La Pasión del Abandonado


La pasión según Marcos es la pasión del abandonado. Todos lo abandonan: la gente alegre del día de ramos, los discípulos, Pedro... ¡y hasta el Padre! Nunca se sintió Jesús tan incomprendido y tan solo, entregado a la soldadesca (¡el Hijo de Dios cubierto de esputos y abofeteado!) y tratado como culpable por los jefes religiosos.

Desciende hasta lo más profundo de la soledad humana. El, que hablaba, que había venido para hablarnos, se calla. Son impresionantes dos observaciones de Marcos: "¿No contestas nada?", dice el sumo sacerdote; "¿No respondes?", le dice Pilato.

Silencio de Jesús. Hay momentos en los que Jesús no tiene nada que decir, nada que decirnos. Indicó lo que era, señaló el camino por donde le podemos seguir. Si no lo seguimos, ¿qué puede decirnos ya? - ¿No me respondes? - No. Estás demasiado lejos. Sólo se está cerca de mí por medio de actos de amor y de coraje.

Si no seguimos a Jesús más que escuchando religiosamente sus palabras o predicándolas con elocuencia, sin ponerlas en práctica, somos de los que lo abandonan. Es una verdad muy dura que nos negamos a aceptar. La meditación de esta pasión tiene que ponernos ante la exigencia fundamental del evangelio: sólo se "sigue" a Jesús haciendo lo que él pide.

Pasión de los abandonos y del terrible silencio de Jesús. Pero también pasión de los tres gritos:

- ¿Eres tú el mesías, el hijo del bendito? - ¡Lo soy!, grita Jesús, rompiendo el secreto sobre su mesianidad y su gloria.

Encadenado, humillado, revela finalmente lo inaudito: "Vais a ver cómo el hijo del hombre toma asiento a la derecha del todopoderoso, y cómo viene entre las nubes del cielo". Aquello no podía aceptarse, en aquel lugar y ante aquellos sacerdotes, mas que como una blasfemia. Pero ¿y nosotros? ¿Con qué fe lo miramos nosotros, en este momento? Jesús grita en la cruz su confianza: "¡Dios mío, Dios mío!".

Y lo hace luchando contra el sentimiento más terrible de abandono: "¿Por qué me has abandonado?". Palabra preciosa que ofrece a los que bajan a esos abismos. Si no hubiera llegado hasta allá, ¿sería el Enmanuel prometido, el Dios con nosotros? Jesús, contigo puedo gritar en medio del abandono, pero contigo quiero decir también: "¡Dios mío!" donde creía que ya no podía decirlo.

El tercer grito de esta pasión es aquél al que nos conduce Marcos desde el comienzo de su evangelio. Decir: "¡Tú eres Dios!" no a aquel que electrizaba a la gente, al que fue transfigurado, sino al condenado en la cruz. Una muerte tal que el centurión gritó: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". Es el lector del evangelio el que dice esto al final de esta pasión. Pero una vez más: es inútil decirlo, si esto no nos cambia.

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 111