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Coraje de David

Coraje de Jesús

 

«Te pedimos, oh Dios y Padre nuestro, que nos hagas conocer a tu Hijo Jesús, hijo de David, mediador absoluto de la salvación para todo el mundo, Señor y meta de la historia. Concédenos conocerlo como él nos conoce, amarlo como él nos ama, contemplarlo todos los días de nuestra vida: concédenos participar en el conocimiento que él tiene de Ti. Te lo pedimos por el mismo Cristo nuestro señor y en virtud del Espíritu Santo. Amén».

Hemos dicho que, siguiendo las sugerencias de san Ignacio en la segunda semana, queremos considerar algunos ejemplos de la vida del rey temporal —David—para contemplar mejor la vida del Rey eternal, el Mesías, Cristo Jesús. De Jesús se pueden meditar muchos aspectos, y san Ignacio dice que se den sólo unos puntos que permitan aprender el método que habrá de servimos durante todo el año para contemplar a Jesús, el Salvador de la humanidad, el revelador del Padre (cf. n.162).

Os voy a proponer algunas meditaciones a modo de ejemplo para que podáis profundizar en esta línea interpretativa del conocimiento de Cristo mediante el conocimiento de David. Como método, escojo el ya clásico de la lectio-meditatio-contemplatio.

En la primera y en la segunda parte de la reflexión leeremos y meditaremos un texto de David (lectio y meditatio); en la tercera parte contemplaremos, a partir de ese texto, la vida de Jesús (contemplatio). El objetivo de toda oración es llegar a adorar a Cristo Jesús, a saborear su gloria, a dejarse impregnar de su divinidad que resplandece en su humanidad.

El tema de hoy es el coraje de David —el coraje de Jesús.

 

Lectio de 1 Sam 17,1-54

David es un hombre de gran coraje, y son muchos los textos que lo confirman. Entre ellos, el relato que caló más hondo en el corazón del pueblo es su combate contra Goliat, el filisteo. Aun los que no suelen leer la Escritura conocen esta célebre historia.

Sin embargo, desde un punto de vista histórico, no tiene mucha base, ya que el capítulo es de tradición tardía. El mismo libro de Samuel atribuye la victoria contra Goliat a uno de los guerreros de David: «Hubo otra guerra en Gob contra los filisteos, y Eljanán, hijo de Yaís de Belén, mató a Goliat de Gat; el asta de su lanza era como un enjullo de tejedor» (2 Sam 21,19).

Probablemente hubo cierta confusión de datos; quizá David mató a otro filisteo, también terrible y famoso, a quien se le dio posteriormente el nombre de Goliat.

Sin embargo, tiene fundamento histórico la valentía de David; y el hecho de que la Escritura haya colocado en el primer libro de Samuel este largo y espléndido relato indica que le atribuye un grandísimo valor simbólico. Cuanto más lejos está de las fuentes, tanto más cerca está de la intención teológica del autor.

Los Padres de la Iglesia lo han comentado extensa-mente y lo han hecho objeto de catequesis a través de los símbolos: la lucha contra el Adversario, el coraje a la hora de hacer frente al Enemigo de la humanidad, la valentía en las tentaciones. Ya sabéis con cuánta frecuencia habla san Ignacio del Adversario y de sus astucias para combatir y poner asechanzas en la vida del hombre.

Os recomiendo que releáis con calma todo el capítulo. Me limitaré a sugeriros las tres grandes partes en que puede subdividirse para hacer un buen ejercicio de lectio.

1. La primera parte describe la situación.

En primer lugar, la del campo de batalla (vv.1-3).

El arte literario de este pasaje es de los más refinados de la Biblia. Se hace ver la extensión del campo, algo así como en una película, que primero nos ofrece una visión de conjunto y luego, poco a poco, va detallando mejor la escena: «Reunieron los filisteos sus tropas para la guerra y se concentraron en Soko de Judá, acampando entre Soko y Azeca, en Efes-Dammin. Se reunieron Saúl y los hombres de Israel, acamparon en el valle del Terebinto y se ordenaron en batalla frente a los filisteos. Ocupaban los filisteos una montaña por un lado, y los israelitas ocupaban la montaña frontera, quedando el valle por medio».

Todavía no se ha individualizado a ningún personaje.

