TRADUCCIÓN LITÚRGICA
NDL


SUMARIO: I. Perspectiva histórica: 1. Origen del problema de la traducción; 2. Desarrollo histórico: a) Del s. II a la mitad del s. VII, b) De la segunda mitad del s. VII al concilio de Trento, c) El concilio de Trento; 3. La situación actual: a) Orientaciones del Vat. II, b) Evolución del problema de la traducción - II. Perspectiva lingüística: 1. Procedimiento lingüístico de la traducción: a) ¿Traducción literal?, b) La traducción en relación con los sistemas lingüísticos, e) La traducción en relación con las culturas y con las interlenguas, d) La traducción y las connotaciones, e) La traducción en la evolución lingüística; 2. Posibilidad e imposibilidad de la traducción: a) Traducción y lengua mágica, b) Estructuras que facilitan o impiden la traducción, c) Traducción de textos poéticos; 3. Fidelidad e infidelidad de la traducción - III. Perspectiva teológica: 1. Objeciones teológicas a la traducción; 2. Valor teológico de un texto litúrgico traducido.


I. Perspectiva histórica

1. ORIGEN DEI. PROBLEMA DE LA TRADUCCIÓN. La problemática relativa a la traducción no es relevante en la iglesia primitiva, o al menos no se plantea en los términos actuales. "No parece —escribe Landottique antes de la controversia que tuvo como protagonistas a los santos Cirilo y Metodio (s. Ix), la iglesia se hubiese planteado nunca un problema teórico acerca de la lengua que se debía usar en los ritos litúrgicos o en la evangelización... Se daba por descontado que la lengua que se usaba debía ser comprendida por los interesados... El principio de que en las asambleas se debía usar la lengua que era realmente comprendida por los presentes no era en absoluto una simple afirmación teórica"'. "Mientras que las religiones paganas —explica Martimort— daban poca importancia a la comprensión de las palabras rituales, que en ocasiones acompañaban a los actos de culto, la religión de Jesucristo, por el contrario, manda adorar en espíritu y en verdad y predicar a toda criatura la buena nueva de Cristo".

El problema de la traducción se plantea en un primer momento, y principalmente en relación con la Escritura, dado que era el libro que se encontraba ya escrito y fijado.

Por el contrario, los textos litúrgicos eucológicos no estaban todavía disponibles, y se iban formando autónomamente en las diversas lenguas, a menudo con influjos recíprocos. Para que surja el problema de la traducción será necesario que se llegue a una situación en la que concurran una serie de elementos. Se pueden enumerar: 1) presencia de un texto litúrgico, más o menos amplio, ya relativamente fijo; 2) aceptación de este texto por parte de la iglesia o de las iglesias como tradición litúrgica; esta aceptación es determinada generalmente no por una norma extrínseca, sino por un reconocimiento de su valor de autenticidad y ejemplaridad; 3) necesidad de reproducir el texto en una lengua diferente de la del mismo texto. Esta diversidad se origina por la variedad de las lenguas que progresivamente encuentra el cristianismo, o bien por el hecho de que la lengua del texto original se ha convertido con el tiempo en una lengua muerta; 4) exigencia de una fidelidad al texto primitivo que no sea solamente aproximativa, sino puntual, incluso con vistas a evitar los errores y desviaciones doctrinales. Estos elementos, no tomados aisladamente, sino en su entrecruzarse y conjuntarse, acaban por dar lugar a los diversos temas de la problemática de la traducción litúrgica: necesidad y oportunidad, fidelidad, modo.

2. DESARROLLO HISTÓRICO. A lo largo de la historia, la traducción adquiere diversa importancia según las situaciones en las que se encuentre. Pueden distinguirse algunos períodos o fases, que encuentran su punto de división en los ss. VII-VIII y en el concilio de Trento. Estas fases, aunque diversamente caracterizadas, están entre sí en sucesión de continuidad v de desarrollo.

