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LA
RESURRECCIÓN DE JESÚS
LA
RESURRECCIÓN de Jesús es el hecho más importante de toda la historia de la
salvación. Es, por eso, el hecho central de esa historia. Porque es el
acontecimiento decisivo en la existencia de Jesús; y en la vida y en la fe de
los cristianos. Tan decisivo, que sin resurrección ni la existencia de Jesús
tendría sentido ni la fe de los cristianos su más elemental consistencia.
¿Por
qué digo estas cosas? Jesús se presentó como enviado de Dios para anunciar
la salvación de todos los hombres. Pero, en contra de lo que se podía
esperar de él (Lc 24,21), murió en una cruz, abandonado por todos y con este
grito en la boca: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has
abandonado?" (Mc 15,34). De esta manera, la muerte de Jesús vino a
enterrar todas las esperanzas que se habían puesto en él. La fuga de los apóstoles
(Mc 15,50), la decepción de los discípulos de Emaús (Lc 24,21) y el miedo a
los judíos (Jn 20,19) nos sugieren con claridad la sensación de fracaso que
invadió a los primeros creyentes 1 Sin duda alguna, aquellos hombres se
sintieron decepcionados, porque pensaban que Jesús había fracasado
totalmente. Esto indica claramente que si no llega a acontecer la resurrección,
el fracaso de Jesús se habría confirmado plenamente. Y con el fracaso de Jesús
habría fracasado también su proyecto y el incipiente movimiento que él
originó. Como dice el apóstol Pablo, si Cristo no ha resucitado, entonces
nuestra predicación no tiene contenido ni vuestra fe tampoco (1Cor 15,14). Es
más, si no hay resurrección, "somos los más desgraciados de los
hombres" (1Cor 15,19), porque habríamos puesto nuestras esperanzas en un
pobre fracasado, que terminó en la muerte como todos los mortales y además
de la peor manera.
Por
consiguiente, es claro que el hecho de la resurrección es decisivo para la
causa de Jesús; y para la causa también de todos los que hemos puesto
nuestra fe y nuestras esperanzas en Jesús. Hablar, por tanto, de la
resurrección es hablar de la cuestión decisiva para nosotros. Porque es la
cuestión decisiva que afecta al mismo Jesús. Pero resulta que la fe en la
resurrección ha sido discutida desde los tiempos de los apóstoles hasta
nuestros días. La certeza que la Iglesia tiene es una certeza de fe. Hay una
constante en los relatos sobre la resurrección: el sepulcro vacío y las
apariciones no son de tal naturaleza que excluyan la duda. Por eso en los últimos
años se ha levantado toda una polémica, tanto en la teología protestante
como en la católica, acerca del sentido, la significación y hasta la
certeza que podemos y debemos tener en cuanto se refiere a la resurrección de
Jesús. Por ello interesa sumamente analizar los diversos argumentos y las
cuestiones que se han planteado acerca del hecho de la resurrección. Es lo
que vamos a hacer en este capítulo.
1. El hecho de la resurrección
a) Un hecho incuestionable
Algunos
días después de la muerte de Jesús resonó en Jerusalén una noticia
asombrosa: Dios ha resucitado al que fue crucificado (Hch 2,23; 3,15; 4,10;
10,3940). Nadie había visto el hecho mismo de la resurrección, pero la cosa
se presentaba como incuestionable. Los seguidores de Jesús afirmaban que está
vivo, porque ellos lo habían visto, se les había aparecido. En este sentido,
llama la atención la cantidad de testimonios que se acumulan todos en torno
al mismo hecho (Mc 16,1-8; Mt 28,1-10; Lc 24,1-12; Mt 28,16-20; Lc 24,36-50;
Jn 20,11-18.19-23.2449; 21,1-23; 1Cor 15,3-8). Por otra parte, es
significativo que nadie pudo rebatir ese hecho. Y menos aún demostrar su
falsedad.
