LA FIESTA DE LA GAVILLA DE TRIGO O FIESTA DE PENTECOSTÉS
FIESTA/PENTECOSTES: Al parecer, la fiesta de Pentecostés se
venía celebrando desde los orígenes del pueblo judío, pero
permaneció largo tiempo en segundo plano. Gracias, en parte, a
una singular aritmética de las cifras, esta fiesta participó del valor
progresivamente ganado por la festividad de la Pascua. Lo cual no
fue óbice para que, por encima de tales procedimientos, la fiesta de
Pentecostés alcanzara un contenido peculiar, digno de pasar a la
liturgia cristiana.
Pero estudiar la evolución de la fiesta de Pentecostés en el
mundo judío es tarea particularmente laboriosa, debido a que esta
solemnidad no conoció una importancia comparable a la de Pascua
o los Tabernáculos. En el ámbito bíblico los documentos son muy
escasos; por tanto, sólo el Judaísmo reciente (en muchos puntos,
todavía discutible) puede ofrecernos algunas indicaciones
interesantes.
1
LA FIESTA AGRÍCOLA
Los textos bíblicos más antiguos han conservado el viejo nombre
natural de la fiesta: fiesta de la siega.
Observarás también la fiesta de la siega, de las primicias de
cuanto han producido, los campos por ti sembrados... Ex., 23, 16.
Celebrarás la fiesta de las semanas, la fiesta de las primicias de
la siega de los trigos... Ex., 34, 22.
El primero de estos textos pertenece al antiguo Código de la
Alianza, que puede remontarse a Moisés. El segundo es más
reciente, puesto que pertenece a la fuente yahvista y parece
retocado y corregido por una mano posterior; de ahí que la fiesta
lleve dos nombres: fiesta de las semanas y fiesta de la siega.
Dejemos, de momento, a un lado la primera denominación para
fijarnos en el aspecto agrícola, que nos es bien conocido. En el
mes de mayo, el "tercer mes" del año en el cómputo judío reciente,
las cosechas de cereales han alcanzado su madurez en Palestina,
y la fiesta debe santificar y coronar la siega, de la misma manera
que la fiesta de los Tabernáculos santificaba y coronaba la cosecha
de las vides y de los frutales en el mes de septiembre.
Es difícil comprender la importancia de esta fiesta. Al menos,
cabe señalar que los textos legislativos que acabamos de ver la
incluyen entre las grandes fiestas del año. Por su parte, la reforma
del Deuteronomio. hará girar el año litúrgico en torno a esas tres
fiestas, si bien añadiendo una nueva precisión: en lo sucesivo, con
ocasión de las tres fiestas, habrá que ir en peregrinación a
Jerusalén; por tanto, conviene estar de acuerdo en las fechas. De
ahí que el Deuteronomio presente una especie de cómputo que
permite calcular las fechas de la Pascua y de la fiesta de la siega:
Contarás siete semanas. Cuando la hoz comience a segar las
espigas, entonces comenzarás a contar esas siete semanas. Y
celebrarás en honor de Yahvé tu Dios la fiesta de las Semanas, con
la ofrenda voluntaria que haga tu mano, según Yahvé Dios te
bendiga. Te regocijarás en presencia de Yahvé tu Dios, en el lugar
elegido por Yahvé tu Dios para hacer habitar su nombre: tú, tu hijo,
tu hija, tu siervo y tu sierva, el levita establecido en tu ciudad, el
extranjero, el huérfano y la viuda que viven en medio de ti. Te
acordarás de que fuiste siervo en el país de Egipto y observarás
estas leyes para ponerlas en práctica. Dt., 16, 9-12.
El contenido de esta fiesta deuteronómica es todavía netamente
agrícola: su cómputo depende del ritmo de la cosecha de los
cereales y su objetivo esencial consiste en ofrecer a Dios las
primicias de esa cosecha junto con el gozo que se experimenta por
sus bendiciones. Pero interviene un nuevo tema: se contarán siete
semanas entre la primera fiesta de Abib y la fiesta de la siega.
Cálculo que, al parecer, no tiene todavía ningún significado
misterioso: es tan sólo un medio sencillo para reunirse en
Jerusalén. Pero ese cálculo es tan importante que cambia el
nombre mismo de la fiesta: en lo sucesivo se llamara fiesta de las
semanas, es decir, la "fiesta que viene después de una semana de
semanas".
