PADRES Y LITURGIA
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SUMARIO: I. Significado del tema - II. Piedad objetiva - III. Piedad comunitaria - IV. El sentido del misterio - V. El valor de la palabra - VI. Sentido bíblico - VII. Conclusión.


I. Significado del tema

No se pretende hablar aquí de los padres como fuente específica y documental de la liturgia. Si quisiéramos repasar los textos patrísticos que nos informan de la historia de la liturgia —comenzando desde los cc. 61ss de la 1 Apología de san Justino a los opúsculos de Tertuliano sobre el bautismo, la penitencia y la oración; las catequesis de san Cirilo y de Juan de Jerusalén o de Teodoro de Mopsuestia, las recientemente descubiertas de san Juan Crisóstomo, la Traditio de Hipólito, el Eucologio de Serapión, el De mysteriis y el De sacramentis de san Ambrosio—, no bastaría ni un curso entero. Tampoco se pretende aquí espigar entre el interesante material de conceptos y de expresiones patrísticas que han pasado después a los textos litúrgicos o, viceversa, de la fraseología litúrgica familiar a ciertos padres. El trabajo realizado por el padre Marcel Havard sobre la presencia dispersa de la patrística en los textos mozárabes se podría extender en último término a otra literatura litúrgica, del mismo modo que se podrían estudiar en otros padres las reminiscencias litúrgicas que, como ha demostrado dom Morin, son familiares en Arnobio el Joven.

Para mantenernos en los límites de esta voz y para proceder con un cierto orden, se podría formular el tema de este modo: la aportación del estudio de los padres al conocimiento y la apreciación de la liturgia, incluso fuera de sus obras propiamente litúrgicas, teniendo en cuenta ciertas características e instancias comunes a la literatura patrística, instancias y características relativas a diferentes sectores de la doctrina y de la espiritualidad.

No queremos afirmar que tales características pertenezcan de modo exclusivo al mundo de la patrística; algunas forman parte de toda la gran tradición católica, que en los padres ha tenido su expresión primitiva, una de las expresiones más auténticas y vigorosas. Por otra parte, es necesario tener en cuenta en el campo de la patrística las diferencias de ambiente y de personalidad.. Quisiéramos, por tanto, destacar algunos trazos precisos y concretos que den una base segura a nuestras consideraciones, con el estudio de lo que se podría llamar el clima religioso cultural en el que se ha ido formando la liturgia, derivando de él algunas de sus características. En una investigación de este tipo se parte de una constatación histórica demasiado clara para que sea necesario ilustrarla: en su núcleo esencial la liturgia se constituyó en la edad patrística, pese a que continuó desarrollándose y enriqueciéndose, al mismo tiempo que se purificaba unas veces y otras se desnaturalizaba y volvía árida.


II. Piedad objetiva

Comencemos por subrayar el carácter de piedad objetiva que presenta la patrística, y que marca de por sí, de modo evidente, la liturgia y la espiritualidad litúrgica. Cuando se habla de piedad objetiva de los padres, no se pretende de hecho excluir el coloquio íntimamente personal. Se tendría que ignorar a san Ignacio de Antioquía, a Orígenes, a san Ambrosio o a san Agustín. Recuérdese la jaculatoria Domine Jesu de san Ambrosio, que adorna sus discursos y tratados, y las breves oraciones en que con tanta espontaneidad prorrumpe a veces el exegeta o el orador. Respecto de san Agustín, bastará mencionar los Soliloquios y las Confesiones. Al hablar de piedad objetiva se quiere subrayar, sin negar la intimidad del coloquio con Dios o con Cristo, una cierta actitud espiritual que domina ampliamente en el culto litúrgico.