Es
verdad que el relato de Mateo da a entender una cierta polémica en torno al
hecho: el sepulcro está vigilado por soldados (Mt 27,62-66), los cuales son
sobornados por las autoridades judías, para que propalen el rumor de que los
discípulos de Jesús han robado el cadáver (Mt 28,11-15). Además, la
custodia oficial del sepulcro debía durar tres días (Mt 27,6344), y se puso
un sello al mismo sepulcro (Mt 27,65-66). Pero también es cierto que nada de
esto pudo impedir la constatación de que el sepulcro estaba vacío (Mt 28,15;
cf. Jn 20,15). Y si las autoridades no denunciaron y castigaron el
presunto robo del cadáver, es que evidentemente reconocieron el hecho
incuestionable: allí había ocurrido algo que humanamente no tenía explicación.
Ahora
bien, a partir de este hecho se plantea una pregunta elemental: ¿En qué
argumentos se basa la certeza de este hecho? Los argumentos, como enseguida
vamos a ver, son fundamentalmente dos: el sepulcro vacío y las apariciones
del resucitado. Pero antes de entrar en esos argumentos debo hacer una
observación importante. La predicación de la Iglesia primitiva sobre la
resurrección expresa tal claridad y contundencia, que indica un hecho que se
impuso a los primeros creyentes con plena objetividad 5. En este sentido hay
que recordar las fórmulas de fe que aparecen en 1Cor 15,3-5 y en los capítulos
2 al 5 de los Hechos de los Apóstoles 6 La estructura formal de estas
afirmaciones de la fe es siempre la misma: a) Cristo murió, fue sepultado; b)
fue resucitado (o Dios lo resucitó: Hch 2,4); c) según las
Escrituras; d) se apareció a Pedro y después a los doce ("y de
eso nosotros somos testigos": Hch 2,32). Como se ha dicho muy bien, las fórmulas
de 1 Cor 15 y de Hch 2-5 dejan entrever, por su rígida formulación,
que la resurrección no es un producto de la fe de la comunidad primitiva,
sino el testimonio de un impacto que se les impuso.
b) El sepulcro vacío
Se
ha dicho muchas veces que el primer argumento para afirmar la resurrección de
Jesús es el hecho del sepulcro vacío. Sin embargo, si nos fijamos más de
cerca veremos enseguida que ningún evangelista aporta, como prueba de la
resurrección, el hecho del sepulcro vacío. Porque este hecho, en vez de
provocar la fe, causa miedo y espanto, hasta el punto de que "las
mujeres salieron huyendo del sepulcro" (Mc 16,8; Mt 28,8; Lc 24,4). Por
su parte, María Magdalena interpreta este hecho como robo del cuerpo del Señor
(Jn 20,2.13.15). Y para los discípulos la cosa no pasa de ser un chismorreo
de mujeres (Lc 24,11.22-24.34).
Sin
embargo, aquí conviene hacer dos observaciones. La primera es que la repetida
proclamación del sepulcro vacío no tendría sentido si quienes hacían esa
proclamación no tuvieran la certeza de la resurrección. Porque, en caso
contrario, cualquiera podría haber demostrado su falsedad, si es que el
cuerpo estaba en alguna parte. Por lo tanto, desde este punto de vista, las
afirmaciones sobre el sepulcro vacío eran, en el fondo, afirmaciones de la fe
en la resurrección.
Por
otra parte -ésta es la segunda observación- , parece que las afirmaciones
sobre el sepulcro vacío estaban asociadas con una práctica, en la primitiva
Iglesia, de peregrinación y culto al santo sepulcro . Los cristianos recorrían
los diversos lugares de Jerusalén que les recordaban el viacrucis de Jesús.
Como final de esta piadosa peregrinación visitaban también el santo
sepulcro. Su veneración religiosa alcanzaría su punto culminante cuando,
llegados al lugar, el guía pronunciara estas palabras: "Y éste es el
sitio donde lo depositaron" (Mc l6,6).