Resulta quizá sorprendente que, fuera de este cálculo sin
alcance doctrinal, la fiesta de la siega se encuentra todavía en el
estadio agrícola, incluso en la visión del reformador
deuteronomista, mientras que las otras dos grandes fiestas de
Israel, Pascua y Tabernáculos, han pasado, hace ya tiempo, al
estadio histórico y aun han alcanzado el nivel moral. Esta pobreza
doctrinal de la fiesta es, sin duda, lo que explica el relativo silencio
de la Biblia con respecto a ella.
2
LA FIESTA DE LAS SEMANAS
El primer intento de espiritualización de la fiesta se produce
después del destierro y se basa en una simbólica de los números
que no puede por menos de originar cierto asombro en nuestros
espíritus modernos. Los dos textos sacerdotales que poseemos
conceden gran importancia al cómputo de las semanas:
A partir del día siguiente al sábado, del día en que traigáis la
gavilla de presentación, contaréis siete semanas completas.
Contaréis cincuenta días hasta el día siguiente al séptimo sábado y
ofreceréis a Yahvé una nueva oblación. Llevaréis a vuestras casas
pan, para ofrecerlo en ademán de presentación, en dos partes de
dos décimas de flor de harina cocida con levadura, a título de
primicias a Yahvé... Cuando hagáis la siega en vuestra tierra no
segarás hasta el limite extremo de tu campo ni recogerás lo que
queda por espigar. Lo dejarás para el pobre y el extranjero. Lv.,
23, 15-22.
Nos hallamos, ciertamente, en un contexto relativo a la fiesta de
la siega y se trata de presentar ante Dios las primicias de los
campos. El contenido de la fiesta no ha variado todavía. Pero lo
que sigue desarrollándose y adquiriendo mayor importancia es el
cómputo de las siete semanas. Ya no se calcula a partir del
momento en que se corta la primera espiga, como en el Dt., sino a
partir del día siguiente al sábado que viene tras ese día. Además,
ya no se cuentan siete semanas, sino cincuenta días (7 por 7 más
l). Aquí hay, evidentemente, una serie de cálculos que obedecen a
los principios de quienes inventaron el calendario perpetuo de que
hemos hablado al estudiar la fiesta de Pascua. Introduciendo tales
cálculos, resulta que la fiesta de las Semanas se celebra siempre
,en un "día siguiente al sábado, esto es, en domingo. Cuando
hablemos del domingo, tendremos ocasión de ver la importancia
doctrinal de semejante reforma, que señala el día siguiente al
sábado para celebrar una fiesta de tal amplitud.
Dicho texto y el cómputo que propone hicieron correr mucha tinta
en los medios judíos, en favor o en contra del calendario perpetuo.
Nosotros procuraremos, en primer lugar, poner de relieve los
posibles puntos de contacto entre los partidarios de las distintas
interpretaciones, pasando luego a precisar el objeto concreto de
tales divergencias y señalando cómo éstas llevaron a atribuir a
Pentecostés un objeto propio, que no había tenido en un principio.
Un elemento importante es que, de acuerdo con el cómputo
establecido en el citado texto -y en consonancia con el
Deuteronomio-, la fiesta de Pentecostés aparece solidaria con la
Pascua. Solidaridad que todavía no va muy lejos en el plano
doctrinal, pero que, claramente, hace de la fiesta de las semanas
un satélite de la fiesta de Pascua.
Si deseáramos ver en qué consiste esa solidaridad, tal vez
pudiésemos decir que, en la simbólica de los números, siete veces
siete días más uno (cincuenta días) constituye un símbolo de
plenitud. Cálculos parecidos a éstos explicarán más adelante el
origen del año sabático y del año jubilar, así como la prehistoria del
domingo (el octavo día) en el propio mundo judío. La fiesta de
Pentecostés no significa todavía gran cosa, porque el contenido de
la fiesta de Pascua no es todavía suficientemente rico. Pero,
cuando éste se enriquezca, adquirirá todo su sentido la nota de
plenitud aneja a la Pentecostés. No tardaremos en comprobarlo.
Otro elemento importante viene a ser consecuencia de ese
cómputo. Y es que el centro de interés no es tanto la fiesta de la
siega en sí cuanto el espacio de tiempo comprendido por los
cincuenta días de intervalo entre Pascua y Pentecostés. La fiesta
de la siega es el "quincuagésimo día" o "Pentecostés's", lo cual
define, limitándolo, un período que se cargará poco a poco de
contenido doctrinal.
