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Humildad de David

Humildad de Jesús

 

San Ambrosio comienza el De apologia prophetae David con las siguientes palabras: «Me he decidido a escribir una apología en defensa de David. Pero no porque él lo necesite, dado que tiene tantos méritos y virtudes, sino más bien porque hay muchos que leen la narracción de lo que hizo sin comprender a fondo el espíritu de las Escrituras o las insondables razones de lo que se narra» (1,1).

«Haznos, Señor, leer la historia de David con la gracia que diste a tus apóstoles después de la resurrección: la gracia de penetrar el espíritu de la Escritura y de todo lo que aconteció a nuestros padres, a fin de comprender el espíritu de Jesús y las razones de su vida y de su muerte.

Concédenos esta gracia, Padre, por tu Hijo Jesucristo, que contigo y con el Espíritu Santo vive y reina para siempre. Amén».

En la segunda semana de los Ejercicios, san Ignacio habla de tres grados de humildad. El primero consiste en rebajarse y humillarse lo más posible para obedecer a la ley de Dios; el segundo, en no poner más afecto en la riqueza que en la pobreza, en los honores que en los deshonores, en la vida larga que en la vida breve, si es igual para el servicio de Dios y la salvación del alma; el tercer grado, el más perfecto, consiste en querer y escoger, para imitar más concretamente a Cristo, la pobreza más que la riqueza, los oprobios más que los honores, el ser juzgado necio por Cristo más que sabio y prudente por este mundo (cf. nn.165-167).

Queriendo proseguir la reflexión, a la luz del pasaje de la Carta a los Hebreos, sobre las actitudes que Cristo lleva a la perfección, creo que será conveniente una meditación sobre algunos aspectos humildes de la vida de David.

Para ello haremos una lectio de algunos relatos del libro de Samuel, intentando a continuación comparar la figura de David con la de Saúl. Al final de la lectio nos preguntaremos cuál es el punto adonde llega la conciencia de Israel a partir de la humildad de David. Pasaremos a una lectio de pasajes evangélicos que nos muestran la humildad de Jesús. Finalmente, como paso para la meditación, veremos cómo se plantea hoy el problema y qué significa la humildad de Jesús para el camino de la Iglesia.

 

Lectio sobre la humildad de David

Hay tres episodios en el libro de Samuel que nos presentan aspectos de la humildad de David.

1. 1 Sam 21,11-16: inmediatamente después de su encuentro con Ajimélek en el santuario de Nob, David huye lejos de Saúl y llega donde Akis, rey de Gat. Los criados del rey, al verlo, se asustan al recordar lo que se cantaba de David en las danzas: «Saúl mató a mil, y David a diez mil». Naturalmente, el fugitivo oye las palabras de los criados del rey y se llena de miedo. Hábilmente, finge que está loco: «Tamborileaba sobre el batiente de la puerta y dejaba caer la saliva sobre su barba. Dijo, pues, Akis a sus servidores: "Mirad, este hombre está loco. ¿Para qué me lo habéis traído? ¿Es que me hacen falta locos, que me habéis traído a éste para que haga el loco a mi costa? ¿Va a entrar éste en mi casa?"» (vv.14-16). De esta manera consiguió salvarse David.

Es un relato de prudencia humana, más que de humildad, pero demuestra que, a veces, en la vida es conveniente pasar un poco por locos, para librarnos de dificultades mayores. También san Ignacio, durante un viaje, cayó en manos de unos soldados que querían hacerle daño; se fingió loco y le dejaron marcharse.

2. 2 Sam 6,12-13, subraya la libertad de David ante el juicio de los hombres. Ni siquiera tiene miedo al juicio de su mujer. El relato abunda en detalles para indicarnos que la Escritura le atribuye mucha importancia. Después de mil peripecias, el arca en la que se hace presente el Señor vuelve al pueblo de Israel. David reúne a toda la gente y celebra una gran fiesta con cantos e instrumentos musicales. Luego David «subió al arca de Dios de casa de Obededom a la Ciudad de David, con gran alborozo. Cada seis pasos que avanzaban los portadores del arca de Yahvé, sacrificaban un buey y un carnero cebado. David danzaba con todas sus fuerzas ante Yahvé, ceñido de un efod de lino. David y toda la casa de Israel subían el arca de Yahvé entre clamores y resonar de cuernos. Cuando el arca de Yahvé entró en la Ciudad de David, Mikal, hija de Saúl, que estaba mirando por la ventana, vio al rey David danzando y saltando ante Yahvé y le despreció en su corazón» (vv.13-16). Luego el arca quedó colocada en su sitio, en la tienda que había hecho levantar expresamente el rey. Terminados los sacrificios de comunión y la ofrenda de los holocaustos, David bendice al pueblo, dándoles a todos una hogaza de pan, dátiles y un dulce de uvas pasas. «Cuando se volvía David para bendecir su casa, Mikal, hija de Saúl, le salió al encuentro y le dijo: "¡Cómo ¡Cómo se ha cubierto hoy de gloria el rey de Israel, descubriéndose hoy ante las criadas de sus servidores como se descubriría un cualquiera!". Respondió David a Mikal: "En presencia de Yahvé danzo yo. Vive Yahvé, el que me ha preferido a tu padre y a toda tu casa para constituirme caudillo de Israel, el pueblo de Yahvé, que yo danzaré ante Yahvé y me haré más vil todavía; seré vil a tus ojos, pero seré honrado ante las criadas de que hablas" . Y Mikal, hija de Saúl, no tuvo ya hijos hasta el día de su muerte» (vv.20-23). Sabemos que realmente la descendencia de David fue en la línea de Salomón, hijo de Betsabé, no de Mikal, a la que le habría correspondido el primer puesto.

