Orar como el Hijo Orar como Hijos ¡Upa papá! Elevaciones al
Padre Nuestro
Autor: P. Horacio Bojorge
Capítulo 4: Capítulo Cuarto: Lo que necesitamos nosotros tus hijos para
seguir siendo hijos tuyos
“También nosotros, que poseemos ya las primicias del Espíritu
[aún así] gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo.
Porque nuestra salvación es objeto de esperanza
y una esperanza que se ve, no es esperanza...
Si esperamos lo que no vemos, lo aguardamos por la paciencia.
Y asimismo el Espíritu acude en auxilio de nuestra debilidad
porque no sabemos pedir lo que conviene.
Mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables
Y el que sondea los corazones sabe cuál es la aspiración del Espíritu,
y su intercesión a favor de los santos es según Dios”
(Romanos 8,23-27)
“Y puesto que llamáis Padre a quien,
sin acepción de personas, juzga a cada cual según sus obras,
conducíos con temor durante el tiempo de vuestro destierro,
sabiendo que habéis sido rescatados [de la esclavitud]
de la conducta necia heredada de vuestros padres,
no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa,
como de cordero sin tacha ni mancilla, Cristo”
(1ª Pedro 1,17-19)
1. - LAS TRES PETICIONES SIGUIENTES
Estas tres peticiones siguientes, tienen algo de gritos de auxilio
1) Las tres primeras peticiones del Padre Nuestro se referían al Padre y estaban
dominadas por el pronombre posesivo TU: “1) santificado sea Tu Nombre, 2) venga
Tu Reino, 3) hágase Tu voluntad”. Las tres siguientes que comenzaremos a meditar
ahora, se refieren a los hijos y se caracterizan por los pronombres NUESTRO -
NOS: “1) nuestro pan, 2) nuestras ofensas, los que nos ofenden, 3) no nos dejes
caer y líbra-nos.
2) El uso de los pronombres pone de manifiesto quiénes son los interlocutores en
este diálogo. Los hijos hablan con el Padre, le hablan al Padre.
- Nosotros y Tú, nosotros a Ti
- Tú y Nosotros, Tú a nosotros
Sienten, quieren, desean, piden, en forma unánime, conjunta, colectiva,
comunional. Se expresan desde una conciencia común y desde una convergencia de
voluntades filiales.
3) Las tres peticiones que contenía la primera parte del Padre Nuestro tenían
algo de gemido desde lo más hondo del alma filial y desde la unanimidad
solidaria del nosotros fraterno. Y en esa forma individual y solidaria,
expresaba el deseo de la santificación del Nombre, de la venida del Reino, o sea
la instauración de una conciencia filial en el corazón de todos los hombres y,
por fin, el cumplimiento de la voluntad y la realización del beneplácito del
Padre.
4) Las tres nuevas peticiones, en la segunda parte del Padre Nuestro, “tienen
algo de gritos de auxilio y su vehemencia parece ir creciendo de una a otra...
Los hijos experimentan siempre serias necesidades, necesidades peligrosas” .
Sienten la debilidad de su naturaleza humana herida por el pecado y las
consecuencias de ser hijos de Adán y Eva:
a) necesitan la ayuda de la Providencia, para seguir siendo engendrados como
hijos
b) sienten a diario el problema de sus culpas y la herida del pecado original
c) experimentan ira y rencor en su corazón pero quieren configurarse con el
Padre misericordioso
d) experimentan los asaltos del enemigo y el vértigo de salirse de la filialidad
y entrar en la tentación
5) Estas tres peticiones brotan del deseo del Reino. “Se trata de necesidades
cuya suprema profundidad sólo se siente cuando se conoce la cercanía del Reino.
Se trata de las tres necesidades existenciales del hombre que vive aguardando el
reino de Dios que está cerca” . Son parte de la experiencia del corazón filial.
6) Estos tres deseos se corresponden con las tres acciones características del
Buen Pastor del Salmo 22: alimentar, guiar, defender. Expresan tres aspectos de
la dependencia filial respecto del Padre, Quien, como el Buen Pastor: 1)
alimenta, 2) conduce, y 3) defiende.
a) Da el Pan en el sentido complexivo: todo lo que mantiene en el ser filial al
hombre y lo fortalece física, anímica y espiritualmente, en su caridad filial y
fraterna.
b) El Padre también perdona, como quien busca a la oveja perdida y devuelve a la
senda a la descarriada. Sus caminos son de paz, de reconciliación, de
misericordia, de perdón.
c) Defiende del lobo, del ‘Padre de la mentira’ y ‘homicida desde el principio’,
que ‘ronda buscando a quien devorar’ (1 Pedro 5,8).
7) Pueden meditarse estas tres peticiones a la luz del Salmo 22: “El Señor es mi
Pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia
fuentes tranquilas... aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas
conmigo... preparas una mesa ante mí, frente a mis enemigos”. El pastor alimenta
en verdes praderas, guía por el camino justo, y a través de cañadas oscuras,
prepara una mesa frente a los enemigos...
8) Son también las tres formas de la Providencia divina con el pueblo de Israel,
sobre todo en la gesta de la liberación de Egipto: la conducción a través del
desierto hacia una tierra que mana leche y miel, la alimentación con el maná y
la defensa contra los pueblos hostiles: Egipto, los pueblos entre los que camina
hacia la Tierra y por fin los pueblos que la ocupaban.
9) Ya en el Antiguo Testamento, el Señor, el Pastor de Israel, que guía a José
como un rebaño (Salmo 79,1), se manifestó como un Dios nutricio, fiel, que guía,
dirige y defiende a los suyos. Un verdadero Pariente redentor, como Bo’oz lo fue
de Noemí y de Rut. Al pariente auxiliador, en hebreo, se le llamaba el Go’el. Y
Dios, pariente por Alianza de su pueblo elegido, se presenta así, auxiliador del
pobre, del débil y humillado: “No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo
te socorro, oráculo del Señor, y tu Redentor (Go’el) es el Santo (Qadosh) de
Israel” (Isa 41,14); “así dice el Señor, rey y go’el de Israel...” (Isa 44,6).
10) El redentor (go’el) – explica en nota la Biblia de Jerusalén – es ante todo
el vengador de sangre (Num 35,19 y su nota) y también el que rescata al
encarcelado por deudas, el pariente próximo encargado de defender a la viuda
(Rut 2,20 y su nota). La palabra designa a Dios como vengador del oprimido o
libertador de su pueblo de la esclavitud en Egipto. En este sentido se lo llama
así frecuentemente en los Salmos (Sal 19,15 y su nota) y en la segunda parte de
Isaías (41,14; 43,14; 44,6.24; 47,4; 48,17; 59,20; ver Jer 50,34).
11) La suprema revelación de la verdadera naturaleza de este goelato divino,
tiene lugar en el Nuevo Testamento. El Padre envía a Jesús, su hijo, a redimir a
los esclavos, a reunir a los dispersos, a salvar a los oprimidos. Jesús aparece
realizando las obras salvíficas profetizadas por Isaías: “Id y contad a Juan lo
que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios, los sordos oyen...” (Lc 7,22s; Isa 26,19; 35,5-6; 61,1).
12) El clamor de los hijos sube hasta los oídos del Padre como el clamor del
pueblo oprimido en Egipto (Ex 6,5).
2. - EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY (1)
Una petición muy comentada ¿cómo entenderla? Diversas interpretaciones
1) “Pocos textos bíblicos han sido y son objeto de tan reiterado estudio por la
exégesis patrística, medieval, renacentista y moderna, como esta petición” .
2) La sola palabra griega “epioúsios”, que en nuestra versión litúrgica se
traduce “cotidiano”, “de cada día” constituye un verdadero enigma para los
intérpretes, que desde el tiempo de los Santos Padres explican su sentido en las
más diversas direcciones y dimensiones. De la interpretación que se dé a este
término depende que se vuelque la interpretación hacia un pan espiritual o el
pan material o en un sentido que los abraza a ambos. Y éste es el que parece más
satisfactorio.
3) “La cuarta petición es interpretada de diferentes maneras por los Santos
Padres y escritores eclesiásticos.
a) Gregorio de Nisa, San Basilio y otros piensan que se trata del alimento y el
vestido material;
b) San Cirilo de Jerusalén, Ambrosio, Jerónimo, Casiano, Mario Victorino,
Agustín y Efrén lo explican como el pan eucarístico;
c) Tertuliano, Cipriano, Cirilo, Isidoro de Sevilla e Ildefonso de Toledo lo
interpretan como el alimento corporal y el ‘maná’ eucarístico a la vez;
d) según Orígenes, Isidoro de Pelusio y Teodoreto de Ciro, es el Logos divino, o
sea la Palabra de Dios;
e) Agustín, Hilario, Jerónimo lo explican también como el pan de la Palabra y de
la Eucaristía afirmando la doble acepción, material y espiritual, y abarcando
tanto el sustento corporal como el pan de la Palabra y el pan eucarístico.
f) Varios Padres de occidente mencionan la recepción diaria de la Eucaristía
como ese “pan de cada día” de la petición.
4) El vocablo griego ‘epioúsios’ se ha interpretado de dos maneras:
Un primer grupo de Santos Padres lo considera resultante de la preposición
griega ‘epí’ que quiere decir ‘encima de, sobre, arriba de’; y el vocablo ‘ousios’,
que quiere decir ‘sustancial’. De ahí que Cirilo, Jerónimo, Ambrosio Casiano y
otros, lo traducen como ‘pan supersubstancial’ o ‘pan substancial’. En cambio,
Teodoro de Mopsuestia, Cirilo alejandrino y el Pseudo Crisóstomo lo traducen
como pan ‘conveniente’.
