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Pruebas de David

Pruebas de Jesús

 

«Acuérdate, oh Yahvé, de David, de todos sus desvelos» (Sal 132,1). Se puede traducir también: «Acuérdate, Señor, de David y de todas sus pruebas». A partir de estas pruebas, Dios preparará una lámpara para su Mesías; revestirá de vergüenza a sus enemigos y hará brillar sobre él su diadema (cf. vv.17-18).

«Ayúdanos, Dios Padre nuestro, a comprender las pruebas de David, a entrar en sus sufrimientos y dificultades. Ayúdanos a comprender su lucha contra sus enemigos y la de sus enemigos contra él, para poder entrar de esa forma en los sufrimientos y en las pruebas de tu Hijo Jesucristo, rey universal. Tú quisiste purificar en él a nuestra humanidad, y por eso tú solo puedes darnos la gracia de contemplar la cruz. Te lo pedimos, Padre, por Cristo nuestro Señor».

 

Esta meditación quiere ser el paso de la segunda a la tercera semana de los Ejercicios de san Ignacio, con el deseo de dejarnos conquistar por Cristo (cf. Flp. 3,12) para estar cada vez más unidos a él.

Empecemos con la lectio de las pruebas de David, para pasar a la comprensión de su mensaje; y luego a la lectio y al mensaje de las pruebas de Jesús.

 

Lectio sobre las pruebas de David

Las pruebas de David ocupan una gran parte de los libros de Samuel. Si repasáis la Biblia, os daréis cuenta enseguida de que los mismos títulos de los relatos son indicativos en este sentido. Creo interesante dividirlas en pruebas personales, políticas y familiares.

1. Las pruebas personales. A diferencia de Saúl, a quien se describe como presa de terribles angustias existenciales, la Escritura no habla de David como de un hombre atormentado por tentaciones graves, por miedos y por dudas. Es más bien un optimista que busca siempre una salida, que se fía de Dios con enorme esperanza.

— Sin embargo, hay algunas excepciones en su vida; me limitaré a recordar el texto de 1 Sam 30,3-6: los amalecitas hacen una incursión contra el Négueb y contra Siquelag, atacando a la gente de David, que en aquellos momentos se encuentra en otro sitio. Cuando vuelve, encuentra la ciudad en llamas y se queda abatido, porque no había previsto el desastre: «David y las tropas que con él estaban alzaron su voz y lloraron hasta quedar sin aliento. Habían sido llevadas las dos mujeres de David, Ajinoam y Abigaíl, mujer de Nabal del Carmelo. David se hallaba en grave apuro, porque la gente hablaba de apedrearlo, pues el alma de todo el pueblo estaba llena de amargura, cada uno por sus hijos y sus hijas. Pero David halló fortaleza en Yahvé su Dios» (vv.4-6).

Es un pasaje muy significativo. La angustia de David no es un simple dolor; es una especie de desesperación, porque la gente quiere lapidarlo. También Moisés había sentido varias veces como una losa la responsabilidad del pueblo, que se rebelaba y se indignaba contra él.

Pero David se recupera enseguida, se fía de Dios, le consulta y le pide consejo (v.8).

— Pero para conocer más profundamente las pruebas personales de David, hemos de recurrir a los Salmos, por ejemplo al Salmo 42, que, aunque no se le atribuye directamente, es muy parecido al Salmo 63: «Son mis lágrimas mi pan,/ de día y de noche,/ mientras me dicen todo el día:/ ¿En dónde está tu Dios? /... Por qué, alma mía, desfalleces / y te agitas por mí?/ Espera en Dios: aún le alabaré,/ ¡salvación de mi rostro y mi Dios!.../ Por ti mi alma desfallece,/ por eso me acuerdo de ti,/... Diré a Dios mi Roca:/ ¿Por qué me olvidas?.../ Mis opresores me insultan,/ todo el día repitiéndome:/ ¿En dónde está tu Dios? / ¿Por qué, alma mía, desfalleces / y te agitas por mi?».

