EXORCISMOS Y LITURGIA
NDL


SUMARIO: I. Introducción - II. Definiciones - III. Sacramentales - IV. Principios exegéticos bíblicos - V. Nuevo punto de vista - VI. Significado de la palabra demonio - VII. Enfermedades externas - VIII. Enfermedades internas - IX. Confirmaciones - X. ¿Exorcismos en los evangelios? - XI. Resumen y clarificaciones - XII. Casos históricos: 1. Las Ursulinas de Loudun; 2. El poseso de Mt. Rainier-Saint Louis (1949) - XIII. Primeras conclusiones - XIV. Enseñanza ordinaria de la iglesia - XV. Exorcismos litúrgicos - XVI. ¿Desviaciones? - XVII. ¿Existe el diablo?: 1. Concilios y pontífices; 2. Nuevo Testamento - XVIII. Otros puntos de vista - XIX. Conclusión.


I. Introducción

La historia de los exorcismos es larguísima y no siempre ha sido laudable. Aquí sólo puede tratarse con la máxima brevedad. Parece ser que los exorcismos, de una u otra manera, se remontan hasta la más alta antigüedad. Los había, hace miles de años, en Egipto y Mesopotamia; de allí probablemente pasaron a los judíos. Pero fueron sobre todo los que encontramos en el Nuevo Testamento, como practicados por Jesucristo y los apóstoles, los que les han dado vigencia, algunas veces extraordinaria, hasta el presente. De estos exorcismos tal como se han practicado, e incluso se practican en nuestros días, trataremos preferentemente.


II. Definiciones

En la concepción cristiana del mundo existen potencias benéficas y maléficas. La iglesia lucha contra estas potencias maléficas o malignas en todos los que las padecen de varios modos, y en particular por medio de los exorcismos. En sentido estricto, exorcismos son mandatos imperativos mediante la invocación del nombre de Dios o de Jesucristo, hechos por un ministro legítimo, para ahuyentar al demonio de aquel que está bajo su influjo directo. Los que así padecen se han llamado posesos o endemoniados, es decir, los que sufren de una acción hostil producida por un mal espíritu que acosa desde dentro a una persona. Las posesiones se han denominado también infestaciones. Se piensa que la persona poseída tiene dentro del cuerpo al demonio, o espíritu malo, el cual dirige muchos de sus actos y parte o gran parte de su conducta. Muchos autores también denominan obsesiones a las posesiones. Así el nuevo derecho canónico usa la palabra obsessos (can. 1172) cuando parece que hace referencia a los posesos. Aquí entenderemos la palabra obsesiones en su sentido más restringido y preciso: actos hostiles del demonio o malos espíritus, que acosan a los seres humanos desde fuera, es decir, desde el exterior de su cuerpo físico. Las tentaciones, entendidas como incitaciones del mal espíritu a actos considerados pecaminosos, pueden ser una de las categorías de las obsesiones. Este tópico cae fuera de nuestro tema.

Los exorcismos propiamente dichos, es decir, aquellos que se practican a los posesos para expulsar al demonio o demonios, son los solemnes. Exorcismos meramente simples, son más bien preventivos, se usan para que el demonio no haga daño a personas o cosas (ocurren, por ejemplo, en la bendición del agua y de la sal del bautismo). El nuevo derecho canónico (can. 1172) hace referencia a los exorcismos públicos, es decir, los que se hacen en nombre y autoridad de la iglesia (los privados los hace un particular, por autoridad propia). Para aquéllos hace falta hoy día ser sacerdote (en los primeros siglos tal condición no era necesaria) y tener expresa licencia del obispo u ordinario del lugar, que sólo la concederá al presbítero que sea piadoso, docto, prudente y con integridad de vida. La palabra docto no estaba en el anterior código (can. 1151), pero parece contener la advertencia que se daba allí (can. 1151, § 2) de que antes de proceder a los exorcismos el sacerdote debe haberse cerciorado por medio de una investigación cuidadosa y prudente de que se trata realmente de un caso de verdadera posesión. Con esto se pretendeprevenir posibles abusos y nimia credulidad, que después desacredita a los ministros de la iglesia, cuando se atribuye al demonio lo que puede explicarse por causas naturales. En el Ritual romano (1952), título XII, se leen las señales de la posesión, el modo de proceder y las fórmulas que se deben emplear (XII, 1-3).


III. Sacramentales

Los exorcismos, al igual que muchas bendiciones, pertenecen a los llamados sacramentales. La constitución De sacra liturgia, del Vat. II, ofrece una definición de éstos. Los padres, en la primera etapa conciliar, pidieron que se los definiera con precisión, para no confundirlos y distinguirlos bien de los sacramentos. Dice así (n. 60): "La santa madre iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados, creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo espirituales, que se obtienen por la intercesión de la iglesia. Por ellos los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida'''. Tal definición se encuentra también en el nuevo derecho canónico (can. 1166). Son signos porque sugieren a la mente algún efecto que producen; y son signos sagrados porque los efectos que deben manifestar y producir son principalmente espirituales. Han sido creados en cierta imitación o según el modelo de los sacramentos, es decir, se parecen a los sacramentos, y por eso se llamaron sacramentos minora; pero, a diferencia de aquellos, no fueron instituidos por Cristo. Es la iglesia la que instituye los sacramentales; y los frutos seobtienen por la impetración de la iglesia a través de sus ministros. Consecuencia de esto, como dice el nuevo Código (can. 1167), "sólo la Sede Apostólica puede establecer nuevos sacramentales, interpretar auténticamente los que existen y suprimir o modificar alguno de ellos. El concilio también añadió: "Revísense los sacramentales teniendo en cuenta la norma fundamental de la participación constante, activa y fácil de los fieles y atendiendo a las necesidades de nuestros tiempos" (Sacra liturgia 79). Ya antes el mismo concilio había indicado que en los ritos de los sacramentos y sacramentales, con el correr del tiempo, se han introducido "ciertas cosas que actualmente oscurecen de alguna manera su naturaleza y su fin" (ib, 62). Con respecto a los exorcismos, esto se ha ido haciendo muy patente a través de los siglos. Una vez pasado el primer período, en el cual los ritos eran más bien inocuos, vino después la invasión de la demonología y brujería, con la locura de las danzas, licantropía (personas que se convertían en lobos), ocultismo, ritos satánicos, misa negra y toda clase de horrendos procesos inquisitoriales. Las normas del Ritual se ignoraban, y ello dio lugar a toda clase de excesos y desviaciones. Lo hemos visto en películas tales como El exorcista y todas sus secuelas; y lo seguimos viendo constantemente en los muchos casos de personas alienadas, como el que mató recientemente a su propio padre por creer que estaba poseído por Satanás; o la madre, en Estados Unidos, que hizo morir a su hijo de pocos meses a fuego lento por la misma razón. La iglesia ha empezado a tomar algunas medidas para suprimir tales desmanes. Por ejemplo, la orden menor exorcista (no el poder para exorcizar) fue abolida el 1 de enero de 1973. Otras dos órdenes menores, lector y acólito, son ahora denominadas ministerios, y pueden ser realizadas por cristianos seglares. Y la orden mayor de subdiácono ya no existe. Pero perdura un interés obsesivo con respecto a las posesiones, endemoniados y exorcismos. El origen de todo ello puede que se deba a una mala interpretación del Nuevo Testamento, y parece conveniente comenzar dedicando a estos aspectos nuestra detenida atención.


