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Libertad de David

Libertad de Jesús

 

«Señor Jesucristo, Rey nuestro, somos algo así como los discípulos de Emaús, que intentan comprender lo que dices al explicarles las Escrituras. Sabes muy bien que es importante conocer lo que los antiguos Textos Sagrados profetizaron de ti. Abre nuestros ojos, Jesús, como hiciste con tus discípulos de Emaús y con tus apóstoles. Y sobre todo, inflama nuestro corazón mientras nos explicas las Escrituras, para que podamos reconocerte en la fracción del pan.

Dios, Padre nuestro, te pedimos esta gracia por tu mismo Hijo Jesús, en la unidad del Espíritu Santo, en unión de deseo con la Virgen María y con santa María Magdalena».

 

Queriendo conocer mejor a Jesús Mesías y comprender cómo sus virtudes y sus actitudes perfeccionan las virtudes y actitudes del Antiguo Testamento, os propongo una contemplación sobre la libertad de David y la libertad de Jesús. Es el tema de la relación entre la libertad y la ley.

A manera de introducción, partiré de un pasaje del evangelio de Mateo; leeremos un texto del primer libro de Samuel, citado por Jesús; luego volveremos al texto de Mateo; desde estas lecturas propondré luego, para la meditación, algunas pequeñas tesis sobre la ley para que nos abramos así a la contemplación de la libertad de Jesús. Seguimos estando dentro del cuadro de la segunda semana de los Ejercicios de san Ignacio.

 

Introducción

Mt 12,1-8 es una página interesante. Jesús pasa un día de sábado por los campos; los discípulos tienen hambre y se ponen a desgranar unas espigas; los fariseos les critican, y entonces Jesús los defiende: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la proposición, que no le era lícito comer a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes?» (vv.3-4).

Son los dos versículos que nos invitan a leer un pasaje del libro de Samuel.

 

Lectio de 1 Sam 21,2-7

Este pasaje se encuentra inmediatamente detrás del capítulo más largo que habla de la amistad entre David y Jonatán.

Jonatán vuelve a la ciudad y David se marcha solo, lleno de miedo, sin saber qué le va a pasar.

Llega a Nob, a casa del sacerdote Ajimélek, descendiente de Elí. En efecto, después de la destrucción del santuario de Silo (cf. 1 Sam 4), el sacerdocio se había refugiado en la parte oriental del monte Scopus, al este de Jerusalén.

Cuando el sacerdote ve a David, se llena de miedo, probablemente porque le había llegado el rumor de las divergencias entre él y el rey, y le pregunta: «¿Por qué estás solo y no hay nadie contigo?, ¿a qué viene tu visita?». David le responde: «El rey me ha dado una orden y me ha dicho: Que nadie sepa el asunto a que te mando y lo que te ordeno. A los muchachos los he citado en tal lugar». Inventa una excusa con tal de obtener pan: «Así pues, ¿qué tienes a mano? Dame cinco panes o lo que haya». David no tiene nada; es tan pobre que pasa hambre y da el primer paso para solucionar su problema.

El sacerdote le responde: «No tengo a mano pan profano, pero hay pan consagrado; se lo puedo dar a tus muchachos, si es que se han abstenido de las mujeres». David le responde: «Desde luego. La mujer está prohibida, como siempre que salgo de campaña, y los cuerpos de los muchachos están limpios; aunque es un viaje profano, cierto que sus cuerpos están puros». La respuesta es un tanto confusa, pero puede entenderse fácilmente que podían comer de aquel pan porque se habían abstenido de relaciones sexuales.

Entonces Ajimélek le da a David los panes de la proposición. En la estructura del libro de Samuel, esta historia tiene simplemente la finalidad de hacer saber que David ha vuelto a comenzar su vida junto al santuario y lo que le ocurrió luego al santuario. En el capítulo siguiente (22,6ss) se narra la trágica conclusión del episodio: cuando Saúl se entera de lo ocurrido, hace matar a Ajimélek y a todos los sacerdotes de Nob.

Así pues, no hay aquí reflexiones explícitas sobre la ley y sobre una posible excepción a la misma.

 

Lectio de Mt 12,1-8

Sin embargo, Jesús se apoya en el texto del libro de Samuel para introducir un tema importantísimo, fundamental; esta página de Mateo es la primera de las perícopas sobre el sábado.

