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Las raíces de David

 

«Dios y Padre nuestro, tú nos haces vislumbrar el término de toda la historia, que es Jesucristo resucitado, la Jerusalén celestial, la reunificación de los pueblos en tu alianza por toda la eternidad. Concédenos, pues, comprender las raíces de este movimiento histórico, para captar en los comienzos, en las pequeñas realidades de cada día, lo que está ya presente como prenda de lo que será. Concédenos aquella esperanza indefectible que nos impulsa hacia ti y que nos colma de gozo. Te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo y Señor nuestro. Amén».

 

Llegamos a la última meditación de nuestros Ejercicios y, después de haber intentado conocer y profundizar la figura de David, me hago la siguiente pregunta: ¿hay en la Escritura una historia de la infancia de David, lo mismo que hay una historia de la infancia de Samuel, de Juan Bautista, de Jesús? Es evidente que no pienso en una crónica de la infancia, aunque sería muy interesante, sino más bien en la atmósfera que rodea los primeros años de Samuel y, sobre todo, la infancia de Jesús. El Evangelio de Lucas, por ejemplo, nos describe la sencillez, la dulzura, la humildad, el espíritu de acogida de María.

¿Es posible entrever estas raíces de sencillez, de humildad, de dulzura en la historia de David?

A mi juicio, el texto bíblico que las recoge es el libro de Rut, un pequeño y bellísimo libro. Recuerdo que para ser admitidos en el Instituto Bíblico teníamos que saber leerlo perfectamente en hebreo y estar capacitados para traducir cualquier pasaje que nos indicasen.

Así pues, en esta meditación os propongo contemplar la historia de David a partir de su bisabuela, teniendo además en cuenta que Mateo, al comienzo de su evangelio, menciona a Rut entre los antepasados de Jesús, poniendo de relieve su importancia para el Nuevo Testamento: «Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé; Jesé engendró al rey David» (1,5).

Nos interesa captar en el libro de Rut las raíces espirituales de la historia de David, el mensaje válido para nosotros. Como sabéis, en la colección hebrea no figura entre los libros históricos, sino que es uno de los cinco rollos, los Meghillót, que se leían en las fiestas principales. Rut servía para la fiesta de Pentecostés, ya que el pueblo de Israel lo tenía en gran veneración.

Consideraremos, en primer lugar, el trasfondo del libro, que es el rey Moab, el enemigo; luego veremos los cinco movimientos principales del libro; finalmente nos preguntaremos qué representa Rut.

 

Moab

Rut es una moabita, hija de un pueblo incestuoso (cf. Gn 19,30-38) que inducirá a Israel a la idolatría.

Así pues, Moab es el enemigo (uno de los nombres por excelencia de los enemigos) que quiere destruir para siempre a Jacob, como dirá el mismo Balaán: «De Aram me hace venir Balaq, el rey de Moab desde los montes de Quédem: "Ven, maldíceme a Jacob: ven, execra a Israel"» (Num 23,7).

El pueblo de Dios es consciente de ello y recordará siempre a Moab como un terrible adversario que hay que evitar: «El hombre que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yahvé. El bastardo no será admitido en la asamblea de Yahvé; ni siquiera en su décima generación será admitido en la asamblea de Yahvé. El ammonita y el moabita no serán admitidos en la asamblea de Yahvé; ni aun en la décima generación serán admitidos en la asamblea de Yahvé, nunca jamás. Porque no vinieron a vuestro encuentro con pan y agua cuando estabáis de camino a la salida de Egipto, y porque alquiló para maldecirte a Balaán, hijo de Beor, de Petor en Aram-Naharáyim. Pero Yahvé, tu Dios, no quiso escuchar a Balaán, y Yahvé tu Dios te cambió la maldición en bendición, porque Yahvé tu Dios te ama. No buscarás jamás mientras vivas su prosperidad ni su bienestar» (Dt 23,2-7).

