MATRIMONIO
NDL


SUMARIO: I. El matrimonio en el contexto socio-cultural contemporáneo: 1. Sociedad industrial y nuevas relaciones entre familia y sociedad; 2. La unión frágil; 3. Interrogantes planteados a la iglesia - II. Datos bíblicos: 1. Antiguo Testamento: a) La reflexión de Gén 2-3 (yavista), b) La reflexión de Gén 1 (sacerdotal), c) La reflexión profética; 2. Nuevo Testamento:
a) "¡Este misterio es grande; mas yo lo digo en orden a Cristo y a la iglesia!", b) El matrimonio: respuesta a una vocación, c) Conclusión - III. Tradición litúrgica: 1. Ss. I-III (IV); 2. Ss. IV-XIV (XV): a) Matrimonio y consentimiento, b) El velo y la bendición nupcial durante la eucaristía; 3. El Ritual de 1614 - IV. El nuevo Ritual del Matrimonio: 1. Los límites de la reflexión teológica precedente; 2. La reflexión teológica reciente; 3. Análisis del RM: a) Desde el punto de vista celebrativo, b) Desde el punto de vista teológico - V. Orientaciones pastorales: 1. Evangelización y sacramento del matrimonio; 2. Tareas de la comunidad cristiana; 3. Los esposos cristianos, llamados a anunciar el evangelio.


1. El matrimonio en el contexto socio-cultural contemporáneo

En estos últimos treinta años hemos asistido, si no a una verdadera y propia impugnación radical de la institución matrimonial (limitada, por el momento, a algunos ámbitos precisos, representados por ejemplo por H. Marcuse y por alguna franja del movimiento feminista), al menos a una crisis de la misma. Todo esto debe convertirse, en relación con la comunidad cristiana, en una provocación y un estímulo a interrogarse de nuevo (y a darse una respuesta positiva) sobre lo específico del matrimonio cristiano: ¿existe un modo específico de vivir la existencia cristiana en el matrimonio? Este es el motivo de fondo que guía la presente contribución, la cual, aunque parte del hoy, no obstante se confronta con el dato de la palabra de Dios, primero escrita y luego vivida en la experiencia de la iglesia, en la que se hace tradición en busca de lo que es constante e irrenunciable para la fe, que habrá que expresar de nuevo enel hoy de la comunidad cristiana Por tanto, analicemos ante todo los factores que están en el origen de la crisis antes mencionada de la institución matrimonial.

1. SOCIEDAD INDUSTRIAL Y NUEVAS RELACIONES ENTRE FAMILIA Y SOCIEDAD. El advenimiento de la sociedad industrial ha favorecido ciertamente la instauración de una nueva relación entre familia y sociedad. La familia ha visto recortados no sólo el número de los propios componentes (se ha pasado de la familia patriarcal a la familia nuclear), sino también la diversa y múltiple articulación de las propias funciones (ha perdido las funciones asistenciales y educativas, asumidas ahora por instituciones extrafamiliares); se ha visto además despojada de toda posibilidad de influencia social, y se ha descubierto funcionalizada e instrumentalizada al servicio del modelo y de la lógica de la sociedad de consumo. Es decir, la familia ha ido cerrándose en el interior de su pequeño mundo, privatizándose en la intimidad del matrimonio, favorecida e impulsada en esta dirección por la ideología burguesa, y en parte también por cierto intimismo cristiano. A un desenlace fuertemente negativo en relación con los llamados vínculos institucionales y, por tanto, con el matrimonio llega también una parte del actual movimiento feminista, que ve en el modelo de la familia reproductiva una causa de la actual condición de no-liberación y de no-realización de la mujer. En conclusión: nos encontramos con señales que atestiguan el rechazo del matrimonio como institución, considerado por algunos como la institución que permite a la sociedad reproducirse y garantizar la permanencia de los propios modelos. De ahí el progresivo difundirse del rechazo deliberado de casarse (unión libre) o de casarse recurriendo al llamado matrimonio de prueba (que está más difundido en Francia, pero que comienza a aparecer también en España), dado que la ley civil prevé el divorcio.

2. LA UNIÓN FRÁGIL. Las uniones matrimoniales resultan hoy más frágiles que en el pasado. En el origen del fenómeno está un gran cambio social, consistente en la incapacidad de la actual generación para aceptar una relación definitiva con todas las limitaciones para la libertad que de ella derivan. La joven generación que vive en nuestro contexto social de acentuada inestabilidad se ha habituado de tal forma al cambio, a la dinámica, que ha roto los vínculos con la tradición, con lo antiguo, con todo lo que es estático (piénsese, por ejemplo, en la fuerte permisividad en el campo sexual, en la elección de la unión provisional y no legalizada: síntomas claros de una dificultad suma para aceptar un compromiso definitivo). Es decir, se va transfiriendo al plano de las relaciones entre las personas esa dinámica social de movilidad en sentido psicológico que es típica de las sociedades industriales. Por otro lado, son diversas y de diverso peso las otras causas que ciertamente contribuyen a la fragilidad de las uniones matrimoniales; en efecto, éstas, en razón de la caída de la mortalidad adulta, y consiguientemente de la elevación de la duración media de la vida, están sometidas a una prueba de duración más que doble respecto al pasado; están además cargadas de toda una serie de expectativas, que objetivamente un matrimonio no puede satisfacer. Más aún: se ven privadas de todos aquellos apoyos sociológicos que en el pasado ayudaban a su permanencia y estabilidad, de suerte que están llamadas a sostenerse sólo en virtud de la calidad de la relación interpersonal. En fin, las han vuelto particularmente vulnerables nuevas conquistas, todavía no perfectamente integradas, vinculadas al crecimiento y a la evolución de la mujer, a la nueva valoración de la sexualidad, a una toma de conciencia más aguda del valor de la persona y de la necesidad de tener éxito en la propia vida. Evidentemente, a largo plazo, todas estas realidades conducirán a una nueva calidad de las uniones matrimoniales; hoy, sin embargo, desde el momento en que llevan a un mayor número de fracasos, desafían a la iglesia a comprometerse urgentemente en la evangelización del matrimonio.