Recordemos algunas otras:

— Mt 12,9-14: el hombre de la mano seca curado en día de sábado; Lc 13,10-17: la mujer encorvada curada en sábado; Lc 14,1-6: el hombre hdrópico curado en sábado. Un pasaje significativo es Jn 5,1-18: el paralítico de Betsaida curado en sábado; y, sobre todo, Jn 9: la curación del ciego de nacimiento, con la larga historia que aquello origina. El del sábado es un problema grave, no tan pequeño como nos podría parecer a nosotros, ya que afecta a un mandamiento de Dios presente ya en el Génesis: Dios descansa el sábado y lo consagra, porque aquel día terminó toda su tarea (cf. Gn 2,2-3).

A partir del Decálogo encontramos una serie de minuciosas prescripciones ideadas precisamente para salvaguardar la sacralidad de aquel día, todavía vigente hoy entre los judíos: todo es para la simhat shabbat, la alegría del sábado. Es muy hermoso, por ejemplo, ver los preparativos que hacen a partir del viernes, en una atmósfera de entusiasmo, de calma, de fiesta: el sábado es realmente para ellos el día del gozo, de la danza, de la oración.

Así pues, la ley del sábado es una tradición humana, pero basada en un concepto teológico: el hombre hecho a semejanza de Dios, el hombre hecho no sólo para el trabajo, sino para estar alegre, para vivir con Dios, para reposar, el hombre que —a diferencia de los animales—sabe distinguir la importancia de los días.

El ritmo que alterna el trabajo y el descanso es lo que da orden a la vida.

Jesús, como veremos, relaciona la angustia que el problema del sábado creaba en el corazón de los fariseos con la actitud del hombre ante la ley, que puede ser justa o errónea. Se trata de la manera de situarse ante una ley positiva que se basa en el mandamiento divino y que, por tanto, tiene que ver con el problema del conocimiento de Dios.

Por eso es un tema difícil y nos invita a rezar:

«Señor Jesús, concédenos comprender quién eres tú y quién es tu Padre; concédenos comprender que se trata de un problema de conocimiento de Dios. Haz que a través del conocimiento del Padre podamos conocerte a ti, que eres el Hijo, y a nosotros, que estamos llamados en ti a ser hijos».

— Mt 12,1-8. El relato se divide en tres partes: en la primera se nana el hecho; en la segunda se recoge el comentario malévolo de los fariseos; en la tercera está la respuesta de Jesús, amplia y estructurada.

  1. Jesús va recorriendo los campos con sus discípulos, un día de sábado; los discípulos, que tienen hambre, arrancan espigas y comen sus granos (v.]).

  2. Los fariseos lo ven y se indignan. Dirigiéndose entonces a Jesús, le preguntan cómo es que sus discípulos se permiten violar el sábado (v.2).

  3. La respuesta de Jesús asienta cuatro principios muy importantes:

El primero es el principio del sentido común: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la proposición, que no les era lícito comer a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes?» (vv.3-4).

Os invito, para vuestra lectura personal, a que repaséis una página del Exodo (25,23-30) y otra del Levítico (24,5-9).

Jesús se refiere a David para subrayar que la necesidad prevalece incluso sobre el sábado; que el sentido común tiene también sus derechos.

El sabe que David es amado, respetado, considerado como hombre piadoso, y no sólo como un gran rey; si él cedió a la necesidad, significa que la ley no puede menos de tener en cuenta la necesidad.

El segundo es el principio teológico: «¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa?» (v.5).

El sábado es divino; pero es un valor relativo, no absoluto; y lo que podría parecer violación del sábado, la Ley dice que no lo es; en efecto, las actividades del culto, a las que atienden los sacerdotes, no quedan suprimidas el sábado.

El tercero es el principio cristológico: «Pues yo os digo que aquí hay algo mayor que el Templo» (v.6). Se puede añadir el versículo final: «Porque señor del sábado es el Hijo del hombre» (v.8).

El cuarto es el principio ético, a saber: la misericordia prevalece sobre el sacrificio: «Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de "Misericordia quiero, que no sacrificio", no condenaríais a los que no tienen culpa» (v.7). La economía de Dios es la norma de todo.

Creo que será útil repasar estos cuatro principios, porque nos ayudan a entrar en la reflexión sobre la libertad de Jesús ante la Ley.

— El principio del sentido común, fácil de reconocer, no es tan fácil de practicar. Al encontrarnos frente a ciertas complicaciones de las leyes positivas, no siempre logramos comprender de qué parte está el sentido común. Pero Jesús recuerda el sentido común en otros casos semejantes: «¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en sábado y no lo saca al momento?» (Lc 14,5). No se puede venerar la ley de tal manera que se reniegue de' lo que exige el sentido común. Hay una prioridad de valores que todo hombre reconoce inmediatamente, ya que la solución la da el sentido común natural.

