El Breviario.

 

Parte 1. La Historia.

 

1. Preliminares.

 

La Oración Pública en los Tres Primeros Siglos.

Las primeras señales ciertas de una oración pública específicamente cristiana se encuentran en los Hechos (2:42), cuando se dice que aquellos fieles que se habían adherido a las palabras de San Pedro y habían recibido el bautismo erant perseverantes in doctrina apostolorum et communicatione fractionis panis et orationibus; es decir, como se expresa mejor el texto griego, eran asiduos en el aprender la doctrina de los apóstoles y mantener la unión fraterna entre ellos, participar en la fracción del pan (eucaristía) y en las oraciones en común. ¿Qué oraciones? Es difícil precisar la índole y la relación; si en relación a la Fractio panis o independientemente de ella, como parece más probable.

Separándose poco a poco la Iglesia del judaísmo y habiendo penetrado en el mundo grecoromano, encontramos la primera incipiente organización eucológica, constituida preferentemente por el oficio nocturno de las vigilias: en primer lugar, las dominicales; después, las estacionales y las cementeriales, las cuales durante más de tres siglos, es decir, hasta el advenimiento de la paz, representan, junto con la misa, la expresión pública y oficial de la oración de la Iglesia. Pero junto a ellas vemos que los fieles tienen otras oraciones (orationes legitimae), fijadas generalmente en la mañana y en la tarde; pero éstas, aunque calurosamente recomendadas, no tienen todavía carácter oficial reconocido.

Se delinea, además, desde el principio la tendencia en algunos de consagrar a la oración ciertos mementos determinados del día y de la noche (oraciones apostólicas), los cuales durante el siglo IV serán reconocidos y organizados oficialmente por la Iglesia.

En este capítulo comenzamos, por tanto, a tratar de estos primitivos elementos eucológicos; y principalmente:

 

a) de las vigilias;

b) de las oraciones legitimas y apostólicas.

 

Las Vigilias.

La vigilia o vela dominical ha sido la célula primordial del oficio divino. Originada como preludio de la celebración del ágape eucarístico, iniciada la tarde del sábado judaico y prolongada durante buena parte de la noche siguiente, constituyó la primera solemnidad del culto cristiano Los Hechos de los Apóstoles recuerdan la vela nocturna que tuvo lugar en Tróade con San Pablo (20:7), análoga quizá a la celebrada en casa de María, madre de Marcos, la noche en la cual Pedro fue liberado de la cárcel.

Podremos preguntarnos si los apóstoles al instituirla se inspiraron en algún modelo o bien pretendieron dar vida a una ceremonia original. Batiffol creyó indicar el motivo en la parusía, es decir, la idea de que Cristo habría vuelto a juzgar el mundo a la media noche de panuquia pascual, la vela, que San Agustín llama (da madre y el tipo de todas las vigilias." Esta se habría repetido después en la noche de cada dominica (Pascua hebdomadaria). Pero tal hipótesis no es sufragada por ningún texto antiguo; más aún, sería más exacto decir que fue la vigilia dominical hebdomadaria la que hizo celebrar cada año, en su aniversario, la fecha gloriosa de la Pascua. Otros descubrieron una derivación, los sacra nocturna, usadas en las religiones mistéricas; pero se trata, si acaso, de una simple analogía y no más, porque los apóstoles estaban ciertamente ignorantes de tales prácticas cuando la introdujeron. Otros hacen de ellas una continuación de la costumbre hebrea de hacer preceder ciertas grandes solemnidades de una vigilia nocturna; y esto puede presentar cierto fondo de verosimilitud. Más probablemente, la vela dominical se ha derivado del servicio litúrgico de las sinagogas, y se ha fijado después establemente por consideraciones religiosas, sobre todo la conmemoración semanal de la resurrección de Cristo y el pensamiento, dominante en aquella primerísima época cristiana, de que el Señor habría resucitado ciertamente en el corazón de la noche. La celebración de la Fractio panis, la cual en un principio, como es conocido, era asociada a un ágape de la tarde, exigía un espacio más bien largo de tiempo, que necesariamente debía extenderse a toda o a casi toda la noche.

Pero en seguida, y ya desde el principio del siglo II, la panuquia dominical, que innegablemente constituía un grave incómodo para los fieles, vino a separarse; no comienza ya al principio de la noche, sino al canto del gallo, ante lucem, dicen los informadores de Plinio (a. 115). Tertuliano al final del siglo II atestigua claramente para África esta evolución; porque llama a las reuniones litúrgicas nocturnae convocationes coetus antelucani. Era, sin embargo, una excepción la noche de Pascua, que se pasaba en vigilia toda entera: Quis solemnibus Paschae obnoctantem securas sustinebit? El ágape, que en un principio inauguraba la panuquia dominical, se había separado entre tanto de la celebración eucarística, para quedar como un rito autónomo, aun conservando el horario antiguo, la tarde.

 

Pero no era sólo la vigilia de la dominica. En la primera mitad del siglo II comienzan a introducirse también vigilias nocturnas, pasadas junto a las tumbas de los mártires con ocasión de su aniversario (vigilias cementeriales). La carta circular enviada en el 156 por los cristianos de Esmirna para participar el martirio de su obispo San Policarpo, anuncia — y no como una novedad — que desde ahora en adelante celebrarán el nacimiento del mártir velando su sepulcro. Quo etiam loci nobis ut fieri poterit, in exultatione et gaudio congregatis, Dominus praebebit natalem martyrii eius diem celebrare. San Cipriano recomienda tener cuenta del día de la muerte de los confesores para poder en el aniversario celebrar la conmemoración. Y las actas de San Cipriano, escritas por su diácono Poncio, cuentan que cuando el santo obispo fue arrestado, los fieles, temiendo que quizá fuese muerto sin saberlo ellos, pasaron toda la noche delante de su prisión, anticipando de este modo aquella vigilia que habían de celebrar después cada año en su aniversario.

La vigilia se hacía en los cementerios extra muros. He aquí por qué el elenco más antiguo de las fiestas de los mártires, la Depositio Martyrum romana, no se limita a hacer mención del día conmemorativo, sino que indica, además, el cementerio donde reposan sus cuerpos; es allá donde los fieles eran convocados. He aquí una prueba:

depositio episcoporum Catacumbas, lan. 21. XII Kal. Feb. — Agnetis in Nementana.