IV. Principios exegéticos bíblicos

También la historia de la interpretación (o exégesis) de la Sagrada Escritura ha sido larga. La norma o regla más importante que hay que tener en cuenta en la interpretación de cualquier texto es determinar el sentido literal, es decir, lo que el autor quiso decir cuando escribió lo que escribió. Dejando a un lado esa larga historia, las ciencias bíblicas obtuvieron su mayor impulso con la encíclica de Pío XII Divino afflante Spiritu (1943). Dijo allí el romano pontífice:

"Por otra parte, cuál sea el sentido literal no es muchas veces tan claro en las palabras y escritos de los antiguos orientales como en los escritores de nuestra edad. Porque no es con solas las leyes de la gramática o filología ni con solo el contexto del discurso con lo que se determina qué es lo que ellos quisieron significar con las palabras; es absolutamente necesario que el intérprete se traslade mentalmente a aquellos remotos siglos del Oriente, para que ayudado convenientemente con los recursos de la historia, arqueología, etnología y otras disciplinas, discierna y vea con distinción qué géneros literarios, como dicen, quisieron emplear y de hecho emplearon los escritores de aquella edad vetusta. Porque los antiguos orientales no empleaban siempre las mismas formas y las mismas maneras de decir que nosotros hoy, sino más bien aquellas que estaban recibidas en el uso corriente de los hombres de sus tiempos y países... Por esta razón, el exegeta católico, a fin de satisfacer las necesidades actuales de la ciencia bíblica, al exponer la Sagrada Escritura y mostrarla y probarla inmune de todo error, válgase también prudentemente de este medio, indagando qué es lo que la forma de decir o el género literario empleado por el hagiógrafo contribuye para la verdadera y genuina interpretación, y se persuada de que esta parte de su oficio no puede descuidarse sin gran detrimento de la exégesis católica... Así es como, conocidas y exactamente apreciadas las maneras y artes de hablar y escribir de los antiguos, podrán resolverse muchas dificultades que se objetan contra la verdad y fidelidad histórica de las divinas letras; ni será menos a propósito este estudio para conocer más plenamente y con mayor luz la mente del sagrado autor."

No hace falta insistir en que no es una empresa fácil determinar lo que los autores sagrados quisieron realmente expresar. La Comisión bíblica pontificia, en sus Instrucciones referentes a la verdad histórica de los evangelios, vuelve a insistir en este mismo punto. Pero el documento más importante lo tenemos en la constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, del concilio Vat. I1. Leemos allí:

"Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por lo tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer loque Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y lo que Dios quería dar a conocer con dichas palabras. Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios. Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos o en otros géneros literarios. El intérprete indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época. Para comprender exactamente lo que el autor propone en sus escritos, hay que tener muy en cuenta el modo de pensar, de expresarse, de narrar que se usaba en tiempo del escritor, y también las expresiones que entonces se usaban en la conversación ordinaria."

Para nuestro fin se deben tomar en consideración y estudiar con mucho cuidado los modos de expresión característicos de los autores a quienes se atribuyen los evan, gelios. Tales modos de expresión están obviamente relacionados con la mentalidad y creencias de la época en que se escribieron, y también del Oriente antiguo en general. Gracias al análisis cuidadoso de esas creencias y mentalidad se podrá llegar a un entendimiento más adecuado de las diversas expresiones y formas peculiares de narrar que usaron los evangelistas. Es menester, como afirmó Pío XII, trasladarnos mentalmente a aquea llos remotos tiempos. Al hacerlo as' podremos determinar los hechos y realidades que ellos expresaron y estaremos en una mejor posición para saber cómo tales hechos y realidades pueden ser presentados de una manera diferente pero mas precisa en nuestros días. El contenido, la esencia del hecho será la misma; pero la forma de expresarlo será cambiada y resultará más adecuada e inteligible para nuestros días y tiempos.


V. Nuevo punto de vista

Siguiendo las normas del pontífice y del concilio Vat. II, se empieza a notar un nuevo enfoque de los datos de los evangelios y del resto del Nuevo Testamento. No hay duda de que la costumbre y práctica de los exorcismos tienen su origen principalmente en los datos evangélicos. Una nueva interpretación de esos datos, creemos que más adecuada, nos va a dar unos resultados muy diferentes a aquellos a los que estamos acostumbrados. Según tales resultados, es muy probable que los demonios, tal como se entienden comúnmente, no hayan existido nunca; que posesiones auténticas jamás hayan tenido lugar, y, en consecuencia, que los exorcismos no hayan estado y, por consiguiente, nunca estén justificados. Tales afirmaciones podrán sorprender a algunos, quizá a muchos, y es menester intentar aclararlas con el mayor cuidado y diligencia. Lo haremos brevemente sin entrar en demasiadas cuestiones muy técnicas, que no serían apropiadas a este Diccionario ^.


VI. Significado de la palabra demonio

Todo el Nuevo Testamento fue escrito originariamente en griego. En las lenguas modernas no se hace distinción entre las palabras diablo y demonio. Vienen a ser sinónimas. Este hecho ha dado lugar a muchas confusiones. No fue así en la lengua original que usaron los evangelistas. Las palabras griegas más comunes (y se emplean sinónimamente) para referirse al diablo son la palabra Satanás (tomada del hebreo o arameo), que aparece diecisiete veces en los evangelios y treinta y cuatro en todo el Nuevo Testamento, y la griega diabolos, que se encuentra quince veces en los evangelios y treinta y tres en el Nuevo Testamento. Corresponden a nuestro Satanás y diablo. Aparecen siempre usadas como substantivo o nombre propio y, generalmente, con el artículo definido. Parecen referirse, al menos en el Nuevo Testamento, a un ser personal y maligno. Satanás significa el adversario, el enemigo de Dios y de aquellos que pertenecen a Dios. El significado de la palabra griega diabolos, diablo, es: el difamador, el acusador, el calumniador. Un aspecto distintivo del NT es la síntesis absoluta entre Dios y Satanás. Los evangelios subrayan la guerra o batalla entre un reino de Dios de iure (por derecho) y un reino de Satanás de facto (de hecho). Tal batalla será ganada por Jesucristo, que es "el más fuerte" (Mc 3,27). Lo más importante, con todo, es que mientras el NT relaciona el pecado, las enfermedades y la muerte con el diablo, no hay un solo caso en que las posesiones se atribuyan directamente a él. La esfera de influencia del diablo es siempre moral y psicológica, no física. Su influjo es siempre desde fuera, por ejemplo a través de tentaciones; nunca desde dentro de la persona, como ocurriría en los casos de verdadera posesión. El diablo no tiene nada que ver directamente con las así llamadas posesiones diabólicas. No se presentan casos de posesión directa por Satanás o por el diablo. Las posesiones se atribuyen siempre a demonios o su equivalente, espíritus malos o inmundos.

