LAS MANOS VACÍAS

P. Conrad de Meester, ocd

 

                     

 

Cap. V. ENTRO EN LA VIDA                 

1. La vida: «estar en ruta»                       

2. Una actitud ante la vida                       

3. El gran otorgamiento.  

 

 

 

 

1. LA VIDA: «ESTAR EN RUTA»

 

 

Ha llegado para Teresa la hora de alcanzar a Dios.  El deseo de Dios parece haber llegado a su plena estatura, y la acogida favorable de ese deseo está ya próxima.

¡Ha pasado todo tan rápidamente!  También Teresa esperaba que sucediese así: «Nunca pedí a Dios morir joven, me habría parecido cobardía; pero él se ha dignado darme, desde mi infancia, la persuasión intima de que mi carrera aquí abajo sería corta(CT 229).  Decididamente por eso, ella se daba prisa.

Cuando de novicia se sentaba en la escuela del sufrimiento, escribía: «Veamos la vida bajo su verdadera luz... Es un instante entre dos eternidades» (CT 63).  Mucha filosofía se encerraba en su corazón sobre el tiempo y la vida.  Veía la vida como un don de Dios, pero también como una responsabilidad: «Sí, la vida es un tesoro... Cada instante es una eternidad, una eternidad de gozo para el cielo. ¡Una eternidad..., ver a Dios cara a cara..., ser una sola cosa con él!… No hay más que Jesús, todo lo demás no existe...(…) La vida será corta, la eternidad sin fin...(…) Que todos los instantes de nuestra vida sean sólo para él. Que las criaturas sólo nos rocen al pasar... No hay que hacer más que una sola cosa durante la noche de esta vida, la única noche que no vendrá más que una vez: amar, amar a Jesús con toda la fuerza de nuestro corazón y salvarle almas para que sea amado... » (CT 74). «¡Somos más grandes que el universo entero!  Un día nosotras mismas tendremos una existencia divina... » (CT 58).

He aquí la visión de la primavera.  Es también la visión del otoño en su madurez, sólo que las cosas se ven y las ideas se expresan de una forma más apacible: «En el momento de comparecer delante de Dios, comprendo más que nunca que sólo una cosa es necesaria: trabajar únicamente por él y no hacer nada por uno mismo ni por las criaturas. (…) Quisiera deciros mil cosas que comprendo ahora, al estar a las puertas de la eternidad; pero no muero, entro en la vida, y todo lo que no puedo deciros aquí abajo os lo haré comprender desde lo alto de los cielos» (CT 216).

Teresa se ha convertido ahora totalmente en «niña».  Su profunda sencillez es madurez espiritual y la hace ver por todas las partes un reflejo de la luz de Dios.  Y, como decía Fortmann, «tal vez la Luz se hace más fácilmente accesible en las horas decisivas de la muerte que en el ajetreo cotidiano de la vida, cuando la muerte no está aún en el horizonte.  Hay cosas luminosas en la vida: la primavera, la mimosa, el mirlo, Mozart, el amor, el vino, los ojos, los amigos, la danza. ¿Son estas cosas contrarias a la "Luz clara y grande"?  En una experiencia aún no madura, sí.  La alegría de las cosas es evidente.  Hay que saber descubrir la gran Luz.  Debe el alma recordar que las pequeñas luces traen su origen, nacen y brotan de la gran Luz.  A veces, entender esto les resulta a los niños sencillo y perfectamente natural» (Oosterse Renaissance).

¿Está ahora Teresa preparada a morir?  Sí y no.  Desarraigada de todo, está preparada a recibirlo todo: «Puesto que hago todo lo que puedo por ser un niño pequeñito, ya ningún otro preparativo tengo que hacer» (CT 171).  Por otra parte, a ella no le parece, ni le parecerá nunca, que está preparada: «Procuro que mi vida sea un acto de amor, y no me inquieto por ser un alma pequeña, al contrario, me alegro de ello, y ése es el motivo por el cual me atrevo a esperar que "mi destierro será breve".  Pero no es porque esté preparada, creo que nunca lo estaré, si el Señor, él mismo, no se digna trasformarme.  Puede hacerlo en un instante; después de todas las gracias de que me ha colmado, espero ésta de su misericordia infinita». (CT 201).

Dada la imposibilidad de igualar aquí abajo el amor de Dios, desde hace mucho tiempo el deseo del cielo ha empezado a germinar en Teresa.  Allá podrá amar a Dios con plenitud.  Le amará infinitamente, con un amor sin fondo y sin distancia, como ha deseado, aunque en vano, hacerlo aquí.  Siendo novicia, escribía: «¡Qué sed tengo del cielo, donde se amará a Jesús sin reserva!» (CT 55).  Y ahora, tres meses antes de su muerte: «Lo que me atrae a la patria de los cielos (…) es la esperanza de amarle, por fin, como tanto he deseado, y el pensamiento de que podré hacerle amar de una multitud de almas que le bendecirán eternamente» (CT 225).

Unido al deseo del cielo, va unido el deseo de la muerte de amor: -No cuento con la enfermedad, es una conductora muy lenta.  No cuento más que con el amor; pedid a Jesús que todas las oraciones que se hacen por mí sirvan para aumentar el fuego que ha de consumirme» (CT 213).  Es éste un viejo sueño. Desde los principios de su vida religiosa vive inflamada por las palabras de san Juan de la Cruz en la Llama de amor viva: «Es gran negocio para el alma ejercitar en esta vida los actos de amor, porque consumándose en breve, no se detenga mucho acá o allá sin ver a Dios. (Llama, can. 1. vers. 6).  Y pedía con él: «Rompe la tela de este dulce encuentro».  Cuando más tarde comprende, de un modo más agudo y penetrante, la impotencia del amor, verá la muerte de amor como un momento en el que por última vez todo el amor se junta y remansa en la más alta donación de sí misma.  En su Ofrenda a la Misericordia pide este martirio de amor «que (la) haga por fin morir».