3. INTERROGANTES PLANTEADOS A LA IGLESIA. Las transformaciones socioculturales que acabamos de delinear no pueden ser pacíficamente aceptadas con un juicio totalmente positivo. Sin embargo, ciertamente deben considerarse como fuertes provocaciones para que la iglesia redescubra y reinterprete los valores de la existencia cristiana en el matrimonio, superando el riesgo muy fácil, que en parte está también en el origen de la pobreza en la teología y en la catequesis del matrimonio (y, por tanto, de la escasez de existencias testimoniales), de identificar el cómo o lo específico del matrimonio cristiano a nivel ético o sociológico en vez de hacerlo a nivel teológico. En efecto, como creyentes no poseemos una revelación sobre la familia, sino más bien sobre el matrimonio como base de la familia. A lo largo de la historia se ha asistido al paso de la familia patriarcal a la nuclear; ahora también la familia nuclear parece atravesar una crisis o al menos se la somete a discusión, mientras que aparecen nuevos modelos comunitarios en parte recogidos del pasado, pero en amplia medida profundamente nuevos. Análogamente, el matrimonio, en cuanto estructura fundante de la familia, es sometido continuamente a discusión en su modo de constituirse y de ser. No se trata, por tanto, de sacralizar ciertos modelos de matrimonio, y mucho menos de familia. Hoy, como en toda época, la comunidad cristiana está llamada a reinventar y a proponer de nuevo los valores permanentes del modo cristiano de ser del matrimonio y de vivir el matrimonio. Es decir, debe responder de modo creativo y al mismo tiempo fiel a la pregunta con la que hoy se la interroga: ¿Qué significa casarse "en el Señor"?


II. Datos bíblicos

Incluso una rápida aproximación a la Escritura (según se admite en una investigación de este género) nos permite captar como inmediatamente evidente el hecho de que Dios se ha servido de algunos aspectos de la experiencia matrimonial (sobre todo en los libros proféticos y en el Cantar de los Cantares) para manifestar su designio de salvación, el misterio de su amor.

1. ANTIGUO TESTAMENTO. a) La reflexión de Gén 2-3 (yavista). El horizonte temático del texto está dado por la complementariedad-comunión del hombre y de la mujer, que tienen la misma dignidad; pero el proyecto de vida ha fracasado a causa del pecado que acarrea a la pareja la experiencia del desorden (Gén 2,25 y 3,7), de la soledad-división (Gén 3,12), de la pasionalidad (Gén 3,16b).

b) La reflexión de Gén l (sacerdotal). La pareja humana es creada por Dios como sexuada: la unión entre hombre y mujer es buena y está destinada a la fecundidad (es ciertamente éste el tema que destaca, aunque también aquí se señala la dignidad igual de hombre y mujer, ambos imágenes de Dios), que es un modo de expresar la imagen de Dios y condición para realizar el dominio de Dios sobre el mundo (recuérdese, sin embargo, que la actividad procreadora tiene un sentido religioso, no sólo en el ámbito de la creación, sino también en el ámbito de la esperanza mesiánica; se casan para aumentar la posteridad de Abrahán, y por tanto para acrecentar la posteridad [esperanza] de Israel). Así pues, el matrimonio es visto como don bueno de la creación, encomendado a la responsabilidad del hombre; y, conforme a las vigencias socioculturales del tiempo, aparece más vinculado a la tarea de asegurar una posteridad y de salvaguardar un patrimonio que hay que hacer fructificar ulteriormente que a la exigencia de una realización en la reciprocidad del amor.

e) La reflexión profética. Los profetas se sirven de la experiencia matrimonial para conducirnos a la comprensión del amor de Dios. A este respecto es ejemplar la experiencia de Oseas, que ejerce influjo también en Jer 2,2; 3,4; 3,6-10; 31,3-4.31; Ez 16 y 23. Dios se presenta como un esposo que con ternura y fidelidad sin medida sabrá ganar finalmente a Israel, el cual al comienzo ha sido infiel al amor inmenso con que Dios lo había amado. Son riquísimas, en efecto, las expresiones matrimoniales con que se describe el misterio de la alianza: fidelidad, bondad, misericordia, amor de predilección gratuita, amor constante, celoso, exclusivo y total, amor profundo (en el sentido de la intimidad matrimonial). Y la experiencia del límite, que se configura como ruptura, infidelidad, traición, permite no sólo penetrar y profundizar en larealidad del amor fiel a pesar de todo y sin arrepentimiento de Dios, sino también abrir al pueblo a la esperanza escatológica, a la idea de las bodas mesiánicas (Jer 31,21-22. 26.3134; Is 54,1-8; 61,8-10; 62,4-5).

2. NUEVO TESTAMENTO. El NT, proclamación del "evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios" (Mc 1,1), es en último término el anuncio de las bodas de Dios con la humanidad. En efecto, se designa a Jesús varias veces como el esposo por excelencia: ante todo por boca de Juan Bautista (in 3,29); pero Jesús mismo se llama así (Mt 9,15); Pablo por dos veces atribuye el término a Jesús (2 Cor 11,2 y Ef 5,21-23); lo mismo hace el Apocalipsis (22,17-20); sin citar las referencias explícitas que se encuentran en las parábolas escatológicas del reino (Mt 22,1-10 y 25,1-12). Jesús es, pues, el esposo que invita a todos a la fiesta nupcial, a las bodas del Cordero (Ap 19,7-9).

