LA EXPERIENCIA PERSONAL DEL RESUCITADO

Homilía en la festividad de Santa María Magdalena

El texto evangélico para la fiesta de Santa María Magdalena (Jn 20,1.11-18) no deja de maravillarnos.

Anuncia el acontecimiento decisivo de la historia, el acontecimiento que interesa a todo el universo y su significado. Es la gran apertura de la historia hacia lo infinito, la manifestación del amor con que Dios ha creado el mundo para que llegara a este término: Jesús resucitado.

No acabamos de asombrarnos, porque este suceso, lleno de solemnidad, está expresado en una conversación que se diría privada, sencilla, familiar, en donde se habla de experiencias humanas, como las de las lágrimas y del llanto. ¡Señor! ¿Cómo te revelas en tu grandeza sin olvidar la pequeñez de nuestra naturaleza, la fragilidad de nuestra psicología?

También a los discípulos de Emaús (Lc 24,13ss) Jesús se manifiesta a partir de su tristeza, en un coloquio amplio, en un repaso de toda la historia antigua, y al final en la sencillez de una comida.

Así pues, Dios no abandona nunca los detalles de la vida humana de cada día. Y las páginas evangélicas de hoy lo ponen bien de relieve.

Podemos dividir el texto en cinco movimientos.

1. En primer lugar, está la mención de María junto al sepulcro, especialmente en el v.]], que es el verdadero comienzo del pasaje:

«Estaba María llorando fuera, junto al sepulcro». Se recuerda su llanto cuatro veces:

— lloraba;

— mientras lloraba, se inclinó hacia el sepulcro;

— «¿por qué lloras?», le preguntan los ángeles;

— «¿por qué lloras?», le repite Jesús.

El tema de las lágrimas ocupa toda la primera parte del relato. Nos lleva a pensar en Isaías (25,8): «El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros»; y en el Apocalipsis (21,4): «Enjugará toda lágrima de sus ojos».

2. El segundo movimiento es el coloquio con los ángeles. Los ángeles están sentados sobre el sepulcro, uno al lado de la cabeza y el otro al lado de los pies. Dirigen la palabra a la mujer, diciéndole: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella responde: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto» (v.13).

3. En este punto se introduce Jesús, y la conversación sigue el mismo tono que la anterior: «i,Por qué lloras?, ¿A quién buscas? —Si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto».

El evangelista, que escribe lleno de recuerdos del Antiguo Testamento, no puede menos de pensar en las palabras del Cantar de los Cantares: He buscado a mi amado y no lo he encontrado: me levantaré de noche para rondar por toda la ciudad, pues necesito encontrarlo (cf. 3,1 ss). Es el gran tema de la búsqueda de Dios, que nos remite una vez más al Salmo de David: «Dios, tú mi Dios, yo te busco» (Sal 63). Ya hemos dicho que algunas versiones no dicen «yo te busco», sino «madrugo junto a ti». Y María Magdalena va temprano al sepulcro.

Recuerdo otro salmo: «Son mis lágrimas mi pan, de día y de noche, mientras me dicen todo el día: ¿Dónde está tu Dios?» (Sal 42-43,4).

Todas estas alusiones indican que María Magdalena, aparentemente descrita en su vida privada, en su psicología, representa realmente la búsqueda de Dios en el Antiguo Testamento, representa a la humanidad que llora porque está sin Dios y no deja de buscarlo hasta que logra encontrarlo.

María Magdalena es figura de todos los hombres y mujeres que, en nuestra sociedad secularizada, buscan a Dios, lo desean, tienen sed de él, desean ver su rostro.

4. Sin embargo, toda esta búsqueda no está totalmente purificada; es todavía humana: se busca a Dios en el sepulcro, se busca a Jesús donde no está.

Hemos de admirar la sinceridad de la búsqueda y, al mismo tiempo, lamentarnos por el mal fundamento de Ios medios que se emplean. Muchas personas buscan hoy al Señor a través de los modelos humanos de eficacia, de éxito, de poder, de alegría fácil.