Es, pues, muy importante tratar de aclarar el significado de la palabra demonio en aquel tiempo, ya que es la clave para negar su existencia tal como se entiende comúnmente. Los evangelios llaman posesos a aquellos que tenían dentro un daimonion (diminutivo de la palabra daimōn, que sólo aparece una vez en Mt 8,31). Tal vocablo aparece con mucha frecuencia en los evangelios (once veces en Mateo, catorce en Marcos, veintitrés en Lucas y seis en Juan). También describen a los posesos como atormentados por un demonio, daimonizomenoi (trece veces en los evangelios), o como poseídos por un espíritu malo o inmundo (veinticuatro veces en los evangelios). Es completamente cierto que las palabras griegas daimonion, daimōn, no tienen ninguna relación etimológica con Satanás o diabolos. Este aspecto es muy importante para tratar de acabar de una vez para siempre con la conexión directa que se ha venido haciendo a través de los siglos entre demonios y diablo. Aunque en las lenguas modernas tales palabras son frecuentemente sinónimas, esto no es así, conviene repetirlo, en el original griego. De dónde derivan etimológicamente las palabras daimonion, daimōn, no se sabe con certeza; pero parece ser que provienen del verbo griego daiomai, que significa "repartir", "dividir", "distribuir", pues era creencia popular que tales entes distribuían cosas buenas y malas a los hombres.

El significado más antiguo de daimonion (y aún perdura en He 17,18) fue el de una divinidad menor o extranjera. De aquí pasó a significar "seres intermediarios", "poderes mágicos e impersonales en el hombre", "genio tutelar", es decir, el espíritu guardián que se concedía a cada persona en el momento de nacer. También significó los espíritus de los muertos y la voz interior que habla al hombre guiándole y aconsejándole. Platón, por ejemplo, dice que Sócrates estaba inspirado por un daimonion. Era como la musa de los poetas o la inspiración de los grandes pensadores. En general, la palabra se usaba para indicar poderes invisibles o desconocidos, y se aplicaba a todo aquello que sobrecoge al hombre, es decir, para indicar el destino, el hado, la buena o mala fortuna. En la creencia general de aquel tiempo, los demonios podían causar enfermedades a los hombres, mala fortuna; pero como el famoso exegeta alemán W. Foerster hace notar, la palabra "se usaba para referirse a lo que llamaríamos enfermedades interiores; es decir, aquellas cuyas causas naturales no eran perceptibles al mundo antiguo, en oposición a heridas externas, etcétera"'.

Es de notar que en el mundo helenístico la palabra daimonion tenía un significado mucho más limitado que daimōn, tanto por el tiempo en que se usó como en su contenido. Aquel vocablo aparece siempre en neutro en los evangelios, como algo impersonal, como un poder o una fuerza misteriosa. Denota todo aquello que yace más allá de la capacidad humana; algo que sobreviene al hombre, sobre lo cual no tiene poder directo, y que puede ser para el bien o para el mal. En los evangelios y el NT, sin embargo, los demonios o fuerzas misteriosas son cosas dañinas, perniciosas, por lo común carentes de personalidad. En el Apocalipsis leemos: "Y vi salir de la boca del dragón... tres espíritus inmundos a modo de ranas" (16,13). "Clamó una voz poderosa: ¡Cayó, cayó la gran Babilonia! Se ha convertido en morada de demonios, en guaridade todo espíritu inmundo, en guarida de todo pájaro inmundo y detestable" (18,2). Muchos otros ejemplos podrían aducirse; pero ya es hora de que saquemos una primera conclusión de todo lo que ha precedido. Lo que dice el NT con respecto a demonios y malos espíritus refleja simplemente la opinión popular de aquella época. Lo considera algo horrible, siniestro, misterioso. Como hemos dicho que demonio no es un substantivo en los evangelios, sino una entidad que produce males, una traducción mucho más exacta que la corriente, "poseídos por demonios", sería "afligidos por fuerzas misteriosas dañinas", o "afligidos por poderes perniciosos y malignos". Si así se hubiera hecho o se hiciera en adelante, nos hubiéramos ahorrado o nos ahorraríamos ese énfasis en demonología y en posesión diabólica, que tanto daño ha causado a la iglesia y al cristianismo en general, sobre todo, en el pasado, pero también en los tiempos presentes.


VII. Enfermedades externas

Una lectura atenta de los relatos evangélicos revela un hecho que parece muy significativo. Hay una importante diferencia entre las enfermedades que en ellos se atribuyen a demonios o posesión diabólica y aquellas en que los demonios no parecen ejercer influencia alguna. Cuando la causa natural de la enfermedad es perceptible por los sentidos físicos, es decir, cuando la causa es visible, sensible o palpable, la enfermedad nunca se atribuye a los demonios o espíritus inmundos. En estos casos la causa de la enfermedad era clara para las personas del mundo antiguo. Se trataba de una enfermedad, una herida externa, un impedimento visible en unoo más miembros del cuerpo humano. Todos lo podían ver; no había necesidad de recurrir a fuerzas misteriosas. A falta de una terminología mejor, tales aflicciones podrían denominarse enfermedades externas. He aquí los ejemplos más importantes.

No se hace ninguna mención de demonios en los siguientes relatos de milagros:

1) Curación de leprosos (Mt 8,1-4; Mc 1,40-45; Lc 5,12-16; 17,11-19). En aquel tiempo, la lepra no tenía el sentido exclusivo de la enfermedad de Hansen; incluía también infecciones variadas y otras enfermedades de la piel. Con todo, de acuerdo con aquella mentalidad, la causa de la enfermedad se hallaba a la vista de todos, la piel; y en algunos casos los miembros estaban afectados, deformados, tenían una apariencia anormal.

2) Curación de ciegos (Mt 9,27-31; Mc 8,22-26; Mt 20,29-34; Mc 10,46-52; Lc 18,35-43; Jn 9,1-7). La ceguera podía ser congénita, como en el relato de Juan; o algún caso de oftalmía, enfermedad muy infecciosa, que se agravaba con el sol, el polvo, la arena del aire y, sobre todo, por falta de limpieza. En cualquier caso era obvio para aquellos pueblos que algo raro pasaba con los ojos de aquellas personas. Podría decirse que "se veía" que no podían ver.

3) Curaciones de paralíticos, deformados e inválidos. En los casos de parálisis (Mt 9,1-8; Mc 2,1-12; Lc 5,17-26; Jn 5,1-9) estas personas sufrían de inhabilidad, total o parcial, para andar o moverse. Los textos presentan a estos enfermos postrados o llevados en camillas. Podemos presumir que sus extremidades estaban atrofiadas o inmovilizadas. En el caso del hombre que tenía la mano seca (Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11), todos podían ver la deformidad de su mano o brazo, que aparecía como seco, sin carne, semejante a una rama de árbol muerta. Otros casos de deformidad física son el hombre que sufría de hidropesía (Lc 14,1-6), enfermedad debida a una acumulación excesiva de fluido seroso en tejidos o cavidades del cuerpo, y perceptible por la forma hinchada de las partes afectadas; o el caso de la mujer deformada (Lc 13,10-17), que "se hallaba encorvada y no podía absolutamente levantar la cabeza".

4) Resurrección de muertos. La hija de Jairo (Mt 9,18-19.23-26; Mc 5,22-24.35-43; Lc 8,41-42.49-56), el hijo de la viuda de Naín (Lc 7,11-17) y Lázaro (Jn 11,1-44). En todos estos casos también había algo perceptible y palpable: rigidez, frialdad, falta de pulso y respiración, e incluso putrefacción.