Es muy claro mientras tanto que en la base de la espiritualidad de los padres está el misterio revelado, no el puro dato ni el sentimiento. Es el misterio revelado lo que constituye su meollo: trinidad, encarnación, iglesia. Recuérdese, en este aspecto, el puesto que ocupa el tema soteriológico en el sentido más amplio (referido no sólo a la acción del Verbo encarnado, sino también a la del Espíritu Santo, es decir, a toda la economía de la salvación) en la dogmática de los padres. Está claro que tal actitud es una base para el desarrollo y la caracterización de la espiritualidad objetiva. Pensemos en la importancia que tiene en los padres el tema bíblico, explicado mediante la predicación y los tratados teológicos, para fundar la piedad. Todo esto da a su piedad un carácter eminentemente objetivo. Quien no tiene cierta familiaridad con los padres no puede evitar un cierto sentimiento de sorpresa al leer algunos de sus escritos, especialmente ciertos discursos, ante lo que, según la concepción hoy en boga, se considera una laguna. Tómense, por ejemplo, las numerosas predicaciones de san Agustín y de san León Magno sobre la navidad y sobre la pasión. En vano buscaremos en ellas las efusiones de sentimiento familiares a la piedad medieval y a la piedad (si de piedad se trata) de nuestros días. Y esto se puede notar desde el principio, ya en la homilía sobre la pasión de Melitón, en la Epístola de Bernabé (que, según especialistas recientes, sería también una homilía pascual). Incluso los autores de gran sentimiento, como san Gregorio Nacianceno, cuando cantan el misterio litúrgico son unos maestros y adoradores que hacen muy pocas concesiones al derramamiento del corazón.

Piedad objetiva. Dios —así parece que suena la respuesta que dan los padres al don divino , Dios ha revelado un misterio que nosotros creemos, adoramos y hacemos nuestro en la vida. No es que el sentimiento esté fuera de lugar, pero no ocupa ciertamente el primer puesto. La actitud de los padres frente al misterio se puede resumir tal vez en esta conclusión del discurso De apostolis et fide, de Eusebio de Emesa, predicador no demasiado conocido: "Consueta celebremus, ad gratiarum actionem convertamur, Patrem adoremus, Filium confiteamur per Spiritum, glorificemus unitatem, sequamur pacem, et uni per unum in uno, ab una ecclesia, gloriam referamus: nongenito Patri, per Unigenitum, in uno Spiritu Sancto, gloria, imperium, honor et nunc et semper et per omnia saecula saeculorum. Amen" ("Celebremos los misterios en los que solemos participar, recurramos a la acción de gracias, adoremos al Padre, confesemos al Hijo por medio del Espíritu, glorifiquemos la unidad, sigamos la paz; y convertidos en una sola cosa por medio de quien es uno y en el uno, desde la única iglesia hagamos resonar la gloria: al ingénito Padre por medio del Unigénito, en el único Espíritu Santo, gloria, poder y honor ahora y siempre y por todos los siglos de los siglos. Amén").

Para darse cuenta de la importancia que tiene esta visión del misterio, en cuanto expresión de piedad objetiva, obsérvese la plenitud de significado que asumen en san León Magno los términos renovar y reparar, tan frecuentes en la contemplación del misterio litúrgico y en la invocación de los frutos correspondientes. De aquí el que los padres se explayen, cuando ilustran el misterio litúrgico, en la consideración doctrinal y teológica, a pesar de no estar dando lecciones de teología, sino hablando al pueblo como pastores.

Esto vale también para la catequesis. "La catequesis de los padres, en cuanto está en relación con los datos de hecho del depósito común de la fe, y no con veleidades personales, es una catequesis objetiva".

La conciencia del carácter objetivo de la liturgia, fundada en la fe y en los misterios, es bien clara en los padres, como lo demuestra también "la apelación" que ellos hacen, no raras veces en clave polémica, "a los usos y a las fórmulas litúrgicas" para sostener su tesis ". Un ejemplo característico: "Desde el momento en que los cristianos comienzan a reflexionar sobre el dogma trinitario, sea para defenderlo, sea para tomar conciencia más clara de su contenido y defenderse contra las desviaciones heréticas, las doxologías y las fórmulas litúrgicas han llamado su atención y se han encontrado en la documentación de todas las controversias, en razón de su particular autoridad"