Todavía en tiempos de Nehemías, el pueblo conservaba el recuerdo de estos dos acontecimientos:

«En aquel tiempo se leyó a oídos del pueblo en el libro de Moisés, y se encontró escrito en él: "El ammonita y el moabita no entrarán jamás en la asamblea de Dios, porque no recibieron a los hijos de Israel con pan y agua. Tomaron a sueldo contra ellos a Balaán, para maldecirles, pero nuestro Dios cambió la maldición en bendición"» (Neh 13,1-3). Y luego explica Nehemías cómo se portaron: «Vi también en aquellos días que algunos judíos se habían casado con mujeres asdoditas, ammonitas o moabitas. De sus hijos, la mitad hablaban asdodeo o la lengua de uno u otro pueblo, pero no sabían ya hablar judío. Yo les reprendí y les maldije, hice azotar a algunos de ellos y arrancarles los cabellos, y los conjuré en nombre de Dios: "¡No debéis dar vuestras hijas a sus hijos ni tomar ninguna de sus hijas por mujeres ni para vuestros hijos ni para vosotros mismos! ¿No pecó en esto Salomón, rey de Israel? Entre todas las naciones no había un rey semejante a él; era amado de Dios; Dios le había hecho rey de todo Israel. Y también a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras. ¿Se tendrá que oír de vosotros que cometéis el mismo gran crimen de rebelaron contra nuestro Dios. casándoos con mujeres extranjeras?"». Nehemías concluye gloriándose de lo que ha hecho: «¡Acuérdate de mí, Dios mío, para mi bien!» (Neh 13,23-27.31).

Su gran hazaña fue la de expulsar a todas las mujeres moabitas.

Los sentimientos del pueblo judío contra Moab están también recogidos en los Salmos, por ejemplo en el Sal 108,10, donde con mucha elegancia se subraya el desprecio de los judíos: «Moab es la vasija en que me lavo».

En este contexto hemos de leer el delicioso libro de Rut, una especie de profecía que pondrá a una moabita entre los antepasados de David, ascendiente del Mesías.

 

Rut

Subrayaré algunos de los cinco movimientos en que puede dividirse el libro.

1. La primera escena se ambienta en la campiña de Moab. Un hombre de Belén había tenido que emigrar con su esposa Noemí y dos hijos, debido al hambre que cundía en Judea. Aquel hombre muere, y sus dos hijos se casan con sendas mujeres moabitas, Orpá y Rut. Pasados algunos años, mueren también los dos hijos, y las tres mujeres se encuentran con un porvenir sombrío.

Noemí, al enterarse de que el Señor había dado de nuevo pan a su pueblo, decide regresar y emprende el camino de vuelta a Judea con sus dos nueras. Pero, llevada por su amor a Orpá y a Rut, les dice: «"Andad, volveos las dos a casa de vuestra madre. Que Yahvé tenga piedad con vosotras como vosotras la habéis tenido con los que murieron y conmigo. Que Yahvé os conceda encontrar vida apacible en la casa de un marido". Y las besó. Pero ellas rompieron a llorar, y dijeron: "No; contigo volveremos a tu pueblo". Noemí respondió: "Volveos, hijas mías, ¿por qué vais a venir conmigo? ¿Acaso tengo yo aún hijos en mi seno que puedan ser maridos vuestros? Volveos, hijas mías, andad, porque yo soy demasiado vieja para casarme otra vez. Y aun cuando dijera que no he perdido toda esperanza, que esta misma noche voy a tener un marido y que tendré hijos, ¿habriais de esperar hasta que fueran mayores? ¿dejaríais por eso de casaron? No, hijas mías, yo tendría gran pena por vosotras, porque la mano de Yahvé ha caído sobre mí". Ellas rompieron a llorar de nuevo; después Orpá besó a su suegra y se volvió a su pueblo, pero Rut se quedó con ella.

Entonces Noemí dijo: "Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios, vuélvete tú también con ella".

Pero Rut respondió: "No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque

donde tú vayas, yo iré,
donde habites, habitaré.
Tu pueblo será mi pueblo
y tu Dios será mi Dios.
Donde tú mueras moriré
y allí seré enterrada.
Que Yahvé me dé este mal
y añada este otro todavía
si no es tan sólo la muerte
lo que nos ha de separar"» (1,8-17).

Es un pasaje muy hermoso que va in crescendo: es el amor humanísimo de Noemí y el amor, fiel hasta la muerte, de Rut. Este amor lleva a Rut a una opción difícil: escoge al pueblo de Noemí y a su Dios. Probablemente, no sabe lo que supone esta opción, pero sabe muy bien que no puede pertenecer a Israel, que no puede tener de nuevo un marido y una descendencia. El suyo es un amor totalmente gratuito, abierto a la fe. No una fe explícita en Dios, sino un cierto conocimiento de él, una respuesta al amor que Dios ha puesto en su corazón.

2. El relato sigue mostrando que la opción por el Dios de Israel y por su pueblo va seguida de una entrega y un servicio muy grandes.

Las mujeres, muy pobres, no tienen nada que comer, y Rut no se apoya en su suegra diciéndole: «Ve a buscar a tus amigos y pídeles algo para que podamos saciar nuestra hambre». Se pone ella misma a trabajar.