— El principio teológico va más hondo. Es una explicación del Génesis y de toda la tradición: el sábado es un valor grandísimo, incluso Dios descansa; pero salvar al hermano es siempre digno de Dios. En esto no puede haber descanso, precisamente porque estamos hechos a imagen de Dios. Es el caso de la mujer encorvada, curada en día de sábado: «Replicó el Señor: ¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abrahán, a la que ató Satánas hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta cadena en día de sábado?» (Lc 13,15-16). Y el evangelista indica que, mientras Jesús hablaba, sus adversarios se avergonzaban, al tiempo que la gente se alegraba de todas las cosas grandes que hacía.

Jesús lleva a cabo una obra de liberación de la conciencia, y la gente se alegra: «¡Al fin! ¡Así es como nosotros pensamos que ha de ser la religión! ¡Así es como pensamos que es Dios! Lo que nos decían nos estrechaba el corazón, ¡pero ahora intuimos que es ésta la verdad!».

— El principio cristológico está más desarrollado: «Os digo que hay algo mayor que el Templo», en donde se trabaja en día de sábado.

La ley está sometida a la ley definitiva de la economía divina establecida por Jesús, «Señor del sábado», Señor de toda la economía divina.

Jesús no es sólo el hombre humillado; es el humillado exaltado, el príncipe del reino mesiánico, el verdadero David que recibe el reino eterno, el que instaura ya desde ahora la economía del Reino, el Nuevo Testamento. Jesús es el que pone el vino nuevo en odres nuevos, el paño nuevo sobre el vestido nuevo.

En la nueva economía el principio es Jesús, no la ley; él es la clave de todo.

Comprender esto equivale a entrar en la comprensión del Nuevo Testamento. En el Antiguo, el signo era la Ley dada a Moisés en el Sinaí; ahora el signo es Jesús, Rey eterno y definitivo, como dice san Ignacio.

— El principio ético es la consecuencia de la primacía de Jesús Señor, Mesías. Es el principio que dirige todas las actitudes del hombre, expresado con una simple palabra: «Misericordia quiero, que no sacrificio». La referencia es aquí al profeta Oseas (6, 6), para subrayar toda la densidad del término misericordia: es la hesed, el amor salvífico de Dios, difundido en el corazón de los hombres a través del Espíritu Santo. Y ésta es la ley suprema.

«Porque yo quiero amor, no sacrificio; conocimiento de Dios, más que holocaustos» (Os 6,6).

Oseas vincula el amor con el conocimiento de Dios, para indicar la necesidad de un conocimiento amoroso, análogo al amor conyugal entre el hombre y la mujer.

El tema vuelve a aparecer en Juan: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

Y me gustaría señalar que tanto Jesús como el profeta Oseas recogen un pasaje de 1 Sam 15,22, cuando Dios, por boca de Samuel, rechaza a Saúl: «¿Acaso se complace Yahvé en los holocaustos y sacrificios / como en la obediencia a la palabra de Yahvé?/ Mejor es obedecer que sacrificar, / mejor la docilidad que la grasa de los carneros». Saúl había desobedecido reservándose una parte del botín, con el pretexto de ofrecérselo a Dios. Este texto recorrió un largo camino y, como sabemos, lo utilizó san Ignacio para escribir su famosa Carta de la obediencia.

La obediencia que es mejor que el sacrificio no es tanto la obediencia a las reglas, sino al amor de Dios, a la atención a su Palabra, al empeño en conocerlo conociendo a Jesús y tomándolo como principio de toda acción. Es la primacía de la hesed.

Jesús no profundiza en el argumento; se limita a observar que la actitud de los fariseos ante los demás y ante la ley no es buena.

Sin embargo, es un principio formidable que hace comprender de nuevo todo el Antiguo Testamento y toda la historia de Dios con el hombre.

Con esto terminamos la lectio de los textos. San Ignacio escribe que ante todo debemos comprender fielmente la historia, procurando captar bien la situación, el contexto, las asonancias. Es una sugerencia que podréis seguir siempre en vuestra meditación personal de cada día, porque difícilmente entraremos en la contemplación si no partimos de la lectura seria y profunda del texto bíblico.

 

Puntos de meditatio

¿Cuál debe ser nuestra actitud ante la ley cristiana? ¿Qué nos enseña Jesús a propósito de nuestra libertad en, a través de y frente a la ley?