Sin salirnos de este campo, es necesario tener presente lo que se puede llamar el sentido vital de la liturgia en los padres. Piedad objetiva no quiere decir en absoluto una piedad al margen de la vida, sino más bien una piedad que orienta la vida no según el sentimiento que pasa, sino según la realidad creída, meditada, vivida, del misterio que se celebra. De hecho, como se ha observado respecto de la Tradición apostólica de Hipólito, "se trata (...) de una tradición no fijada en el inmovilismo, sino bien viva y activa"; cosa que no siempre sucede. Es en la edad patrística cuando comienzan a florecer las oraciones destinadas a las diversas horas de la jornada, desde el Gloria in excelsis (titulado himno matutino en el códice alejandrino de la biblia y oración de la mañana en las Constituciones Apostólicas) a la "eucaristía lucernaria" (epilychnios eucharistia), todavía usada como oración de la tarde entre los griegos; los himnos de san Ambrosio, familiares a la piedad de san Agustín; o los poemas de Prudencio. No son todas oraciones litúrgicas en sentido estricto, pero florecen en el clima de una vida litúrgica intensa. Este sentido de la liturgia, como alguien que acompaña en el camino de la vida en cada uno de sus recodos, lo encontramos en ciertas oraciones de san Gregorio Nacianceno, en las que los acontecimientos personales se encuadran espontáneamente en la consideración del misterio litúrgico. Lo mismo podríamos decir de la vida social: piénsese en los ecos que las ansias y las desventuras de su tiempo despiertan en la predicación de un san Juan Crisóstomo, de un san Máximo de Turín, de un san Agustín, de un san León Magno, de un san Gregorio Magno; y esto mismo puede aplicarse también a la oración, cuando tenemos los elementos para datar ciertas composiciones litúrgicas.

El valor de la liturgia, tal como es vista y vivida por los padres (y de toda su mentalidad religiosa), está sobre todo en las ideas-forma que les inspiran y que ellos eficazmente comunican.


III. Piedad comunitaria

El fundamento teológico de esta segunda característica es evidente: es la realidad de la iglesia, que tiene su centro en Cristo, representado por el obispo (recuérdese a san Ignacio de Antioquía); es el sentido de la iglesia como cuerpo, como Christus Lotus ". La expresión cultual en los primeros siglos revela muy claramente esta actitud de piedad comunitaria: el centro de la vida cultual es la eucaristía, celebrada por el obispo en unión con el clero (sólo cuando las exigencias pastorales lo hagan necesario se celebrará la eucaristía en diversas zonas de la ciudad y el clero no podrá estar en su totalidad en torno a su obispo)'". Pensemos en el significado comunitario que asume la administración del bautismo. La preparación y la administración de este sacramento ocupan al obispo y a toda la comunidad de tal modo que sitúan la iniciación cristiana en el centro de la vida de la asamblea. Pensemos en la oración común, en las formas que nos son conocidas en la edad patrística; pensemos en el canto. Pero lo que importa hacer notar, más todavía que las formas, que no pueden no cambiar, es la intención, el espíritu, que expresa algo esencial a la visión católica de la realidad. Recordemos la oración universal de Clemente Romano, en la que el sentido comunitario se revela de modo tan evidente (Primera Carta a los Corintios 59,3-61,3). Es en este clima donde florece la oración de intercesión con todos sus vigorosos desarrollos. Es bien claro en los padres el esfuerzo por elevar a toda la comunidad a la contemplación y a la vida del misterio cuando enseñan, invitan a la oración o proponen a todos los fieles un programa integral de vida cristiana. Piénsese en ciertas elevaciones, en ciertas confidencias contemplativas que, casi se diría, se le escapan a san Agustín en las Enarrationes in Psalmos (me estoy refiriendo a las dirigidas al pueblo en la predicación). Piénsese también en un san León Magno, en su modo de presentar el misterio de navidad o de la pascua como la expresión plena de la vida cristiana.


IV. El sentido del misterio

Ya el mismo vocabulario es muy interesante en este campo. En los últimos decenios se han multiplicado los estudios en torno a los términos mysterium y, sobre todo, sacramentum'°, vocablos particularmente ricos de significado. Sin pasár revista a las diversas acepciones que se contienen en esos términos, bastará notar aquí que es común a los padres el sentido de una realidad sagrada que viene de Dios y que el hombre acepta sin entenderla totalmente, adorando, alabando, dando gracias. Es la actitud concorde no sólo de algunos padres de tendencia fuertemente tradicionalista, que ignoran o rechazan la elaboración racional de la verdad revelada, sino también de los especulativos más comprometidos y audaces, de Orígenes, de san Gregorio Nacianceno, de san Gregorio Niseo, de san Agustín. Sin duda el sentido profundo del misterio ha sido para ellos una salvaguarda de la ortodoxia y del espíritu de fe y de oración, de igual modo que la actitud de humilde y profunda adoración inspira la acción litúrgica.