Un segundo grupo de Padres entiende el vocablo ‘epioúsios’ como una forma del
verbo ‘epieinai’ que quiere decir ‘estar encima’ o también, en sentido figurado:
‘sobrevenir’. Por eso lo traducen como
a’) pan `’sobreviniente’ es decir ‘futuro’, ‘que vendrá’. Así lo entienden
Orígenes, el Pseudo Atanasio, Evagrio, Severo antioqueno
b’) o también lo traducen otros como ‘pan cotidiano’: Así nuestra actual
traducción litúrgica sobre las venerables huellas de las antiguas versiones
latinas y siríaca, Tertuliano, Cipriano, Ambrosio, Juan Crisóstomo, Agustín y
Casiano.
5) Combinando las distintas interpretaciones San Basilio, Máximo el Confesor y
Juan Casiano acumulan las dos significaciones ‘futuro’ y ‘cotidiano’,
prefiriendo o inclinándose más a acentuar la primera .
3. - EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY (2)
¿Un pan material? ¿Un pan sacramental? ¿Un pan espiritual? ¿Todo a la vez?
Sigamos con la historia de la interpretación de esta petición de sentido tan
intrigante
1) En su explicación del Padre Nuestro, Santo Tomás de Aquino entiende que en
esta petición se trata, en primer lugar, del pan material que nos es necesario
para la vida. Pero no se trata exclusivamente de él, sino también del pan de la
Eucaristía y del pan de la Palabra de Dios.
2) El Pan Físico o Material: Comentando esta petición, Santo Tomás dice que el
Espíritu Santo nos ha enseñado a pedir el pan “mostrándonos que Dios tiene
providencia de nuestras necesidades materiales” . Pero a la vez, enseñándonos a
limitarnos a pedir solamente lo que es estrictamente necesario para la vida
presente, es decir, el pan, nos enseña a evitar el inmoderado deseo de los
bienes de este mundo y de las cosas que exceden nuestro estado y condición, y a
contentarnos con lo que es estrictamente conveniente.
3) Nos hace pedir el pan “de cada día” para que evitemos la voracidad
desmesurada que consume en un día lo que alcanzaría para muchos . Nos enseña a
decir “dánosle” para que sepamos que nos viene de su mano y seamos agradecidos.
Y nos enseña a pedirlo para “hoy” con el fin de que evitemos la preocupación
excesiva por las cosas de este mundo y por el mañana: “Hay hombres – dice – que
se preocupan hoy por los asuntos que le sobrevendrán a lo largo de todo un año;
los que así se comportan jamás descansan” .
4) Además del pan, alimento del cuerpo – agrega Santo Tomás, recogiendo las
diversas vertientes que vienen de la tradición patrística – hay otras dos clases
de pan: el pan del sacramento y el pan de la Palabra de Dios. En la oración
dominical, pedimos
5) El Pan nuestro Sacramental, que diariamente se consagra en la Iglesia, para
que recibiéndolo sacramentalmente sea para nosotros prenda de salvación. Pedimos
asimismo el otro pan, que es
3) La Palabra de Dios: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Pedimos pues que nos dé ese pan, es decir su
palabra. Con ello alcanza el hombre la bienaventuranza que merecen aquellos que
tienen hambre y sed de justicia. Porque cuando se poseen los bienes
espirituales, más se los desea; y de este deseo proviene el hambre, y del hambre
la saciedad de la vida eterna” .
4. - EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY (3)
El “pan” es todo aquello que los hijos necesitan para ‘ser y vivir como hijos’.
Pero el pan del que tienen hambre y viven los hijos es, principalmente, el pan
espiritual: la Eucaristía, la Palabra, el Reino...
1) Esta es la única petición del Padre Nuestro donde lo que se pide va delante
de la frase, como enfatizando el objeto del deseo ¡El pan...! “En la lengua
materna de Jesús, el pan, significa no sólo el alimento de pan, sino también el
alimento en general, ya que el pan es el principal alimento de los habitantes de
Palestina” .
3) Según san Lucas, una persona que piensa en el Reino de Dios puede decir:
“¡Feliz el que coma pan en el reino de Dios!” (Lc 14,15). Pero en el Padre
Nuestro no se trata de pedir cualquier pan, sino “el pan de los hijos”. El
pronombre “nuestro” lo determina como un pan propio del nosotros filial. No es
un pan cualquiera ni el común que hambrea y necesita el hombre natural. Es aquél
pan que los hijos desean y reconocen como suyo, porque los establece y reafirma
en su condición de hijos de Dios. El pan que alimenta no sólo su naturaleza
humana, sino el que alimenta su condición “divina”, su participación en la vida
de Dios. El pan que los hace ser y los mantiene en el ser de hijos de Dios.
4) Por ser hombres necesitan, como el común de los mortales, el pan físico, un
pan que los pone en comunión alimenticia con la materia, con el mundo mineral,
vegetal y animal. Pero por ser discípulos se alimentan de la Eucaristía, un pan
que los pone en comunión con la humanidad divinizada de Jesús. Por ser hijos
tienen hambre de hacer la voluntad del Padre y viven de su Palabra. La Palabra
de Dios los pone en comunión con el Padre, con la Vida divina, con el Amor y la
Caridad del Padre.
5) El hombre filial entiende lo que quiere decir “Tu Palabra me da vida”. Jesús
dice: “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34). El pan del que
viven los hijos es pues principalmente el pan espiritual. Los hombres hijos de
Dios, entran en comunión, por el pan material con la creación material, y por el
pan eucarístico y espiritual, en comunión con el Creador. Pero el Pan que Jesús
le pide al Padre es el que más responde a la condición de hijos, la eucaristía y
la Palabra. Y es, por lo tanto, el Pan que quiere enseñarnos a hambrear y a
pedir. Del otro, no nos prohibe que lo pidamos, pero nos asegura que es inútil
hacerlo, porque “Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de esas
cosas” (Mt 6,8.32).
5. - EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY (4)
“El Padre concede día por día, cada día el pan a los que siguen a Jesús y porque
están con Él. Es el Pan de los Hijos”
1) Se puede errar por entender el “pan nuestro de cada día” en forma
precipitadamente alegórica y simbólica, diríamos ‘espiritualista’ o, por el
contrario, en forma profana o naturalista. Las interpretaciones tradicionales
nos enseñan a afirmar las tres dimensiones del ‘Pan nuestro’, o sea: del ‘pan de
los hijos’. Metafóricamente podríamos decir que: ‘El Pan nuestro’, es un ‘pan
integral’: terreno y espiritual a la vez.
2) Pero Jesús nos enseña también a desear y pedir prioritariamente el aspecto
más propiamente ‘nuestro’ del pan nuestro. Más que al pan ‘genérico’ común a
todos los hombres Jesús enseña a pedir el pan ‘específico’, que hace hijos: la
Eucaristía que une al hijo, y la Palabra que una al Padre en la escucha filial y
gozosa de su voluntad. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia [filial],
y todo eso [comida y vestido] os lo dará [el Padre] por añadidura” (Mt 6, 33).
3) Este dicho podríamos aplicarlo a la petición del pan: “Buscad primero el Pan
celestial: la Eucaristía y la Palabra del Padre, el pan terrenal se os dará por
añadidura”. A este apetito preferencial por los bienes divinos se refiere el
dicho de Pedro: “apeteced la leche espiritual ... si es que habéis gustado qué
bueno es el Señor” (1 Pedro 2, 2-3). Esta ‘opción preferencial’ del hombre
religioso por la relación con Dios mismo se reflejaba ya en el dicho del
salmista: “¿Acaso no te tengo a Ti, en el cielo? Y contigo: ¿qué me importa la
tierra? Se consumen mi corazón y mi carne por Dios” (Sal 72, 25-26)
4) Al Señor le agradó que Salomón prefiriera pedirle el bien del pueblo elegido
más que bienes para sí mismo; y le concedió por añadidura los que no había
pedido (1 Reyes 3,4-15).
5) Al Padre le complace que sus hijos: 1) apetezcan y pidan el pan celestial, es
decir la eucaristía y la Palabra de Vida y 2) confíen en su Divina Providencia
que no les dejará faltar la comida y todo lo demás necesario para su vida
biológica.
6) En situaciones de extrema necesidad material puede ofuscarse el corazón del
hijo. El hambre lo cegó a Esaú. Menospreció la Promesa y vendió su derecho por
un plato de guiso (Génesis 25, 29-34). En una situación de miseria o de hambre,
el Tentador puede cuestionar la Providencia del Padre y poner a prueba la
condición filial: “Si Dios es tu Padre...”; “¿Cómo permite esto?”, “Si eres hijo
de Dios...”. La prueba y la tentación son momentos de gracia privilegiados,
ocasiones de profundizar la fe en la Providencia del Padre, y hambrear
filialmente su Palabra (Sal 118, 103).
6. - PERDÓNANOS NUESTRAS OFENSAS, DEUDAS (1)
“Los derechos de Dios que le son debidos: a Dios le ‘debemos’ los derechos que
le hemos arrebatado”
1) Las ofensas o también: las deudas. La ofensa es una deuda contra el honor o
la gloria debida a alguien y que no se le da, o se le sustrae. Por eso una
ofensa a Dios es también una deuda con Él. Le debo el honor de Padre, el
reconocimiento, pero vivo como si no fuera mi Padre ni yo su hijo.