5) Casos de fiebre (Mt 8,14-15; Mc 1,29-32; Lc 4,38-39; Jn 4,43-54). De nuevo tenemos aquí casos en que la enfermedad o excesiva calentura del cuerpo podía sentirse y tocarse. Es curioso que en estos casos, el del muchacho y la suegra de Pedro, como también en algunos de leprosos, la calentura, o la lepra, "se marchó", la fiebre "la dejó". En aquella mentalidad, primitiva y animística, las enfermedades parece como que se personificaban. Los enfermos son curados porque "se marcha" la causa perceptible. Más adelante veremos que sucede lo mismo con los posesos: los demonios se salen, los dejan, los abandonan.

6) Finalmente, el caso de la mujer con copiosa hemorragia o flujo de sangre (Mt 9,20-22; Mc 5,25-34; Lc 8,43-48). La cura esdescrita por Marcos con esta curiosa expresión: "Al instante la fuente de su sangre se secó, y notó en su cuerpo que estaba curada de aquel achaque o enfermedad".

Parece claro que el lector estará de acuerdo en que todas estas enfermedades pueden ser denominadas externas (en oposición a las enfermedades internas, que serán descritas seguidamente). En todas ellas, la causa natural o física de la enfermedad era perceptible a los sentidos, podía verse, tocarse o ser localizada y señalada.


VIII. Enfermedades internas

En contraste con los anteriores, se pueden llamar así todos los desórdenes internos, es decir, aquellos que hoy sabemos están causados por trastornos generales del cerebro (no perceptibles directamente por la vista u otros sentidos) o por deficiencias cerebrales localizadas no asequibles a la observación directa. Tales enfermedades son las que los psiquiatras y psicólogos clínicos llaman hoy día "desórdenes cerebrales orgánicos". Todas las aficciones concretas que en los relatos evangélicos se atribuyen a posesión diabólica pertenecen siempre a esta segunda categoría. Entre los ejemplos más importantes encontramos:

1) Caso de mudez o afasia (Mt 12,22-23; Mt 9,32-34; Lc 11,14) y casos de sordera o sordez (Mc 9,25). En este tipo de deficiencias, la gente del mundo antiguo no podía percibir la causa natural del desorden. La lengua y la oreja de la víctima eran normales, como las de todos los demás; sin embargo, no podían oír ni hablar. Puesto que no podían ver o indicar la causa, el desorden se atribuía a espíritusinmundos o demonios; en frase de Marcos, a un espíritu "mudo y sordo" (Mc 9,25), es decir, un espíritu o demonio que producía mudez y sordera.

2) Casos de epilepsia (Mt 17,14-20; Mc 9,14-29; Lc 9,37-43). Este ejemplo es todavía más evidente. Mateo (17,15) diagnostica la enfermedad del muchacho como epilepsia (lo llama lunático, del latín luna, ya que se creía que tal enfermedad se debía a influjo de las fases de la luna). Pero el mismo evangelista, al igual que los otros, atribuye la enfermedad claramente a un demonio (17,18). En los pasajes paralelos, Marcos y Lucas hablan sólo de demonios y malos espíritus. Sin embargo, los relatos evangélicos presentan claramente todos los síntomas de epilepsia, y hay unanimidad entre los exegetas y psiquiatras en que el muchacho era epiléptico. Tenemos aquí un caso de un desorden cerebral atribuido a demonios. Los contemporáneos de Jesucristo no podían indicar la causa perceptible y natural de aquellos cambios súbitos y extraños que manifestaban los que hoy llamamos epilépticos cuando, de repente, sufrían el ataque, las convulsiones y el coma.

3) Esto mismo es claro en los casos de demencia o locura. El hombre, o los hombres, de la región de los gerasenos (Mt 8,28-34; Mc 5,1-20; Lc 8,33-37) mostraban una conducta muy extraña, completamente anormal; y, por tanto, la gente pensaba que estaban poseídos por fuerzas misteriosas y malignas, es decir, por demonios. Este y casos parecidos pertenecen a nuestra categoría de enfermedades mentales (que sean orgánicas o puramente funcionales es debatido y no nos interesa ahora); son desórdenes de la mente o del cerebro y, consiguientemente, no perceptibles directamente por los sentidos. Otro ejemplo es el del endemoniado de la sinagoga de Cafarnaún (Mc 1,21-28; Le 4,31-37). Es posible que se trate también de un caso de epilepsia, pues el espíritu inmundo salió después de sacudirle violentamente (o producirle convulsiones) y dando alaridos. En todo caso, la causa de la enfermedad era interna. Heridas o deformidades externas ni existían ni eran visibles.


IX. Confirmaciones

Muchos documentos contemporáneos nos muestran que creencias similares a las reflejadas en los evangelios eran comunes en aquel tiempo. Pueden encontrarse en los muchos ejemplos citados por C.K. Barret, N. Perrin, R. Bultmann, J. Bonsirven, Strack-Billerbeck, J. Jeremias y muchos otros'. Para citar un caso, Filóstrato, en su Vida de Apolonio, cuenta que en una ocasión Apolonio (en el primer siglo de la era cristiana y, por tanto, contemporáneo de Jesucristo y los apóstoles), mientras trataba en público de una cuestión, fue interrumpido por la risa tan fuerte y fuera de tiempo de un joven allí presente, que la voz de Apolonio dejó de oírse. Miró entonces al joven y le dijo: "No eres tú el que comete tal insulto, sino el demonio que te impele a ello sin que te des cuenta. Y, en efecto, el joven estaba, sin que él se diera cuenta, poseído por demonios, porque se reía de cosas de las que nadie se reía, y luego empezaba a llorar sin motivo alguno, y hablaba y cantaba para sí mismo. La mayoría de las personas pensaron que era el vigor de la juventud el que lo llevaba a tales excesos; pero, en realidad, el joven era sólo el portavoz de un demonio, aunque solamente pareciera que el muchacho estaba dejándose llevar por tontería de borracho". Continúa Filóstrato diciendo que Apolonio se dirigió a él con severidad, y que mandó al demonio que saliera del joven y lo mostrara con un signo visible, como así sucedió. Tenemos aquí un caso claro de que una conducta extraña, como la de un exaltado, se atribuía al demonio. La razón subrayada más arriba, que se da para la posesión, parece que no puede dejar lugar a dudas.

Es, pues, claro, que en aquel tiempo una conducta anormal e incomprensible, como de loco, se atribuía a los demonios. Hay varios pasajes en los evangelios que también nos fuerzan a sacar la misma conclusión. Manifestaciones de conducta nada común o afirmaciones insólitas, que sonaban en los oídos palestinenses como muy extrañas y totalmente increíbles, eran igualmente atribuidas a los demonios, esas fuerzas misteriosas que pretendían explicar lo inexplicable. Juan Bautista se presentó predicando cosas nuevas e inauditas, ayunando y absteniéndose de beber vino; y los contemporáneos de Jesús le acusaron de tener "un demonio dentro", de estar poseído (Mt 11,18; Lc 7,34). Jesús aseguró a los judíos que quien guardara su palabra no vería la muerte por toda la eternidad. Aquello les pareció absurdo, totalmente increíble, y concluyeron: "Ahora sí que sabemos que tienes un demonio" (Jn 8,51). Expresiones parecidas se encuentran en otros muchos pasajes. Otros dijeron de Jesús que tenía un espíritu inmundo (Mc 3,30) o que estaba endemoniado (Jn 10,20). Que los judíos del tiempo de Cristo creían que estar loco o demente era lo mismo que estar poseído, se ve aún con mayor claridad en Jn10,20. Ante otra expresión inaudita de Jesús, muchos de ellos decían: "Está poseído, es decir, es un demente". El texto griego dice literalmente: "Tiene un demonio y disparata". Schókel y Mateos, en la Nueva Biblia Española, traducen: "Está loco de atar".

