EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA
"La noche va muy avanzada y se acerca ya el día" (/Rm/13/12). Esta exclamación de San Pablo constituye el saludo matinal de la Iglesia todos los días. Con el Apóstol, ve en la noche la imagen del pecado y de la muerte, mientras que en el día que amanece contempla el retorno de la gracia y de la vida. En la mañana de este domingo es cuando adquiere mayor fuerza este simbólico suceder la luz a las tinieblas. El primer día de la semana -según el antiguo lenguaje cristiano, la Kyriaké, el "día del Señor", era santificado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
No solamente corresponde éste al primer día de la creación, en el que fue creada la luz y con su iluminación puso orden a todo el caos del comienzo, sino que, además, siendo un domingo el día en que se realizó la resurrección, cada domingo viene a hacernos presente otra vez el estado primitivo, la creación en la gracia.
De esta forma, el domingo señala, a un mismo tiempo, comienzo y terminación de la creación, y esto hace que, debido sobre todo a su significado esencial y místico, el domingo sea "el primero de todos los días, aquel en que el mundo comienza su existencia y el Creador, surgiendo del sepulcro como vencedor de la muerte, a todos nos libra" (Breviario monástico, himno de maitines de los domingos de invierno).
PAS/FECHA: Ya desde los tiempos más remotos este importantísimo día viene señalado por una solemnidad litúrgica especial que, con su repetición semanal, hace que la redención y regeneración se conviertan para el cristiano en una constante actualidad, y que, por tanto, los cristianos vivan sin cesar en la Pascua del Señor, impregnando así toda su vida de un sentido pascual. (...) La larga disputa entablada acerca de qué fecha era más apropiada para la Pascua, se vio necesariamente resuelta en favor de la solemnidad del domingo de Pascua: no siendo la noche anterior al 14 del Nisán, sino la noche anterior al primer día del Señor después del plenilunio de primavera la que se consagró para celebrar la noche de Pascua de la Iglesia.
Debido a motivos simbólicos mucho más que a los históricos, este día pareció el más indicado para celebrar en él la Pascua de la Iglesia, debido al importante puesto que ocupa en la liturgia.
La primavera (PRIMAVERA/PAS), según creencia de los Padres, acompañó, al comienzo, con todo su esplendor, la creación del mundo (Véase, por ejemplo, S. Ambrosio: Hexameron 4, 13); en la primavera era cuando tenía lugar el simbólico sacrificio pascual de la Antigua Alianza y se conmemoraba la redención de Israel de manos de los egipcios. Por último, en primavera fue también cuando, mediante la sangre del Cordero pascual, se llevó a cabo la verdadera redención del mundo, con su victoria sobre la muerte y el pecado.
Por eso, la primavera es el tiempo más indicado para la celebración anual de la Pascua de la Iglesia, y el primer domingo de esta estación, el primer día del Señor, es un vivo símbolo para el nuevo comienzo primaveral de la vida terrena, asolada por la muerte y el pecado. En el límite que separa invierno y verano se abre una luminosa puerta que conduce hacia el esplendor estival y madurez otoñal de la vida regenerada mediante la muerte de Cristo, cerrando, al mismo tiempo, las puertas del abismo donde queda sepultada la fría noche invernal del pecado y de la muerte.
DIA-OCTAVO: Haec dies, quam fecit Dominus (/Sal/117/24). "Este es el día que hizo el Señor"; este día es la obra de Dios, el verdadero dies Domini (11), el dies Christi, el "día del Kyrios", el "día de Cristo", Hijo de Dios, que pone fin a todos los días de este mundo terreno. Es el primero y el único de los días del nuevo mundo divino. No es día primero en el sentido que a esto se da al hablar de la primera semana de la creación. Es más bien el octavo día, que sigue al séptimo, al sagrado sábado; sigue a este sábado que coronó la obra de la creación con la Pascua de Cristo y dejó dormido al Verbo Creador hecho hombre en la paz del sepulcro. De la paz de la voluntad de Dios plenamente cumplida ya, surge la gloria de la nueva y eterna creación; del séptimo día brota el octavo; del sepulcro de Cristo surge Cristo glorificado, Señor de la creación entera.
NU/000008: Los Santos Padres consideraban como santo el número ocho. Significaba para ellos la purificación del pecado, cosa que venía prefigurada por la circuncisión al octavo día; quería significar también la perfección, ya que ocho son las bienaventuranzas que anuncia el Señor como suma de la perfección en la vida del cristiano. Pero, sobre todo, es el número de la resurrección, la cual tuvo lugar al octavo día, después del sábado, trayendo consigo la perfección de la pureza, después que la humanidad, durante los siete días anteriores a Cristo, se había manchado con innumerables pecados (Véase S. Ambrosio, al Sal 118, pról. 2).
Así, con el primer día de la semana, día que nos trajo la resurrección del Señor, nos viene el día octavo y último del mundo, el día de la Parusía y del nuevo reino de Dios. Octavo con relación a los siete días del tiempo terreno ya transcurridos, pero primero y único en el nuevo orden eterno que comienza y que no conoce número ni tiempo. Franqueado el número siete, que, desde el origen del mundo, dispone todo el tiempo terreno de acuerdo con la voluntad del Creador, este octavo día tiene vida propia y vida sobrenatural. Haec dies, quam fecit Dominus; Dios lo hizo, sacándolo del seno de la noche. Lo mismo que del sepulcro de Cristo surge el hombre nuevo, así de la noche de Pascua nace el día pascual. Esto es lo que quería ya indicar Moisés al escribir: "Hubo tarde y mañana: día primero" (Gn/01/05). No primero mañana, sino primero tarde; pues "las tinieblas cubrían el abismo"; y dijo Dios: "¡Haya luz!". La Creación prefiguraba la obra de la redención. En efecto, también Cristo resplandeció como luz en las tinieblas (Jn 1, 5); a su muerte, "las tinieblas cubrieron toda la tierra" (Lc 23, 44), pero las santas mujeres encontraron al Resucitado "salido ya el sol" (Mc 16, 2). Con espíritu profético Moisés, al ver lo ya pasado, se fijaba en la creación del mundo temporal, y al ver lo futuro, consideraba el comienzo de la eternidad. Al describir el primer día de la creación, al principio del mundo, anunciaba conjuntamente el día futuro de la resurrección y de la vida eterna: Vespere et mane; dies unus, "la tarde y la mañana: un solo día": y este día es Cristo, el Señor, la vida y la luz de los hombres (Jn 1, 4).
EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág.
87 ss.