a) Del s. ii a la mitad del s. vii. Este período, globalmente considerado, se caracteriza por los siguientes hechos: 1) Se forman las -> lenguas litúrgicas. En Oriente son varias, mientras que en Occidente se impone finalmente el latín. 2) Se hacen verdaderas y propias traducciones, que, sin embargo, afectan en primer lugar a la biblia para las iglesias que no usan el griego. 3) A partir del s. III se fijan los primeros textos eucológicos en las diversas áreas litúrgicas; gradualmente las iglesias particulares enriquecen cada vez más su patrimonio eucológico, que de vez en cuando intercambian. De ordinario no se traduce, sino que se elabora, teniendo presentes las culturas y tradiciones propias. 4) No se excluyen, sin embargo, verdaderas traducciones, especialmente en las iglesias que poco a poco se constituyen en dependencia de otras. Los predicadores del evangelio y los monjes contribuyen a difundir los textos litúrgicos de sus iglesias de origen. 5) En Occidente tiene lugar el paso del griego al latín. En general no se traduce, aunque es posible encontrar, especialmente en el rito ->  ambrosiano, cierta similitud de algunas fórmulas latinas con las orientales. Incluso los textos cantados, donde la dependencia inicial podía ser mayor, acaban haciéndose totalmente independientes. Este período es en su conjunto muy interesante y quizá paradigmático, no tanto por el tema específico de la traducción cuanto por los problemas anejos a él. Su estudio podría abrir perspectivas para el planteamiento de una serie de problemas [traducción, -> adaptación, ->  creatividad] que hoy está afrontando la ->  reforma litúrgica.

b) De la segunda mitad del s. vii al concilio de Trento. A partir de este período, algunas lenguas litúrgicas ya se han estabilizado, y se han formado diversas colecciones de formularios, aunque no ha desaparecido la creación de nuevas composiciones eucológicas.

Mientras que en Occidente existe una sola lengua, el latín, en Oriente la liturgia se celebra en diversas lenguas; algunos factores (rupturas entre las iglesias incluso por cismas y herejías, impulso misionero, razones políticas y la invasión árabe) mantienen siempre abierta la posibilidad de la traducción. Precisamente en Oriente, en la iglesia bizantina, se codifica en 1190 un principio del gran canonista Teodoro Balsamón, patriarca de Antioquía: "Los que son ortodoxos en todo, pero ignoran completamente la lengua griega, celebrarán en su propia lengua, con tal que tengan ejemplares sin variantes de las oraciones habituales, traducidos de rollos bien escritos en letra griega"'. El principio permite la traducción de la liturgia bizantina en lengua estaroslava; en la época moderna, la misma liturgia se traduce al rumano (s. xvl) y a las lenguas de los diversos países por los que los orientales se habían desperdigado: en tártaro y en tciuervac (en la región de los Urales), en chino (1866), en albanés (1860) y en japonés (1873). Sin embargo, al principio bizantino se le hacen oposiciones y restricciones. Los ucranianos en el exilio se niegan a traducir su liturgia. La curia romana dificulta la traducción: basta pensar en el conflicto por la introducción de la lengua húngara en la liturgia.

En Occidente, el latín es la lengua litúrgica indiscutida; pero ya en la segunda mitad del s. Ix los santos Cirilo y Metodio emprenden la traducción de la liturgia romana a la lengua eslava. "Al final del primer milenio —escribe Landotti— se encuentran los primeros síntomas de una cuestión de la lengua litúrgica. Efectivamente, cada vez se hace más difícil comprender el latín, sea porque son evangelizados nuevos pueblos residentes fuera de los confines del antiguo imperio, sea porque dentro de esos confines se van formando las nuevas lenguas vulgares"'. Estas nuevas lenguas asumen progresivamente su personalidad propia y se convierten así en un instrumento adecuado para la predicación, la homilía y las devociones populares; hay algún intento, muy parcial, de traducción litúrgica. Las poblaciones de lengua germánica se encuentran entre aquellas que más sienten la exigencia del uso de la lengua vulgar, y donde sin duda se manifiesta de un modo más claro la iniciativa de traducción de los textos litúrgicos La reforma protestante asume esta exigencia, haciendo de ella uno de los motivos de oposición a Roma. En el ámbito de la reforma tiene lugar la traducción de la biblia; el culto, en todos sus elementos, se celebra en lengua vulgar; con Calvino se afirma que se debe celebrar exclusivamente en lengua vulgar.

