Renovación pascual

 

            La Resurrección de Cristo fue un nuevo comienzo para la humanidad. La renovación es la gracia especial de Pascua. La lectura de la carta de San Pablo a los Romanos en la misa de la vigilia pascual (Rom 6,3-11) fue una llamada a la renovación de vida: "Así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva".

            Consideremos en primer lugar el texto del evangelio según San Juan (Jn 20, 19-31) que se lee el II domingo de Pascua. Es significativo que este mismo pasaje se vuelva a encontrar al concluir el tiempo pascual, en la misa del domingo de Pentecostés. Es el relato de la aparición de Cristo en el cenáculo la tarde del domingo de Pascua. El Señor les deseó la paz, les mostró sus manos y su costado, les otorgó su misión y sopló sobre ellos, diciendo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos".

            Comentando este pasaje del evangelio de Juan, los escrituristas han intuido aquí una referencia implícita al relato de la creación en el primer capítulo del Génesis. Entonces la tierra era un vacío informe. Pero el Espíritu, o soplo, de Dios se cernía sobre las aguas y se oyó la voz creadora de Dios llamando a los seres a la existencia. Para san Juan, la Resurrección de Cristo y la venida del Espíritu sobre los apóstoles constituye un comienzo totalmente nuevo de la humanidad. Un comentador observa: "El acto de insuflación sugiere una nueva creación. Comienza un mundo nuevo, un nuevo Israel se inaugura con la misión de los apóstoles.

            En el Apocalipsis, la voz del que está sentado en el trono declara: "He aquí que hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5). Y esta renovación la realiza por su Hijo, muerto y resucitado, y por el Espíritu Santo, dador de vida, que Cristo resucitado nos otorga. Para ser renovados en la mente y el corazón sólo tenemos que abrirnos a la acción de Cristo y de su Espíritu en nosotros.

            Considerando la cantidad de personas que cierran sus corazones a la inspiración de Dios, el papa Pablo VI se pregunta en su encíclica Gaudete in Domino (sobre la alegría cristiana): "¿No será capaz esta generación de descubrir o redescubrir la firme e inalterable novedad del misterio divino revelado en Jesucristo? ¿No ha traído él, según la espléndida expresión de San Ireneo, toda novedad en su propia persona?"

            Efectivamente, Cristo ha traído toda novedad en su persona misma. Ha establecido un reino que representa un nuevo comienzo para el mundo, ha instituido una nueva alianza, ha promulgado una nueva ley de amor, ha fundado un nuevo pueblo que canta un cántico nuevo. Todo esto está resumido en el cuarto prefacio de pascua:

En él fue demolida nuestra antigua miseria, reconstruido cuanto estaba derrumbado y renovada en plenitud la salvación.


Primavera del Espíritu

            En el tiempo pascual, la naturaleza misma se hace símbolo de resurrección y renovación. Árboles, flores, arbustos, pájaros cantores; todo proclama una nueva vida, la victoria sobre la oscuridad de la muerte. "El invierno ha pasado". ¡Con qué belleza proclama el Cantar de los Cantares el renacer de la naturaleza después de la muerte aparente del sueño invernal! Este canto de amor del Antiguo Testamento es también un símbolo de realidades espirituales. La estación de primavera simboliza redención y renovación. Las flores representan el tiempo escatológico. Es significativo el hecho de que el Cantar de los Cantares se lea en la liturgia pascual judía.

            La naturaleza es como un sacramento que nos descubre las riquezas de los misterios que celebramos. Pero hay que tener en cuenta que la coincidencia de la liturgia con las estaciones sólo tiene vigencia en los países situados en el hemisferio norte. Esto suscita un problema pastoral que no podemos tratar aquí. Ciertamente, para los poetas cristianos y los escritores de himnos la armonización del año litúrgico con el año natural ha sido fuente de gran inspiración. He aquí una estrofa de un himno griego:

Hoy es la primavera de las almas: 
Cristo ha roto su prisión;
y de tres días de sueño en la muerte, 
ha resurgido como el sol.
Todo el invierno largo y oscuro de nuestros pecados
está huyendo de la luz de aquel 
a quien nosotros tributamos loor 
y alabanza sin fin.

            También los poetas de tradición occidental respondieron a la naturaleza y su simbolismo. Sedulio, en su gran himno pascual, el Carmen Paschale, asocia la Resurrección de Cristo con "místicas cosechas de los campos de Dios", con flores rojas, suaves cantos de pájaros y murmullo de abejas. Fortunato (530-600), tal vez el mayor de los poetas latinos, nos legó el vexilla regis y el Pange lingua en honor de la santa cruz, y el Salve festa dies (Salve, día de fiesta) para celebrar la Resurrección. Transcribimos unas líneas de este último:

He aquí que la serena belleza de la tierra, 
despertando de su sueño invernal, 
muestra cómo los dones de Dios 
resucitan ahora con su creador. 
Cristo se levanta en su triunfo, 
que ha desbancado el dominio del demonio; 
verde está el bosque con sus hojas, 
alegres los prados con sus flores.