Este bellísimo episodio nos describe la absoluta libertad de David ante los juicios humanos. Dios ocupa el primer puesto, y para rendirle honor y gloria no hay que preocuparse de las críticas.

Este tipo de libertad podría corresponder al primero y al segundo grado de humildad de san Ignacio, es decir, a la libertad frente a las amenazas, con tal de seguir la ley de Dios.

Para comprender mejor la actitud de David, es interesante comparar este pasaje con un relato extraño de la vida del anterior rey Saúl (1 Sam 19,18-24). David, para huir de su ira, se había refugiado al lado de Samuel. Al enterarse Saúl, envía mensajeros al profeta para apoderarse del joven, pero éstos, al ver profetizando a la comunidad de profetas, se vieron revestidos del espíritu de Dios y empezaron también a profetizar. Saúl, obstinado, envía nuevos mensajeros, y luego otros: el resultado es siempre el mismo. Entonces se decide a ir él personalmente, pero, al llegar a Ramá, «vino también sobre él el espíritu de Dios e iba caminando en trance hasta que llegó a las celdas de Ramá. También él se quitó sus vestidos y se puso en trance profético ante Samuel, y quedó desnudo en tierra todo aquel día y toda aquella noche, por lo que se suele decir: "¿Conque también Saúl entre los profetas?"» (vv.23-24).

Por una parte, la Biblia subraya la grandeza de David, que por agradar a su Dios se pone a danzar sin preocuparse del respeto humano; por otra, la obstinación de Saúl, que al final se ve preso de su locura.

3. 2 Sam 15,13ss; 16,1-14: es el episodio más importante, porque vemos a David frente al fracaso y la humillación más penosa. Su hijo Absalón conspira contra su padre, y el complot va creciendo. David se ve obligado a huir de Jerusalén para dejar campo libre a su hijo. Es un relato estupendo que habría que meditar palabra a palabra; destacan, ante todo, tres puntos: el carácter sagrado de la huida; la calma de David frente a la situación; su abandono a los designios de Dios.

La huida se desarrolla como una procesión, como un drama sagrado, con gran dignidad: «El rey salió con toda su casa, a pie, y se detuvo en la última casa» (v.16); «iban todos llorando con gran llanto. El rey se detuvo en el torrente Cedrón y toda la gente pasaba ante él, camino del desierto» (v.23). Ve luego venir a Sadoc con los levitas que llevan el arca del Señor, y David les ordena que regresen a la ciudad: «Si he hallado gracia a los ojos de Yahvé, me hará volver y me permitirá ver el arca y su morada. Y si él dice: "No me has agradado", que me haga lo que mejor le parezca» (v.26). David ha alcanzado una talla espiritual muy alta. No lucha contra su hijo; prefiere retirarse aceptando la humillación, y en su decisión hay un abandono total a los planes de Dios, una gran expresión de fe y de amor.

Dueño de la situación hasta el fin, permanece en calma y lo dirige todo. Ittay de Gat quiere seguirle con 600 hombres, pero David le invita a que regrese, porque podría ser peligroso para él, un forastero, seguir a los fugitivos. Ittay se siente impresionado por la grandeza de ánimo del rey e insiste en seguir con él, y entonces David permite que le acompañe (vv.19-22).