Obviamente, el sentido del misterio caracteriza también la catequesis de los padres, en íntima conexión con la liturgia.

Sin embargo, no se comete una injusticia con los padres si se reconoce que la manera con frecuencia insatisfactoria en que ellos se han servido del locus theologicus de la liturgia "se debe tal vez también al hecho de que la han tratado con frecuencia con un espíritu demasiado místico, como algo que casi participa de la revelación"; actitud que debe ser juzgada, como es obvio, teniendo siempre muy presente el ambiente histórico en que ellos se movieron.


V. El valor de la palabra

Los antiguos reconocieron y exaltaron el valor de la palabra, considerada en su significado esencial de expresión, de estímulo, de alimento del pensamiento y, en general, de la vida espiritual. Basta pensar en la palabra logos (razón y pensamiento entre los griegos). Es conocida la importancia de tal actitud en los aspectos culturales; la cultura antigua es cultura de la palabra, cultura retórica, favorecida por la costumbre de leer en voz alta. Tal actitud ha tenido una importancia decisiva en la formación de los textos litúrgicos esenciales. Es verdad que en la patrística encontramos textos que parecen contradecir este culto de la palabra, porque es frecuente entre los padres la condena de los artificios retóricos, pero precisamente en cuanto con ellos se traiciona el significado auténtico de la palabra, del logos, sometiendo al artificio lo que debe ser comunicación sincera de pensamiento y de vida. En realidad, los padres muestran una gran confianza en la palabra. No hablo sólo de un Orígenes filólogo y exegeta, que pide a la palabra precisa de la biblia el secreto del misterio divino; de un san Agustín, controversista que confía a la palabra del que contradice la suerte de la verdad a la que quiere conducir a los errantes; hablo, en general, de la confianza manifestada por el cuidado que los padres tienen de la palabra, tanto en la enseñanza y en la exhortación como en el culto. Léase despacio la oración [supra, I III] de Clemente Romano, para captar el sentido musical que anima en ella a la palabra. Todo san Cipriano ha de ser tenido en cuenta a este propósito, como el orador y el escritor que pone al servicio del ministerio apostólico ese arte de la palabra que la concepción de aquel tiempo situaba en el centro de la cultura. Lo que en Cipriano es un uso constante, en otros, como por ejemplo en san Gregorio Nacianceno y en el mismo san Agustín, encontrará la justificación consabida. Sería fácil alargar la lista de nombres a este respecto.

La liturgia conserva esta característica, que ha asumido de la época de los padres, del uso de una palabra cultivada, no siempre libre de artificios, siempre sellada con esa impronta de nobleza que debe caracterizar todo lo que hace referencia al culto divino.


VI. Sentido bíblico

No se quiere hablar aquí del uso de la biblia en la liturgia [-> Biblia y liturgia], sino del sentido bíblico de los padres, que opera en la liturgia. Es en la biblia donde los padres encuentran su teología, la sustancia del discurso doctrinal en la predicación y en el tratado, el alimento de la meditación, la materia moral y ascética.

El sentido de la biblia se traduce de forma evidente también en el lenguaje de los padres. "Es un hecho bien conocido para quien tenga alguna familiaridad con los antiguos escritores cristianos griegos y latinos. Nutridos por la asidua lectura de los libros santos, no sólo sacaban de ella la médula de su pensamiento, sino que asumían espontáneamente sus expresiones, imágenes y ademanes, de modo que se debe hablar de un influjo de índole propiamente literaria. De este modo su estilo adquiere un colorido nuevo, que a veces tiene un aire de exotismo y traiciona la intrusión de elementos heterogéneos, mientras que representa también, en ciertos escritores mejor dotados, un enriquecimiento del patrimonio literario familiar a los clásicos. Es un ímpetu nuevo que irrumpe en la corriente de la forma clásica, transformándose en un nuevo mundo, no sólo de ideas religiosas y morales, sino también de imágenes y de actitudes literarias".