La Escritura se abre y se cierra con la alegría de las bodas: las del hombre y de la mujer en el jardín del Edén, las del nuevo Adán (Rom 5) y de la nueva Eva (Ap 12) al final de los tiempos.

a) "¡Este misterio es grande; mas yo lo digo en orden a Cristo y a la iglesia!" Con esta visión de las cosas, Pablo, después de haber citado Gén 2,24 ("Por este motivo el hombre dejará a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer y los dos serán una sola carne"), añade: "Este matrimonio es grande; mas yo lo digo en orden a Cristo y a la iglesia" (Ef 5,32). La revelación del misterio escondido de Dios encuentra en el misterio su figura simbólica. Por eso el amor de Cristo por la iglesia se convierte en punto de referencia obligado y sacramental de la sociedad conyugal; en efecto, de ahora en adelante es la relación Cristo-iglesia la querevive en el matrimonio. Así el matrimonio cristiano se sitúa en el corazón del misterio de Cristo y vive de la gratuidad y de la fidelidad del amor de Cristo; es decir, vive del riesgo de la alianza (especialmente a propósito de la indisolubilidad), porque en adelante las actitudes respectivas de Cristo y de la iglesia imponen las del esposo y de la esposa.

El matrimonio, por tanto, no está ya dominado, como en el AT, por el deber religioso de asegurar una descendencia, sino por la constitución de una comunidad de amor y de fidelidad, que tiene como fundamento y modelo la de Cristo y de la iglesia.

b) El matrimonio: respuesta a una vocación. En efecto, el matrimonio está al servicio del reino y es un modo de vivir el reino. Es, por tanto, realidad válida y salvífica, que sin embargo es sólo anticipo de la plenitud del reino. En el pasaje de Mt 19,11-12 no se devalúa en absoluto el matrimonio (más aún, su gran riqueza se derrama y rebosa sobre la condición de cada creyente, que está "desposado" con Cristo como "con esposo único": 2 Cor 11,2): simplemente ahí se toca el tema del celibato por amor al reino. A lo largo de siglos el celibato, en lugar de iluminar el matrimonio en su valor de anticipación de la plenitud del reino, se presentará como alternativa, leída, por desgracia, en términos de desprecio de la realidad terrena, y por tanto también de la realidad matrimonial. Por el contrario, el matrimonio, visto como respuesta a una vocación, aparece como lugar de gracia y de salvación, precisamente por ser anticipación en el reino. Inserto, por tanto, en la dinámica nueva del reino, se convierte en el lugar en que la pareja está llamada a vivir el amor según las exigencias del reino mismo.

c) Conclusión. El matrimonio, que forma parte de los valores de la creación, se encuentra, como toda otra realidad terrena, "en el punto de encuentro de tres fuerzas: la tendencia de la creación hacia el fin que le ha asignado el Creador, la fuerza del pecado que la aleja y la trastorna, la fuerza de la gracia que la reordena reconduciéndola hacia Dios e insertándola en el misterio de Cristo"'. Por eso la experiencia matrimonial, en la Escritura, se convierte no sólo en el medio con que Dios revela su alianza con el hombre, sino también en el lugar en que se vive, se experimenta la alianza tanto en la dimensión de amor gratuito, de agape, como en la dimensión de amor fiel, de modo obstinado y a pesar de todo.


III. Tradición litúrgica

La historia de la evolución de las formas celebrativas del matrimonio, bajo muchos aspectos ya estudiada, espera todavía una interpretación completa y correcta, que tenga en cuenta sobre todo la innegable influencia de los modelos de pensamiento y de cultura en que se ha expresado el cristianismo, y las diversas acentuaciones que afloran en la comprensión que la iglesia ha tenido de su misión y de su relación con el mundo. La ausencia de síntesis histórico-interpretativas capaces de poner de relieve las líneas que han determinado tal evolución hace ciertamente más difícil el trabajo. Aquí tenemos presentes con particular atención los desarrollos litúrgicos del área romana.

1. Ss. i-ii (iv). No se tienen indicaciones claras y probatorias sobre la existencia de una celebración litúrgica propiamente tal del matrimonio: casi se podría definir el matrimonio como un acontecimiento profano con inspiración cristiana; en efecto, los cristianos celebran su matrimonio "como los demás hombres" (Ad Diognetum 5,6), ajustándose a los usos civiles: lo celebran bajo la presidencia del padre de familia, realizando únicamente los gestos y ritos domésticos, como por ejemplo el de unir las manos de los futuros esposos. Sin embargo, los cristianos siempre han tenido presentes "las leyes extraordinarias y verdaderamente paradójicas de su sociedad espiritual" (Ad Diognetum 5,4), sintiendo con profundidad la urgencia de la novedad que ellos traían a la historia; por eso eliminaron de su liturgia doméstica todo aspecto de la religión pagana (por ejemplo, el sacrificio a los dioses familiares y los excesos licenciosos del cortejo nupcial). Dieron particular importancia a la procreación y a la educación de los hijos (Ad Diognetum 5,6). La importancia eclesial del matrimonio es subrayada por Ignacio de Antioquía, que casi invita a los cristianos a casarse sólo con la aprobación del obispo (Ad Polycarpum 5,2). También Tertuliano alude al hecho de que los cristianos, con ocasión del matrimonio, a veces participan en la celebración del sacrificio eucarístico y obtienen una bendición particular (Ad uxorem 2,9: CSEL 70, 123). El obispo estaba también presente en el matrimonio de los esclavos, de los catecúmenos, de los huérfanos y del clero. Ciertamente, todas estas indicaciones habría que releerlas, para una mejor interpretación puntual de las mismas, dentro de la lógica de una comunidad cristiana que se esfuerza por ser signo dentro de un mundo que es y sigue siendo pagano, tanto en sus estructuras como en su mentalidad.