Estamos en Belén, en tiempo de la siega, y Rut, la moabita, se dirige a Noemí: «Déjame ir al campo a espigar detrás de aquel a cuyos ojos halle gracia». Ella le dijo: «Ve, hija mía». Rut «estuvo espigando en el campo hasta el atardecer y, cuando desgranó lo que había espigado, había como una medida de cebada» (2,2.17).

La moabita no pretende nada y se somete a las leyes de Israel: «Cuando siegues la mies en tu campo, si dejas en él olvidada una gavilla, no volverás a buscarla. Será para el forastero, el huérfano y la viuda, a fin de que Yahvé tu Dios te bendiga en todas tus empresas» (Dt 24,19). Vive humildemente, en espíritu de servicio y de entrega a la suegra.

3. La bondad y la humildad de Rut conquistan la amabilidad y la cortesía de Booz, un hombre de fe y de corazón. De fe, porque da la bendición prescrita por los Salmos: «Llegaba entonces Booz de Belén y dijo a los segadores: "Yahvé con vosotros" . Le respondieron: "Que Yahvé te bendiga"» (2,4; cf.Sal 129,7-8). Todo el episodio se sitúa en una atmósfera de gran fe, de religiosidad.

Luego Booz ve a la joven, pregunta quién es y le dicen que es un moabita, esto es, una persona destinada a vivir al margen del pueblo. Entonces Booz se le acerca: «¿Me oyes, hija mía? No vayas a espigar a otro campo ni te alejes de aquí; quédate junto a mis criados» (v.8). El diálogo de Booz y Rut está lleno de humanidad y ha de meditarse con calma, porque evoca las actitudes que son fruto del Espíritu: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre» (Gal 5,22). Es algo así como la atmósfera de los dos primeros capítulos de Lucas.

4. El cuarto movimiento del libro es el amor que nace entre Booz y Rut, con ayuda de la prudente Noemí. Rut se arregla, se perfuma, se rodea de un manto y va por la noche a ponerse a los pies de Booz, que está durmiendo en la era, junto al montón de cebada. Cuando Booz se despierta, viene el encuentro y el reconocimiento: «Benditas seas de Yahvé, hija mía; tu último acto de piedad filial ha sido mejor que el primero, porque no has pretendido a ningún joven, pobre o rico. Y ahora, hija mía, no temas; haré por ti cuanto me digas, porque toda la gente de mi pueblo sabe que tú eres una mujer virtuosa» (3,10-11).

5. El contrato matrimonial se firma sin ninguna dificultad. Booz cumple con el deber de encontrar a un pariente de Noemí, que por ley tenía derecho a rescate sobre el campo que pertenecía al marido de Noemí y, por tanto, también sobre Rut. Aquel pariente renuncia a su derecho de rescate ante dos testigos. Booz declara que le sustituye en sus derechos, y al final los ancianos añaden: «Somos testigos. Haga Yahvé que la mujer que entra en tu casa sea como Raquel y como Lía, las dos que edificaron la casa de Israel» (4,11). Este versículo es muy importante, porque habla de las mujeres de Jacob; Raquel, como sabéis, tiene su tumba en Belén. «Hazte poderoso en Efratá y sé famoso en Belén. Sea tu casa como la casa de Peres, el que Tamar dio a Judá, gracias a la descendencia que Yahvé te conceda por esta joven». Así pues, Booz se casó con Rut; se unió a ella, y Yahvé hizo que concibiera y diera a luz a un niño (vv.11-13). Así entró Rut a formar parte de aquel pueblo que había escogido por amor a Noemí, movida por un sentimiento de fe, y se vio favorecida por el Dios que no conocía. Noemí llamó al niño Obed. «Es el padre de Jesé, padre de David. Estos son los descendientes de Peres: Peres engendró a Jesrón. Jesrón engendró a Ram, y Ram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Najsón, y Najsón engendró a Salmah. Salmah engendró a Booz, y Booz engendró a Obed. Obed engendró a Jesé, y Jesé engendró a David» (vv.17-22).

Así termina el libro, subrayando por dos veces que Jesé engendró a David. Rut, la moabita que debía haber sido excluida para siempre del pueblo elegido («ni siquiera en su décima generación será admitido en la asamblea de Yahvé»: (Dt 23,4), se hace partícipe del pueblo de Dios y de la línea mesiánica real davídica de Judá.