Parece, pues, evidente que la expresión "estar poseído por demonios" se aplicaba en aquel tiempo no a personas posesas tal como las entendemos nosotros, sino a los que padecían enfermedades internas, cuya causa natural la gente no podía percibir, y a todo el que parecía demente por su conducta o por las afirmaciones inauditas, totalmente increíbles, que pronunciaba. Hay que añadir, sin embargo, que la expresión "estás endemoniado, loco" podía también ser usada como un insulto. Esto mismo es también cierto entre nosotros. La frase "estás loco, fuera de ti mismo" la usamos algunas veces como un insulto, y otras como una indicación de que la persona está demente o padece una psicosis.


X. ¿Exorcismos en los evangelios?

Ya se ha indicado que exorcizar es el acto de expulsar malos espíritus por medio de amonestaciones, de conjuros, mediante el uso de ceremonias religiosas más o menos solemnes. Denota la realización de ciertos ritos, y también la invocación de un nombre santo o alguna divinidad. La práctica de los exorcismos estaba extendida entre los pueblos y naciones de la antigüedad. Hay ejemplos de tal práctica en Josefo (historiador que vivió en el primer siglo de la era cristiana), en los papiros de aquella época y también en el Talmud. En general, el procedimiento consistía en el usode amuletos, fórmulas mágicas y en la invocación del nombre (o series de nombres) de una divinidad o un ser superior. Se creía que al mencionar tal nombre el demonio reconocería la presencia de un poder superior y admitiría la derrota.

Nada parecido se encuentra en los evangelios. No contienen ni un solo caso de exorcismo propiamente dicho practicado por Jesucristo (a pesar de la larga tradición que asegura lo contrario), ni que él confiriese a sus apóstoles y discípulos el poder de exorcizar. Los evangelios relatan claramente que Jesús realizó toda clase de milagros y que confirió tal poder a los apóstoles. Algunos de estos milagros se relatan como expulsión de demonios; pero esto es solamente un modo de expresión usado por los evangelistas para describir los milagros que se refieren a enfermedades internas, no al contenido real y sentido básico de los relatos. Estas son las razones en que se basa tal afirmación:

1) El método que usó Jesús para curar los "poseídos por demonios" es exactamente el mismo que empleó para todas las otras enfermedades: su palabra, su mandato, su autoridad. En Mt 18,16 leemos: "Al anochecer le, llevaron muchos endemoniados, y expulsó a los espíritus con su palabra, y curó a todos los enfermos". Fue también con su palabra como curó a los afligidos con otras enfermedades (por ejemplo, al paralítico de Mc 2,11-12), o poniendo las manos sobre ellos (Lc 4,40), o meramente con su presencia (Lc 6,19). En muchos de estos casos se incluyen también posesos (Lc 4,41; 6,18). En otras ocasiones hizo curas a distancia, como en el caso de la hija de la mujer cananea, que estaba poseída (Mt 15,21-28; Mc 7,24-30), y el hijode un funcionario del rey (Jn 4,43-54), y del criado del oficial (Mt 8,5-13; Lc 7,1-10), que no estaban poseídos.

2) En sólo unas pocas curas de los relatos evangélicos (Mc 7,31-37; 8,22-26; Jn 9,6) se encuentra algo que podría tener cierto parecido con actos rituales, pero sorprendentemente en todos estos casos los evangelistas no afirman que tales personas fueran posesas. Jesús tocó los oídos, la lengua y los ojos de tales enfermos; pero cuando los relatos se leen en su contexto, es claro que Jesús actuó así para comunicarse con tales personas y excitar su fe. Sólo en un sentido muy amplio e impropio pueden tales curas considerarse como exorcismos. Además, como queda di-cho, no se trataba en modo alguno de posesos. Pedro sumariza toda la actividad de Jesús con las siguientes palabras (He 10,38): 'Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo..." El griego usa la palabra diabolos, no daimonion; y, como se ha indicado, todas las enfermedades, también el pecado y la muerte, se consideraban relacionadas con el diablo. Y nadie considera todas esas curas como exorcismos en su sentido propio.

3) Los evangelistas hacen la distinción, ocasionalmente, entre las curaciones de ciertos enfermos y la expulsión de demonios en otros. Tal hecho es congruente con la diferencia ya mencionada entre enfermedades debidas a causas externas y las debidas a causas internas. Por otra parte, hay muchos casos en que la palabra curar se aplica indistintamente a las dos clases de enfermos. En Mt 4,14 leemos: "Se hablaba de él en toda Siria: le traían enfermos con toda clase de enfermedades y achaques, endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba". El mismo verbo curar se aplica a demonios en Mt 12,22; Mc 3,10; Lc 6,19; 7,21; 8,2. Hay un pasaje que parece significativo: "Jesús recorría toda la Galilea... curando a la gente de toda clase de enfermedades y achaques" (Mt 4,23). En el versículo paralelo de Marcos leemos: "Y Jesús fue predicando... por toda Galilea, y expulsando demonios" (1,39). Pare-ce claro que exorcismo, la expulsión de demonios, es lo mismo que curación de enfermos: es decir, los así llamados exorcismos son sencillamente curaciones milagrosas como todas las demás.

4) Se ha puesto mucho énfasis en que los evangelistas presentan a Jesús dirigiéndose a los demonios o espíritus inmundos con determina-das palabras: "Y le ordenó Jesús resueltamente: Enmudece y sal de él" (Mc 1,25). Los vocablos subrayados tienen en griego un fuerte significado de orden tajante, de mandato severo, de cállate o tápate la boca. Sin embargo, la misma palabra de orden tajante la usa Jesús cuando se dirige a los vientos (Mt 8,26), al mar (Mt 8,26) o a las olas (Le 8,24), a Pedro (Mc 8,32) e incluso a la fiebre que sufría su suegra (Lc 4,39). En cuanto a la palabra enmudece o cállate también la usa Jesús al dirigirse a los vientos y al mar o lago de Galilea (Mc 4,34). La expresión, frecuente en los evangelios, de que los demonios salían de muchos posesos tiene cierto paralelismo con otras expresiones que no tienen nada que ver con posesos: "Y la dejó la fiebre" (Mc 1,31), "se le marchó la calentura" (Jn 4,52), "al instante se le fue la lepra" (Mc 1,42; Lc 5,13) o "inmediatamente le dejó la lepra". Ya se ha dicho que en aquella mentalidad, influenciada todavía por conceptos animísticos, las en-fermedades eran con frecuencia personificadas.