Oración para la renovación

            La primavera es un símbolo de creación, de re-creación, de renovación. Pero el mensaje de la liturgia implica más que eso. La imaginación poética nunca podría conseguir un cambio de mente y corazón. La renovación en el espíritu es obra de Dios. No es automática ni se puede conseguir con sólo nuestro esfuerzo. Es una gracia que hay que pedir; y así lo hace la Iglesia muy a menudo durante el tiempo pascual. Daremos algunos ejemplos.

            Por lo menos 10 de las oraciones colecta mencionan explícitamente la renovación. La del domingo de Pascua la expresa así: "Concede a los que celebramos la solemnidad de la Resurrección de Jesucristo ser renovados por tu Espíritu, para resucitar en el reino de la luz y de la vida". También las oraciones de los viernes tercero y quinto invocan al Espíritu santo para que realice esta renovación: "Te pedimos, Señor, que, ya que nos has dado la gracia de conocer la resurrección de tu Hijo, nos concedas también que el Espíritu Santo, con su amor, nos haga resucitar a una vida nueva". El Espíritu del Señor resucitado es la fuente de la renovación. Pero el Espíritu obra a través de los sacramentos, que son los canales de su gracia. Por tanto, interesa estudiar las oraciones sobre las ofrendas y las de comunión y considerar cómo expresan la gracia renovadora, ya sea como realidad sacramental, ya como efecto del Espíritu Santo que habita en nosotros. He aquí algunos ejemplos más: "Que la participación en los sacramentos de tu Hijo nos libere de nuestros antiguos pecados y nos transforme en hombres nuevos"[1]; otra oración de parecido significado: "Haz que abandonemos nuestra vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna"[2]; y también: "Ayúdanos a pasar de nuestra antigua vida de pecado a la nueva vida del Espíritu"[3].

            Si la gracia del bautismo nos hace nuevas criaturas, la de la eucaristía nos renueva constantemente por el Espíritu dador de vida. Un último ejemplo de oración poscomunión puede servirnos para ilustrar este concepto. Es la del jueves de la VII semana de Pascua:

Te pedimos, Señor, que los santos misterios nos hagan comprender tus designios y nos comuniquen tu misma vida divina, para que así logremos vivir en plenitud las riquezas del Espíritu.


Caminar en el amor

            La Iglesia no pierde nunca de vista la vida cristiana. Si la liturgia es auténtica, ha de redundar en la vida cotidiana. Las oraciones del tiempo pascual nos lo recuerdan constantemente. Un tema que se repite con frecuencia es que lo que celebramos en el culto podamos manifestarlo en nuestra calidad de vida. Ahora bien, lo que celebramos es el amor de Cristo, un amor que llegó hasta las últimas consecuencias. Su Resurrección es nuestro resurgir a una nueva vida, y esto pide una actitud nueva ante la vida: una vida centrada en Dios y en el prójimo. Unos pocos ejemplos tomados de las oraciones nos ilustrarán esta idea.

            "Mantenerse firmes", "continuar" y "dar fruto" son algunos entre los términos clave de estas oraciones: "Que podamos afirmarnos en la vida en el misterio del nuevo nacimiento"; o "que lo que celebramos en nuestra oración podamos continuarlo en nuestras vidas"; y también "que el misterio que celebramos en pascua pueda dar fruto en todo tiempo". Todo esto queda expresado con mayor claridad, si cabe, en la oración del lunes de la tercera semana: "Concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre, y cumplir cuanto en él se significa".

            La vida cristiana es una vida de amor, amor que debe inspirar todos nuestros pensamientos y acciones. En la misa de la vigilia pedíamos que el Señor nos llene del espíritu de su amor y nos haga a todos uno en el corazón. La petición del aumento de amor y de la unidad en la Iglesia se encuentra en varias otras oraciones poscomunión; por ejemplo, en la del sábado de la segunda semana: "Te pedimos, Señor, que esta eucaristía, celebrada como memorial de tu Hijo, nos haga progresar en el amor".

            En el Oficio de lecturas, los padres de la Iglesia desarrollan este concepto del amor cristiano. El jueves de la IV semana, San Agustín considera el significado de la palabra de Cristo: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros". Veamos el siguiente párrafo:

No es cualquier amor el que renueva al que oye, o mejor al que obedece, sino aquel a cuyo propósito añadió el Señor, para distinguirlo del amor puramente carnal: como yo os he amado. Este es el amor que nos renueva y nos hace ser hombres nuevos, herederos del nuevo Testamento, intérpretes de un cántico nuevo. Este amor, hermanos queridos, renovó ya a los justos antiguos, a los patriarcas y a los profetas, y luego a los bienaventurados apóstoles; ahora renueva a los gentiles, y hace de todo el género humano, extendido por el universo entero, un único pueblo nuevo, el cuerpo de la nueva esposa del Hijo de Dios.


El espíritu de adopción

            Jesucristo nos ha librado de nuestros pecados para que podamos alegrarnos en la libertad de los hijos de Dios. Existe una estrecha relación entre libertad espiritual y adopción filial, y de ello nos ocuparemos en esta sección.