Todo
esto quiere decir que la tradición del sepulcro vacío expresa, de manera
indirecta, una fe sólida y profunda en la resurrección. De todas maneras,
hay que afirmar con toda claridad que la fe en la resurrección no tuvo su
origen en el descubrimiento del sepulcro vacío ni en el testimonio de las
mujeres, sino en las apariciones a los apóstoles. De ahí la preocupación de
Mc 16,7 en que las mujeres vayan a Pedro y a los discípulos y les comuniquen
el mensaje del ángel. Sin duda alguna, el argumento decisivo, para afirmar la
resurrección de Jesús, es el hecho de las apariciones a los discípulos. Lo
del sepulcro vacío no pasa de ser un signo de una fe previa en el hecho de la
resurrección.
c) Las apariciones a los discípulos
El
argumento definitivo para afirmar la resurrección de Jesús se basa en las
apariciones del mismo Jesús a su comunidad de discípulos. Como ya he
indicado antes, las fórmulas más antiguas sobre las apariciones (1Cor
15,3-5; Hch 2,32; 3,15; 4,10; 5,32) indican, por su formulación
estricta y desapasionada, que estas apariciones no fueron visiones subjetivas,
sino hechos objetivos, que se podían afirmar con toda seguridad.
¿Cuántas
fueron las apariciones? Resulta muy difícil responder a esta pregunta. Porque
los datos que poseemos son inevitablemente fragmentarios e incompletos. Pablo
nos da cuenta de cinco apariciones del Señor vivo (1Cor 15,3-8). Marcos no
conoce ninguna aparición (Mc 16,1-8), aunque indica que Jesús se dejará ver
en Galilea (Mc 16,7). Mateo conoce una sola aparición a los once (Mt
28,16-20). Lucas refiere dos apariciones (Lc 24,13-53). Juan relata tres
manifestaciones del Señor (Jn 20,11-18.19-23.24.29), a lo que hay que añadir
la aparición en Galilea de Jn 21. Pero a esta lista hay que sumar otras
apariciones, como, por ejemplo, la que tuvo Esteban mientras era martirizado (Hch
7,56). Si a esto unimos la aparición a Pablo (Hch 9,4-6; cf. 1Cor 15,8),
se puede decir con seguridad que las apariciones de Jesús a los suyos
duraron varios años.
En
cuanto al modo, las apariciones son descritas como una presencia real y hasta
carnal de Jesús. Come, camina con los suyos, se deja tocar, dialoga con
ellos. Su presencia es tan real que puede ser confundido con un caminante (Lc
24,14-16), un jardinero (Jn 20,15)0 un pescador (Jn 21,4-6). El hecho es que
los discípulos que lo vieron tenían la seguridad de que no era un "espíritu"
(Lc 24,39) ni un "ángel" (Hch 23,8-9). El que murió y fue
sepultado era el mismo que resucitó (1Cor 15,3-5). De ahí la
preocupación por acentuar el hecho de las llagas (Lc 24,39; Jn 20,20.25-29),
de que él comió y bebió con sus discípulos (Hch 10,41) o de que comió
delante de ellos (Lc 24,42).
Por
lo demás, en los relatos de las apariciones se nota una evolución: de una
representación más espiritualizaste como es la de 1Cor 15,5-8; Hch 3,15;
9,3; 26,16; 6á1 1,15; Mt 28, se pasa a una materialización cada vez más
marcada, como ocurre en los relatos de Lucas y Juan; y mucho más en los
evangelios apócrifos de Pedro y los Hebreos.
Como
conclusión de los relatos de apariciones se puede decir que tales relatos
constituyen una base sólida de la fe en la resurrección. Efectivamente, Jesús
fue visto por los suyos, que convivieron con él y aseguraron con toda firmeza
el hecho de la resurrección como incuestionable y seguro.
d)
¿ Un hecho histórico?
Para
entender correctamente la resurrección hay que hacer una distinción
elemental: una cosa es resucitar y otra cosa es revivir. Jesús
no revivió, sino que resucitó. Revivir es volver a la vida que se tenía
antes de la muerte. Por lo tanto, el que revive vuelve a ser un hombre mortal,
porque vuelve a estar en este mundo, como uno de tantos. Eso es lo que ocurrió
en el caso de Lázaro (Jn 11,43-44) o en el del hijo de la viuda de Naín (Lc
7,15). Por el contrario, resucitar es vencer definitivamente la muerte y, por
consiguiente, escapar ya para siempre a ella. En consecuencia, se puede decir
que quien revive vuelve a este mundo, mientras que quien resucita traspasa
para siempre las fronteras de este mundo.