2. Ss. iv-xiv (xv). En estos siglos se van delineando progresivamente los elementos de la celebración litúrgica mediante una gradual evolución desde el matrimonio como acontecimiento profano-civil con inspiración cristiana al matrimonio como acontecimiento cristiano en la iglesia. (Recuérdese y téngase presente la recíproca pertenencia de iglesia y sociedad, que se va volviendo cada vez más marcada desde los ss. vii-viii en adelante.) Dos son los polos en torno a los cuales gira el desarrollo de la celebración: todos los demás usos, incluidos los eclesiásticos, sin que esto menoscabe mínimamente la sustancia de las nupcias (DS 643). Es a partir de los siglos sucesivos a la época carolingia' cuando la iglesia reivindica competencia jurídica sobre el matrimonio y dispone que el consentimiento y la consiguiente entrega de la prenda nupcial se declaren expresamente en presencia del sacerdote (ss. Ix-x [xii) en la iglesia o, más a menudo, ante las puertas de la iglesia, como indican varios Rituales de los ss. xi-xivi; a este acto le seguirá luego la celebración de la misa con la bendición de la esposa. (Esto nos permite subrayar un hecho: aunque los actos jurídicos del matrimonio han pasado a ser actos litúrgicos, se realizan sólo "ante valvas ecclesiae"; esto viene a demostrar el primado litúrgico, por largo tiempo conservado, de la bendición nupcial.) El intercambio de los consentimientos tuvo sanción litúrgica por primera vez en Normandía. Para conferirle la mayor publicidad posible, se convino que el acto tendría lugar no ya en la casa de la novia, sino a la puerta de la iglesia, ante la casa de Dios; por este motivo la expresión "in facie ecclesiae" tuvo primero un sentido puramente material. Los dos Ordines más antiguos del matrimonio "in facie ecclesiae" están testimoniados por un-Misal de Rennes y por un Pontifical usado en la abadía normanda de Lire'. En Italia, en cambio, habrá que llegar al concilio de Trento, que exige obligatoriamente la presencia del párroco para ver imponerse tal praxis, mientras que hasta aquel momento el consentimiento era recibido por el notario. En fin, la fórmula "Ego coniungo vos" (con la invitación a estrecharse la mano derecha) está atestiguada por primera vez en un Ordo de Rouen de finales del s. xiv. Sin embargo, no se puede interpretar la fórmula como la traducción ritual

a) Matrimonio y consentimiento. En primer lugar, es posible constatar el profundo influjo del derecho romano en relación con el pensamiento cristiano, que acoge el valor del consentimiento como hecho constitutivo del matrimonio; en efecto, según el derecho romano sólo el consentimiento es estrictamente necesario para el matrimonio, cualquiera que fuese su forma (es decir, se consideraban elementos secundarios las diversas costumbres nupciales con que se celebraba el matrimonio y se expresaba el consentimiento). La iglesia se preocupaba de que el consentimiento humano libre se expresara y fuera una realidad, sobre todo en el caso del matrimonio de los pobres. Entre tanto, sin embargo, los diferentes ritos (relativos al anillo, la dote, la entrega de la esposa, el testimonio de padres y amigos) se seguían realizando en el ámbito familiar, si bien bajo la mirada vigilante del sacerdote: todavía no se habían transformado en ritos litúrgicos, como sucederá más tarde. Así, para Gelasio 1, la velatio es la prueba evidente del mutuo consentimiento; en esta línea se coloca también la intervención del papa Nicolás 1 en relación con los búlgaros (13 de noviembre de 866), cuando evoca el gran principio de que sólo se necesita el consentimiento para el matrimonio, mientras que se puede prescindir de las preocupaciones de la escolástica relativas a la esencia y validez del sacramento; responde más bien a la preocupación y voluntad de traspasar de los padres al sacerdote la traditio puellae, de forma que pueda garantizar la libertad a la esposa.

b) El velo y la bendición nupcial durante la eucaristía. A partir de la mitad del s. Iv está atestiguada una bendición presbiteral que acompaña a la entrega del velo durante la eucaristía estamos frente a un rito que quiere simplemente expresar honor (en efecto, es obligatorio para los clérigos, y se niega a las prostitutas y a los fornicarios con ocasión de las segundas nupcias). No se trata del flammeum de Roma, que cubre la cabeza de la novia ya al comienzo de la ceremonia en la casa paterna; es, por el contrario, un velamen sacerdotal, porque lo extiende el obispo de modo que cubra completamente a la esposa y los hombros del esposo, cuya cabeza queda descubierta. Son diversos los testimonios que nos documentan el texto de la bendición de la esposa (junto con los textos de la misa nupcial): el Sacramentario veronense, recogido luego y retocado por el Sacramentario gelasiano y por el Sacramentario gregoriano

El puesto central de la esposa en la oración de bendición parece deberse, aparte de a la influencia de las costumbres —legislación longobardo-franco-germánico-romana —, también a la teología paulina expresada en 1 Cor 11,2-5 (sobre todo 7-8), según la cual el hombre, imagen de Cristo, es cabeza de la mujer, imagen de la iglesia: para la mujer, por tanto, el marido se convierte en figura Christi ("nubat in Christo": Sacramentario gregoriano), por lo que la fidelidad y sujeción de la esposa al marido es un servicio prestado a Cristo. Además, la velación de la esposa se hace comprensible si se pone en relación con la velación de las vírgenes consagradas a Dios ("virgines Deo sacratae"), consagración de la que las nupcias constituyen el sacramento o realización simbólica en la vida en el mundo. En efecto, en este período se va afirmando la velatio virginis, que es cabalmente la solemne consagración de una virgen. Ahora bien, la esposa cristiana, mediante la velación, era colocada junto a la virgen consagrada en la misma perspectiva de la unión con Cristo; unión que, mientras en la virginidad va directa a su fin, a través del signo de las nupcias, en la vida conyugal llega mediatamente. Es decir, el matrimonio visibiliza la realidad nupcial del misterio de Cristo, la virginidad visibiliza el más allá de esta realidad.