Hasta aquí los puntos de contacto. Por su parte, las divergencias
proceden principalmente de ia manera de seguir esa prescripción
del cómputo. En el primer siglo de nuestra era, las diversas sectas
judías tenían concepciones bastante divergentes. Los saduceos
contaban siete semanas a partir del día mismo de Pascua.
Interpretaban la palabra "sabbat" de Lv., 23,15, aplicándola al día
de la fiesta (que era día de descanso, de "sabbat"). Según esto,
Pentecostés caía siempre cincuenta días después de la fiesta de
Pascua, en cualquier día de la semana.
Los fariseos, en cambio, tomaban a la letra la prescripción del
Levítico y contaban a partir del día siguiente al sábado posterior a
la fiesta de Pascua, es decir, el sábado anterior a la octava de
Pascua. Pero, como ellos seguían el calendario lunar, la fiesta de
Pentecostés, que caía siempre en domingo, podía coincidir con dos
domingos (sobre todo cuando, como el año de la muerte de Cristo,
la Pascua caía en sábado). Los esenios contaban de igual manera,
pero sobre la base del calendario perpetuo, interpretando además
que "Pascua" quiere decir toda la semana pascual. Por tanto, el
sábado, a partir del cual se contaba quedaba fuera de la octava
pascual. De donde resulta que a menudo celebraban Pentecostés
sesenta días después de Pascua.
En el ardor de las polémicas sobre el calendario, se fueron
alegando argumentos en favor de uno u otro cómputo.
Evidentemente, se procuró encontrar en la Biblia textos favorables
a este o aquel punto de vista y se subrayó muchas veces el texto
que introduce la promulgación de la Ley:
El tercer mes después de su salida del país de Egipto, aquel día
los hijos de Israel llegaron al desierto del Sinaí... Subió entonces
Moisés hacia Dios. Yahvé le llamó desde la montaña y le dijo: "Así
hablarás a la casa de Israel..."
Ex., 19, 1-4.
La indicación "aquel día" quiere decir que los judíos llegaron al
Sinaí el mismo día de la salida de Egipto (el decimoquinto del mes).
Alusión evidente al cómputo esenio. El año 150 de nuestra era, el
rabino José ben Halaphta declara:
El decimocuarto día de Nisán inmolaron los israelitas en Egipto
los corderos de la Pascua; era jueves... El tercer mes, el sexto día
del mes, les fueron dados los diez mandamientos; era sábado.
Aquí se defiende el cómputo fariseo. Pero el argumento
proporciona un objeto a la fiesta de Pentecostés y la convierte en la
fiesta de la promulgación de la Ley.
Pero el caso es que los esenios, para defender su propio
cómputo, echan mano del mismo argumento. El Libro de los
Jubileos, que, si no depende de ellos, depende al menos de
Qumrán, comienza diciendo a este respecto:
El tercer mes, el décimo sexto día del mes, Moisés subió a la
montaña. 1,1.
Nos hallamos no ya cincuenta días después de la Pascua, sino
sesenta y uno. Pero, al margen de las divergencias sobre el
computo, todas las sectas están de acuerdo en presentar
Pentecostés como la fiesta de la promulgación del decálogo. Y así,
en los albores de nuestra era, Pentecostés recibe un nuevo
significado que ya no es agrícola, sino histórico: alcanza el nivel de
las demás fiestas judías, que desde hacía tiempo eran recordatorio
de los acontecimientos del Éxodo. Además, como la Ley tiene por
entonces un puesto importante en las meditaciones de los sabios y
los legistas, Pentecostés asciende de golpe al nivel de las grandes
fiestas de Pascua y los Tabernáculos. Poco nos importa, a fin de
cuentas, que ese contenido histórico le haya venido durante una
polémica sobre los cómputos y la simbólica de los números.
Pasamos, pues, inmediatamente al análisis de tal contenido.
3
LA FIESTA DE LA PROMULGACIÓN DE LA ALIANZA
Si los dos documentos que hemos citado -el rabino ben Halaphta
y el Libro de los Jubileos- se sitúan respectivamente poco después
y poco antes de nuestra era, parece ser que dos o tres siglos antes
de Cristo se preocupaba ya la Biblia de convertir Pentecostés en
recordatorio de la Ley. La adopción del calendario perpetuo, de
que hemos hablado, va a permitir datar un gran número de
acontecimientos antiguos, tanto en los libros salidos de los medios
sacerdotales (fuente P, Crónicas) como en el Libro de los
Jubileos.
