EL MISTERIO LITÚRGICO, INTERVENCIÓN ACTUAL DE DIOS EN LA 
HISTORIA

DANIELOU


La Constitución de Liturgia, junto con las directrices prácticas 
propone los principios en que dichas directrices se fundan. Estos 
principios son de una importancia excepcional, ya que la reforma 
litúrgica debe hacerse para no caer en lo arbitrario, en conformidad 
con dichos principios. Estos principios se reducen a dos que, a 
primera vista, podrían parecer difíciles de compaginar. El primero 
es el principio de la tradición: hay que revalorizar los datos litúrgicos 
primitivos. El segundo, el de la adaptación: hay que hacer el culto 
cristiano accesible al hombre del siglo xx. Mi intención es hacer ver 
que la concepción de las acciones litúrgicas como acontecimientos 
de la historia de la salvación responde a esta doble exigencia.
La explicación de los sacramentos, la catequesis mistagógica, de 
la que tenemos documentos excepcionales en el siglo IV, se apoya 
íntegramente en la analogía de los sacramentos con los mirabilia 
Dei del Antiguo Testamento. Así sucede ya en el De Baptismo de 
Tertuliano. Como ejemplo tomaré sólo la 3ª catequesis bautismal de 
san Juan ·CRISOSTOMO-JUAN-SAN. En ella, el bautismo y la 
eucaristía se explican a base del tema adamítico: «De la misma 
manera que Dios tomó la costilla de Adán y formó a la mujer, así 
Cristo nos dio la sangre y el agua de su costado para formar la 
Iglesia. Esta sangre y esta agua son símbolos del bautismo y de la 
eucaristía» (3, 17-18). La renuncia a Satanás y la adhesión a Cristo 
son la réplica al pacto firmado por Adán y abolido por Cristo.
EU/Ex:Ex/EU:Lo mismo sucede con el Éxodo «¿Quieres conocer 
la virtud de la sangre (eucarística)? Veamos lo que fue su figura en 
los tiempos antiguos. Yavé quería suprimir a los primogénitos de los 
egipcios. ¿Qué hacer para salvar a los judíos? Inmolad un cordero 
sin mancha, dice Moisés, y ungid vuestras puertas con su sangre. 
Aquel día el ángel exterminador vio la sangre y no osó entrar. Con 
cuánta mayor razón se guardará hoy el diablo de entrar en los 
fieles, convertidos en santuario de Cristo, al ver sus labios 
marcados con la sangre de Jesús» (3,15). Y más adelante «Los 
judíos vieron milagros. Tú los has visto mayores. Tú no has visto al 
faraón anegado con su ejército. Los judíos pasaron el mar, tú has 
pasado la muerte» (3, 24). 
En la decoración de las iglesias, de los bautisterios, de los 
sarcófagos, las acciones litúrgicas se representan con símbolos de 
los episodios del Antiguo y del Nuevo Testamento. Precisamente los 
mismos que mencionan las catequesis y los prefacios. Los estudios 
de M. Martimort, confirmados recientemente por De Bruyne, son 
decisivos a este respecto. Se representa principalmente a Dios 
tocando la mano de Adán, que significa la comunicación del espíritu 
al hombre nuevo por el bautismo, a Noé en el arca, a la roca de 
agua viva del desierto, al pescador qué evoca la pesca milagrosa 
de Ez 47 y de Jn 21.
Tenemos que reflexionar sobre estos hechos para descubrir su 
sentido. En primer lugar nos sorprende el carácter aparentemente 
arbitrario de estas relaciones. Nos hace pensar que el bautismo se 
relaciona con el diluvio o con el paso del mar Rojo, simplemente 
porque el bautismo se administra con agua o porque el agua juega 
un papel importante en esos episodios. Tenemos que confesar que 
esta advertencia no carece de valor, pero sería un error quedarnos 
ahí, ya que los padres de la Iglesia no quieren poner de relieve la 
analogía de los signos, sino la de las realidades. Oigamos a 
·Ambrosio-san: «Que en el mar Rojo hay una figura de este 
bautismo, nos lo dice el apóstol con estas palabras "nuestros 
padres fueron bautizados en la nube y en el mar". Y añade: "todo 
esto les ocurría en figura. Entonces Moisés tendía su vara, cuando 
el pueblo judío estaba cercado por todas partes. El egipcio con su 
ejército lo asediaba por un lado, y por el otro, el mar les cerraba el 
paso"» (Sacr. 1, 29).