Del v.4 al v.7 se hace una lenta descripción del campeón. Ante todo, se dice su nombre —Goliat—; luego se habla de su estatura, luego se describe su yelmo y su coraza, muy pesada. En las piernas lleva grebas de bronce, y el asta de su lanza pesa seiscientos siclos de hierro. Por delante de él avanza su escudero.

Casi nos parece verlo en esta minuciosa descripción, y la impresión que se experimenta es de terror. Se trata de un gigante, de un hombre fortísimo.

Los vv.8-11 cuentan el desafío. Goliat lanza su reto, empieza a proferir gritos contra las tropas de Israel, mostrando su desprecio absoluto: «¿Para qué habéis salido a poneros en orden de batalla? ¿Acaso no soy yo filisteo y vosotros servidores de Saúl? Escogeos un hombre y que baje contra mí». El v.11 es importante, porque subraya el efecto de las palabras de Goliat sobre los israelitas: «Oyó Saúl y todo Israel estas palabras del filisteo y se consternaron y se llenaron de miedo».

2. La segunda parte (vv.12-39) narra la llegada de David al campo. También a él se le describe lentamente: es un simple joven que viene de Belén (no se habla de la unción que ha recibido de Samuel, de su elección divina) y que habitualmente apacienta el rebaño. Tiene tres her-manos mayores en la guerra, y su padre le ha enviado con una medida de trigo tostado y diez panes para ellos.

Le entrega además diez requesones para ofrecérselos al jefe del escuadrón. La escena es familiar y modesta, en contraste con los acontecimientos de la guerra y con todo lo que acaba de decirse sobre la fuerza de Goliat.

A partir del v.23 se empieza a relacionar la histora del filisteo con la de este joven servicial, ya que David se informa y entra así en el movimiento dramático de la historia. Eliab responde de mala gana a las preguntas del hermano menor y le reprende. David no se da por vencido, pregunta a los otros y, finalmente, decide aceptar él el desafío. Le dice a Saúl: «Que nadie se acobarde por ése. Tu siervo irá a combatir con ese filisteo» (v.32).

Notemos el contraste entre el miedo de los israelitas y el ofrecimiento del muchacho.

El rey no quiere aceptar el gesto de David, que, sin embargo, insiste, narrando lo que hacía de niño al derribar al león y al oso y asegurándole que el filisteo tendrá el mismo fin que aquellas fieras que le asaltaban, «pues ha insultado a las huestes del Dios vivo» (v.36).

Es muy hermoso el v.37: «Añadió David: "Yahvé, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de la mano de ese filisteo". Dijo Saúl a David: "Vete, y que Yahvé sea contigo"».

Los dos últimos versículos de esta segunda parte pa-rece que van a echarlo todo por tierra. El rey, que ha tomado en serio al joven, le pone en la cabeza un casco de bronce y le hace ponerse la coraza. Luego le ciñe a David su espada, poniéndole encima la armadura. Entonces David exclama: «No puedo caminar con esto, pues nunca lo he hecho». Entonces se lo quitaron (cf. vv.38-39).

3. La tercera parte es el relato de la batalla de David (vv.40-54).

En primer lugar, David se prepara con lo poco que tiene: el cayado en lugar de la espada, cinco cantos lisos que escoge del torrente y mete en su zurrón de pastor, y la honda. Y de este modo avanza hacia el filisteo.

Los vv.41-47 refieren un largo enfrentamiento verbal: «Volvió los ojos el filisteo y, viendo a David, lo despreció, porque era un muchacho rubio y apuesto. Dijo el filisteo a David: "¿Acaso soy un perro, pues vienes contra mí con palos?". Y maldijo a David el filisteo por sus dioses, y dijo el filisteo a David: "Ven hacia mí y daré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo". Dijo David al filisteo: "Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra tí en nombre de Yahvé Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado. Ahora mismo te entrega Yahvé en mis manos, te mataré y te cortaré la cabeza y entregaré hoy mismo tu cadáver y los cadáveres de los filisteos a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios para Israel. Y toda esta asamblea sabrá que no por la espada ni por la lanza salva Yahvé, porque de Yahvé es esta guerra y os entrega en nuestras manos"».

Estos prolongados enfrentamientos verbales, con epítetos de toda clase, son típicos de los hombres del Antiguo Testamento.

Del v.48 al 51 la acción es rapidísima, y el combate se describe en unas pocas líneas. David lanza una piedra con su honda y derriba a Goliat dándole en la frente. Los filisteos, al ver morir al gigante, se dan a la fuga.