Y hay que hacer mención igualmente de una tercera clase de vigilias, las estacionales, porque tenían lugar semanalmente en los así llamados días de estación o de ayuno, el miércoles y el viernes. Son ya recordados por la Didaché (VIII); y el Pastor, de Hermas, escrito en Roma hacia el 140, les da por vez primera el nombre de "estaciones." Tertuliano insiste de manera particular, sea para inculcar la asistencia — por lo demás, obligatoria — a estos ejercicios, sea para recomendar que los que intervenían participasen en el sacrificio eucarístico, con el cual en África y en Roma se ponía fin al semiayuno. cosa que muchos opinaban no se podía hacer.

¿Corno se desarrollaba el oficio de la vigilia? No tenemos testimonios primitivos directos, pero poseemos uno indirecto en la ordenación de la vigilia pascual, substancialmente en uso todavía hoy. Se inauguraba la función con la ceremonia del lucernario, para dedicar a Dios la trémula llama que quería visitar las tinieblas de la sagrada vela. Debía seguir una serie numerosa de lecturas, sacadas de los libros santos, alternadas con el canto responsorial de los salmos y de las odas proféticas (cánticos), comentadas por los presbíteros o por el obispo y seguidas de sus colectas. Plinio alude todavía al canto de himnos: Carmen dicere Christo quasi Deo, sobre el tipo del Gloria in excelsis de los cántica spiritualia de que habla San Pablo. No debía, en fin, faltar una especie de letanía intercesoria, como estaba en uso en el servicio litúrgico de las sinagogas, y claramente mencionada por San Pablo y por San Justino, que servía de pasaje y de introducción a la solemnidad eucarística propiamente dicha. En efecto, la letanía ha quedado después, por varios siglos, en la misa, en el punto de unión de sus dos partes, la así llamada misa de los catecúmenos y la de los fieles. Tertuliano resume exactamente en estas pocas frases todo el esquema litúrgico de la vigilia: Prout Scripturae leguntur (lecturas), aut psalmi canuntur (cantos), aut adlocutiones proeferuntur (sermón), aut petitiones delegantur (letanía). En Roma, hacia el 150, la vigilia estacional, comenzada al surgir la aurora, como dice Hermas, se prolongaba hasta nona, cuando cesaba el semiayuno. En África, toda oración era recitada de rodillas. A la vigilia dominical sucedía inmediatamente la misa (la de los fieles); en las vigilias estacionales se seguía el uso de las varias iglesias.

De manera semejante debían desenvolverse las vigilias cementeriales. El autor de la Passio de San Saturnino de Tolosa (mitad del siglo IIl) dice que las fiestas de los mártires son conmemoradas solemnemente: vigiliis, hymnis ac sacramentis etiam solemnibus honoramus. Se leía la historia de su martirio, el nombre del mártir era recitado durante la misa y tenía derecho a un puesto de honor. La Oratio ad sanctorum coetum, que puede ser anterior al concilio de Nicea, describe así los honores litúrgicos tributados en la vigilia a los mártires: "Cantamos himnos, salmos y alabanzas a Aquel que ve todo y celebramos en honor de algunos hombres el sacrificio eucarístico, donde nada tiene que hacer la sangre y la violencia. No se siente el olor del incienso, ni se ven las antorchas, sino sólo una clara llama apenas suficiente a alumbrar a los orantes. Muchas veces asociamos una modesta refección para confortamiento de los pobres y de los enfermos."

Estas palabras reflejan también la costumbre primitiva de consagrar a la conmemoración del mártir una vigilia entera, que comenzaba al atardecer y debía de terminar entrada ya la noche. Pero a principios del siglo V sucede un cambio importante. La vigilia, por motivo quizá de desórdenes fáciles de suceder, se dividió en dos tiempos distintos: comienza al ponerse el sol con un oficio vespertino, después del cual cada uno se va a casa; al gallicinium se vuelve a la iglesia para la vigilia propiamente dicha (salmos y lecturas), que se termina con la misa.

San Basilio (+ 379) tiene un comentario interesante a la frase paulina psalmis producere noctem, describiendo el orden de las vigilias en su tiempo. "Entre nosotros (en Cesárea) — dice él —, el pueblo se levanta durante la noche y va a la casa de la oración; alaba a Dios en la fatiga, en la compunción y en las lágrimas, y después de este preludio de oración pasa al canto de los salmos." Se divide, en primer lugar, en dos coros, los cuales se reparten recíprocamente los versículos del salmo y las antífonas (salmodia antifónica); después de lo cual todos escuchan en silencio las enseñanzas de las Escrituras (lecciones escriturísticas); sigue después el canto de un salmo a manera responsorial. Un cantor solo lo ejecuta, mientras todos los presentes se limitan a responderle con un simple estribillo (salmodia responsorial). De esta manera, "después de haber pasado la noche en la variedad de las salmodias, intercaladas por oraciones, apenas despunta el día, todos seguidamente, con voz unánime, cantan el salmo de la confesión."

Sin embargo, en tiempo del poeta Nolano debían existir todavía en Roma vigilias que mantenían la antigua disciplina de la pannuchia; por ejemplo, las de Pascua y Pentecostés, de Jos apóstoles Pedro y Pablo, de San Lorenzo, de los Santos Juan y Pablo y de los sábados de las témporas.

 

De las vigilias primitivas, si, estrictamente hablando, ninguna ha perdurado hasta nosotros, sin embargo, de algunas quedan todavía sensibles señales en la ordenación litúrgica del año eclesiástico y del breviario. La pannuchia de Pascua y de Pentecostés substancialmente revive en la función matutina de los sábados precedentes a las dos fiestas, y la vela dominical se encuentra fácilmente en los largos y antiguos formularios de las misas de las témporas, llamados en lenguaje litúrgico Sabbata in XII lectionibus.

Sería erróneo, sin embargo, creer que las actuales vigilias, acompañadas o no de un ayuno, con el cual son espiritualmente preparadas algunas solemnidades grandes, sean la anticipación al día anterior del oficio nocturno y de la misa de las fiestas relativas.

Ayuda observar cómo, comenzando el siglo V, se advierte la tendencia a santificar ciertas solemnidades más importantes, poniendo delante un período de tiempo o al menos una jornada de penitencia y de oración; ieiunio praeveñire, dirá un Ordo medieval. San Agustín recuerda el diem Íeiunii Natalis Domní, y Crisóstomo el de la Epifanía; el leoniano trae las misas tituladas in ieiunio, precedentes a la fiesta de Pentecostés; de los Santos Pedro y Pablo y de San Juan Bautista. Estas jornadas preparatorias, desde el siglo VII son llamadas en los libros litúrgicos vigiliae; al principio del sacramentarlo gelasiano se lee, en efecto, in vigilns Natalis Domini, ad nonam.