SO BAU/CREACION:BAU/JUICIO:San Ambrosio insiste aquí en 
que lo esencial es una situación concreta. El paso del mar Rojo 
significa y expresa una situación desesperada y sin salida humana. 
El pueblo es salvado sólo gracias a la intervención de Dios. Pues 
bien, esta misma situación es la del catecúmeno ante la piscina 
bautismal, una situación desesperada por antonomasia, ya que es 
el estado de muerte espiritual y de mortalidad corporal. Sólo el 
poder de Dios puede librarlo de este estado, estado que es 
ciertamente una situación de salvación. Lo mismo ocurre con todas 
las figuras de los sacramentos. El agua bautismal se compara con 
las aguas primitivas, sobre las que incubaba el espíritu de Dios: el 
bautismo se nos presenta, según esto, como una nueva creación. 
Se le compara con las aguas del diluvio: el mundo estaba en 
pecado; el juicio de Dios castiga al mundo pecador; lo esencial es 
que el bautismo aparece como un juicio de Dios, que destruye al 
hombre pecador «Por el bautismo habéis sido sepultados con 
Cristo».
Lo mismo puede decirse de los demás sacramentos. Tomemos la 
eucaristía. Decimos en las palabras de la consagración «Esta es mi 
sangre, la sangre de la nueva alianza, que será derramada por 
vosotros en remisión de los pecados». Este texto está cargado de 
resonancias bíblicas. Pero también aquí habrá que descubrir, por 
encima de la analogía de los ritos, la de las realidades: Moisés 
había derramado la sangre sobre el pueblo y el altar; la división de 
la sangre significaba la alianza, es decir, la participación y comunión 
de vida definitivamente operada «Ellos serán mi pueblo y yo seré su 
Dios». La eucaristía es alianza. Yavé había derramado el cáliz de la 
cólera sobre sus enemigos; la sangre de Cristo es derramada 
también pero para bendición, no para maldición, al menos para 
aquellos que no beben su propia condenación.
Yavé habitaba en el templo de Jerusalén. Esta presencia de Dios 
en medio de su pueblo es una de las características de la historia 
santa. En la eucaristía el Verbo de Dios habita en el nuevo templo 
que es la Iglesia, hecha de piedras vivas. En este nuevo templo, el 
sacerdocio nuevo, el sacerdocio real, de que nos habla la primera 
carta de san Pedro, ofrece los sacrificios espirituales, es decir, los 
sacrificios del hombre renovado por el Espíritu Santo, los únicos 
que el Padre acepta con agrado. La sangre del cordero pascual, 
puesta sobre las puertas de las casas de los egipcios apartó al 
ángel exterminador. El juicio pasa (pesha), evita a los que están 
marcados con la sangre del Cordero que, a pesar de ser inocente, 
ha cargado sobre sí el peso de la cólera, para que este peso no 
caiga sobre los pecadores. 
Hemos señalado las analogías entre el Antiguo Testamento y los 
sacramentos. Hemos prescindido del Nuevo Testamento. Pero es 
evidente que se sitúa en la misma perspectiva. El Nuevo 
Testamento nos revela el contenido teológico de las acciones de 
Cristo por analogía con el Antiguo: Cristo es la nueva creatura que 
engendra el Espíritu en las entrañas de María; su humanidad es el 
templo en el que el Hijo de Dios ha establecido su morada; es la 
alianza no sólo nueva, sino eterna, ya que con Él se da a la 
humanidad definitiva e íntegramente la vida divina. Los 
sacramentos, por su parte, se referirán a estos misterios de la vida 
de Cristo: el bautismo es una imitación de su muerte y resurrección, 
cuyos efectos reales produce; es una participación en la alianza 
concluida en Él; una participación en el juicio cumplido en Él y en la 
presencia de Dios que en Él se realiza.