c) El concilio de Trento se enfrenta en dos ocasiones con el problema de la lengua, y en la sesión 22ª. del 17 de septiembre de 1562, aprueba la orientación definitiva. La afirmación protestante (missam non nisi in lingua vulgari, quam omnes intelligant, celebrara debere) se recibe en el concilio en el sentido dogmático que le atribuye Calvino, por lo cual, en oposición, se decide la conservación del latín como única lengua para la celebración litúrgica en Occidente. Las decisiones del concilio, sin embargo, no interrumpen el ritmo de la publicación de los leccionarios y misales en lengua vulgar, precisamente porque en el plano disciplinar los términos usados por el concilio dejan de hecho, intencionalmente o no, alguna posibilidad. Sólo en 1661, por solicitud de los obispos franceses, Alejandro VII amenaza con la excomunión a Voisin y pone en el índice de libros prohibidos su Missale romanum e latino idiomate ad gallicam vulgarem linguam conversum, et typis evulgatum. Se trata de un hecho aislado, que no implica una praxis de intraducibilidad. Continúan publicándose traducciones, aunque se debe registrar otra condena a la traducción de Nicolás Le Tourneux (17 de septiembre de 1695), sospechosa de jansenismo. Con el progreso de la imprenta, las traducciones para uso de los fieles se hacen cada vez más amplias y numerosas, permaneciendo, sin embargo, siempre excluida su utilización litúrgica. Este desarrollo plantea las premisas para las posteriores decisiones que tomará el Vat. II.

3. LA SITUACIÓN ACTUAL. a) Orientaciones del Vat. II. El uso de la lengua vulgar en la liturgia es uno de los temas más ampliamente discutidos por la asamblea conciliar. Ya la consulta promovida por el card. Tardini como preparación al concilio recoge un amplio abanico de opiniones y propuestas. La constitución apostólica Veterum sapientia, de febrero de 1962, publicada un mes antes de la discusión del esquema conciliar, suscita aprensión, como si con esta autorizada intervención se quisiese bloquear u orientar la investigación. El concilio, al afrontar la cuestión, se sitúa no en el plano doctrinal (a lo que se había visto obligado el tridentino por la posición de los protestantes), sino en el pastoral. Considerando la naturaleza pastoral y didáctica de la liturgia, establece la posibilidad del uso de las lenguas vulgares en la liturgia; el problema de la traducción queda como secundario. De él se habla solamente al final del n. 36 de la constitución litúrgica del SC, para decir que también la traducción debe ser aprobada por la autoridad territorial competente. En el inmediato posconcilio, las primeras orientaciones se centran preferentemente en la traducción, para llegar a una introducción gradual de las lenguas vivas en la liturgia. Se afronta el tema de la amplitud que se debe dar a las lenguas vivas en la liturgia, el de la figura y preparación del traductor, el de cómo traducir y el del destinatario de la traducción. En abril de 1965, el Consilium programa un congreso, que se desarrolla en Roma del 9 al 13 de noviembre; en esta ocasión se tratan los diversos aspectos de la traducción litúrgica con la participación de los responsables de las conferencias episcopales ". Fruto de este estudio es la instrucción del 25 de enero de 1969, que traza las líneas generales en materia de traducción (EDIL 1200-1242). La norma que dispone la existencia de una traducción única para regiones que tienen una sola lengua (EDIL 298, 484, 981, 1202, 1241) debe ser revisada pronto a causa de dificultades e inconvenientes de tipo objetivo; con la carta del 6 de febrero de 1970, la Sagrada Congregación para el culto divino da orientaciones muy claras para una pluralidad de traducciones (EDIL 2050-2055).

b) Evolución del problema de la traducción. El trabajo de traducción se hace ingente, y progresivamente pone en las manos de las asambleas los libros litúrgicos renovados A lo largo de este trabajo aparecen una serie de problemas que se pueden agrupar en torno a los temas de la adaptación y de la creación de los textos litúrgicos. Se comienza a pensar que quizá la autoridad central, más que ofrecer un texto para traducir, completamente estructurado en todas sus partes, podría hacer una redacción no del todo acabada, que pudiese ser punto de referencia para las diversas conferencias episcopales, sin obligación de hacer simplemente una traducción puntual; podría bastar una correspondencia amplia en lo fundamental. Las "preces eucharisticae pro missis cum pueris et de reconciliatione" '° se mueven ya en esta línea. "Nos encontramos ante un cambio de dirección de notable importancia en lo referente a los textos litúrgicos. Si este estilo llegase a ampliarse y generalizarse, se abriría un período completamente nuevo para la expresión orante de la liturgia de resultados imprevisibles". La problemática que se desarrolla en torno a la traducción litúrgica va tomando ahora nuevas direcciones; una vez más se dan antes unos hechos casi premonitorios, sobre los que se reflexiona después para llegar a la necesaria profundización y a ulteriores desarrollos ".