Ahora
bien, a la luz de esta distinción elemental, ¿se puede decir que la
resurrección fue un hecho histórico? Depende: si por hecho histórico se
entiende lo que acontece realmente, sin duda alguna la resurrección
fue un hecho histórico; pero si por hecho histórico se entiende lo que se
puede comprobar en el espacio y en el tiempo, entonces hay que decir que
la resurrección no fue un hecho histórico. Porque Jesús resucitado no
estaba ya en el espacio y en el tiempo, es decir, no estaba en este mundo,
sino que había rebasado definitivamente las condiciones de la historicidad.
Por eso, desde este punto de vista se puede decir que lo único histórico que
ocurrió allí es que los discípulos experimentaron la presencia viva de Jesús
y así lo manifestaron a los demás
Por
esto se comprende que los evangelios no cuentan el hecho mismo de la
resurrección. Se cuentan las apariciones después de la resurrección,. pero
no la resurrección misma. Por eso el evangelio apócrifo de Pedro (escrito
hacia el 150 d.C.), que en lenguaje fantástico cuenta cómo resucitó
Jesús, fue rechazado por la Iglesia, porque la conciencia cristiana percibió
enseguida que no se puede hablar de la resurrección en sí misma.
2. Significado
para la comunidad cristiana
La
muerte en la cruz era considerada en aquel tiempo como una maldición divina (Dt
21,23; Gál 3,13). Además, Jesús había muerto gritando su desamparo total:
Dios lo había abandonado (Mc 15,34). Por eso, ante los ojos de aquella
sociedad, muerto de aquella manera y sepultado era un fracasado total, un
desecho del que no vale la pena hacer caso. Así se cumplió la palabra del
mismo Jesús: "Todos ustedes se van a escandalizar de mí" (Mc
14,27; Mt 26,31). En consecuencia, los discípulos regresaron a Galilea (Mc
14,50; Mc 26,56), sin duda alguna decepcionados, como les pasaba a los de Emaús
(Lc 24,19-21).
Ahora
bien, con la resurrección todo cambia: Jesús es visto por los suyos como el
hombre cabal y perfecto del que habla Dan 7. Más aún, Jesús es para los
creyentes el Señor (Hch 1,6.21; 2,20.21.34.36.47; 4,33; 5,14; 7,59.60; 8,16;
9,1.5.10.1l.13.15.17.27.28.35.42; 10,36; 11,16, etc.), "sentado a la
diestra de Dios" y "constituido Hijo de Dios con poder" (Rom
1,4; Hch 13,33; Mt 28,18). De tal manera que las confesiones de fe que
presenta el Nuevo Testamento en Jesús como Señor y como Hijo de Dios tienen
su fundamento en la resurrección (Jn 3,16-17; Rom 1,34; 4,25; 6,5; 8,3.34;
14,9; 1Cor 15,3-5; 2Cor 5,15; Gál 4,4; Flp 2,6-11; Col 1,15-20; 1Tim 3,16;
2Tim 2,8; Heb 1,3; 1Pe 1,20; 3,18; 1Jn 4,9). A partir de entonces los discípulos
predican con gran valentía delante de los judíos: "Ustedes lo han
matado... Dios lo resucitó" (Hch 2,22s; 3,15; 4,10; 5,30; 10,39s). Hasta
el punto de que una de las características más acusadas de la predicación
cristiana a partir de entonces es la valentía, la audacia, la seguridad y la
libertad (parresía) para proclamar el mensaje de la resurrección (Hch 2,29;
4,13.29.31; 9,27.28; 1,46; 14,3; 18,26; 19,8; 26,26; 28,31; 2Cor 3,12; 7,4; Ef
6,19.20; Flp 1,20; 1Tes 2,2; 1Tim 3,13; Flm 8; Heb 3,6; 4,16; 10,19.35).