SO/DEFINICION:Llegamos, pues, a la conclusión de que la 
relación establecida por las catequesis patrísticas entre los 
sacramentos y las acciones de Dios descritas en el Antiguo y en el 
Nuevo Testamento significa que los sacramentos corresponden a 
situaciones idénticas si bien en los distintos niveles de la historia de 
la salvación. Estas situaciones son acciones divinas. Comprenden 
un campo del ser que no es el de las perfecciones o el de las 
relaciones eternas. Es el de las intervenciones de Dios en la 
historia. Estas intervenciones de Dios en la historia son el objeto de 
ta fe. Descubrir este núcleo en los sacramentos es ponernos en 
contacto con su esencia más íntima. Llegamos pues, a la definición 
de los sacramentos, sustancialmente tomada de ·Cullmann-O, 
como «la continuación en el tiempo de la Iglesia de las grandes 
acciones de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento». 
De aquí se deducen consecuencias importantes. Hemos 
descubierto en los sacramentos su núcleo fundamental. Por otra 
parte, la relación de los sacramentos con las acciones de Dios en 
ambos testamentos, refiere los sacramentos a la historia santa. Nos 
indica que la historia santa no se prolonga en los libros, sino en la 
realidad. Dicha relación funda la fe en los sacramentos en la fe en 
las acciones de Dios en su pueblo y en Cristo. Es esto lo que hace 
el ángel Gabriel cuando, para provocar la fe de María le propone el 
ejemplo de lo que ha hecho Dios en Israel. Pues el acto de fe no es 
fe en lo arbitrario ni en lo absurdo, sino, al contrario, en la 
continuidad de un plan que sitúa a su objeto y le da inteligibilidad.
FE/MAGNALIA-DEI: Finalmente esa analogía explica el contenido 
de los sacramentos ya que nos indica que ese contenido no es 
distinto del de las demás acciones de Dios. Los modos de actuación 
de Dios son siempre los mismos. En todos los niveles de la historia 
de la salvación, Dios crea, salva, se hace presente, juzga, hace 
alianza. Y la fe consiste en creer eso, ya se trate del Antiguo 
Testamento, ya de Cristo o de los sacramentos. De aquí que esta 
analogía supone una simplificación extraordinaria en la enseñanza 
religiosa. Suprime de ella todo lo adyacente. Exégesis, 
espiritualidad, teología, moral, tratan de lo mismo. Con esto es 
posible una cierta unificación del saber cristiano. Más vale emplear 
mucho tiempo en dar a entender cuáles son los modos de 
actuación de Dios, en suscitar la fe en estas acciones divinas, que 
en perderlo con una multitud de cuestiones secundarias.
* * * 
Hemos visto hasta ahora cómo las acciones de Dios en los 
sacramentos son las mismas que las que realizó en el pueblo 
elegido y en Cristo. Pero si estas acciones son las mismas, son 
también distintas en cuanto que se realizan en otro momento de la 
historia de la salvación. Esto nos permitirá explicar el título completo 
de este capítulo: no se trata solamente de una intervención 
cualquiera de Dios, sino de intervenciones actuales. La tipología es 
la analogía de los modos de actuación de Dios en los diversos 
estadios de la historia de la salvación. Al decir analogía queremos 
decir semejanza y diferencia a la vez. Tenemos que exponer ahora 
esta forma particular de creación, de presencia, de salvación, de 
alianza, de juicio, que son los sacramentos. Pues es evidente que el 
Antiguo Testamento, Cristo y los sacramentos presentan 
contenidos diferentes.
Para esto tenemos que describir los grandes rasgos de la 
teología de la historia santa. Los sacramentos se integrarán en ella. 
El Antiguo Testamento es un testimonio de las acciones divinas ya 
pasadas: creación, alianza, templo. Es un primer aspecto y 
fundamental. Pero el Antiguo Testamento es al mismo tiempo 
profecía. Comprende, dirá Justino, «typoi» y «logoi». Los «logoi» 
anuncian que Yavé cumplirá en el futuro obras análogas y mayores 
que las del pasado. Así lo afirma Isaías «No recordéis las maravillas 
pasadas, mirad que yo haré una maravilla nueva. Pondré un 
camino en el mar» (/Is/43/18-19). Esta afirmación es capital. 
