LOS PASTORES DE BELÉN: VIAJEROS EN TRÁNSITO

Dolores ALEIXANDRE
Religiosa del Sagrado Corazón
Profesora de Sagrada Escritura
en la Universidad de Comillas
Madrid

No lo tiene fácil san Lucas en su intento de hacer de los pastores  de Belén inspiradores de nuestra respuesta creyente. En el  imaginario cristiano, los pastores están asociados a los aspectos más  decorativos y tradicionales de la Navidad y corren el peligro de formar  un lote único e inseparable junto con el musgo, el corcho, el papel del  plata del río, la zambomba, el pavo y el turrón. 

Los villancicos los han ido encogiendo a fuerza de diminutivos:  casi siempre los evocan como «pastorcillos» («-icos», «-itas»,  «-uelos», o «-iños», dependiendo de cada autonomía), y no solemos  recordarlos más que para poblar los nacimientos y ejercer un papel  de «reserva tradicional cristiana» frente a Papá Noel, el sorteo de la  lotería y el «especial Navidad» de TV que nos avasallan con su  fuerza hipnótica. 

Para acercarnos hoy al relato de los pastores, propongo seguir el  consejo de John Lennon -«¡Imagine!»-, y pensar en ellos más allá de  los diminutivos, el puchero de las gachas, el haz de leña o el  corderito sobre los hombros. Porque a lo mejor entonces podemos  descubrir que su itinerario de fe es «normativo» para el nuestro, y su  experiencia increíblemente parecida a la que vivimos nosotros cada  día, aunque las últimas ovejas que hayamos visto sean aquellas  manchitas blancas que divisamos fugazmente desde la ventanilla del  tren. 

Aplicar los sentidos al texto

Un primer esfuerzo para conseguirlo consiste en volver a leer el  texto de /Lc/02/08-20, dispuestos a superar la engañosa impresión  de estar ante algo ya sabido y dejar que nos evoque recuerdos, nos  haga preguntas, nos asombre y nos descoloque viejas imágenes y  saberes. 

Habría que tratar de recorrerlo «en Braille», es decir, renunciando  a contentarnos con un contacto visual y recurriendo a otros sentidos:  el tacto, que nos invita a acariciarlo como una superficie llena de  signos o a «desarmarlo» y «descoserlo» para ver cómo está  construido; el oído; que puede permitirnos escuchar resonancias que  no sospechábamos, discernir «lo que no se dice» e ir más allá de las  palabras; el olfato, que nos hará asombrarnos al reconocer aromas  que creíamos propios de los relatos pascuales; el gusto, que nos  posibilitará saborear la frescura de su novedad. 

«Había unos pastores en la misma comarca que velaban de noche por  turnos los rebaños a la intemperie. Un ángel del Señor se les presentó. La  gloria del Señor los cercó de resplandor, y ellos se llenaron de un gran  temor. El ángel les dijo: 'No temáis. Mirad, os doy una buena noticia, una  gran alegría para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David el  Salvador, el Mesías, el Señor. Esto os servirá de señal: encontraréis un niño  envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. De pronto, se juntó al ángel  una multitud del ejército celeste, que alababa a Dios diciendo:  '¡Gloria a Dios en lo alto, y en la tierra paz a los hombres que él ama!' 

Cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se dijeron unos  a otros: 'Vayamos a Belén, a ver lo que ha sucedido y nos hecho conocer el  Señor'. Fueron aprisa y encontraron a María, a José y al niño reclinado en el  pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho del niño. Y todos  los que los oían se asombraban de lo que contaban los pastores. Pero  María lo conservaba y meditaba todo en su corazón. Los pastores se  volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto,  tal como se lo habían anunciado» (Lc 2,8-20). 

Empezaremos por hacer al texto cuatro preguntas: 

A) A la pregunta ¿DÓNDE? podemos responder observando los  lugares y los desplazamientos de los personajes: 

- el dato inicial, «en la misma comarca», nos sitúa en los  alrededores del «allí» de 2,6: «la ciudad de David que se llama  Belén»;

- el participio agralountes referido a los pastores evoca un contexto  de intemperie, de estar en el campo al raso; 

- la indicación de que «el Salvador, el Mesías, el Señor» les ha  nacido en la ciudad de David desplaza el foco de atención en  dirección a un lugar concreto de Belén: el pesebre donde está  acostado el niño; 

- el ejército de ángeles que se unen al que les ha dado la noticia  son «del cielo», y en su himno ponen en relación «las alturas», lugar  de la glorificación de Dios, con «la tierra», lugar de la paz para los  hombres, en quienes tiene puesta su complacencia; 

- cuando los ángeles se marchan «al cielo», los pastores se  intercomunican (elaloun pros allelous) la decisión de dirigirse hacia  Belén para ver lo que ha ocurrido y el Señor les ha dado a conocer. 