2) “Con esta petición ocurre lo mismo que con la anterior: solamente la podrá
decir como conviene el que haya escuchado las palabras de Jesús y haya aprendido
de Él: 1º) que es deudor de Dios y por cierto en gran medida y 2º) que el Padre
quiere perdonar y cuáles son sus condiciones”
3) Esta petición corresponde al Don del Consejo. Santo Tomás considera que es un
gran Consejo que el Espíritu Santo le da al pecador para salir de su pecado,
como un médico le prescribe el mejor remedio al doliente. El mejor remedio del
pecado, en efecto, es la limosna y la misericordia. Y por eso a esta petición le
corresponde la Bienaventuranza: “Bienaventurados los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán misericordia”
4) ¿Qué le debemos a Dios? “A Dios le debemos los derechos que le hemos
arrebatado” , dice Santo Tomás. “Es derecho de Dios que cumplamos su voluntad,
pero nosotros le arrebatamos ese derecho cuando anteponemos nuestra voluntad a
la suya”.
5) Esta petición nos hace reconocernos pecadores y nos ayuda a ser humildes y a
temer ofender a Dios. Pero también nos ayuda a no desesperar de alcanzar el
perdón divino fortaleciendo nuestra esperanza. “Así, dice Santo Tomás, de esta
petición nace no sólo el santo temor sino también la esperanza, porque nos
muestra que todos los pecadores que se arrepienten y confiesan sus pecados,
alcanzan misericordia” .
6) Pero hay una condición, una sola: que también nosotros perdonemos a los que
nos ofenden; a nuestros deudores. Hemos dicho ya que la ‘deuda’ se refiere no
sólo al dinero, sino a todo lo que se nos debe y no se nos da. En otras palabras
a todo el que comete injusticia contra nosotros y nos trata injustamente, porque
la justicia consiste en dar a cada uno lo suyo, lo que se le debe. El que no nos
da lo que nos debe, obra ‘injustamente’ con nosotros, así como nosotros somos
injustos con Dios. La justicia lesionada se repara, pues, por el perdón que
concede el ofendido.
7) Esta petición nos revela, por último, que perdonar a los demás, es algo que
le debemos ‘en justicia’ a Dios mismo.
7. - “NUESTRAS OFENSAS” (2)
También a Dios Padre, las ofensas de sus hijos le duelen más que las de los
extraños.
1) Así como hay un pan ‘nuestro’, propio de los hijos, así también hay ofensas y
deudas con Dios que son ‘nuestras’; las que le inferimos al Padre como hijos.
Son faltas ‘filiales’, específicas de nuestra relación filial-paterna. Jesús
enseña, a los que quieren vivir y orar como hijos, a pedir perdón a su Padre por
todo aquello en lo que se quedan cortos ‘como hijos’.
2) ‘Nuestras’ ofensas no son, pues, aquéllas que provienen de la transgresión de
la ley. ¡Esas son también ofensas a Dios! Pero son las ofensas que le infieren
también los siervos, los que no son hijos (¡con cuánta mayor razón son
ofensivas, si son los hijos los que transgreden la ley!). Pero esas no son, las
ofensas ‘nuestras’; las que ‘como hijos’ le inferimos al ‘Padre Nuestro’. Esta
petición se refiere, me parece, a las actitudes que duelen y ofenden al Padre de
parte de sus hijos o también de los hombres que rechazan la vocación a la
filialidad.
3) ‘Nuestras’ ofensas le duelen mucho más al Padre que las meras transgresiones
de su Ley por parte de los hombres en general, porque todos los hijos estamos
llamados a vivir una justicia filial, que es “mayor que la de los escribas y
fariseos” (Mt 5, 20) y que Jesús llama ‘vuestra justicia’ (Mt 6,1) es decir, la
justicia filial, que consiste en ‘hacer la voluntad de mi Padre’ (Mt 7,21).
4) Por lo tanto, no se trata, de lo que entiende por ‘ofensas’ la conciencia y
una culpabilidad sinaítica, que podríamos calificar de pre-filial o para-filial.
No es ésa la conciencia filial, de donde brota y desde donde se ha de entender
la oculta sabiduría de ese: ‘nuestras ofensas’. La conciencia legalista, y la
puritana, derivan su experiencia de culpa de la infracción de la ley y reciben
su justicia del cumplimiento de la misma. Esa conciencia, ante la imposibilidad
tanto de abolir la ley como de cumplirla, termina escondiéndose tras las
máscaras de la hipocresía. ¡No! Jesús se refiere a otra cosa
5) ‘Nuestras ofensas’ consisten por ejemplo:
a) en la negativa a entrar en la condición filial a la que Jesús nos invita;
b) o bien en la deficiente conciencia filial,
c) en contentarnos con cumplir la ley, con el ‘habéis oído que se dijo’,
desentendiéndonos del plus revelado por Jesús: ‘pero Yo os digo’ que es
necesario para llevar la ley a la perfección de la justicia filial: ser
perfectos, misericordiosos, santos como el Padre celestial
d) en obrar mirando de reojo lo que dicen los hombres y esperando su aprobación
o temiendo su desaprobación, en vez de vivir en lo secreto y de cara al Padre;
e) en esperar nuestra seguridad del dinero, y no confiar en la Providencia del
Padre;
f) en estar desconformes con nosotros mismos y vivir envidiando a los demás;
g) en la falta de confianza filial, que duda de que el Padre lo mire y ame como
a hijo.
Sí Padre ¡Perdona ‘nuestras’ ofensas! ¡Las que te inferimos tus hijos!
8. - “NUESTRAS” OFENSAS (3)
A los hijos les duele ver al Padre ofendido, especialmente por sus demás
hermanos, y sienten como propias las ofensas de todos.
1) No comparecemos ante el Padre en forma individual. Jesús no nos enseñó a
decir: ‘mis’ ofensas, o ‘mis’ deudas, sino ‘nuestras’ ofensas. Se trata, lo
repetimos, de las ofensas que recibe el Padre de parte de sus hijos y de los que
se niegan a la invitación de serlo.
2) Jesús nos enseña a ponernos delante del Padre solidarios de las faltas de
todos nuestros hermanos y de todos los hombres que no quieren ser hijos suyos ni
hermanos nuestros. El Padre no es ofendido solamente por mí o por cada uno de
nosotros, en forma individual. Y al que es hijo de verdad, no le duelen
solamente las ofensas que le infiere él mismo al Padre, cuando se comporta más
como hijo de Adán y Eva que de Dios. Le duele ver al Padre ofendido por sus
hijos y por el desprecio con que su llamado a la Humanidad es desoído.
3) La conciencia filial está embargada por ese dolor de ver al Padre ofendido.
Ofendido por uno mismo, pero sobre todo y quizás más, por las ofensas de otros.
Cuanto más crece un hijo en el temor de ofender al Padre, más le duele ver que
se lo ofende y cuánto se lo ofende; y cómo sus propias ofensas se suman a un mar
de menosprecio y vituperio, que tanta Bondad no merecería.
4) Esta petición expresa el sufrimiento filial de Jesús ante la gloria del Padre
conculcada por sus propios hijos. Invita a considerar la ofensa que le infiere
al Padre uno mismo, pero en el contexto de las de los hermanos y de los que se
niegan a oír el llamado a vivir como hijos. “Perdona, pues, nuestras ofensas”.
Siempre (y todos) nos quedamos cortos en el vivir como hijos. No le reconocemos
al Padre sus derechos sobre nosotros. Y arrebatándole sus derechos, estamos en
deuda con él.
5) ¡Pero de ahí nacen las demás injusticias entre nosotros! Por eso se enlaza el
pedido de perdón con la condición de perdonar. Si fuéramos hijos de Dios
perfectos, seríamos también hermanos perfectos. Si no ofendiéramos al Padre no
nos ofenderíamos entre nosotros. Y viceversa, si nos ofendemos y herimos, es
porque ofendemos al Padre. A la comunión en la santidad se opone una especie de
perversa comunión en la ofensa, la injusticia y las deudas no saldadas con Dios
y con los demás.
6) Esta comprobación no debe, sin embargo, engendrar en nosotros una
culpabilidad destructiva y desesperanzada. El pecado original no tiene ya
derechos sobre nosotros. Todo lo puede en nosotros la Sangre de Jesús si
acudimos a su poder salvador. Esta petición nace de una convicción profunda de
Jesús: ante el Padre de la misericordia podemos comparecer todos con todas
nuestras llagas al descubierto, cuando las deploramos y pedimos ser sanados. En
esa escuela, sanados de todo duro juicio puritano hacia nosotros mismos y hacia
los demás, aprenderemos a compadecer la llaga del que nos ofende, del que es
injusto con nosotros y nos niega lo que se nos debe. Y podremos vivir la
Bienaventuranza de los que viven sin juzgar (Mt 7,1-5).
9. – PERDONA NUESTRAS OFENSAS (4)
Este es el clamor intercesor de Jesús ¿En qué sentido pudo orar Jesús diciendo:
“perdona nuestras ofensas”?
1) Parecería que Jesús no se pudiese incluir en el Nosotros del Padre Nuestro
cuando dice “perdona nuestros pecados”. ¡Cómo! ¡Si Él no tuvo pecado! ¿Cómo
podría incluirse entonces Jesús a sí mismo en esa petición?