Supone una inversión de la perspectiva pagana, según la cual la 
historia no es más que una vuelta nostálgica al origen. A esta 
nostalgia opone el Antiguo Testamento la esperanza. Sólo es 
memorial para convertirse en profecía. El recuerdo del pasado 
fundamenta la esperanza en el porvenir. La fe en el antiguo éxodo 
funda la esperanza de un nuevo éxodo. Es la dimensión 
escatológica.
J/FIN-TIEMPOS:Pero aquí interviene un tercer dato. El 
acontecimiento escatológico ya está cumplido en Cristo. En los 
misterios de la encarnación y de la resurrección se ha cumplido el 
fin de las cosas, el plan de Dios se ha realizado. Él es la nueva 
creación, la nueva y eterna alianza, la presencia definitiva de Dios 
entre los hombres, la salvación definitivamente operada. La 
paradoja cristiana es que el acontecimiento definitivo se ha 
cumplido ya. Nunca se progresará hasta el punto de que Cristo 
quede superado. En Él hemos llegado al punto final, más allá del 
cual ya no hay nada: la glorificación perfecta del Padre, la perfecta 
divinización del hombre. Estamos otra vez en el núcleo de la fe 
cristiana. La fe en que la escatología está ya presente en 
Jesucristo, el mundo sustancialmente salvado, Dios sustancialmente 
glorificado.
?Cuál es entonces el carácter de este tiempo, el tiempo de la 
Iglesia? Primeramente que es posterior al acontecimiento esencial 
de la historia sagrada. Ésta ha alcanzado ya sustancialmente su fin 
en la encarnación y resurrección. La humanidad está ya salvada y 
la glorificación de Dios conseguida. Ya no puede haber otro 
acontecimiento. Pero lo que se ha cumplido ya en la humanidad de 
Cristo debe comunicarse aún a toda la humanidad. Cristo 
glorificado y sentado a la diestra del Padre edifica su cuerpo que es 
la Iglesia. Este misterio de Cristo llena el tiempo que va de la 
ascensión a la parusía. Cristo lo ocupa por entero. No tiene ni 
puede tener otro contenido distinto. Pero este contenido se va 
desarrollando. La estructura sacramental pertenece a ese carácter 
del momento actual de la historia santa.
Pero por otra parte lo que se ha cumplido ya en Cristo, no 
repercute todavía en nuestro cuerpo. La segunda característica de 
la estructura sacramental de la historia de la salvación es su 
carácter oculto «Estáis muertos y vuestra vida está escondida con 
Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces 
también os manifestaréis gloriosos con Él» (/Col/03/04). La acción 
sacramental corresponde, pues, a una época de la historia de la 
salvación en la que las realidades escatológicas están ya 
cumplidas, pero no se han manifestado aún. «Ahora somos hijos de 
Dios aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser» 
(/1Jn/03/02). 0 también «La creación entera gime hasta ahora... 
suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo» 
(/Rm/08/22). La filiación divina es ya una realidad, pero su 
repercusión cósmica está aún en suspenso. Salvo en la humanidad 
de la Madre de Dios.
Tal es el momento de la historia de la salvación en que nosotros 
vivimos. Corresponde a un misterio de Cristo. El último de los 
misterios pasados es la ascensión. El misterio futuro es la parusía. 
El único misterio actual es el estar sentado a la diestra del Padre. 
Es el misterio del Cristo exaltado en la gloria del Padre, que 
construye su propio cuerpo hasta que, habiendo establecido el 
reino de Dios sobre toda creatura, entregue todas las cosas a su 
Padre, ofreciéndole la creación perfeccionada, como un sacrificio 
de eterna alabanza, ante el estupor de los ángeles. Los 
sacramentos corresponden a esta consagración progresiva del 
hombre y del universo. Se sitúan en el mundo escondido de los 
corazones. Sólo cuando el reino de Dios se haya establecido en los 
corazones, se manifestará en los cuerpos «futurae gloriae nobis 
pignus».