En los otros dos textos del NT en que aparece este verbo  (dielthmen), hay un claro sentido de tránsito: se trata de «pasar a la  otra orilla» (Mc 4,35; Lc 8,22; cf.4,30); 

- la siguiente escena (vv. 17-19) se desarrolla junto al pesebre; 

- el último verso alude a un retorno, sin que sepamos el destino;  pero el verbo empleado (hyperstreps) aparece con frecuencia en  Lucas en relación con situaciones de retorno, y siempre envuelto en  alegría: los discípulos al volver de su experiencia apostólica (10,17);  los de Emaús cuando regresan a Jerusalén y cuentan su encuentro  con el Resucitado (24,33); los Doce después de la ascensión  (25,52)... 

B) A la pregunta ¿CUÁNDo? nos responden estas indicaciones del  texto: 

- velaban «de noche» (v. 8): esa palabra es para Lucas el tiempo  de la constancia y de la permanencia (2,37); el del trabajo de una  pesca estéril (5,5); el de la irrupción de Dios (12,20; 17,34); el de la  oración de Jesús nacida de la angustia (21,37); 

- «hoy os ha nacido»: el smeron, típico de Lucas, aparecerá en  boca de Jesús en la sinagoga de Nazaret: «Hoy, en vuestra  presencia, se ha cumplido este pasaje» (4,21); en las controversias  de su vida pública: «Hoy y mañana seguiré curando...» (13,32); en su  encuentro con Zaqueo: «Hoy tengo que alojarme en tu casa... Hoy ha  llegado la salvación a esta casa» (19,5.9); anunciando la traición de  Pedro: «Hoy, antes de que cante el gallo...» (22,34.61); en la  promesa a uno de sus compañeros de crucifixión: «Hoy estarás  conmigo en el paraíso» (23,43); en labios de la gente, sobrecogida al  escucharle: «Hoy hemos visto cosas increíbles» (5,26)... 816 

C) Una tercera pregunta, desdoblada en dos, nos ayuda a  adentrarnos más en el texto: ¿QUÉ PERSONAJES APARECEN Y QUÉ  HACEN?: 

- el relato pone en escena a unos personajes «terrenos»: los  pastores; José, María y el niño; los que los escuchan; todo el  pueblo...; y a otros «celestiales»: el ángel que se les aparece; la  multitud del «ejército celeste» que canta a Dios; Dios mismo, cuya  gloria se proclama y que, calificado como «el Señor», da a conocer a  los pastores el acontecimiento; 

- los pastores están caracterizados por seis participios activos:  «estando a la intemperie» (agroulontes), «velando» (fylassontes),  «yendo aprisa» (speusantes), «viendo» (idntes), «glorificando»  (doxazontes), «alabando» (ainontes) 

Son sujeto activo de una serie de verbos: «estaban» (san), «se  llenaron de gran temor» (efobthsan), «se dijeron» (elaloun),  «vayamos» (dielthmen), «veamos» (idmen), «fueron» (Ithon),  «encontraron» (aneron), «dieron a conocer» (egnrisan), «se  volvieron» (hypestrepsan), «habían oído y visto» (ekousan kai edon). 

Aparecen también como receptores de otra serie de acciones, y  los pronombres personales insisten en presentarlos como sus claros  destinatarios: 

- «un ángel del Señor se les presentó» (epest autos); «la gloria del  Señor los cercó de claridad» (perielampsen autous); «os doy una  buena noticia» (euaggelizomai hymn); «os ha nacido» (etechth  hymn); «esto os (servirá) de señal» (touto hymn to smeon); «el Señor  nos ha hecho conocer» (egnrisen hmn);«lo que les habían dicho»  (tou lalthentos autos); «como se lo habían anunciado» (elalth pros  autous). 

Los numerosos verbos de comunicación hacen de «banda  sonora» que sitúa toda las escenas en clave de intercambio  comunicativo: un ángel habla con los pastores y les anuncia una  buena noticia; el ejército celestial se le une alabando a Dios con un  himno; los pastores hablan entre sí, dan a conocer lo que se les ha  dicho sobre el niño, glorifican y alaban a Dios por todo lo que han  oído y visto, tal como se les ha dicho. . . 

D) Una última pregunta, ¿QUÉ TRANSFORMACIONES SE DAN EN  EL TEXTO?, nos hace caer en la cuenta de que: 

- los que velaban en la noche quedan envueltos en el resplandor  de la gloria de Dios; 

- su «gran temor» (fobon megan) desaparece ante el anuncio de  una «gran alegría» (cha- ran megaln); 

- la solemnidad y grandeza de los títulos -«Salvador, el Mesías, el  Señor»- aparecen veladas en «el niño reclinado en un pesebre»...; 

- cuando al final retornan («lógicamente» al lugar donde habían  dejado los rebaños...), ya no se menciona la noche ni la intemperie ni  la vigilancia: la alabanza lo ha invadido todo;

- los ángeles se han ido, pero los pastores los reemplazan en su  tarea y son ellos los que «glorifican y alaban a Dios». 