II. Perspectiva lingüística

Cuando los traductores de los textos litúrgicos comenzaron su trabajo, se encontraron con una serie de problemas que no se esperaban. Los traductores de la biblia (el libro que abre siempre el camino a los otros libros litúrgicos) se estaban enfrentando con ellos utilizando los datos de la lingüística moderna y de los primeros estudios teóricos sobre la traducción hechos por Vinay, Fedorov y Cary. También en el caso de la liturgia se intentaba proceder apoyándose en los últimos datos de la lingüística [-> Lengua/Lenguaje litúrgico]. Refiriéndose a éstos, podemos señalar algunos aspectos de la traducción litúrgica.

1. PROCEDIMIENTO LINGÜÍSTICO DE LA TRADUCCIÓN. a) ¿Traducción literal? En el ámbito de la lingüística tradicional era posible plantear el tema de la traducción literal, aunque siempre se discutió sobre la posibilidad o imposibilidad de llegar a realizar una operación de ese género. A partir de las nociones de arbitrariedad y valor del signo y del sistema lingüístico, que se manifiestan también en el ámbito del lenguaje litúrgico '°, no es posible plantear el problema en aquellos términos, precisamente porque la lingüística moderna procede en conformidad con datos y observaciones diferentes. Todo el proceso de la traducción debe tener siempre en cuenta que el paso de una lengua a otra se hace en referencia a unas estructuras, presentes a diversos niveles; solamente en su ámbito se puede actuar correctamente, aunque queden muchos aspectos por precisar.

b) La traducción en relación con los sistemas lingüísticos. Dada la naturaleza del signo lingüístico y el carácter sistemático de la lengua [-> Lengua/Lenguaje litúrgico], el traductor tiende idealmente a traducir a la nueva lengua cada uno de los signos con su valor propio y a reconstruir un sistema que se imagina como parecido a la situación lingüística de partida. En realidad, sin embargo, se esfuerza por reproducir un conjunto de signos de donde, al sumar sus diversas y múltiples relaciones, surja el significado global del texto base. La traducción se configura como un procedimiento lingüístico de descodificación de un mensaje para hacer una nueva recodificación. Es como si el mensaje fuese desmontado pieza por pieza, desvistiéndole casi de sus formas estructurales y asumiendo otras, permaneciendo en lo posible intacto su significado. En su carta sobre las traducciones, el Consilium escribe: "Aunque es imposible separar completamente... lo que se dice del modo de decirlo, es sin embargo necesario, cuando se traduce un mensaje de una lengua a otra, liberar el contenido del mensaje para darle una forma nueva" (EDIL 1207).

c) La traducción en relación con las culturas y con las interlenguas. Dado que una lengua es siempre reflejo de una cultura, general o litúrgica, el hecho de traducir comporta también el pasar de una cultura a otra. Desde el punto de vista estrictamente lingüístico, el pasaje tiene lugar o bien expresando en la nueva lengua todos los aspectos culturales del texto lingüístico que se debe traducir (sin embargo, a menudo faltan los medios lingüísticos adecuados), o bien sustituyendo estos aspectos por otros análogos de la comunidad lingüística para la que se traduce. El primer modo podría ser el adecuado para comunicar una cultura litúrgica específica, pero puede dar origen a un texto poco claro por causa de los frecuentes préstamos y calcos y por los continuos hechos verbales; el segundo se configura como una deshistorización y rehistorización, y puede dar origen a un texto lingüísticamente perfecto, pero privado de los aspectos culturales propios del texto original. El traductor litúrgico no desdeña este segundo modo; es más, lo utiliza; sin embargo, cuando debe dejar clara la especificidad de una peculiar cultura litúrgica, ha de utilizar el primer modo. Su función puede ser obstaculizada o facilitada por la ausencia o presencia de una interlengua litúrgica específica.

d) La traducción y las connotaciones. Una doble dificultad se le presenta al traductor ante las connotaciones: percibir su presencia y origen, y disponer de medios para reproducir las situaciones y contextos que las recreen. No todo esto puede ser obra suya; y tampoco todas las connotaciones pueden ser expresadas de nuevo, puesto que pertenecen al mundo subjetivo. Las connotaciones que dependen del modo de transmisión del mensaje (presencia o ausencia de ritos y gestos, uso de elementos visibles, concomitancia de cánticos y música) dependen en parte de los que celebran. La obra del traductor se limita al texto escrito, aun sabiendo que se añadirán valores semánticos suplementarios, que restringirán o ampliarán el mensaje mismo; el último toque a la traducción (lo que no se debe olvidar desde el ángulo del significado) lo da la asamblea celebrante y sus actores.