3. EL RITUAL. DE 1614. Este Ritual, que permaneció en vigor hasta 1969, contiene y codifica el Ordo medieval acerca del intercambio de los consentimientos in facie ecclesiae, la unión de las manos con la fórmula sacerdotal "Ego coniungo vos", la bendición del anillo nupcial de la esposa y la fórmula de conclusión. Sin embargo, no pretende abolir formularios y "costumbres loables" en uso en aquel tiempo. En efecto, recogiendo los términos mismos del decreto tridentino Tametsi (DS 1814), el Ritual hace seguir a las palabras "Ego coniungo vos..." la rúbrica "vel aliis utatur verbis iuxta receptum uniuscuiusque loci ritum", precisando asimismo más adelante: "Ceterum sicubi aliae laudabiles consuetudines et caerimoniae in celebrando matrimonii sacramento adhibentur, eas convenit retineri" (Rit. Rom., tít. Vil, c. 11, nn. 2 y 6). El Misal, en cambio, contiene la antigua liturgia romana, en la tradición gregoriana (las lecturas bíblicas son Ef 5,22-23 y Mt 19,3-6).


IV. El nuevo "Ritual del Matrimonio"

Este nuevo libro litúrgico, nacido en el surco fecundo de la reforma litúrgica del Vat. II, se aprovecha de la reflexión teológica suscitada por el fermento conciliar en torno al misterio del matrimonio cristiano.

1. LOS LÍMITES DE LA REFLEXIÓN TEOLÓGICA PRECEDENTE. Debiendo aquí proceder sintéticamente, los podemos articular en torno a algunas temáticas fundamentales. Ante todo, por el notable influjo cultural (platonismo, estoicismo), no tenía en consideración la realidad del amor dentro del matrimonio, sino que ponía en primer lugar la procreación, con el fin de asegurar la posteridad y la administración del patrimonio. En segundo lugar, había en ella un juicio fundamentalmente pesimista sobre la sexualidad como valor, juicio cuyas raíces, que se remontan a la época patrística (dualismo gnóstico y maniqueo), todavía en nuestro siglo hace difícil una adecuada colocación de la sexualidad dentro del matrimonio y la determinación de un valor propio que no sea el instrumental de la procreación, al par que reduce la noción de amor conyugal a la categoría de un amor de amistad carente de toda relación con la realidad y manifestación sexual.

2. LA REFLEXIÓN TEOLÓGICA RECIENTE. La superación de los condicionamientos precedentes se ha producido gracias a que se ha afirmado, en el plano cultural, una interpretación personalista del matrimonio, y gracias a la recuperación, en el plano teológico, de la significatividad sacramental del mismo. En este último nivel, el sacramento se ve no como algo que se añade desde fuera: es el mismo matrimonio visto en la perspectiva de la fe, es decir, en la óptica y en la lógica de la alianza, y por tanto, como acontecimiento de la gracia y del amor de Dios, que se da a los esposos en la comunidad de santidad que es la iglesia, para que puedan vivir en plenitud su comunión de pareja.

3. ANÁLISIS DEL RM. La constitución litúrgica SC (77-78) no sólo había reconocido la necesidad de una reforma del rito del matrimonio, sino que había indicado también algunos criterios. El nuevo ritual, en sus líneas teológico litúrgicas, se presenta ahora como una fuerte contribución a la comprensión de la índole típica del casarse en el Señor.

a) Desde el punto de vista celebrativo. Ciertamente, el hecho más notable es que el nuevo RM inserta la celebración del matrimonio durante la misa, facilitando así la lectura-comprensión-anuncio de la realidad celebrada como realidad estrechamente unida a la alianza, cuya celebración vértice es la eucaristía: de jurídico, el acento se ha hecho teológico. En segundo lugar, la eucología del nuevo RM —que en sus dos tercios aproximadamente consiste en nuevas composiciones y, respecto al resto, en reelaboraciones de textos antiguos— logra revelar la riqueza de la realidad matrimonial ". El mismo leccionario, además de ofrecer una selección de lecturas más bien abundantes en la cantidad (veintiocho perícopas, ocho del AT, diez de los escritos de los apóstoles, diez de los evangelios) y en la variedad de los temas tratados, ayuda a colocar el matrimonio en un contexto más amplio de vida cristiana y de historia de la salvación, en cuyo interior resalta más claramente su valor de signo sacramental. Ciertamente, los fragmentos son diversos en la inspiración y en el contenido. Es asimismo evidente que diversos textos no son de inmediata comprensión, no hablan de por sí, no entran por sí solos en sintonía con el acontecimiento que se está realizando: estas lecturas exigen una contextualización y no pueden ser interpretadas de forma moralizante; indican todo el viaje que el tema matrimonial ha recorrido en la biblia, hasta que, en Cristo, el amor de Dios se ha hecho visible, se ha puesto al alcance de todos. La persona de Cristo, el misterio del reino son el punto de observación exacto de todo el leccionario. La liturgia del matrimonio se articula en cuatro momentos: las preguntas, el consentimiento, la bendición y entrega de los anillos, la oración de los fieles. Es ciertamente posible, a través del fluir mismo del rito y de su expresión verbal, captar la realidad de los esposos como protagonistas de la celebración: el ministro (que recibe el consentimiento) se configura como expresión de la iglesia, testigo de tal realidad, que se asocia luego al rito con la oración común. La antigua oración de bendición (en un tiempo sobre la esposa únicamente) se presenta ahora como oración de bendición "de la esposa y del esposo". (La primera es el antiguo texto "Deus, qui potestate virtutis tuae...", que ahora ha experimentado sustanciales retoques; la segunda y la tercera son nuevas.) La actual colocación litúrgica de la oración de bendición manifiesta de modo claro el vínculo entre matrimonio y eucaristía ".