2) Ciertamente el Padre es, como Jesús mismo dice: “Mi Padre y vuestro Padre” (Jn
20, 17). Por lo tanto, Jesús se incluye a sí mismo en el número de los hombres
que invocan al Padre como “Padre nuestro”. Él es “el primogénito de muchos
hermanos” (Rom 8,29; Col 1,15).
3) Las tres primeras peticiones del Padre Nuestro, que son invocaciones al
Padre, expresan los sentimientos de Jesús y de todos los que tienen corazón de
Hijo: “¡Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad!”.
4) ¿En qué sentido puede decir Jesús: ‘perdona nuestras ofensas’? No ciertamente
porque hubiese en Él pecado alguno. Él desafía a sus adversarios diciendo:
“¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?” (Jn 8,46). La carta a los Hebreos
afirma que Jesús es “en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hebr
4,15). E insiste afirmando que Jesús es: “Sumo Sacerdote santo, inocente,
incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos,
que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día [...] por sus pecados
propios” (Hebr 7,26). Sin embargo, Jesús se constituye “Sumo Sacerdote ... en
orden a expiar los pecados del pueblo” (Hebr 2,17).
5) Jesús se solidariza y considera propios los pecados del gran Nosotros humano
y del gran Nosotros filial, y se ofrece a sí mismo por los pecados de todos,
como apropiándose de ellos delante del Padre. Porque “Él cargó sobre sí nuestros
pecados y fue triturado por nuestras rebeldías. Él soportó el castigo que nos
trae la paz” (Isa 53,5). “Él fue contado entre los rebeldes” (a pesar de no
serlo); “llevó los pecados de muchos e intercedió por los rebeldes” (Isa 53,12).
“Cristo nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose él mismo maldición por
nosotros” (Gal 3,13).
6) “¡Perdona nuestras ofensas!” ¿Era ése el clamor de Jesús al Padre del que
leemos en la carta a los Hebreos?: “Habiendo ofrecido en los días de su vida
mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de
la muerte, fue escuchado por su actitud reverente” (Hebreos 5,7-9).
7) Jesús, nuestra cabeza, oró “una vez para siempre” (Hebr 7,27) pidiendo perdón
por nuestros pecados. Y así como oró nuestra cabeza, así conviene que ore su
cuerpo; los que tienen “los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (Flp 2, 5).
Aunque ellos mismos hayan sido sanados y sacados de una vida de pecado, piden
perdón, sabiéndose pecadores y solidarizándose con los pecadores, como el justo
Daniel con y por su pueblo:
8) “Derramé mi oración al Señor mi Dios, y le hice esta confesión: ¡Ah Señor,
Dios grande y temible que guardas la Alianza y el amor a los que te aman y
observan tus mandamientos! Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidad,
hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y
de tus normas. No hemos escuchado a tus siervos los profetas...” (Dan 9,4ss).
“Todavía estaba haciendo yo oración y confesando mis pecados y los pecados de mi
pueblo Israel... “ (Dan 9,20)
10. - COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN
Si queremos orar como el Hijo tenemos que perdonar como el Hijo y con el Hijo
1) Viviendo como el Hijo, Jesús nos enseña a vivir como Hijos. Orando como el
Hijo nos enseña a orar como Hijos. Y perdonando como el Hijo nos enseña a
perdonar como Hijos. Si es que queremos ser hijos del Padre que perdona, tenemos
que perdonar también nosotros a los que nos ofenden. Nadie es hijo si no obra
como ve obrar a su Padre.
2) La principal razón por la que debemos perdonar es porque Jesús, el Hijo,
perdonó. Perdonar es uno de los principales aspectos de la misión del Hijo al
mundo. Jesús perdonó muchas veces a lo largo de su vida. Perdonó en nombre de
Dios y en su propio nombre. Se presentó a sí mismo perdonando los pecados y
provocó por eso la extrañeza o el escándalo de muchos:
3) “¿Quién es este para perdonar pecados?” (Lc 7, 49). Viendo la fe del
paralítico, le dijo “Tus pecados te son perdonados” (Mt 9,2; Mc 2,5). Y ante el
escándalo de algunos presentes, afirmó que “el Hijo del Hombre tiene en la
tierra poder para perdonar pecados” (Mc 2, 7). Viendo el gran amor de la mujer
pecadora, dijo a quien la menospreciaba: “te digo que le son perdonados muchos
pecados, porque amó mucho”. Y a ella le dijo: “tus pecados te son perdonados” (Lc
7, 47-48).
4) Pero sobre todo, él mismo, personalmente, perdonó en la hora solemne de la
Cruz, y pidió al Padre que perdonara: “Padre, perdónales porque no saben lo que
hacen” (Lc 23, 34). Esta lección, dada a sus discípulos desde la cátedra de la
Cruz, la han repetido desde entonces millones de discípulos mártires. Son, ellos
también, herederos del ministerio del perdón que inauguró, en la Historia de la
Humanidad, su Maestro.
5) En su primer visita de resucitado, junto con la infusión del Espíritu Santo,
Jesús comunicó su misión de perdonar a los apóstoles y a través de éstos a la
Iglesia: “como el Padre me envió, así os envío yo, ... recibid el Espíritu
Santo, a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados” (Jn 20, 21-23).
6) Esta misión incluye no solamente la potestad del perdón sacramental propio
del sacerdocio ordenado, sino también todo ejercicio del perdón, no sacramental,
pero no menos fermentador de la historia humana, por parte de cualquier
bautizado. Cuando un hijo de Dios perdona, actúa como ministro del perdón del
Padre.
7) El pueblo cristiano ha sido enviado a la historia de los pueblos a introducir
y enseñar la sabiduría del perdón. Hay todavía pueblos que consideran que la
venganza es una obligación de piedad y una virtud. No ha de ser así el pueblo
cristiano. Por eso, si no perdona, no puede recibir perdón. Por lo cual Jesús
enseña: “Perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37).
11. - PERDÓNANOS COMO NOSOTROS PERDONAMOS
Es la Iglesia la que dice esta oración y la que cumple la condición.
Aunque yo no lo logre aún, su ejemplo me arrastra y me estimula.
1) Para que el Señor escuche nuestra petición de perdón, el Padre requiere de
nuestra parte que perdonemos al prójimo las ofensas que nos haya hecho. Se trata
de una condición. De otra manera no nos perdonaría. Leemos en la Escritura:
“¿Guarda ira el hombre al hombre y pide a Dios la salud?” (Ecclo. 28,3). Y
también: “perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37).
2) Es ésta la única condición que nos pone Jesús en todo el Padre Nuestro. Y es
la única que se exige para alcanzar el perdón. Es imprescindible que la
cumplamos para alcanzar el perdón. Si no perdonamos no nos perdonará a nosotros.
3) Argumenta Santo Tomás: “¿Podrías quizás decir: Diré lo primero, es decir,
‘perdónanos’ y callaré lo segundo ‘como nosotros perdonamos’?”. Y agrega con
algo de buen humor: “¿Es que quieres engañar a Cristo? Ciertamente no lo
engañarás. Puesto que fue Cristo quien compuso esta oración, se acuerda muy bien
de ella. No puede ser engañado. Por lo tanto, si la dices con la boca cúmplela
con el corazón” .
4) ¿Entonces no habrá que decirla si uno no tiene el propósito de perdonar?
Parecería que fuese cuestión de sinceridad y de verdad rezarla solamente si uno
ha perdonado realmente, y que habría que omitirla si aún se guarda algún rencor
en el corazón y no se tiene el propósito de perdonar. Pero, como observa el
mismo Santo Tomás, quien la rezara así, no mentiría “porque no ora en nombre
propio, sino en nombre de la Iglesia, y la Iglesia no se engaña. Por eso esta
petición se expresa en plural” .
5) Acerca del ‘cómo’ perdonamos, hay dos modos de perdonar. Uno es el modo de
perdonar de los perfectos, y consiste en que el ofendido vaya al encuentro del
ofensor, conforme a la recomendación del salmista: ‘busca la paz’ (Sal 33, 15).
El otro es el modo común a todos, que a todos obliga, y consiste en conceder el
perdón a quien lo pide. ‘Perdona a tu prójimo cuando te agravie’, dice la
Escritura, ‘y así, cuando tú implores el perdón, te serán perdonados tus
pecados’ (Ecclo. 28,2)” .
6) A esta petición corresponde la Bienaventuranza: ‘bienaventurados los
misericordiosos’ porque la misericordia hace que tengamos piedad de nuestro
prójimo, aún cuando nos ofenda.
¡Oh Padre, quiero ser hijo tuyo y obrar como tú obras! Sana en mí la herida del
pecado original que me hace vengativo y rencoroso. Aseméjame a Jesús tu Hijo
para que mi conciencia te glorifique. Sana en mí la herida de la iracundia.
12. - NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN
¿Qué es la tentación? ¿Cómo y por quién somos tentados? ¿Cómo somos ayudados?
1) ¡Más vale prevenir que curar! Después de pedir perdón de los pecados
cometidos, Jesús nos enseña a pedir ayuda para no volver a caer. No dice que
pidamos ‘no tener tentaciones’ o ‘no ser sometidos a tentaciones’, ‘no nos
tientes’ o ‘ no permitas que nos tiente el Malo’, sino que pidamos ayuda para no
caer.
2) Comentando esta petición Santo Tomás se pregunta tres cosas:
a) Qué es la tentación;
b) Cómo somos tentados y por quién;
c) De qué manera somos librados de la tentación.