e) La traducción en la evolución lingüística. El fenómeno de la evolución lingüística determina que ninguna traducción pueda ser definitiva, sino relativa a un momento histórico de la lengua. Aquélla debe rehacerse continuamente, adecuándose al movimiento y a la dirección tomados por la lengua, insertándose en su ritmo histórico. El hecho de que una lengua sea un producto de la historia, nunca fijo, la hace configurarse como un proceso lingüístico histórico. Ahora ya no es posible tener libros litúrgicos que duren para siempre, sino que es necesario acostumbrarse a que se cambien cada cierto tiempo, no por una búsqueda de novedad, sino para llegar a situarse y a celebrar en el lenguaje del hombre histórico. Existe la tentación continua, para el traductor litúrgico, de situarse en una fase histórica de la lengua anterior a la actual, es decir, de usar términos y locuciones que ya no están en uso, por el deseo instintivo de no romper con el pasado lingüístico (existe de hecho un rechazo al cambio en el culto, incluso desde el punto de vista lingüístico) y por dar al texto un cierto sabor arcaico y áulico; así, por ejemplo, ha pasado con algunas fórmulas del nuevo Misal Ambrosiano, y algo menos con el Romano. Sin embargo, el sustraerse a la evolución de la lengua puede dificultar la comunicación, generando hechos verbales y suscitando repulsas.

2. POSIBILIDAD E IMPOSIBILIDAD DE LA TRADUCCIÓN. a) Traducción y lengua mágica. La historia confirma que a menudo se ha planteado desde diversas perspectivas el problema de la posibilidad y de la imposibilidad de la traducción de un texto litúrgico. Considerando este problema no desde el punto de vista jurídico, sino desde la perspectiva lingüística, se debe poner en claro ante todo que las dificultades no se encuentran en la relación de la lengua (con todos sus elementos) con la realidad; es decir, la lingüística no concibe el signo o la lengua indisoluble y necesariamente unidos a las cosas y a la realidad, como acontece con las palabras o fórmulas mágicas. Existe entre palabras y cosas una neta distinción, como si fueran dos mundos que se ordenan y se desarrollan de modo autónomo, con sus leyes propias. La palabra y la lengua no condicionan la realidad. En el ámbito cristiano, donde no hay palabras mágicas y se hace un correcto planteamiento de la lengua, no hay dificultad en las traducciones. Sin embargo, una cierta oposición a la traducción nacía en el pasado de una concepción de la sacralidad del latín que se acercaba a la interpretación mágica.

b) Estructuras que facilitan o impiden la traducción. Las verdaderas dificultades nacen de las mismas lenguas, en cuanto que cada lengua a todos los niveles (de léxico, gramatical, sintáctico...) se estructura de un modo diferente de las otras. Sin embargo, no hay nunca una desigualdad total y radical entre las lenguas; hay universales, por lo que incluso entre lenguas muy diferentes es posible llegar a traducciones que reproduzcan el mensaje original, aunque imperfectamente. Los análisis realizados en el ámbito litúrgico, al tiempo que ponen de manifiesto estos datos, demuestran también que no siempre este hecho debe considerarse de modo negativo. Es más; cabe comprobar que el mensaje litúrgico contenido en el texto original, en algunos aspectos, puede expresarse mejor en otras lenguas, con mayor propiedad y exactitud, de acuerdo con las posibilidades y medios lingüísticos que tengan esas lenguas. La idea de que el latín es la lengua que mejor puede expresar el lenguaje litúrgico no es verdadera en todos sus aspectos y no puede defenderse desde la lingüística; no obstante, debe decirse que las diversas situaciones históricas han llevado al latín clásico a modificarse de tal modo que se ha hecho apto para expresar lo más correctamente posible la realidad cristiana y litúrgica. En esto las lenguas modernas tienen un largo camino que recorrer, impulsadas entre otras cosas por los repetidos intentos de traducción.