Pero
hay otro aspecto en la predicación de la resurrección que conviene resaltar.
Según el testimonio del libro de los Hechos, cuando los apóstoles
proclamaban la resurrección eran perseguidos y encarcelados (Hch 4,1-3;
5,3033.40-41; 7,54-60). Esto quiere decir, obviamente, que el tema de la
resurrección era un tema peligroso, que provocaba el enfrentamiento y que
representaba una amenaza para quienes lo predicaban. Ahora bien, ¿por qué
sucedía eso así? La pregunta es lógica, porque hoy no representa ningún
tipo de amenaza la predicación sobre la resurrección. Ahora es, más bien,
un tema inocuo, sin implicaciones de ninguna clase. Entonces, ¿por qué en
aquel tiempo era un asunto tan peligroso?
Jesús
había muerto a causa de un enfrentamiento dramático con los dirigentes judíos.
Y en aquel enfrentamiento, él había sido el perdedor, el fracasado y el
maldito. A partir de entonces la causa de Jesús estaba perdida y derrotada.
Pues bien, a los pocos días de semejante fracaso, los seguidores del
ajusticiado se ponen a decir que Dios lo ha resucitado. Evidentemente, eso tenía
que resultar peligroso en aquellas circunstancias. Porque era lo mismo que
decir a los dirigentes judíos: Dios está de parte del que vosotros habéis
matado; y por eso, Dios está a favor de ¿1 y en contra de vosotros. Este
tono polémico se nota perfectamente en la predicación de Pedro: "Han
rechazado ustedes al santo, al justo, y han pedido la libertad para un
asesino; han matado al autor de la vida, pero nosotros somos testigos" (Hch
3,14-15). Por lo tanto, Dios le había dado la razón a Jesús; y se la había
quitado a todos los que no están de acuerdo con Jesús. Por consiguiente, Jesús
tenía razón. Y su causa es el camino que salva al hombre. La cosa estaba
clara: el enfrentamiento entre Jesús y los dirigentes judíos se prolonga en
los discípulos del resucitado. Predicar la resurrección era tomar partido en
una causa enormemente conflictiva.
Ahora
bien, esto tiene dos consecuencias. La primera es muy clara: cuando se predica
la resurrección y eso no acarrea ningún tipo de persecución, hay que
preguntarse silo que se predica es la resurrección de Jesús o es más bien
otra cosa. Porque hoy el mundo sigue siendo hostil a la causa de Jesús, como
lo era en aquel tiempo. Por eso una predicación de la resurrección que no
acarrea problemas es, sin duda alguna, una predicación viciada por su misma
base. Porque es una predicación que no produce la confrontación inherente al
mensaje profundo de la resurrección.
De
ahí la segunda consecuencia: predicar la resurrección no es solamente decir
que Jesús vive. Es mucho más que eso. Es persuadir a la gente de que Jesús
tenía razón. Y, por consiguiente, es persuadir a la gente de que el camino
de Jesús es el verdadero camino. Por lo tanto, predicar la resurrección es
convencer a la gente de que la vida tiene que ser vista como la vio Jesús,
que nos tiene que gustar lo que le gustó a Jesús, y que tenemos que rechazar
lo que él rechazó. La vida de Jesús terminó en un enfrentamiento: el
enfrentamiento entre el evangelio y el orden establecido. En la resurrección,
el evangelio triunfa; y el orden establecido queda descalificado. Por eso
proclamar hoy la resurrección es ponerse de parte del evangelio. Y
enfrentarse inevitablemente al sistema, al orden presente.
3.
La victoria sobre la muerte
a)
Nuevo horizonte para la vida
El
mensaje del Nuevo Testamento sobre la resurrección se refiere no sólo a Jesús,
sino también a los cristianos. Ese mensaje nos viene a decir lo siguiente: si
Jesús ha triunfado sobre la muerte, también nosotros los cristianos tenemos
resuelto el problema de la muerte. Porque el destino de Jesús es también
nuestro destino. Y por eso, si Jesús ha vencido a la muerte, nosotros también
la hemos vencido. La muerte ya no debe ser objeto de miedo, porque es
simplemente un paso, cuestión de un instante, ya que enseguida tenemos la
vida que no se acaba.