La frase ad nonam exige precisamente el carácter penitencial de la vigilia, que se mostraba no sólo en los textos de la misa y en la índole del oficio, sino, sobre todo, en el hecho de que la misa era celebrada ad nonam. cuando se cerraba el ayuno vigiliar. Todavía hoy la rúbrica prescribe que, en las iglesias monásticas y colegiatas, la misa de la vigilia sea cantada post nonam.

 

Las Oraciones "Legítimas" y "Apostólicas."

No podemos dudar de que, desde la edad apostólica, los fieles, acordándose de las frecuentes recomendaciones del divino Maestro, fuesen asiduos en la oración, no sólo en las reuniones litúrgicas, sino también en lo íntimo de sus casas. Los Hechos nos dan expreso testimonio (2:42). Pero más tarde, los escritores entre los siglos II y III hacen clara mención de los dos momentos de la jornada en los cuales el cristiano era particularmente invitado a orar: a la mañana y la tarde. Más que de una invitación, parece que se tratase de una obligación. Tertuliano (+ 220), que puede dar fe de las costumbres de África y de Roma, las llama, en efecto, legitimae orationes; legítimas, porque son conformes a una ley o, si se quiere, a una costumbre equivalente. Se podría con fundamento encontrar un lejano antecedente en el uso litúrgico judaico de las analogías con los cultos paganos. Fuera de ellas, continúa Tertuliano, cjuae sine admonitlone debentur ingressu lucís et noctis, no existen otras oraciones de obligación ligadas a una hora fija, salvo el deber general de orar omni tempore et loco.

La Traditio, de Hipólito, escrita alrededor del 220, confirma substancialmente las palabras de Tertuliano. Impone a la mañana una oración apenas se ha levantado el cristiano, antes que se dirija al trabajo, y a la tarde igualmente, antes de acostarse.

En cuanto al uso egipcio, Clemente Alejandrino confirma, a su vez, la existencia de las oraciones legítimas, que se hacen ad ortum matutinum y antequam eatur ad cubitus, pero las pone en el mismo plano de las otras diurnas y nocturnas, de las cuales hablaremos dentro de poco. San Cipriano (+ 258) dice lo mismo, pero insiste de modo particular sobre las legítimas oraciones: Nobis, fratres dvectissifhi, praeter horas antiquitus observatas, orandi nunc, et spatia et sacramenta creverunt. Nam et mane orandum est, ut resurrectio Domini matutina oratione celebretur... Recedente ítem solé ac die cessante, necessario rursus orandum est. De las citas referidas antes, se ve cómo la oración matutina y vespertina de la que hablan los escritores era más bien de índole privada, hecha en casa, aunque su carácter obligatorio le diese categoría semioficial. Es preciso, sin embargo, destacar cómo la Traditio distingue entre días feriales y dominicales. En éstos, el fiel era convocado a la mañana in ecclesía para las lecturas sagradas, la palabra de Dios y todo lo demás; a la tarde se volvía para el lucernario, seguido del rito del ágape, que se desenvolvía entre salmos y oraciones.

 

Tertuliano, que nos ha hecho conocer las "legítimas" oraciones, es el primero en citar otras, mas no obligatorias como las primeras, distribuidas a lo largo de la jornada, a las horas de tercia, sexta y nona, oraciones que podremos llamar apostólicas, porque son puestas por él en relación con tres importantes episodios apostólicos de la Iglesia naciente. He aquí sus palabras: De tempore vero non erit otiosa extrinsecus observatio etiam horarum auarumdam. Istarum dico communium, quae diu ínter spatia signant tertia, sexta, nona, quas sollemniores in Scriptura invenire est. Primus Spiritus sanctus congregatis discipulis hora tertia infusus est. Petrus qua die visionem communitatis omnis in illo vásculo expertus est, sexta hora ascenderat orandi gratia in superiora. ídem cum loanne ad nonam in templum adibat, ubi paralyticum sanitati reformavit suae.

Después de Tertuliano, las tres horas apostólicas son mencionadas por casi todos los escritores de su época, si bien con diversa significación. Clemente Alejandrino descubre la semejanza de las tres divinas personas; Hipólito Romano y San Cipriano, el recuerdo de la crucifixión, agonía y muerte del Salvador.

¿Debemos creer que las tres horas del ciclo eucológico diurno se remontan verdaderamente a los apóstoles, como alguno ha sugerido? Esto es poco probable. La Didaché, escrita en Siria, no alude a ello; se limita a inculcar la recitación del Pater noster, con una doxología final, tres veces al día, lo que, según la tradición judaica y en la interpretación más obvia, significaría mañana, mediodía y tarde, la división acostumbrada de la jornada. Podemos suponer, por tanto, que las tres horas han surgido en la devoción privada hacia la mitad del siglo II, a imitación de los tres tiempos de oración observados por los apóstoles. A ellas, además, debía asociarse por muchos una oración nocturna, a ejemplo de Cristo y conforme a una antigua costumbre del ascetismo hebreo. Pero todas las susodichas oraciones, aunque en seguida universalmente acogidas por las almas más fervorosas y ampliamente recomendadas, como veíamos, por los escritores cristianos, no obtuvieron un reconocimiento oficial en la Iglesia antes del siglo IV.

 

 

2. Génesis de las Horas Canónicas.

 

Las Primeras Delineaciones del Oficio.

Con la paz concedida a la Iglesia y con la aceptación de la fe por masas considerables de fieles, todos los elementos del culto se reorganizan, se completan y reciben un impulso y un crecimiento vigoroso. También la oración pública participa de este renacimiento litúrgico, se precisa mejor en sus formas, y la autoridad religiosa le imprime su carácter oficial.

Se comenzó con las oraciones "legítimas," tradicionales entre el pueblo creyente, a la mañana y a la tarde. Hasta entonces eran recitadas en casa; de ahora en adelante, el que tenga más tiempo y más fervor podrá ir a la iglesia y encontrar, presidido por el clero, un oficio compuesto de oraciones y de salmos. Quizá la práctica en alguna comunidad, como en África y en Roma, podía haber sido introducida también antes de Constantino. Un texto de la Apología, de Arnobio el Viejo, escrita alrededor del 300, podría fácilmente dejarlo creer; pero es cierto que hacia la mitad del siglo IV ha llegado a ser común tanto en Oriente como en Occidente.