La conclusión está en los vv.52-54. Los hombres de Israel y de Judá recobran el valor, persiguen a los enemigos y obtienen una victoria estrepitosa. David lleva a Jerusalén la cabeza de Goliat.

 

Meditatio del texto

La meditatio consiste en preguntarse: ¿cuáles son los valores fundamentales de esta página bíblica?; ¿qué sentimientos se subrayan?; ¿qué mensaje encierra el relato para los autores sagrados y para nosotros?

Entre los diversos mensajes que se podrían subrayar, he escogido dos:

1. En primer lugar, la descripción del miedo irracional que tienen el rey y todo Israel (vv.11.24).

Si se considera bien todo el relato, se comprende que es un miedo desproporcionado. Goliat era muy alto, un gigante, pero no podía vencer a todo un ejército.

David lo matará enseguida, y con una pequeña piedra, quizá porque el filisteo no podía moverse tan ágilmente. La Biblia juega, evidentemente, con los símbolos: un hombre aterroriza al gran rey Saúl y a su ejército, pero una pequeña piedra basta para acabar con él.

Por eso he dicho que se trata de un miedo injustificado, irracional, que hipnotiza al campamento de Israel sin un verdadero motivo.

La Biblia hace ver además lo absurdo de tal miedo, porque, apenas cae Goliat, todo Israel recobra ánimos y vence al enemigo. Pero habría podido vencerlo antes si no se hubiera dejado llevar por la irracionalidad.

Podemos ver aquí el interés simbólico del relato que la tradición espiritual aplica al Enemigo del hombre, al Maligno que nos amedrenta con cualquier cosa y nos tiene atados con absurdos temores y angustias que, analizados a fondo, se revelan irracionales.

Es una experiencia espiritual muy importante la que se comunica como mensaje, ya que también nosotros, como individuos y como comunidad, como Iglesia, nos dejamos a veces hipnotizar por el miedo. San Ignacio advierte que el Enemigo, al no tener otro poder, cuenta mucho con el miedo, con la amargura, con el sentimiento de frustración.

En el n.140 de los Ejercicios da una descripción del Adversario, imaginándolo como el caudillo de todos los enemigos en el campo de Babilonia, sentado en un gran trono de fuego y humo, con un aspecto horrible y espantoso. El Adversario es visto como alguien que pretende imponerse a través del miedo, del sentimiento de terror.

Luego, en el n.325 (en las Reglas para el discernimiento de espíritus), escribe que el Adversario no es fuerte por su fuerza real, sino por el miedo que puede infundir en nuestro corazón. Si la persona se deja vencer por ese miedo y pierde ánimo en las tentaciones, no hay en la tierra bestia más feroz que el Enemigo de la naturaleza humana a la hora de perseguir sus malvadas intenciones con enorme malicia. Pero dice san Ignacio que, si resistimos las tentaciones y hacemos lo contrario de lo que sugiere el Enemigo, entonces la victoria es nuestra.

Goliat había paralizado de miedo al rey y a los ejércitos de Israel. Cuando aquella pequeña piedra le alcanza, acaba el miedo y todos recobran su coraje.

Sería interesante examinarnos a nosotros mismos y el porqué de ciertos malos humores de las comunidades cristianas: cuando empezamos a quejamos de todo y nos acusamos mutuamente, buscando con afán los motivos por los que algo no marcha como es debido, significa que estamos siendo víctimas del Adversario, que infunde la desconfianza y crea el malestar.

Al contrario, cuando una comunidad consigue alegrarse de un pequeño don de Dios, todos cobran ánimo y afrontan las situaciones con mayor claridad y objetividad.

No hay ninguna razón real para lamentarnos, para discutir, para dividimos, si pensamos bien las cosas. Basta con la mirada de fe para que nos aceptemos como somos y para dar gracias al Señor por las comunidades que nos da y nos confía.

2. Un segundo mensaje del relato podemos verlo en la cómica oposición (el capítulo está lleno de aspectos humorísticos) entre la prudencia política de Saúl y el coraje teológico del pequeño David.

El rey quiere ser un hombre prudente, y por eso trata de desanimar a David: «No puedes ir contra ese filisteo para luchar con él, pues tú eres un niño y él es hombre de guerra desde su juventud» (v.33).

Pero su prudencia es errónea, y la Biblia muestra cómo se ríe Dios de esa famosa prudencia política que Saúl parece tener.