Un momento destacado que subraya la fe de David lo constituye el siguiente capítulo, cuando Semeí empieza a injuriarle y maldecirle. Abisay no lo soporta y dice al rey: «¡Por qué ha de maldecir este perro muerto a mi señor el rey? Voy ahora mismo y le corto la cabeza». Pero el rey contestó: «¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia? Deja que maldiga, pues si Yahvé le ha dicho: "Maldice a David", ¿quién le puede decir: "¿Por qué haces esto?". Y añadió David a Abisay y a todos sus siervos: "Mirad, mi hijo, saliendo de mis entrañas, busca mi muerte, pues ¿cuánto más ahora un benjaminita? Dejadie que maldiga, pues se lo ha mandado Yahvé. Acaso Yahvé mire mi aflicción y me devuelva Yahvé bien por las maldiciones de este día"» (16,9-12).

Es de las páginas más hermosas del Antiguo Testamento y nos hacen recordar los cantos de Isaías (caps. 52-53). Podemos hacer una comparación con nuestras reacciones ante las humillaciones, cuando nos gustaría responder inmediatamente, reaccionar, sin saber verlas a la luz de los designios de Dios. David no se deja aplastar por la situación, tiene fe en su Dios que lo ha amado y sigue amándolo; no pierde la calma. Su comportamiento en la humillación logrará darle la vuelta a la situación.

¿Qué impresión sacamos de la figura de David en todos estos relatos?

Ante todo, tenemos que compararla con la figura de Saúl, puesto que nos lo sugiere la propia Biblia. Me gustaría citar las palabras del padre dominico J.D. Barthélemy: «En el destino de Saúl no hay más que un acontecimiento, una sola iniciativa personal: el despedazamiento de los bueyes (1 Sam 11,7), preparado por la puesta en escena de Samuel en Ramá y en Mispá. Una vez que ha tomado personalmente el poder con este gesto, se obstina en este poder tal y como lo concibe, y esta obstinación le hace ir contra los designios de Dios».

Luego el autor habla de la paranoia de Saúl; he buscado en el diccionario el sentido de esta palabra: «Perturbación en el carácter, orgullo desmesurado, desconfianza, susceptibilidad excesiva, doblez de juicio, tendencia a interpretaciones que generan delirio y reacciones de agresividad». Es la descripción clínica de la figura de Saúl: un hombre empeñado en la idea de su grandeza de rey y que no puede aceptar que otros tengan algún poder sobre el pueblo.

Es exactamente lo contrario de David. David es elástico, no tiene una idea rígida del poder del rey.

Hubo un momento en que se dejó llevar por la tentación de salvar su dignidad real; fue el momento de su pecado. Pero durante el resto de su vida muestra una gran flexibilidad: danza delante del Señor, acepta los sucesos contrarios, encuentra un significado en cada acontecimiento, ve el bien que hay en cualquier parte, busca los caminos del Señor. Una flexibilidad que se conjuga con la humildad, porque no se siente importante ni rígido en un designio de grandeza proyectado por él; es Dios el que lo hace todo en su vida; es Dios el que le da una casa.

Por eso creo que el punto adquirido por la conciencia de Israel, a partir de la figura de David, es que la verdadera realeza no excluye la humildad. Con Saúl se creía aún que la realeza consistía en vencer siempre, en tener siempre la razón, en no humillarse nunca, en tener un destino ya fijado en la gloria. Con David se comprende que la realeza puede caminar a la par con la humildad, y esta conciencia la volveremos a encontrar en los profetas, especialmente en Sofonías y en Zacarías. El evangelista Mateo, al describir la entrada de Jesús en Jerusalén, tendrá en cuenta un versículo de Zacarías: «¡Exulta sin mesura, hija de Sión, lanza gritos de gozo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna» (Zac 9,9; cf. Mt 21,5).

Es el misterio de este rey. Pero la humildad es propia también del pueblo, no sólo del rey: «Buscad a Yahvé, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad» (Sof 2,2). «Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre». (Sof 3,12), el pueblo de las bienaventuranzas, que se ha ido formando en la escuela del humillado David.

 

Lectio sobre la humildad de Jesús

No son muchos los pasajes del evangelio que hablan de la humildad de Jesús. Se trata más bien de una atmósfera que se respira.

Sin embargo, hay un versículo fundamental, donde el mismo Jesús da su definición: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Mientras que, en Juan, Jesús es el camino, la verdad, la vida, en los sinópticos Jesús presenta su vida como una vida de mansedumbre y de humildad, pero en conexión con la realeza. En efecto, poco antes había dicho: «Todo me ha sido entregado por el Padre» (Mt 11,27).

Esta realeza humilde, este dominio sencillo, es el que resplandece en Jesús, según el modelo de David, pero de una forma distinta y mucho más perfecta.

Así es como san Ignacio comprendió a Jesucristo nuestro Señor y como lo describe, presentando el programa de humildad y de pobreza a sus seguidores (cf.n.146).

Podemos entonces repasar los evangelios preguntándonos: ¿dónde se manifiesta la humildad de Jesús?

