, pero carecerá temporalmente de la vista de Dios.

     Todo culto externo le parece resabio de paganismo, y ni siquiera admite la celebración del domingo porque todos los días son domingos o días del Señor. Se muestra furioso iconoclasta, clama por la destrucción de los templos; prorrumpe en furiosas invectivas contra la misa, el agua bendita, el hisopo y los votos monásticos, y rechaza toda jerarquía eclesiástica y aun civil, porque todo cristiano es rey y sacerdote, pues todos fuimos igualmente redimidos por el beneficio de Cristo, y el sacerdocio se nos comunica en el bautismo. Al cual, lo mismo que a la cena, debe preceder la penitencia, es decir, la confesión de los pecados hecha mutuamente entre los fieles: «Confesad vuestros pecados unos a otros.» [905]

     La cena debe hacerse en la forma de los antiguos ágapes y llevando todo cristiano pan y vino para ella. Recomienda mucho que los ricos no tomen más que los otros, sino que la torta de harina se parta por igual entre todos, y lo mismo el vino, sin que nadie beba con exceso, lo cual perturbaría la armonía de esta ceremonia eucarística. Donde no haya vino se podrá usar otra bebida; como si dijéramos, cerveza o sidra. El pan, por supuesto, no ha de ser ázimo, porque esto sabe a judaísmo, sino fermentado, y pueden añadirse otros manjares siempre que sea en moderada cantidad. De donde se infiere que los templos de la doctrina servetiana vendrían a ser una especie de hosterías, fondas o figones, y cada sagrada cena, un opíparo lunch.

     Fuera de estos pormenores gastronómicos no es fácil comprender la verdadera doctrina de Servet sobre la Eucaristía ni quizá la comprendía él mismo, porque se envuelve en un laberinto de palabras. No va con los luteranos, a quienes llama imperatores; ni con los calvinianos (tropistas), ni con los católicos (transubstantiatores). «La manducación (dice) es verdadera, pero interna y espiritual... El pan es el cuerpo de Cristo, porque el pan, en la manducación externa, es lo mismo que el cuerpo de Cristo en la interna... Tal es la fuerza de este místico símbolo.» Y a la acusación de tropista responde que en su sistema no hay tropo, sino un símbolo visible y externo de una cosa invisible, es decir, de la unión real de Cristo con los miembros de su Iglesia (1650). La verdad es que, según los principios panteístas de Servet, Cristo está en la hostia lo mismo que en cualquiera otra parte.

     Y este panteísmo es el que sirve de base a sus razones en pro de la resurrección de los muertos, fundadas en que la sustancia del Creador es la misma que la de la criatura, fundida y mezclada en un plasma cuyo specimen es Cristo y en que el espíritu del hombre es hipostáticamente el espíritu de Dios, y por tanto, incorruptible (1651).

      Completan el Christianismi restitutio las treinta cartas a Calvino ya citadas, en que no se lee más idea nueva que la de negar la inmortalidad individual después de la resurrección de los muertos, diciendo que sólo en la idea divina viviremos entonces; las sesenta señales del reino del anticristo y una Apología contra Melanchton, que es quizá la parte más bella del libro, no sólo por la viveza y rapidez del estilo, sino por la fuerza de razonamiento con que se impugna el error capital de los luteranos, a quienes tacha de gnósticos por negar el poder [906] de las obras, y se hace notar la contradicción en que incurrían persiguiéndole a él después de haber rechazado el yugo de Roma: «Hablas de la antigua disciplina de la Iglesia, y hablan de ella Lutero y Calvino, que hacen siervo el albedrío y tienen por inútiles las buenas obras, como si hubiera habido alguno de los antiguos que no condenase esa doctrina, fuera de Simón Mago y los maniqueos... ¿Por qué nos amenazas con la autoridad de la iglesia después de haber dicho que el Papa es el Anticristo, y Roma Babilonia, y que la religión está corrompida? ¿Por qué sigues a los que llevan el signo de la bestia? ¿Por que has suprimido los votos monásticos y las ceremonias? ¿Por qué no conservas la oración por los muertos? ¿Por qué no adoras las imágenes como las adoraba Atenágoras?» (1652)

     ¡Qué terrible capítulo de cargos contra la Reforma! ¡Qué antinomia surgía de su propio seno para devorarla! ¿Qué podían responder a esto los que tanto habían invocado la disciplina de la primitiva Iglesia, la doctrina de los antiguos Padres?

     Tal es el libro de Servet: enorme congerie, especie de orgia teológica, torbellino cristocéntrico, donde no se sabe qué admirar más, si la pujanza de los delirios o la ausencia casi completa de buen juicio, y donde al autor parece sucesivamente pensador profundo, hermano de Platón y de Hegel, místico cristiano de los más arrebatados y fervorosos, paciente fisiólogo, escritor varonil y elocuente y fanático escapado de un manicomio, dominando sobre todo esto el vigor sintético y unitario de las concepciones y la índole terca, aragonesa e indomable del autor. Verdadero laberinto, además, en que cuesta sacar en claro si el Cristo que Servet defiende es Dios u hombre, ideal o histórico, corpóreo o espiritual, temporal o eterno, y si vive en este mundo o en el otro.

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- IV -

Manejos de Calvino para delatar a Servet a los jueces eclesiásticos de Viena del Delfinado. -Primer proceso de Servet. -Huye de la prisión.

     Terminada la impresión de su obra, la empaquetó Servet en cajas de a cien ejemplares cada una, enviando cinco de ellas a Pedro Merrin, fundidor de tipos de Lyón, y otra a Juan Frellon, para que los mandara a vender a la feria de Francfort. El resto de la edición quedó bajo la custodia de un amigo del autor, llamado Bertet, que vivía en Chatillón. [907]

     Uno de los ejemplares remitidos a Frellon llegó pronto a manos de Calvino. Imagínese el furor de éste al ver allí no sólo las herejías de su adversario acrecentadas y subidas de punto, sino todas las cartas que le había dirigido, con cuantos epítetos injuriosos y frases de menosprecio habían dictado a Servet el calor de la controversia y la destemplanza de su propia condición.

     Pero Servet no se hallaba a su alcance ni era de esperar que viniese a Ginebra; y para deshacerse de él no encontró Calvino otro medio que una delación infame y aun hecha cobardemente, tirando la piedra y escondiendo la mano.

     Necesitaba un testaferro y fácilmente lo encontró. Vivía en Ginebra un cierto Guillermo Trie, mercader de Lyón, que por adhesión a las doctrinas de la Reforma o, como otros sospechan, por una quiebra fraudulenta, en que hubo de intervenir la justicia, se había refugiado en la Roma calvinista. Un pariente suyo de Lyón, llamado Antonio Arneys, le escribía de continuo echándole en cara su apostasía y exhortándole a volver al gremio de la Iglesia. Calvino dictaba las contestaciones de Trie, y en una de ellas intercaló un párrafo del tenor siguiente: «Aquí no se permite, como entre vosotros, que el nombre de Dios sea blasfemado y que se siembren impunemente doctrinas y opiniones execrables. Y puedo alegarte un ejemplo, que bastará a cubriros de confusión. Dejáis vivir tranquilamente a un hereje que merece ser quemado tanto por los papistas como por nosotros..., un hombre que llama a la Trinidad cerbero y monstruo del infierno..., que destruye todos los fundamentos de la fe, que recopila todos los sueños de los herejes antiguos y condena como invención diabólica el bautismo de los párvulos... Ese hombre ha sido condenado por todas las iglesias; pero vosotros le habéis tolerado hasta el punto de dejarle imprimir sus libros, llenos de blasfemias. Es un español-portugués (en esto se equivocaba Calvino) llamado verdaderamente Miguel Servet, pero, que se firma ahora Villanueva y hace oficio de médico. Ha vivido algún tiempo en Lyón y ahora reside en Viena, donde su libro ha sido impreso por un quídam que ha puesto allí imprenta clandestina y que se llama Baltasar Arnoullet. Para que me des crédito, te envío como muestra el primer pliego... Ginebra, 26 de febrero de 1553» (1653). [908]

     Inmediatamente que Arneys recibió esta carta con las hojas del libro, lo puso todo en manos del inquisidor general de Francia, Mateo Ory, el cual hizo en seguida la oportuna denuncia al Sr. Villars, auditor del cardenal Tournon, que residía entonces en su quinta de Rousillon, apocas millas de Viena. En 15 de marzo el arzobispo envió, por medio del vicario de Viena, Luis Arzelier, una carta a M. de Maugiron, lugarteniente general del rey, en el Delfinado, pidiendo pronta y eficaz justicia. El día 16, Arzelier, el vicebailío Antonio de la Court y el secretario de Maugiron registraron la casa de Servet, sin encontrar otra cosa que algunos ejemplares de su apología contra los médicos parisienses. El contestó negativamente a todas las preguntas, el impresor y los cajistas lo mismo, y hubiera sido imposible probar nada si al Inquisidor Ory no se le ocurriera dictar una carta a Arneys pidiendo a su primo un ejemplar completo del Christianismi restitutio para ver si en alguna parte del libro constaba el nombre del autor. La respuesta de Calvino, bajo el nombre de Trie, es un monumento de hipocresía y perfidia, capaz de deshonrar no sólo a un hombre, sino a una secta: «Cuando os escribía mi carta pasada, nunca creí que las cosas habían de llegar tan lejos... Pero ya que habéis declarado lo que os escribí privadamente, quiera Dios que esto sirva para purgar a la cristiandad de tales inmundicias y pestes. Si tienen esos señores tan buena voluntad como dicen, la cosa no me parece difícil; pues aunque por ahora no os puedo remitir lo que pedías, es decir, el libro impreso, os enviare una prueba mucho mas eficaz,.a saber: dos docenas de cartas escritas por Servet, y que contienen una parte de sus herejías. Si se le presentase el libro impreso podría no reconocerle; pero no sucederá así con su escritura. Todavía quedan por aquí no sólo el libro impreso, sino otros tratados de mano del autor; pero os diré una cosa, y es que me ha costado mucho trabajo sacar de manos de M. Calvino lo que os envío ahora, no porque deje él de desear que tan execrables blasfemias sean reprimidas, sino porque le parece que, no teniendo él la espada de la justicia, su oficio es convencer a los herejes más bien que perseguirlos; pero tanto le he importunado, que al fin ha consentido en entregarme esos papeles... Creo que por ahora tenéis bastante para apoderaros de la persona de ese galand y comenzar el proceso. Por mi parte, sólo deseo que Dios abra los ojos a quienes discurren tan mal. Ginebra, 26 de marzo» (1654).

     El inquisidor recibió aquellos papeles, pero comprendió bien que, firmados como estaban por Miguel Servet, no servían para convencer a Miguel de Villanueva, ni probaban de ningún modo que fuera autor del Christianismi restitutio, ni que este libro se hubiera impreso en Viena. Nueva carta de Arneys a Trie sobre este punto. Nueva contestación de Trie, o sea de Calvino, [909] tan infame como las anteriores: «Veréis en la última epístola de las que os he enviado que él mismo declara su nombre, diciendo llamarse Miguel Servet alias Reves, y excusándose de haber tomado el nombre de Villanueva, que es el de su patria. Por lo demás, cumpliré, si Dios quiere, la palabra que os he dado de remitir sus libros impresos, lo mismo que os he hecho con las cartas... Y para que sepáis que no es la primera vez que ese desdichado se ha propuesto turbar la paz de la Iglesia, os diré que hace unos veinticuatro años fue expulsado de las principales iglesias de Alemania. De las cartas de Ecolampadio, la primera y segunda están dirigidas a él con este rótulo: Serveto Hispano neganti Christum esse Dei filium consubstantialem Patri. Melanchton habla también de él en algunos pasajes... En cuanto al impresor, sabemos de cierto que ha sido Baltasar Arnoullet, ayudado por Guillermo Guéroult, su cuñado, y no podrán negarlo. Es posible que la edición se haya hecho a expensas del autor y que él tenga ocultos los ejemplares. Ginebra, 31 de marzo» (1655).

     Leída esta carta, el inquisidor Ory, previa consulta celebrada en Château-Roussillon con el cardenal Tournon, el arzobispo de Viena Paulmier, los vicarios de los dos arzobispados y muchos teólogos, ordenó la prisión de Miguel de Villeneuve, físico, y de Baltasar Arnoullet, impresor, a la cual procedió el vicebailío en 4 de abril, encerrándolos en calabozos separados.

     Interrogado Servet en los días 5 y 6 de abril, persistió en ocultar su verdadero nombre y no reconocer por obras suyas más que los tratados de medicina y el Tolomeo; protestó, con lágrimas en los ojos, que «no había querido nunca dogmatizar ni sostener nada contra la Iglesia o la religión cristiana» y que su correspondencia con Calvino había sido un mero ejercicio dialéctico, hecho sub sigillo secreti, en que él había tomado el nombre de Servet, escritor conocido y español como él, aunque no se acordaba de qué parte de España.

     Las respuestas, como se ve, no podían ser menos satisfactorias, y aunque los jueces, sobre todo el arzobispo de Viena, eran hasta cierto punto favorables a la persona del procesado por su saber y facilidad en la medicina, quizá no hubieran podido salvarle. Todo induce a creer que determinaron hacerle puente de plata, y si no prepararon, facilitaron de todas maneras su evasión, permitiéndole pasearse por el jardín de la cárcel, que comunicaba con una plataforma, de donde fácilmente se podía saltar a un patio, cuya puerta estaba de continuo franca y expedita. Para no salir de Viena sin dinero, envió a su criado Perrin al monasterio de San Pablo a pedir al gran prior 300 coronas de oro, que le había entregado para el preso un M. Saint-André. Recibido este dinero, pidió al carcelero la llave [910] del jardín a las cuatro de la mañana del 7; dejó al pie de un árbol su gorra de terciopelo negro y el vestido que en la prisión usaba, saltó al patio y no paró hasta el puente del Ródano. Sólo dos horas después se tuvo noticia oficial de su evasión, y, aunque se hizo una pesquisa a son de trompetas en los lugares del contorno, todo el mundo creyó en Viena que el arzobispo y el vicebailío, a cuya hija había salvado Servet en una peligrosísima enfermedad, habían amparado su fuga.

     El proceso siguió su curso aunque el pájaro había volado. Fue descubierta la imprenta clandestina de Arnoullet, y en ella tres cajistas: Straton, Du Bois y Papillón, que lo declararon todo, aunque se defendieron con no saber latín y haber compuesto como máquinas. Fueron embargados los cinco paquetes de ejemplares remitidos a Pedro Merrin, en Lyón, y con ellos y la efigie de Servet se hizo en 17 de junio de 1533 un auto de fe a la puerta del palacio delfinal. Arnoullet no sufrió más molestias que una prisión, y no larga. Así él como su cuñado se disculparon con su ignorancia teológica y con que Servet les había engañado, haciéndoles creer que su libro era una refutación de las herejías de Lutero y Calvino.



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- V -

Llega Servet a Ginebra. -Fases del segundo proceso. Sentencia y ejecución capital.

     Escapado Servet de la prisión, pensó ante todo volver a España, donde no habían penetrado sus libros antitrinitarios; pero el temor de que le prendiesen antes de llegar a la frontera (1656) le hizo tomar, como más breve, el camino de Italia. Y como ni le sabía ni se atrevía a preguntar a nadie, anduvo errante más de cuatro meses por el Delfinado y la Bresse, hasta que su mala suerte o su ignorancia de la tierra que pisaba le llevó a Ginebra el 13 de agosto, hospedándose a la orilla del lago en la hostería de la Rose. Su intención era tomar una barca e irse a Zurich. Era domingo, y Servet, por una obcecación increíble o por no excitar las sospechas de sus huéspedes, fue por la tarde al templo en que predicaba Calvino. Este le reconoció al momento, le delató al síndico y aquella misma tarde le hizo prender.