Son dos sentimientos que experimenta David en estas pruebas. Primero, la soledad, el sentirse abandonado, incomprendido. Y, dado que cada uno de nosotros puede vivir esta experiencia, me gustaría subrayar que los salmos pueden darnos un gran alivio, ya que la reflejan y pueden ayudarnos a superarla. Se cuenta que san Carlos Borromeo —un hombre muy fuerte, decidido y algo duro— iba un día a caballo con su primo Federico, bastante más joven que él, que le preguntó: «¿Qué haces en los momentos de angustia?». El santo sacó un librito del bolsillo y le dijo: «Leo los Salmos».

Además, David siente que tiene enemigos, personas que no le quieren. Cuando éramos jóvenes, quizá nos parecía raro que los Salmos hablasen tanto de los «enemigos que nos rodean», que se burlan, que desprecian...; pero con el tiempo nos damos cuenta de que en realidad hay personas que, por nuestros errores o por los de otros, se meten con nosotros.

Una vez más, los Salmos vienen en nuestra ayuda: «Hazme justicia y mi causa defiende / contra esta gente sin amor; / del hombre falso y fraudulento,/ oh Dios, líbrame» (Sal 43,1). No es un juicio contra los demás; es la súplica al Señor para que nos ayude cuando nos veamos en dificultades sin saber el motivo del comportamiento de los que nos rodean.

2. Las pruebas políticas y sociales dé David se describen ampliamente y comienzan desde el principio.

1 Sam 18,7 es, según el padre J.D. Barthelémy, el versículo clave de todas las pruebas restantes: «Las mujeres, danzando, cantaban a coro: Saúl mató a mil, y David a diez mil». Es el comienzo de los dolores, porque Saúl se irritó mucho al oir este canto.

Quizá la Escritura quiera decirnos que desconfiemos de las alabanzas, porque pueden siempre engendrar celos e incomprensiones. Baste pensar en las intrigas por la sucesión después de la muerte de Saúl.

— David aguarda, seguro de la palabra de Dios; no hace nada para ser rey; no mata a Saúl; se defiende como puede, hasta hacerse vasallo de los filisteos, para poder sobrevivir. Es tan recto delante de Dios, tan libre, que puede entrar sin dificultades en relación con los filisteos, enemigos de Israel, pero permaneciendo fiel a su pueblo. Saúl se obstinaba en ver el camino tal como él lo había pensado; David, por el contrario, no se plantea el problema del futuro y se abandona en manos del Señor. Este es el don de prudencia, de libertad, de destreza de David.

En este sentido son significativos los capítulos 28 y 29 del primer libro de Samuel. Los filisteos reúnen el ejército para combatir contra el pueblo de Dios, y David, que no había tenido problemas hasta entonces, no sabe qué hacer. Akis le dice que salga al campo con él junto con sus hombres, y David responde: «Ahora vas a saber bien lo que va a hacer tu servidor» (28,2). Intenta salir del apuro confiando en Dios, con la esperanza de que se presenten nuevos sucesos que le dispensen de luchar contra Israel. Pero Akis le dice: «Te haré mi guardia personal para siempre» (v.2).

Sabemos, por lo que sigue en el relato, que la providencia intervino: los filisteos concentran todas sus tropas en Afeq y luego le piden a Akis informes sobre David: «Es David, el siervo de Saúl, el rey de Israel; ha estado conmigo un año o dos y no he hallado nada contra él desde el día de su venida a nosotros hasta hoy». Pero los jefes de los filisteos se irritaron contra él y le dijeron: «Manda regresar a ese hombre y que se vuelva al lugar que le señalaste. Que no baje con nosotros a la batalla, no sea que se vuelva contra nosotros duranta la lucha» (29,3-4). Entonces Akis llama a David y le invita a que se vaya, para no contrariar a los jefes filisteos. La solución llegó de manera imprevista. El texto es más bien irónico, porque David se lamenta con Akis: «¿Qué he hecho yo y qué has visto tú en tu siervo, desde el día en que me puse a tu servicio hasta hoy, para que no pueda ir a luchar contigo contra los enemigos del rey, mi señor?». Respondió Akis: «Bien sabes que me eres grato como un ángel de Dios; pero los jefes filisteos han dicho: "No bajará al combate con nosotros"» (vv.8-9). Los filisteos lucharán contra Israel, y los filisteos huirán al monte Gelboé, donde morirá Saúl. Pero David no movió un solo dedo contra su pueblo, y la Biblia subraya de este modo que, aunque uno viva en medio de los enemigos, puede seguir siendo coherente y leal con Dios y con su propia gente.