Sozomeno refiere que Zenón, obispo de Maiouma, muerto centenario en el 380, no dejó jamás de asistir al servicio de los salmos de la mañana y de la tarde." Es el testimonio más antiguo llegado hasta nosotros acerca de la existencia de un servicio salmódico dos veces al día. Las "Constituciones apostólicas imponen al obispo el deber de invitar calurosamente al pueblo a congregarse en la iglesia "a la mañana y a la tarde de cada día." La oratio lucernalis y la oratio matutina prescritas por ellas ofrecen un esquema litúrgico ya fijo y completamente desarrollado, que comprende, además de los salmos 62, Deus, Deus meus, ad Te de luce vigilo, para la mañana, y 140, Domine, clamavi ad Te, para la tarde, una oración, seguida de la acción de gracias del día y de la noche, recitada por el obispo.

Eteria, que describe la costumbre de Jerusalén, nos da una relación detallada de la función matutina y vespertina celebrada en la Anástasis; de esto hablaremos en seguida. Para el Occidente tenemos, alrededor del 360, una explícita declaración de San Hilario de Poitiers: Progressus Ecclesiae in matutinorum et vespertinorum hymnorum delectatione máximum misericordiae Dei signum est. Dies in orationibus Dei inchoatur, dies in hymnis Dei clauditur. En Milán, las referencias de San Ambrosio, y especialmente una conmovida evocación de San Agustín con respecto a Mónica, su madre, nos dicen lo mismo: Bis in die, mane et vespere, ad ecclesiam tuam, Domine, sine ulla intermissione venientis, non ad vanas fábulas et añiles loquacitates, sed ut te audiret in tuis sermonibus, et tu illam in suis orationibus. Estos claros testimonios demuestran que los dos oficios matutinos y vespestinos, que más tarde serán llamados laudes y vísperas, habían entrado ya en el uso litúrgico y llegado a ser oración pública de la Iglesia.

 

Ascetas y Vírgenes.

Hemos aludido arriba a estos grupos escogidos de almas más fervorosas — y existían, poco más o menos, en todas partes — que no se contentaban con los ejercicios eucológicos ordinarios, sino que, secundando el impulso del Espíritu Santo, consagraban todos los días a la oración también las tres horas diurnas y una vigilia nocturna. Mientras la Iglesia fue sacudida por las persecuciones, estas almas generosas podían difícilmente comunicarse y entenderse entre sí; pero con el advenimiento de la paz y de la libertad comenzaron a afianzarse y a unirse. Vemos, en efecto, en la primera mitad del siglo IV, junto a las grandes iglesias de Alejandría, Antioquía, Jerusalén y Edesa, grupos de hombres y de mujeres que se constituyen en una especie de confraternidad, formando como un grupo intermedio entre el clero y el pueblo fiel. Quedan a veces en el mundo, en su propia casa, pero más frecuentemente se reúnen en pequeñas comunidades fuera de las ciudades, y, animados de un severo sentido de ascesis y de penitencia, se obligan a la castidad perpetua y a asistir a prácticas particulares de piedad, es decir, a una vigilia nocturna cotidiana, posiblemente en común, y un ejercicio diurno de oración casi ininterrumpida, que comprendía maitines, tercia, sexta, nona y vísperas. En Siria, donde parece que han surgido por primera vez estas uniones, los hombres fueron llamados monazontes, y las mujeres, parthenae; en Egipto, spóudaei o phllopones; en Jerusalén, aputactites; en otras partes, ascetas y vírgenes.

En el tratadito anónimo De virginitate, escrito alrededor del 300, es prescrito a la "virgen" levantarse cada noche a recitar de pie cuantos salmos le sea posible, añadiendo a cada uno una oración de rodillas. Y San Juan Crisóstomo, hablando de los ascetas de Antioquía, dice que cada noche, al canto del gallo, se levantaban para cantar entre sí los salmos de David; después, hecho un pequeño descanso, apenas nacía el sol, recitaban las laudes matutinas; se reunían todavía tercia, sexta y nona, y a la tarde, salmodias y oraciones. Pero, como decíamos, en esta época ya se celebraba cotidianamente en las iglesias un oficio litúrgico a la mañana y a la tarde, si bien no estrictamente obligatorio.

Llegadas las cosas a este punto, faltaba dar sólo un paso: que la autoridad religiosa concediese a los ascetas el reunirse en las iglesias, dando así a sus prácticas una especie de investidura oficial. Esto sucede en primer lugar, según parece, en Antioquía, bajo el obispo semiarriano Leoncio (344-357). En esta iglesia era muy fuerte el partido ortodoxo, dirigido por dos laicos muy influyentes, después obispos, Diodoro y Flaviano, los cuales estaban también en cabeza del grupo de los ascetas y de las vírgenes de la ciudad. Obtuvieron de Leoncio el poder reunirse para su vigilia nocturna cotidiana en la basílica catedral de Antioquía y que también participase el clero. Esta novedad hizo mucho ruido y encontró mucha simpatía sobre todo entre el pueblo, difundiéndose largamente. San Basilio la introdujo en el 375 en Cesárea, a pesar de alguna oposición; San Juan Crisóstomo, en Constantinopla, imponiéndola al clero, a quien agradaba poco; San Ambrosio, en Milán, como atestigua Paulino, su biógrafo. En Jerusalén, donde los ascetas y las vírgenes formaban grupo muy numeroso, la nueva práctica tomó una solemnidad y un desarrollo verdaderamente extraordinarios. Eteria, que escribió alrededor del 385, nos ha dejado una minuciosa descripción, que, por su importancia, merece ser resumida.

 

El Oficio Divino en Jerusauén (A.385-390).

La relación de Eteria distingue entre el oficio ferial y el de la dominica.

El oficio ferial de la semana comienza con el lucernario (hic appellant licinicon, nam nos dicimus lucernare) a la hora décima (hacia las dieciséis); y observa que era llamado así porque se iniciaba con el encender las lámparas de la iglesia, trayendo la llama de la lámpara que ardía noche y día delante del sepulcro. El pueblo se dirige a la Anástasis, la catedral de Jerusalén, edificada sobre el Santo Sepulcro; los ascetas cantan antifónicamente los salmos lucernares, hasta que en determinado momento desciende el obispo y va a sentarse sobre la cátedra rodeado por los presbíteros. Terminado el canto de los salmos, se pone en pie; un diácono da comienzo a la recitación de una oración en forma de letanía de intercesión, a cada una de cuyas invitaciones los niños del coro responden Kyrie eleison. Después de lo cual el obispo pronuncia una oración para todos, después una especial para los catecúmenos bendiciéndolos y, finalmente, una tercera para los fieles, a quienes también bendice, et sic fit missa Anastasis. Se va después al vecino oratorio de la Cruz, donde se guardaba el madero, de la verdadera cruz, cantando un salmo; aquí el obispo recita algunas oraciones; después retorna a la Anastasis, y la reunión se disuelve, pues es ya de noche.