     Esto es lo único que resulta del proceso y de los testimonios contemporáneos, debiendo rechazarse la común opinión, sostenida por Willis, de que Servet había estado cerca de un mes oculto en Ginebra y entendiéndose secretamente con los [911] enemigos políticos de Calvino; es decir, con Perrin, Berthelier y sus parciales, que formaban el partido llamado de los libertinos, adverso a aquella especie de reforma hierocrática introducida en Ginebra por el predicador francés, a quien en esto secundaban todos los extranjeros refugiados por causa de religión. Paréceme que Willis, y antes de él Saisset y otros, han dado excesiva importancia a estas disensiones políticas en la condenación de Servet, quien, como extranjero que era y, además, soñador, extravagante y dado sólo a sus teologías, ni tenía corte de conspirador ni podía ser la esperanza de ningún partido, aunque sea cierto que los perrinistas, por oposición a Calvino, o quizá compadecidos de la mala suerte del español hicieron algo por salvarle.

     Como la ley de Ginebra exigía que el acusador fuese reducido a prisión, hasta que probase su demanda, juntamente con el reo, y sujeto a la pena del talión si mentía, Calvino buscó un testaferro que se presentase como acusador, y le encontró en su cocinero, Nicolás de la Fontaine: Nicolaus meus. El y Servet comparecieron ante el lugarteniente criminal el 14 de agosto. Nicolás acusó al aragonés de haber escrito treinta y ocho proposiciones heréticas y difamado en la persona de Calvino a la iglesia de Ginebra, escandalizado las iglesias de Alemania y huido de la prisión de Viena del Delfinado.

     El 15 de agosto, comunicada la información hecha por el lugarteniente a los síndicos y al Consejo y constituido solemnemente el tribunal, La Fontaine presentó demanda formal contra Servet, y los jueces, considerando que a prima facie había evidente criminalidad de parte del acusado y que sus respuestas no eran satisfactorias, pusieron en libertad bajo fianza al acusador y mandaron comenzar los procedimientos y que uno y otro dijeran verdad bajo pena de 60 sueldos. Servet hizo una declaración bastante clara y explícita de sus doctrinas, confesó ser anabaptista y prometió hacer buenas sus palabras en una discusión pública contra Calvino con textos de la Escritura y argumentos de razón.

     El 16 de agosto La Fontaine se presentó acompañado de Germán Colladon, el alter ego de Calvino, asociado por el reformador a su cocinero para que le aconsejara y remediase su ignorancia teológica. Uno de los jueces era Filiberto Berthelier, cabeza de los enemigos de Calvino y de los defensores de las antiguas libertades de Ginebra y hombre muy respetado por lo íntegro y severo de su carácter. Entre él y Colladon pronto se encendió una violenta disputa, no teológica, sino judicial y de procedimiento, y hubo que levantar la sesión sin que aquel día se pasara de la proposición undécima.

     Al día siguiente compareció ya Calvino, muy quejoso de Berthelier, y disputó con el procesado. Se le mostraron dos cartas de Ecolampadio y dos pasajes de los Lugares comunes, de Melanchton, como en prueba de que su herejía había sido condenada [912] en Alemania, a lo cual respondió Servet que la desaprobación de esos dos teólogos no implicaba una condenación pública y oficial. Se le objetó lo de la fertilidad de la Palestina en un escolio del Tolomeo, y contestó que no hablaba de los tiempos de Moisés, sino del estado actual, y aun pudo añadir que este escolio estaba copiado a la letra del de Pirckeimer, que a nadie había escandalizado en Alemania. También fueron capítulo de acusación las notas a la Biblia de Santes Pagnino, especialmente a los capítulos 7, 9 y 53 de Isaías, cuyas profecías interpreta en sentido literal, y refiriéndolas a Ciro y no a Cristo. «Lo principal, dijo Servet, debe entenderse de Cristo; pero en cuanto a la historia y a la letra, se ha de entender de Ciro.» Pero Calvino insistía, y esta vez con plena razón: «¿Cómo han de entenderse de Ciro estas palabras: Vere languores nostros ipse tulit, dolores nostros ipse portavit, afflictus est propter peccata nostra?»

     De aquí se pasó a la cuestión de la Trinidad. Servet dijo que no admitía distinción real, sino formal, dispensaciones o modos, y no personas, en la esencia divina, y porfiaba en sostener que tal había sido la opinión de San Ignacio, San Policarpo y demás Padres apostólicos. Calvino le arguyó sobre su panteísmo: «¿Crees, infeliz, que la tierra que pisas es Dios?» Y él respondió: «No tengo duda de que este banco, esa mesa y todo lo que nos rodea es de la sustancia de Dios.» «Entonces, dijo Calvino, también lo será el diablo.» «¿Y lo dudas?, prosiguió impertérrito Servet; por mi parte creo que todo lo que existe es partícula y manifestación sustancial de Dios.»

     Los protestantes más o menos ortodoxos, que de ninguna suerte quieren panteísta a Servet, han negado la exactitud de este diálogo, fundados en que no se lee en el proceso, sino en un libro de Calvino (Declaration pour maintenir la vraye foy); pero después de tan claras y explícitas fórmulas panteístas como hemos leído en el Christianismi restitutio, ¿qué tiene de extraña ni de inverosímil esta escena?

     Calvino presentó, para que se uniera a los demás documentos del proceso, un ejemplar de sus propias Instituciones, anotadas de mano de Servet. Aquí comienza la segunda fase del proceso, pues encontrando los jueces bastante culpabilidad en Servet, levantaron la fianza a Nicolás de la Fontaine y encargaron de la prosecución de la causa al procurador general de Ginebra, Claudio Rigot.

     En la audiencia de 21 de agosto presentan los acusadores una carta de Arnoullet a su amigo Berket, en que dice haber sido engañado para la publicación de aquel libro, cuya total destrucción anhelaba.

     Calvino escribe a los ministros de Francfort para que recojan los ejemplares que allí hubiere del Christianismi restitutio, y muestra esperanzas de que el autor sea pronto condenado y muerto. El mismo día prosigue su disputa con Servet sobre la [913] inteligencia que los antiguos Padres habían dado al dogma de la Trinidad. Y como citase Servet algunos libros que no había a mano, mandan los jueces que se compren a costa del procesado, quien pide además papel, tinta y plumas.

     Servet presenta el 22 de agosto su primera reclamación a los magníficos señores de Ginebra: «Digo humildemente que es una nueva invención, ignorada de los apóstoles y discípulos de la Iglesia antigua, perseguir criminalmente por la doctrina de la Escritura o por cuestiones que dependan de ella... Por lo cual, siguiendo la doctrina de la antigua Iglesia, en que sólo la punición espiritual era admitida, pido que se dé por nula esta acusación criminal. En segundo lugar, señores, os ruego que consideréis que ni en vuestra tierra ni fuera de ella he ofendido a nadie ni he sido sedicioso o perturbador. Porque las cuestiones que trato son muy difíciles y para gente sabia, y en todo tiempo que estuve en Alemania no hablé de ellas más que con Ecolampadio, Bucero y Capitón, y en Francia, con nadie. Además, he reprobado siempre y repruebo las sediciones de los anabaptistas contra los magistrados y la opinión de que todas las cosas han de ser comunes. En tercer lugar, señores, como soy extranjero y no sé las costumbres del país ni la manera de proceder en juicio, pido que se me dé un procurador que hable por mí. Si esto hacéis, el Señor prosperará vuestra república.»Estas peticiones fueron en vano.

     El día 23 presenta el procurador general una serie de artículos, sobre los cuales desea que se interrogue a Servet, relativos casi todos más a su persona que a sus doctrinas. ¿Por qué no se había casado? (1657)¿Por qué había leído el Korán? ¿Si había sido arreglada o disoluta su vida? ¿Si había estado preso en alguna parte más que en Viena? Todo esto no podía ser más impertinente, y a Servet le costó poco trabajo responder que «pensaba haber vivido como cristiano, teniendo celo de la verdad y estudio de las Sagradas Escrituras». Y en cuanto a la opinión contra el bautismo de los párvulos, único cargo de doctrina que el procurador hacía, promete abjurarla si se le demuestra que ha errado en ella.

     La moderación de Servet y el tino con que respondía a las preguntas hicieron buena impresión en el ánimo de los jueces y contrastaban, además, con la intemperancia de Calvino y sus parciales, que en las plazas y en los púlpitos no cesaban de execrar y maldecir al pobre español. Y temiendo que sus peticiones hicieran alguna mella en el tribunal, Calvino inspiró al procurador Rigot una respuesta seca y contundente, en la cual sin ambages se defiende el derecho de castigar al hereje con la pena capital, se invoca la legislación de Justiniano y hasta se niega un abogado a Servet, como si estuviera fuera del derecho común. [914]

     Los magistrados de Ginebra habían dado cuenta a los de Viena de la prisión del reo, y éstos solicitaron que se les entregase, pero Servet se arrojó a los pies de los síndicos ginebrinos y con lágrimas en los ojos les rogó que no le enviasen a una muerte cierta. ¡Quién sabe si el ir a manos de su antiguo señor el arzobispo le hubiera salvado!

     En 1.º de septiembre se recibe una carta del lugarteniente del Delfinado, M. Maugiron, pidiendo que se interrogue a Servet sobre los deudores que tenía en Francia, porque el fisco regio se había apoderado de sus bienes y quería cobrar aquellos créditos. Servet se negó a toda declaración sobre este punto, y M. Maugiron y demás curiales no tuvieron el gusto de repartirse sus despojos.

     Crecía con esto en Ginebra la simpatía por Servet, y los jueces, inclinándose cada vez más a la tolerancia, decidieron que Calvino y otros ministros le visitasen en su calabozo y procurasen convencerle; pero tal diligencia fue inútil, porque Servet estaba furioso, y en todo pensaba menos en convertirse ni en oír a Calvino, que era para él, y con razón harta, el más antipático de los misioneros.

     Frustrado este medio, determinaron los jueces dirigir una consulta a las iglesias reformadas y a los Consejos de los cuatro cantones protestantes (Berna, Basilea, Zurich y Schaffausen), como se había hecho dos años antes en el proceso de Jerónimo Bolsec. Quizá este pensamiento nació del mismo Servet (Calvino así lo afirma), pero no sirvió mas que para precipitar su ruina. El tribunal encargó a Calvino, como trabajo preliminar para esa consulta, extractar de las obras del procesado las más notables proposiciones heréticas y calificarlas. Este trabajo duró cerca de quince días, y entretanto se detuvo el proceso; ardían las disensiones en Ginebra, y Calvino llegó a excluir de la sagrada Cena a muchos del partido de Berthelier, como impíos y excomulgados.

     Al cabo se presentaron el 15 de septiembre treinta y ocho artículos, escogidos de las obras del procesado, y que contenían sumariamente su doctrina acerca de la Trinidad, la esencia omniforme de Dios, el Logos y el Espíritu Santo, la filiación de Cristo, la Encarnación, los ángeles, el bautismo de los párvulos y la regeneración. Se dio copia de ellos a Servet, que fue contestándolos uno a uno, sazonando la réplica con injurias contra Calvino, lo cual sirvió sólo para empeorar su causa. Se ratificó pertinacísimamente en sus herejías, con entereza digna de mejor empleo, y hasta trató de justificarlas con pasajes de Tertuliano, San Ireneo y San Clemente Papa. Obstínase, sobre todo, en lo de la distinción formal o ideal, que era el núcleo de su sistema unitario, aunque procura templar algunas proposiciones panteístas.

     Calvino trabajó una Brevis refutatio errorum et impietatum Michaelis Serveti a ministris Ecclesiae Genevensis magnifico [915] Senatui, sicuti iussi fuerant, oblata. Con lo cual Servet acabó de perder el juicio, y en las notas interlineales que puso a esta refutación se desató contra el predicador de Ginebra, llamándole Simon Magus, sicophanta, impostor, perfidus, nebulo, mus ridiculus, cacodaemon. «En causa tan justa, añadía, persisto constante y no temo la muerte.» Y a mayor abundamiento, en una carta latina que por entonces se atrevió a dirigir a su mortal enemigo, le echa en cara su ignorancia filosófica, que le hacía desconocer el gran principio de que toda acción tiene lugar por contacto.

     En 15 de septiembre había escrito a los jueces: «Humildemente os suplico que abreviéis estas dilaciones y me declaréis exento de culpa. Calvino se ha propuesto, sin duda, hacer que me consuma en la prisión. Las pulgas me comen vivo, mis calzas están desgarradas y no tengo camisa que mudarme. Os presenté una demanda conforme a la ley de Dios, y Calvino os responde con las leyes del emperador Justiniano, alegando contra mí lo que él mismo no cree. Cinco semanas hace que me tiene aquí encerrado y todavía no me ha citado ningún texto de la Escritura que lo autorice. Os había yo pedido un procurador o abogado, porque soy extranjero, ignorante de las costumbres del país, y no puedo defender yo mismo mi causa. Y, sin embargo, a él le habéis dado procurador y a mí no... Os requiero que mi causa sea llevada al tribunal de los Doscientos, y si puedo apelar a él, desde luego apelo, y protesto de todo, pidiendo la pena del talión contra mi primer acusador y contra Calvino, su amo, que ha tomado la causa por su cuenta.»

     Pero ni Calvino ni los ministros de Ginebra tenían entrañas, ni son fáciles de aplacar los odios teológicos, y menos en los que blasonan de tolerancia. La única y dudosa esperanza de salvación para Servet estaba en la consulta a las iglesias suizas, y este camino cuidó de cerrárselo el implacable heresiarca escribiendo de antemano a los pastores de dichas iglesias, especialmente a Enrique Bullinger, pastor de Zurich (1658), e indicándoles los términos en que habían de responder a la consulta que, a pesar de él (nobis quidem declamantibus), les iban a hacer los magistrados. «Han llegado, dice, a tal extremo de demencia y furor, que tienen por sospechoso todo lo que decimos; así es que, aunque yo defendiera que el sol alumbra, no lo creerían.» ¡Sin duda temía aquel malvado que se le iba a escapar su presa de entre las manos! Y a Sulzer, pastor de Basilea, escribía el 19 de septiembre: «Presumo que no te será desconocido el nombre de Servet, que hace veinte años está infestando el mundo cristiano con sus viles y pestilentes doctrinas. Es aquel de quien Bucero, de santa memoria, fiel ministro [916] de Dios y hombre de apacible condición, declaró que 'merecía que le hiciesen pedazos'. Desde entonces no ha cesado de derramar su veneno, y ahora acaba de imprimir en Viena un gran volumen atestado de esos mismos errores. Cuando la impresión fue divulgada, se le encarceló allí; pero escapado de la prisión, no sé por qué medios, se dirigía a Italia, cuando su mala fortuna le trajo a esta ciudad, donde uno de los síndicos, a instigación mía, le hizo arrestar... He hecho cuanto he podido para detener el contagio y castigar a este hombre indómito y obstinado; pero veo con dolor la indiferencia de los que ha armado Dios con la espada de la justicia para vindicar la gloria de su nombre. ¡Que no se libre ese impío de la muerte que para él deseamos! (Ut saltem exitum quem optamus non efugiat.)» ¡Y lo notable, lo absurdo y escandaloso en esta carta es que Calvino la cierra quejándose amargamente de que se quemaba a los calvinistas en Lyón y otras partes de la Francia católica!

     En Neufchatel, donde era pastor Guillermo Farel, el más devoto y fiel de sus amigos, no podía dudar Calvino del resultado; pero así y todo, no se descuidó de asegurarle con otra carta: Ya tenemos un nuevo negocio con Servet, decía. (Iam novum habemus cum Serveto negotium)... Mi criado Nicolás se presentó como acusador contra él... En su interrogatorio no dudó en decir que en el diablo residía la divinidad... Espero que será condenado a pena capital (Spero capitale saltem fore iudicium); pero quisiera mitigar la crueldad del castigo (1659)

.¡Lágrimas de cocodrilo!

     Farel le contestaba: «Es particular providencia de Dios la que ha llevado a Servet a esa ciudad... Los jueces serán despreciadores de la doctrina de Cristo, enemigos de la verdadera Iglesia y de su piadosa doctrina, si aprueban insensibles las blasfemias de tal hereje... En lo de desear que se mitigue la crueldad del castigo, te muestras amigo del que siempre ha sido tu enemigo mayor. Hay algunos que dicen que los herejes no deben ser castigados: ¡como si no hubiera diferencia entre el oficio del pastor y el del magistrado!» Y sólo se mostraba algo indulgente para el caso en que Servet consintiera en abjurar su doctrina, sirviendo de edificación a los espectadores.