            La literatura sobre la noción de libertad cristiana es muy copiosa. Por mi parte, seguiré aquí la breve y profunda exposición del abate Marmión en el capítulo 15 de su obra Cristo y sus misterios. Él considera el tema en el contexto del misterio del tiempo pascual. Comienza afirmando que Cristo es nuestro modelo y que nosotros compartimos sus misterios. Sólo él es verdaderamente libre, porque sólo él es perfectamente santo.

            Por su resurrección, Cristo quedó libre de las limitaciones propias de la existencia terrenal: de la debilidad, de la enfermedad, del sufrimiento y de los múltiples condicionamientos de tiempo y espacio. Desde entonces vive totalmente para el Padre y para nosotros. Según lo expresa San Pablo: "En realidad, lo que murió en él, murió al pecado de una vez para siempre; mas lo que vive, vive para Dios" (Rom 6,10). Su culto al Padre, en homenaje, adoración y amor, es ahora más perfecto que nunca. El se adhiere, pertenece, está consagrado al Padre. Vive enteramente para él.

            Mas si el rostro de Cristo está vuelto hacia el Padre (ad Deum), lo está también hacia nosotros (pro nobis). Estando siempre viviente para interceder por nosotros (Heb 7,25). El Hijo de Dios, en su humanidad glorificada, está ahora libre para ejercer incesante y perfectamente su ministerio sacerdotal, que consiste en dar perfecta gloria al Padre e interceder por nosotros.

            Por su muerte y resurrección, Cristo nos ha merecido la gracia de vivir para Dios. Debemos aprovechar esta gracia respondiendo a la llamada de San Pablo: "Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Jesucristo" (Rom 6,11). Hay que conservar el corazón libre, viviendo en sinceridad y verdad. Hemos de alegrarnos en la libertad de los hijos de Dios y no permanecer apegados servilmente a las cosas materiales y a costumbres perniciosas, sino poseer auténtica libertad de espíritu.

            Cuanto más nos apartamos del pecado, más aumenta nuestra libertad espiritual. Como indica Marmión: "A medida que el alma se libera de lo que es terrenal, se abre a lo divino, saborea las cosas celestiales, vive en Dios". Cuando el amor de Dios llega a ser el motivo de nuestras acciones; cuando todo lo referimos a la gloria de la Trinidad; cuando aceptamos el pleno señorío de Cristo en nuestras vidas, entonces estamos verdaderamente liberados, entonces podemos alegrarnos realmente en la libertad de los hijos de Dios.

            Las oraciones del misal y de la liturgia de las horas para este tiempo revelan el pensamiento y expresan las aspiraciones de la Iglesia. Liberación del pecado y un espíritu de adopción más perfecto son conceptos gemelos en muchas de esas oraciones:

            En la primera oración que cito (colecta del martes de la octava de pascua), el anhelo de la libertad perfecta se conjuga con la comprensión de que esta perfección sólo se puede conseguir completamente en el reino venidero: "Continúa favoreciendo con dones celestiales a tu pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo, que ya ha empezado a gustar en la tierra". Aquí abajo es difícil alcanzarla; nuestro desasimiento de las múltiples formas de esclavitud humana es progresivo y necesariamente doloroso.

            En la siguiente oración, que es como un eco, del Padrenuestro, apelamos al corazón paterno de Dios para que nos conduzca más cerca de su familia:

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nosotros el espíritu filial, paca que merezcamos alcanzar la herencia prometida[4].

            La mención de herencia nos lleva a la que es tal vez la más hermosa oración del tiempo pascual:

Señor, tú que nos has redimido y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna[5].

            ¿En qué consiste esta herencia? Es lo que ha preparado el Padre para sus elegidos desde el principio del mundo; es gracia, salvación; es el reino de Dios; es participación en la vida de Cristo resucitado y, por consiguiente, en la vida misma de Dios. Por eso la oración del tercer domingo nos hace exclamar: "Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente".

            El viernes de la V semana de pascua, el beato Isaac de Stella, abad cisterciense inglés del siglo XII, pondera el misterio de nuestra adopción por parte de Dios. Haciendo la debida distinción entre la filiación de Jesucristo, que es verdadero y único Hijo de Dios, y la gracia de adopción que nosotros recibimos, asegura que ésta es, sin embargo, real y más maravillosa que cuanto podemos imaginarnos: "Los miembros fieles y espirituales de Cristo se pueden llamar de verdad lo que es él mismo, es decir, hijos de Dios y Dios. Pero lo que él es por naturaleza, éstos lo son por comunicación; y lo que él es en plenitud, éstos lo son por participación; finalmente, él es Hijo de Dios por generación, y sus miembros lo son por adopción, como está escrito: Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar Abba! (Padre)"[6].

 

VINCENT RYAN

 Act: 28/03/16   @pascua cristiana           E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

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[1] Poscomunión del miércoles de la I semana.

[2] Poscomunión del miércoles de la II semana.

[3] Poscomunión del sábado de la VII semana.

[4] Colecta del martes de la II semana.

[5] Colecta del V domingo.

[6] Homilía del oficio de lecturas, 729.