La vigilia nocturna comienza ante pullorum cantum (las tres). Los monazontes y las parthenae retornan a la Anastasis para el oficio nocturno, en el cual participa también un buen número de fieles, bajo la presidencia de dos o tres sacerdotes o diáconos. La asamblea se divide en dos coros para responderse mutuamente con los versículos de los salmos. Primero se cantan tres, intercalados por una colecta del sacerdote; después, estando todos sentados, el solista canta otros tres, al fin del cual el coro responde con un estribillo doxológico, que precede a la colecta sacerdotal; siguen, finalmente, tres lecciones. Entre tanto, despunta el alba.

Ubi ceperit lucescere se dicen los himnos matutinos, que constituyen el oficio tradicional de los maitines; llega el obispo con su clero, recita, como en vísperas, una oración pro ómnibus, después pro cathecumenis y, finalmente, pro fidelibus. Bendice a los presentes y los despide, pues es ya de día, et fit missa iam luce.

Eteria no alude a la misa, porque ésta se celebraba solamente la dominica, en las fiestas de los mártires, el miércoles y viernes de cada semana, días de estación, y en Cuaresma el sábado. También ha pasado en silencio la hora de tercia.

De las horas diurnas es recordada solamente la hora de sexta y de nona, celebradas en la Anastasis, con la recitación de salmos y con la intervención del obispo, que clausura el oficio, como en maitines. Así se desarrollaba en los días alitúrgicos el oficio eucológico cotidiano, introducido por los ascetas e inserto en el preexistente de la mañana y de la tarde.

En el oficio dominical se revela aún más claramente la unión del cursus antiguo con el más reciente de los ascetas. Al primer canto del gallo se da comienzo, en primer lugar, a la vigilia tradicional. Desciende el obispo a la cripta del Santo Sepulcro, y entonces se abren todas las puertas de la basílica, mientras los fieles, que ya estaban fuera esperando, ocupan sus puestos. Se cantan, en primer lugar, tres salmos responsoriales y se recitan tres oraciones, después de lo cual, mientras los inciensos quemados dentro de la cripta del Santo Sepulcro difunden por toda la iglesia su fragancia, el obispo, estando a la entrada de la cripta, lee el evangelio de la resurrección, entre las lágrimas de los asistentes. Después de la lectura del evangelio, todos se dirigen al santuario de la Cruz, donde se canta un salmo, seguido de una oración; después, el obispo bendice al pueblo et fit missa. Hasta aquí el oficio vigiliar antiguo, obligatorio para el clero y para los fieles. A él sigue inmediatamente la vigilia de los ascetas, con el canto de los salmos antifónicos propios de ellos.

Etiam ex illa hora — dice Eteria — revertuntur omnes Mona zontes ad Anastasim et psalmi dicuntur et antiphonae usque ad lucem, et cata singulos psalmos vel antiphonas fit oratio, Algunos sacerdotes o diáconos vigilan por turno esta segunda vigilia; los simples fieles pueden asistir o volver a sus casas y reposar.

 

El Canto Antifónico.

Se habrá notado en la narración de Eteria que, cuando en los oficios propios de los ascetas se habla de salmos, éstos son cantados antifónicamente, dicuntur psalmi et antiphonae; mientras, tratándose de los oficios más antiguos, los salmos son cantados responsorialmente, dicit psalmum quicumque de presbyteris et respondent omnes. En efecto, comenzando desde los tiempos apostólicos y hasta la mitad del siglo IV, el único canto en uso en las asambleas litúrgicas era el responsorial, ejecutado por un solista con una cierta riqueza de melismas, al menos en muchas iglesias, al cual respondía el pueblo con una frase a modo de estribillo, breve y melódicamente muy simple.

Pero con la introducción de las vigilias se debió de sentir la necesidad de un canto más ágil, en el cual todo el pueblo pudiese participar más activamente para tener siempre despierta la atención. A esto proveyó la introducción del canto antifónico. En un principio, según la etimología de la palabra, éste significaba canto en octava, o sea un canto destinado primero a voces de hcmbre, ejecutado con voces blancas (que cantan en octava superior). Pero después, canto antifónico pasó a significar, sin más, canto alternado entre dos coros. El primero, formado por el clero, que conocía el Salterio, cantaba cada uno de los versículos del salmo sobre una línea melódica corriente; el segundo, formado por la masa del pueblo, ignorante de los salmos, no podía más que limitarse a responder en cada versículo o grupo de versículos con una breve frase salmódica, que se llamaba antífona. Este canto sencillo y práctico fue introducido primeramente en Antioquía por Teodoro y Flaviano en las vigilias cotidianas de los ascetas. Pero no fue inventado por ellos, porque existía ya en el antiguo teatro griego y en el siglo I junto a los terapeutas de Alejandría. Diodoro lo conoció viajando a través de las iglesias de Persia y Mesopotamia, y de allí lo trasladó a Antioquía, como atestigua Teodoro de Mopsuestia, uno de los miembros del Asceterion de aquella ciudad.

En seguida, el nuevo canto antifónico se difundió por toda la Iglesia. San Basilio lo introdujo en Cesárea en el 375, y San Crisóstomo en Constantinopía, después de haberlo visto en Antioquía, su patria. A Roma fue llevado, según parece, bajo el papa San Dámaso (366-384), y probablemente después del concilio de Roma del 382, en el cual tomaron parte muchos obispos griegos y sirios. En Milán, según cuenta San Agustín, fue introducido en el 386 por San Ambrosio para sostener el coraje de su pueblo durante la persecución arriana: Tune hymni et psalmi ut canerentur secundum morem orientalium partium, ne populus taedio contabesceret, institutum estl7. Este sistema, atestiguaba San Agustín, había sido imitado por todas las iglesias del resto del universo.

Por tanto, en la época a la cual hemos llegado, es decir, al final del siglo IV, vemos organizado en las principales iglesias un doble servicio eucológico o cursus: el cursas nocturno, que comprende las vísperas, el oficio nocturno ferial y dominical al gallicinio y las laudes (Hymni matutini), y el cursus diurno, en tercia, sexta y nona. De ellos, el primero se va haciendo de uso general, seguido por el clero y el pueblo; en cambio, el segundo lo encontramos sólo aquí o allá, y limitado a los monjes y a los ascetas.