3) Primero: Tentar es poner a prueba la virtud. Ser tentado es ser puesto a
prueba. Es proponer nuevas ocasiones de elegir a quién amar, para ver a quién
sigue uno eligiendo, a quién quiere seguir amando. Ser tentados no es malo, más
aún, es inevitable. El amor es una elección y una elección que debe mantenerse a
lo largo de toda la vida, renovándose cada día y en cada ocasión. La tentación
no es otra cosa que una ocasión o una propuesta de elegir a quién amar. A quién
amar más.
4) Segundo: ¿Quién tienta al hombre? Nos tientan: Dios, la carne, el mundo y el
demonio; por contrarios fines. Dios nos prueba para aquilatar nuestra caridad.
Jesús pone a prueba el amor de Pedro cuando le pregunta ¿Me amas? Dios nos
‘tienta’, con preguntas de amor encaminadas a que lo amemos más y a que nuestra
caridad sea más gloriosa y agradable.
5) La Carne, el Mundo y el Demonio, al contrario, nos tientan intentando
seducirnos para que elijamos amar otras cosas más que a Dios.
6) ¿Cómo somos tentados por la Carne, el Mundo y el Demonio?
a) La carne, es la naturaleza humana herida por el pecado original. Nuestra
naturaleza herida nos tienta instigándonos al mal y apartándonos del bien.
Habiendo sido creados como una creatura compuesta de cuerpo animal y alma
espiritual, el hombre es como una combinación de animal y ángel. El Pecado
original rompe el equilibrio entre ambos componentes y su armónica composición.
Puede predominar en nosotros ya sea el componente corpóreo, animal e instintivo,
ya sea nuestro componente espiritual, anímico. El predominio irracional de lo
corpóreo nos ‘achancha’ por la preponderancia de los deseos instintivos. El
predominio desordenado de lo anímico nos ‘angeliza’ por el exaltado predominio
de la voluntad desorbitada. La carne nos tienta, pues, para rebajarnos ‘como
animalitos’, o para remontarnos a lo angélico, al ‘ejercicio ilegal de la
divinidad’, a la usurpación de la Providencia.
b) El Mundo es la sociedad de los hombres heridos por del pecado original. El
Mundo es la Babilonia, la ciudad edificada sobre las siete colinas de los vicios
capitales. El Mundo nos tienta pretendiendo imponérsenos. Lo hace al modo
humano, como se imponen unos hombres a otros para someterlos a su voluntad:
mediante el halago o la amenaza; por un afán excesivo de cosas temporales; o por
el terror que inspiran los perseguidores y los tiranos.
c) El Demonio, finalmente, tienta primero bajo apariencia de bien; luego
encadena al hombre en el pecado.
7) Tercero: ¿Cómo somos preservados de caer en la tentación?: por el fervor de
la caridad y por la luz del entendimiento. Por eso, esta petición está
relacionada con el don de entendimiento y con la bienaventuranza de los limpios
de corazón.
13. - LA TENTACIÓN (1)
La tentación es algo inherente a la condición humana. Es la ocasión de elegir
amar al Padre como hijos.
1) Hay muchas tentaciones. Pero Jesús parece referirse aquí a una particular que
es la raíz de todas; a la que todas pueden reducirse. En clave del pensamiento
filial, podemos interpretar que es aquella tentación que nos hace caer del amor
filial, que nos aparta del amor al Padre hacia otros amores alternativos.
2) La tentación es inevitable. Adán y Eva fueron sometidos a ella aún antes del
pecado original, es decir, siendo aún seres humanos inocentes. La tentación no
es, por lo tanto, una consecuencia de la condición pecadora de la naturaleza
humana caída por el pecado original. La tentación es algo inherente a nuestra
condición de creatura libre y espiritual, que ha de elegir libremente responder
con amor al amor de Dios. Es decir que, el bien y el mal, que se propone a la
elección de la persona humana, no son de naturaleza material ni abstracta.
3) El bien del hombre, como creatura compuesta que es - por su cuerpo, animal,
material y orgánica, y por su alma, espiritual -, es, sin duda complejo y
compuesto. Hay ‘bienes’ que el hombre tiene en común con los seres materiales,
animales y orgánicos, como por ejemplo los alimentos. Y hay bienes que tiene en
común con los seres espirituales: el amar y ser amado, el querer, el disponer.
Pero el Bien adecuado para un ser de naturaleza personal, ha de ser otra
persona. La tentación o la prueba no es otra cosa, que elegir a quién amar.
4) Lo que se decide en la prueba o tentación es: si me juego por la comunión con
las Tres Personas divinas; o con los bienes que me propone el Tentador. Jesús
propone esta disyuntiva en estos términos: ‘servir a Dios o al dinero’. Una vez
que, por la caída de Adán y Eva, ha sobrevenido el pecado original, quedamos con
una voluntad debilitada para elegir bien. Es decir, para elegir a Dios una y
otra vez y en todas las situaciones, por arduas que sean.
5) Por eso, Jesús nos enseña a pedir la gracia que nos asista para no caer en la
tentación: para no elegir mal. Elegir mal, no quiere decir solamente elegir un
mal en vez de un bien, sino también un bien menor en vez del Bien mayor,
adecuado a nosotros.
6) La elección del bien es un acto de la virtud cardinal de la Prudencia en la
que entran en juego las demás virtudes cardinales que hacen posible el acierto
en la elección: justicia, fortaleza y templanza. La tentación es una propuesta,
un desafío a nuestra prudencia. Que no nos deje el Padre errar en esa decisión
es lo que nos hace pedir el Hijo.
¡Oh Padre, danos la prudencia de la serpiente y la mansedumbre de la paloma!
14. - LA TENTACIÓN (2)
La tentación se le presenta al varón y a la mujer en forma disimétrica
1) El pecado original desequilibró la armoniosa combinación de materia y
espíritu que es el hombre. En esta creatura que somos, Dios quiso anudar
armoniosamente el mundo animal y el angélico, lo material y lo espiritual, lo
creatural con Lo Divino. Somos una creatura comparable al horizonte, dice Santo
Tomás de Aquino, porque en el horizonte se tocan el cielo y la tierra, lo
temporal y lo eterno . En nosotros se tocan la materia y el espíritu, lo humano
y lo divino. Estábamos destinados a ser los diputados del universo material
creado para dar gloria a Dios y cantar ‘delante de los ángeles´ Lo cual puede
interpretarse de dos maneras: en presencia de los ángeles, o con precedencia
sobre los ángeles.
2) El pecado original ha destruido, en nosotros, esa armoniosa unión entre lo
animal instintivo y lo espiritual angélico. Ha cesado en el hombre, como canta y
pide un himno del oficio divino, la ‘concordia de cuerpo y alma’. Debió venir la
gracia a sanarlo y restablecerlo.
A consecuencia del pecado original, el ser humano, o bien se rebaja a una vida
según el instinto animal, o bien se exalta en soberbia voluntad de poder,
usurpando lo que es propio de lo angelical o lo divino.
3) Ese desequilibrio que ha introducido el pecado original, ha afectado tanto al
varón como a la mujer. Pero los ha afectado en forma disimétrica.
a) Al varón tiende más bien a bajarlo a lo animal haciéndole perder el dominio
espiritual de lo pasional y lo instintivo. El pecado dominante del varón, el que
más lo deshumaniza, es la lujuria.
b) A la mujer, en cambio, tiende más bien a desordenarla por una exaltación
indebida de lo anímico, de lo propiamente espiritual humano, tendiente a usurpar
lo angélico o divino. El pecado dominante de la mujer es la dominación. El deseo
desordenado de hacer el bien según ella lo entiende. A ella la inclina a usurpar
el juicio divino acerca del bien y del mal y a incurrir en un apetito inmoderado
de control. No necesariamente por malicia, sino por el bien de los suyos, ella
quiere realizarlo todo tal como ella lo entiende y a toda costa. Así resulta
inclinada al “ejercicio ilegal de la divinidad”. A fuerza de querer que todo sea
como ella lo quiere, suele no ver a las personas, sobre todo a los que ama, como
en realidad son.
4) Es por eso que el Tentador le ofrece a Eva, (y no a Adán) ‘ser como Dios’:
por el conocimiento del bien y del mal. Y por eso Eva emplea sus ‘nuevos
poderes’ para darle ‘una comida sabrosa’ a su marido. Eva usurpa ingenuamente la
‘Divina Providencia’ y Adán se ‘ceba’ como un animalito con el pan de la
desobediencia.
¡Padre, no nos dejes caer en estas tentaciones! ¡Libra a tus hijos de ser
arrastrados por los instintos de su cuerpo y a tus hijas de la exaltación
desordenada de los afectos de su alma!
15. - ¿PUEDE TENTARNOS DIOS?
El Señor nos pone a prueba para nuestro bien
1) Explicando por quién somos tentados dijimos, citando a Santo Tomás, que somos
tentados por Dios, la carne, el mundo y el demonio. Parecería que esto no es
así, porque la carta de Santiago 1, 13 dice expresamente que ‘Dios ni es tentado
por el mal ni tienta a nadie’.
2) Dios nos prueba, concederá alguno, pero objetará que no nos tienta, porque
tentar dice relación al pecado. Por tanto parecería que no conviene emplear la
palabra ‘tentar’ referida a Dios.
3) Es verdad que en el uso corriente, tentar significa más bien inducir al mal.
Pero no es así en la Escritura y en la Tradición. En realidad, en la Sagrada
Escritura, tentar es lo mismo que poner a prueba. Y así lo ha reconocido la
Tradición, los Santos Padres, Doctores y estudiosos.