En efecto, David representa el coraje teológico frente a la prudencia política: «Tu siervo ha dado muerte al león y al oso, y ese filisteo incircunciso será como uno de ellos, pues ha insultado a las huestes del Dios vivo». Y añadió: «Yahvé, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de la mano de ese filisteo» (vv.36-37).

Se oponen claramente las dos maneras de obrar. Da-vid tiene ciertas razones en las que basa su coraje, que no es, por tanto, estúpido ni irracional. Pero estas razones exigen la aceptación de un nuevo riesgo: no está claro que pueda llegar a matar a un guerrero con casco, espada y coraza como mató al oso y al león. Pero, recordando lo que Dios había hecho por él, comprende que ahora le pide que se fíe, que se arriesgue.

Y lo hace de forma coherente, contando con lo que tiene —un cayado, los cantos del torrente, la honda— y con la palabra del Señor.

Saúl, que antes se había dejado vencer por el miedo, después de intentar que David desistiera de la empresa se rinde, sin comprender que el joven confía en Dios. Lo calcula todo según una medida humana, cubre a David con la armadura de guerrero, y probablemente no comprende por qué David se quita todo aquello y se va sólo con el cayado y con la honda.

Este contraste entre el coraje teológico y la prudencia política aparece también constantemente en la vida de la Iglesia. La prudencia política nos hace estar siempre muy atentos a las circunstancias, a las situaciones, a lo que pueden decir los demás, a la interpretación que se dará de nuestras palabras y de nuestros gestos...

En ciertos aspectos, esa prudencia es necesaria, pero no hace, como tal, caminar a la Iglesia si no hay un David que se arma de valor y se lanza decididamente hacia adelante.

Deberíamos preguntarnos a menudo: lo que estoy haciendo ¿es fruto de un coraje teñido de prudencia espiritual y teológica, o es más bien fruto de una prudencia política que no quiere arriesgar?

Ambas posiciones no son contrarias hasta el punto de que no puedan conciliarse entre sí; pero si su única inspiración es la prudencia política, la Iglesia seguirá pa-rada y se limitará a defenderse. Si no hubiera intervenido David, los hombres de Saúl se habrían quedado inmóviles para siempre frente a las fuerzas de los enemigos. Fue David quien rompió la inmovilidad yendo más allá de todo cálculo humano, despreciando el temor irracional, sabiendo que el Señor lo puede todo.

David no usurpa el lugar de Saúl, pero éste tiene que comprender a aquél si desea salir de su inmovilidad.

Naturalmente, corresponde a vuestra meditación personal descubrir otros mensajes en este relato tan rico en valores simbólicos.

 

Contemplatio del coraje de Jesús

Con ayuda de la lectura y de la meditación, tenemos que contemplar a Jesús preguntándonos: ¿Cuándo muestra coraje, cuándo se enfrenta con el Adversario, cuándo ataca al Enemigo?

He escogido cuatro situaciones.

1. Mc 1,12-13. Es el primer acto de coraje de Jesús: David empieza derrotando a Goliat; Jesús, superando las tentaciones en su encuentro con el Adversario.

Marcos, a diferencia de los otros sinópticos, describe el hecho con brevedad. Jesús se ha hecho bautizar en el Jordán por Juan Bautista, y en aquel momento ha visto al Espíritu bajar sobre él. «A continuación, el Espíritu le impulsa al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo, y los ángeles le servían».

Así pues, el Rey eternal ha hecho frente al que inspira miedo, al Enemigo del hombre, que le tienta y pretende aplastarlo. La vida pública de Jesús comienza con esta lucha para indicar que su mesianismo es conflictivo, un mesianismo de combate; que él representa —lo mismo que David— la figura del combatiente. Cuando la Iglesia olvida esto, se asusta ante las dificultades y los problemas y se pregunta por sus progresos sin pensar, ante todo, en hacer frente al Adversario. Pero la vida de la Iglesia se vive en el drama cotidiano de la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y el Enemigo del hombre.

2. Mc 5,1-20. Después de hacer frente al Enemigo como tal, Jesús se enfrenta a él enmascarado en diversas situaciones. El ejemplo más impresionante es su coraje contra las fuerzas diabólicas irracionales que actúan a través del endemoniado de Gerasa. Este hombre infunde un miedo irracional en la gente, y la lucha de Jesús con él no resulta fácil. Empieza diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre» (v.8), pero el diablo no sale, y se describe a continuación la tensa conversación entre ambos.

