Conclusión: Se buscan confesores


Después de veinte años de sacerdocio, escribí un libro: Se buscan pecadores. Hoy, después de treinta años de sacerdocio, conservaré el mismo título pero añadiré: Se buscan confesores. Apareció el primer libro al principio de las reformas propuestas por la iglesia para renovar los ritos del sacramento del perdón.

La historia ha sido muy rápida. Las reformas han terminado en el nuevo ritual. Más arriba me he referido a la suerte que tenemos y a la riqueza de este ritual. Ninguna época de la historia de la iglesia ha tenido proposiciones tan certeras y plenas. Pero los resultados nos obligan a preguntarnos: ¿No hemos utilizado sólo una parte de las reformas: las que nos daban facilidades?, ¿no quedan ocultas todavía ciertas riquezas del sacramento?

Ninguna razón, ningún motivo, ningún aleluya dispensará de mirar lo que es.

Lo que está en el origen de una cierta deserción del sacramento no son las reformas, sino nuestra laxitud eclesiástica. Una parte importante de responsabilidad pesa sobre nosotros, sacerdotes.

Es evidente que hay dificultad para confesarse.

Es evidente que hay dificultad para confesar.

Pero es evidente que nos burlaríamos del dolor más profundo de los hombres, desdeñando su más grande dignidad, si rehusamos estar disponibles, y si rehusamos creer en el valor de la penitencia con toda su riqueza personal.

Ahora bien, es un engaño decir que nosotros no hemos abandonado, en parte, la confesión. Nosotros, clérigos, apenas nos atrevemos a decirlo sino tímidamente.

Los pobres nos pedirán cuentas.

Yo confieso a Dios todopoderoso,
a la Virgen, a los santos
y a mis hermanos
que he faltado, en esto, a la tarea
sacerdotal.

Por eso pido perdón a Dios
y a vosotros, mis hermanos.

Y doy gracias a mi iglesia
por habernos restituido la plenitud
de los caminos de acceso a la conversión,
al perdón y a la reconciliación.

Hermano Bernard Bro,
Sacerdote