3. Las pruebas familiares son para David muy graves, sobre todo al final de su vida. Su familia, tan querida por él, es víctima del prestigio real, del deseo del poder, de las luchas entre hermanos, de los celos. Y David no consigue mantenerla unida.

Es ésta la mayor tragedia para su corazón apasionado y magnánimo. Llega a su cima en la muerte de su hijo Absalón. David hizo todo cuando pudo por no luchar contra él y por ignorar sus intrigas. Pero, al enterarse de su muerte, explotó en lágrimas: «¡Hijo mío, Absalón; hijo mío, hijo mío, Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar!» (2 Sam 19,1ss). Este grito del rey es uno de los puntos culminantes de todo el Antiguo Testamento, porque muestra cómo el corazón está por encima de todo. No hay gloria del rey ni política de Estado que valga tanto como el amor.

Nos es fácil leer en este llanto de David una profecía del corazón de Jesús, que nos dice a cada uno de nosotros: «¡Hijo mío, te has hecho daño con tu pecado y yo quiero morir por ti!».

 

Meditatio sobre las pruebas de David

¿Cuál es el mensaje, el punto adquirido en la historia de Israel?

Volvamos a la reflexión de ayer: la realeza, la mesianidad, se realiza también en la prueba y en el sufrimiento. David vivió sus pruebas con fe, con amor, con lealtad, con confianza en Dios.

El mesianismo tiene sus luces, sus glorias, sus esplendores, pero tiene también sus sombras y oscuridades. La realeza se ejerce a menudo en el sufrimiento, sobre todo en el sufrimiento por los demás, por el pueblo, porque David sufre como rey y como representante, símbolo de todo el pueblo.

Isaías, mejor que cuaquier otro profeta, nos ayuda a comprender la realeza de Jesús en la línea de David: «Despreciable y desecho de los hombres...,/ despreciable y no lo tuvimos en cuenta». Pero ¿puede ser un salvador este hombre? La respuesta está algo más adelante: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba / y nuestros dolores los que soportaba./ Nosotros lo tuvimos por azotado,/ herido de Dios y humillado./ El ha sido herido por nuestras rebeldías,/ molido por nuestras culpas./ El soportó el castigo que nos trae la paz,/ y con sus cardenales hemos sido curados» (cf. Is 53,3-5).

Estas misteriosas palabras se escribieron pensando en los grandes sufrimientos del pueblo elegido, quizás en los sufrimientos del mismo profeta, pero ciertamente pensando también en David: «¿Quién dio crédito a nuestra noticia? / Y el brazo de Yahvé ¿a quién se le reveló? / Creció como un retoño delante de nosotros,/ como raíz en tierra árida» (Is 53,1-2).

El retoño es el que brotará en el tronco de Jesé y germinará de sus raíces; sobre él se posará el espíritu del Señor (cf. Is 11.1-2).

El pasó por el sufrimiento y por la prueba, por amor a su pueblo.

El punto adquirido por la conciencia de Israel es que el rey designado por Dios tendrá que pasar la prueba, que el sufrimiento entra en la historia de un verdadero rey que quiere el bien de su pueblo.

En las meditaciones de Isaías podemos ver también una respuesta a la pregunta con que termina el salmo 89: «¿Dónde están tus primeros amores, oh Señor,/ que juraste a David por tu fidelidad? / Acuérdate, Señor, del ultraje de tu siervo; / llevo en mi seno todos los insultos de los pueblos; / así ultrajan tus enemigos, oh Yahvé,/ así ultrajan las huellas de tu ungido» (vv.50-52). No es extraño, dice Isaías: es un sufrimiento por el pueblo que ya tuvo que vivir David, el rey amado y escogido por Dios.