Voy a señalar dos relatos que están un poco en la línea de lo que hemos dicho sobre David, dejándoos que busquéis algunos otros por vuestra cuenta.

1. Lc 4,16-30 es un episodio que siempre me ha impresionado. En el discurso con que se inaugura su predicación, Jesús se presenta libre de las esperanzas de la gente, hipnotizado por el deseo del éxito, y habla sin buscar los aplausos.

En la sinagoga, los ojos de todos están fijos en él (v.20); creen que va a pronunciar palabras asombrosas, pero él no se preocupa de dar gusto a la gente.

Y mientras que, en un primer momento, algunos lo escuchan con interés, al final el fracaso es completo. Más aún, se levantan contra él y lo llevan a la cumbre del monte para echarlo por el precipicio.

¿Qué hace Jesús?: «Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó» (v.30); bajó a Cafarnaún y, como si no hubiera pasado nada, siguió enseñando en día de sábado.

La suya es una extraordinaria libertad de corazón. No cambia de discurso para alcanzar un mejor resultado; simplemente, se va a otra ciudad.

2. Mt 12,15-21. Es un segundo pasaje significativo para el comportamiento de Jesús. Después del episodio de las espigas desgranadas, el evangelista recuerda la curación de un hombre con la mano seca, realizada en día de sábado. Los fariseos se indignan y conspiran para quitarlo de en medio, pero «Jesús, al saberlo, se retiró de allí» (v.15); lo mismo que David, que deja Jerusalén ante la conspiración de Absalón.

Entonces muchos le siguen: Jesús los cura a todos «y les mandó enérgicamente que no le descubrieran» (v.16).

Jesús podría haberse apoyado en su poder de curación invitando a la gente a acudir a los fariseos para contarles lo sucedido; de este modo la situación podría haberse vuelto en su favor. Pero no lo hace. Y su comportamiento es tan extraño que el evangelista siente la necesidad de explicar por qué no se defiende y por qué no quiere aprovecharse del bien que hace: esto ocurrió «para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: "He aquí a mi Siervo, a quien elegí,/ mi Amado, en quien mi alma se complace". (Parece un eco de las palabras dichas a propósito de David: un hombre según el corazón de Dios: cf. Hch 13,22). "/Pondré mi Espíritu sobre él,/ y anunciará el juicio a las naciones. / No disputará ni gritará,/ ni oirá nadie en las plazas su voz./ La caña cascada no la quebrará,/ ni apagará la mecha humeante,/ hasta que lleve la victoria el juicio;/ en su nombre pondrán las naciones su esperanza"» (vv.17-21).

La profecía de Isaías es misteriosa: el Mesías anunciará la verdadera fe a las gentes sin utilizar medios estrepitosos, sino la dulzura; no romperá la caña cascada ni apagará la mecha humeante.

El evangelista vislumbra probablemente la cruz, donde se manifestará la verdadera doctrina del amor de Dios. Y en esta cruz, signo de la humillación, pondrán su esperanza todas las gentes.

Así pues, el texto de Mateo es muy fuerte y nos hace comprender lo que fue Jesús para sus contemporáneos.

Antes de la Pasión, se pone de relieve su vida sencilla, sin pretensiones, un tanto escondida, que se servía de medios pobres.

El rey universal no separa nunca la humildad de la realeza, y de este modo lleva a su perfección las actitudes que ya antes había vivido David.

 

Puntos para la meditatio

¿Cómo se plantea el problema de la humildad para la Iglesia de hoy?

El pueblo de Dios como tal, y no sólo cada uno de los creyentes, está llamado a una vida humilde, pobre, poco aparente. Además, la Iglesia tiene que amar a los pobres, a los más pobres, procurando ayudarles. Sin embargo, la acción social requiere medios costosos, exige a veces sentarse a la mesa con los grandes de la tierra en defensa de los derechos de los pobres, y todo esto le impide a la Iglesia presentarse realmente pobre y humilde.

No es fácil, ciertamente, encontrar la solución.

Pero creo que es muy importante lograr mantener, por lo menos, el equilibrio: amar y escoger la humildad y la pobreza, porque es el modo de vivir de Jesús; y amar a los pobres sirviéndoles y quedándose con ellos, con los medios que tenemos a disposición y verificándonos continuamente según el ejemplo de Jesús.

Sólo partiendo de la vida de Jesús podremos comprender lo que podemos hacer por los demás.

Pidámosle a la Virgen María que nos conceda amar siempre el camino de la simplicidad y de la humildad, para poder ayudar también a los pobres, a los humillados, a los perseguidos de este mundo, con toda la fuerza que tengamos y con todo el amor que sintamos hacia Jesús.