La
afirmación más clara, en este sentido, es del apóstol Pablo: "Si de
Cristo se predica que resucitó de la muerte, ¿cómo dicen algunos que los
muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha
resucitado; y si Cristo no ha resucitado, entonces lo que predicamos no tiene
sentido ni la fe de ustedes tampoco" (1Cor 15,12-14). Por consiguiente,
la gran novedad, el nuevo horizonte para la vida está en que si Cristo
resucitó, también nosotros hemos de resucitar. Porque "todos somos
vivificados en él" (1 Cor 15,20.22; Rom 8,29; Col 1,18). La resurrección
de Jesús no fue un hecho aislado, sino que afecta a toda la humanidad, porque
él es el nuevo Adán (Rom 5,14). De ahí la constante afirmación del Nuevo
Testamento según la cual si Cristo ha resucitado, nosotros también
resucitaremos (Rom 8,11; 1Cor 6,14; 15,12-17.20.32.42-44.52; 2Cor 1,9; 4,14;
Ef 2,6; Col 2,12; 3,1; cf. Rom 6,5; Ef 5,14; Flp 3,10-11; 1Tes 4,14).
Como se ve, la documentación del Nuevo Testamento, en este sentido, es
extraordinariamente abundante. Lo cual quiere decir que se trata de una de las
grandes convicciones del Nuevo Testamento. Por consiguiente, la fe en la
resurrección es una parte absolutamente esencial de la fe cristiana. En
consecuencia, para el hombre de fe la muerte no es ya un problema. La muerte
es simplemente el paso a la resurrección 17,
El
problema concreto que aquí se plantea es que esta certeza de la resurrección
solamente l poseemos en la fe. Y la fe es esencialmente oscura, es decir, no
se basa en la evidencia, ni de ella podemos tener nunca evidencia alguna. Más
bien hay que decir que la evidencia que se nos impone es la evidencia de la
muerte con todo su poder destructor. Por eso la muerte será siempre un
problema para el creyente, el problema decisivo de la vida. Un problema que sólo
puede ser superado a través de la oscuridad de la fe, entre tanteos, dudas e
inseguridades. De todas maneras, el testimonio de la fe es cierto. Y eso
quiere decir que en la medida en que la fe sea fuerte, en esa misma
medida la certeza del creyente será capaz de superar las dificultades y
evidencias contrarias a la resurrección.
b)
Cómo será la resurrección
El
apóstol Pablo se hace esta pregunta: "¿Y cómo resucitan los muertos?,
¿qué clase de cuerpo traerán?" (1Cor 15,35). Y da la siguiente
respuesta: "Se resucita con un cuerpo espiritual" (1Cor 15,44).
Ahora bien, ¿qué quiere decir eso del "cuerpo espiritual"?
En
la teología de san Pablo, "cuerpo" designa al hombre entero,
interior y exterior, cuerpo y alma (2Cor 4,16; Rom 7,22-23; 1Cor 9,27; 13,13;
Flp 1,20)18. Por su parte, la "carne" designa lo débil, mortal,
transitorio, lo propio humano con sus limitaciones (1Cor 5,5; 7,28; 2Cor 10,3;
11,l8; Flp 3,34); por eso expresa también la debilidad moral, el estrato del
ser donde arraiga el pecado (Rom 7,25) y, en definitiva, la situación humana
rebelde contra Dios (Rom 2,28-29). Finalmente, "espíritu" se opone,
no a cuerpo, sino a carne: "las tendencias de la carne son la muerte,
pero las del espíritu son vida y paz" (Rom 8,6). Todo esto quiere decir
que el hombre, según el pensamiento bíblico, no se compone de cuerpo y alma,
como dos realidades separables. El hombre entraña esencialmente corporalidad.