 

El mensaje de Rut

• En primer lugar, Rut es una mujer de gran fe y de gran coraje. Es figura de la fe en Dios y en el futuro del pueblo, símbolo del don gratuito de uno mismo a Dios, que no dejará solo al que ha hecho este ofrecimiento. Representa el comienzo de la fe de David y se inserta en aquel misterioso camino de la fe que nos describe la Carta a los Hebreos y que hallará su cumplimiento en Jesús.

Traduciendo todo esto en una imagen neotestamentaria, podríamos decir que Rut es la Cananea, la pobre mujer procedente de un pueblo pagano, despreciado, pero que es alabada por Jesús: «Sí, Señor. También los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces Jesús le dijo: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas"» (Mt 15,27-28). También había alabado Jesús la fe de su madre, María. Pero impresiona que, mientras que María dijo al ángel: «Hágase en mí según tu palabra», ahora es Jesús el que se inclina ante la fe de la Cananea: «Que te suceda como deseas». La Cananea no tenía nada que ver con el pueblo elegido, no conocía la historia y las profecías de Israel: se deja simplemente guiar por su corazón, por los sentimientos que experimenta en relación a Jesús. En esto nos recuerda la fe y el coraje de Rut.

• Rut, además, representa la apertura de los paganos al conocimiento del verdadero Dios. La imagen neotestamentaria es el centurión que pide la curación del criado enfermo. «"Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo mandes de palabra y mi criado quedará sano". Al oir esto, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: "Os digo de verdad que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente a ponerse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serán echados a las tinieblas de fuera"» (Mt 8,8.10-12).

La figura de Rut proclama el universalismo de la salvación que predicarán los profetas y que a ella la introduce en el pueblo de Dios, en la línea davídica que culminará en Jesús.

En este sentido hay que leer el libro de Rut y captar las raíces de Jesús.

— Recuerdo, a este propósito, otros dos textos importantes del Antiguo Testamento. Uno es el libro de Jonás, que rompe con el particularismo en que la comunidad posterior al destierro había corrido el peligro de encerrarse (lo hemos visto en la cita del libro de Nehemías), y predica un universalismo extraordinariamente abierto.

En el relato de Jonás todos los personajes son simpáticos, como en el de Rut: los marineros paganos aprecian al profeta; el rey y los habitantes de Nínive están bien dispuestos. Sólo Jonás se rebela; sin embargo, Dios tiene misericordia de él.

Jesús se apoyará en la fe y en la conversión de Nínive para refutar a los escribas y fariseos: «Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás» (Mt 12,41).

El segundo texto es una extraña predicción de Isaías, que subraya un universalismo muy hermoso. El Señor se hará el libertador del pueblo egipcio oprimido y llegará a llamarlo «pueblo suyo»: «Aquel día habrá cinco ciudades en tierra de Egipto que hablarán la lengua de Canaán y que jurarán por Yahvé Sebaot: Ir-ha-Heres se llamará una de ellas. Aquel día habrá un altar de Yahvé en medio del país de Egipto y una estela de Yahvé junto a su frontera. Estará como señal de Yahvé Sebaot en el país de Egipto. Cuando clamen a Yahvé a causa de los opresores, les enviará un libertador que los defenderá y librará. Será conocido Yahvé de Egipto, y conocerá Egipto a Yahvé aquel día, le servirán con sacrificio y ofrenda, harán votos a Yahvé y los cumplirán. Yahvé herirá a Egipto, pero al punto le curará. Se convertirán a Yahvé, y él será propicio y los curará. Aquel día habrá una calzada desde Egipto a Asiria. Vendrá Asur a Egipto, y Egipto a Asiria, y Egipto servirá a Asur. Aquel día será Israel tercero con Egipto y Asur, objeto de bendición en medio de la tierra, pues le bendecirá Yahvé Sebaot diciendo: "Bendito sea mi pueblo Egipto, la obra de mis manos Asur, y mi heredad Israel"» (Is 19,18-25).

Esta estupenda promesa de bendición mesiánica, de reunión de todos los pueblos en el amor del Señor, tiene sus raíces en el libro de Rut y es considerada por algunos como el momento cumbre de la historia de Israel; se realizará al final de los tiempos, cuando nuestro Señor Jesucristo, rey universal, lo entregue todo al Padre.

Os invito a meditar también en la figura de Rut para ayudaros a contemplar cómo Dios nos sale al encuentro, en todas las circunstancias de nuestra vida, como Aquel que nos ama a cada uno y que ama a todos, que quiere bendecir a todos.

Podemos rezar por todas las comunidades que se nos han confiado, por todos los pueblos de la Iglesia y por aquellos con los que vivimos, para que el amor y la bendición del Señor desciendan sobre toda la humanidad.