Pero aunque los sacramentos corresponden a un estadio propio 
de la historia de la salvación, no suprimen los demás estadios, sino 
que recapitulan toda la historia ya pasada. En la celebración 
litúrgica se continúa aquello que se inauguró ya en los albores de la 
historia de la salvación. La celebración litúrgica asume la historia 
humana ya desde sus orígenes y la orienta hacia su último fin. Es 
«arqueología» y escatología. Los historiadores suelen empezar la 
historia del pueblo de Dios con Abrahán. Pero esto tiene resabios 
de academismo. La liturgia abarca dimensiones más amplias. 
Penetra, con su mirada profética, en los abismos de la historia 
cósmica, donde la ciencia no penetra. Y los asume con seguridad 
majestuosa.
J/ADAN:Asume al hombre, a la raza humana, en su origen 
adamítico. Incorpora al primer Adán, modelado del polvo de la tierra 
y vivificado por el soplo de Dios. Muestra la recapitulación del 
primer Adán en el segundo, nacido no ya de la tierra virgen, sino de 
la Virgen María. La liturgia nos hace descubrir en esta acción 
creadora, una acción divina en el centro de la historia, análoga a la 
que tuvo lugar en los orígenes de la misma. Y nos presenta esta 
nueva creación como realizada en cada uno de los hijos de Adán 
en virtud del bautismo «Quien no naciere del agua y del espíritu no 
puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3, 5). El tema del cristiano 
como nuevo Adán llena toda la catequesis litúrgica, desde Ireneo 
hasta Teodoro de Mopsuestia, y constituye la dimensión más 
radical de la misma, dimensión que la convierte en una respuesta al 
problema de toda la humanidad.
CR/ADAN:BAU/PARAISO:Este empalme en Adán se desarrolla en 
distintos planos. Adán, creado a imagen de Dios, es colocado en el 
paraíso, del que le arrojará su pecado. El bautismo es un retorno al 
paraíso. El paraíso describe, de modo concreto, un aspecto de los 
mirabilia Dei, el de la presencia. El paraíso es el lugar en que Dios 
está presente y en el que brilla esplendorosamente su gloria. En él, 
los ríos de aguas vivas hacen brotar los árboles de la vida. Este 
paraíso vuelve a abrirse cuando el nuevo Adán vuelve al paraíso la 
tarde del viernes santo, llevando consigo al buen ladrón, símbolo 
de toda la humanidad pecadora. El Apocalipsis nos describe el río 
de aguas vivas que brota del trono de Dios y del cordero y que 
hace crecer los árboles de la vida. En otro lugar he expuesto cómo 
cada uno de los descendientes de Adán vuelve a entrar, por el 
bautismo, en el paraíso. El medio sacramental, bautismo, 
confirmación, eucaristía, son esos efluvios vivificadores de mirra, 
las aguas vivas que hacen crecer los árboles de la vida o hacen 
brotar la vida en el mar estéril, el pan de vida que comunica la vida 
incorruptible; el medio sacramental es, en una palabra, el paraíso 
recuperado.
Cuando el catecúmeno pide el bautismo, dice Teodoro de 
·Mopsuestia, se presenta como pecador citado ante el juez de 
vivos y muertos. Está aún bajo el yugo de Satanás, a quien Adán 
ligó su descendencia al venderse a él, para obtener a cambio el 
poder de ser igual a Dios. El catecúmeno viene a denunciar este 
contrato. Puede hacerlo porque el quirógrafo, el documento jurídico 
firmado por Adán, ha sido ya denunciado y roto por Cristo en la 
cruz. El catecúmeno denuncia el contrato de la humanidad con 
Satanás y restablece la antigua alianza, renovada por Cristo en la 
cruz. Como pertenece ya a la nueva creación, como vive ya en el 
nuevo paraíso, entra en la nueva alianza.