 

Los "Cursus Officii" Monásticos

y Seculares de los Siglos V y VI.

 

La Oración Pública en los Monasterios.

Mientras durante el siglo IV en las iglesias episcopales se organizaba el oficio diurno y nocturno, surgía y se desarrollaba otra importante elaboración eucológica entre las primeras comunidades monásticas,. Cuna del monaquismo fue Egipto. Aquí, una multitud de aquellas almas fervorosas que se habían impuesto una vida ascética en medio del mundo, queriendo huir más eficazmente de sus peligros y consagrarse con mayor libertad a Dios, habían marchado al desierto, que se extiende a lo largo de las riberas del Nilo hasta el mar Rojo, para vivir en soledad. La primera forma, por tanto, de la vida monástica fue la eremita. Los primeros solitarios, como San Antonio (+ 356), San Hilario (+ 370) y San Macario (+ 390), tuvieron en seguida numerosísimos discípulos; pero éstos en un principio no hacían vida en común; se reunían apenas el sábado y el domingo para la sinaxis eucarística. El primer cenobio fue fundado en el 317 por San Pacomio, en Tabenna, en la Tebaida superior. De Egipto la vida monástica pasó en seguida a Palestina, Siria, Mesopotamia y a todo el Oriente, donde el verdadero padre de la vida monástica fue San Basilio (+ 379), autor de una regla bien ordenada y muy austera, adoptada por la mayor parte de aquellos monasterios.

También en Occidente el monaquismo se esparció muy rápidamente después que San Atanasio, refugiándose en Roma en el 340, con la vida de San Antonio escrita por él y con el ejemplo de los monjes que le habían acompañado en el exilio, divulgó entre los occidentales la noticia y el gusto por la vida cenobítica. Más tarde, en el 404, San Jerónimo hizo conocer las reglas, traduciendo al latín la de San Pacomio. Las principales ciudades de Italia y de las Galias tuvieron así la suerte de recibir a los monjes entre sus muros. Roma tuvo sus monasterios; San Ambrosio fundó uno en Milán; San Eusebio, en Vercelli; San Martín, en Poitiers y en Tours; San Juan Casiano, dos en Marsella, entre ellos el de San Víctor, que adquirió después tanta fama.

¿Cómo era regulada la oración pública en todas estas comunidades monásticas? Diremos en primer término que fue considerada como la ocupación principal de la jornada del monje, más aún, el Opus Dei por excelencia, va que, como observa Fírmico Materno a mitad del siglo IV, quod in homine máximum est linguae ac mentís officium Auctoris sui laudibus deputare. La expresión clásica de la alabanza a Dios era el canto de los salmos.

El nos hace admirar a los monjes, cuyo celo por la salmodia no conoce límites. No sólo la realizarán durante el día horas determinadas, sino que la noche misma está dividida.a tal fin en vigilias bien diferenciadas según un orden preestablecido. Y, apenas levantados del reposo, su primer cuidado es el de satisfacer a la devotio matutina y ofrecer las alabanzas al Creador. También los que viven confinados en la soledad se dan prisa en recurrir al canto de los salmos, encontrando el medio para alimentar su fervor y la alegría espiritual. No todos, continúa diciendo Fírmico, aprueban tal disciplina; más aún, tachan de ociosidad aquellas largas horas consagradas a la salmodia, observando que sería más útil a las almas y más digno de Dios contentarse con oraciones menos prolongadas y eliminar todo aquello que puede agradar al espíritu. Pero, contra éstos, debe sostenerse que nada es más venerable ni más digno del culto cristiano que este entusiasmo por cantar las alabanzas de Dios. Que si este "servicio glorioso" de la salmodia engendra gusto en el alma, esto le puede valer para fortificarse eficazmente contra los peligros.

La ordenación de la oración en las primeras comunidades monásticas de Egipto es un punto de importancia capital en la historia del oficio divino, porque sus influencias se hicieron sentir largamente no sólo en Oriente, sino igualmente en las reglas monásticas occidentales y en el cursus de la misma Iglesia de Roma, como veremos.

 

Los "Cursus" Monásticos Orientales.

Es natural que se hable en primer lugar de los cursus orientales, porque el Oriente, y en particular Egipto, ha visto las primeras formas. Hay que observar, sin embargo, en seguida cómo es muy difícil delinear un bosquejo preciso; porque en un principio no se tuvo, como es fácil imaginar, criterio uniforme en la elección y en el orden de los salmos, como igualmente en los otros elementos de la oración Casiano, que nos da informaciones bastante amplias sobre el particular al menos en sus líneas generales nos atestigua que, mientras en Egipto y en la Tebaida la disciplina de la oración era bastante uniforme en todas las comunidades monásticas, en Palestina y en Siria los cursus variaban con el variar de los monasterios, y se podían contar tantos cuantos abades los gobernaban.

En cuanto a Egipto, es preciso distinguir entre el grupo de los monasterios pacomianos y los otros innumerables esparcidos a lo largo de la inmensa llanura del Nilo.

a) El "cursus" pacomiano.-En los diversos monasterios de Tabenna, regidos por una única cabeza, los monjes atendían a la oración también durante el trabaio. De noche recitaban doce salmos, intercalados de responsorios, de aleluyas y de lecciones escriturísticas. El oficio vespertino contaba igualmente otros doce salmos, reservándose otros doce para el oficio de la aurora. Para la solemnidad pascual, los monjes de las diversas casas se reunían en la casa madre, y así los oficios sagrados en aquellos días eran celebrados por cinco mil o más personas. En las diversas preposituras, una trompeta daba la señal de la oración. La salmodia era ejecutaba en forma responsorial; uno cantaba, los otros escuchaban en silencio, respondiendo apenas a intervalos con un breve emblema.

b) El "cursas" egipcio.-Comprende todo aquel complejo de monasterios florecientes diseminados por Egipto y la Tebaida, en los cuales cuando los visitó Casiano (a.402), nuestra fuente de información más copiosa y más segura, existían ya tradiciones litúrgicas muy antiguas. Los monjes egipcios decían en común solamente el oficio de la tarde (vespertina synaxis) y el de la noche (nocturnae solemnitates). Estos dos oficios eran idénticos, y se componían de doce salmos, ejecutados por un lector en canto responsorial y escuchados sentados. Al final de cada salmo, todos, postrados en tierra, rezaban por algún tiempo en silencio (oratio mentalis); después, estando en pie con los brazos abiertos, escuchaban la colecta, recitada por el sacerdote. A los doce salmos seguían dos lecturas, la primera sacada del Antiguo Testamento, y la otra del Nuevo. El duodécimo salmo era siempre uno de aquellos que en el Salterio tienen para intercalar el Alleluia. Además, el Gloria Patri se decía solamente de manera antifónica después de los salmos ejecutados. Los monjes celebraban el oficio estando también ocupados en su trabajo de tejer esteras. Durante el día meditaban siempre en los salmos; y por esto, observa Casiano, no tienen las horas canónicas diurnas, porque la oración abarca toda entera su vida, como en una atmósfera de cielo.