 

Lectio sobre las pruebas de Jesús

San Ignacio, en la tercera semana, nos invita a pedir la gracia de estar con Jesús, participando también de sus pruebas. Queremos obtener esa gracia para llegar al verdadero conocimiento de Cristo, rey universal, hijo de David.

Podemos recorrer el mismo camino que en la reflexión anterior.

1. Las pruebas personales de Jesús. Como en el caso de David, no tenemos muchos textos que nos den a conocer las experiencias interiores de Jesús.

Os sugiero algunos pasajes interesantes para nuestro propósito:

— Mc 8,12. Los fariseos piden una señal del cielo y, «dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: "¿Por qué esta generación pide una señal?"».

Esta angustia, este malestar que subraya el evangelista, aparece en otras ocasiones:

— Mc 9,19. Le traen un epiléptico endemoniado; los discípulos no han podido curarlo, y Jesús exclama: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros?». Resulta extraño oir decir a Jesús: «¡Ya estoy cansado de vosotros!».

— Más desconcertante todavía es el pasaje de Mc 14,33-34. Después de la institución de la Eucaristía, Jesús se encamina al monte de los Olivos y, al llegar al sitio llamado Getsemaní, toma consigo a Pedro, Santiago y Juan. Luego «comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: "Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad"».

Pavor, angustia, tristeza. Jesús ha entrado en ese terrible momento en el que uno querría dejarlo todo, y nos pide que no lo dejemos solo, sino que compartamos de algún modo su prueba.

— Se citan muchos Salmos en el Nuevo Testamento para describir la angustia personal de Jesús: «Soy como el agua que se vierte,/ todos mis huesos se dislocan,/ mi corazón se vuelve como cera,/ se me derrite entre mis entrañas./ Mi paladar está seco lo mismo que una teja / y mi lengua pegada a mi garganta;/ se me echa en el polvo de la muerte» (Sal 22,15-16).

Se trata de un angustia interior y exterior que oprime el corazón, impidiendo hablar y pensar.

Os dejo, naturalmente, que meditéis en particular el texto sobre la agonía de Getsemaní, para comprender hasta qué punto quiso llegar Jesús para revelarnos su amor.

2. Las pruebas políticas y sociales. Jesús se enfrentó con todas las autoridades. Ninguna de ellas comprendió de verdad, y desde el principio los dirigentes políticos y religiosos sintieron ante él bastante malestar.

— Es significativa la interpretación que los Hechos de los apóstoles dan del Salmo 2: «Señor, tú que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, tú eres el que has dicho por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David, tu siervo:

¿A qué esta agitación de las naciones,
estos vanos proyectos de los pueblos?
Se han presentado los reyes de la tierra
y los magistrados se han aliado
contra el Señor y contra su Ungido».

Y luego prosigue: «Porque verdaderamente en esta ciudad se han aliado Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien has ungido, para realizar lo que en tu poder y en tu sabiduría habías predeterminado» (Hch 4,24-28).

Jesús no tiene nada contra la autoridad, no se vale nunca de su popularidad para poner a la gente contra ella; no desobedece a las leyes. La malevolencia que tienen frente a él y que llevará a los dirigentes a la decisión de crucificarlo es inexplicable, y tiene que verse a la luz del plan divino de la salvación.

— Jesús no se deja encerrar por las autoridades. Leemos, por ejemplo, que cuando, al final de su discurso en la sinagoga, fue echado de la ciudad y llevado al monte para ser precipitado, «él, pasando por en medio de ellos, se marchó». (Lc 4,30).

El evangelista quiso describir simbólicamente el comportamiento de Jesús en este mundo: pasa por en medio, es decir, sin ir en contra de las autoridades, sin oponer resistencia activa ni pasiva.

Sólo apunta hacia su objetivo, sin preocuparse de las oposiciones y de las dificultades. Y cuando las oposiciones lleguen a sentenciar su muerte, la aceptará.