* * * 
SO/SIGNO: Quiero indicar, para terminar, cómo esta 
interpretación de la celebración litúrgica como acontecimiento de la 
historia de la salvación, permite resolver algunas de las dificultades 
de la pastoral de los sacramentos. La primera dificultad que 
encontramos continuamente es la de que los símbolos 
sacramentales ya no son inteligibles para los hombres de hoy, 
porque el hombre de hoy ha perdido el sentido de la dimensión 
simbólica de las realidades cósmicas y naturales. El agua y el 
fuego, el pan y el vino, el aceite y la sal tenían para el hombre 
antiguo una significación sagrada, que han perdido ya para el 
hombre actual. El hombre moderno ya no capta el sentido sagrado 
del mundo. No interesa si esto es una enfermedad pasajera o es 
una conquista irreversible. El hecho es cierto.
Sin embargo, el simbolismo de las acciones litúrgicas no se funda 
en analogías tomadas del cosmos. No se trata del simbolismo 
natural del agua o del vino, del aceite o de la sal. O por lo menos 
este simbolismo no es lo principal, sino que fundamentalmente se 
trata de la analogía existente entre situaciones históricas, es decir, 
entre realidades humanas.
El hombre de hoy es extraordinariamente sensible a las 
realidades humanas. Situaciones como la de la cautividad y la 
liberación, la soledad y la comunicación, condenación y absolución, 
presencia y ausencia, confianza y desconfianza le son familiares, 
más aún, se emplean con frecuencia simbólicamente, con un 
simbolismo a veces ambivalente, sobre todo en el cine. Pienso en 
un film de Buñuel que vi el año pasado en el que unos hombres 
están encerrados en una casa de la que no pueden salir. Al 
amanecer son liberados. ¿Es la liberación obrera? ¿Es la 
salvación? 
Aquí está el nudo del problema. Si las realidades de los 
sacramentos se refieren a realidades humanas, los signos 
sacramentales se referirán también a dichas realidades humanas; 
no serán, por tanto, meros símbolos cósmicos. Esto es capital, pues 
una de las grandes dificultades de nuestro tiempo es que el cosmos 
ya no es portador de misterio, y tanto menos lo será cuanto más 
explorado sea. Si los signos sacramentales se refiriesen 
esencialmente al cosmos sería difícil convertirlos en signo del 
misterio. Pero los signos sacramentales, como hemos dicho, se 
refieren a situaciones humanas. Los símbolos que utilizan son los 
de la comida como comunión, el agua como juicio, el amor como 
alianza, la muerte y el nacimiento, como liberación y creación. Esto 
sin embargo no es solucionar el problema, sino sólo retrasar su 
solución, pues para que los gestos humanos puedan ser referidos 
al misterio es necesario que tengan en sí mismos algo de sagrado.
Pero, ¿no han perdido también los gestos humanos su sentido 
sagrado? ¿No es difícil convertir la comida en signo de la comunión 
con Dios, el amor humano en signo de la alianza, la muerte humana 
en signo de la perdición espiritual? Las imágenes que estos gestos 
evocan, ¿no son puramente profanas hasta el punto de que 
sorprenda su aplicación a los misterios cristianos? El problema 
queda planteado. A mí me parece que el hombre moderno empieza 
a redescubrir lo sagrado en las situaciones humanas. Cuando la 
técnica afronta el dolor o la muerte, ya se trate del control de la 
natalidad o de la eutanasia, se encuentra con el misterio. Lo 
sagrado renace en el mundo precisamente al nivel del hombre. La 
imagen de Dios ya no se descubre en el universo, sino en el 
hombre. Por esto el simbolismo sacramental, que parte de 
situaciones humanas, vuelve a adquirir su valor.
RV/RELI-NATURAL:RL-NATU/RV:Pero es necesario, además, 
que comprendamos el carácter sagrado de las realizaciones 
humanas en sí mismas, en su mismo orden humano, aquello que 
pudiéramos llamar el eterno paganismo que el cristianismo supone 
siempre. Quiero decir con esto que es infinitamente precioso, por 
ejemplo, el que un chico o una chica, aunque sean cristianos 
mediocres, no acepten celebrar su matrimonio sin la bendición de la 
Iglesia. ¿No hay en esta actitud una sensibilidad, elemental si se 
quiere, para lo sagrado, cuya importancia desconocen hoy muchos, 
si no es que se empeñan en destruirla? Los protestantes opinan 
que la revelación supone la muerte de la religión natural. Yo pienso 
lo contrario. Pienso que lo sagrado es algo sustancialmente 
humano y que debemos salvaguardarlo allí donde exista aún, 
aunque sea mezclado con supersticiones, y que debemos 
provocarlo allí donde todavía no existe, en las esferas de la 
sociedad que hayan perdido ese sentido de lo sagrado.