     Aunque el proceso se alargaba ilegalmente y contra las leyes de Ginebra, y el pobre Servet yacía sobre un montón de paja, devorado por la miseria, hasta el 21 de septiembre no se formuló la consulta a las cuatro iglesias. «Tenemos preso (eran las palabras del documento) a un hombre llamado Miguel Servet, que ha escrito y publicado ciertas obras sobre las Sagradas Escrituras que, a nuestro parecer, contienen materias nada conformes con la palabra de Dios y la evangélica doctrina. Nuestros ministros han redactado contra él ciertos artículos, a los cuales ha respondido, tornando a contestar los nuestros. Os remitimos [917] los escritos de uno y otro para que deis por el mismo mensajero vuestra opinión y juicio... No creáis por esto que tenemos desconfianza alguna de nuestros ministros.» Este último párrafo era inspirado, sin duda, por Calvino.

     Mientras venía la respuesta, Servet, cuya paciencia se iba agotando, dirigió en 22 de septiembre estas dos peticiones a sus jueces:

     «Estoy detenido en acción criminal de parte de Juan Calvino, que me ha acusado falsamente de haber escrito:

     1.º Que las almas eran mortales.

     2.º Que Jesucristo no había tomado de la Virgen María más que la cuarta parte de su cuerpo.

     Estas son cosas horribles y execrables. Entre todas las herejías y crímenes, ninguno hay tan grande como hacer el alma mortal; porque en todos los otros hay esperanza de salvación, pero no en éste, pues el que tal dice no cree que haya Dios, ni justicia, ni resurrección, ni Jesucristo, ni Sagrada Escritura, ni nada; sino que todo muere y que el hombre y la bestia son una misma cosa. Si hubiese dicho o escrito esto, yo mismo me condenaría a muerte.

     Por lo cual, señores, pido que mi falso acusador sea condenado a la pena del talión y que esté preso, como yo, hasta que la causa sea definida por mi muerte o por la de él, o por otra pena. Y me someto a la dicha pena del talión y soy contento de morir si no le convenzo de ésta y de las demás cosas que especificaré después. Os pido justicia, señores; justicia, justicia, justicia.»

     Y luego formula sus cargos contra Calvino:

     «1.º Si el mes de marzo próximo pasado hizo escribir por medio de Guillermo Trie a Lyón, diciendo muchas cosas de Miguel Servet o Villanovano. Cuál era el contenido de esa carta y por qué la escribió.

     2.º Si con la dicha carta envió la mitad del primer cuaderno del libro de Servet, en que estaba el principio y la tabla del Christianismi restitutio.

     3.º Si todo esto no fue enviado para que lo vieran los oficiales de Lyón y persiguieran a Servet, como en efecto sucedió.

     4.º Si unos quince días después de esa carta envió por el mismo Trie más de veinte epístolas en latín que Servet había escrito, y las envió para que más seguramente fuera acusado y convencido Servet, como en efecto sucedió.

     5.º Si no sabe que, a causa de dicha acusación, Servet ha sido quemado en efigie y confiscados sus bienes y hubiese sido quemado vivo si no escapa de la prisión.

     6.º Si sabe que no es propio de un ministro del Evangelio ser acusador criminal, ni perseguir judicialmente a un hombre hasta la muerte.

     Señores, hay cuatro razones grandes e infalibles para condenar a Calvino. La primera, porque la materia de doctrina no [918] está sujeta a acusación criminal... La segunda, porque es falso acusador, como lo muestra la presente demanda y se probará fácilmente por la lectura de su libro. La tercera, porque quiere con frívolas y calumniosas razones oprimir la verdad de Jesucristo. La cuarta, porque sigue en gran parte la doctrina de Simón Mago, contra todos los doctores que ha habido en la Iglesia. Y como mago que es, debe no sólo ser condenado, sino exterminado y lanzado de esta ciudad y sus bienes adjudicados a mí, en recompensa de los míos, que él me ha hecho perder.»

     Yo no veo en esta carta, por más que diga Willis, influencia de Perrin ni de Berthelier, ni un plan calculado contra Calvino, sino un grito de despecho que arrancaba del alma solitaria y exasperada de Servet, incierto de su suerte en aquellos eternos días de su prisión. Y al ver que no se daba respuesta alguna a sus peticiones, escribió, en 10 de octubre, su última y brevísima carta, capaz de arrancar lágrimas a un risco:

     «Magníficos señores:

     Hace tres semanas que deseo y pido una audiencia y no queréis concedérmela. Por amor de Jesucristo os ruego que no me rehuséis lo que no se negaría a un turco. Os pido justicia, y tengo que deciros cosas graves e importantes... Estoy peor que nunca. El frío me atormenta, y con él las enfermedades y otras miserias que tengo vergüenza de escribir. Por amor de Dios, señores, tened compasión de mí, ya que no me hagáis justicia.

     Miguel Servet, solo, pero confiado en la protección segurísima de Cristo.»

     El 19 de octubre volvió el mensajero con las respuestas de las iglesias, que eran como Calvino podía desearlas aunque no del todo explícitas, por un resto de pudor en aquellos ministros. Berna respondió: «El Señor os dé espíritu de prudencia y sabiduría para que libréis a nuestra iglesia de esa peste.» Zurich: «La Providencia os presenta buena ocasión para vindicaros y vindicarnos del cargo de ser poco diligentes en la persecución de los herejes.» Schaffausen: «No dudamos que con prudencia impediréis que las blasfemias de Servet gangrenen el cuerpo cristiano. Usar con él largos razonamientos sería lo mismo que disputar con un loco.»Y, finalmente, Basilea: «Usaréis, para curarle de sus errores y remediar los escándalos que ha ocasionado, todos los medios que la prudencia os dicte; pero, si es incurable, debéis recurrir a la potestad que tenéis de Dios para que no torne a inquietar la Iglesia de Dios ni añada nuevos crímenes a los antiguos.»

     Aunque los ministros suizos se habían resistido a pronunciar la palabra muerte, temerosos de que aquella sangre cayera sobre sus cabezas, Calvino entendió las cartas a su modo, e impuso su interpretación a los magistrados. No todos, sin embargo, asintieron a aquella infamia. La discusión duró tres días. Algunos se inclinaban al destierro o a la reclusión. El más decidido en favor [919] de Servet era el primer síndico, Amadeo Perrin, que pidió que la causa se llevase al tribunal de los Doscientos. «Nuestro César cómico (dice despreciativamente Calvino), después de haberse fingido enfermo tres días, fue al tribunal y quiso salvar a este infame -istum sceleratum- de la muerte» (carta a Farel, 26 de octubre). El partido de los clericales venció al de los libertinos y el mismo día 26 se dio la sentencia de muerte en hoguera contra Servet. Calvino quiere persuadirnos que él se opuso a la pena de fuego por ser la que usaban los papistas.

     La noticia cayó sobre Servet como un rayo: nunca había pensado él que las cosas llegasen tan lejos. Calvino, con saña de antropófago, cuenta que «mostró Servet una estupidez de bestia bruta cuando se le vino a anunciar su muerte. Así que oyó la sentencia, se le vio con los ojos fijos como un insensato, ora lanzar profundos suspiros, ora aullar como un furioso. No cesaba de gritar en lengua castellana: ¡Misericordia! ¡Misericordia!» Y aquí es ocasión de, exclamar con Castalion, en su libro contra Calvino: «También tiembla el guerrero en presencia de la muerte, y este terror no es de bestia. También suspiró Ezequías cuando se le vino a anunciar una muerte menos cruel que la que se destinaba a Servet... Y Cristo mismo, ¿no clamó desde el árbol de la cruz: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»

     Noble fue, en verdad, la muerte de Servet y digna de mejor causa. Así que recobró la tranquilidad y el dominio de sí mismo, pidió ver a Calvino, y éste se presentó en la prisión, acompañado de dos consejeros, en la madrugada del 27 de octubre «¿Qué me quieres?», le preguntó. «Que me perdones si te he ofendido», fue su respuesta. «Dios me es testigo, dijo Calvino, de que no te guardo rencor ni te he perseguido por enemistad privada, sino que te he amonestado con benevolencia y me has respondido con injurias. Pero no hablemos de mí; de quien debes solicitar perdón es del eterno Dios, a quien tanto has ofendido.» Pero Servet no pensaba en retractaciones.

     Poco después se presentó en la cárcel el lugarteniente criminal Tissot, acompañado de otros oficiales y de gente de armas, y ordenó al reo que le siguiese. Cuando llegaron delante del pórtico del Hotel de Ville, donde estaba reunido el tribunal, dióse lectura de la sentencia, que en su última parte decía así: «Nosotros, síndicos, jueces de las causas criminales en esta ciudad, visto el proceso hecho y formado ante nosotros a instancia de nuestro procurador criminal, contra ti, Miguel Servet, de Villanueva, en el reino de Aragón, en España, por el cual y por tus voluntarias confesiones en nuestras manos hechas y muchas veces reiteradas, y por los libros presentados ante nosotros, consta y resulta que tú, Servet, has enseñado doctrina falsa y plenamente herética, despreciando toda amonestación y corrección, y la has divulgado con maliciosa y perversa obstinación en los libros impresos contra Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, [920] y contra los verdaderos fundamentos de la religión cristiana, tratando de introducir perturbación y cisma en la Iglesia de Dios, por lo cual muchas almas se han arruinado y perdido, cosa horrible y espantosa, escandalosa e infectante: sin haber sentido horror ni vergüenza en levantarte contra la Majestad divina y Sagrada Trinidad... Caso y crimen de herejía grave y detestable y que merece el último castigo corporal. Por estas causas y por otras justas que a ello nos mueven, deseosos de purgar la Iglesia de tal peste y cortar de ella un miembro podrido; previa consulta con nuestros conciudadanos, e invocando el nombre de Dios para administrar recta justicia; sentados en el tribunal donde se sentaron nuestros mayores, y abierto ante nosotros el libro de las Sagradas Escrituras, decimos:

     En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por esta nuestra definitiva sentencia, que damos aquí por escrito, condenamos a ti, Miguel Servet, a ser atado y conducido al lugar de Champel y allí sujeto a una picota y quemado vivo juntamente con tus libros, así de mano como impresos, hasta que tu cuerpo sea totalmente reducido a cenizas, y así acabarás tu vida, para dar ejemplo a todos los que tal crimen quisieren cometer.»

     Oída la terrible sentencia, el ánimo de Servet flaqueó un punto, y, cayendo de rodillas, gritaba: «¡El hacha, el hacha, y no el fuego!... Si he errado, ha sido por ignorancia... No me arrastréis a la desesperación.» Farel aprovechó este momento para decirle: «Confiesa tu crimen, y Dios se apiadará de tus errores.» Pero el indomable aragonés replicó: «No he hecho nada que merezca muerte. Dios me perdone y perdone a mis enemigos y perseguidores.» Y, tornando a caer de rodillas y levantando los ojos al cielo, como quien no espera justicia ni misericordia en la tierra, exclamaba: «¡Jesús, salva mi alma! Jesús, hijo del eterno Dios, ten piedad de mí!»

     Caminaron al lugar del suplicio. Los ministros ginebrinos le rodeaban procurando convencerle, y el pueblo seguía con horror, mezclado de conmiseración, a aquel cadáver vivo, alto, moreno, sombrío y con la barba blanca hasta la cintura. Y como repitiera sin cesar en sus lamentaciones el nombre de Dios, díjole Farel: «¿Por qué Dios y siempre Dios?» «¿Y a quién sino a Dios he de encomendar mi alma?», le contestó Servet.

     Habían llegado a la colina de Champel, al Campo del Verdugo, que aún conserva su nombre antiguo y domina las encantadas riberas del lago de Ginebra, cerradas en inmenso anfiteatro por la cadena del Jura (1660). En aquel lugar, uno de los más hermosos de la tierra, iban a cerrarse a la luz los ojos de Miguel Servet. Allí había una columna hincada profundamente en el suelo, y en torno muchos haces de leña verde todavía, como si hubieran querido sus verdugos hacer más lenta y dolorosa la agonía del desdichado. «¿Cuál es tu última voluntad? -le preguntó Farel-. ¿Tienes mujer e hijos?» El reo movió [921] desdeñosamente la cabeza. Entonces el ministro ginebrino dirigió al pueblo estas palabras: «Ya veis cuán gran poder ejerce Satanás sobre las almas de que toma posesión. Este hombre es un sabio, y pensó, sin duda, enseñar la verdad; pero cayó en poder del demonio, que ya no le soltará. Tened cuidado que no os suceda a vosotros lo mismo.»

     Era mediodía. Servet yacía con la cara en el polvo, lanzando espantosos aullidos. Después se arrodilló, pidió a los circunstantes que rogasen a Dios por él, y, sordo a las últimas exhortaciones de Farel, se puso en manos del verdugo, que le amarró a la picota con cuatro o cinco vueltas de cuerda y una cadena de hierro, le puso en la cabeza una corona de paja untada de azufre y al lado un ejemplar del Christianismi restitutio. En seguida, con una tea prendió fuego en los haces de leña, y la llama comenzó a levantarse y envolver a Servet. Pero la leña, húmeda por el rocío de aquella mañana, ardía mal, y se había levantado, además, un impetuoso viento, que apartaba de aquella dirección las llamas. El suplicio fue horrible: duró dos horas, y por largo espacio oyeron los circunstantes estos desgarradores gritos de Servet: «¡Infeliz de mí! ¿Por qué no acabo de morir? Las doscientas coronas de oro y el collar que me robasteis, ¿no os bastaban para comprar la leña necesaria para consumirme? ¡Eterno Dios, recibe mi alma! ¡Jesucristo, hijo de Dios eterno, ten compasión de mí!»

     Algunos de los que le oían, movidos a compasión, echaron a la hoguera leña seca para abreviar su martirio. Al cabo no quedó de Miguel Servet y de su libro más que un montón de cenizas, que fueron esparcidas al viento. ¡Digna victoria de la libertad cristiana, de la tolerancia y del libre examen!

     La Reforma entera empapó sus manos en aquella sangre: todos se hicieron cómplices y solidarios del crimen; todos, hasta el dulce Melanchton, que felicitaba a Calvino por el santo y memorable ejemplo que con esta ejecución había dado a las generaciones venideras, y añadía: «Soy enteramente de tu opinión, y creo que vuestros magistrados han obrado conforme a razón y justicia haciendo morir a ese blasfemo.» (Pium et memorabile ad omnem posteritatem exemplum!) Aquella iniquidad no es exclusiva de Calvino, diremos con el pastor protestante Tollin, a quien la fuerza de la verdad arranca esta confesión preciosa: Es de todo el protestantismo, es un fruto natural e inevitable del protestantismo de entonces. No es Calvino el culpable; es toda la Reforma (1661).

     Alguna voz se levantó, sin embargo, a turbar esta armonía, y Calvino juzgó conveniente justificarse en un tratado que publicó simultáneamente en francés y en latín el año siguiente de 1554, con los títulos de Declaration pour maintenir la vraye foy y Defensio orthodoxae fidei de sacra Trinitate contra prodigiosos [922] errores Michaelis Serveti (1662), en que defiende sin ambages la tesis de que el hereje debe imponérsele la pena capital, y procura confirmarlo con textos de la Escritura y sentencias de los Padres, con la legislación hebrea y el Código de Justiniano; y en medio de impugnar, no sin acierto y severidad teológica, los yerros antitrinitarios de Servet, prorrumpe contra él en las más soeces diatribas (chien, méchant, etc.), intolerables siempre tratándose de un muerto, y más en boca de su matador, y más a sangre fría; y se deleita con fruición salvaje en describir los últimos momentos de su víctima. No recuerdo en la historia ejemplo de mayor barbarie, de más feroz encarnizamiento y pequeñez de alma.