5) Lo mismo parece cierto por lo que se refiere a los apóstoles y a los discípulos. Jesús les dio poder para curar toda clase de enfermedades (incluidas aquellas que entonces se atribuían a demonios), pero no para exorcizar. Un ejemplo bastará: "Habiendo convocado a los doce apóstoles, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para curar enfermedades" (Le 9,1). De los versículos paralelos de Mateo y Marcos se puede inferir que el poder y autoridad sobre todos los demonios es equivalente al poder sobre todas las enfermedades. Marcos habla sólo de espíritus inmundos (6,7), pero Mateo y Lucas lo extienden al poder sobre todas las enfermedades (Mt 10,1). Es también muy probable que los evangelistas se refieran a lo mismo, ya que la partícula "y" (kai) puede muy bien ser explicativa: "Poder sobre todos los demonios, es decir, para curar todas las enfermedades".

6) Es muy cierto que los apóstoles curaron enfermos en el nombre de Jesús; pero si esto se entiende como exorcismo tendremos que concluir que todas las curaciones que hicieron fueron exorcismos, incluso aquellas que no se atribuían a demonios. No se hace distinción alguna en los casos de Pedro (He 5,16) y de Felipe (He 8,4-8) con relación a sus curaciones, que incluyeron muchas personas con demonios o malos espíritus y otras sin ellos. Pedro dijo al que pedía limosna y había sido cojo toda su vida: "Plata y oro no tengo; mas lo que tengo, esto te doy: en nombre de Jesucristo el Nazareno, ponte a andar" (He 3,6). El apóstol usó la misma expresión que Pablo al dirigirse a la muchacha que estaba poseída: "En el nombre de Jesucristo te mando que salgas de ella" (He 16,18). Parece cierto que Jesucristo dio a los apóstoles un poder único: el de curar todas las enfermedades en su nombre. Pero debido a que algunas enfermedades se atribuían entonces a demonios, muchos han entendido este poder único como si fuese un poder doble: potestad para curar y potestad para exorcizar.

7) Una última y poderosa razón para negar exorcismos en el NT es el hecho de que el vocablo nunca fue usado por Jesús o los apóstoles. Exorcizar viene del griego exorkizo, horkizo, que significa conjurar. El verbo aparece dos veces en los evangelios y en ambas se usa contra Jesús. El demoníaco de Gerasa le dijo: "Te conjuro (horkizo se) por Dios, no me atormentes". Tenemos aquí a un demonio exorcizando a Jesús y ¡en nombre de Dios! La segunda vez que aparece el verbo fue en boca del sumo sacerdote, el cual dijo a Jesús: "Te conjuro (exorkizo se) por el Dios vivo que nos digas si tú eres el mesías, el hijo de Dios" (Mt 26,63). Sólo hay un caso de exorcismo propiamente dicho en el NT. Se refiere a los hijos de un tal Esceva, como sacerdote judío. He 19,13 dice explícitamente que eran exorcistas (exorkiston). Trataron de imitar las curas de Pablo diciendo a los malos espíritus: "Os conjuro por Jesús, a quien Pablo predica". El resultado fue un completo fracaso. El poseso se lanzó sobre ellos, los dominó y obligó a escapar de aquella casa desnudos y heridos. Lejos de defender exorcismos y artes mágicas, el NT está muy claramente contra todo ello (He 8,9-13; 13,6-12). Las curas realizadas por Jesús y sus discípulos no pueden y no deben llamarse exorcismos. No tienen parecido alguno con los exorcismos practicados en aquel tiempo ni conmuchos de los exorcismos practicados después por la iglesia.


XI. Resumen y clarificaciones

Es de esperar que de todo lo precedente hayan quedado claros varios aspectos. No puede concluirse de los evangelios y del resto del NT que hubiera verdaderos posesos en tiempos de Jesucristo. Los así llamados padecían de enfermedades no perceptibles a los sentidos físicos (enfermedades que hemos denominado interiores), y el vocablo demonio (o espíritu inmundo, malo) en la lengua griega, que es la que usaron los evangelistas, no tiene nada que ver con el diablo, y significaba entonces una fuerza misteriosa y dañina. En aquel tiempo, de una mentalidad protológica o prelógica, más primitiva que la nuestra, se atribuía posesión a aquellas enfermedades que hoy día pertenecen al grupo de los desórdenes orgánicos cerebrales, cuya causa no era detectable al simple ojo. Algo parecido ocurre ahora con el término histeria. En aquel tiempo se consideraba enfermedad de mujeres, y la causa se debía a que el útero .(hystera en griego) se había movido del lugar que le correspondía. Hoy día retenemos elvocablo, pero lá teoría del útero se ha desechado completamente, y el contenido del grupo de enfermedades histéricas es bastante diferente. Se la llama también neurosis de conversión, afecta tanto a hombres como mujeres, pertenece a la psiquiatría clínica, presenta una variedad inagotable de síntomas y no parece derivarse de una clara lesión orgánica. El nombre ha variado, pero la realidad de la enfermedad psíquica no.

Asimismo parece que también ha quedado claro que ni Jesucristo ni los apóstoles practicaron exorcismos, ni como se concebían en aquel tiempo ni como se conciben en nuestros días. Pero debe notarse, sin embargo, y es sumamente importante, que al negar la existencia de los así llamados demonios, no se niega en absoluto la realidad de las curas milagrosas. Jamás un epiléptico ha sido curado con sólo psicoterapia verbal, y mucho menos instantáneamente. Lo mismo se puede decir de un sordomudo o un ciego de nacimiento. Aquellos que creen firmemente en los milagros de los evangelios no deben sentirse perturbados por la afirmación de que lo que nos han narrado los evangelistas no fue la curación de un muchacho poseído por un demonio, sino de un muchacho que sufría epilepsia (como en otros casos de mudez o sordera). La diagnosis de la enfermedad, o enfermedades, es diferente, más exacta y más en correspondencia con los avances de la ciencia actual; pero esto no tiene nada que ver con la realidad de la milagrosa curación.

Hay que añadir otra aclaración, que puede ser muy importante. Se ha negado que los demonios fueran seres naturales o sobrenaturales; pero esto no debe aplicarse al diablo, que siempre aparece en los evangelios y en el resto del NT como un ser personal y sobrenatural, enemigo por antonomasia de Dios, de Jesucristo y de los hombres. Puede negarse la existencia de los demonios y, al mismo tiempo, retener la existencia del diablo; son dos conceptos enteramente diferentes. Los demonios eran sólo fuerzas misteriosas, dañinas, y se usaban para explicar de algún modo la naturaleza de ciertas enfermedades que en aquellos tiempos, más primitivos que los nuestros, parecían inexplicables. Por otro lado, lo quehoy muchos cristianos entienden por demonios se expresa en el NT como "los ángeles de Satanás" (Ap 12,7; 2 Cor 12,7), "ángeles del diablo" (Mt 25,41), "los ángeles que pecaron" (2 Pe 2,4; Ap 12,7.9) o "los ángeles que no mantuvieron su rango y abandonaron su propia morada" (Jds 7), etc. Pero nunca se afirma nada en los evangelios de estos ángeles malos con relación a posesiones y enfermedades. Son ángeles que simplemente pecaron desobedeciendo a Dios.