c) Traducción de textos poéticos. Otras dificultades le vienen a la traducción del carácter poético y literario que puede tener el texto litúrgico. El traductor se encuentra con que debe actuar sobre un terreno muy difícil, dado que todas esas connotaciones no están unidas a elementos lingüísticos específicos, sino —como escriben Wellek y Warrena un conjunto de factores relativos a los sonidos, al léxico, a las formas gramaticales y sintácticas, al estilo, al empleo de las imágenes, a los géneros literarios o a la métrica de la poesía que supera la suma de estos factores. La literalidad del texto, dada precisamente por la masiva presencia de tales connotaciones, parece ser muy relativa a la subjetividad del autor y del lector. Hay quien afirma sin más que estos textos son intraducibles; otros, por el contrario, hablan de modalidades de traducción, aun admitiendo algunos límites. Siguiendo las conclusiones del congreso de Bratislava sobre la traducción de las obras literarias, puede afirmarse que semejante acción puede llevarse a cabo solamente después de una atenta interpretación del texto. Así pues, el paso que se debe realizar no es sólo de lengua a lengua, de un sistema a otro, sino también de un sistema poético a otro, cada uno de los cuales se fundamenta sobre una peculiar, genial y secreta combinación de elementos lingüísticos bien armonizados y dosificados, típicos de una tradición literaria. Todos los elementos contribuyen a crear el valor estético, armonizándose, sucediéndose, superponiéndose, descomponiéndose, contrastando, interrumpiéndose, repitiéndose, rimando, desapareciendo o apareciendo como significado o como puro valor musical, determinan el conjunto estético. Por esto Jakobson, defensor de la posibilidad de la traducción literaria, precisa que en la poesía es posible solamente la "transposición creadora"".

3. FIDELIDAD E INFIDELIDAD DE LA TRADUCCIÓN. La afirmación según la cual al traducir no se puede obtener una correspondencia puntual y exacta, determina el hecho de que la fidelidad en la traducción no puede buscarse solamente a través del análisis de la correspondencia semántica de cada uno de los signos. La fidelidad o infidelidad de la traducción es fruto de un conjunto de factores, sin que cada uno de ellos por sí solo llegue a crearla. La fidelidad se encuentra condicionada por cada uno de los signos (por su valor y su pertenencia a un determinado campo semántico, por su empleo dentro de la frase, por los signos que le acompañan), por la capacidad expresiva de las estructuras lingüísticas, por la existencia de interlenguas, por la posibilidad de recrear las connotaciones, por la evolución histórica de la lengua. La fidelidad se refiere a la globalidad de los elementos lingüísticos y como tal es difícil medirla y verificarla. Actualmente no hay posibilidad de establecer unos criterios de verificación diferentes de los criterios subjetivos de la intuición de una cierta correspondencia semántica global. Es preciso mantener que "toda traducción no es otra cosa que el volver a expresar lo que se puede aprehender del texto original dentro de un sistema lingüístico completamente diferente"; si el juicio sobre la fidelidad parte más de lo global que de lo particular, sin poder utilizar los instrumentos adecuados para semejante juicio, es fácil explicarse por qué a menudo se ponen de manifiesto divergencias de opiniones sobre la fidelidad de los textos litúrgicos traducidos. Las disparidades en el juicio dependen a menudo del modo diverso de concebir la traducción y de la referencia a algunos elementos lingüísticos, olvidando otros factores que también son semánticamente importantes. El trabajo de quien debe juzgar una traducción resulta hoy difícil; sin embargo, el conocimiento de la lingüística le facilita el trabajo, evitando la búsqueda de una imposible fidelidad.


III. Perspectiva teológica

1. OBJECIONES TEOLÓGICAS A LA TRADUCCIÓN LITÚRGICA. Para la introducción de la lengua vulgar en la liturgia se hacían diversas objeciones de naturaleza más o menos teológico-pastoral: sacralidad de la lengua latina, ventajas de una lengua única e inconvenientes de una pluralidad de lenguas para la ortodoxia de la celebración, así como peligro de irreverencia hacia los sagrados misterios. La decisión del concilio de Trento (DS 1749 y 1759) fue dictada por las preocupaciones dogmáticas. En efecto, según la concepción de Calvino, la misa es palabra-predicación y tiene un valor exclusivamente didáctico; de donde se sigue que debe ser comprendida por los fieles. El concilio de Trento se preocupó de defender contra esta posición el valor objetivo como sacrificio-sacramento de la misa, no unido necesariamente a la comprensión por parte de la asamblea ni dirigido principalmente a su instrucción. El resultado de la confrontación determinó el reconocimiento del valor didáctico de la misa y la afirmación del uso tradicional del latín en la celebración, para no dar lugar a las interpretaciones protestantes. Cuando esta preocupación desaparece y la reflexión sobre la sacralidad de la lengua se libera de eventuales influjos mágico-religiosos, desaparece toda objeción teológica y surge con toda su genuina luz el valor altamente didáctico de la liturgia, valor fundamentado incluso teológicamente. El Vat. II, hablando de la índole didáctica y pastoral de la liturgia, decreta el uso de la lengua vulgar y la traducción de los libros litúrgicos (SC 36).