Lo mismo hay que decir de los textos litúrgicos tanto de la edad patrística como del medievo.

Viniendo ahora al uso exegético que los padres hacen de la biblia, se sabe que se manifiestan en él tendencias diversas y opuestas. Sin ocuparnos en particular de tales diferencias, que conviene también tener presentes, aquí se anotarán de pasada algunas características comunes a la exégesis patrística, que se advierten también constantemente en la liturgia.

Antes de la reforma de la -> liturgia de las Horas, recomendada por el Vat. II, quien no tenía un cierto conocimiento de la patrística encontraba con frecuencia dificultades en numerosas lecturas de los padres, que parecían constituir un acertijo. Pero también en la nueva situación, sin duda muy mejorada, convendrá señalar algunas características de la exégesis patrística que nos ayuden a comprender el uso que la liturgia hace de la biblia. ¿Cuál es la finalidad de la exégesis según los padres? Lo dijo Orígenes de forma particularmente feliz: "Las Escrituras, en su conjunto, en cuanto comprendidas exactamente y a fondo, no constituyen, pienso, sino los primerísimos elementos y una introducción, de hecho muy sumaria, respecto de la totalidad del conocimiento".

a) Como se ha observado, a Orígenes "le importa no sólo interpretar el sentido de las palabras, sino también captar la intención de Dios, que habla en las expresiones de la biblia; más aún, a Dios mismo". San Gregorio Niseno se expresa de modo similar: "La voz de Dios no resonó en lengua hebrea ni en ningún tipo de lengua en uso entre las gentes, sino que todos los discursos de Dios que se leen en Moisés o en los profetas no son otra cosa que indicaciones de la voluntad de Dios". Es necesario saber qué es lo que Dios nos quiere decir, no tanto la manera en que nos lo quiere decir. La interpretación espiritual tiene sus raíces aquí, cualquiera que sea la legitimidad que de ella haya hecho este o aquel padre. Ella pretende ir más allá de la corteza del significado inmediato para captar la intención de Dios.

b) Un concepto básico en la exégesis patrística es la unidad de los Testamentos. El fundamento de esta concepción, que los padres tomaban de la misma biblia, es la unidad de su autor principal y el designio divino que se expresa en la biblia: la intención de Dios. Las expresiones de tal idea son múltiples y muy importantes. Ante todo, el profetismo de la biblia, entendido en sentido mucho más amplio que en la enseñanza teológica común: la tipología bíblica se ha convertido en una categoría constante (cualquiera que sea su fundamento en los casos particulares) 32. Sobre este principio todos los padres están de acuerdo, incluso los más dedicados al estudio del sentido literal y ajenos a la exégesis alegórica. Tal criterio es dominante también en el uso litúrgico.

c) En conexión con el principio ahora mencionado está el concepto de la centralidad de Cristo. La unidad de los dos testamentos tiene su piedra angular en Cristo: en el Cristo histórico y en el Cristo místico. Agustín no se cansa nunca de señalar este canon interpretativo fundamental. Cristo habla en los ->I salmos, el Cristo que se alegra o sufre en su carne mortal, Cristo pesseguido o glorioso en su iglesia. La centralidad de Cristo, punto esencial en el pensamiento de los padres, es igualmente esencial para la comprensión de la liturgia.

d) La biblia y la iglesia. Dios no ha dado la biblia al fiel particular, sino a la iglesia, y como algo vivo, que la iglesia trata como depositaria y dispensadora, asistida por el Espíritu Santo, asociando la absoluta fidelidad de quien garantiza tal asistencia a la libertad propia del sensus fidei y del magisterio vivo, ejercido bajo el influjo del Espíritu. Es bien conocido que en el uso litúrgico se deja a veces a un lado el sentido literal, se usa la tipología en abundante medida y no se rehúye la consabida acomodación.