Ya hemos visto que el Libro de los Jubileos relaciona con
Pentecostés la promulgación de los diez mandamientos, pero
exagera un poco sistemáticamente al cargar sobre Pentecostés un
considerable número de acontecimientos bíblicos. La alianza
verificada entre Dios y Noé a raíz del diluvio se fija en el día de
Pentecostés:
Dios puso su arco en las nubes en señal de alianza eterna, en
virtud de la cual no habría otro diluvio sobre la tierra para destruirla,
todos los días de la tierra. Por este motivo, está escrito y ordenado
en las tablas celestes que se celebre la fiesta de las Semanas en
este mes todos los años, a fin de renovar anualmente la alianza. 6,
16-17.
Prosiguiendo su meditación sobre los acontecimientos bíblicos, el
autor del Libro de los Jubileos relaciona también con Pentecostés
la alianza de Dios con Abrahán. La Biblia era bastante discreta a
este respecto, no dando fecha alguna (cfr. Gn., 15). Para los
Jubileos, en cambio, es el 15 de sivan, día de Pentecostés según el
calendario perpetuo, cuando el Señor hizo su alianza con Abrahán
(14, 18). Y prosiguen:
Aquel día hicimos alianza con Abrahán, como la habíamos hecho
con Noé este mismo mes. Y Abrahán renovó la fiesta e hizo de ella
un mandamiento para sí a perpetuidad. 14, 20.
La "relectura" de los antiguos documentos sigue diciendo que la
circuncisión, marca de la alianza, fue practicada "el tercer mes, en
medio del mes" (15, 1) y que el hijo de la alianza, Isaac, nació
precisamente y un día de Pentecostés (16, 13), como primicias de
la nueva cosecha.
Podríamos añadir otros muchos textos cronológicos del Libro de
los Jubileos; pero los citados nos bastan para comprender el
contenido doctrinal que se ha ido poniendo en la fiesta de
Pentecostés: fiesta de la promulgación de la Ley que pasa a ser
preferentemente fiesta de la Alianza y de las distintas renovaciones
de la Alianza. Así se comprende que tuviera gran imitación en la
comunidad de Qumrán, "comunidad de la alianza" como se
autodefinía. Debía de existir una especie de fiesta patronal en la
que los miembros de la comunidad renovarían su alianza.
Comparando el comienzo de la regla de la comunidad de Qumran
con un texto inédito del Documento de Damasco, se ha creído
incluso descubrir el ritual litúrgico practicado en el seno de la
comunidad, con ocasión de la fiesta de Pentecostés, para renovar
la alianza individual de los hermanos e introducir a nuevos
hermanos en la alianza.
Es cierto que todos los documentos hasta aquí citados están
fuera del Canon bíblico. Pero ¡por eso que no quede!: en la Biblia
misma aparecen algunas fechas de Pentecostés que,
manifiestamente, pretenden alcanzar el mismo objetivo. El Cronista
refiere la historia del reinado de Asa. Ya el Libro de los Reyes
había subrayado la piedad de este rey (1 Re., 15), pero sin
detenerse en ello. El Cronista, por el contrarío, que escribe en el
siglo II a. C. e influido por el calendario perpetuo, hará una extensa
descripción de la obra reformadora de Asa, obra comparable a sus
ojos con las de Josías y Ezequías. Ahora bien, esa obra de reforma
se cierra con una gran asamblea convocada... para Pentecostés,
con vistas a renovar la Alianza:
El tercer mes del año decimoquinto del reinado de Asa, se
reunieron en Jerusalén. Ofrecieron en sacrificio a Yahvé, aquel día,
una parte del botín que llevaban: setecientos bueyes y siete mil
corderos. Se comprometieron por un pacto a buscar a Yahvé, el
Dios de sus padres, con todo su corazón y toda su alma; quien no
buscara a Dios moriría, grande o pequeño, hombre o mujer.
Prestaron juramento a Yahvé en alta voz por aclamación, al son de
las trompetas y de los cuernos. Todos los judíos se mostraron
gozosos de este juramento que habían prestado de todo corazón.
Espontáneamente buscaron a Yahvé. Y él se dejó hallar por ellos y
les dio la paz en todas sus fronteras.
2 Cr., 15, 10-15.
Este texto podría parecer insignificante si no estuviera el Libro
de los Jubileos para corroborar la opinión de que por aquella época
Pentecostés era ya la fiesta de la promulgación de la Ley y atrajo a
sí el tema de la renovación de la Alianza.
Hay todavía otro indicio de la relación existente entre
Pentecostés y la promulgación de la Ley: el uso antiquísimo, en la
liturgia judía de la sinagoga, del Salmo 68 (67 de la Vulgata) en la
fiesta de Pentecostés y la interpretación que le daban los rabinos.
