Conclusión


La encarnación es para nosotros la prueba de que Dios se inserta en la forma de este mundo y afirma la creación. Nosotros apelamos a la fundamental estructura encarnatoria de la fe para legitimar nuestra entrega al mundo y la adopción de estructuras (instituciones) «mundanas» en la Iglesia. «Esto tiene mucho de justo, pero resulta unilateral e insuficiente si no se añade un segundo elemento: que la encarnación no es, en el cristianismo, lo último. El misterio de Cristo es un misterio de cruz; la encarnación se halla sólo al principio de ese camino, que llega a su verdadero culmen con la cruz. La teología de la cruz forma parte necesariamente de la teología de la encarnación; la una no tendría sentido sin la otra. Lo cual significa que, para llegar a su verdadero cumplimiento, todas las instituciones terrenas han de pasar por la cruz; cualquier forma terrena es provisional» .1 Mundo y creación se ven atravesados por la cruz.

1 J. RATZINGER (op. cit. en nota 20, cap. IV), p. 256.

Esta afirmación fundamental de nuestra fe nos pone en guardia en cuanto al buscar la salvación en un desarrollo puramente natural y espontáneo del mundo y del hombre. Nos pone en guardia frente a una entrega eufórica al mundo, entrega que se ha propagado en estos últimos decenios (junto con una teología unidimensional de la creación) y trae a la mente un término de la tradición ascética casi olvidado: ¡mortificación! Es un término, con una larga historia, que ha caído en descrédito no sin razón, porque fue interpretado como «obra meritoria» y llevó no rara vez a una atrofia del hombre. Pero atesora tanta verdad que —precisamente en el contexto de los consejos evangélicos— no puede ser olvidado. ¿Cómo explicar este hecho?

Correspondientemente a las fases del desarrollo infantil primitivo (oralidad, analidad, genitalidad), la posesión, el poder y la sexualidad se consideran impulsos originarios del hombre. Pueden ser objeto de abuso y perversión por parte de su libertad «sojuzgamiento»; pueden inducirle a intentar procurarse y garantizarse la vida por sí sólo. Eso —como hemos subrayado repetidamente— constituye una empresa ruinosa al cien por cien, que precipita al hombre en obsesiones siempre nuevas y acaba finalmente en la muerte. La Escritura lo dice con toda claridad. Además, una sociedad que tiene como programa el goce de la vida no tarda en experimentar que, en ese aspecto, la vida termina pronto. Cerrada en sí misma («curvatura in se ipsum»), la historia natural es una historia de muerte. Es lo que pretenden hacer recordar los consejos evangélicos como voz del Evangelio en el campo del poseer, del poder y de la sexualidad .2 Los consejos aspiran a traer a la memoria la cruz, la historia de la muerte de Dios, que atraviesa el camino en la carrera del mundo y crea nueva vida: «Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal» (2 Cor 4, 10 s.). Los consejos no hay que interpretarlos como sublimes obligaciones morales, sino como la invitación a vivir de un modo diferente. Los consejos muestran que posesión, poder y sexualidad no constituyen la vida. «En todas las cosas hay algo de demasiado poco» (J. Bachmann). A mantener abierta esta carencia, esta herida en nombre de la cruz, son llamados los que siguen los consejos evangélicos.

2 Synodenbeschluss «Die Orden und andere geistliche Gemeinschaften», en Gemeinsame Synode der Bistümer in der Bundesrepublik Deutschland, cit., p. 563.

«¡Oh Israel,
primogénito en la lucha matutina,
donde todo nacer está escrito
con sangre a las primeras luces del alba!
¡Oh cuchillo afilado del canto del gallo,
hundido en el corazón de la humanidad!,
¡oh herida entre la noche y el día,
que es nuestro domicilio! »

¿Nos será permitido insertar en nuestro contexto esta estrofa de una poesía de Nelly Sachs? Lleva por título «Jacob» y no habla sólo del patriarca homónimo, sino a la vez de la historia de Israel.3 ¿Qué pueblo, ante los acontecimientos de nuestro siglo, tiene más derecho a hablar de la herida «que es nuestro domicilio»?

3 Para la interpretación de toda la poesía, cf. G. FUCHS, «Angeschlagen und ausgezeichnet», en Katechetische Blatter 103 (1978), pp. 389 s.

La tradición cristiana ve en Jacob/Israel un tipo de Cristo que tiene su domicilio en la herida, en la herida «entre la noche y el día», entre el oscurecimiento del sol de un viernes santo y su aparición el primer día de la siguiente semana. El cristianismo tiene su raíz y su morada en esa herida, y los consejos evangélicos son una invitación explícita a residir en ella. ¡Un residir con riesgo! Porque el canto del gallo, como un «cuchillo afilado hundido en el corazón de la humanidad», puede anunciar no sólo el día, sino también la traición. Sólo en el caso de que sea lanzado por la herida, ese canto será indicio de que aparece el sol.