     Entre las voces aisladas que protestaron contra los actos y la defensa de Calvino debe citarse a David Bruck (David Joris), ministro de una congregación de anabaptistas, que tuvo valor para llamar a Servet varón bueno y piadoso en una carta a las iglesias suizas; al anónimo autor del Dialogus inter Vaticanum et Calvinum, atribuido con poco fundamento a Sebastián Castalion, ingeniosísima obrilla lucianesca; a Martín Bell, o quien quiera que sea el que, oculto con este nombre, publicó en Magdeburgo el tratado De haereticis an sint persequendi (1663), abogando por la tolerancia; y al italiano Mino Celso de Siena, que, en su elegante tratado De haereticis capitali supplicio afficientibus, excedió con mucho a todos los que habían sostenido la misma causa. Teodoro Beza respondió con poca fortuna a este Celso y a Martín Bell. Hoy hasta los más fanáticos calvinistas han abandonado por imposible la defensa de Calvino. [923]



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- VI -

Consideraciones finales.

     Tal fue Servet. Ni sobre su doctrina ni sobre su carácter han de quedar muchas dudas a mis lectores. Tollin ha hecho de él un retrato moral que ni es muy artístico ni es del todo verdadero. Le ha convertido en un santo..., un santo sociniano; no ha visto en él más que a un místico abrasado de amor divino y devorado por espirituales y suprasensibles ardores; ha querido defenderle de la nota de panteísta; le ha dado ese misticismo dulzazo y empalagoso que caracteriza a las comuniones protestantes, sobre todo en Alemania, y ha hecho de él un tipo de fantasía, soñador, melancólico, quejumbroso y profeta, siempre absorto en la lectura de la Biblia. Este Servet, así refundido y acicalado, hará, a no dudarlo, las delicias de la mujer y de las hijas del buen pastor de Magdeburgo y de la accomplished lady que le ha traducido al inglés; pero dista toto caelo del Servet de la realidad, que al cabo no había nacido en las orillas del Rhin, sino en las del Ebro, y era, en suma, un estudiante español del siglo XVI que había perdido el juicio en materias de teología, pero que conservaba muchas de las buenas cualidades y todos los defectos de la raza. Espíritu aventurero, pero inclinado a grandes cosas, pasó como explorador por todos los campos de la ciencia, y en todos dejó algún rastro de luz. Inteligencia sintética y unitaria, llevó el error a sus últimas consecuencias, y dio en el panteísmo, como todos los herejes españoles cuando discurren con lógica. Fantasía meridional, dio vivísimo colorido a sus ensueños teológicos, se creyó iluminado, pero plásticamente, y vio a Jesús cabalgando en la cuadriga de Ezequiel y entre los mirtos de Zacarías. Campeón de la libertad humana y de la eficacia de las obras, hirió de muerte el sistema antropológico de la Reforma. Aquella sombría tristeza de Witemberg no era para su alma, toda luz, vida y movimiento. Hábil en la disputa, más que paciente en la observación, corrieron sus años en el tumulto de las escuelas entre controversias, litigios y cuchilladas. Ardiente de cabeza y manso de corazón, generoso y leal con sus enemigos, hasta con el mismo Calvino, no fue ni pudo ser, sin embargo, como Tollin supone, un hombre pacífico, sabio y erudito, que prefiere el silencio de su gabinete a los ruidos de la plaza pública. Ese ideal bourgeois es el de un profesor o pastor alemán de nuestros días, pero en ninguna manera el de Miguel Servet, extremoso en todo, voltario e inquieto, errante siempre, como el judío de la leyenda; espíritu salamandra, cuyo centro es el fuego, frase feliz del mismo Tollin.

     Y si del carácter pasamos a la doctrina, ya antes expuesta con la amplitud que este libro consiente, bastará fijarnos en dos o tres puntos para comprender su verdadero alcance y la relación que tiene con más antiguos y más modernos extravíos del entendimiento humano. [924]

     Así, pues, Servet es unitario, porque para él las personas de la Trinidad no son más que modos o dispensaciones de la esencia divina, y en tal concepto desciende de las antiguas sectas gnósticas, de los sabelianos y patripassianos, que, como dice Eusebio de Cesarea, no acertaron a distinguir entre esencia y persona, entre sustancia y subsistencia; de nuestros priscilianistas, que admitían tres vocablos, pero una sola persona, y, finalmente, de Paulo de Samosata y de Fotino, con quienes le comparó Melanchton (1664).

     Más de una vez se ha notado que los italianos que abrazaron la Reforma fueron, en general, más lógicos y radicales que sus maestros, y lo que se dice de los italianos puede aplicarse, punto por punto, a los españoles. Unos y otros resucitaron en el siglo XVI las herejías antitrinitarias, muertas y olvidadas muchos siglos hacía, y con ellas inauguraron el racionalismo moderno. Así Juan de Valdés y su discípulo Ochino, así Servet y Alfonso Lingurio, y en pos de ellos, Valentino Gentilis, Juan Pablo Alciato, Mateo Gribaldi de Padua, Jorge Biandrata, Nicolás Paruta, la célebre Academia de Vicenza, establecida por los años de 1546, y los dos socinianos de Siena Lelio y Fausto, que difundieron la secta en Polonia y le dieron su nombre, secta de los socinianos o unitarios, aunque pronto, por la desastrosa fecundidad que el error tiene, se subdividió en más de treinta escuelas menores, conformes sólo en la negación de la divinidad de Cristo, que es la más grande herejía de los tiempos modernos. No sin razón acusaba Calvino a Servet de tener discípulos secuaces en Italia. Bueno será advertir, sin embargo, que, por haber sido Miguel Servet un alma naturalmente enamorada y mística, no es su unidad tan yerta, vacía y abstracta como la de los socinianos, verdaderos deístas, por no decir ateos disfrazados. Para no caer en tan fría y vulgar impiedad le sirvieron de algo sus reminiscencias neoplatónicas. Y por más que llame triteítas a los ortodoxos y diga que tenemos un Dios tripartito y que somos ateos porque cuando debíamos pensar en Dios nos divertimos a esos tres simulacros, la verdad es que en el fondo de su alma quedaban semillas cristianas, y era, más que devoto, ebrio de Cristo, y su razón le decía que la unidad de los antitrinitarios no puede ser el Dios personal y vivo, acto purísimo, sino un ente de razón, un flatus vocis, en quien no se concibe operación y energía si no se admite la distinción personal. De aquí ciertas felices inconsecuencias y contradicciones de su doctrina, que le ponen muy por cima de todos los socinianos y le hacen precursor de otras doctrinas un poco más altas, aunque no menos erradas. [925]

     Y el grande error de Miguel Servet procede de que, imbuido hasta los tuétanos de las doctrinas neoplatónicas que en la Florencia del Renacimiento se predicaban, y aun cegado por reminiscencias y vislumbres de la escuela de Elea; deslumbrado por el principio de la unidad y consustancialidad de los seres, cree con Plotino que Dios es lo Uno, la unidad universal en su simplicidad perfecta, el ente universalísimo, pero abstracto, y que de El emana el Nous, que es su especie o reflejo, y que en el Nous se transparentan las ideas, el mundo inteligible, realidad única, casi identificada con la inteligencia suprema; y que este mundo inteligible penetra el mundo material por medio del Alma universal, que en el sistema de Servet viene a ser el Espíritu Santo. Panteísmo entre emanatista e idealista, porque de todo tiene, pero no panteísmo psicológico y egolátrico a la moderna; exopanteísmo, concertado hasta cierto punto con la personalidad de Dios, y no endopanteísmo, en una palabra. La triada de Plotino había sido ya un desfigurado plagio de la Trinidad cristiana; en manos de Miguel Servet volvían las hipóstasis: neoplatónicas a confundir y embrollar el dogma, como en los días de mayor delirio de la gnosis, y todo por esa suposición absurda de la realidad primera, que no es ente ni esencia, porque está sobre la esencia y el ente y viene a confundirse con la nada; escollo en que tropezará siempre todo sistema unitario.

     Y aún más que a Plotino se parece Miguel Servet a Proclo, cuyas obras con frecuencia cita, y se parece, sobre todo, en la doble consideración de lo uno, como cosa inimaginable e inaccesible en sí, pero a la vez esencia omniforme y fondo y substratum de todos los seres. Y en Proclo está inspirada, a no dudarlo, su doctrina de los diversos grados de manifestación de Dios, o sea de la esencia unidad; especie de proceso o desarrollo, aunque en sentido inverso, al de la Idea hegeliana.

     Nadie formuló en los siglos XV y XVI con fórmulas tan crudas y precisas como Miguel Servet el misticismo panteísta de los alejandrinos. Los llamados neoplatónicos de Italia, especialmente Marsilio Ficino, eran mucho más eclécticos que él y desde luego más cristianos. Bien puede decirse que, si no desde Scoto Erígena, a lo menos desde Amaury de Chartres y David de Dinant no había aparecido en la Europa cristiana un panteísta tan cerrado y consecuente como Servet. Desde este punto de vista es un personaje aislado y solitario en nuestra filosofía del siglo de oro, aunque como neoplatónico tiene cierta lejana analogía con Judas Abarbanel, o sea León Hebreo.

     En la hoguera de Miguel Servet acaba el panteísmo antiguo; en la hoguera de Giordano Bruno comienza el panteísmo moderno. No sé qué oculto lazo une estos dos nombres y hace recordar siempre el uno cuando se habla del otro. Pareciéronse no sólo en lo aventurero y errante de su vida y en el término desastroso de ella, sino en condiciones geniales, en el poder de la fantasía, en la viveza y lucidez, mezclada con extravagancia, de [926] su entendimiento y en la tendencia sintética. Parécense también en la concepción primera de Dios como unidad vacía y abstracta, de la cual todas las cosas emanaron. Uno y otro profesan la doctrina de la sustancia única y ambos aprendieron en libros neoplatónicos. Pero la doctrina de Bruno, como eminentemente naturalista que es, difiere en su método y punto de partida, aunque no en las conclusiones, de la doctrina idealista de Servet, y «no se puede confundir con la de los alejandrinos, diremos con Mamiani, porque en éstos toda teoría se subordina al concepto de la emanación, la cual, descendiendo a nuevas creaciones, se sutiliza y corrompe como luz que cuanto más se aleja de su centro, más se pierde y mezcla con la sombra: por lo cual, en esta doctrina la materia se estima cosa vana y casi próxima a la nada». Además, Bruno ya no es cristiano, sino absolutamente racionalista, y en esto difiere también de Servet, que, a su modo, era creyente fervoroso en Cristo, y le ponía como centro de toda su concepción teológica y cosmológica. Por el contrario, el Nolano escribe: Noi non cercamo la Divinità fuor del Infinito Mundo e le Infinite cose, ma dentro queste et in quelle. Pero la fórmula última de uno y otro es la misma: esencia omniforme, unidad multímoda. Parécense, finalmente, Bruno y Servet, aparte de sus herejías, en haber sido los dos hombres de ciencia y haber dejado su memoria unida a dos grandes adelantos científicos: el uno, al descubrimiento de la circulación de la sangre; el otro, al sistema copernicano.

     Benito Espinosa se parece a Bruno y a Servet en cuanto panteísta: afirma, como ellos, que Dios es la causa inmanente de todos los seres (Deus est omnium rerum causa inmanens, non vero transiens); que no hay nada fuera de Dios; que las cosas particulares no son más que modos o manifestaciones de los atributos divinos (Res particulares nihil sunt nisi Dei attributorum affectiones); que la sustancia, en cuanto sustancia, no es divisible (Nulla substantia... quatenus substantia est, est divisibilis); que la mente humana es una parte del infinito entendimiento de Dios (Mens humana pars est infiniti intellectus Dei); pero no llega a estas consecuencias partiendo de doctrinas neoplatónicas, sino del concepto cartesiano de la sustancia, desarrollado por método geométrico. Tan cierto es que los caminos de errar son infinitos, pero todos vienen a dar al mismo punto.

     Conviene añadir, aplicadas también a Servet, estas palabras de Wagner (p.22), editor y comentador de Bruno, que marcan bastante bien la diferencia entre el espinosismo y las dos concepciones panteísticas anteriores: «La idea del alma del universo, formadora, vivificadora y artífice interno..., es un mérito de esta filosofía nolana, comparada con la de Espinosa, en cuya fría abstracción se coagula, digámoslo así, el oro liquefacto de la materia, y la individualidad se petrifica, o más bien, se pierde en la absoluta sustancia.»

     Del moderno panteísmo alemán, que desciende unas veces [927] de Espinosa y otras de Bruno, y se distingue, además, por notas y caracteres propios, no ocurre hablar aquí. Sólo apuntaré de pasada la semejanza que se advierte entre la concepción cristológica de Servet, que es lo más original de su sistema, y la del famoso teólogo (Dios me perdone la profanación de este vocablo) Schleiermacher, que en su oscurísima Dogmática (1821) habla de un Cristo que ni es el de la ortodoxia ni tampoco el Cristo puramente histórico y humano de los racionalistas, sino cierto ser superior, cuya perfección consiste en la conciencia de Dios y en ser el tipo ideal de la humanidad y en cierta comunicación primitiva de Dios. Qué quería decir con esto Schleiermacher, negador vergonzante e hipócrita de la divinidad de Cristo, ni lo sé ni pretendo averiguarlo, ni quizá lo entendía él mismo. Sus doctrinas acerca de la regeneración y la Iglesia se parecen algo también a las de Servet, a quien sigue y admira en casi todo su expositor Tollin, verdadero servetista, educado primero por su padre en la doctrina de Schleiermacher.

     Emilio Saisset ha condensado con felicidad las ideas capitales de la metafísica servetiana: «La clave de todas las dificultades que presenta está en que quiere ser a la vez cristiana y panteísta. Para resolver este problema insoluble, para reconocer en Cristo algo más que un hombre, sin ver en él a Dios misteriosamente unido con la naturaleza humana, Servet imagina un Cristo ideal..., intermedio, entre el hombre y Dios. Es la idea central, el tipo de los tipos, el Adán celeste, el modelo de la humanidad, y por ella de todos los seres. Servet coloca entre la divinidad, santuario inaccesible de la eternidad y de la inmovilidad absoluta, y la naturaleza, región del movimiento, de la división y del tiempo, un mundo intermedio, el de las ideas, y hace de Cristo el centro de este mundo ideal. Así cree conciliar el cristianismo y el panteísmo, templando el uno con el otro.»

     ¡Tentativa imposible y absurda, prueba clarísima de la condición interna que el error trae consigo y de la necesidad de escoger entre Cristo y Belial! ¡Y todavía hay doctores españoles que ponen en las nubes los delirios de Schleiermacher, que tantos siglos ha teníamos enterrados nosotros con Servet, de quien, por supuesto, no se acuerdan, y prefieren esas logomaquias y nebulosidades, peores cien veces que las brutales negaciones de los positivistas, a la fórmula admirable de los Padres de Nicea! ¡Y esto en la patria de Oslo! Concibo que un español, si tiene la horrible desdicha de perder la fe de sus mayores, se haga ateo, panteísta o escéptico; pero ¡místico a la alemana, protestante liberal, arriano, teósofo e iluminado! Esto pasa los límites de lo heterodoxo y entra en lo grotesco (1665). [928]
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NOTAS

1563.       Principales biógrafos de Servet (prescindiendo de los historiadores generales de la Reforma, de los biógrafos de Calvino, etc.):

     LA ROCHE (MICHEL DE LA), Historical account of the life and trial of Michael Servetus (en las Memoires of Literature, de M. D. L. R., Londres 1711 y 1712) p.439ss. Fue traducida al francés esta colección con el título de Bibliothèque Angloise, Amsterdam 1717. (Cf. t.2 a.7 de la p.1.ª La Roche extractó por primera vez el proceso de Ginebra.

     ALLWOERDEN (ENRIQUE DE), Historia Michaelis Serveti (Helmstadii 1727). Es una tesis doctoral, sostenida por un discípulo de Mosheim en 19 de diciembre de 1727. Mosheim mismo la encabezó con una carta y al frente el retrato de Servet. Hay una traducción holandesa, que también poseo. (Historie van Michael Servetus den Spanjaart... The Rotterdam by Jan Daniel Beman, 1729; XLIV + 275 páginas, sin los índices.)

