La Sagrada Unción.

 

Su Institución Divina. El Óleo Sagrado de los Enfermos en los Primeros Siglos. La Asistencia Cristiana a los Enfermos.

 

Su Institución Divina.

El óleo de los enfermos (oleum infirmorum), que, con término más moderno, pero menos feliz, lleva el nombre de Santa Unción, es el sacramento que acompaña a la penitencia en un gravísimo momento de la vida cristiana, el peligro de muerte; poenitentiae... consummativum, dice el Tridentino; porque, perfeccionando los efectos de aquélla en el alma y quitando los residuos del pecado, la dispone eficazmente, si está en los designios de Dios, a su visión en la gloria.

Los Padres han visto un anuncio anticipado del sacramento en la narración del evangelista San Marcos, cuando dice que los apóstoles, enviados en misión por Cristo a Galilea, y en conformidad con las instrucciones recibidas de él, predicaban que se hiciese penitencia; y arrojaban muchos demonios y ungían con óleo muchos enfermos y los curaban. El valor simbólico, tradicional entre los hebreos, y las virtudes terapéuticas de este precioso elemento eran universalmente conocidos. Por esto, Nuestro Señor lo ha escogido oportunamente para significar y darle una divina virtud curativa y santificadora, la cual, mientras sana en los enfermos las heridas del alma, consigue indirectamente también aliviarlos de los dolores del cuerpo. Así, con absoluta precisión, los delinea el apóstol Santiago en su carta católica realiza su promulgación. Escribiendo a los judíos convertidos, después de haberles exhortado a mantenerse fuertes en las pruebas con la paciencia y con la oración, añade:

¿Hay entre vosotros alguno que esté triste? Haga una oración. ¿Está contento? Cante salmos. ¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y oren por él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, ya que la oración nacida de la fe salvará el enfermo y el Señor le aliviará; y, si se halla con pecador, se le perdonarán...

Analizando el texto citado, hay que observar: — el término ασενεί (= sin fuerzas, enfermo) supone una enfermedad física grave; lo usa San Juan (11:3) al hablar de la enfermedad mortal de Lázaro, San Lucas (Act. 9:36), de la de Talita, que murió de dicha enfermedad; — llame a los presbíteros de la Iglesia... Estos πρεσβυτέρου no pueden ser los laicos, como pretendieron algunos, porque no se explicaría el llamamiento a los ancianos, a diferencia de los otros, ni la especificación de la Iglesia. Aquí se trata evidentemente de los jefes de las comunidades cristianas. En cuanto a la pluralidad del vocablo, no parece que el apóstol haya pretendido llamar a todos los presbíteros, sino sólo a algunos de ellos, conforme a un modo de hablar todavía común; — (los presbíteros) hagan oración, ungiéndolo... en el nombre del Señor. El rito aquí descrito tiene carácter esencialmente sagrado. La unción debe hacerse apoyándose en la autoridad del Señor, como si fuese un acto realizado en su nombre y por su delegación. En este sentido, la fiase in nomine lesu o parecida es frecuentísima en los escritos neotestamentarios; además, la unción debe ir acompañada de una oración con carácter epiclético; έπ’ αυτόν, sobre él; por tanto, probablemente asociada al texto de la imposición de las manos; — y la oración de la fe... es decir, animada de la confianza en el poder de Dios; — salvará al enfermo y el Señor le dará alivio... Los términos σώσειν = salvar, έγερειν = reanimar, pueden entenderse desde el punto de vista fνsico, y significar; si no la curación de la enfermedad, que les daría un sentido demasiado absoluto, garantizando los efectos milagrosos, sí un sensible mejoramiento. Así se dice en el modo común de hablar, aunque sea cierto que no sucede siempre. Pero frecuentemente en la Sagrada Escritura se toman en sentido espiritual, y entonces Santiago querría decir que el efecto de aquella unción sagrada hay que buscarlo sobre todo en el campo sobrenatural, o sea en la consoladora certeza de la ayuda de Dios y en la seguridad de su salvación eterna. Pero, entendidos así, no se comprende el porqué de la cláusula que sigue: y si se encuentra con pecados... Esto sería una tautología, mientras en la primera hipótesis queda ésta plenamente justificada; la unción al cuerpo y al alma. — ¿A qué pecados alude el apóstol? El no especifica, pero si el versículo 16: Confesaos, por tanto, el uno al otro, va unido a los precedentes, como refiere la mayor parte de los comentadores, lo más probable es que aquí se trata de pecados leviora en el sentido antiguo y de una confesión ritual genérica con carácter penitencial, que debe hacerse delante del presbítero antes de la unción. Podría también sugerirse la hipótesis de que el apóstol, conforme a la concepción muy común de su tiempo de que las enfermedades se debían a pecados cometidos, pretendía con la unción del óleo santificado borrar aquellas eventuales culpas que eran obstáculo a la curación del enfermo.

