SEÑALES HACIA TI

San Agustín escribió en el capítulo cuarto del libro undécimo de sus Confesiones: «He aquí que existen el cielo y la tierra, y claman que han sido hechos, porque se mudan y cambian. Todo, en efecto, lo que no es hecho y, sin embargo, existe, no puede contener nada que no fuese ya antes, en lo cual consiste el mudarse y variar. Claman también que no se han hecho a sí mismos: 'Por eso somos, porque hemos sido hechos; no éramos antes de que existiéramos, para poder hacernos a nosotros mismos.' Y la voz de los que así decían era la voz de la evidencia. Tú eres, Señor, quien los hiciste; tú que eres hermoso, por lo que ellos son hermosos; tú que eres bueno, por lo que ellos son buenos; tú que eres Ser, por lo que ellos son. Pero ni son de tal modo hermosos, ni de tal modo buenos, ni de tal modo ser como lo eres tú, su Creador, en cuya comparación ni son hermosos, ni son buenos, ni tienen ser. Conocemos esto; gracias te sean dadas; mas nuestra ciencia, comparada con tu ciencia, es una ignorancia.»

Me parece, Señor, que acaso ningún otro ha logrado expresar en palabras tan clara y brevemente todo nuestro conocimiento sobre ti, todo cuanto nosotros sin revelación, puramente a través de nuestra inteligencia, podemos saber de ti, como lo hizo el santo en este par de frases. Ninguno ha logrado mostrarnos así el lazo que te une al mundo; nadie ha mostrado tan claramente el camino por el que el pensamiento humano puede llegar a ti. Ya sé que otros andan otros caminos hacia ti, p. e. el camino de la conciencia, una voz interior, e incluso dicen que es más corto. Pero más evidente no lo es ningún otro. Sólo necesito contemplar la creación, y si la contemplo de otra manera y más profundamente de como la ve un animal, entonces ya estoy junto a ti. Veo que esta creación varía, veo que todo está en movimiento, veo el eterno suceder de las cosas, las estaciones del año, la generación y la corrupción, la muerte y el nacimiento. Y como soy un hombre y no un animal debo preguntarme (y debo aunque no quiera): ¿De dónde viene todo esto? ¿Adónde va todo esto? En un eterno retorno de las cosas sólo puede creer alguien a quien le bastan las palabras y se satisface con palabras. Y aunque fuese así, no sería ninguna explicación ya que si un cambio de millones de cosas necesita una explicación, mucho más necesita esa explicación un cambio infinito. No vale para nada el refugiarse en números infinitos y palabras infinitas y en una conversación estúpida sobre la infinitud. ¿De dónde pues este mundo? ¿De sí mismo? El santo lo rechaza enérgicamente. Este mundo debería haber existido antes de que existiese; debería haberse hecho a sí mismo; debería haber sido su propio padre; debería haberse sacado a sí mismo tirándose por los pelos desde el abismo de la nada (¡el abismo verdaderamente infinito!) Sólo queda una última posibilidad: ¡Ha sido creado! Tiene su ser desde fuera, recibido de otro (y a saber, de alguien totalmente distinto que no está incluido en su desarrollo). Así me dice este mundo: ¡El me ha hecho! ¡Y yo sé, Señor, que este él, no puede ser ningún otro sino sólo tú! ¡Qué otro hubiese podido ser quien hubiese podido formar el mundo y proyectar los mundos en la nada, sino tú y tú solo! Me basta contemplar el mundo para ver con plena evidencia esta realidad. Pues en todas las esquinas y todos los rincones se me asegura: Yo he sido creado. Y el santo me dice incluso que la creación me grita este testimonio. Desde todas las flores y desde todos los arbustos, en el murmullo de las olas y el susurro del viento, en el canto de los pájaros y el fragor de la tormenta, en todas las cosas oigo esta melodía: «Ipse fecit nos...» «El nos ha hecho.»

Siendo la cosa así entre tú y tu creación, entonces conozco de ti algo más que sólo tu existencia. Te has traicionado en tu creación. Sé que causa y efecto deben tener entre sí alguna relación, que son análogas y semejantes. Del hijo deduzco algo del padre, del cuadro algo de su pintor, de la palabra pronunciada adivino algo sobre quien la pronunció, del escrito sobre . su escritor. Así el mundo es tu escrito, tu palabra, que te hablas tú a ti mismo (yo te escucho en él), es un cuadro que tú pintaste y (también puedo decirlo) el hijo a quien tú has engendrado. No puede haber nada en el efecto que no se halle contenido en la causa. Por lo menos nada de valor, nada positivo. Las faltas del efecto tienen otro origen; son negaciones o una no actuación de la causa, o también un mal funcionamiento del efecto. ¡No hay nada en el mundo que sea un mal funcionamiento del efecto. ¡No hay nada en el mundo que sea hermoso y grande que no se encontrase en ti, Señor! Siempre que yo en este mundo me asombro y me admiro y me encanto, me encuentro ante tu belleza y tu bondad y tu finura y tu pureza, propiamente me admiro de ti, estoy encantado y asombrado de ti, pues tú lo has hecho. Tú eres hermoso y más fino y más puro que tu obra. Así todo me cuenta de ti una maravillosa plenitud rica de voces y de tonos. El trueno y el bramido de la tormenta, el canto que un niño en la calle lanza ante sí, la melodía de un violín sobre el que en alguna parte se inclina una mano humana, todo, todo (¡oh, este bendito «todo»!) es un informe sobre ti y debe referir sobre ti incluso aunque se hayan mezclado notas falsas y suenen estridentes. Cada árbol en el camino es una señal hacia ti, y cada pequeño musgo que se agarra a la pared de nuestro jardín no informa menos, en su pequeñez, la tendencia hacia ti que un brillante glaciar que presenta su blancura en el azul infinito.

Hay dos cosas que no puedo comprender. El que los hombres pasen al lado de esas señales y no vean lo que esos indicadores quieren enseñarles; y tampoco a mí mismo me entiendo bien. Conozco esta naturaleza de señal de tu creación, sé que hasta la más pequeña creatura canta un himno de alabanza a su Creador. ¿Y cómo puede ser que escuche yo este himno tan frecuentemente sin decir Amén? Señor, quiero otra vez decir Amén, fuerte y profundamente, con toda mi alma, decir Amén a este himno de alabanza de toda la creación a ti: Amén, Amén.