HISTORIAS CON GURÚ


Las «transformaciones de lo sacro» atraviesan periódicamente, en Occidente, por ese fervor hacia lo que viene de Oriente que he tratado en el ensayo anterior Orientalismo marginal. Ahora voy a contar alguna historia de gurúes, de los que se atrevieron a venir a Occidente, para difundir su sabiduría. Adelanto que se trató siempre de casos marginales y efímeros; sin embargo, en algunos países consiguieron arrastrar a miles de personas. Las historias con gurú son sólo una muestra más de «la necesidad de lo extraordinario».

Empezamos por el más famoso, el gurú (o maestro) Maharaj Ji, de quince años en la fecha de su presentación en Europa. Uno de sus primeros estrenos fue en París. Su madre, Shri Mataji, había preparado el camino unos meses antes, en mayo. En septiembre muchos miles de personas acudieron a ver al gurú de quince años. Entra Maharaj Ji y se instala en su trono. Un discípulo besa el cojín de satén blanco sobre el que reposan los pies del gurú. Empieza a hablar de la «energía espiritual», pero en la sala hay tantos «contestatarios», que han venido a «reventar» la función, que la velada debe interrumpirse. Lloran sus 1.400 seguidores franceses (eran siete millones en todo el mundo). Lo creen «el Señor del Universo».

Al adolescente, la historia le venía de familia. Su padre fundó la Misión de la Divina Luz en 1949. El 12 de diciembre en 1957 nació su cuarto hijo y el padre recibió la «revelación» de que había nacido «el Maestro perfecto». Su primera aparición pública, un fracaso, fue en 1971 en el festival de Glastonbury. Después, la Misión se organiza. Es la época en la que los «resultados» del cambio de sensibilidad de los años sesenta denotan un cierto cansancio. El gurú enseña una sola cosa: «el conocimiento». No se sabe bien en qué consiste este conocimiento, basta añadir que es «perfecto». Se promete la felicidad, la paz, la tranquilidad, una especie de nirvana para uso diario.

Estuvo también en España, recibiendo una cierta adhesión entusiasta por parte de algunos jóvenes. Los padres se preocuparon. En realidad, el gurú prometía sólo el «conocimiento», fuente de paz, de beatitud y de amor; estaba en contra del tabaco y de las drogas y predicaba la abstención de la carne, del alcohol y de las relaciones sexuales irregulares. En 1975 vino, sin embargo, la catástrofe. El International Herald Tribune (6/7 abril 1975) daba la siguiente noticia: «La madre del joven dios de 17 años ha descrito a su hijo, que vive en los Estados Unidos con su esposa americana, como un play boy y en absoluto como un santo. En un documento que ha escrito en Nueva Delhi, declara que "retira a su hijo del título de guía espiritual de la Misión de la Divina Luz" y no lo reconoce ya como "el maestro perfecto", como lo habían bautizado sus discípulos. Shri Mataji, o la Santa Madre, estima que su hijo —influido por malvados elementos de la Misión americana— ha ignorado completamente lo que ella le decía y lleva una vida condenable, desprovista de espiritualidad. Con el corazón gimiendo —prosigue Shri Mata-ji—, y junto con los ocho millones de adeptos indios, denuncio sus actividades y lo separo de la Misión, de la que ha olvidado el camino espiritual».

Los primeros años de la década de los setenta fue una época pródiga en gurúes y maestros orientales. También en septiembre de 1973 hizo su presentación en París Kotama Okada. Es un «mesías» al que Dios ha encargado que salve a la humanidad. Kotama Okada, en la época de su presentación en Europa, era ya mayor: 72 años. Hasta entonces había hecho, según confesión propia, un millón de prosélitos. No tenía, según él, nada que ver ni con el zen ni con las religiones que existen en Japón. Era un caso único; especial.

Había nacido sin ningún signo de mesianismo. Antes de la guerra dirigía cinco empresas de construcción de aviones. Hizo la guerra como oficial. Mucho más tarde, el 27 de febrero de 1959, según el relato de los discípulos, ocurrió esto: «A partir de ahora, dijo Dios, tú llevarás el nombre de Kotama. Levanta la mano y purifica al mundo entero. Entonces Kotama levantó la mano y, ante su asombro, los ciegos empezaron a ver, y los paralíticos a andar. Él podía, como Jesucristo o Buda, sanar a los enfermos y purificar a los hombres».