     MOSHEIM (LORENZO), Biografía de Serveto, en su Historia de los herejes. (Anderweitiger Versuch einer vollstaendigen und unpartheyischen Ketzergeschichte, Helmstaedt 1748.)

     Dos años después publicó, en vista del libro de D'ARTIGNY, un apéndice: Neue Nachrichten von den berühmten spanischen Arzte Michael Serveto, der zu Geneve Verbrannt (Helmstaedt 1750, en 4.º).

     D'ARTIGNY, Nouveaux mémoires d'histoire, de critique et de littérature, par l'abbé (París 1749) t.2 p.55-154. D'Artigny examinó y extractó el proceso de Viena del Delfinado, que hoy no existe. De aquí el interés de su libro.

     LATASSA, Biblioteca nueva de escritores aragoneses t.1. (Es el primer español que [874] se ocupó con alguna extensión en las cosas de Servet. Sigue principalmente a D'Artigny.) Zaragoza 1798.

     TRECHSEL, Die Protestantischen Antitrinitarier von Faustus Socin t.1 p.61-150. (El autor era pastor en Berna.)

     DE VALAYRE, Légendes et chroniques suisses (París 1842). Hay en ellas un Fragmento histórico sobre Miguel Servet.

     RILLIET DE CANDOLLE (ALBERT), Relation du procès criminel intenté á Genève en 1553 contre Michel Servet (Ginebra 1844). (En 8.º, 160 páginas. Es una tirada aparte de esta preciosa Memoria, inserta antes entre las de la Sociedad de Historia y Arqueología de Ginebra.)

     SAISSET (EMILIO), dos artículos sobre Miguel Servet en la Revue des deux mondes (1848).

     GILLY (D. PEDRO), Biografía de Serveto (fundada especialmente en la de Saisset), publicada en el Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia, año 1852 números de agosto, septiembre y octubre.

     Hay otra biografía castellana de Servet en un extraño libro, titulado Biblioteca del Crisol. Médicos perseguidos por la Inquisición española (Madrid, imp. de D. Andrés Peña, 1855, 96 páginas).

     SUÁREZ BÁRCENA (D. AQUILINO), Miguel Servet, en la Revista de Instrucción Pública, año 1857. Estudio biográfico-bibliográfico, no mal hecho, aunque con noticias de segunda mano.

     En el curso de este artículo tendremos repetidas ocasiones de citar los trabajos de Tollin; ahora baste hacer mérito de los que forman volumen separado.

     -M, Luther und M. Servet: Eine Quellen-Studie (Berlín, Mecklenburg 1875), 61 páginas en 8.º

     -Ph. Melanchton und M. Servet: Eine Quellen-Studie (Berlín, Mecklenburg 1876), 198 páginas en 8.º     Das Lehrsystem Michael Servet's genetlisch dargestellt, 3 tomos (Gütersloh 1876-1878). El primer volumen contiene la exposición de las cuatro primeras fases de la doctrina de Servet; el segundo y tercero, la fase quinta y definitiva, representada por el Christianismi restitutio.

     -Charakterbild Michael Servet's (Berlín, Carlos Habel, 1876), 48 páginas en 8.º Este folleto ha sido traducido al inglés, por una accomplished lady, en 1877 (cf. Christian Life, de Londres, t.2 n.76, 766, 80 y 81); al húngaro o magyar, por DOMINGO SIMÓN (Klausenburg de Transilvania 1878), y al francés por MADAME PICHERAL DARDIER (Michel Servet, Portrait-Caractère... avec une bibliographie des ouvrages de et sur Servet et un appendice en réponse au récent mémoire de M. Chéreau «Histoire d'un livre: Micbel Servet et la circulation pulmonaire», par Charles Dardier, Pasteur de l'Eglise reformée. Paris, Fischbacher, 1879).

     WILLIS (R.), Servetus and Calvin, a study of an important epoch in the early history of the Reformation, London, Henry S. King and Co., 1877. (Con el retrato de Servet y el de Calvino. XVI + 541 páginas.) Printed by Epottiswoode. El autor es un médico notable, nada teólogo y lleno de preocupaciones positivistas contra la teología; así es que su libro flaquea bajo este aspecto. Es, sin embargo, el más literario y mejor hecho de los que se han publicado acerca de Servet.

     GORDON (ALEXO), DE BELFAST, dos artículos sobre el libro de Willis en la Theological Review, de Londres (abril y julio de 1878).

     ROGET (AMADEO), Histoire du peuple de Genève t.4 (Ginebra, Jullien 1877). Buen estudio acerca del proceso.

     Calvini Opera t.8 (ed. de los teólogos de Estrasburgo; contiene los procesos y muchas cartas, etc.). Brunswick, Buhn, 1870.

     DARDIER (CARLOS), Michel Servet d'après ses plus récents biographes (en la Revue Historique t.10, mayo y junio de 1879; 54 páginas). Resume los estudios de Tollin con claridad y acierto.

     CHERÉAU (M. A.), Histoire d'un livre: Michel Servet et la circulation pulmonaire. (Memoria leída en la sesión pública inaugural de la Academia de Medicina de París.) En la Revue Scientifique..., 19 de julio de 1879ª.

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     a Añádase a la bibliografía servetiana:

     The life of Servetus, by Jacques George de Chauffpié... (Londres 1771). XII + 212 páginas.

     CERALDINI. Qualche appunto storico-critico intorno alla scoperta della circulazione del sangue, 1875. (Sostiene la prioridad de Colombo.)

     TURNER (ED.), Remarques au sujet de la lecture faite à l'Académie de Médicine, por M. Chéreau, le 15 de Juillet 1879. (Progrés Médical, 1879.) (Adopta un término medio.)

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1564.       Sobre este primer período de la vida de Servet me remito, por evitar enojosas [876] repeticiones y citas, a lo poco que él dice en sus dos procesos y a estos escritos de TOLLIN:

     Servet's Kindheit und Jugend en Zeitschrift für die historische Theologie, de KAHNIS (Gotta 1875) P346-616.

     Toulouser Studentenleben im Anfang des 16 Jahrhunderts, en Historisches Taschenbuch, de RAUMER (Leipzig 1874, en 8.º).

     Michael Servet's Toulouser Leben, en Zeitschrift für Wissensch. Theol. 1877 (p.342-396).

     Tollin se entusiasma tanto con su héroe, que le parece vivir con él en Tolosa y acompañarle en sus correrías estudiantiles. Lo que hay de histórico en estos escritos es bien poca cosa.

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1565.       Dialoghi de Trinitate, última página.

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1566.       Sigo en este relato a Willis, que se refiere a las Epístolas Ioannis Oecolampadii et Huldrici Zuinglii (I. 4 [Basilea 1536], en folio).

     Sobre todo este período derraman alguna luz, aunque siempre escasa, las siguientes monografías de TOLLIN:

     Die Beichtvater Kaiser Karl's V, en Magazin für die Literatur des Auslandes (abril y mayo de 1874, Berlín, tres artículos).

     Eine Italianische Kaiserreise A. 1529 und 1530, en Historisches Taschenbuch (1877) p.51-103.

     Servet auf dem Reichtag zu Augsburg, en Evangelisch. Reformiste Kirchenzeitung, de THELEMANN, 1876 (dos artículos).

     Y la ya citada Memoria sobre Lutero y Servet. Lo que el biógrafo de éste puede sacar en limpio de tales escritos es, en sustancia, muy poco. Ni a la coronación ni a la Dieta de Augsburgo asistió Servet más que como uno de tantos espectadores, ni de sus relaciones con Lutero hay más prueba (si prueba es) que esta frase anfibológica de una carta de Servet a Ecolampadio: «Aliter enim propriis auribus a te declarari audivi et aliter a doctore Paulo, et aliter a Luthero et aliter a Melanchtone, teque in domo tua monui, sed audire noluisti» (Calvini Opera t.8 col. 862).

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1567.       «Proinde satis video quantum a nobis recedas: et magis iudaizas quam gloriam Christi praedicas» (Calvini Opera t.8 col.860).

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1568.       Es un tomito en 8.º de 120 folios, rarísimo, aunque no tanto, ni con mucho, como, el Christianismi Restitutio. Suele ir unido, en casi todos los ejemplares, a los diálogos De Trinitate, de que hablaré luego. Hay una falsificación hecha en el siglo pasado en Holanda, y cuyos ejemplares van escaseando. En la venta de Du Fay (París), por un ejemplar de la original llegaron a pagarse (en 1725) 450 libras francesas. Los contrahechos se distinguen, según Willis, en ser mejor el papel y los tipos algo mayores. Un arminiano holandés publicó una traducción en su lengua, en 1620 (en 4.º), como arma de guerra contra los calvinistas, aunque sus correligionarios (especialmente Episcopio) desaprobaron altamente tal publicación. No llegó a terminarse, pero se puso a la venta.

     Van de Dolinghen in de Drievuldigheyd, Seven Boecken, eertyds in Latyn deschreven door Michiel Servetus, gheseyt Reves van Aragonien, Spaenjaerd: ende nu ghetrouwelyck overgeset in onse Nederlansche tale, door R. T... Ghedrukt in 't Jaar ons Heeren. l 1620. (El traductor se llamaba Reinier le Tellier.) Tiene un prólogo acerbo contra los calvinistas, aunque en son de alabar su doctrina. El ejemplar latino de que me he valido, que es, sin duda, de la primera edición, pertenece a la Biblioteca Angélica de Roma.

     Cf, sobre las circunstancias tipográficas de este libro:

     SEELEN (JUAN ENRIQUE), en Selectis Litterariis p.52ss de la segunda edición; SCHELBORN (JUAN JORGE), Amoenitates Litterariae; ANDRÉS WESTFALLIO, De libris combustis; RICHARD SIMON, Bibliothèque Critique (t. I c.3), que no le confundió, como algunos de los anteriores, con el Christianismi restitutio; Brunet, etc.

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1569.       Fol.11.

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1570.       «Lege, obsecro, millies Bibliam nam si eam legendo gustum non capias, eo est quia perdidisti clavem scientiae...» (fol.78v.º).

     «Omnem philosophiam et sapientiam ego in Biblia reperio...» (ibidem).

     «Omnia quae Deum spectant, si Scripturis non probentur, sunt mendacia» (fol.40v.º).

     «Figmenta enim sunt imaginaria, quae scripturae limites transgrediuntur

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1571.       «Fundamentum nostrae salutis et fundamentum Ecclesiae est cum fiducia credere hunc Iesum Christum esse filium Dei et Salvatorem nostrum

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1572.       «Ad Verbi speculationem sine fundamento Christi ascendentes quamplurimos cerno, qui parum aut nihil homini tribuunt, et verum Christum oblivioni penitus tradunt... Tria hace in homine cognoscenda, antequam de Verbo loquar. Primo hic est Iesus Christus. Secundo, hic est filius Dei Tertio, hic est Deus» (fol.2v.º).

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1573.       «Peculiari quadam et insigni ratione: est enim ipse naturalis filius... alii filii dono et gratia per ipsum nobis facta» (fol.9)

     «Nullam aliam naturam, nihil praeter hominem natum aut genitum scriptura meminit» (fol.7v.º).

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1574.       «Secundum carnem homo est, et spiritu est Deus, quia quod natum est de spiritu, spiritus est, et spiritus est Deus... Singulari modo Deus erat in eo, et quia per eum Deum habemus propitium, dictus est Emmanuel, id est, nobiscum Deus... Christum esse Deum non natura sed specie, non per naturam, sed per gratiam. Per naturam solus pater dicitur Deus... dicere quod iuxta vocem Elohim. Christus sit factus Deus noster, non magis est quam dicere quod sit factus Dominus noster, postquam datum est ei a patre regnum omne, omne iudicium et omnis potestas... Deus potest ultra quam enarrari possit, hominem extollere, et supra omnem sublimitatem ad dexteram suam collocare Ex privilegio datum est ei ut sit Deus, quia pater eum sanctificat» (passim).

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1575.       «Sed homo Deo nullum praedicatum de novo dat: quid enim, potest homo Deo de novo tribuere...? Ad quod figmentum. communis schola sophisma quoddam communicationis idiomatum adinvenit, scilic. quod natura humana sua praedicata Deo communicat...?» (fol.11 y 12).

     «Arrius... Christi gloriae incapacissimus, novam creaturam homine excellentiorem introduxit» (fol.13).

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1576.       «Ecce... quomodo Christus est factus aequalis Deo, quia omnia quaecumque habet pater, sua sunt. Ecce quomodo morphe, id est, species Deitatis in eo relucebat, dum tanta operabatur mira

     Por lo demás si alguna duda quedara de que Servet no admitía en sentido recto y ortodoxo, sino en el figurado y metafórico, la divinidad de Cristo, bastaría fijarse en la interpretación que da a las palabras del Apóstol: Non rapinam arbitratus est, etcétera, «Quae potuit esse rapinae suspicio in eo, qui est eadem res, eadem natura: frivole namque locutus esset Paulus

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1577.       «Tertiam rem absolutam ab aliis duobus vere et realiter distinctam adinvenerunt philosophi...» (fol.21).

     «Omnes illi animi motus dum Christi religionem concernunt, sancti dicuntur et Deo sacrati, quia nemo potest dicere Dominum Iesum, nisi in Spiritu Sancto... Quasi Spiritus Sanctus non rem aliquam separatam, sed Dei agitationem, energiam quamdam seu inspirationem virtutis Dei designet... Nec aliud Spiritus Sanctus est, nisi viva Dei voluntas et agitatio» (fol.128).

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1578.       «Nam pater est tota substantia et unus Deus, ex quo gradus isti et personatus descendunt»

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1579.       «Nam eadem divinitas quae est in patre, communicatur filio Iesu Christo et Spiritui nostro, qui est templum Dei viventis... Sunt enim filius et sanctificatus spiritus noster consortes substantiae patris, membra, pignora et instrumenta, licet varia sit in eis Deitatis species» (fol.29).

     «Quia tres sunt admirandae Dei dispositiones, in quarum qualibet divinitas relucet» (fol.286).

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1580.       «Ideo Deus communicando nobis dona, dicitur dare nobis Spiritum Sanctum. Ea enim ratione illae virtutes solent exemplares vocari, quia sicut earum idea in Deo relucet, ita eis in nobis relucentibus, dicitur exemplar Dei seu Spiritus eius Sanctus in nobis» (fol.31v.º).

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1581.       Das Lehrsystem Michael Servet's, genetlisch dargestellt von H. Tollin, Lic. Theol. Prediger zu Magdeburg. Erster Band. Die vier ersten Lehrphasen. Gütersloh... Bertelsmann, 1876. (250 páginas en 8.º)

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1582.       «Saepe, Oecolampadium interrogarat, saepe Capitonem» (carta de Grineo a Bucero en el Corpus Reformatorum t.36 p.872).

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1583.       «Nam Logos non philosophicam illam rem sed oraculum, vocem, sermonem, eloquium Dei sonat... Et multo magis est temerarium de sermone facere filium» (fol.47v.º).

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1584.       «Prototypus, imago illa seu prima mundi figura, Christus» (fol.119).

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1585.       «Spiritualiter igitur intelligendum Christum esse Deum... Et quia spiritus eius erat totus Deus, denominatur ipse Deus, sicut a carne denominatur homo... Nam illum quem ipsi sive filium sive Christum effingunt, ego non separo, quia nihil est. Declarare igitur nullum, id quod nihil est, non est blasphemia

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1586.       «In illa quae aspiratur et respiratur materia esse Deitatis energicum et vivificantem Spiritum... Intra ipsam venti substantiam est ipsemet Deus agens

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1587.       «Ne alicuius inimus exasperetur, si angelum, sicut et exteriorem flatum, Spiritum Sanctum appello

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1588.       Y hasta llega a decir: «Nihil aliud extra hominem dicitur Spiritus Sanctus

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1589.       «Ipsemet Deus est spiritus noster» (fol.67).

     «In spiritu nostro est efficax quaedam et latens energia, quidam coelestis servus et divinum quid latens» (fol.67).