XII. Casos históricos

Para un lector que lea hoy, con un espíritu objetivo y crítico, todos los casos de alguna importancia de posesión y exorcismo que han tenido lugar a través de la historia, desde los primeros siglos hasta el presente, la conclusión será la misma: no ha habido en la historia ningún caso del que pueda asegurarse con certeza que haya sido verdadera posesión. La falta de espacio no permite que se les haga justicia y que puedan explicarse aquí con alguna detención. El lector interesado en ellos puede consultar los libros que indicamos en la nota y algunos de los que se añadirán al final de este breve estudio. Allí también podrán encontrarse autores que defienden ideas muy diferentes de las que se han presentado hasta ahora con respecto a los demonios y al diablo. Es imposible tratar aquí ni siquiera todas las ideas más importantes que se han defendido en publicaciones serias durante estos últimos años, y mucho menos desarrollarlas en estas páginas.

Un aspecto parece claro: después de leer toda esta literatura (una de las mejores fuentes es la Enciclopedia de R.H. Robbins, miembro de la Real Sociedad de Literatura [Británica], con una bibliografía selecta de más de mil ciento cuarenta títulos, pero desgraciadamente no traducida al inglés), una conclusión es ineludible, a saber: que la historia de la demonología, brujería y de los exorcismos es un capítulo negro de la iglesia. Nuestra civilización se halla hoy mucho más retardada debido a tantas creencias sin fundamento, a las horrorosas persecuciones de brujas y muchas otras personas que se consideraban posesas y a la práctica ininterrumpida de los exorcismos. De toda esta literatura elegimos dos casos solamente, que por desgracia se han hecho más famosos todavía debido a los millones de lectores que han leído en todo el mundo los libros basados en ellos y sobre todo las grandes masas que han asistido a los muy poderosos filmes que se han aprovechado del morboso interés que todos estos tópicos despiertan. Han sido innumerables las personas que se han creído poseídas después de asistir a tales películas. En uno de los más recientes sondeos, catorce millones de adultos en Estados Unidos afirmaban o que estaban poseídos o conocían a alguna persona que ciertamente lo estaba.

1. LAS URSULINAS DE LOUDUN. El caso ha sido objeto de una enorme bibliografía, pero uno de los mejores relatos se halla en el libro de A. Huxley Los demonios de Loudun ". En él se ha basado la película Los endemoniados. El padre Urbain Grandier fue asignado a una parroquia de Loudun, al suroeste de París, en 1617. Llevaba una vida muy licenciosa, tuvo amoríos con algunas de sus penitentes y cometió la imprudencia de ofender al poderoso card. Richelieu. Por esa época corrían rumores de que varias de las monjas del convento de las ursulinas de Loudun estaban poseídas. El director de las monjas pidió ayuda a los Padres carmelitas para que le asistieran en los exorcismos. El resultado fue contraproducente, y las monjas acusaron una y otra vez al padre Grandier como causante de la posesión. Se le arrestó, torturó, sentenció y fue quemado el mismo día de la sentencia. La posesión de las monjas debería haber cesado con la muerte del padre Grandier, pero todo continuó como antes. El pueblo y el convento se convirtieron en una atracción turística por la conducta, los destapes y frases muy lascivas de algunas de las monjas. El jesuita Jean J. Surin fue enviado al convento para continuar los exorcismos. Perseveró en su tarea durante tres años y, al final, las monjas fueron "liberadas". Como dice Robbins, por entonces Richelieu ya había perdido interés en todo aquel asunto y dejó de pasar la pensión que había mandado a las monjas para que acusaran al padre Grandier.

Cuando se lee el caso, uno se da cuenta del pernicioso efecto de unos exorcismos, repetidos durante años constantemente, en una atmósfera de sorprendente y absoluta credulidad. El mismo padre Surin perdió su equilibrio mental, acabó creyéndose poseído y nunca se recobró totalmente. Como concluye A. Huxley: "La larga orgía había llegado a su término. Si no hubiera habido exorcistas, nunca habría comenzado".

2. EL POSESO DE MT. RAINIER SAINT LOUIS (1949). Se dice que la famosa novela El exorcista y la película del mismo título están basadas en este caso. No es exactamente así. El autor, W. Blatty, fue alumno de Georgetown University (el que esto escribe ha sido profesor durante muchos años de esa Universidad y ha tenido muchas conversaciones con el señor Blatty). Dicho novelista tomó muchos aspectos del caso que se va a narrar, pero, como es derecho de todo autor que escribe novelas, se inspiró también en muchos otros casos de exorcismos, entre ellos el que acaba de describirse muy brevemente sobre las ursulinas de Loudun. Cambió también el muchacho por muchacha, y Mt. Rainier (que es casi un suburbio de Washington) por Georgetown, un sector prestigioso dentro de la ciudad. Poseo los mejores documentos que se refieren a esta posesión, entre ellos el diario del jesuita padre Bowdern, que practicó los exorcismos. De nuevo debo remitir al lector al libro ya citado, donde se narran los hechos con alguna mayor extensión y se citan todas las principales fuentes que se han utilizado.

El muchacho nació el 1 de junio de 1935, y las primeras manifestaciones de algunos hechos poco corrientes comenzaron el 15 de enero de 1949. Se oían ruidos extraños en la casa (sobre todo en el piso superior) durante los sábados, cuando el niño no tenía clases. Creyeron que eran ratas; llamaron a un exterminador, pero los ruidos no se acabaron. La familia era protestante, y se le llevó al pastor luterano. Pasó la noche con él; notó cosas extrañas que, dice, aun hoy día no puede explicar, y lo devolvió a su casa al día siguiente. La madre tenía un pariente católico; le consultó, y él aconsejó que lo llevaran a un sacerdote. No se aclaró nada, y el arzobispo autorizó que se emplearan los exorcismos. Este sacerdote tenía miedo, por la creencia de que el demonio manifiesta los pecados no confesados de los exorcistas, y se fue a otra ciudad para hacer una buena confesión. Al volver, la familia se había ido a Saint Louis (había aparecido en el pecho del chico, escrito en líneas rojas: "Vámonos a S. Louis'), donde el joven tenía a su tía favorita. Fue allí donde consultaron a otro jesuita, el padre Bowdern, y donde comenzaron los exorcismos, el día 16 de marzo. Cuando éstos empezaron, la conducta del muchacho cambió radicalmente, y comenzó a experimentar convulsiones como de epiléptico y a proferir palabras muy obscenas. Se decidió bautizarle, con permiso de sus padres; pero nada cambió sustancialmente. Volvieron, el exorcista y la familia, a Washington; se le dio la comunión, con grandes dificultades, pero todo seguía igual. Todos confiaban en que la liberación podría tener lugar durante la semana santa, pero nada cambió. Confiaban luego en que sería el día de pascua, pero todo siguió igual. El día siguiente, lunes, cuando todos estaban más desanimados, la palabra mágica Dominus fue pronunciada, y el muchacho dijo (nadie lo vio) que se le apareció una figura brillante, san Miguel arcángel; el mal espíritu se rebeló contra él hasta que el arcángel pronunció la palabra Dominus, y todos los malos espíritus se fueron con resentimiento, hacia una cueva donde se metieron todos, y apareció en la entrada la palabra rabia. La posesión había terminado.