Una vez más, el maestro tenía el «conocimiento» (mahikali). La humanidad era salvada al recibir ese «conocimiento», una luz que purifica las impurezas del cuerpo y restablecía así el contacto con lo divino. Esa luz valía también para los muertos, porque muchos de ellos continuaban «pegados» a la materia y perturbaban a los vivos.

En París, Kotama se instaló en un gran hotel e hizo numerosas declaraciones a la prensa: «En Japón, el 90 % de los habitantes están poseídos por los espíritus del odio y del rencor. Este es el mayor problema de nuestro tiempo y la ciencia no puede nada contra él». Para curar a su pueblo japonés, Kotama había abierto en el país 250 templos.

Venía a Europa a extender su acción mesiánica. Se entraba en la guía de Kotama mediante un ritual de iniciación. El neófito es purificado durante unos siete minutos; se le pide que se relaje y, durante esa relajación, «la luz» pasa a él. La «filosofía» de Kotama no pide mucho, ni exige a sus adeptos que abandonen «sus concepciones religiosas o filosóficas originales». La «luz» es un método fácil, que cada uno puede obtener —una vez iniciado— por sí mismo y en cualquier parte. Kotama se proponía sembrar de templos Europa. No se ha vuelto a saber más de él.

Una tercera historia, con uno de los gurúes que han predicado la «meditación trascendental». Se trata de un yogui, Maharishi Mahesh. El yogui inició su actividad occidental en 1970, en la Universidad de Stanford. No se presenta como religión, sino como una «sabiduría» (inteligencia creativa o creadora) para obtener el reposo del alma. Se ha organizado mediante cursos y profesores titulados. Uno de esos profesores, en una entrevista en La Vanguardia (18 enero 1974), explicaba: «Después de recibir unas charlas informativas en nuestro centro, el que se inicia necesita de dos horas, durante cuatro días consecutivos, para aprender la técnica. El primer día se aprenden los sonidos (llamados mantras) seleccionados por el profesor, de acuerdo con la capacidad vibratoria que más convenga al sistema nervioso de cada uno. También se le enseña el modo de utilizar ese mantra. A través del mantra se llega a niveles cada vez más profundos, produciendo en el cuerpo un descanso más hondo que el del mismo sueño y de una manera espontánea.» No hay que pensar en nada: «se comienza percibiendo mentalmente estos sonidos y se acaba con la mente en blanco». No se trata de mucho tiempo: «Bastan quince minutos por la mañana, para preparar el día, y quince más por la tarde para eliminar la fatiga y las tensiones acumuladas durante el día. Por eso se dice que la meditación trascendental no es más que una preparación para una actividad dinámica.»

La década que va desde 1964 a 1974, aproximadamente, es una época de floración en Occidente de gurúes y yoguis. Después, el fenómeno ha sido, en parte, reabsorbido, aunque todavía, sobre todo en las grandes capitales, donde hay de todo, se ven anuncios de este tipo, por lo general muy modestos1. Se trata de un fenómeno, como ya se dijo, «recurrente» en los países occidentales. Lo más notable, a primera vista, es el uso «instrumental» que se hace de una terminología y de una simbología más o menos sacra. En la época que ha conocido el psicoanálisis y otras técnicas, todo se dirige hacia el «bienestar» individual, el reposo de la mente, la relajación, la tranquilidad. No se destaca nunca la adoración, que es el acto primordial de lo sacro.

1 Salvo el Maharishi Mahesh. Anuncios publicitarios en la prensa informaban de la fundación por el Yogui del Gobierno Mundial de la Era de la Iluminación. He aquí un texto: «El Gobierno Mundial de la Era de la Iluminación tiene su soberanía en el campo de la conciencia, su autoridad en el poder invencible de la ley natural y su actividad en el silencio eternamente dinámico del campo unificado de todas las fuerzas de la naturaleza, desde donde la infinita diversidad del universo es perfectamente gobernada sin ningún problema». Se anuncia, como era de esperar, un sistema para «una paz mundial permanente».