2. VALOR TEOLÓGICO DE UN TEXTO LITÚRGICO TRADUCIDO. "No existen tantas liturgias —dice Pablo VI a los traductores— cuantas son las lenguas de las que se sirve la iglesia en los sagrados ritos; sino que la voz de la iglesia que celebra los divinos misterios y administra los sacramentos es y permanece siempre única y la misma, aunque se exprese en diversos idiomas" (EDIL 1205). Ciertamente esto le viene a las traducciones de su referencia y dependencia del texto original, de ser, por ello, voz de la única iglesia que ora, animada por el Espíritu. Pero quizá existen otros aspectos, con respecto a los cuales debe entenderse la expresión de Pablo VI. Toda traducción, a pesar de los esfuerzos que se hagan, no es nunca exactamente la copia del texto latino; además, en algunas ocasiones no se intenta siquiera hacer verdaderas traducciones, como en el caso de las oraciones eucarísticas penitenciales. Podemos preguntarnos: ¿Qué valor teológico tienen estos textos? ¿Participan de la "lex supplicandi, lex credendiT ¿Son la voz de la única esposa de Cristo? Estas traducciones, incluso cuando difieren del texto oficial latino, pueden ser voz de la única iglesia que ora y que celebra. La iglesia local, en cuanto está en comunión con las otras iglesias hermanas, hace presente y actualiza el misterio de Cristo en el tiempo y en el espacio, misterio que es único, irrepetible, indivisible y eterno. En la iglesia local la palabra llega a ser verdaderamente traducida, haciéndose realidad: la Palabra se hace carne. Se puede incluso pensar que el texto traducido asume un peculiar valor de testimonio de fe con respecto al texto latino. En efecto, éste, si de hecho no entra en las celebraciones, es decir, si no se usa, no puede ser manifestación y actualización real de la oración de la iglesia, ejercicio actual del sacerdocio de Cristo; tendría un valor de fe por muchos otros aspectos, pero no participaría de la lex supplicandi objetiva e histórica, del ejercicio real del sacerdocio de Cristo; cosa que acontece, por el contrario, con el texto traducido utilizado por las iglesias normalmente. De modo que "las traducciones son la voz de la iglesia" (EDIL 1205), voz con acentos muy diversos, pero única en su origen, porque es la voz de Cristo, del único Sacerdote presente en la iglesia, que glorifica al Padre y santifica al hombre. Desde este punto de vista, las traducciones, además de tener un valor teológico relativo al texto original, tienen también su intrínseco testimonio de fe, al que se deberá hacer referencia como fuente. Además, en la búsqueda de la interpretación de los textos litúrgicos ya no podremos dirigirnos solamente al pasado, al origen, sino que trataremos de comprender también el presente, para recibir lo que las iglesias leen y creen a través de sus traducciones. La crítica y la hermenéutica litúrgica, para ser completas, deben abrir un nuevo capítulo y referirse también a las traducciones.

G. Venturi


BIBLIOGRAFÍA: Aldazábal J., Mejorar la traducción de las plegarias eucarísticas, en "Phase" 88 (1975) 281-296; Bernal J., ¿Traducir o crear textos nuevos?, en "Phase" 41 (1967) 446-458; Congreso de traducciones litúrgicas en Roma (9-13 de nov. 1965), en "Phase" 30 (1965)) 385-391; Farnés P., Nominalismo litúrgico (Fidelidad material a las palabras o fidelidad doctrinal al contenido), en "Phase" 46 (1968) 366-371; Marsili S., Textos litúrgicos para el hombre moderno, en "Concilium" 42 (1969) 219-236; Múgica J., Traducciones bíblicas: necesidad y problema, en "Phase" 66 (1971) 511-520; Oriol J., La Instrucción sobre traducción de textos litúrgicos, en "Phase" 59 (1970) 502-507.