4) “El tema de la ‘tentación’ o ‘prueba’ – dice Sabugal , que muestra que son
sinónimos – recorre prácticamente todo el Antiguo Testamento, como una de sus
ideas centrales, desde el principio (Gen 3,1-5; 22,1) hasta el final (Sap 3,5-6;
11,9). Una temática enraizada, por lo demás en el empleo del verbo hebreo nassáh
cuya forma intensiva nissáh , significa no solamente intentar y experimentar,
sino también, explícita e inequívocamente: poner a prueba a alguien . Así en la
Escritura se habla de tentar o poner a prueba
a) un hombre a otro (1 Re 10,1)
b) el hombre a Dios (Ex 17, 2.7; Nm 14,22) y
c) Dios al hombre (Gn 22,1; Jue 2,22; Jdt 8,25.27; Tob 12,13; Job 10,17 etc.;
Sal 26,2)”.
5) El Señor no sólo permite que el Malo nos tiente; sino que Él mismo tienta.
Véanse los siguientes ejemplos bíblicos que lo demuestran:
a) “Dios tentó (= nissáh) a Abraham” (Gen 22,1), quien, “en la prueba fue
hallado fiel” (Ecclo 44,20). Santiago declara: “¡Feliz el hombre que soporta la
prueba!” (Sant 1,12) y elogia a Abraham por haberla superado mostrando, gracias
a ella, su fe en obras (Sant 2, 21-23).
b) Dios puso a prueba repetidas veces al pueblo elegido en el desierto (Ex
15,25) y el autor sagrado explica con qué propósito: “para ver si anda o no
según mi ley” (Ex 16,4); “para que el temor de Dios esté ante vuestros ojos y no
pequéis” (Ex 20,20); “para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu
corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos [...] para mostrarte que no
sólo de pan vive el hombre” (Dt 8,2).
c) El Eclesiástico advierte: “si quieres servir a Dios prepara tu alma para la
prueba, [...] porque en el fuego se purifica el oro y los adeptos de Dios en el
horno de la humillación” (Ecclo 2,1.5).
6) Santo Tomás enseña, pues, con razón, que nos tientan Dios, la carne, el mundo
y el demonio; pero por contrarios fines. Dios: para aquilatar nuestra caridad.
Lo que niega Santiago es que Dios sea tentado por el mal o tiente a nadie ‘para
mal’. Pero que Dios tiente y ponga a prueba es modo de expresarse bíblico, que
si se entiende bien su sentido, no debe escandalizarnos ni se ha de rechazar.
16. - NO NOS DEJES ‘ENTRAR’ EN LA TENTACIÓN
“La ‘entrada’ en la tentación es la ‘salida’ de la condición filial”.
1) La fórmula habitual del Padre Nuestro que rezamos en la liturgia eucarística,
la que encontramos impresa en los libros litúrgicos y en los devocionarios, la
que rezamos habitualmente, dice: ‘no nos dejes caer en la tentación’. Pero Jesús
no dijo: no nos dejes caer sino: ‘no nos hagas entrar’. El término griego
eisenénken Mt 6,13; Lucas 11,4) quiere decir hacer entra, dejar entrar. También
en latín se dice ‘ne nos inducas’: no nos hagas entrar en la tentación.
2) Con esta fórmula extraña se han roto la cabeza los intérpretes: “¡no nos
hagas entrar en la tentación!” [me eisenénkes hemás eis peirasmón]. ¿Cómo puede
Dios meterlo a uno en la tentación?.
3) Precisamente porque es una fórmula que resulta chocante, la Iglesia nos la ha
explicado maternalmente, haciéndonos orarla así: “no nos dejes caer en la
tentación”.
Esta fórmula suprime la extrañeza, pero tiene sus inconvenientes: solemos
entenderla en un sentido reductivo o predominantemente moral. Como si se tratara
de las tantas caídas contra los mandamientos o en las concupiscencias y los
vicios capitales. Tendemos a entenderla como: “no nos dejes pecar cuando tenemos
tentaciones”.
4) La expresión entrar en la tentación, nos pone, en cambio, sobre la pista de
la justa comprensión del sentido del caer y de la naturaleza de la tentación.
Sabugal lo explica luminosamente al poner esta expresión en paralelo con la que
habla de “entrar en el Reino”. “‘Entrar en la tentación’ – explica Sabugal - es
una expresión del todo análoga a ‘entrar en el Reino’ (Mc 9, 47) o ‘entrar en la
vida’ (Mc 9,43.45) lo cual equivale a tomar posesión definitiva de esa realidad
salvífica: instalarse en ‘el Reino’ y participar de ‘la vida’” .
5) “El ingreso metafórico, sin embargo, es del todo normal para un semita” .
Nosotros hemos explicado la expresión ‘entrar en el Reino’ como ‘entrar en la
condición filial’. “Análogamente, ‘entrar en la tentación’ - explica Sabugal -
significa, penetrar en su interior, [...] participar personalmente en ella o
entrar en comunión con ella; [...] instalarse temporal o definitivamente en la
tentación o sucumbir a ella. De esta instalación piden al Padre sus hijos ser
preservados, cuando inician la súplica diciendo: “No nos hagas entrar”, o sea:
“Haz que no entremos en...” .
6) Jesús no nos enseña a pedir que el Padre nos evite tentaciones o que no nos
deje caer en las tentaciones. Jesús no habla de tentaciones, en plural, sino de
la tentación, en singular. O sea, por lo visto, de una tentación; muy concreta;
de la que brotan y a la que se reducen todas las demás, pero es la más grave de
todas y la decisivamente fatal. La entrada en esa tentación no es otra cosa que
la salida de la condición filial, el abandono o el menosprecio de la divina
filiación. Y ésa es la gran tentación, la madre de todas las tentaciones. La
mortal.
17. - ‘LA’ TENTACIÓN (3)
La tentación consiste principalmente en no buscar primero y ante todo la
justicia filial.
1) Jesús no nos hace pedirle al Padre que nos exima de ‘pruebas y tentaciones’.
Ellas son necesarias. Cuando Pablo pidió ser librado de una, el Señor le
respondió: "Mi gracia te basta, porque mi fuerza se muestra perfecta en la
debilidad de la prueba” (2 Cor 12,7-9).
2) Pablo pudo así no sólo resignarse sino valorar y aceptar gozosamente las
pruebas y tribulaciones. Comprendió perfectamente la sabiduría divina de las
pruebas, que también celebra el capítulo once de la carta a los Hebreos.
3) Pablo aprendió así que Dios “no permite que seamos tentados más allá de
nuestras fuerzas” sino que nos da el poder de resistirlas y vencerlas (1 Cor
10,13); y asimismo que todas las tentaciones contribuyen al bien de los que aman
a Dios (Rom 8,28-39). Los Apóstoles enseñaron desde muy temprano a la Iglesia
naciente que “nos es preciso entrar en el Reino de Dios a través de muchas
pruebas” (Hech 14,22; ver Ecclo 2,1.5).
4) Jesús nos hace pedir que no entremos en la suprema tentación. ¿cuál? Es, como
la de Cristo en el desierto, compleja pero una sola: “Si eres el Hijo de Dios”.
5) Es ante todo “la” tentación polimorfa pero dirigida contra nuestra condición
filial. ¿Cómo me pasa esto si Dios es mi Padre? ¿Cómo permite mi Padre que me
pase esto? ¿De qué me vale vivir como hijo si Él me trata como a cualquiera? ¿De
qué me aprovecha ser su hijo si nadie me lo tiene en cuenta? ¿Qué saco con ser
su Hijo? ¿Cómo es que ni siquiera termina de corregirme del todo de mis
miserias? ¿Cómo es que no me escucha?
6) Apenas alguien se pone a vivir como hijo tiene que confrontarse con el
Tentador en múltiples formas. No sólo con estas preguntas que le vienen desde
adentro sino con los desafíos y las burlas que le vienen de afuera. Recordemos
el cruel: “Si eres el Hijo de Dios, bájate de la Cruz” (Mt 27,40.42).
7) Al que quiere vivir como hijo no faltará quien, desde afuera, lo desafíe a
que lo demuestre con su conducta, con sus obras, con una virtud especial.
¿cuántas veces no hay que sufrir frases como: “¡Vos que sos tan católica!”,
“¡¿De qué te sirve andar rezando todo el día y no perderte misa?!”.
8) La tentación en que podemos entrar, como se entra en una trampa, en una
estafa, es que terminemos valorando más cualquier cosa que sea, así sea nuestra
propia vida, que el vínculo filial que nos une al Padre. Eso es lo que Jesús nos
advierte en el Huerto de los Olivos: “Velad y orad para que no entréis en la
tentación” (Mt 26,41) de amar más este pellejo que el amor del Padre.
18. - ‘LA’ TENTACIÓN (4)
Es, en primer lugar, ‘la’ tentación de ser infieles a la condición filial: el
escándalo ante la Cruz
1) Dice el P. Sabugal: “Los discípulos de Jesús no piden al Padre ser
preservados de entrar en una tentación general, sino de “entrar en la
tentación”, o sea instalarse en una tentación concreta. ¿Cuál es exactamente? ”.
2) La exhortación de Jesús en el Huerto a los discípulos que no logran velar en
oración nos orienta para comprenderlo: “¿De modo que no habéis podido velar una
hora conmigo? Velad y orad para que no entréis en la tentación, porque el
espíritu está pronto pero la carne es débil” (Mt 26,40-41; Lc 22,45-46; Mc
14,38).