b) Desde el punto de vista teológico. Cierta disonancia de acento y de perspectiva entre los textos eucológicos (ciertamente más ricos) y los praenotanda se ha puesto ya de relieve en diversos estudios ". Sin embargo, es posible descubrir la riqueza del casarse en el Señor si se presta atención a la exuberante temática eucológico-bíblica. En la eucologíala realidad del matrimonio se lee a la luz de la relación Cristo-iglesia (primera colecta), pascua-iglesia-matrimonio (segundo prefacio), eucaristía y matrimonio (primera oración después de la comunión), matrimonio y procreación (primer prefacio), matrimonio y nacimiento en la fe y en el amor (segunda y tercera colecta, tercer prefacio). En un estudio muy detallado, A.M. Triacca indica otras temáticas teológicas, fruto de un examen de los textos del nuevo rito: el matrimonio es anamnesis del misterio de la creación, del misterio de la alianza, del misterio nupcial de Cristo y de la iglesia, del misterio pascual en su globalidad; es oblación del don recíproco y responsable de la propia persona, de la fidelidad conyugal; es santificación (celebración de la obra del Espíritu Santo y del permanente amor donado); es acto de culto por varios motivos teológico-litúrgicos; es vida (celebración que aspira a la integración entre vida y misterio, al entendimiento y a la maduración recíprocos en la vida diaria) En el leccionario, los temas bíblicos se pueden articular así: la relación Cristo-iglesia se reactualiza en el matrimonio; el aspecto comunional del matrimonio (ayuda mutua, amor indiviso, caridad); el matrimonio es respuesta a una vocación, es por el reino, está al servicio del reino y es un modo de vivirlo; matrimonio y misión; matrimonio y procreación. Estamos sin duda ante una temática vastísima, que se ha inspirado en la reflexión teológica contemporánea posconciliar y que no sólo es susceptible de nuevas y positivas profundizaciones, sino que puede entrar en diálogo positivo y constructivo con las instancias personalistas de la cultura contemporánea para hacerles redescubrir el misterio de lo sobrenatural, al que ciertos momentos nodales de la vida del hombre (por ejemplo, el matrimonio) remiten con fuerza: "En el amor, el hombre siente la experiencia de la plenitud, de la generosa benevolencia, de la convivencia y del encuentro unificador. Sin embargo, percibe también que el amor está siempre amenazado por la infidelidad, por la separación y la muerte; siente que el otro no es la respuesta plena y exhaustiva de los anhelos del corazón. El hombre suspira por un amor eterno y profundo. Ciertamente que lo que él ama no es solamente otra persona, sino el misterio de la persona, misterio que se revela y se encarna en ella, pero que también se oculta y se retrae... Las religiones llaman Dios a ese misterio supremo e inefable que todo lo penetra y circunda, que en todo se revela y se oculta. El tú al que el hombre está abierto radicalmente no es, por tanto, el tú hermano, sino el tú divino. Por eso, en lo profundo, el hombre está desposado por y con Dios. La otra persona es el sacramento de Dios: el lugar personal de la comunicación epoca/ e histórica del amor divino. Uno es sacramento para el otro, donde Dios se manifiesta como próximo, porque es sentido en la excelencia del amor, y al mismo tiempo como distante, porque se oculta bajo el sacramento" '.


V. Orientaciones pastorales

Es vasta y diversa la problemática que se ha desatado en torno al tema del matrimonio.

1. EVANGELIZACIÓN Y SACRAMENTO DEL MATRIMONIO. El problema fe-sacramentos encuentra concretamente en el capítulo del matrimonio un momento agudo y fuerte del actual debate y camino de la iglesia española '. En efecto, el matrimonio religioso es solicitado hoy por parte de personas que se encuentran en situaciones bastante diversas bajo el punto de vista de la fe. En el campo eclesial, por ahora, la cosa se afronta de un modo que no parece resolver los problemas, sino más bien complicarlos o al menos diferirlos: "La tendencia a hacer confluir en el momento de la elección del matrimonio religioso una larga serie... de problemas pastorales de fondo no puede razonablemente constituir —por sí sola— una perspectiva de trabajo verdaderamente idónea para aportar soluciones. Hasta ahora esta orientación ha pretendido manifestar la voluntad de afrontar en tonos serios y correctos un momento pastoral de innegable importancia, hecho todavía más central por la situación cultural y política de hoy; pero ella no puede bastar ya para dirigir la acción pastoral en el campo sacramental en un momento histórico como éste. Hay que decir más bien que la tendencia a reconocer como problemas sólo con ocasión del matrimonio algunos nudos pastorales que en realidad tienen en otro lugar sus comienzos, y deben por tanto tener en otro lugar una primera solución, no puede ser una perspectiva a largo plazo; el resultado consiguiente de cargar con peso pastoral enorme el momento del matrimonio podría tener paradójicamente y por razones opuestas— efectos irrelevantes o destructivos" '. Entre tanto, se han multiplicado las tomas de posición, las voces que invocan la separación de las competencias civiles de las religiosas (para poner más de relieve el significado de salvación del matrimonio cristiano), una celebración efectuada de modo gradual en el tiempo o bien diferenciada según la situación espiritual y de fe de los esposos y de la asamblea. Ciertamente, una tarea se hace cada vez más urgente: la de definir las condiciones de eclesialidad que competen al matrimonio cristiano, de forma que se pueda afrontar la actual situación de modo más correcto, precisamente porque el problema pastoral no atañe sólo al ámbito litúrgico celebrativo, sino que se plantea en un plano teológico-pastoral que se puede referir, en último término, al tema fe-sacramento del matrimonio.