Contemplar a los pastores

El segundo paso será algo que va más allá del estudio, por cálido  que hayamos querido hacerlo: acercarnos a los protagonistas del  relato y contemplarlos largamente. Posiblemente, después podamos  decir de ellos, como hace Lucas discretamente, que son: 

 

- Expertos en noches 

NOCHE/SIMBOLO: La noche es para muchos tiempo de  descanso y de cesación del trabajo. Su llegada invita a dormir y a  relajar tensiones, a abandonarse al sueño y a perder la consciencia. 

Otros comienzan con ella su tiempo de vigilia y, a lo largo de las  interminables horas en que velan, oran, cuidan, limpian, conducen,  guardan o permanecen insomnes, se convierten en la conciencia del  mundo. 

Las tinieblas nocturnas evocan el caos primordial, pero también  entonces la ruah de YHWH hacía su trabajo de planear sobre la  superficie de las aguas (Gn 1,2). 

Abraham intentaba contar de noche las estrellas y escuchaba una  promesa que hablaba a su vida estéril de una descendencia  innumerable (Gn 15,5-6). El Señor sacó a su pueblo de Egipto  durante la noche. y desde entonces la Pascua se convirtió en el  memorial de Israel, en «noche de guardia para YHWH» y «noche de  guardia en honor suyo para todos los hijos de Israel» (Ex 12,42). 

Cuando esas horas de guardia se hacen interminables,  desaparecen las perspectivas, se mueren los sueños, y el mundo no  es más que un abismo oscuro, necesitamos acudir a los «expertos en  noches» para que su voz tranquilizadora sosiegue nuestra  impaciencia y nos dé ánimos para seguir esperando la llegada del  amanecer: 

«Vigía, ¿qué queda de la noche? 
Vigía, ¿qué queda de la noche?' 

Responde el vigía: 

¡Vendrá la mañana y también la noche. 
Si queréis preguntar, 
preguntad, venid otra vez!» (Is 21,11). 

Por eso, en el judaísmo antiguo, los centinelas permanecían en un  lugar elevado del Templo para anunciar a los sacerdotes la llegada  de la primera luz del día: sólo entonces, en la hora de la escucha por  excelencia, podían comenzar los sacrificios y recitarse el Shema 1.

En el descampado de los alrededores de Belén estaban unos  pastores. No César, ni Herodes, ni Quirino, ni los escribas. Lucas  reserva el verbo estar para una calidad de presencia semejante a la  de María, que estaba en el lugar preciso cuando le fue enviado el  ángel (cf. Lc 1,28). Pero el término «pastores» no tenía para los  oyentes del evangelio ninguna resonancia idílica: evocaba un grupo  casi siempre fuera de la ley, al que no se permitía testimoniar en  juicios y vivía marginado de los centros vitales de Israel: la Torah, la  sinagoga, el culto... 

Está empezando a resonar la preferencia de Jesús por la gente  del margen, se está anticipando su costumbre de comensalía abierta;  los secretos del Reino van a ser revelados, por primera vez, a la  gente sencilla (cf. Lc 10,21). En el silencio de esta noche se está  balbuciendo la primera bienaventuranza: «dichosos los pobres, los  que siguen esperando, los que permanecen velando en medio de la  noche: para ellos va a ser el rumor de ángeles, el gozo de la gran  noticia y el resplandor de la gloria de Dios». 

Se está preparando el otro nacimiento, la otra Pascua: cuando  amanezca el Resucitado, su luz vencerá definitivamente los poderes  de la noche, y las tinieblas perderán para siempre su pretensión de  tener la última palabra. 

«Velaban por turnos los rebaños a la intemperie» 

CONSUMO/DESEO: frente a la Jerusalén de los  instalados y satisfechos, de los somnolientos, sordos, ciegos y  mudos, los pastores representan la atención despierta y el deseo  expectante. Quizá no padecían, como nosotros hoy, la presión de  otros modelos de vida apasionantes (hacer zapping, shopping o  surfing...); quizá no se habían enterado aún de que Bill Gates es el  verdadero pastor, el que apacienta a sus dóciles ovejas en los  verdes prados de la informática...: quizá no tenían configurada la vida  por las ofertas «a la carta» y no se debatían entre la elección del  yogur con pedacitos de frutas, o más de lo mismo pero con bífidos  activos; o entre la crema hidratante con microsomas bioenergéticos  de acción reestructurante y la de placenta de visón con aceites  nutrientes esenciales. .. 