Este salmo canta las grandes victorias de Dios representándolas
como las etapas de una larga procesión triunfal de Yahvé que lleva
del Sinaí a Sión:
¡Montaña de Dios, la montaña de Basán!
¡Montaña altanera, la montaña de Basán!
¿Por qué despreciar, montaña altanera,
la montaña que Dios eligió para morada?
Sí, Yahvé la habitará para siempre.
Los carros de Dios son miles de millares;
el Señor viene, del Sinaí al santuario.
Subiste a la altura, hiciste cautivos,
recibiste hombres como tributo, oh Dios,
incluso rebeldes a tu morada, Yahvé. Sal. 68, 16-19.
Ahora bien, a los ojos de los rabinos, quien subió a la altura fue
Moisés, al ascender al Sinaí el día de Pentecostés; y, si recibió
hombres como tributo, fue por la entrega de la Ley. Los rabinos,
pues, relacionan este salmo con la fiesta de Pentecostés y le hacen
cantar los loores de la entrega de la Ley y de la alianza. Más
adelante veremos el interés de esta cita en un contexto de
Pentecostés.
No hay que olvidar, sin embargo, que, aun evolucionando de esta
manera, la fiesta de Pentecostés no tiene gran esplendor en Israel.
El calendario de Ezequiel (Ez., 45) la omite, y las alusiones a ella
son muy escasas y sin relieve (2 Mac., 12, 31-32; Tob., 2, 1).
Así, pues, en el momento en que Cristo comienza su ministerio,
la fiesta de Pentecostés pierde su carácter agrícola para significar
el hecho de la promulgación de la Ley, con la consiguiente actitud
moral, impuesta a los fieles, de renovación de la alianza.
Renovación que, al principio, se celebró en la antigua fiesta de los
Tabernáculos, como hemos tenido ocasión de ver por algunos
ejemplos. Luego pasó a la fiesta de Pascua, cuando ésta alcanzó
su preeminencia en el calendario judío. Ahora, por fin, queda
localizada en la fiesta de Pentecostés. Y es que, para estas fechas,
la fiesta de Pentecostés ha venido a ser solidaria -al menos, por la
manera de calcularla- de la fiesta de Pascua. Pentecostés participa
de la significación soteriológica de Pascua, coronando su
contenido: Pascua proporciona el acontecimiento, Pentecostés
ofrece la manera de vivir en función de tal acontecimiento. Pascua
es la fecha de la independencia del pueblo salvado, Pentecostés es
la fecha en que fue promulgada su constitución.
4
LA PENTECOSTÉS DEL ESPÍRITU
La mañana de Pentecostés siguiente a la Pascua del Señor, los
apóstoles se hallan reunidos. Mas he aquí que, de repente,
mientras meditan, como sus contemporáneos, en la promulgación
de la Ley -sin duda, a la luz de los recientes acontecimientos-, se
renuevan para ellos los fenómenos del Sinaí:
Llegado el día de Pentecostés, se hallaban todos reunidos en un
mismo lugar, cuando de repente vino del cielo un ruido semejante al
de un viento impetuoso, que llenó toda la casa donde estaban. Y
vieron aparecer unas lenguas como de fuego; éstas se dividían, y
se posó una sobre cada uno de ellos. Act., 2, 1-4.
Es la réplica de los acontecimientos de la Pentecostés del Sinaí
:
Al tercer día, al amanecer, hubo sobre la montaña truenos,
relámpagos y una densa nube, acompañados de un potente sonido
de trompeta, y en el campo, todo el pueblo tembló... La montaña
del Sinaí estaba llena de humo, porque Yahvé había descendido a
ella en forma de fuego. Ex., 19, 16-18.
Y, al final de la teofanía:
Todo el pueblo veía los truenos y las llamas y la voz de la
trompeta y la montaña humeante. Ex., 20, 18.
Comentando este texto, a los rabinos les gustaba explicar cómo
el pueblo podía ver las llamas y, al mismo tiempo, la voz: porque la
voz de Dios estaba en la llama. Y solían añadir que aquella llama se
dispersó en setenta pavesas, correspondientes a los setenta
pueblos de la tierra.
Es evidente que el don de lenguas prolonga el tema de la
promulgación de la Ley: ésta iba destinada a difundirse por todo el
universo, pero sólo la aceptó el pueblo judío. Ahora se verifica la
misma promulgación, que la Iglesia misionera se encargará de
llevar a los cuatro puntos cardinales.