A este propósito, la Comisión episcopal española para la doctrina de la fe en el documento citado (nota 18) se plantea el grave problema pastoral de la admisión o no al sacramento del matrimonio a los de dudosa fe. "¿Hasta qué punto se puede admitir a quienes se encuentran en estas situaciones a la celebración de un sacramento que como tal implica una verdadera profesión de fe por parte de los contrayentes? Es necesario evitar decisiones precipitadas, actuar con prudencia y discernimiento, tener una gran comprensión con todos, esforzarse por ayudar a los esposos a alcanzar las disposiciones espirituales adecuadas"'". Precisamente para responder a la gravedad de la situación descrita se ofrecen criterios capaces de orientar de modo correcto la praxis e indicaciones aptas para garantizar y valorar las condiciones de fe, y por tanto de posibilidad de celebrar el rito mismo en las orientaciones doctrinales y pastorales contenidas en la introducción del RM: 1. "Conviene distinguir aquellas personas de fe viva (personal, activa), de otras de fe ambiental (infantil, heredada no personal) y de aquéllas, descristianizadas (que han perdido la fe o no influye en su vida). Estas circunstancias se pueden dar en los dos contrayentes por igual o distintas en cada uno, creando situaciones complejas que se han de tener en cuenta en la celebración y en la catequesis previa, para no aplicarles una pastoral indiscriminada o una celebración indiferenciada, como si todos fueran capaces de entender elmisterio del matrimonio cristiano"; 2. "Al apreciar las diversas situaciones de fe, no se trata de valorar la moralidad o la bondad de una persona, ni siquiera la práctica externa de actos religiosos, sino de si sus convicciones cristianas se manifiestan más o menos claramente en un comportamiento individual y social consecuente"; 3. "Cuando surjan casos de contrayentes descristianizados, será preciso discernir las causas con vistas a un tratamiento pastoral adecuado. Si el motivo es la ignorancia de la fe o la indiferencia, es imprescindible una catequesis básica o catecumenado. Solamente en casos extremos de rebeldía o alarde de falta de fe, se procurará hacerles comprender que el sacramento del matrimonio supone la fe, y que sin fe no es lícito celebrarlo. Sin embargo, antes de tomar una decisión, recúrrase al parecer del obispo"''. Se trata de indicaciones concretas orientadas a una pastoral prematrimonial y a una renovación espiritual de los contrayentes con vistas al crecimiento cualitativo de su testimonio en la comunidad cristiana.

2. TAREAS DE LA COMUNIDAD CRISTIANA. A la luz de cuanto se ha dicho resulta evidente la urgencia, para la comunidad cristiana, de una decidida toma de conciencia en orden a la evangelización del matrimonio, que ha de llevarse a cabo mediante instrumentos pastorales adecuados. Ya no es posible dar la preferencia a iniciativas más o menos episódicas, fragmentarias y ocasionales en el plano del anuncio; se debe apuntar, mediante el instrumento de los itinerarios de fe, a la promoción permanente de una conciencia conyugal y familiar que caracteriza no sólo a los esposos y a las familias, sino a toda la comunidad eclesial llamada a expresar y a traducir en la historia la novedad de Cristo— en todos sus componentes (negándose así a realizar únicamente iniciativas de defensa), privilegiando sin embargo la presencia de parejas de esposos y de novios en la línea de aquella intuición, en gran parte nueva en el plano tanto teológico como pastoral, del ministerio conyugal".