Hoy casi todo está muy bien montado para distraernos y hacernos  olvidar la noche (con un poco de suerte, sólo llegarán a padecerla los  que han tenido la mala estrella de estar en los descampados, es  decir, unos mil millones de seres humanos), mientras que para otros  «ya es de día en El Corte Inglés». 

Y así, casi imperceptiblemente, se nos va obstruyendo hasta la  memoria de la interioridad y de la compasión, y nos vamos  convirtiendo en gente ensimismada e inerte, privada de orientación  significativa, enredada en las redes vacías de la intrascendencia. 

H/REVELA-DEO: Por eso, junto a la hoguera donde se calientan  del relente de la noche, los pastores parecen estar diciéndonos:  «Estad atentos, no perdáis la conciencia de la noche: sólo en ella se  revela el inmenso y silencioso trabajo de Dios en el mundo; sólo  estando del lado de los que padecen más su intemperie puede  sorprenderos la visita del ángel». 

Cuando otras formas de ascesis nos parecen caducas, la ascética  de la atención revela su poder de mantenernos despejados y alerta.  Y cuando la presión de la publicidad nos convence de la importancia  de estar en forma, de invertir en el propio yo, es urgente conducir  esas recomendaciones en la dirección de adquirir esa «aptitud de  mantenerse en un estado psíquico, nervioso y físico tal, que se  pueda estar espiritualmente atento al momento presente» 2 

«Cuando el alma no está ardiendo -son palabras de A. Heschel-,  ninguna luz de especulación iluminará la oscuridad de la indiferencia»3.

Cuando estamos atentos -podríamos continuar diciendo nosotros-,  la lectura de un periódico, las noticias de un informativo, la monotonía  del trabajo diario, un trayecto de metro, una conversación en  apariencia banal, pueden convertirse en lugares de revelación, de  des-velamiento y de encuentro, porque -ahora son palabras de  Levinas- «yo no digo que el otro sea Dios, pero en su rostro escucho  la Palabra de Dios. Es en el rostro del otro donde aparece el  mandamiento que interrumpe la marcha del mundo» 4. 

 

- Deslumbrados por un amor excesivo 

«Un ángel del Señor se les presentó. La gloria del Señor los cercó  de resplandor» (Lc 2,9). Como Abraham, Jacob, Gedeón, Elías,  Zacarías o María, los pastores reciben la visita del ángel. Ahora son  ellos «el pueblo que andaba a oscuras y vio una luz intensa; que vivía  en tierra de sombras y le brilló una luz» (Is 9,1). 

El Dios que dijo: «Que haya luz», e hizo desaparecer las tinieblas  del caos, ha pronunciado ahora su Palabra definitiva. Y esa Palabra,  que venía llamando a la puerta de las posadas de Belén y no  encontró más que un pesebre. está ahora buscando asilo en el  corazón de los pastores: «Hoy os ha nacido el Salvador, el Mesías, el  Señor». 

Como Juan Bautista, también ellos ven abrirse los cielos (Mt 3,16)  y, antes que Jesús en su transfiguración, se encuentran envueltos en  el resplandor de la gloria de Dios y en el abrigo cálido de su  complacencia (Lc 9,28-29). 

Ha sido él quien ha tomado la iniciativa, más allá de cualquier  pretensión de merecimiento ni conveniencia: 

«Un silencio sereno lo envolvía todo,
y al mediar la noche su carrera, 
tu palabra todopoderosa se abalanzó, 
como paladín inexorable, 
desde el trono real de los cielos...» (Sab 18,14-15). 

Pero, en su descenso, la Palabra tropieza con el miedo, que es  una tiniebla resistente y agazapada en el corazón humano, en el que  la cercanía de Dios acentúa la conciencia de desvalimiento. Por eso  «se llenaron de temor», como Adán y Eva en el jardín, como Moisés  ante la zarza y como Elías en el Horeb. 

Lo mismo que ellos, también nosotros sentimos la tentación de  escondernos, de huir, de quedarnos bloqueados por el temor, de  intentar cubrir nuestra desnudez. Por eso buscamos con ansiedad  poseer cosas, afectos o saberes que acallen, al menos  momentáneamente, unas carencias que nos resultan amenazantes. Y  esa necesidad compulsiva de ser aceptados y reconocidos, de  proteger nuestro nombre y autoafirmarnos, suele degenerar en una  avidez que nos bloquea el amor y nos cierra a la alteridad: andamos  tan preocupados por engordar el perímetro de nuestro «yo» que se  nos desdibujan los rostros de los otros, y sus vidas no encuentran  espacio en nuestro interés. 