En conclusión, el texto de Santiago nos pone delante de un rito formal, constituido esencialmente por una materia sacramental, el óleo de la unción, y por una fórmula y un gesto sacerdotal que operan en el alma del enfermo un efecto sobrenatural. Ciertamente, la enseñanza católica, comenzando por el papa Inocencio I (416), ha visto en el rito descrito por el apóstol el sacramento de la Santa Unción.

 

El Óleo Sagrado de los Enfermos en los Primeros Siglos.

187. La antigüedad cristiana recogió de la tradición apostólica el uso del óleo como símbolo de una copiosa efusión de la virtud divina sobre los enfermos y puso de relieve su dignidad y valor haciéndolo objeto de una especial bendición litúrgica que contribuyese a significar mejor delante de los fieles su eficacia espiritual y curativa.

Es oportuno examinar, en orden de tiempo, los pocos testimonios que antes del 1000 reclaman de manera segura la unción sagrada a los enfermos, sacando al final las conclusiones de orden histórico-litúrgico.

a) Un fragmento de la Didaché, conservado en la traducción copta y después reproducido en las Constituciones apostólicas (c. 380), contiene, si es auténtico, la más antigua fórmula de bendición del óleo de los enfermos. Es brevísima: "Nosotros te damos gracias, ¡oh Padre nuestro! por el óleo que nos has hecho conocer por medio de tu Hijo, Jesús. A ti la gloria en los siglos." La fórmula sigue a las tres conocidas oraciones eucarísticas (c. 910). Que ésta se refiere más bien al óleo de los enfermos que al usado en el bautismo, se deduce de la comparación con los lugares paralelos de la Traditio, de Hipólito, y del Eucologio, de Serapión, cuyas fórmulas de bendición del óleo vienen a continuación de la anáfora eucarística.

b) Otra fórmula no tan antigua, pero de indudable autenticidad, nos la ofrece el capítulo 5 de la Traditio apostólica, de San Hipólito (c. 218), precedida de la advertencia de que el obispo puede servirse, si lo juzga preciso, de palabras diversas de las propuestas. Dice el texto: De la misma manera que, después de haberlos santificado, haces donación, ¡oh Dios! a aquellos que se sirven y reciben este óleo, con el cual has ungido reyes, sacerdotes, profetas, así él lleve alivio a aquellos que lo gustan y les sirva de salud a aquellos que lo usan.

 

Es éste el primer testimonio de la aplicación del óleo bendito a los enfermos; algunos, para uso interno, beben (gustantibus); otros, para usos externos, se ungen (utentibus); en ambos casos, el fin de tal uso es el obtener un efecto corporal, la salud.

c) Durante la época clásica de los Padres latinos (del 250 a cerca del 400) no encontramos testimonios seguros acerca del óleo de los enfermos. Los pocos discutidos son de débil consistencia, porque se refieren o a la unción bautismal o a unciones de otro género, razón por la cual preferimos omitirles. Sin embargo, este silencio de los escritores eclesiásticos no debe sorprender mucho si se piensa que, si la mayoría de los fieles recibían pocas veces el sacramento de la penitencia, el del óleo santo, puramente facultativo, debían recibirlo todavía menos. Eran con frecuencia los fieles quienes hacían las unciones, y éstas generalmente no se daban a los catecúmenos ni a los penitentes, la mayor parte de los cuales se limitaban a recibir la penitencia en el lecho de muerte.

d) En la conocida carta de Inocencio I a Decencio de Gubio (416), el papa, después de haber citado el texto de Santiago, declara que sus palabras se refieren precisamente al óleo consagrado por el obispo y aplicado a los enfermos por sacerdotes y por fieles.

