A QUIEN TIENE SE LE DARÁ

Homilía del jueves de la 16.° semana «per annum»

La página evangélica que acabamos de escuchar es uno de los muchos pasajes del Nuevo Testamento que nos crean dificultad (Mt 13,10-17).

Jesús ha terminado de narrar la parábola del sembrador, y los discípulos le preguntan por qué habla en parábolas a la gente. Y Jesús responde:

«Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no. Porque a quien tenga se le dará y le sobrará; pero al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías:

Escucharéis bien, pero no entenderéis,
miraréis bien, pero no veréis.
Porque se ha embotado el corazón de este pueblo,
han hecho duros sus oídos y sus ojos han cerrado;
no sea que vean con sus
ojos,
y con sus oídos oigan,
y con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los cure.

¡Dichosos, pues, vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os digo de verdad que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oir lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

1. La gente se queda atónita al escuchar estas palabras. Nosotros, naturalmente, explicamos que se trata del estilo bíblico: se saltan las causas segundas, es decir, el hecho de que el endurecimiento del corazón es voluntario, culpable. Pero no es sólo Isaías el que pronuncia esta profecía tan fuerte. Es el mismo Jesús el que usa este lenguaje que a nosotros nos parece tan duro.

Quizás este pasaje evangélico no supuso ningún problema hasta el siglo pasado; la gente estaba acostumbrada a la idea de que la salvación estaba reservada a unas cuantas personas. Los Padres de la Iglesia y muchos autores espirituales no tienen dificultad en dividir la humanidad en dos categorías: los que se salvan y los que no están destinados a la vida eterna.

Hoy, por el contrario, no nos entra en la cabeza esta distinción, sobre todo después de que el Vaticano II nos ha enseñado la universalidad de la salvación. No podemos aceptar que haya personas que no tienen que comprender, porque reconocemos el principio de la igualdad de todos.

El valor de las otras religiones, el diálogo entre las religiones, son temas importantes e indiscutibles.

En la Escritura, la idea de la salvación universal se va abriendo camino poco a poco, a partir de la salvación de Israel, y podemos encontrar pasajes universalistas y pasajes particularistas.

Sin embargo, cuando encontramos un pasaje particularista, nos extrañamos, y entonces hemos de luchar contra el texto, lo mismo que luchó Jacob contra el ángel. Hemos de dirigirnos a Dios diciendo: «Señor, tú fuiste el que nos pusiste en esta situación cultural en la que experimentamos y sufrimos la diferencia con los antiguos, con algunos pasajes del Nuevo Testamento, con algunas expresiones de los Padres de la Iglesia. Concédenos la fe, la luz, la discreción, la pasión, la sencillez, el coraje para ver en todas las palabras de los Textos Sagrados tu propia obra».

Así pues, es necesario, ante todo, orar a Jesús pidiéndole perdón por no recibir siempre debidamente su evangelio; y luego hemos de aceptar que estamos siempre un tanto lejos de sus enseñanzas.

Quizás en nuestros razonamientos haya algo que rectificar, que iluminar con la luz de la Palabra de Jesús.

Desde luego, no debemos evitar hacer frente a estos pasajes del Nuevo Testamento. Más bien estamos invitados a acercarnos a ellos con gran humildad, lentamente, sin cansarnos de repasarlos y meditarlos.

2. En el texto de Mateo hay, a mi juicio, una palabra central que nos da la clave para superar muchas dificultades: «A quien tenga se le dará y le sobrará; pero al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará» (v.12).

No es una expresión aislada, y la encontramos, por ejemplo, en la parábola de los talentos. Al criado que ha enterrado el talento, se le quita, y se le da al que tiene diez, «porque a todo el que tenga se le dará y le sobrará; pero al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará» (Mt 25,29).

Son palabras que aclaran los problemas evocados, tanto desde el punto de vista personal como desde el punto de vista pastoral y, más en general, por lo que se refiere al diálogo entre las religiones.

— Desde el punto de vista personal. «A quien tiene se le dará y le sobrará». Dios me ama primero, y esta verdad absoluta, fundamental, es mi posesión. Reconozco mi culpa, mi pecado, pero antes que mis culpas está el amor de Dios. Cuando me reconozco pecador, se me da el perdón, se me da en abundancia el gozo, la salvación, la vida nueva. No podemos resolver nuestros problemas más que partiendo de lo positivo que hay en nosotros, de la fe en el amor de Dios.

A veces nos ocurre que vamos acumulando una dificultad sobre otra, que hacemos una lista, y luego, desalentados, no sabemos ya por dónde empezar para resolverlas, para superarlas. El modo justo de plantear los problemas es preguntarnos: «¿Qué es lo que ya tenemos? ¿Cuál es la base firme sobre la que construir?».

La vida cristiana es un itinerario, y lo recorremos a partir del lugar donde nos encontramos. Si no estoy en ninguna parte, no puedo partir; pero si me encuentro en un sitio, quizá desierto, inhabitable, ya tengo un punto útil de referencia.

Dios me ama, Mi seguridad en esta iniciativa divina de amor es la clave de mi vida: «A quien tiene se le dará».

— Desde un punto de vista pastoral. Frente a las situaciones más complicadas, la pregunta que hay que hacer debería ser siempre la siguiente: ¿hay al menos un mínimo punto de partida?; ¿hay al menos un resquicio a través del cual se revela el amor de Dios en esta situación?

Entonces se nos dará más.

Volviendo a las parábolas: al que acepta aquello poco del enigma que puede comprender, se le dará más. La parábola es el ofrecimiento de un pequeño fragmento de sentido para que yo me abra a ese significado y a lo que hay más allá de él.

Es la actitud pastoral de Jesús, que busca siempre lo que es sólido: «He venido a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10), a poner el bien donde no lo hay, de forma que a partir de ahí se pueda seguir avanzando.

— El principio evangélico es también importante por lo que se refiere al diálogo entre las religiones y, ante todo, al diálogo ecuménico, que siempre nos ha dado miedo, porque en otros tiempos pensábamos que las otras religiones eran el diablo y que nosotros estábamos llamados a vencerlo.

Naturalmente, este diálogo, al que nos hemos abierto lentamente, crea problemas si no se le entiende como es debido. ¿Para qué evangelizar si en cualquier religión es posible encontrar a Dios? A veces se llega a perder el ardor misionero, apostólico, porque nos parece inútil hacer tantos esfuerzos.

«Al que tiene se le dará y le sobrará»: esta frase nos ayuda muchísimo a aclarar el problema. Si no hemos comprendido, saboreado el tesoro del Evangelio, es mejor no cultivar el diálogo, no ir demasiado fácilmente por el camino del universalismo, ya que perderíamos lo poco que tenemos.

Pero el que ha conocido el misterio de Cristo Jesús, Rey eterno, Señor de la historia y de la humanidad, si lo ha conocido tal como estamos intentando hacer estos días de Ejercicios, no tiene nada que temer, porque está ya en disposición de darle a cada cosa su verdadero valor.

A quien ha penetrado, a partir de la historia de la salvación del Antiguo Testamento, el misterio del Mesías, Hijo de Dios e Hijo del hombre, síntesis de todos los caminos humanos, de todas las aspiraciones y esperanzas de los hombres, se le dará el discernimiento de los valores de las otras religiones; se le dará la capacidad de dialogar con humildad, sin timidez, sin reticencias; se le dará el gozo de comprender la verdad presente en las otras religiones, porque podrá verlo todo a través del corazón de Jesús, autor y perfeccionador de la fe.