 

El "cursus" siro-palestinense. — En los monasterios de Palestina y de Mesopotamia, el oficio de la vigilia comprendía tres nocturnos distintos, compuestos cada uno de tres salmos antifónicos, cantados mientras la asamblea estaba en pie; después, otros tres en forma responsorial, a los cuales seguían tres lecciones escriturísticas; por tanto, en total, dieciocho salmos y nueve lecciones. Los salmos matinales (laudes), formados por el grupo 148-150 (Laúdate Dominum de caelis; Cántate Domino; Laúdate Dominum in sanctis eius) y probablemente de alguno antiguo, como el Benedicite, eran cantados inmediatamente después de los nocturnos. En cada una de las horas diurnas se decían generalmente tres salmos.

Es interesante cuanto narra Casiano respecto a la institución de la hora de prima. Encontrándose (hacia el año 382) en el monasterio de Belén, ocurría este inconveniente: que los monjes después de las laudes solían retirarse a sus celdas para dedicarse a la meditación o a rezar por cuenta propia. Pero que algunos más negligentes se echaban a dormir hasta la hora de tercia, omitiendo así al comienzo del día la oración y la lectura de las Sagradas Escrituras. Este desorden determinó a los superiores del monasterio a introducir a la salida del sol una nueva hora de oración en común, con los salmos 50 (Miserere mei, Deus), 72 (Quam bonus Israel Deus) y 89 (Domine, refugium factus es nobis), hora que más tarde San Benito llamó prima. Esta innovación se esparció en seguida por todas partes y después pasó también a Occidente.

Gran importancia tenía en los monasterios palestinenses la hora del lucernario (vísperas). Casiano la une al sacrificio vespertino del Calvario y al eucarístico de la última cena; mientras, en otras partes esta parte del oficio tenía el bello nombre de Eucharistia lucernaris, formando parte el salmo 140, Domine, clamavi ad Te, exaudí me, que anuncia precisamente el sacrificio vespertino del Redentor. Después de las vísperas existía ya el uso de añadir algunos salmos que se referían más particularmente al reposo nocturno, y que más tarde San Benito llamará Completorii.

 

Acerca de los cursus monásticos orientales hay que observar geneíalmente que, a través de su inmensa variedad de vida, como observa Casiano, debida a las tradiciones locales o al criterio de los abades, se revela muy marcada la final y después desapareció. Comprendieron por esto los Padres que el número de doce era querido por el cielo tendencia de los monjes a constituirse "cánones" muy prolijos, hasta el punto de recitar en una sola noche el Salterio entero. Así, por ejemplo, se hacía en el monasterio del monte Sinaí, como se deduce de un documento del siglo VI, de los abades Juan y Sofronio, que narra la visita hecha por San Nilo (+ 420). El Canon nocturno comenzaba después de la cena, precedido de una especie de completas, compuestas por seis salmos y el Pater noster. Seguía después el Salterio entero, dividido en tres nocturnos. Después de los 50 primeros salmos, el abad Nilo recitó el Pater, y, habiéndose sentado todos, uno de los discípulos leyó la epístola de Santiago; después de los 50 segundos salmos, otro monje leyó la carta de San Pedro, y, finalmente, después de los últimos 50 salmos, Nilo entregó al abad Juan el códice para que leyese, a su vez, la epístola de San Juan. Después, levantándose la asamblea, cantó los nueve cánticos acostumbrados, pero sin troparios y sin el mesodion después del tercero, el sexto y nono cántico. Siguió el Pater con la letanía, después los salmos matutinos (148-150), el Gloria in excelsis, el símbolo de Nicea con el Pater y la invocación Kyrie eleison repetida 12, 30 y 300 veces. Finalmente, el abad Nilo cerró el oficio con una breve colecta.

Expresión de ese mismo celo indiscreto y de una inexacta interpretación de las palabras de Cristo Oportet semper orare, ha sido la introducción de un cursus canónico ininterrumpido, diurno y nocturno, que tuvo lugar a principios del siglo V por obra del abad San Alejandro (+ 430). En los dos monasterios fundados por él sobre el Eufrates y en Constantinopla. dividió el grupo de los monjes (cerca de 400 en el primero y 300 en el segundo) según la lengua de origen, formando ocho o seis coros, que se sucedían en el canto del oficio, de manera que el Opus Dei no cesase nunca en ninguna hora del día y de la noche. El pueblo llamó a estos monjes acemeti (no durmientes). La Latís perennis respetaba la constitución existente de la salmodia con sus salmos y sus lecturas, pero suprimía todo intervalo entre las horas canónicas.

La institución fue imitada también en Occidente, en el monasterio de San Mauricio, en Agauno, en el 522, y en otros varios monasterios de las Galias, donde se mantuvo hasta todo el siglo XII.

 

El "cursus" de San Cesáreo. — En las Galias, el cursus monástico más antiguo del cual poseemos fragmentos de algún valor es el implantado por Juan Casiano en su monasterio de San Víctor, en Marsella, y en el no menos famoso de Leríns, fundado por su amigo y discípulo Honorato, de donde salió gran número de abades y de obispos, que divulgaron la práctica en toda Francia. El más célebre de éstos fue San Cesáreo de Arles, el cual hacia el 502 extendió para sus monjes un Ordo psallendi conforme al uso de Leríns. El cursus practicado por este grupo de monasterios se inspiraba substancialmente, como confiesa el mismo Casiano, en el tipo por él observado entre los monjes de Egipto; constaba de siete horas diurnas, comprendidas prima y la vigilia. El oficio nocturno ferial cotidiano se componía de dos nocturnos, cada uno de doce salmos, distribuidos en el orden del salterio, cantados alternativamente con tres antífonas y seguidos de tres versiones (missae). En cambio, el oficio del sábado, del domingo y de las fiestas comprendía un solo nocturno, con doce salmos, tres antífonas y seis lecciones, de las cuales la primera era siempre sacada de una de las narraciones evangélicas de la resurrección.