Es interesante observar que en la respuesta del papa se da a la unción valor de sacramento y es considerada y recibida lo mismo que los otros sacramentos, la eucaristía y la reconciliación, que los penitentes pueden recibir solamente al término de su expiación. La aplicación del óleo bendito está reservada a los enfermos en general (aegrotantes, languidi). Todos pueden dar la unción; no sólo el obispo y sus sacerdotes, sino todo fiel, excluidos los penitentes, tanto sobre sí mismos como sobre los propios enfermos.

e) A continuación de la decretal del papa Inocencio colocamos la fórmula de bendición del óleo de los enfermos: Emitte..., contenida en el gelasiano y en el gregoriano; por tanto, de origen estrictamente romano, cuya composición puede fijarse a principios o en la mitad del siglo V. Algunas expresiones suyas manifiestan detalles interesantes acerca de la disciplina del óleo de los enfermos.

El texto alude a un triple uso del óleo bendecido: la unción (ungenti), la bebida (gusianti), usos diversos (tangenti). Y ya que los verbos están en activa, se debe concluir que el enfermo mismo es el que se unge, bebe o toca con el óleo bendito. El XXX OR (n. 13), compilado hacia el final del siglo VIII, lo confirma claramente con su rubrica. Los fieles llevan a la iglesia las ampollas del óleo que desean se bendigan y las disponen sobre el pavimento del presbiterio. Los diáconos colocan algunas sobre la mesa, otras sobre las balaustradas (cancelli) que rodean al altar. Las primeras son bendecidas por el papa; las otras, por los sacerdotes,

j) Los sermones pastorales de San Cesáreo de Arles (+ 543) contienen una serie de textos de extraordinaria importancia.

La infirmitas, por la cual se pide normalmente la unción, no se considera grave si el enfermo puede dirigirse a la iglesia a recibir la eucaristía. Su fin parece ser más bien la curación del cuerpo, porque, aunque San Cesáreo aluda también a la indulgentia peccatorum que de ella se deriva, lo hace para referirse simplemente al texto de Santiago. Trátase acaso de pecados veniales (peccata minuta), porque el santo Obispo, cuando habla de pecados graves (capitalia crimina), enseña que su perdón requiere una expiación larga, dolorosa, junto con la privación de la comunión, etc.; en suma, las obras propias de la penitencia pública. Son los sacerdotes los que dan la unción, acompañados en la oración de sus diáconos; pero no sabemos que bendijesen el óleo.

En otros textos, en cambio, San Cesáreo se expresa de tal modo, que hace suponer que la unción la realizaban directamente los fieles sobre sí mismos o sobre los propios enfermos. Habla, en efecto, de madres que, en lugar de recurrir a sortilegios para curar sus hijos, deberían oleo benedicto a presbyteris (eos) perungere; de enfermos a los cuales invita ad ecclesiam recurrite, oleo vos benedicto perungite, eucharistiam Christi accipite; de cristianos poco convencidos, que en las enfermedades usan prácticas gentiles, mientras salubrius erat ut ad ecclesiam currerent, corpus et sanguinem Christi acciperent, oleo benedicto et se, et suos fideliter perungerent, et secundum quod lacobus, ap. dicit... De esta aplicación laica del óleo de los enfermos hay testimonio en la vida del santo Obispo (escrita entre el 542 y el 549), en la cual se dice que el Sábado Santo, cuando se consagraban los óleos para el bautismo de los competentes, las familias enviaban sus niños con ánforas de agua y de óleo para que se las bendijesen, exhibentes vascula cum aqua, alii cum oleo, ut eis benediceret. Una vez, habiéndole sido presentada una obsesa, capite eius manum imponens, benedictionem dedit, deinde oleum benedixit, ex quo eam nocturnis horis perungi iussit. Por lo demás, el papa Inocencio en Roma había reconocido como legítima la aplicación del óleo por parte de los fieles.