Esta actitud de Jesús se manifiesta también a propósito de una autoridad particular, Herodes: «Se acercaron algunos fariseos y le dijeron: "Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte". Y si él les dijo: "Id a decir a ese zorro: Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y el tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén"» (Lc 13,31-33).

David tenía la habilidad política de entrar en relación con los enemigos, sacando de ellos lo que podía ser útil para sus intereses y para el pueblo. Jesús perfecciona el comportamiento de David, porque sabe estar con sus enemigos sin dejar nunca de avanzar hacia su objetivo.

3. Las pruebas familiares:

Los hermanos, los parientes de Jesús, no lo comprenden ni le ofrecen apoyo y consuelo. Leemos, por ejemplo, en Mc 3,20-21: cuando se enteraron de que la gran multitud que le rodeaba no le dejaba siquiera tiempo para comer, los «suyos» fueron a cogerlo, convencidos de que estaba fuera de sus cabales.

En Jn 7,2, Jesús está recorriendo Galilea, mientras se acerca la fiesta judía de las Tiendas. «Le dijeron sus hermanos: "Sal de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces, pues nadie actúa en secreto cuando quiere ser conocido. Si haces estas cosas, muéstrate al mundo"». Sus hermanos no lo entienden, o bien pretenden de él una realeza de triunfos, de honores, de prestigio, en la línea de la realeza de Saúl.

— Pero hay una prueba más dura para Jesús, la que le viene de la incompresión de los discípulos, de aquellos a los que había llamado «hermano, hermana y madre» (cf. Mc 3,35) y con los que estaba ligado con un pacto de alianza total.

Mc 8,17ss: «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí cinco panes...?». Debemos reflexionar despacio sobre este pasaje, porque subraya la dificultad de Jesús para hacerse comprender por los discípulos.

Mc 14,18ss describe el fracaso de la amistad que experimentó Jesús. Primero el traidor, Judas; luego la huida de los demás discípulos y la negación de Pedro. Los amigos más queridos, los más amados, le han dejado solo, no han hecho nada para consolarle y aliviarle la prueba.

Así pues, podemos decir que Jesús vivió dos profundos dolores: el fracaso en la predicación y el fracaso en la amistad. Los suyos, los discípulos, los apóstoles, no habían asimilado con su corazón el mensaje de Cristo, y era menester que diera su vida por ellos. Este es el centro del Evangelio: era menester que el Hijo de Dios diese la vida para que los hombres pudieran comprender el amor del Padre.

 

Invitación a la meditatio

El mensaje de la vida de Jesús se va aclarando poco a poco: todo se orienta hacia la cruz, hacia la muerte. Podemos leerlo también en Isaías 53, refiriéndolo directamente a Jesús:

«Mas plugo a Yahvé/ quebrantarle con dolencias./ Si se da a sí mismo en expiación,/ verá descendencia, alargará sus días,/ y lo que plazca a Yahvé se cumplirá por su mano./ Por las fatigas de su alma verá luz.../ Por sus desdichas justificará mi Siervo a muchos,/ y las culpas de ellos él soportará./ Por eso le daré su parte entre los grandes / y con poderosos repartirá despojos,/ ya que indefenso se entregó a la muerte / y con los rebeldes fue contado,/ cuando él llevó el pecado de muchos / e intercedió por los rebeldes» (vv.10-12).

Jesús obtuvo con su sufrimiento lo que no había logrado obtener con su enseñanza.

Se vio rodeado de dificultades de todo tipo, de pruebas políticas y familiares, pero con la muerte lo asumió todo en sus manos.

Podemos empezar ahora la meditación personal y, siguiendo las sugerencias de san Ignacio para el primer coloquio después de la meditación de los pecados, decir delante del Crucifijo: ¡Esto es lo que tú hiciste por mí; ¿qué haré yo por tí? (cf. n.53 de los Ejercicios).

Quizá entonces nos responda Jesús con las palabras de David a Absalón: «Hijo mío, ¡he querido morir en tu lugar!».

Y nosotros le preguntaremos: Dime, Señor, ¿qué puedo hacer y padecer por ti? (cf. ibid.,n.197).