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1590.       «Nulla res ex sui natura dicitur spiritus, sed in quantum est spiritualis motio» (fol.86).

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1591.       «Nomina divinitatis insigniora sunt Elohim et Iehovah: alterum Christi, alterum Patris nomen... Christus, prout crat apud Deum, indifferenter Iehovah et Elohim dicitur... Christus ipse Elohim erat essentiae fons, a quo omnes res mundi emanarunt... Essentians seu essentiam daturus ipsi Elohim Christo... Monarchia Iehovah per oeconomiam Elohim ad nos venit... Seu essentiae fons, dicitur Deus item fons lucis, pater spirituum et pater luminum» (fol.97-102).

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1592.       «Sed quia a Deo f1uunt essentiales radii et radiantes angeli... De eius thesauris a paterno pectore essentiales flatus tanquam filii ex utero patris egrediuntur... Multiplices proficiscuntur divinitatis radii... Nec est aliquid in mundo, quod verius dici possit essentia, quam id quod Deus suo, charactere subsistere disponit... Immo dico quod omnium rerum essentiae est ipse Deus et omnia sunt in ipso» (fol.102).

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1593.       Servet's Pantheismus, artículo publicado en Zeitschrift für wissensch. Theologie... (Leipzig 1876) p.241-263; en 8.º

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1594.       «Christus est plus quam imago, licet verba me deficiant... Erat ipsemet facies Dei, et ipsemet Deus, erat effigies seu forma quaedam ipsummet esse Dei continens...»

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1595.       «Emanationis vocabulum quid philosophicum sapit, quod infra Dei naturam cadere non potest

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1596.       Carta de Calvino a Sulzer, 1553.

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1597.       Al fin de una copia del De Trinitatis erroribus, que describe ALLWOERDEN en su Historia Michaelis Serveti, y que ahora está en la Biblioteca Nacional de París, hay una Refutación (Confutatio) que Tollin atribuye a Bucero.

     Cf. el análisis y extracto que de ella hace el mismo TOLLIN en los Theologische Studien und Kritiken, de RIEHM Y KOSTLIN (Gotta 1875) p.711-736; en 8.º

     Cf. además:

     Straburger Kirchliche Zustande zu Anfang der Reformationszeit, en el Magazin für die Literatur des Auslandes (1875) p.333-336; en 4.º

     Michael Servet und Martin Butzer, 1876, en la misma revista.

     Sobre las relaciones con Melanchton, que encontraba en Servet muchas cosas buenas (Etiamsi multa alia bona scribat), véase el libro especial del mismo TOLLIN, Ph. Melanchton und M. Servet. Eine Quellen-Studie... Berlin 1876 (198 páginas), que es una minuciosa comparación entre las doctrinas de uno y otro. Tachaba Melanchton a Servet de confusísimo y de acercarse a la herejía de Paulo de Samosata. Volveremos sobre este punto.

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1598.       «Retracto non quia falsa sint, sed quia imperfecta, et tanquam a parvulis scripta

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1599.       Dialogo- rum De Trinitate, libri duo: De Iustitia Regni Christi Capitula quatuor. Per Michaelem Servetum, alias Reues ab Aragonia Hispanum. Anno M.D.XXXII. (48 páginas dobles, sin foliatura, en 8.º)

     Los tipos son los mismos que los del De Trinitatis erroribus, al cual acompaña siempre. Hay una edición contrahecha. Al reverso de la portada hay un aviso al lector, donde se leen las palabras antes citadas, y además éstas: «Quae nuper contra receptam de Trinitate sententiam septem libris scripsi, omnia nunc, candide lector, retracto... Quod autem ita barbarus, confusus et incorrectus prior liber prodierit, imperitiae meae et typographi iniuriae adscribendum est

1600.       «Ego non sperarem me unquam fore filium Dei, nisi participationem haberem naturalem cum eo qui verus filius est, ex cuius filiatione nostra filiatio pendet, sicut ex capite membra... Nec volo sic dicere quod verbum fuerit umbra quae transierit et non permaneat, immo, eadem est nunc huius corporis quae olim fuit verbi substantia...»

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1601.       «Ecce iam, verbo creat: ecce hic Logos et Elohim et Christum... Eo ipso quod loquitur Deus, certo modo se disponit et aliquid in se ipso agit, eo ipso quod se creatorem facit, aliqualiter enim tam se habet qualiter antea non se habebat. Eo ipso quod loquitur, iam se manifestat...» etc., etc.

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1602.       «Tunc Deus factus est spiritus, nam antea quam Deus inspiraret non erat spiritus, nec potuit esse spiritus antequam Deus loqueretur, quoniam Deus loquendo flavit... Deus olim non in veritate, sed in umbra fuit adoratus, in lapideo templo, in ligneo tabernaculo... Nunc autem cum templum Dei sit ipse Christus, ibi oportet adorare et spirituali adoratione, sicut internis oculis, videtur Christus...»

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1603.       «Immo Corpus Christi est ipsissima plenitudo, in quo, omnia conciliantur, concurrunt, recapitulantur... scilicet Deus et homo, coelum et terra, circumcisio et praepucium. Ipsissimum Corpus Christi est divinum et de substantia Deitatis. Si Christianus sis, necessario te oportet concedere hanc carnem de coelo descendisse

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1604.       «Egressus est Christus in mundum... non ex nihilo sed ex ipsa Dei hypostasi eductus... Non creatur ex nihilo caro, sed educitur ex Deo et fit caro et consistit in ea hypostasi... Nisi hoc de carne Christi esset mihi persuasum, non haberem in eo spem ullam

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1605.       «Nulla alia erat Dei substantia nisi Verbum illud quod erat essentia et causa universorum entium, essentia alias res essentians...»

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1606.       «Nulla Deo convenit naturae ratio sed quid aliud ineffabile. Deus in seipso nullam habet naturam... Nec est in hoc aliqua rerum confusio aut pluralitas, sed una sola res, una hypostasis sive una substantia, unum plasma ex coelesti semine in terram plantato in unam substantiam coalescens

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1607.       «Christus non est creatura sed particeps omnium creaturarum... Omnia implet

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1608.       «In Spiritu Sancto, sicut et in Christo, est divina substantia, simul et cum hoc creaturae sive humani spiritus assimilatio quaedam... Et sicut Verbum Dei participationem carnis accepit, factus substantialiter caro, ita eius spiritus substantialem quamdam humanitatis speciem acquisivit... Et ut clarius loquar, dico quod Spiritus Sanctus est nunc persona, et in lege non ita erat persona. Personam voco, quia est hypostasis divina, sive substantia, in solum Christum naturaliter suspirata, et deinde per Christum in nos diffluens... Cum dicimus Deum, consideramus illum separatim extra omnem creaturam et ineffabilem. Quum vero dicimus Verbum, consideramus prolatam eius in hoc mundo praesentiam. Et quum dicimus Spiritum. consideramus spiantera eius in mundo virtutem

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1609.       «Secundo dicimus quod in vita gloriae mercedem per charitatem et per omnia opera bona thesaurizamus. Superlucramur autem super fundamento fidei per charitatis opera, per orationes et eleemosynas et ieiunia... Nunquam quantum debemus operamur...Quod autem nobis per gratiam et fidem aeterna vita donatis augeatur gloriae merces per charitatis opera, nulla est repugnantia... Fides est ostium et charitas est perfectio...Nec fides sine charitate, nec charitas sine fide» (c.4).

     Promete publicar un tratado contra el De servo arbitrio, de LUTERO.

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1610.       Cf. muy a la larga las pruebas de esto en la ya citada Memoria Melanchton y [887] Servet, especialmente en el c.3ss. Al principio pareció a Melanchton que en lo de la justificación Servet deliraba. Le concedía agudeza en la disputa, pero no gravedad ni juicio (epíst. de 9 de febrero de 1533 a Joaquín Carnerario). Esto no fue obstáculo para que le estudiara, y aun saqueara, hasta en la doctrina cristológica y en la del Espíritu Santo.

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1611.       Así lo atestigua TEODORO BEZA en su Vie de Calvin (1565) citada por DARDIER en la página 22.

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1612.       «Non sine praesenti vitae discrimine» (Calvini Opera t.8, Delensio col.460, edición de los teólogos de Estrasburgo).

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1613.       «Mais voyant l'offre que je luy faisoye, jamais n'y voulut mordre

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1614.       Michael Servet als Geograph, en Zeitschrift der Gesellschaft für Erdkunde, de KONER (Berlín 1875) p.182-222.

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1615.       Claudii Ptole- maei Alexandrini Geographicae Ena- rrationis. Libri octo. Ex Bilibaldi Pirckeymeri translatione, sed ad Graeca et prisca exemplaria a Mi- chaele Villanovano iam primum recogniti. Adiecta insuper ab eodem Scholia quibus exoleta urbium no- mina ad nostri saeculi morem expo- nuntur. Quinquaginta illae quoque cum veterum tuum recentium tabaluae adnectuntur, variique incolentium ritus et mores explicantur. Lugduni. Ex officina Melchioris et Gasparis Trechsel Fratrum. M.D.XXXV.

     A la vuelta: «Michael Villanovanus lectori salutem: Ex aliis codicibus, cum graecis, tum latinis, aliorumque auctorum assidua lectione, locos ad multa millia nos restituisse... Longitudinum et latitudinum numeros emendavimus... Scholia deinceps adiecimus quo lectio esset dilucidior, suavior et planior... Et quo magis tyronum animos ad hanc lectionem intenderemus, materna lingua tanquam faciliore, plurima urbium vocabula explicuimus, ut cum Gallis gallice, cum Germanis germanice, cum Italis italice, cum Hispanis hispanice loqui videremur, quorum omnium, regiones vidimus, et linguas utcumque novismus.»

     En el folio siguiente se halla la dedicatoria de Bilibaldo a Sebastián, obispo brixiense, y el índice del primer libro. Sigue el texto, con notas marginales. Ciento cincuenta folios a dos columnas, para el texto de Ptolomeo, y otra en que se repiten las señas de la impresión. A continuación los mapas, con las descripciones de Servet; el Index copiosissimus, otro de distancias y una Tabla para la conversión de los grados de fuera de la equinoccial en grados equinocciales (Biblioteca de Bruselas).

     El pasaje relativo a la Tierra Santa dice así: «Scias, tamen, lector optime, iniuria aut iactantia pura, tantam huic terrae bonitatem fuisse adscriptam, eo quod ipsa experientia mercatorum et peregre proficiscentium, hanc incultam, sterilem, omni dulcedine carentem depromit

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1616.       «Ex quo apparet nostrates non tam infeliciter discere, nec verbositate et simulatione sapientiam ostentare, vel tam multis nominibus et consuetudinibus barbariem colere, quam Munsterus in suo novo Ptolomaeo praedicat, ubi ad imitationem cuiusdam Michaelis Villanovani, hominis mihi incogniti et hac: in re non mediocriter lapsi. Hispanorum et Gallorum comparationem induxit.» (Cf. Hispania p.77 de los Opúsculos de DAMIÁN DE GOES, Coimbra 1791. Léase toda la apología contra Munster.)

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1617.       Calvini Opera t.8 col.745, interrogatorio de 17 de agosto.

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1618.       «Cui ut discipulus multum debeo», dice SERVET en la Brevissima Apologia.

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1619.       Cf. WILLIS, p.101 y 102; TOLLIN, Des Arztes Michael Servet Lehrer in Lyon Dr, Symphoriem Champier, en el Archiv für pathologische Anatomie und Phisiologie, de RUD. VIRCHOW (Berlín 1874) p.377-382, en 8.º; y Wie Michael Servet ein Mediciner Wurde, con un suplemento de AL. GOSCHEN, en Deutsche Klinik (Stuttgart 1875) p.57-59 y 65-68.

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1620.       El procurador general de Ginebra, Claudio Rigot, pregunta a Servet: «Soubz quels medicins il a esté faict docteur e a quel lieu et qu'il face foy de ses lettres?» Y Servet responde: «Qu'il a estudié soubz Jacques Silvyus, Guiterius Andernachus, Fernel, et a encore les assignatoures deulx», etc., etc.

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1621.       L. 4 (Basilea 1539); en 4.º

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1622.       Tollin es el único que ha visto este opúsculo (16 páginas sin foliar) y promete publicarle.

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1623.       BULAEUS (DU-BOULAY), Historia Universitatis parisiensis, inserta el protocolo del proceso en el t.7 p.331-334 (París 1673).

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1624.       Syruporum universa ratio ad Galeni censuram diligenter exposita: cui post de Concoctione disceptationem, praescripta est vera purgandi methodus, cum expositione Aphorismi: Concocta medicari. Michaele Villanovano Authore... Parisiis ex officina Simonis Colinaei, 1537. (En 8.º, 71 folios y uno de erratas.) Reimpreso en 1545, 1546, 1547 y 1548. Así y todo, es libro raro. Su latinidad es más elegante que la de otros escritos servetianos. Pone al principio un dístico griego, quizá suyo, que traducido suena: «Si quieres mantener tu cuerpo en buen estado y templar la crudeza de los humores, guíate por la doctrina de este libro».

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1625.       Cf. FLOURENS, Historia del descubrimiento de la circulación de la sangre (París 1857).

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1626.       «Vere non sunt tres sed duo spiritus distincti. Vitalis est spiritus, qui per anastomoses ab arteriis communicatur venis, in quibus dicitur naturalis... Tertius est spiritus animalis, quasi lucis radius, cuius sedes est in cerebro et corporis nervis... Vitalis spiritus in sinistro cordis ventriculo suum originem habet, iuvantibus maxime pulmonibus ad ipsius generationem. Est spiritus tenuis, caloris vi elaboratus, flavo colore, ignea potentia, ut sit quasi ex puriori sanguine lucidus vapor substantiam in se continens aquae, aeris et ignis. Generatur ex facta in pulmonibus mixtione inspirati aeris cum elaborato subtili sanguine, quem dexter ventriculus cordi sinistro communicat. Fit autem communicatio haec non per parietem cordis medium, ut vulgo creditur, sed magno artificio a destro cordis ventriculo, longo per pulmones ductu agitatur sanguis subtilis: a pulmonibus praeparatur: flavus efficitur, et a vena arteriosa in arteriam venosam transfunditur... Deinde in ipsa arteria venosa inspirato aeri miscetur, et expiratione a fuligine repurgatur... Quod ita per pulmones fiat communicatio et praeparatio, docet coniunctio varia et communicatio venae arteriosae cum arteria venosa in pulmonibus».

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1627.       «Ergo in pulmonibus fit mixtio... In sinistro cordis ventriculo non est locus capax tantae et tam copiosae mixtionis, nec ad flavum illum elaboratio illa sufficiens. Demum paries ille medius, cura sit vasorum et facultatum expers, non est aptus ad [893] communicationem et elaborationem illam, licet aliquid resudari possit. Eodem artificio, quo in hepate fit transfusio a vena porta ad venam cavam propter sanguinem, fit etiam e pulmone transfusio a vena arteriosa ad arteriam venosam propter spiritum... Ille itaque spiritus vitalis a sinistro cordis ventriculo totius corporis deinde transfunditur» (p.171 del Restitutio).

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1628.       Además de las memorias de Chéreau y de Dardier, ya citadas, puede verse la de TOLLIN, Die Entdeckung des Blutkreislaufs dur Michael Servet (Jena 1876), 81 páginas en 8.º, y las excelentes páginas en que Willis expone este descubrimiento.

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1629.       Calvini Opera t.8 col.769.

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1630.       «Claudii Ptolemaei Alexan- drini Geogrophicae Enarrationis Libri octo. Ex Bilibaldi Pircke- ymeri translatione, sed ad Graeca et prisca exemplaria a Michaele Villamiovano secundo recogniti, et locis innumeris denuo castigati. Adiecta insuper ab eodem Scho- lia, quibus et difficilis ille Primus Liber nunc primum explicatur, et exoleta Urbium nomina ad nostri saeculi morem exponuntur. Quinquaginta illae quoque cum Veterum, tum Recentiorum tabulae adnectuntur, variique incolentium ritus et mores explicantur Accedit Index locupletissimus hactenus non visus. (Escudo del impresor.) Prostant Lugduni, apud Hugonem a Porta.M.D.XLI, (Biblioteca de Bruselas.)