Pero a los pastores les fue anunciada en aquella noche, que  pertenece también a nuestro «hoy», una noticia insólita que venía  «de otra orilla» y que convirtió en mediodía su oscuridad y en  confianza su miedo: 

«'No temáis os doy una buena noticia, una gran alegría' (...) De  pronto, se juntó al ángel una multitud del ejército celeste, que  alababa a Dios diciendo: `¡Gloria a Dios, paz a los hombres que él  ama!' (en anthropois eudokias)» (Lc 2,10.14). 

GRATUIDAD/A-D: «De pronto»: el texto subraya  la irrupción del himno de los ángeles como una iluminación súbita,  como un cambio cualitativo de conciencia. De pronto, el que andaba  titubeando se encuentra con una roca bajo sus pies; al que caminaba  aterido se le abren las puertas de un hogar caliente; el que creía no  ser significativo para nadie se entera con asombro de que es objeto  de una ternura que lo acoge. En aquel descampado de Belén, los  pastores y todos nosotros, humanidad extendida por el ancho mundo  y dilatada a lo largo de los siglos, recibimos un nombre: somos  aquellos en quienes Dios tiene puesto su amor, su complacencia, su  alegría, su deseo... Nuestra sed febril de ser aceptados y queridos se  sacia en esta noche: a Dios «le parecemos bien» (ese es el  significado literal de eudokía), «le caemos en gracia», no porque nos  lo hayamos ganado a pulso a base de esfuerzo, cumplimientos y  tendencias a la perfección, sino porque «Dios es amor», es decir,  que no puede dejar de querernos, como no puede el sol dejar de dar  luz y calor, ni las entrañas de una madre dejar de estremecerse ante  sus hijos. A nosotros, «en primera instancia», sólo se nos pide  dejarnos querer, creer que somos aceptados, movernos como  pececitos despreocupados en el ancho mar de ese amor que nos  envuelve: «los bienes más preciosos no pueden ser buscados, sino  recibidos; no tomados, sino acogidos» 5. 

Luego vendrá para los pastores el ponerse en camino hacia  Belén, y para nosotros emprender el nuestro, con el latido de quien  siente circular por sus venas la vida de Dios y el corazón inundado  por su misericordia. 

Porque quien se sabe a cobijo en el «bien parecer» de Dios entra  en el «hoy» de un nuevo comienzo relacional: las energías que  gastábamos en «parecer» y en «caer bien» están ahora liberadas  para el servicio; la ansiedad por asegurar nuestro nombre y proteger  nuestra fama se transforma en un dinamismo que empuja hacia el  cuidado de la vida de otros.

 

- Buscadores en la ausencia 

El relato de los pastores tiene una cesura que lo divide, cerrando  una etapa e inaugurando otra: «Cuando los ángeles se marcharon al  cielo (apelthon ap'auton)...» (Lc 2,15) 

Estamos ante un momento de ruptura, a partir del cual se va a  decidir el futuro de la Palabra que han recibido los pastores.  Desaparecen la luz, las voces, los himnos y el resplandor de la gloria.  Vuelve a ser de noche, y todo invita a sospechar que se había  tratado de un sueño, de una ilusión, de un piadoso engaño. Hay que  regresar al realismo a ras de suelo del frío, la oscuridad y el cuidado  de las ovejas. Ningún ángel los reemplazará si hay que defenderlas  de los lobos, ni atenderá a las recién paridas. 

AUSENCIA-D/PRUEBA: La desaparición de los ángeles nos  recuerda las parábolas escatológicas: también en ellas el amo se  marcha después de confiar sus bienes a sus siervos (Mt 25,14-30);  también en ellas hay un juego de ocultamiento (Mt 25,31-46), de  lejanía (Lc 19,12) y de noche (Mt 25, 1-11). Los pastores están ahora  ante «la prueba de la ausencia». como lo estarán los discípulos  después de que el Resucitado desaparezca de su vista (Lc 24,31); o  como MarÍa cuando «el ángel dejándola se fue» (Lc 1,38). 

El evangelio no oculta las dificultades y peligros de esta situación:  algunos servidores del amo ausente comenzaron a comportarse de  manera inicua (Mt 24,48); otros escondieron los talentos y se  despreocuparon de hacerlos rendir (Mt 25,25); algunas de las  muchachas perdieron la tensión de la espera y dejaron apagar sus  lámparas (Mt 25,3); otros pretextaron que el Señor no se había  dejado ver claramente, que no había «avisado» de que el llanto y los  gritos que habían oído eran los suyos (Mt 25,37); los discípulos,  queriendo retener en la transfiguración una forma de presencia  gratificante (Lc 9,33), o ensimismados después de la ascensión,  merecerán un velado reproche por quedarse plantados mirando al  cielo (Hch 1,11). 