Las laudes eran distribuidas así: un salmo de introducción, el 114, Dilexi quoniam exaudiet me Dominus, y sucesivamente el 117, Confitemini Domino quoniam bonus; el cántico del Éxodo Cantemus Domino; el 145, Lauda anima mea Dominum; el canto de los tres niños. Benedicite omnia opera Domini, y el grupo de los salmos 148, 149, 150, llamados por los antiguos Alvot = laudes, nombre que después fue extendido a todo el oficio de la aurora. Se recitaban dos himnos, el Te Deum y el Gloria in excelsis, y un capitellum o breve lección de la Sagrada Escritura.

San Cesáreo no recuerda las horas menores en su primitiva "regla para los monjes, pero las suplen la regla para las monjas y la otra de su sucesor, Aureliano, que, además de los himnos y tres lecciones, traen los doce salmos de tercia, sexta y nona, y a veces dieciocho para las vísperas. Este último es llamado duodécima y está precedido por el lucernario, precisamente como en Oriente, y a veces terminado con una lección. Conforme al uso antiguo, los himnos en todas las horas no preceden, sino siguen siempre a la salmodia.

 

El "cursus" de San Columbano. — San Columbano (+ Bobbio en el 615), uno de los grandes representantes del cenobismo occidental, era irlandés, y tradujo en su Regula Coenobialis aquella tendencia a la mortificación corporal, aquella aversión a toda clase de bienestar físico, que existía en la índole totalmente mística de su patria y encontraba en los rigores de la ascesis monástica egipcíaca un ejemplo elevado. El cursus officii, compilado por él sobre las huellas de los cursus orientales, pero con sensibles retoques galicanos, reflejaba la austeridad de la disciplina impuesta por él en sus monasterios.

El cursus del monasterio irlandés de Bangor comprendía: el lucernario-vísperas, el Initiurn noctis, un equivalente del Completorium; los nocturnos, los maitines o prima matutina (laudes) y secunda, correspondiente a nuestra prima, tercia, sexta y nona. En los días feriales de invierno, los nocturnos constaban de 36 salmos; los del verano, de 24; pero en el sábado y en el domingo de invierno están prescritos 35 salmos y 25 antífonas, y en los de verano, 36 salmos y 12 antífonas. En cambio, las horas diurnas eran muy breves: tres salmos con seis sufragios en forma de versículos, para dejar tiempo a la devoción privada de los monjes. Cada salmo estaba seguido por una postración o genuflexión. A los monjes estaba prohibida durante el oficio toda clase de distracción; el que no conseguía reprimir la tos era castigado con palos.

El "cursus" de San Benito. Es el más importante de todos por la larguísima difusión que tuvo y tiene todavía en los numerosos cenobios benedictinos, esparcidos en todos los rincones de Europa, y por la influencia que ejerció sobre el desarrollo del oficio de la Iglesia romana. San Benito, al componer, alrededor del 526, su cursus, se sirvió en gran parte de los elementos tradicionales que estaban en vigor en su tiempo tanto en Roma como en los monasterios de Oriente y de las Galias; en menor parte, ha puesto a contribución también su obra personal. Pero en esta elaboración ha demostrado un particular sentido práctico de moderación, aquella discretio praecipua, como se expresa San Gregorio, que ha asegurado a su regla y a su cursus la adhesión perenne de todas las naciones y de todos los siglos. San Benito adopta, como principio fundamental de su cursus, la recitación del Salterio entero durante una semana; Su ciclo eucológico es completo. Además de la vigilia nocturna, conoce las siete horas, comprendida completas, y todas las considera como horas diurnas. En cuanto a la vigilia, distingue entre el oficio ferial y el oficio dominical o festivo. He aquí el esquema de los dos tipos:

 

Oficio Nocturno Ferial.

Introducción. — Domine, labia mea apenes (fres veces). Ps. 3, Domine, quid multiplicati sunt... Ps. 94, Venite exultemus Domino, con antífona. Hymnus (Ambrosianus). Nocturno, primera parte. -Seis salmos con antífonas. Versículo. Bendición del abad. Tres lecturas con tres responsorios. Nocturno, segunda parte. — Seis salmos con Alleluia. Breve lectura sacada de San Pablo (= Capitulum). Versículo. Conclusión: Supplicatio litaniae (= Kyrie eleison).

 

Oficio Nocturno Dominical y Festivo.

Introducción. — Como arriba. Nocturno, primera parte. — Seis salmos con antífonas.

Versículo. Bendición del abad. Cuatro lecturas con cuatro responsorios. Nocturno, segunda parte. — Seis salmos con antífonas. Versículo. Bendición del abad. Cuatro lecturas con cuatro responsorios. Nocturno, tercera parte. — Tres cánticos profetices con Alieluía. Versículo. Bendición del abad. Cuatro lecturas del Nuevo Testamento con cuatro responsorios. Te Deum, entonado por el abad. Lectura del evangelio, hecha por el abad, al cual todos responden: Amen Himno Te decet laus. Conclusión. Bendición del abad. Traemos a continuación el esquema del oficio festivo de las laudes, o, como lo llama San Benito, Matutinorum solemnitas. Introducción. — Ps. 66, Deus misereatur nostri (recitado tractim) V. Ps. 50, Miserere mei Deus. Otros dos salmos adaptados a la índole de la hora. Cántico de los tres niños (llamado Benedictiones en la regla). Laudes (el grupo de los salmos 148-150). Breve lectura del apóstol Pablo ( Capitulum). Responsorio. Himno (Splendor paternae gloriae). Versículo. Canticum de evangelio (= Benedictus). Letanía (= Kyrie eleison). Pater noster. Las horas menores tienen una estructura más sencilla: un himno inicial, tres salmos, Capitulum y versículo, letanía, Pater noster. El oficio de las vísperas está constituido esencialmente como el de laudes, con la diferencia de que tiene solamente cuatro salmos y el Magníficat en lugar del Benedictus. La hora de completas (ad Completónos se. psalmos) consta de tres salmos: 4, Cum invocarem; 90, Qui habitat in adiutorio; Ecce nunc benedicite Dominum; el himno. Capitulum con versículo, la letanía y el Pater noster; no admitía el Canticum Simeonis.