YO TE BUSCO

He oído de algunas personas que son buscadores de Dios. La expresión me conmueve; es ya una gran alabanza dicha de un hombre. Incluso me parece de mayor valor que cuando se dice de un hombre que te tiene. También se me ha dicho que un hombre que te busca, ya te tiene incluso cuando aparentemente todavía está muy lejos de ti, aunque nunca se haya derramado una gota de agua bendita sobre su frente, incluso cuando dude de ti o hasta te niegue... Basta con que te busque de alguna manera. Algunos ateos niegan solamente algo que está por debajo de ti, una idea de ti falsa y empequeñecida. Alguno que calumnia a Dios con los labios, en realidad lo ama (Eckehart), pues él solamente calumnia lo que es una indigna representación de ti, una caricatura de tu grandeza y de tu inefabilidad. Incluso se me ha hablado de ateos religiosos. También he oído de algunos que dudan de ti y que no pueden liberarse de su duda, que día tras día con esa duda se levantan y se acuestan por la noche, para quienes por lo tanto tú no les eres indiferente (¡a cuántos de tus creyentes les eres indiferente!), que se atormentan y preocupan por ti, y que sin embargo nunca pueden alcanzar la paz en ti, que están rodeándote durante toda su vida a través de todas las tinieblas y que nunca encuentran una salida de la oscuridad a tu luz. Esos te buscan de verdad. También te buscan todos de alguna manera, aun cuando hayan caído en el error. No pueden hacer otra cosa ya que todo el mundo está lleno de indicadores hacia ti. Tu apóstol dice (Hech 17, 27) : «para que busquen a Dios y siquiera a tientas lo hallen, que no está lejos de nosotros porque en él vivimos, nos movemos y existimos.» También nostros podríamos decir: "Todos andan en busca de ti» (Mc 1, 37). Pero quizás te busquen también a ti todos aquellos que corren detrás de algún placer, alguna posesión, alguna alegría o alguna dicha; propiamente no aspiran a un bien particular, a tus sombras e indicios, sino que, en su más profunda intimidad, aspiran —quizás inconscientemente— a ti, el bien primario, tú sol y modelo de toda luz creada y de todo bien de las creaturas. Si ellos supieran que tú eres eso a lo que aspira su hambre de felicidad, irían ellos en la búsqueda hacia la felicidad por el único camino que guía hacia ella. Y ese camino es Cristo. Tú Señor, prometes tu consuelo a estos buscadores: laetetur cor quaerentium Dominum» (Sal 104, 3). Tú te dejas alcanzar por ellos (Sab 6, 13).

Pero entonces, ¿debo yo buscarte todavía? ¿Debo pertenecer yo a la raza de los que te anhelan y buscan tu presencia? (Sal 22, 6). ¿Vale también para mí el que tú me proporciones alegría cuando yo te busco? Yo ya te poseo, tú estás en mí; o quizás mejor: Tú me posees y yo estoy en ti. Quizás sea totalmente falso el pensar que te poseo, el pensar que tú eres mi cuenta bancaria y una joya que se adquiere de una vez para poseerla ya para siempre, incambiable e inmutable; que eres un tesoro que puedo enterrar en mi campo; ¿eres tú, al contrario, el talento al cual siempre debo hacer fructificar de nuevo para poder conservarlo y con el que debo especular? Quizás sea una equivocación de los hombres piadosos el considerarse como rentistas del buen Dios a quien nada les falta y que están seguros en esta «posesión de Dios». A nadie le es lícito llevar una vida tranquila en tu posesión. Se te debe siempre adquirir de nuevo para poseerte. Siempre debes ser tú nuestra intranquilidad, tú solo eres «la tranquilidad sin inactividad y la actividad sin intranquilidad» (Kleutgen). Pero nuestra vida debe estar siempre movida por ti como por una tempestad; nuestro corazón debe estar siempre intranquilo hacia ti hasta que llegue definitivamente en tu paz a la paz eterna (S. Agustín, Confesiones 1, 1). Tú eres como un pájaro al que tengo en la mano y que sin embargo siempre se me vuelve a escapar; creo tenerlo todavía conmigo y ya me llama desde las lejanías o las alturas y debo otra vez cazarlo de nuevo. Mi fe en ti no debe volverse burguesa o trivial; me debe preocupar y excitar como una pasión poderosa.

Sí, yo mismo percibo, oh Señor, este tira y afloja, este subir y bajar de mi vida interna. Me siento como un funámbulo que continuamente debe esforzarse en mantener su equilibrio sobre él abismo, y a ratos siente mi corazón como si te hubieses ido de mí, y yo debiese de nuevo presentarme, rondar por algún punto lejano en el cual tú te has escondido de mí. Pero también sé que tú no estás lejos de mí, que tu escondite «está cerca de cada hombre» (Hech 1, 27). No solamente tu tabernáculo y tu iglesia (iqué maravilloso escondite de tu grandeza!), sino también todas las cosas del mundo, todos los hombres con los que me encuentro te sirven de escondite. Tú en ellos me esperas, yo debo verte y encontrarte en ellos. En todo momento. —Los hombres me sonríen y son buenos conmigo— pero propiamente eres tú el que me sonríe desde la bondad de los hombres; tus soles y tus estrellas brillan sobre mis caminos, pero propiamente eres tú aquel cuya luz se esconde bajo su brillo; tus flores perfuman mi camino y me cautivan, tus montes y tus mares, todos me hacen señas y quisieran denunciarme que tú te escondes detrás de ellos. Señor, tú juegas al escondite conmigo, pero a la manera como lo hace una madre con su hijo, se oculta de él pero no del todo, y sólo tiene un anhelo, que su hijo pueda encontrarla; tú en realidad eres demasiado grande para que ningún escondite terreno pueda ocultarte totalmente de nosotros, tú superas por mucho a todos tus escondites.

Y yo, yo quiero siempre de nuevo correr tras de ti, quiero buscarte detrás de todas tus creaturas, y no quiero perderme en el eco de tu hermosura y no quiero descansar hasta que te posea a ti, fuente de todo resplandor. No quiero dejarme engañar por las formas que te ocultan de mí y que a su vez deberían denunciarte a mí. Quiero lanzarme a la búsqueda y encontrarte en todas las cosas, no quiero quedarme satisfecho hasta que de alguna manera te haya encontrado... en todas partes quiero encontrarte, en todos los escondites quiero descubrirte hasta que al fin te posea completamente ¡como tú ahora ya me posees a mí!

Enséñame sólo una cosa, Señor: que a ti se te encuentra más fácilmente en el Monte de los Olivos y en el Viacrucis que en los floridos camposnazaretanos o en las soleadas orillas del mar. No me permitas aterrorizarme y desfallecer en las horas amargas. Y no me dejes nunca olvidarme de que un día te encontraré, un día te dejarás alcanzar por mí, y ya no podré perderte. No tengo la menor idea cómo será... cuando me presente frente a ti... Cara a cara... cuando tú me encierres en tus brazos... cuando todo el buscarte haya conseguido un fin... ¡cuando yo te posea!