La reacción de los pastores después de la marcha de los ángeles  es un modelo de «discernimiento de espíritus»: «se dijeron unos a  otros: 'Vayamos a Belén a ver lo que ha sucedido ... » (Lc 2,15). La  ausencia no los ha paralizado, Ia experiencia de comunicar con lo  divino no los ha dejado ensimismados, la añoranza de lo que han  perdido no los bloquea ni los fija en la nostalgia de tiempos mejores:  los que habían escuchado en silencio rompen a hablar y expresan  una decisión colectiva: «Vayamos...». 

Resuena en ese «vayamos» intercambiado entre ellos una cierta  conciencia de lo atípico del camino y de sus señales, y por eso  necesitan pronunciar en alto su decisión de emprenderlo, escucharla  de la boca de otros, sentirse respaldados por un plural que los  sostenga en su opción. 

Están siendo, sin saberlo, compañeros de todos los que, después  de ellos. tomarán decisiones en medio de la incertidumbre: los magos  persiguiendo una estrella errante (Mt 2,2), los que opten por seguir a  un maestro que no les promete ni un lugar donde reclinar la cabeza  (Lc 9,58), las mujeres corriendo con perfumes de madrugada hacia  un sepulcro que creen sellado impenetrablemente (Lc 24,1-2)... 

Están también «en sintonía» con aquel a quien ahora van a  encontrar reclinado en un pesebre y que, un día, decidirá subir a  Jerusalén a cualquier precio, incluso el de su propia vida (Lc 18,31). 

Consolacion/tiempo de-angeles: También nosotros nos sentimos en  sintonía con los pastores: como ellos, hemos vivido «tiempos de  ángeles» y nos hemos encontrado introducidos en un orden  diferente, atravesado por una brecha de esperanza. Han sido  momentos de la vida en que se nos han abierto los cielos, la fe se  nos ha hecho casi diáfana, nos hemos sentido imantados por el  Evangelio y empujados a tomar decisiones que nos comprometían en  la dirección del Reino. Nos reconocemos marcados por esos tiempos  de consolación en los que nos parecía estar danzando al ritmo de la  gracia, con la facilidad de esos patinadores que se deslizan  armónicamente sobre el hielo. Pero, de repente, siempre  inesperadamente «se marchan los ángeles» y nos quedamos  desconcertados, como patinadores sin música y sin patines, perplejos  ante la frialdad del hielo. Las decisiones tomadas nos parecen  insensatas e inviables, y la realidad, privada de cualquier nimbo  luminoso, se nos pone delante con su terca opacidad. 

Por eso necesitamos decirnos y escuchar de otros ese «vayamos»  que expresa lo mejor de nosotros mismos y que nos recuerda nuestra  determinación más deliberada de seguir adelante por ese camino  que, «en tiempo de ángeles», hemos reconocido como nuestro.  Necesitamos recordarnos unos a otros que las palabras  descabelladas del Evangelio (todo eso de perder para ganar, de  recorrer kilómetros gratuitamente al lado de otro, de tomar el yugo de  Jesús cuando no podemos ni con la propia mochila...), resulta que a  la larga (¡y a veces hasta a la corta!) «funciona». 

Necesitamos oír y ver que otros también sueñan, y no se les han  muerto la utopía, sino que la van traduciendo modestamente en lo  diario y por eso buscan, «con minuciosidad de contable y fantasía de  niño» (Alberto Iniesta), pequeños/grandes medios para vivir esa terna  de sobriedad-sencillez-solidaridad que configura nuestra praxis  cristiana 6: la manía de rastrear información sobre los países y  pueblos que no son ya rentables ni como noticia, o de buscar los  productos de «comercio justo»; la atención cada vez más despierta  hacia ese referente privilegiado que es la vida de los empobrecidos,  los de cerca y los de lejos la paciente disciplina por ir teniendo  hábitos ecológicos, más exigentes que las antiguas penitencias  conventuales... 

Necesitamos contar con la posibilidad de comunicarnos desde  esos niveles que sostienen nuestro camino creyente, que bastante  gélidos son ya muchos de los ambientes en los que nos movemos; y  el que piense que no necesita nutrir su fe al lado de aquellos con los  que comparte «visiones de ángeles», acabará víctima de una  anorexia espiritual irreversible. 

Porque tenemos gran facilidad para hablar entre nosotros de lo  loco que está el tiempo; del colesterol, que lo tenemos por las nubes;  del problema insoluble del aparcamiento; de la tarde que nos ha  dado una visita pesadísima; de lo bien que va el Atleti o de las  desgracias de Estefanía de Mónaco, pobrecilla... Pero, en cambio,  con demasiada frecuencia nos aqueja una extraña «afasia» para lo  que nos hace vivir por dentro, con el peligro, tantas veces  constatado, de que fácilmente esa «afasia» degenere en «amnesia». 