     Al folio siguiente está la dedicatoria: Amplissimo, illustrissimoque ac Reverendissimo D. Dno. Petro Palmerio, Archiepiscopo et Comiti Viennensi, Michael Villanovanus Medicus S. D. «Post primam illam Geographiae Ptolemaeicae scholiis meis editionem... cum te praesente et patrono, Lutetiae Mathemata publice profiterer, sedulo operam dedi ut altera iam editio multo prodiret castigatior. Ad quam rem non mediocre mihi calcar adiecit acre iudicium tuum, cum locos in priori editione corruptos passim deprehenderes... Sacro tuo nomini libuit dedicari... qui mihi, multis iam annis fueris Mecaenas, qui et Geographiam ipsam Ptolemaei a me sis dignatus audire

     Muéstrase también muy agradecido al hermano del arzobispo, Juan Paulmier, prior de San Marcos; a Claudio de Rochefort (Rupe-Forti), vicario general del arzobispado; a Juan Albo (Blanc), prior de San Pedro y San Simeón, y a Juan Perrellio, médico del obispo: meique olim in studiis apud Lutetiam socii (Pridie Kal. Martii, 1541); 180 folios de texto, sin los mapas y el índice; y otra con las señas de impresión: Gaspar Trechsel excudebat Viennae, M.D.XLI.

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1631.       Biblia Sacra ex Sanctis Pagnini transla- tione, sed ad Hebrai- cae linguae amussim no- vissime ita recognita et scholiis illustrata, ut plane nova editio videri possit. Accessit praeterea Liber interpretationum Hebraicorum, Arabicorum, Graecorumque nominum quae in sacris litteris reperiuntur ordine alphabetico digestus, eodem authore, Lugduni, Apud Hugonem a Porta. M.D.XLII. Cum privilegio ad annos sex. (En folio, 5 hojas de preliminares y 266 para entrambos Testamentos; 36 hojas con el índice de los nombres y una página de erratas.) -Lugduni, Excudebat Gaspar Trechsel. Anno M.D.XL.II.. (Biblioteca Angélica de Roma.)

     Michael Villanovanus lectori S... «Ob quam rem semel et iterum velim rogatum, Christiane Lector, ut primum Hebraice discas, deinde historiae diligenter incumbas, [896] antequam prophetarum lectionem aggredieris... Unde et nos litteralem illum veterem seu historicum passim neglectum sensum conati semper sumus scholiis eruere...»

     Luego habla de las anotaciones que había dejado Santes Pagnino. «Annotamenta in quam quae ille nobis quam plurima reliquit. Nec solum annotamenta, sed et exemplar ipsum locis innumeris propria manu castigatum...»

     Cf., sobre los trabajos bíblicos de Servet, Servet und die Bibel, de TOLLIN, p.75-116, en Zeitschrift für wissensch. Theol. (1877).

     De los otros trabajos de Servet hay noticias en el proceso de Viena, extractado por D'ANTIGNY (p.68), y en la Bibliotheca Antitrinitariorum, de SAND (p.11), donde dice que el Desiderius se imprimió por primera vez en castellano y fue luego traducido al holandés (Rotterdam 1590, Harlem 1646, Dordrecht 1654, Amsterdam 1660, La Haya 1664, Amsterdam 1678; y en verso, Rotterdam 1679, en 8.º) y al latín, con el título de Dialogus de expedita ad Dei amorem via (Rotterdam 1574 y 1577 y Dillingen 1583)

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1632.       «Non pas (escribe a Frellon) que j'aye grand espoir de profiter gueres envers tel homme, selon que je le voy disposé, mais afin d'essayer encore s'il y aura quelque moyen de le réduire... Pour ce'qu'i1 m'avoit escrit d'un esperit tant superbe, je luy ay bien voulu rabattre unt petit de son orgueil, parlant a luy plus durement que ma costume me porte... S'il poursuit d'un tel style comme il a faict maintenant, vous perdrés tems a me plus solliciter a travailler envers lui... Et ferois conscience de m'y plus occuper, ne doubtant pas que ce ne fust un Sathan pour me distraire des aultres lectures plus utiles...» (carta de 13 de febrero de 1546). «A sire Jehan Frellon, marchand libraire, demeurant a Lyon, en la rue Merciere, enseine de l'Escude Couloxgne», publicada con la esquela de remisión de Frellon a Servet en el libro de D'Artigny, que la tomó de los archivos episcopales de Viena.

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1633.       «Servetus nuper ad me scripsit, ac litteris adiunxit longum volumen suorum deliriorum cum thrasonica iactantia, dicens me stupenda et hactenus inaudita visurum, si mihi placeat, huc se venturum recipi. Sed nolo fidem meam interponere. Nam si venerit, modo valeat mea auctoritas, vivum exire misinquara patiar» (t.12 de las Obras de Calvino col.263). El mismo día escribió una carta idéntica a Pedro Viret, de Lausana.

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1634.       Cf. la carta de Marrinus en D'ARTIGNY, p.73.

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1635.       Christianismi Restitutio. Totius Ecclesiae Apostolicae est ad sua limina vocatio, in Integrum restituta Cognitione Dei, Fidei Christi, Iustificationis nostrae, Regenerationis Bapti- smi, et Coenae Domini Manducationis. Restituto de- nique nobis Regno coelesti, Babylonis impia a Captivi- tate soluta, et Antichristo cum suis penitus de- structo. Kai\ e)ge/neto po/lemoj e)n tw=? ou)ranw=?. M.D.LII (734 folios en 8.º). Es uno de los libros más raros del mundo, porque casi toda la edición fue destruida y quemada en Viena y en Ginebra. No se conocen más que dos ejemplares: uno en la Biblioteca Imperial de Viena y otro en la de París. El primero, que había pertenecido a una congregación de socinianos polacos, fue regalado en 1786 al emperador José II por el conde Samuel Telecki de Izek, a quien recompensó aquel monarca con un magnífico diamante. El de París (D. 2,11,274) parece haber pertenecido sucesivamente a la Biblioteca de Cassel (Alemania), a la del médico inglés Ricardo Mead, a la del numismático Claudio Gros de Roze, a la del presidente de Cotte, a la de Luis Gaignat y a la del duque de La Vallière, que pagó por él 3.810 libras. En la venta de sus libros, hecha en 1783, le adquirió la Biblioteca por 4.121 libras. Tiene manchas de humedad, pero no quemaduras como se ha venido repitiendo, hasta inferir de este falso supuesto que es un ejemplar escapado de las llamas. Lo indudable es que anduvo en manos de Colladon, quien firma un Índice de las proposiciones heréticas, que va al fin, y que subrayó además muchos pasajes. Dícese que ha parecido recientemente otro ejemplar en Edimburgo.

     En 1791 se hizo en Nuremberg una reimpresión o falsificación de este libro, conservando la fecha de la edición antigua, que se procuró imitar hasta en la letra y el [899] papel. Va escaseando ya, porque se tiraron pocos ejemplares. La dirigió el Dr. De Murr, valiéndose del ejemplar de Viena, y puso al fin, en caracteres muy pequeños, la verdadera fecha. Es fácil distinguirla de la primitiva porque ésta tiene 33 líneas de a 72 milímetros en cada página, y la de Viena 36 líneas de a 80 milímetros.

     Hay otra reimpresión, casi tan rara como el mismo libro original, pues fue destruida casi toda, y, además, no pasó de la página 252. La había emprendido el Dr. Mead en 1723; pero el obispo de Londres Gibson le prohibió continuarla. La parte impresa valió 1.700 libras en la venta del duque de la Vallière. Hay un ejemplar, según Willis, en la Library of the London Medical Society.

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1636.       «Logos repraesentatio erat, idealis ratio seu relucentia Christi in mente divina... Verbum erat repraesentatio Christi, verbum personale erat apud Deum, et erat ipsemet Deus... Verum itaque exemplar et primaria imago seu prototypum est ipsemet Christus Iesus, ad cuius imaginem nos sumus olim facti... Idea est ipsamet verbi species et forma divina... Ut in anima tua sunt rerum corporearum et divisibilium. formae, iita in Deo, in eo essentialiter, in te accidentaliter

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1637.       «Quidquid est in mundo, si ad Verbi et Spiritus Iumen comparatur, est crassa materia, divisibilis et penetrabilis. Usque ad divisionem animae et spiritus penetrat lux illa. Ipsam angeli et animae substantiam penetrat et implet lux Dei, sicut lux solis aerem penetrat et implet. Ipsam quoque lucem solis penetrat et sustinet: lux illa Dei omnes mundi formas penetrans et sustinens est forma formarum... Deus lux est, eam ipsam lucem nos videmus in facie Christi... Deus ipse essentia sua est mens omniformis... Substantia ipsa Spiritus Dei, a qua angeli et animae emanarunt... Deus est substantiae pelagus infinitum, omnia essentians, omnia esse faciens, et omnium essentias sustinens. Ea ipsa Dei universalis et omniformis essentia homines et res alias omnes essentiat... Habet itaque Deus infinitorum millium essentias, et infinitorum millium naturas, non metaphysice divisas

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1638.       «Modus plenitudinis substantiae in solo corpore et spiritu Iesuchristi... Modus corporalis... Modus spiritualis... Ultimus modus est in singulis rebus iuxta proprias ideas specificas et individuales...»

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1639.       «Deus est id totum quod vides et id totum quod non vides... Deus est omnium rerum forma et anima et spiritus... Ipse est pars nostra et pars spiritus nostri

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1640.       «Ab aeterno erant in Deo rerum omnium imagines seu repraesentationes, in sapientia ipsa, in verbo ipso Dei, ut in archetypo mundo vere lucentes. Nam Deus in scipso, in lumine suo, omnia videbat, rerum omnium ideas, velut in speculo lucentes, sibi insitas habens... In mente Dei erant rerum creandarum ideae antequam res ipsae crearentur... Ad eumdem modum nos domum, urbem aut alias res facturi, ideas mente concipimus, quae ipsae sunt a luce Dei, seu instar lucis Dei... Cogitamus nos de rebus, communicata nobis divina sapientia quae, ut ait Philo, est in nobis emanatio quaedam claritatis Dei... Absque reali Dei partitione aut divisione, sunt in immensitate lucis eius, infiniti radii, infinitis modis relucentes... Lux est quae cum corporalibus spiritualia connectit, omnia in se continens et palam exhibens. Imagines in anima sitae sunt natura lucidae, naturalem lucis cognationem habentes cum externis formis, cum externa luce et cum essentiali ipsa animae luce. Et ea ipsa essentialis animae lux habet earum imaginum originale seminarium, ex Symbolo Deitatis et Verbi lucis, in qua est omnium exemplaris imago... In hoc mundo... veritas nulla est... Si qua vero in rebus his videtur esse veritas, est potius veritatis simulachrum et umbra transiens. Nam veritas est cuiusvis naturae constans et immaculata puritas... Veritas est sermo Dei aeternus, cum aeternis exemplaribus ac rerum omnium rationibus... Illan Christi formam, ab aeterno cogitans primam constituit vitae scaturiginem, quam in creatione et incarnatione patefecit

     Quiere comprobar esta doctrina con citas de Zoroastro, el falso Orfeo, el PseudoTrimegisto, Platón y los alejandrinos, mezcladas con otras del Libro de la Sabiduría y del Eclesiástico.

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1641.       «Ultimo ex praemissis comprobatur... omnia esse unum quia omnia sunt unum in Deo, et in Deo uno consistunt. Ad illud immutabile alia mutabilia in unum reducuntur. Qualitates seu accidentales formae cum priore forma unam formam faciunt. Quae a luce sunt orta, in unum cum luce coeunt, cum luce ipsa quae est mater formarum. [902] Spiritus et lux sunt unum in Deo, ergo et alia sunt unum in Deo... Rerum idea, in quibus res ipsae in esse uno consistunt, sunt unum in Deo... Meminisse oportet esse varios divinitatis modos et subordinationes

     Aplaude aquí la doctrina de Parménides de Elea y Meliso, pero, sobre todo, la del Pseudo-Trimegisto, y censura a Aristóteles.

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1642.       «Quemadmodum Dei essentia, quatenus mundo manifestatur, est Verbum, ita quatenus mundo communicatur, est spiritus... Quemadmodum in Verbo erat idea princeps creati hominis, ita in Spiritu erat idea princeps creati Spiritus... Erat Spiritus in archetypo, spirationis constitutio certa, sempiterne in Deo constans et inde velut exiens... Sermonis et Spiritus erat eadem substantia, sed modus diversus... Ad quam, rem sunt aliquot similitudines, si hoc prius bene cogites, Deum immensum qui creaturis universis est essentialiter conformatus et exhibitus, se homini multo magis conformasse et essentialiter exhibuisse per sermonem et spiritum

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1643.       «Omnia per intermediam lucem et ideam sunt unum cum Deo, in umbra eius veritatis quae Christus est sine medio vere consubstantialis Dei» (cita en testimonio a Trimegisto y a Zoroastro, de quienes dice que sólo les faltó el conocimiento de Cristo para acertar en esta cuestión). «Sunt nunc in anima Christi ipsaemet originales ideae, et continet anima illa ipsamet sapientiam Dei, sibi hypostatice unitam, cum individua ipsa rerum omnium cognitione..». «De substantia ipsa Spiritus Christi, quodam spirationis defluxu emanavit angelorum substantia et animarum. Multo excellentius est artiticium in compositione hominis quam angeli, et maior futura hominis gloria quam angeli. Angeli nequam, superbi, nostra dignitatis invidia sunt commoti

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1644.       «Materialis dici potest substantia, quae ab alia penetratur et aliam intus suscipit. Talem prisci docuerunt esse angelorum et animatum substantiam ad cuius divisionem penetrat lux Dei... Animae separatae similem nobis formam retinent, substantialiter namque conformantur ipsi figurae hominis... Omnia sunt divisibilia, excepto Deo.» (Aquí varias citas de Psello, Porfirio y Proclo.) «Illud substantiale spiraculum», etc., etc.

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1645.       «Spiritus... inter se sunt distincti, et sunt unus spiritus in Deo... Spiritus est unus et multiplex, varias habens dispensationis mensuras et adiuncta quaedam in nobis vere divisa... Est una idea divina materiam ita constituens et formam et animam in esse uno...In Verbo est idea filii, in carne est idea filii seu idea totius, in terrea materia cuiusvis hominis est idea filii, seu totius imago, similiter in reliqua trium elementorum substantia...»

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1646.       «Anima Christi est Deus. Caro Christi est Deus, sicut Christus est Deus... In Christo est anima similis nostrae, et in eo ipso est essentialiter Deus, in Christo est spiritus similis nostro, et in eo ipso est essentialiter Deus. In Christo est caro similis nostrae, et in ea ipsa est essentialiter Deus. Anima Christi est ab aeterno, spiritus Christi est ab aeterno. Caro Christi est ab aeterno in propria deitatis substantia... Anima eius essentialem animationem ab aeterno continet, a qua aliae animae spirabunt... In futuro saeculo, substantia Deitatis ab eo in nos radiabit, suae deitatis et lucis communicatione transformans et glorificans

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1647.       De fide, et iustitia regni Christi, legis iustitiam superantis, et de charitate, libri tres. En el I.3 dice que, aunque las buenas obras, por sí solas, no justifiquen, tendrán, con todo eso, su premio; es decir, un aumento de gloria.

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1648.       De generatione superna et de regno Antichristi, libri quatuor. El 1.1 es: De orbis perditione et Christi reparatione, de coelesti, terrestri ac infernali Sathanae et Antichristi potestate et de nostra victoria. El 2: De circumcisione vera, cum reliquis Christi et Antichristi mysteriis, omnibus iam completis. El 3: De ministeriis Ecclesiae Christi et eorum efficacia. El 4: De ordine mysteriorum regenerationis.

