LA ECONOMÍA HUMILDE DEL REINO

Homilía del lunes de la 16.a semana «per annum»

Las lecturas de la liturgia de estos días están tomadas de los capítulos 12 y 13 del evangelio según Mateo.

Después de la promulgación y la predicación del Reino, Jesús comienza a hablar, a partir del capítulo 11, del misterio del Reino y de su economía humilde, ya que puede ser aceptado o rechazado.

Quizás el pasaje más singificativo sea la oración: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños» (11,25). Es ésta la clave de lectura de los discursos sucesivos: los grandes y los sabios no comprenden la economía humilde del Reino, mientras que los pequeños la captan.

El pasaje de hoy (12,38-42) expresa el rechazo de los que no creen en Jesús; podemos dividirlo en tres puntos:

1. ¿Qué significa pedir al Señor una señal?

Si nos fijamos bien, vemos que los fariseos y los escribas expresan un deseo, y hemos dicho que el deseo de Dios es el motor de toda la historia de David. Sin embargo, aquí hay una «rebaja» en la petición religiosa, puesto que llega a faltar la confianza en el Señor.

Si nosotros buscamos una señal de Dios porque realmente buscamos a Dios, entonces tenemos los Sacramentos, la oración, la vida misma de la Iglesia. Todos estos signos, por un lado, revelan a Dios y, por otro, lo esconden.

Pero cuando buscamos simplemente un signo, como hacían los escribas y los fariseos, entonces ya no hay una búsqueda auténtica de Dios. Poco a poco se olvida el deseo de Dios y se quiere el signo como tal.

Caemos así en la economía del éxito, rechazando la humilde economía del Reino. Naturalmente, no lo admitimos y decimos que buscamos el éxito por Dios, para dar gloria a su Nombre, por su honor. En realidad, nos detenemos, nos encerramos en un signo que nos gratifica y nos conforta.

2. Pero Jesús no lo acepta; más aún, critica fuertemente esa petición. «¡Generación adúltera!», en vez de buscar a Dios, queréis un sustituto, otro amor, un amor de este mundo. De suyo, no hay nada malo en buscar signos, dado que sólo a través de ellos podemos llegar a Dios; lo malo es detenerse en los signos, concederles una importancia que no tienen.

Generación perversa, en el sentido de que no es recta, de que no obra rectamente, de que no tiene la mirada fija en Dios, de que no se atreve a arriesgar nada, porque prefiere ser guiada por unos signos que le aseguren certezas, que le eliminen el riesgo.

El deseo de todo esto está más extendido de lo que se cree. A menudo, en mi ministerio, siento que me piden signos: ¡Sugiéranos el medio eficaz para que los jóvenes no abandonen la parroquia!

En realidad, no hay medios que aseguren los resultados pastorales. Y es perfectamente inútil repasar libros, indagar en las últimas creaciones de la imaginación pastoral, para obtener, finalmente, que los alejados vuelvan a la Iglesia, que todo se realice con eficacia. Al contrario, es preciso arriesgarse en la oscuridad.

También me da miedo la difusión, al menos en Europa, de las «apariciones» de la Virgen. Quizá sea un signo del amor de la Virgen, que quiere alentarnos; pero cuando la gente corre para escuchar «oráculos», para obtener la seguridad de que va por el buen camino, para no aceptar el riesgo de la fe y de las opciones difíciles de la vida, tenemos que preocuparnos seriamente. Esas apariciones no pueden ocupar el centro de la vida cristiana y, si lo ocupan, significa que por parte de los fieles hay una búsqueda equivocada.

Jesús enseña esa economía de la fe que sabe aceptar el fracaso y el fallo de un proyecto. Denuncia esa petición de signos que llega hasta el punto de cancelar la búsqueda verdadera de Dios solo, y que es una idolatría siempre presente en nuestro corazón, idolatría también de signos eclesiásticos, para obtener a toda costa lo que queremos. Dios por el contrario, quiere ante todo la confianza, el abandono en sus manos, la entrega total.

3. «No se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás». No es un pasaje fácil de interpretar si pensamos en los diversos matices que proponen los exegetas.

Jesús se ha negado a dar una señal, y por eso el signo que quiere dar es de otra calidad. En el evangelio de Lucas (cf. 11,29-32) parece que puede tratarse de la predicación en cuanto tal: el signo soy yo, que os estoy hablando ahora y os digo que me sigáis, que cerréis los ojos y os lancéis.

En Mateo quizá se trate también de lo mismo, pero la insistencia recae en el signo del profeta Jonás, que era conocido y exaltado por haber permanecido tres días dentro de un pez. «Porque, de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches» (v.40). Ciertamente, son palabras misteriosas para quien las escucha. Se dice a veces que Jesús alude a la resurrección, pero yo creo que alude más bien a su muerte.

La señal es la muerte de Cristo. En efecto, no se dice que resucitará al tercer día. El signo es la cruz, el permanecer en el abismo de la muerte; es la derrota, el estar escondido.

En este sentido, es un antisigno. A los que buscan signos espléndidos Jesús les anuncia su muerte, su entrada en la oscuridad y las tinieblas.

Obviamente, se evoca también la Resurrección, pero como incluida en la muerte por amor, en la confianza que el Hijo tiene en el Padre hasta la cruz.

El escándalo es la gran señal de un amor que, increíblemente, llega hasta la muerte.

Aunque Jesús habla siempre en forma de parábola para no asustamos demasiado, sabemos que el gran misterio de la muerte de Dios por amor nos invita a contemplar la llamada que se nos hizo en el bautismo a entrar en su muerte; a contemplar la economía de la cruz victoriosa que se opone a la economía del éxito, a la economía estrepitosa del mundo.

«¡Oh Jesús! Tú nos presentas todo esto en la Eucaristía. Nos pides que celebremos la economía humilde y escondida de tu entrada en la muerte por amor, que celebremos el don del Espíritu Santo que derramas desde la cruz y el misterio de la resurrección y de la vida que proviene de tu sacrificio. Enséñanos, Señor Jesús, a vivir esta Eucaristía en la escucha de tu Palabra, buscando en el signo del pan y del vino a Dios, que se da en plenitud de amor, y nuestra entrega a Ti, como respuesta a la tuya, en la gracia del Espíritu Santo y por la intercesión de la Virgen María, tu Madre».