Quizá hoy haga más falta que nunca desplegar toda nuestra  creatividad para inventar espacios y tiempos que generen  comunicación profunda y nos permitan dejar caer esas máscaras que  nos ponemos para jugar a ser «Don  Yo-no-necesito-hablar-de-esas-cosas», o «Doña  Total,-para-lo-que-sirve. . . » 

En la noche de cada creyente ha resonado una palabra que  alienta a levantarse, caminar, atravesar la oscuridad, dirigirse, como  viajeros en tránsito, hacia una tierra invisible. Hay en ella un  dinamismo que moviliza, orienta, atrae, cambia el horizonte, envía en  la dirección de una presencia escondida; pero sólo seguirá vibrando  si la dejamos encarnarse en las palabras de otros, si mantenemos su  memoria en nuestro «aparato conversacional», si aceptamos con  humilde pobreza que nos necesitamos unos a otros para aprender a  responder a esa Presencia ausente que nos hace vivir. 

 

- Orientados por una señal paradójica 

«Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en  pañales y reclinado en un pesebre.» 

PESEBRE/SEÑAL-PAJICA: La advertencia de los ángeles, dirigida  a todos los «buscadores en la ausencia», inaugura un camino en el  que tendrán que orientarse, no por evidencias inmediatas, sino por  señales. Como Samuel, que supo reconocer en el más pequeño de  los hijos de Jesé al ungido del Señor y, por debajo de las apariencias,  aprendió a mirar el corazón (cf ISm 16.7); o como Natanael, que  tendrá que ir más allá de su idea de que «de Nazaret no puede salir  nada bueno» (Jn 2, 46) o como los discípulos, aceptando que las  prostitutas y publicanos les precederán en el Reino... 

Se está inaugurando un camino pascual en el que «encontrar»  tendrá que ir precedido de una conversión de la mirada y del  corazón, y en el que habrá que superar el desconcierto y el asombro  de que un niño reclinado en un pesebre sea el Señor. Y ese camino  desembocará otro día el primero de la semana, en el sepulcro, en el  que quien había yacido en él se revelará como el Viviente (¿será sólo  coincidencia que el término «reclinado», keimenon. aparezca también  en los relatos de Pascua? (cf. Lc 23,53; 24,12; Jn 20,5). 

Hay que prepararse para ese día -los pastores y nosotros-  «haciendo teología» desde ahora, impidiendo que la evocación de  títulos del niño ponga en marcha esa cascada de ideas, convicciones  e imágenes sobre lo divino que pueblan nuestra mente y nuestra  imaginación, todo ese ejército de nobles atributos que se apresuran a  formar parte de su cortejo: un Salvador, Mesías y Señor sólo puede  venir acompañado de signos de dignidad, poder, fuerza,  magnificencia, esplendor y dominio. Necesitamos reemplazar nuestra  polvorienta «summa pseudotheologica» por esa señal ofrecida por  los ángeles, y exponernos a que su carga de provocación y de  escándalo resquebraje nuestro montaje mental y, como una semilla  de fuego, queme desde dentro los leños inertes de nuestras ideas  sobre quién es Dios y en qué consisten su santidad, su señorío y su  salvación. 

Porque si en el AT Dios hacía estallar las ideas desde arriba,  ahora lo hace desde abajo. Después de la revelación de lo grandioso  y excepcional, el maravillamiento hay que practicarlo también ante lo  banal: la hierba del campo que revela una belleza mayor que la de  las vestiduras regias de Salomón (Mt 6,29); el niño nacido en un  establo, en el que Dios da a conocer el esplendor radiante de su  misterio... 

Estamos ante el «signo de Jonás» que se convierte en aviso y  contraseña para todos los que quieran, a partir de ahora, encontrar  al Mesías con su séquito de fracasados, perdedores y excluidos. El  niño sobre el pesebre representa el destino mismo de Dios, que se  identifica con lo perturbador, Io importuno, lo desagradable y lo  inconfortable Desde esta noche, Ios hombres tienen derecho a ser  superfluos. Dios se ha hecho hombre en un niño sin palabra, inútil,  desarmado, impotente; y seguirá siendo en el futuro alguien sin  poder ni posibilidad de imponerse. A los treinta años, las autoridades  e instancias competentes le darán la nota de «insuficiente» en el  examen de lo que ellos estiman que es la vida. Dios no consigue  tener éxito en el mundo del triunfo»7. 

 

- Portadores de Evangelio 

«Fueron aprisa y encontraron...» Como Pedro, Juan y las mujeres  en la mañana de Pascua, los pastores corren en medio de la  oscuridad y encuentran a Jesús acostado en el pesebre. Los  discípulos y discípulas no lo encontrarán: la muerte no habrá sido  capaz de retenerlo, y los lienzos y vendas ya no lo envolverán, como  los pañales envuelven ahora el cuerpo del niño. 