Es maravillosa la actitud de Jesús, que no se irrita por el error de la mujer. El viene a corregir nuestra búsqueda a partir de lo que hay de bueno en ella. También se portará así con los discípulos de Emaús, aunque con ellos será más duro: «¡Tardos para creer!». Con la mujer es más cariñoso, probablemente porque está mejor dispuesta que los dos discípulos. Pero la sustancia no cambia: los peregrinos de Emaús aman a Jesús, y por eso quieren su triunfo; la derrota de Jesús los ha llenado de tristeza y los ha desalentado; María busca, por amor, a un Jesús muerto. Todos apuntan en una dirección equivocada: Dios está muy cerca de ellos, pero no lo encuentran.

Los Ejercicios son una búsqueda acertada de Dios, evangélicamente organizada.

Jesús nos alienta saliendo al encuentro de la mujer con una pregunta que podría iluminarla: ¿Es verdadera y legítima tu búsqueda?

Quizás, aunque siga insistiendo, está ya naciendo en ella una duda; y cuando Jesús pronuncia su nombre, está dispuesta: «María» —«Rabbuní».

La resurrección del Hijo de Dios encarnado no se revela con el anuncio del suceso (¡He resucitado!), sino diciendo el nombre de una persona. Es una revelación tan personal, tan existencial, que le da a María Magdalena la conciencia de ser conocida en su realidad, en su plenitud y en su dignidad.

5. Viene luego el anuncio, más teológico, de la subida al Padre; Jesús hace partícipes de su condición filial a los discípulos, que podrán proclamar que él es el Hijo y que también ellos son hijos; que sube adonde también ellos habrán de subir.

Toda la teología no será otra cosa más que el desarrollo de este anuncio.

Pero el punto de partida es el coloquio personal, es nuestro nombre pronunciado por el Resucitado.

Si san Agustín —uno de los mejores conocedores de la historia del mundo y de la Iglesia— traza en la Ciudad de Dios las líneas para comprender el desarrollo de los tiempos, de las civilizaciones, de la Iglesia inmersa en la historia del mundo, es porque un día, en Milán, fue llamado directamente, personalmente, por el Señor. Jean Guitton observaba muy bien que Agustín escribió la Ciudad de Dios porque había escrito las Confesiones.

Es decir, cuando comenzó a conocerse a sí mismo como una persona conocida por Dios y comprendió los tiempos del alma y el proceso de su propia conversión, hizo refluir en la comprensión de toda la historia lo que había intuido de su historia personal.

Esto nos dice que nuestra vida personal y la Iglesia no son dos realidades separadas, sino que una confluye en la otra. Comprendemos a la Iglesia en tanto en cuanto nos comprendemos a nosotros mismos en nuestra verdadera historia con Jesús.

No podemos comprendernos a nosotros mismos sin abrirnos a la Iglesia y a toda la historia de la salvación, a la gran pedagogía divina sobre el mundo; no podemos comprender esta pedagogía si no hemos comprendido la pedagogía de Dios con nosotros.

Esta enseñanza vale también para la pastoral: nadie puede ser pastor si no ha comprendido y experimentado que Dios es su pastor, que los caminos de Dios pasan por él.

Las meditaciones y el largo tiempo de oración personal durante los Ejercicios nos aclaran las cosas, nos iluminan sobre los caminos de Dios en nuestra historia, y de este modo nos hacemos capaces de comprender un poco los caminos de Dios en el corazón de los hermanos.

Una última observación. Esta página del evangelio subraya una nueva función de la mujer. María Magdalena representa a la humanidad, pero es una mujer y, como tal, portadora del anuncio de la Resurrección. También María de Nazaret pronuncia su «sí» como figura de la humanidad, pero es una mujer. Esta posibilidad de representar a la humanidad y de llevar simbólicamente la salvación, partiendo de una experiencia personal, es, por tanto, el don típico de la mujer: vivir en sí misma lo que trae la salvación a la humanidad.

Tal vez sea éste un misterio que no hemos profundizado aún del todo. Pidámosle a María Magdalena, en su fiesta litúrgica, que nos haga intuir algo del proyecto de Dios en este sentido.