3. Los ESPOSOS CRISTIANOS, LLAMADOS A ANUNCIAR EL EVANGELlo. Una tarea inaplazable de la comunidad cristiana hoy es la de inventar un modo nuevo de vivir la vida matrimonial y familiar en el marco de la actual realidad histórica y socio-cultural. Ante todo hay que subrayar que la novedad de la revelación cristiana no se refiere tanto a la familia cuanto al matrimonio, es decir, a aquella relación fundamental hombre-mujer sobre la que se construye la vida familiar. La Escritura no nos ofrece un modelo único de familia (en cada ocasión se asumen modelos histórico-sociológicos de las diversas épocas y lugares); nos invita a vivir la realidad familiar asumiendo ciertamente las connotaciones que el contexto socio-cultural propone, pero en la perspectiva del reino. Ahora bien, es tarea de la pareja proclamar, mediante opciones concretas, el significado de la existencia cristiana en el matrimonio, rechazando toda identificación entre valores que duran y estructuras que pasan, mostrando suma disponibilidad para lo nuevo y manteniendo constante atención a los signos de los tiempos. Esto implica, por parte de los esposos cristianos, gran capacidad crítica frente a los nuevos modelos propuestos, de suerte que sepan intuir en cada ocasión su compatibilidad o su incompatibilidad, con vistas al anuncio del novum que exige la sacramentalidad de la relación interpersonal y del encuentro específico de dos seres humanos: "En el matrimonio sacramento, los esposos se comprometen, en primer lugar, con Cristo, a quien prometen fidelidad para vivir desde él y significarle en la nueva situación de su vida; se comprometen en fidelidad el uno con el otro para vivir, desde la perspectiva de la fe, un amor de entrega absoluta y sacrificada, capaz de perdonarse y recrearse siempre; se comprometen con la iglesia, cuyo misterio revelan en su entrega y fidelidad, y la cual acrecientan con su fecundidad y compromiso apostólico... El sacramento del matrimonio hace así presente, en el seno de la comunidad eclesial y entre los hombres, la realidad de la unión solidaria de Jesús con la iglesia y con toda la humanidad. Jesús, al hacer del matrimonio lugar de su presencia salvadora y encuentro de los esposos con el Espíritu, con la comunidad cristiana y con el mundo, lleva la experiencia humana del amor, de suyo ya significante y abierta, a su más alto grado de eficacia y a su perfección. El matrimonio, que ya era santo por su creación y desde su origen, se hace realidad nueva en toda su dimensión espiritual y corporal: santificada, por su participación del misterio de Cristo, y santificadora, por la acción sacramental del Señor. La nueva realidad cristiana del matrimonio confiere nueva profundidad, sentido y eficacia a las actitudes, gestos y palabras de la vida cotidiana, al amor y al dolor compartidos. Cristo los hace suyos para darles toda la eficacia liberadora, transformadora y santificadora que tuvo su misma vida. El matrimonio cristiano aparece así ante los hombres como signo y presencia del amor del Padre, revelado en Jesús. Signo de la fuerza liberadora del amor. Signo de la apertura universal de un amor que empuja a la construcción de un mundo nuevo. Signo de fidelidad, vivida también como perdón y comienzo nuevo. Signo de la donación total, en la que la entrega mutua expresa en profundidad y autenticidad la realidad nueva de los que se han hecho una sola carne. Signo de la fuerza creadora de Dios manifestada en la procreación de los hijos"". Dentro de esta perspectiva es como hay que releer las diversas manifestaciones del amor interpersonal, en su significado más profundo y en sus connotaciones fundamentales, incluida la misma dimensión sexual. En esta perspectiva, la experiencia de la pareja cristiana se convierte también en lugar de impugnación de todas las formas alienantes con que se vive y se expresa la realidad de la sexualidad en el matrimonio (sexo sin amor y privatización de la experiencia matrimonial libre de "vínculos institucionales"). En conclusión: hay que redescubrir el matrimonio como lugar de salvación, de gracia, de servicio, y todo esto en perspectiva esencialmente teológica, en cuanto que no es el matrimonio el que se hace, con sus solas fuerzas, realidad salvífica, sino que es Dios quien lo hace tal, a condición de encontrar hombres y mujeres que sepan acoger y vivir su palabra en actitud de obediencia. Vivir el matrimonio llega a ser entonces vivir la experiencia del amor humano en el horizonte de la fe.

[-> Familia; -> Evangelización y liturgia].

G. Colombo

BIBLIOGRAFÍA:

1. En general

Adnes P., El matrimonio, Herder, Barcelona 19732; Auer A., Matrimonio, en CFT 2, Cristiandad, Madrid 1966, 602-614; Baldanza G., Matrimonio, en CFT 3, Sígueme, Salamanca 1982, 476-496; Borobio D., Sacramentalidad e indisolubilidad del matrimonio, en "Phase" 124 (1981) 271-291; Conferencia E. Española, Matrimonio y familia hoy, PPC, Madrid 1979; Kasper W., Teología del matrimonio cristiano, Sal Terrae, Santander 1980; Duquocq Ch., Matrimonio: amor e institución, en "Selecciones de Teología" 32 (1969) 285-294; Duss-Von Werdt J., El matrimonio como sacramento, en MS 4/2, Cristiandad, Madrid 1975, 410-436; Larra-, be J.L., El matrimonio cristiano y la familia, BAC 346, Madrid 1973; Leclercq J., El matri-¡nonio cristiano, Rialp, Madrid 1962; Matrimonio natural y matrimonio cristiano, Herder, Barcelona 1967; Martimort A.G., Contribución de la historia litúrgica a la teología del matrimonio, en "Phase" 122 (1981) 87-107; Piva P., Matrimonio, en DETM, Paulinas, Madrid 1975, 636-646; Pompei A., Matrimonio, en NDT 2, Cristiandad, Madrid 1982, 1033-1051; Rincón T., El matrimonio, misterio y signo. Siglos IX-XIII, EUNSA, Pamplona 1971; Saldón E., El matrimonio, misterio y signo. Desde el s. l hasta san Agustín, EUNSA, Pamplona 1971; Schillebeeckx E., Matrimonio, realidad terrena y misterio de salvación, Sígueme, Salamanca 1968; Tejero E., El matrimonio, misterio y signo. Siglos XIV al XVI, EUNSA, Pamplona 1971; VV.AA., Nuevos planeamientos sobre el matrimonio cristiano, Mensajero, Bilbao 1978; VV.AA., Cuestiones fundamentales sobre matrimonio y familia, EUNSA, Pamplona 1980.

2. Pastoral y celebración

Aznar Gil F., El nuevo derecho matrimonial canónico, U PS., Salamanca 1984; Farnés P., El Ritual del Matrimonio, en "Phase" 86 (1975) 93-104; Floristán C., La preparación al matrimonio, en "Phase" 124 (1981) 315-323; Oriol J., El nuevo Ritual de matrimonio, en "Phase" 51 (1969) 293-295; Rodríguez del Cueto C., Liturgia del matrimonio, en "Colligite" 93 (1978) 53-62; Sastre A.-R., Aspectos del nuevo derecho matrimonial, en "Phase" 142 (1984) 291-318; Sustaeta J.M., El nuevo Ritual del Matrimonio, en "Phase" 57 (1970) 251-266; Useros M., Nuevo ritual y pastoral de la celebración del matrimonio, PPC, Madrid 1969; VV.AA., El matrimonio: preparación y celebración, en "Phase" 86 (1975) 83-143.