3) Esta tentación es el escándalo ante la cruz: “Todos vosotros os
escandalizaréis de mí esta noche” (Mt 26,31). Es la tentación de Pedro ante el
anuncio del destino sufriente del Mesías (Mt 16,21-23); la de los discípulos de
Emaús (Lc 24,20-21). Es avergonzarse de pertenecer a Cristo ante “esta
generación adúltera y pecadora” (Mc 8,38; Lc 9,26) y desemboca en la negación de
Cristo ante los hombres (Mt 10,33; Lc 12,9); como Pedro ante la sirvienta del
Pontífice (Mt 26,69). Por eso enseña Jesús que pidamos “Haz que no entremos en
la tentación de avergonzarnos de tu Mesías, de tu Hijo y de su mensaje, y
renegar de él delante de los hombres” .
4) Pero esta tentación se extiende a las ocasiones de la vida de los hijos en
que se hacen partícipes de la suerte de su Maestro. Pablo exhorta a Timoteo: “no
te avergüences de Jesucristo ni de mí su prisionero” (2 Tim 1,8).
a) Es la tentación de ser infieles a la condición filial; de desconfiar de la
Providencia del Padre en medio de las necesidades o de las persecuciones, ante
los tribunales.
b) Desconfiar de su misericordia en las tentaciones, en las caídas o pecados.
c) Es la tentación de quedarse cortos en reflejar, amando a los enemigos, la
perfección del Padre (Mt 5,48), que consiste en su misericordia amorosa con los
pecadores y enemigos.
d) Es la tentación de sacar gloria propia, o provecho material, de la condición
filial.
e) Es, por fin, la negativa a perdonar y la falta de esperanza en que seremos
perdonados.
5) Jesús nos enseña a pedir ser preservados de entrar en esta tentación de
“desnaturalizarnos”, de salirnos de la condición filial. Tenemos que pedirlo
porque nuestra carne, débil, sucumbiría sin el auxilio divino; sin la fuerza
espiritual obtenida en oración.
6) En efecto, los discípulos deberán soportar pruebas: persecución, odio,
injuria, calumnias, denuncias, marginación y tortura. En esas situaciones la
tentación consistirá en avergonzarse del maestro, renegarlo ante los hombres,
ser infieles a la propia filiación divina, profanar el nombre del Padre,
tergiversar el significado de su reinado, rechazar su señorío, dudar de su
perdón o rehusar otorgarlo a los propios deudores.
19. – ‘LA’ TENTACIÓN (5)
Nuestra tentación y ‘la’ tentación de Jesús
1) Jesús, verdadero hombre, conoció ‘la’ tentación. Por eso, meditar en las
tentaciones de Jesús nos ayuda a entender mejor la naturaleza de la tentación a
la que le pedimos al Padre que no nos deje entrar.
a) ¿Quién tentó a Jesús?: el Tentador (Mt 4,3); Satanás (Mc 1,13), el Diablo (Mt
4,1 y Lc 4,2).
b) ¿Dónde y cuándo lo tentó?: en el desierto, durante toda su vida, y
principalmente en su Pasión. Después del Bautismo en el Jordán y antes de
comenzar su ministerio, el Espíritu Santo lo condujo a la confrontación con el
Malo. Lo “levantó” dice San Mateo; lo “arrojó afuera”, dice Marcos; lo “condujo”
dice Lucas (Mt 4,1; Mc1,12; Lc 4,1).
c) La Tentación aparece por lo tanto como algo a lo que el Espíritu Santo nos
conduce, nos arroja y en la que nos guía. Jesús es llevado a la confrontación
con el Tentador, pero también sostenido para que lo venza.
d) ¿Cómo lo tentó? Estamos al comienzo de su ministerio. El Tentador procura
desviar a Jesús de su vocación mesiánica, de su misión de Siervo de Dios,
proponiéndole un mesianismo político; buscar su propia gloria. Trata de
desvirtuar su condición filial. Lo induce a desviarse de su vocación mesiánica,
de la misión que le asignaba el Padre: Siervo que realizara su voluntad
salvadora, con obediencia gozosa, por el camino del sufrimiento (Isa 53). Jesús
rechazó y venció esa tentación (Mt 4,4.7.10).
2) Pero, aunque perdidoso, el Tentador volverá a tentarlo otras veces. Dice
Lucas: “Acabado todo género de tentación, el diablo se alejó de él hasta un
tiempo oportuno” (Lc 4,13).
3) No ha de extrañarnos que habiendo rechazado victoriosamente la tentación,
ésta vuelva otra vez y aún muchas veces. La tentación nos acompaña toda la vida
y acompaña a la Iglesia en todos los tiempos de la historia. Ni debemos
extrañarnos de que vuelva a asaltarnos el Tentador, directamente o por medio de
sus servidores, cuando nos ve debilitados por persecuciones, tristezas,
infortunios, enfermedades o la cercanía de la muerte.
4) Jesús sufrió muchas tentaciones durante su vida pública. Por ejemplo, cierta
vez, después de la multiplicación de los panes, la muchedumbre lo buscaba para
hacerlo rey (Jn 6, 15). Pero Jesús huyó de ellos porque querían cambiarle la
misión del Padre e imponerle la misión política e intramundana de darles de
comer (Jn 6,26-27).
5) Cierta vez, Él y sus discípulos tenían hambre y sin embargo Jesús no
multiplicó los panes para sí ni para ellos, sino que la calmaron desgranando
espigas de trigo crudo al borde de un sembrado (Mt 12,1-8). Sigue siendo hoy una
tentación que la Iglesia rechaza, la de que los hombres, a veces incluso el
poder político, pretendan limitar su tarea a la asistencia social y al bienestar
intramundano.
20. - ‘LA’ TENTACIÓN (6)
Jesús, por haber sido tentado él mismo, puede ayudar a los que nos vemos
tentados, como pontífice misericordioso
1) Hemos visto cómo Jesús fue tentado no solamente en el desierto, al comienzo
de su ministerio, sino durante toda su vida. El Tentador, directamente o a
través de los hombres, quiso desviarlo de la misión del Padre, imponiéndole
miras mundanas y humanas.
2) Aún antes de la Pasión, durante la vida pública, Jesús había sido tentado una
y otra vez: por sus propios discípulos, por las multitudes, por las autoridades
de su pueblo.
a) A Pedro debió reprenderlo porque se oponía al misterio de la Cruz: “apártate
de mí Satanás, porque eres motivo de tropiezo para mí” (Mt 16,23).
b) Otros lo tentaron pidiéndole signos (Mt 12,38-39; 16,1-4; Mc 8,11-13;
Lc11,29-32; Jn 2,18; 4,48; 6,30).
c) Los bienpensantes, que se escandalizaban de que comiera con publicanos y
pecadores, lo hubieran desviado de su misión encerrándolo en sus criterios
puritanos, ajenos a la justicia filial.
3) El ‘momento oportuno’ en que volvió a atacarlo el Tentador fue la hora de la
Pasión. En esa ‘hora’ en que la tentación alcanzó su clímax, se requirió de
Jesús, verdadero hombre, una fortaleza heroica, alcanzada en la oración
constante, que le mereció el título de “varón de dolores, familiarizado con el
sufrimiento” (Isa 53,3) y lo erigió en el gran tentado y maestro de tentados:
“habiendo sido tentado él mismo en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven
tentados” (Hebr 2,18).
4) Orando en el Huerto de los Olivos Jesús se muestra Maestro en resistir la
tentación. Allí enseña a orar insistentemente al Padre y a pedirle la fuerza
para “no entrar en la tentación” (Mc 14,35-39). Allí, un ángel lo conforta (Lc
22,43) para que “su pie no tropiece” (Sal 91,12 ¡ver Lc 4,9-11!) como tropezarán
en la Pasión sus discípulos, a pesar de la enseñanza de su Maestro.
5) Los que pasaban ante la cruz y los que la rodeaban, lo insultaban y se
burlaban de él desafiándolo: “¡sálvate a ti mismo, si eres el Hijo de Dios, y
baja de la cruz! [...] A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de
Israel es, que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza
en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad lo quiere; ya que dijo: ‘soy
Hijo de Dios’” (Mt 27,40-43).
6) Así lo tentaban para que entendiese la salvación como ellos la entendían.
Para que la redujese, como ellos, a la preservación de ‘esta’ vida y se apartase
de la voluntad del Padre. Que hiciese su justicia filial a los ojos de los
hombres para ser visto y aprobado por ellos.
Así también es tentada la Iglesia y lo somos nosotros. Por eso: ¡Padre!: ¡no nos
dejes entrar en ‘la’ tentación!
21. - LÍBRANOS DEL MALO
Esta petición es una sola con la anterior
1) Entre las múltiples enseñanzas que se desprenden de la meditación de las
tentaciones de Jesús, ésta es una muy principal: el principal agente de la
Tentación es el Malo. Comprendemos así que esta petición está íntimamente ligada
a la anterior. Está como implicada en ella. Es su consecuencia lógica. Ésta y la
anterior, son como dos partes o dos aspectos de una misma petición.