g) San Eligió, obispo de Noyón (+ 660), en un sermón que sigue la pauta de los discursos de San Cesáreo, amonesta al fiel a que en la enfermedad no se dirija a un hechicero para buscar el remedio, sino, después de haber recibido la eucaristía, pida a la Iglesia el óleo, bendito, oleum benedictum fideliter petat, y se unta él mismo el cuerpo, unde corpus suum in nomine Christi ungeat; et, secundum apostolum, oratio fidei...; et non solum corporis, sed etiam animae sanitatem recipiet.

h) Contemporáneas de San Eligio (s. VII) son las tres fórmulas galicanas para la bendición del óleo contenidas en el llamado misal de Bobio. De ellas, la primera es un exorcismo sobre el óleo; las otras dos, compuestas en forma epiclética, dan la bendición. En todas, junto con los beneficios corporales pedidos para los que ungendi sunt aut sumpti accipiunt, se afirman rotundamente los efectos espirituales, salutarern gratiam et peccatorum veniam et sanitatem caelestem conseguí mereantur.

i) Un importante pasaje del Venerable Beda (672-735), cuya autoridad fue extraordinaria en el Medievo, cierra el período precarolingio. Comentando las conocidas frases de Santiago, escribe que la práctica todavía en vigor, nunc Ecclesiae consuetudo, muestra cómo los sacerdotes ungen con óleo consagrado a los enfermos y solicitan la curación con la oración, ut, oratione comttantey sanentur. Pero, añade, tal unción no está reservada sólo a los sacerdotes, sino se concede también a todos los cristianos, ya para uso propio, ya para bien de los propios enfermos. Es necesario que el óleo sea consagrado y que aquellos que practiquen la unción invoquen el nombre de Dios.

El discurso del Venerable Beda es claro. Son, junto con los sacerdotes, los laicos más maduros (séniores) a quienes más conviene confiar la unción del enfermo para que éste cure. No se deduce, por tanto, que tal unción se realizase en la proximidad de la muerte o con un fin predominantemente espiritual. Pero Beda observa que, si el enfermo tiene pecados, obtendrá el perdón con la confesión mutua, si son veniales, ut quotidiana leviaque peccata alterutrum coaequalibus confiteamur; y si, en cambio, son graves, sometiéndolos al juicio del sacerdote y a las obras de penitencia. Por tanto, él considera la confesión como un complemento de la unción.

 

Del examen de los textos podemos deducir cuáles sen las normas disciplinares acerca del óleo de los enfermos seguidas en los primeros ocho siglos en la Iglesia occidental.

El óleo empleado para la unción debe sobre todo haber recibido una consagración. En los escritores por tanto, es claro: oleum benedictum, sancttficatum oleum, oleum benedictionis, oleum sanctum, sacratum oleum; y más específicamente: oleum pro infirmis consecratum. Los fieles llevan las ampollas a la iglesia para la bendición, y los obispos mismos, antes de ungir a los enfermos, lo santifican.

Esta bendición es la razón primaria de su eficacia y la que lo hace, como se expresa Inocencio I, un sacramentum es decir, símbolo y vehículo de la virtud divina invocada sobre él.

 

La Asistencia Cristiana a los Enfermos.

El evangélico infirmus fui et visitastis me, al cual ha hecho eco el suscipite infirmes del Apóstol, fue siempre recogido por la Iglesia y realizado sobre todo por medio de sus ministros. La caridad cristiana, secreta por deber, ha pensado un poco en escribir las páginas de su propia historia. Entre sus méritos debemos registrar el solícito y maternal cuidado espiritual de los enfermos especialmente cuando están en serio peligro de muerte. San Clemente Romano le hace objeto de una fervorosa invocación a Dios. Su asistencia la coloca San Ambrosio entre los grandes deberes cristianos y la indica como título de mérito en la vida de muchos obispos antiguos. Infirmas visitans, stipendíis largiter fovens alebat, escribe de uno de ellos Venancio Fortunato. Era ésta una asidua y cálida recomendación de los obispos a sus párrocos; Reginón de Prim (+ 915), al hacerla a sus sacerdotes, les recuerda todo lo que sobre esto había dispuesto un concilio de Nantes en el siglo VII.