Por tanto, la verdadera liberación del hombre no está en el abandono del
cuerpo, sino en la orientación total de toda la persona hacia Dios. Por
consiguiente, con la expresión "cuerpo espiritual" Pablo quiere
decir que, por la resurrección, el hombre entero queda radicalmente lleno de
la realidad divina y así es liberado de todas sus alienaciones y
limitaciones, como la debilidad, el dolor, la incapacidad de amar y
comunicarse, el pecado y la muerte.
En
consecuencia, el hombre resucita, no a la vida biológica, sino
la vida eterna, ya nunca amenazada por la muerte ni aun siquiera por
cualquier tipo de limitación. Esta certeza acaba con el carácter dramático
de la muerte. La muerte no es la última palabra sobre el destiño humano. La
última palabra sobre el destino del hombre es la vida. Y por cierto, la vida
sin ningún tipo de limitación.
c)
Cuándo tendrá lugar la resurrección
Según
la concepción de la teología tradicional, la resurrección tendrá lugar al
final de los tiempos, cuando venga el fin del mundo y se consume la historia.
Esta concepción tiene su fundamento en tres afirmaciones básicas: a) la
muerte no es total: afecta sólo al cuerpo del hombre; b) la resurrección
tampoco es total: afecta solamente al cuerpo; c) el hombre es
fundamentalmente un compuesto de dos sustancias incompletas, cuerpo y alma.
Ahora
bien, esta concepción no tiene su fundamento en la Biblia, sino en la filosofía
griega, concretamente en el pensamiento platónico. Porque, como ya he dicho,
según el pensamiento bíblico, el hombre entraña esencialmente corporalidad.
Porlotanto, la idea de un hombre sin cuerpo es completamente ajena a la
revelación bíblica. ¿Qué quiere decir esto en consecuencia? Quiere decir
que la idea de un hombre gozando de Dios en el cielo, pero sin cuerpo (aunque
sólo sea por algún tiempo, hasta el fin del mundo), es una idea que tiene su
fundamento más en la filosofía platónica que en la revelación bíblica. O,
mejor dicho, tiene su fundamento simplemente en la filosofía platónica, pero
no en la revelación de la Biblia.
Entonces,
¿qué nos dice la Biblia sobre este asunto? Según el pensamiento de san
Pablo, el bautismo nos hace participar de la muerte y la resurrección de
Cristo (Rom 6,1-l1; Col 2,12). Esta participación en la resurrección se
presenta como un acontecimiento futuro, en los primeros escritos de Pablo
(1Tes 4,15-17; Rom 6,5). Pero en los escritos posteriores se
llega a presentar como un acontecimiento ya realizado (Col 2,12; Ef 2,6). Por
consiguiente, según el pensamiento de Pablo, la resurrección (que implica
también corporalidad) se ha realizado ya. Lo que llamamos la muerte es el
paso a la resurrección definitiva. En consecuencia, se puede decir, con todo
derecho, que la resurrección acontece en el mismo momento de la muerte.
Esta
idea está aún más clara en la enseñanza del evangelio de Juan. Es verdad
que en ese evangelio se afirma la resurrección para el último día, como creían
los judíos (Jn 6,39-40.44.54; 11,24). Pero también es cierto que quien cree
en Jesús tiene ya la vida eterna (Jn 5,24; 6,40.47), ha pasado de la muerte a
la vida y ya no muere más
(Jn
5,24-25; 11,26). De ahí la lapidaria afirmación de Jesús: "Quien haga
caso de mi mensaje no sabrá nunca lo que es morir" (Jn 8,51).
Por
lo tanto, lo que llamamos la muerte no es propiamente una muerte, sino una
transformación o, mejor dicho, una resurrección. Por eso el cadáver no es ya
el cuerpo de la persona. Es la materia, el último despojo que queda de lo que
fue esa persona en su condición carnal. Téngase en cuenta que la materialidad
biológica no es lo mismo que la corporalidad. Nuestro cuerpo renueva casi todas
las células cada siete años, o sea, cambia su realidad biológica. Pero sigue
siendo el mismo cuerpo. Por eso cabe hacer la distinción, que hemos hecho,
entre materialidad y corporalidad.