Propongo siete pequeñas tesis, a fin de ordenar todo lo que hemos dicho hasta ahora:

1. La ley del Nuevo Testamento es principalmente el Espíritu Santo: «Lex nova principaliter in Spiritu Sancto consistit», como afirma santo Tomás apoyándose en la Carta a los Romanos (8,2ss).

2. El Espíritu Santo —tal como lo conocemos en la economía del Nuevo Testamento— es el Espíritu de Jesús, el Hijo de Dios. Esto significa que el Espíritu Santo crea en nuestro corazón una actitud de hijos. La suya es una ley activa, creativa; pone nuestro corazón en el corazón de Jesús para que viva en nosotros su filiación. La ley, para hablar desde un perfil ético, es el ser como hijos en brazos del Padre, y serlo con respecto al pasado (nuestros pecados que son perdonados), al presente y al futuro.

En términos teológicos, significa fe y esperanza: fe en el hoy, porque el Padre nos hace hijos suyos ahora; y esperanza como certeza de que en adelante nada podrá separarnos de la caridad de Cristo, Hijo de Dios.

Esta es la ley cristiana.

3. El Espíritu Santo nos mueve a amar como amó Jesús. Jesús amó ante todo a los suyos, y amó y sigue amando a todos aquellos a los que Dios llama a ser hijos suyos: «La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, mientras éramos todavía pecadores, murió por nosotros» (Rom 8,5).

El mayor y el único mandamiento para las relaciones humanas es la caridad, es que nos parezcamos a Dios en el amor.

La vida de Jesús es ahora nuestro modelo de ser hijos y de ser personas que aman a los demás.

Esto es el Espíritu Santo, la ley: amar como Jesús amó, dejarnos amar como él se dejó amar por el Padre.

Justamente se subraya que Jesús es hombre para los demás; sin embargo, Jesús es el Hijo de Dios encarnado, es Dios para los demás, que nos une a él, haciéndonos por gracia semejantes a él en nuestra relación con los demás. Este es el misterio cristiano.

4. La vida cristiana depende de ese misterio: la ley, los mandamientos, la oración, los sacramentos, el año litúrgico, la pastoral, las costumbres, tienen la finalidad de hacer posible (o de restablecer) en la comunidad el orden de la caridad. Todo está al servicio del amor.

5. ¿Qué es la libertad de Jesús en este contexto? Es la libertad del Hijo que, sintiéndose amado y amando espontáneamente, respeta el orden de la caridad y todo lo que se refire a él.

En este sentido resulta muy claro Mt 17,24-27: Jesús dice que los hijos, en cuanto hijos, están libres de pagar el tributo del Templo, pero que hay que pagarlo. Se trata de una libertad interior que no quiere perturbar la ley que se ha dado para ayudar a la comunidad a respetar en la vida cotidiana el orden de la caridad. Entonces todo se juega entre la libertad de Jesús ante el sábado —que denuncia la pérdida del sentido común— y su respeto por todas las leyes, incluso exteriores, del pueblo, cuando se refieren al orden de la caridad.

Es un principio muy importante para la Iglesia: la libertad de los hijos tiene que conjugarse con lo que ayuda en concreto a la comunidad a vivir la primacía de la caridad (humildad, buen ejemplo, corrección fraterna, oración en común, perdón de las ofensas: cf. Mt 8).

6. Hemos de respetar todo lo que guarda relación con el origen de la caridad, pero con la libertad de corazón y de espíritu, con la libertad de hijo que era propia de Jesús.

7. Finalmente, nos preguntamos: ¿qué es lo contrario a esta libertad? Dos cosas:

— o la anomía, la falta total de respeto a las reglas. (Se afirma que nada se quiere más que la caridad; pero, de hecho, eso es una excusa para hacer cada cual lo que quiere. De la anomía nace la arbitrariedad, una especie de licencia que hiere a los demás en nombre de la caridad);

— o bien, por el contrario, la rigidez, la falta de elasticidad, de soltura, en la vida eclesiástica o religiosa: es el culto a la letra, el orgullo ligado a ese culto, la dureza de corazón, el formalismo, la amargura.

El hombre camina, por así decirlo, al filo de estos dos abismos. Jesús camina por la cresta y nos invita a caminar con él, no gracias a nuestros esfuerzos o a nuestra inteligencia, sino por la fuerza del Espíritu Santo, principio primero y absoluto de la historia de la salvación.

Se abre así nuestra contemplación:

«Jesús, concédenos participar de la libertad de tu amor, contemplar tu libertad, tu ser Hijo, tu ser para los demás. Haz que de esta contemplación recibamos el don del Espíritu Santo, que cambia nuestros corazones en el sentido de tu libertad».