Es la falta,de contacto con el mundo de la tradición, representado en primer lugar por la patrística, la que explica ciertos reproches dirigidos, no sin ligereza, a la exégesis litúrgica.

No quiere decirse que tal libertad (cuyo derecho no puede arrogarse el cristiano particular) exima de un estudio crítico, filológico e histórico de la biblia. Los mismos padres nos dan ejemplo de ello. El Orígenes que propone las exégesis espirituales más audaces es el mismo que con un criticismo de filólogo aguerrido e incansable cuida la edición hexaplar; el Agustín que desconcierta con ciertas complicadas aritmologías que pretenderían encontrar sentidos ocultos en la palabra de Dios, es el mismo que discute el valor gramatical de un de o de un in, que confronta los diversos códices latinos o griegos a su alcance para llegar a una inteligencia más segura del texto sagrado.

Por lo demás, como se ha indicado, en la reciente reforma de la liturgia de las Horas se han tenido presentes las dificultades de que se habla. En la elección más amplia y variada de las lecturas patrísticas se ha prescindido de las que resultaban menos accesibles a la mentalidad de un cristiano de hoy, dando, en cambio, gran importancia a los textos más fácilmente comprensibles y más susceptibles de una congruente utilización espiritual y pastoral.

e) Queremos, finalmente, subrayar ciertas actitudes espirituales que sugieren los padres, con la exhortación y el ejemplo, en el uso de la biblia, y que tienen continuos ecos en la liturgia.

"El mérito inestimable de la palabra divina, las riquezas inagotables que esconde, la necesidad que de ella tiene el hombre como luz de su camino y alimento de la vida espiritual, la dificultad que su inteligencia limitada encuentra frente a la sabiduría infinita que habla en esas páginas, hacen necesario el esfuerzo sincero, el empeño generoso en el estudio y en la meditación de las mismas".

"Es necesario acercarse al texto sagrado con buenas disposiciones morales", entre las cuales es fundamental el amor a la verdad ".

"Pero el hombre no puede por sí solo acercarse dignamente a la palabra de Dios; tiene necesidad de la gracia divina, que debe impetrar con la oración humilde y fervorosa."

Piénsese en la oración que acompaña y sigue a la lectura del evangelio en la misa para obtener que el Señor limpie el corazón y los labios de quien debe anunciar la palabra divina. Téngase también en cuenta el versículo que introduce las lecturas en la hora del oficio destinada a las mismas.

Recuérdese ese procedimiento de san Agustín, convertido casi en un topos: antes de emprender la lectura del texto bíblico que va a explicar, ora e invita a los fieles a orar; y cuando se encuentra ante una dificultad exegética, exhorta de nuevo a los oyentes a la oración 3".


VII. Conclusión

Es necesario estudiar a los padres también con el fin de comprender mejor la liturgia; del mismo modo que es necesario, para comprender a los padres, tener bien presente la liturgia en su significado auténtico y en su actuación concreta. Es necesario también, respecto. de las relaciones entre patrística y liturgia, que tal estudio se cultive según todas las exigencias de la crítica; y se ha hecho mucho en este sentido. Lo importante es no permitir que se pierda este patrimonio de doctrina y de espiritualidad, sin el que difícilmente se podrá tener una comprensión adecuada de la liturgia, pues ésta refleja todo un mundo de pensamiento y de vida que la patrística ha expresado con una conciencia y un vigor que hacen de sus páginas un monumento perenne y siempre actual del pensamiento y de la vida cristianos.

M. Pellegrino

BIBLIOGRAFÍA: Daniélou J., Sacramentos y culto según los ss. Padres, Guadarrama, Madrid 1962; La catequesis en los primeros siglos, Studium, Madrid 1975; Olivar A., La lectura de los ss. Padres, en "Phase" 3 (1961) 9-13; Oñatibia 1., La catequesis litúrgica de los Padres, ib, 118 (1980) 281-294; Oriol J., Las lecturas patrísticas y hagiográficas del nuevo Breviario, ib, 57 (1970) 303-304; Vagaggini C., El sentido teológico de la liturgia, BAC 181, Madrid 1959, 549-586; Verd G.M., La predicación patrística española, en EE 47 (1972) 227-251.