El hecho de la Pentecostés cristiana es, por tanto, una réplica
universalista del hecho de la promulgación de la Ley en el Sinaí.
Incluso parece ser que el Salmo 68 ha inspirado los
acontecimientos. Pedro parece servirse de su terminología y
especialmente de los versículos por nosotros citados, para explicar
el misterio de Cristo que resucita y sube a los cielos:
Sal.: Subiste a la altura (v. 19).
Act.: no subió a los cielos (v. 34).
Sal.: recibiste... (la ley, dicen los rabinos).
Act.: recibió del Padre el Espíritu Santo (v. 33)
Parece ser que, al referir el acontecimiento que tuvo lugar en
Pentecostés, San Lucas está preocupado. -sin duda, con toda la
tradición apostólica primitiva- de hacer una "relectura" del
acontecimiento del Sinaí: la Pentecostés cristiana es la renovación
-y esta vez definitiva- de la Alianza, una renovación que no se
frustrará como las precedentes, porque ahora, por el don del
Espíritu, Dios cambiará los corazones y los espíritus
Vienen días -oráculo de Yahvé- en que yo haré con la casa de
Israel (y la casa de Judá) una nueva alianza. No como la alianza
que hice con sus padres, el día en que los tomé de la mano para
sacarlos del país de Egipto. Esta alianza -mi alianza- ellos la
rompieron... Esta será la alianza que yo haré con la casa de Israel,
después de aquellos días, oráculo de Yahvé. Pondré mi Ley en el
fondo de su ser y la escribiré en su corazón. Entonces yo seré su
Dios, y ellos serán mi pueblo.Ya no tendrán que enseñarse
mutuamente, diciéndose el uno al otro: "Conoced a Yahvé". Sino
que todos me conocerán, desde los pequeños a los grandes
-oráculo de Yahvé- porque les perdonaré su crimen. Jr 31, 31-34.
PAS/PENT: PENT/PAS: Así concluye la evolución de la fiesta de
Pentecostés en la Escritura. Después de permanecer largo tiempo
en el plano agrícola y en cierto modo supeditada a la evolución de
las demás fiestas, pudo recuperar el tiempo perdido y venir a
significar la promulgación de la Alianza. Pascua había situado a los
judíos en la salvación, en estado de liberación; Pentecostés, por el
don de la Ley, les ofrecía la posibilidad de mantenerse en ese
estado y de no volver a la esclavitud. Incluso hoy día, Pascua sitúa
a los cristianos en el acontecimiento redentor y en la filiación divina,
mientras que Pentecostés consuma la obra dándoles el Espíritu
Santo, que les permite realizar el ideal de filiación y liberación.
5
CONCLUSIÓN
La fiesta de Pentecostés no contaba con un ritual
particularmente original, como las fiestas de Pascua, Año Nuevo o
Tabernáculos. El sólo acto previsto era la oblación de las primeras
gavillas de la siega. Cuando se espiritualizó la fiesta, su acto ritual
característico fue la renovación de la Alianza. Actualmente, en el
cristianismo, la fiesta nos ofrece la posibilidad de renovar la alianza,
pasa a ser una acción de Dios que hace habitar en nosotros su
Espíritu para asegurar su vida en nuestro cuerpo de carne y
confirmar nuestra libertad. La ley cede el puesto al Espíritu. No se
trata ya de que prometamos una nueva conformidad con una regla
exterior, sino de ser dóciles a la ley interior, del Espíritu (Gá 5, 16).
Y esa ley interior, que está en nosotros mismos es como un fuego
que abrasa nuestra carne y que no hemos de dejar apagar (1 Tés.,
5, 19), como un vino que debe invadirnos y embriagarnos (Ef., 5,
18) para que podamos vivir como verdaderos hijos de Dios, en la
Iiberación total del pecado y de la regla exterior (Ga., 4-5; Rom.,
8).
Así entendida, la fiesta de Pentecostés es perfectamente
solidaria de la Pascua. Cristo, nuevo Adán, recibió en Pascua el
Espíritu de Dios, que le resucitó y le hizo Señor y Dios. Y ese mismo
Espíritu nosotros le recibimos en Pentecostés, para poder
mantenernos en estado de resucitados y de hijos de Dios. Pero
vemos que el misterio de la fiesta se realiza y consuma en una
actitud de fe.
THIERRY-MAERTENS
FIESTA EN HONOR A YAHVE
Cristiandad. Madrid-1964. Págs. 146-163