«Al verlo, les contaron... Y se volvieron glorificando y alabando a  Dios...» (Lc 2,16-20). 

Lucas nos hace participar de la onda expansiva de un evangelio  que, de los ángeles, ha pasado a los pastores, está destinado a todo  el pueblo, colma de asombro a los que lo oyen, es conservado por  María, que lo confronta (simballousa) en su corazón, y se convierte  en un himno de alabanza. En Belén está resonando ya algo del  anuncio, restallante de júbilo, que difundirá como un relámpago la  noticia de la resurrección de Jesús. 

Los que habían sido receptores son ahora emisores,  comunicadores exultantes de una alegría que no pueden guardar  para ellos solos. Son las primicias de lo que será la tarea  evangelizadora: la Palabra, partiendo del Señor, llega a los testigos  privilegiados que la escuchan y ven, y de ellos pasa a una nueva  serie de oyentes. En torno al pesebre de Jesús, los pastores  anticipan proféticamente la predicación apostólica de la iglesia  primitiva 8. 

En medio de un mundo adormecido e indiferente, estos primeros  evangelizadores están abriendo una brecha y roturando los caminos  que conducen al niño. Como Moisés o Josué, se convierten en  «acompañantes de tránsitos», en descubridores de la nueva tierra  que mana leche y miel, en conocedores del código de señales que,  como en un juego de pistas, conduce hasta ella. 

«Cuentan», «glorifican», «alaban»... son expresiones de  comunicación explícita del evangelio del que son portadores; y como  el mensajero de albricias del Segundo Isaías (cf. Is 52,7), sus pies  están también al servicio de la noticia que proclaman: otro verbo de  movimiento, «se volvieron», subraya el dinamismo de una Palabra  que ha salido de la boca de Dios y no volverá a él vacía (Is  55,10-11). 

Es toda la trayectoria de la fe la que queda insinuada: para llegar  a Dios hay que pasar por ese niño débil y sin poder y por cada  hombre, tan limitado, tan concreto. Porque a partir de ahora este  tejido frágil de nuestro destino humano se ha convertido en el destino  mismo de Dios. 

Hay un desvío, un rodeo inevitable en el camino hacia él: hoy pasa  por un pesebre, y mañana pasará por una cruz. Dios, hecho «como  uno de tantos» (Flp 2,7), ha quedado expuesto al peligro de no ser  reconocido. 

Hay que dejarse arrastrar por el movimiento descendente de ese  Dios «pasajero», sabiendo que aún no ha llegado la hora del «cara a  cara» con él. Y aceptar el escándalo de que haya querido manifestar,  en la asombrosa proximidad de un niño, la gloria que proclamaba el  ejército del cielo. 

Hay que aprender a traducir «lo que cuentan los ángeles» (la  Biblia, la teología, la tradición...), no sólo al lenguaje de los sabios y  entendidos de Jerusalén, sino al «dialecto de Belén», el que habla  «todo el pueblo» al que está destinado. 

Hay que tratar de ser «portadores de evangelio», como lo son  tantas personas que, sin saberlo, nos están transmitiendo algo del  «bien parecer de Dios», de su ternura y su amor gratuito, y que se  ponen a nuestro lado como compañeras de travesía y nos recuerdan  que no hay pascua sin heridas. 

Como los pastores, esas personas nos anuncian que la oscuridad  está rasgada por la luz y por la Palabra, que estamos guarecidos por  la gracia y convocados por un niño. 

Lo encontraremos si nos vamos haciendo, como ellos, soñadores  despiertos, visionarios con los pies en el camino, barqueros entre dos  orillas, viajeros en tránsito. 

DOLORES ALEIXANDRE
SAL-TERRAE 1996, 11. Págs.  813-828

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1. Yoma 28a, Talmud Bab.

2. R. VOILLAUME (citado por C. Flipo. «Jonás en Nínive»: Sal Terrae 84/5  [Marzo 1996] p. 236).

3. A. HESCHEL. L'homme n'est pas seul, Paris 1972, p. 72. 

4. E. LEVINAS. «Philosophie, justice et amour»: Esprit 83. P. 13. 

5. C CHALIER, Sagesse des sens, Paris 1996, p. 29.

6. El cuaderno de Cristianisme i Justicia. ¿No hay nada que hacer? A la  escucha del Espíritu, Enero 1996. sugiere muchas ideas prácticas y creativas en  este sentido.

7. E. DRENNERMANN, De la naissance des dieux la naissance du Christ,  París 1986, p. 78. 

8. C. ESCUDERO FREIRE, Devolved el Evangelio a los pobres, Salamanca  1978, p. 325.