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1649.       «Scientia nostra est contra naturam; naturaliter inimica Dei et veritatis, quia a serpente diabolo, qui est pater mendacii, scientiam boni et mali ab initio sumus edocti

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1650.       «In hac dominica coena manducatio vera corporis Christi est interna et spiritualis. Hic panis est corpus Christi, quia hic panis in externa manducatione est idipsum quod corpus Christi in interna... Aliqua ergo per Christi voluntatem et institutum est vis huius mystici symboli

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1651.       «Creatoris substantiam esse Creaturae in unum plasma varie unitam et mixtam tam in anima quam in corpore; quorum omnium specimen est Christus... Spiritus Dei est hypostatice spiritus hominis, et ita se totum nobis communicat... Non posset corpus Christi incorruptibile substantialiter iungi animae nostrae, nisi esset in ea participatio illius spiritualis substantiae incorruptibilis. Id enim est commune vinculum

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1652.       «Veteris Christi Ecclesiae disciplinam iactas, ut iactant Lutherus et Calvinus, qui docent esse servum arbitrium et bona opera nihil efficere: cum nemo veterum unquam extiterit qui hoc dogma non damnavit, exceptis Simone Mago et Manichaeis... Quare, igitur, Ecclesiae auctoritate nos terres, Philippe, cum tu ipse scias esse Ecclesiam Antichristi? An nescis Ecclesiam Christi iamdudum esse fugatam? An non credis Romam esse Babylonem? Eis vero tu credis, quos vides gestare signum bestiae?... Quare monachorum leges et ceremoniales alias imposturas... non servas? Quare pro mortuis non sacrificas? Quare imagines cum Athenagora non adoras

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1653.       «Et quant a la doctrine et qui concerne la relligion, combien qu'i1 y ait plus grand liberté qu'entre vous, néantmoins l'on ne souffrira pas que le nom de Dieu soit blasphémé, et que l'on seme les doctrines et mauvaises opinions que cele ne soit reprimé. Et je vous puy alleguer ung exemple qui est a vostre grande confusion, puisqu'il le faut dire. C'est que l'on soutient de par de la un Hérétique qui mérite bien d'estre bruslé par tout ou il sera. Quand je vous parle d'héretique, j'entends ung hommes qui sera condemné des Papistes aultant que de nous... C'est un Espagnol Portugallois nommé Michael Servetus de son propre nom, mais il se nomme a présent Villeneufve, faisant le médecin. Il a demeuré quelque temps a Lyon, mainetenant il se tient a Vienne, ou le livre dont je parle a esté imprimé par un quidam qui a la dressé imprimerie, nommé Balthasard Arnouller... Je vous envoye la premiere feuille par enseigne» (p.80-83 de D'ARTIGNY, a quien sigo en todo lo que se refiere al proceso de Viena).

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1654.       Cf. D'ARTIGNY, p.94. La publicación de este libro fue verdaderamente providencial, pues muchos de estos documentos han perecido después en un incendio.

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1655.       D'ARTIGNY, p.96. No copio estas cartas por ser conocidísimas y hallarse en todos los que han tratado de Servet, y aun en la Vida de Calvino, de AUDIN

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1656.       «Pris le chemin pour aller en Espagne; dempuys il s'en est revenu a cause des gendarmes qu'il craignoit» (Calvini Opera t.8 col.749). En el interrogatorio de 23 de agosto dice Servet que «il estoit venu pour passer dela les montz et non point pour demorer icy, et s'en aller au royaulme de Naples la ou sont les Espagnols et vivre avec eulx de son art de medicine» (Calvini Opera t,8 col.770).

     Como el proceso de Miguel Servet ha sido publicado, extractado y comentado muy bien, y de mil maneras, especialmente por Rilliet, Willis y Roget, seré muy sobrio en la narración y muy parco de citas. Esta materia ha llegado a convertirse en un lugar común histórico.

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1657.       A esto contesta Servet: «C'est pour ce qu'il ne se sentoit pas potent veu qu'il est coppe d'ung costé et de l'autre est rompu

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1658.       Cf. la correspondencia de Calvino publicada por Cunitz y Reuss. La carta de Calvino es de 7 de septiembre; la de Bullinger es de 14 de septiembre de 1553 (Calvini Opera t.14 col.611ss).

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1659.       Cf. Thesaurus epistolicus Calvini, de CUNITZ Y REUSS, fol.591v.º

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1660.       Cf. CHÉREAU, Michel Servet.

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1661.       Michel Servet. Portrait-charactère. (Traducción francesa de 1879, p.10.)

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1662.       Declaration pour maintenir la vraye foy que tiennent tous Chretiens de la Trinité des Personnes en un seul Dieu. Par Jean Calvin. Contre les erreurs de Michel Servet, Espaignol; ou il est aussi monstré qu'il est licite de punir les hérétiques; et qu'a bon droit ce mechant a esté executé par justice en la Ville de Genève. Chez Jean Crespin. A Genève, 1554. (356 páginas en 8.º)

     -Defensio orthodoxae fidei de sacra Trinitate contra prodigiosos errores Michaelis Serveti, Hispani, ubi ostenditur haereticos iure gladii coercendos, et nominatim de homine hoc tam impio, iuste et merito sumptum Genevae fuisse supplicium, per Iohannem Calvinum. Apud Olivum Roberti Stephani. (En 8.º)b

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     b J.CALVINI, Fidelis Expositio errorum Mich. Serveti et brevis eorum refutatio ubi docetur iure gladii coercendos esse haereticos, 1554. (Opúsculo, p.68ss).

     La opinión de Melanchton sobre la pena de muerte impuesta a los herejes se manifiesta de una manera muy curiosa y especial en una carta que escribió a Calvino con este motivo, además de su parecer motivado (Consilia II p.204). Se la encuentra en las Epistolae Calvini (n.187), y dice en ella: «Legi scriptum tuum in quo refutasti luculenter horrendas Serveti blasphemias, ac Filio Dei gratias ago, qui fuit (coronator) huius tui agonis. Tibi iudicio prorsus assentior. Affirmo etiam vestros magistratus iuste fecisse quod hominem blasphemum, re, ordine iudicata interfecerunt» (BEZA, De haereticis a civili magistratu puniendis, 1554).

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1663.       De haereticis an sint persequendi et omnino quomodo sit cum eis agendum, doctorum virorum, tum veterum tum recentiorum, sententiae. Magdeburg, 1554. (En 12.º)

     -Mini Celsi Senensis de haereticis capitali supplicio afficientibus: adiunctae sunt Theodori Bezae, eiusdem argumenti et Andreae Duditii epistolae duae contrariae. (En 8.º)

     Aún hay otro opúsculo anónimo:

     Contra libellum Calvini quo ostendere conatur haereticos iure gladii coercendos. (Sin lugar.) 1554.

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1664.       «Sed Paulus Samosatenus callidissime contendit Logon non esse personam, sicut in homine cogitatio hominis aut sermo non est persona, sed quaedam hominis qualitas aut motio transiens... Haec est Samosateni interpretatio, quam hoc tempore renovat et defendit Servetus ille Hispanus, editis libellis, sed confusissime» (Loci communes, apud TOLLIN, Melanchton und Servet p.97).

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1665.       Además de las obras citadas al principio de este artículo, y para completar la bibliografía servetiana, mencionaré las siguientes:

     Historia de morte Michaelis Serveti (de PEDRO HYPERPHROGENUS GANDAUENSIS), cum annotationibus Andreae Voidovius (sociniano). Manuscrito citado por Sand..

     La Bibliotheca Antitrinitariorum, del mismo SAND, en otra parte mencionada.

     Las Vidas de Calvino, de TEODORO BEZA y JERÓNIMO BOLSE (Colonia 1582).

     En 1607 se grabó en Amsterdam el retrato de Servet (probablemente auténtico),acompañado de su biografía; de él proceden los que exornan las obras de Allwoerden, Willis, etc. El tipo representado es muy español.

     JUAN PREUSSIUS, sociniano del siglo XVII, escribió un Carmen Polonicum sobre la muerte de Servet.

     Otros versos franceses, que LA ROCHE inserta (p.82, t.2 de las Memoirs of Literature) como de autor anónimo que finge haber asistido a la muerte de Servet y cuenta la contumacia en la cárcel y en el suplicio, son un plagio de los que Teófilo de Viaud hizo, imitando la narración de la muerte de Sócrates en el Fedón.

     PEDRO ADOLFO BOYSEN, Historia Serveti (Wittemberg 1712), breve disertación; el autor era luterano.

     Histoire du socinianisme divisée en deux parties... A Paris, chez François Barois. 1723.( En 4.º) El autor era un poco jansenista. Habla de Servet desde la página 213 a la 229, y no dice más que errores y fábulas, fuera de lo que tomó de Sand. Le hace catalán; supone que viajó por África y Polonia, etc.,etc. Da a entender que Calvino era tan antitrinitario como Servet, pero que le quemó por apartar de sí toda sospecha.

     Bibliothèque Raisonnée des ouvrages des savants de l'Europe pour les mois de Juillet, Aout, Septembre, 1728. Tome premier, Amsterdam, 1728. (En 8.º; en la página 366 hay un artículo sobre la Historia Michaelis Serveti,

de ALLWORDEN, escrito por un calvinista).

     Antes de terminar este capítulo he tenido a la vista la edición latina del libro de ALLWORDEN, que antes conocía sólo en versión holandesa: Historia Michaelis Serveti: quam praeside Io. Laurent. Moshemio, Abbate Mariaevallensi... Placido Doctorum examini, publice exponit Auctor Henricus ab Allworden... Helmstadii (En 4.º, 6 hojas de preliminares y 238 páginas, más una hoja de carta de Mosheim y Allworden).c y d

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     c BOUVIER (CHARLES), La question Michel Servet (Paris, Bloud, 1908), 62 páginas. (En la colección de «Questiones históricas».) Libro de vulgarización, con una bibliografía al principio. Escrito en sentido católico.

     d Monumento expiatorio de Servet en Ginebra, 1903.

     Inauguración de la estatua de Servet, en 5 de julio de 1908, en París, plaza de Mont-Rouge.

     «Le Monument de Michel Servet, de M. JEAN BAFFIER, doit s´élever sur la place de la Vieille-Estrapade. C'est une oeuvre originele, forte el consciencieuse, digne de l'auteur de ce Marat, qui méritait de figurer au palais des Beaux-Arts de la Ville de Paris. Le Michel Servet de M. JEAN BAFFIER répond bienà son objet et il serait [929] à désirer que tous les statuaires chargés de l'exécution d'un monument commémoratif n'abordent une telle entreprise qu'après avoir aussi profondément creusé leur sujet que l'a fait ce statuaire de grand talent.

     Comme nous l'avons raconté ici même, l'an dernier, M. Jean Baffier s'est, en effet, longuement documenté. Un portrait qu'il a trouvé à la Bibliothéque nationale lui a permis de restituer avec fidélité la physionomie de Michel Servet, et tous les détaills du monument montrent qu'il s'est minutieusement inspiré du jugement du Conseil et des récits des contemporains.

     Michel Servet avait quarante-deux ans quand il buit brûlé; le statuaire l'a donc représenté dans la force de l'âge. Il lui a donné cet air d'énergie, de volonté et d'inflexible ténacité qui nous est révelé par son portrait et plus encore par le récit de sa vie et celui de ses derniers moments.

     Il est debout sur le bûcher. De solides chaines le lient étroitement, par la poitrine et par des chevilles, à un poteau auquel l'artiste a donné la forme d'un tronc d'arbre. D'autres chaines enserrent ses mains, ramenées sur la poitrine. Tout dans sa tête, son port altier, le regard qui ne s'abaisse sur la foule qu'avec dédain et, quelques instants avant que de s'éteindre pour toujours, défie encoré Calvin et sa théologie, les lèvres serrés et qui refussent de prononcer les paroles de rétraction exigées par Guillaume Farel et les autres tortionnaires, exprime merveilleusement, une indomptable ténacité et un souverain mépris. C'est une admirable tête de lutteur et d'apôtre.

     Un exemplaire de la Christianismi Restitutio, pendu à une chaine et qui partagea le supplice de son auteur, bat sur la cuisse du condamné.

     Et quant au vêtement, il se compose d'une mauvaise chemise et de pauvres chausses qui, par endroits, laissent la chair à nu; ceci en souvenir de ce qu'écrivait Servet aux membres du Conseil: 'Calvin est au bout de son rôle, ne sachant ce que doit dire, et pour son plaisir me voult ici faire pourrir en la prision. les poulx me mangent tout vif. Mes chausses sont deschirées et n'ay de quoi changer, ni pourpoint, ni chemisse que une meschante.'

     Ces lignes de Servet seront reproduites sur l'un des côtés du socle, pour expliquer ce délabrement de costume.

     Le socle nous délivre, pour une fois, de cet invariable piédestal où tous nos statuaires ont accoutumé de dresser leurs statues. Il figure un bûcher, légèrement stylisé pour s'accorder aux nécesités architecturales. Comme il est fait de bois vert 'pour prolonger la cérémonie', suivant l'expression de Voltaire, M. Jean Baffier y a mêle quelques feuillages qui forment le décor où s'encadreront les inscriptions.

     Enfin, voilà donc un monument qui sort de l'ordinaire. Michel Servet n'a rien de vulgaire, ni de banal; l'originalité en est incontestable. C'est, de toutes façons, une fois en place, ne saurait laisser les passants indifférents. Elle les contraindra à penser» [ETIENNE CHARLES, La Liberté, 29-IV-7].

 



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- VII -

Alfonso Lingurio.

     Hay otro antitrinitario español, discípulo de Servet, según conjeturamos, y autor de una obra impresa; pero tan oscuro y olvidado, que ni aun los más diligentes historiadores de su secta hacen memoria de él. Pero la consigna Juan Cristóbal Sand en su Biblioteca con estas gravísimas palabras (p.40):

     «Alfonso Lingurio, español, tarraconense. Escribió:

     Libri quinque declarationis Iesu Christi Filii Dei; sive de unicoDeo et unico Filio eius. Le citan los ministros de Polonia y Transilvania en su confesión De falsa et vera unius Dei Patris cognitione: 'Alfonso Tarraconense, que en sus cinco libros... impugnó la doctrina comúnmente admitida de la Trinidad y censuró egregiamente la tiranía y soberbia de los modernos Aristarcos.'»

     El mismo Sand, en su curioso aunque breve artículo acerca de Servet, transcribe (p.15) unas palabras de Lingurio o Lincurio en el prefacio de su obra. Traducidas suenan así: «Miguel Servet o Reves, después de haber pasado muchos trabajos en Alemania y Francia, pensaba irse a Venecia y publicar allí comentarios al Nuevo Testamento, lo cual hubiera hecho si en Ginebra no le hubieran preso. También pensaba publicar muchos sermones con estos títulos, si mal no recuerdo: De la verdadera inteligencia de las Escrituras; De la causa de haber faltado la [929] tradición apostólica; Del poder de la verdad; Del verdadero conocimiento de Dios; Del error de la Trinidad; Del Verbo y del Espíritu Santo; De la exaltación del hombre Jesús; De la naturaleza y ministerio de los ángeles; Del celo y ciencia; De la eficacia de la fe; De la fuerza de la caridad; Del cuerpo, alma y espíritu; De los nacidos y regenerados; De la vocación y elección; De la presciencia y predestinación; De las obras y ceremonias humanas; Del bautismo de agua y espíritu; De la cena del Señor; Del pecado y satisfacción; De la justificación; Del temor y amor de Dios; De la verdadera Iglesia; De la cabeza y los miembros; Del sueño de los santos; De la resurrección de los muertos e inmutación de los vicios; Del día del juicio; De la beatitud de los elegidos

     El libro, como se ve, existe, puesto que se citan de él tan largos pasajes, pero en ninguna de las bibliotecas que he recorrido he logrado hallarle. ¿De dónde pudo sacar el autor noticias tan individuales y peregrinas acerca de las obras no publicadas de Servet? ¿Fue discípulo suyo? A Tollin pertenece poner en claro la figura de este desconocido personaje. ¿O no habrá tal español Alfonso y será seudónimo de algún sociniano polaco? El nombre Lincurio, que nada tiene de español, me da alguna sospecha. [930]