La dificultad está en el paso de los signos a las realidades, del 
rito pagano al evangelio cristiano. Los sacramentos expresan 
siempre la relación del hombre vivo con el Dios vivo. En este 
sentido ofrecen dificultad en cuanto que ponen al hombre en una 
condición de relación con Dios. Pero esta dificultad no es otra que 
la dificultad eterna de la fe. Sin embargo, la pedagogía cristiana, 
¿no consiste precisamente en familiarizar progresivamente al 
hombre con estas situaciones que se encuentran en todas las 
etapas de la historia de la salvación? El problema del bautismo, el 
de la resurrección de Cristo, el de la historia de Israel, el de la 
muerte, no son problemas distintos, son un único problema, el de la 
dimensión que la fe introduce en la existencia, principalmente en la 
existencia del hombre, no en la del cosmos.
Otra dificultad que podría formularse es la de que puede parecer 
peligroso fundar la fe en los sacramentos sobre acontecimientos del 
Antiguo Testamento, cuya historicidad es a veces problemática. 
Tocamos aquí la cuestión de la hermenéutica. Es cierto que desde 
el punto de vista de la investigación histórica, los sucesos de que 
nos habla el Antiguo Testamento se sitúan en niveles totalmente 
distintos. Para los mismos autores sagrados la liberación de Noé, la 
de Moisés y la de Jonás, pertenecen todas ellas a la historia santa, 
aunque en sentidos distintos.
La primera se refiere a la interpretación teológica de la historia de 
Israel; la tercera, a la interpretación teológica de la escatología. La 
primera y la tercera, por consiguiente, no se deducen de la 
investigación histórica. Pero proceden, con toda certeza, de la 
historia santa. Y esto es lo que aquí nos interesa.
En efecto, como la tipología permite descubrir las leyes de la 
gracia, es evidente que estas leyes tienen un carácter universal, es 
decir, que abarcan la totalidad del devenir histórico. La historia 
santa, en efecto, no empieza con Abrahán para terminar con Pablo 
Vl. Comienza, nos dice san Agustín, con la creación del mundo. Es 
una interpretación integral del devenir cósmico y del devenir 
humano. Penetra con su mirada profética más allá de lo que puede 
captar una investigación histórica científica en el pasado o en el 
futuro. Se apoya, por consiguiente, no en datos siempre verificables 
por una historia empírica, ni sobre representaciones que se refieren 
a culturas ya perdidas, sino sobre una revelación que capta en su 
núcleo fundamental la realización última del plan de Dios que se 
desarrolla a través de la historia.
Esto significa que es imposible separar Biblia y liturgia, construir 
una teología de los sacramentos sin teología bíblica, una 
catequesis de los sacramentos sin catequesis bíblica. Se puede 
hablar de los sacramentos o de Cristo o del Antiguo Testamento, 
esto no tiene importancia alguna, ya que siempre se trata de lo 
mismo. Pero es claro que es imposible referir los sacramentos a la 
Biblia, o la Biblia a los sacramentos, si antes no se conoce la Biblia. 
Por esto una iniciación a las categorías bíblicas fundamentales, 
despojadas de todo arqueologismo, que haga captar el contenido 
divino de los acontecimientos de la historia santa y suscite la fe en 
ese contenido, es condición indispensable de cualquier teología de 
la liturgia. Adaptación, cuanta se quiera, pero a condición, ante 
todo, de que se conozcan auténticamente y se conserven las cosas 
que se adaptan.

J. DANIELOU
HISTORIA DE LA SALVACION Y LITURGIA
SIGUEME. Salamanca 1965
.Págs 71-86