Es hermoso contemplar a Jesús combatiendo en nosotros lo irracional, todo eso que nosotros no conseguimos superar: la angustia, el nerviosismo, el miedo, la confusión. Lucha por nosotros y nos lleva hacia el orden, la armonía, la paz. El relato termina, en efecto, diciendo que la gente vio al geraseno sentado, vestido correctamente, sano de mente, mientras que antes se hacía daño a sí mismo intentando matarse.

Al vencer al Enemigo en el hombre de Gerasa, Jesús nos da coraje para afrontar en nosotros y en los demás las fuerzas irracionales y todas esas inexplicables perturbaciones que atormentan a la humanidad y que percibimos como algo oscuro, que son expresión de la complejidad del psiquismo humano. Jesús nos enseña a tratar con esas fuerzas de tal modo que las desviemos y las hagamos inocuas.

3. Mc 4,37-41. Es el relato de la tempestad calmada, del coraje de Jesús frente a las fuerzas desencadenadas de la naturaleza, aparentemente indomables.

Jesús vence el miedo del hombre a verse aplastado por las fuerzas naturales, por la muerte, y lo vence con la calma y con su capacidad para transmitir esa calma a los discípulos y a la misma naturaleza. «Habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: "¡Calla, ¡Calla, enmudece!". El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza» (v.39).

El miedo de los apóstoles era el miedo físico a morir; un miedo tan grande que se convierte en queja amarga contra Jesús. Jesús demuestra que su coraje nace de la fe.

¿Sabemos vencer con el coraje de la fe el miedo a las fuerzas naturales, el miedo a la muerte que ciertos desastres naturales pueden provocar?

4. Mc 8,31-33. He escogido este cuarto pasaje porque nos presenta a Jesús frente a la perspectiva de la muerte, y de una muerte inminente. Es evidente que podríamos meditar sobre la agonía del huerto de Getsemaní, pero he preferido este texto porque pone a Jesús frente a la perspectiva de la muerte ya durante su vida, poco después de comenzar su ministerio: «Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Entonces Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderlo. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: "¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres"».

Vemos a Jesús hablando de su muerte y pensando que sería una acción diabólica apartarlo de ese suceso.

Os sugiero que partáis de este último episodio para vuestra contemplación personal y que paséis luego a contemplar a Jesús en lo otros pasajes.

«Jesús, ¿cómo eres capaz de vencer el miedo a la muerte y de hablar de tu muerte como de algo que tiene que venir, que está en la voluntad del Padre? ¿Cómo eres capaz de superar el miedo de los apóstoles que no quieren aceptar tus palabras? ¿Cuál es la clave de tu victoria?».

Vemos que el coraje de Jesús no es simplemente el de quien dice: ¡Dios me ayudará! Es el coraje del que se enfrenta con todo y, después de enfrentarse con todo, se enfrenta también con las pequeñas circunstancias.

El suyo es un coraje muy superior al de David, que cuenta mucho con su Señor, pero también un poco consigo mismo.

Jesús tiene la fuerza de los milagros, sabe vencer a las potencias diabólicas; pero ¿cuál es su fuerza contra la muerte?

 

Jesús, Hijo del Padre

Su fuerza es, sobre todo, la de ser Hijo abandonado en manos del Padre, totalmente entregado a él. La filiación es la fuente de su capacidad de mirar cara a cara la muerte, de su libertad de corazón, de su coraje.

Jesús está en el centro del plan divino; es el Hijo que hasta el fin manifiesta y cumple la voluntad del Padre.

«Jesús, enséñanos qué significa ser hijo, en ti y contigo. Tú eres el Salvador, porque eres el Hijo. Tú eres el verdadero Cristo, porque nos enseñas a ser hijos de Dios como tú. Es ésta la fe que vence al mundo y supera todas las tentaciones..

Danos una conciencia profunda, integrada en nuestra personalidad, del grito que el Espíritu repite en nuestros corazones: ¡Padre!, para que nos hagamos capaces de calmar las angustias, los temores, los miedos, las prudencias políticas excesivas y nos hagamos libres y decididos, sencillos y mansos como tú».

El coraje teológico proviene del espírtu de filiación: saberse en manos de Dios, el verdadero Padre de Jesús y, por consiguiente, Padre nuestro; creer que Jesús nos hace partícipes de sus sentimientos de Hijo.