2) En el estilo del pensamiento bíblico abundan estos paralelismos en que se
repite lo mismo en forma distinta: “Una cisterna vacía, que no tenía agua” (Gn
37,24) “Soy viuda, murió mi marido” (2 Re 14,6). María los emplea abundantemente
en su Magnificat: “Dispersó a los soberbios... derribó a los potentados” (Lc
1,51-52). Y Jesús también los usó “El que a vosotros escucha a mí me escucha, y
el que a vosotros os rechaza a mí me rechaza” (Lc 10,16). “Todo el que obra el
mal aborrece la luz y no va a la luz” (Jn 3,20).
3) La expresión “No nos dejes entrar en la Tentación, sino líbranos del Malo” (Mt
6,13), es pues, una sola petición con dos miembros paralelos. Impedir la entrada
en la tentación y librar del Malo son dos expresiones equivalentes para
referirse a un mismo objeto, a un mismo hecho.
4) El Malo, Satanás, el Demonio, es el Tentador, o sea el principal enemigo del
vínculo filial; que pone todo su empeño en destruirlo minando la confianza de
los hijos en la bondad del Padre. En eso consiste, precisamente, ‘la’ tentación.
La tentación es lo contrario a la gracia. Procura impedirla o destruirla.
5) En efecto, en el Nuevo Testamento, el espíritu impuro (pneuma akátharton) se
presenta como el espíritu antagónico al Espíritu Santo (pneuma hagíon) porque
obra el efecto contrario. Si el Espíritu Santo nos hace hijos y nos hace clamar:
¡Abbá!; el espíritu impuro, por el contrario, hace gritar “¡Qué tenemos que ver
contigo! ¡viniste a arruinarnos! ¡te conocemos (pero no te amamos)!” (Mc 1,24;
5,7).
6) El Espíritu Santo obra vinculación, pertenencia y fidelidad. El espíritu
impuro, impide la comunión y la destruye donde existe. La obra propia del Malo
es impedir la filialización de nuestro corazón, o provocar la desfilialización
de nuestro interior y de nuestra vida. El Malo hacer dudar del amor del Padre,
unas veces persuadiéndolos de que son demasiado malos, otras veces sembrando en
ellos dudas acerca de la bondad del Padre. “El Padre no puede amarme siendo como
soy”. “Si el Padre me amara no permitiría esto, no me abandonaría así”.
Te pedimos Padre que nos mantenga fieles a nuestra pertenencia filial, que no
nos dejes entrar en la tentación de dejar de tenerte por Padre, librándonos del
Malo.
22. - ¡LÍBRANOS!
Eta liberación es la principal. La liberación de Egipto era su prefiguración, su
imagen y su sombra. Pedimos que el Padre, como Go’el, nos dé y nos conserve la
libertad de los hijos
1) Pedimos “¡líbranos!”. El verbo griego ruomai sugiere un matiz de liberación
física, como un sacar o extraer de un poder personal enemigo, de una trampa, de
una prisión: Zacarías celebra en su cántico: “nos libró de la mano de los
enemigos para que lo sirvamos en santidad y justicia” (Lc 1,74). Pablo clama:
“¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom 7,24) y pide que el Señor “me
libre de los incrédulos en Judea” (Rom 15,31).
2) La liberación que se pide aquí es la acción propia del “Go’el”, el pariente
redentor . El Go’el es una institución familiar del pueblo de Israel. El
pariente poderoso, por ejemplo Bo’oz en el libro de Rut, era el Go’el, el
libertador, el redentor, que debía auxiliar a sus familiares en toda necesidad,
sobre todo rescatando al esclavo y recomprando las tierras. Análogamente, el
“Dios Pariente”, el Santo de Israel es su Go’el poderoso (Isa 41,14) que promete
tierra e hijos, que sale en defensa de los suyos, que los libera de la
esclavitud de Egipto, les da tierras, es vengador de la sangre y asegura la
descendencia.
3) Invocamos pues, al Padre, como a nuestro Go’el, para que defienda nuestra
vida filial, para que asegure nuestra libertad de hijos, para que no permita que
su pueblo se suma en la esclavitud entrando en la tentación, como quien se
vuelve a la esclavitud de Egipto.
4) La condición filial es una condición de libertad: “ya no eres esclavo, sin
hijo, y si hijo, también heredero” (Gal 4,7); “para ser libres nos libertó
Cristo” (Gal 5,13); hemos sido “llamados a la libertad” (Gal 5,13). ¡Pero Pablo
alerta a los Gálatas!: es posible recaer en la antigua esclavitud (Gal 5,1).
5) La Verdad completa que enseñará el Espíritu Santo (Jn 16,13), aquélla verdad
de la que da testimonio junto con nuestro espíritu, consiste en que somos hijos
de Dios, y por tanto libres y herederos de su vida divina (Rom 8,15-16). Es el
Espíritu de la “verdad que hace libres” (Jn 8,32), que hace hijos y no esclavos
(Jn 8,35-36).
6) El Malo, en cambio, esclaviza. Es Satanás, el Príncipe de este mundo. En la
Iglesia antigua se le llamaba “el Tirano”. Faraón lo representa bien. Ante su
capacidad de mentira, de hipocresía y de violencia, invocamos la asistencia de
nuestro Goel, de Nuestro Padre que está en los Cielos. Nuestra condición filial
nos llena de paz, gozo y esperanza. La preservación de que hemos sido objeto
tantos de nosotros, es una experiencia que nos persuade de la eficacia y del
poder de nuestro Padre.
“¡Padre! ¡Líbranos del Faraón, del Príncipe de este mundo! ¡No nos dejes recaer
en la condición servil! ¡Completa la liberación comenzada en nosotros al
hacernos hijos tuyos! ¡que no reincidamos en la trampa de la esclavitud!”
23. - LÍBRANOS ‘DEL MALO’
Jesús personaliza la existencia cristiana. Pertenecer al Padre pide decisión.
1) Para Jesús no hay alternativa, o se es hijo del Padre o del Demonio. “Si Dios
fuera vuestro Padre me amaríais a mí... pero vuestro Padre es el Diablo” (Jn
8,44). O se pertenece al Padre o a la “raza de víboras” (Mt 3,7), a esta
‘generación’ perversa, mala y adúltera (Mt 12,39; 16,4).
2) Toda la vida cristiana es una elección de pertenencia filial y sólo
secundariamente una elección de las implicaciones de esa pertenencia. Se elige
recibir la vida y la biografía de manos de Dios Padre o de ‘Otro’ u ‘otros’.
3) El lenguaje impersonal y en consecuencia des-interpersonalizador, que habla
de los “valores y antivalores”, no es apto para dar cuenta de la singularidad de
este drama Precisamente porque despersonaliza las opciones vitales, como si
fuesen elecciones solitarias y abstractas entre valores abstractos. Opera una
regresión al individualismo moral, y a la justificación por la ley natural, no
por insensible menos insensata (Gal 3,1).
4) Pablo pone en guardia a los Gálatas contra la ilusión de buscar la
justificación por la Ley. ¡No! Estamos entre el Padre y el Tentador. La opción
consiste en aceptar la vida que ofrece el Padre o rechazarla. Jesús nos sugiere
optar decididamente por la vida filial pidiéndole al Padre: “No nos dejes entrar
en la Tentación, sino líbranos del Malo”. ¡Upa Papá! ¡Queremos ser hijos tuyos
para siempre!
5) Según la Sagrada Escritura, la tentación y la prueba desfilializadoras, son
obra del ‘Tentador’. Así lo llaman Mateo y Pablo alertando a sus fieles (Mt 4,3;
1 Tes 3,5). Él es el principal agente de las tentaciones. Satán significa, en
hebreo, fiscal, acusador. Él acusa a Dios ante los hombres y a los hombres ante
Dios. Para separarlos enemistándolos. Acusa a Dios delante de Eva (Gn 3,1-4). A
Job delante de Dios (Job 1,9-11; 2,4-5). Él puso a prueba a Jesús, tratando de
desviarlo de su obediencia filial: “Si eres el Hijo de Dios” (Mt 4,3.6). Él es
el Acusador, que sigue acusando a los fieles día y noche (Apoc 12,10).
6) Antes, durante y después de la Pasión, zarandea rabiosamente a Pedro y a los
discípulos, como el trigo en la zaranda, los criba y pone a prueba (Lc 22,31).
Él aguarda junto al sembrado, como los pájaros, para robar la semilla de la
Palabra apenas sembrada en el corazón (Mt 13,18).
7) Ante este Tentador y Fiscal, Padre de la Mentira y Homicida desde el
principio (Jn 8,44) el Espíritu Santo, Espíritu de Verdad y Vida, se hace
nuestro Abogado defensor. Nos defiende día y noche. ¿Cómo?
a) En primer lugar nos hace fuertes para vencer al Mundo (1 Jn 5,4) y al Maligno
(1 Jn 2,13-14).
b) En segundo lugar, ya que no sabemos ni podemos orar como conviene, Él acude
en nuestra ayuda y gime en nosotros con gemidos infantiles:
“¡Abbá! ¡Papito!.
Mira cómo ataca y acecha el Malo nuestro vínculo filial contigo,
mira cómo apunta y tira contra nuestro corazón filial,
mira cómo intenta raptarte los hijos!
¡Danos la abundancia de tu Espíritu Santo,
que fortalezca el vínculo que nos une a Ti,
que refuerce nuestra conciencia, nuestra pertenencia filial.
Danos en abundancia el Espíritu filial,
Que, desde el día de nuestro bautismo nos inspira obras de hijos,
nos da conciencia y corazón filiales.
Y sobre todo, nos hace fuertes y nos da la victoria que vence al Mundo
Y nos hace fuertes para vencer al Maligno.
Amén, Amén, Amén.