Sin embargo, aquí hay lugar para una profunda evolución.  En la línea de san Juan de la Cruz, Teresa esperó siempre, al principio, una muerte «con subidos ímpetus y encuentros sabrosos de amor».  Mas en la noche del sufrimiento físico y moral los ímpetus y encuentros desaparecen.  La visión que Teresa tiene de la muerte de amor va a evolucionar.  La esencia de la muerte de amor permanece, pero cambia la modalidad.  Contempla, ante todo, el ejemplo del Crucificado: «Nuestro Señor murió en la cruz, entre angustias, y sin embargo fue la suya la más bella muerte de amor.  Morir de amor no es morir entre transportes». (CA 4.7.2). Finalmente, lo dice: la muerte de amor que ella desea tener «es la que tuvo Jesús en la cruz».  Y esa será la muerte que le corresponderá en suerte.

 

 

2.  UNA ACTITUD ANTE LA VIDA

 

 

Sólo Jesús: lo demás no cuenta... » « Nada para sí ni para las criaturas... . Debemos interpretar estas formulaciones negativas a la luz positiva del amor de Teresa al Valor infinito de Dios.  No deben hacernos pensar, de ningún modo, que la carmelita no supiera apreciar lo que hay de bueno en la tierra, y mucho menos que no amase a los hombres.  Resulta típico ver que es precisamente en el último año de su vida, en el apogeo de su amor a Dios, cuando recibe «la gracia de comprender lo que es la caridad«. (Ms C 11vºo), tras de haberlo, sin embargo, comprendido ya y vivido de una manera maravillosa a todo lo largo y ancho de su vida religiosa... No es éste el lugar para entrar en detalles.  Notemos, sin embargo, y subrayemos una vez más, que toda su existencia se ha desenvuelto bajo los rayos de la luz central de la infancia espiritual.  El «caminito» atraviesa todos los terrenos y etapas de su vida.  Todo gira en torno al eje «no yo, sino Tú».

Lo mismo se ha de decir de su caridad fraterna.  Las palabras de Jesús la impresionan ahora: «Como yo os he amado (¡una vez más el deseo de acercarse cuanto sea posible a él en el amor!), así debéis amaros los unos a los otros» (Jn 13, 34).  Al ver que por sí misma nunca podrá aportar igual intensidad de amor, su oración es ésta: «Puesto que yo no puedo, hacedlo vos en mí». «¡Oh, cuánto amo este mandamiento, pues me da la certeza de que es voluntad vuestra amar en mi a todos los que me mandáis amar!... Sí, lo siento: cuando soy caritativa, es Jesús solo quien obra en mí.  Cuanto más unida estoy a él, tanto más amo a todas mis hermanas.» (Ms C, 12vº).

También ha de decirse lo mismo de su apostolado como maestra de novicias.  Comprobando que la tarea está por encima de sus fuerzas, espera que el Señor le llene la mano.  Y él lo hace: «Desde que comprendí que nada podía hacer por mí misma, la tarea que me encomendasteis ya no me pareció difícil.  Vi que la única cosa necesaria era unirme más y más a Jesús, y que lo demás se me daría por añadidura.  En efecto, nunca resultó fallida mi esperanza» (Ms C, 22vº).

Finalmente, lo mismo ha de pensarse de su vocación, tan ancha como el universo, a ser el amor en el corazón de la Iglesia.  Por sí misma, se reconoce «inútil», pero pide que el amor del Señor venga a su corazón: «He aquí mi oración.  Pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan estrechamente a sí, que sea él quien viva y obre en mí». (Ms C, 36rº).  Entonces podrá con su oración levantar el mundo (cf.  Ms C, 36vº).

Siempre el mismo movimiento: salir de sí misma y echarse, abandonarse, en los brazos de Jesús.  Orar, para ella, es estar unida a Jesús (cf.  Ms C, 25vº).  Es decir «Padre» movida por el Espíritu de Jesús (cf.  Ms C, 19vº).  La oración de Jesús, el padrenuestro, le parece «encantadora» y en ella alimenta su propia oración.  De hecho, toda su doctrina es una espiritualidad del padrenuestro.  Es la actitud de los anawim, de los pobres de Yahvé, de los pequeños como María, de esos «hambrientos a quienes él colmó de bienes». (Le 1, 53).  De este modo va Teresa haciéndose más y más mariana.  En María ve a la madre y al prototipo de todos aquéllos que han de seguir el «camino común» de la fe y del abandono.

 

 

3. EL GRAN OTORGAMIENTO

 

 

«En la tarde de esta vida, me presentaré ante vos con las manos vacías».  Las manos vacías.  Espacio abierto a Dios. «Cuando comparezca ante mi Esposo amadísimo, no tendré otra cosa que presentarle más que mis deseos». (CT 187).  Ahora, ella está ya ante su Esposo: 30 de septiembre de 1897.

Por la tarde, Teresa dijo: «Sí, me parece que nunca he buscado más que la verdad.  Sí, he comprendido la humildad de corazón... Me parece que soy humilde».  Y un poco más tarde: «No me arrepiento de haberme entregado al Amor. ¡Oh, no! ¡No me arrepiento, al contrario!» (CA 30.9).

Son las siete y algunos minutos de la tarde. ¿Por qué se esconde el sol?  Teresa pronuncia sus últimas palabras: «¡Dios mío, os amo!».  Una última afirmación.  Una última súplica.  Teresa muere.  El Amor propaga en ella sus olas.  Sin límites, como un océano.

La esperanza ha acabado su obra.