Es sorprendente la credulidad de aquellas personas. Además del diario, tengo también los resúmenes hechos por dos jesuitas, de unas charlas dadas el año 1949, al final del caso. Todos creen lo que dijo el chico, lo cual, en su conjunto, da la impresión de una verdadera farsa: El uso de palabras obscenas, si ocurrió de verdad, puede explicarse por lo que hoy se llama coprolalia, uso incesante de palabras sucias, uno de los síntomas de la enfermedad llamada de la Tourette. Hay muchos casos en la historia de impulsos irresistibles a pronunciar obscenidades. Ciertas personas histéricas tienen asimismo la piel muy sensible, y basta pasar las uñas por ella para que aparezcan rasgos rojos o flechas (como el muchacho las tuvo), que duran más de media hora. Si fue así, sólo el pastor protestante se dio cuenta de ello, pues notó que las primeras palabras que aparecieron en el pecho: "Vámonos a S. Louis" (donde vivía su tía preferida), estaban escritas al revés, como así debería ser si las hubiera escrito con las uñas el mismo muchacho. Finalmente, las convulsiones, como epilépticas, sólo tenían lugar en presencia de otros, que es lo. que ocurre en casos de histerismo. Nada de lo que sucedió parece convincente, y da la impresión de que fue creado por las creencias del exorcista, sus asistentes y por el uso repetido de las fórmulas y oraciones contenidas en el ritual del exorcismo. Hay que leer todo el ritual para darse cuenta del daño que tal atmósfera y tales plegarias pueden causar ". Uno se convence de ello; pero hay que respetar el parecer de otros y de muchos sacerdotes que, incluso en nuestros días, creen y practican los exorcismos. Debe hacernos pensar, sin embargo, el caso más reciente que tuvo lugar en Alemania. La joven Anneliese Michel, de veintitrés años, murió de hambre en julio de 1976 porque se la creía posesa, cuando sólo era una desequilibrada. Los dos sacerdotes que la exorcizaron durante el último año de su vida, y sus padres, fueron condenados por un tribunal alemán acusados de homicidio por negligencia. Da pena que después de tantos siglos todavía continuemos con las mismas infundadas creencias. Todo podría acabarse inmediatamente, siguiendo la tendencia ya iniciada por la iglesia, si los obispos no solamente fueran extremadamente parcos en conceder licencia para exorcizar personas a presbíteros doctos y muy prudentes (como permite el can. 1172, 2.°, del nuevo derecho canónico) sino, simplemente, si nunca en el futuro concedieran ya esa licencia.

Oigamos los pareceres de algunas personas doctas y sensatas que pueden hablarnos con autoridad en lo que se refiere a estas materias. El padre De Guibert, conocido por su prudencia y solidez de doctrina, tiene esto que decir refiriéndose a posesiones en nuestros tiempos: "Una explicación sobrenatural de los hechos puede ser aceptada únicamente cuando toda explicación natural es imposible y se ha probado claramente que así lo es"". Son palabras acertadas y severas que deberían tenerse siempre en cuenta. Y no parece que se haya hecho así en todos los casos de exorcismos que registra la historia. El padre J. de Tonquédec, S.J., exorcista oficial de la diócesis de París durante más de veinte años, afirma que no encontró ningún caso que fuera plenamente convincente, y añade unas palabras dignas de toda consideración:

"Un sacerdote dedicado al peligroso ministerio de los exorcismos me dijo en una ocasión: `No hay nunca peligro en tal práctica, incluso si todo resulta que no hay tal posesión, sino enfermedad; porque si el exorcismo no hace ningún bien, tampoco puede hacer ningún daño'. Perdóneme, le respondí. El exorcismo es una ceremonia muy impresionante, capaz de actuar de un modo muy eficaz y peligroso en una persona enferma. Los conjuros dirigidos al demonio, los repetidos rociamientos con agua bendita, la estola puesta alrededor del cuello del paciente, las muchas señales de la cruz en su frente, etc., son muy capaces de crear una verdadera manía diabólica, en palabras y acciones, sobre un alma ya enferma. Llama al diablo y lo verás, o, mejor, no a él, sino a un retrato creado por las ideas de la persona enferma con respecto a él. Es por esta razón que ciertos sacerdotes, debido a la práctica inconsiderada e imprudente de practicar los exorcismos, crean, confirman y corroboran los mismísimos desórdenes que ellos desearían suprimir.

La práctica de los exorcismos, por tanto, no solamente es inútil, sino que puede ser también muy perjudicial.


XIII. Primeras conclusiones

Se ha expuesto hasta ahora un punto de vista que puede parecer más bien negativo. Son respuestas a lo que parece ser el origen de la creencia de los demonios y la demonología en general. De todo lo dicho se concluye que es muy probable que posesos y demonios no hayan existido nunca. La frase evangélica "poseídos por demonios" estaría traducida más exactamente por "afligidos por fuerzas misteriosas dañinas". El diablo no tiene nada que ver con lo que los relatos evangélicos denominan demonios. Tal vocablo se usaba en aquel tiempo, más primitivo que el nuestro, como un modo de expresión para explicar lo que para ellos era inexplicable, es decir, todas las enfermedades que hoy día podrían llamarse internas o cerebrales. Consecuentemente, si demonios y posesos no han existido nunca (aunque no puede negarse la pura posibilidad de posesión, pues todo lo que no es contradictorio es posible), los exorcismos ni deberían haberse practicado ni deberían practicarse en el futuro. No solamente son inútiles, sino también, corno ya se ha insinuado, son potencialmente muy nocivos y perjudiciales.

Todo lo que precede, sin embargo, es un punto de vista. Parece válido y va adquiriendo cada día mayor aceptación. Pero no es el único. La materia es extremadamente compleja, y en estas materias existe una gran variedad de interpretaciones. Antes de mencionar brevemente las más tradicionales, conviene advertir que nada se ha dicho con respecto a los exorcismos privados (de un modo casi exclusivo se ha tratado de los exorcismos públicos y solemnes). La presencia del mal en el mundo es muy clara, y toda clase de oraciones y plegarias para ser protegidos de males no solamente se permiten, sino que pueden ser incluso muy aconsejables. Asimismo, exorcismos privados para proteger animales e incluso cosas, como casas y campos o cosechas, están permitidos y se pueden considerar laudables. Bastantes de estos últimos entran en el capítulo de las devociones. C. Vagaggini afirma que "los exorcismos sobre cosas infrahumanas, incluso inorgánicas, son plenamente justificados... Y esto porque el influjo diabólico sobre ellos... puede ser realísimo..." Añade que el exorcismo en este caso tiene el significado de una oración a Dios 16. Como se dirá más adelante, el cristiano tiene que pedir siempre ayuda para que nuestro Padre nos proteja de todo mal, y más concretamente del malvado.


XIV. Enseñanza ordinaria de la iglesia

Lo que ha sido expuesto hasta ahora, que demonios y posesos tal vez no hayan existido nunca, no es por ahora la enseñanza común de la iglesia. Aun hoy son muchos los teólogos católicos que creen en esos seres malignos y en la posibilidad de que puedan invadir a algunas personas desde dentro. Esta ha sido también la tradición de la iglesia desde los primeros siglos. En la segunda mitad del s. II después de Cristo, san Justino mártir habla de innumerables endemoniados, en muchas partes del mundo, que fueron exorcizados por hombres cristianos en nombre de Jesucristo, aun cuando no podían ser exorcizados por aquellos que usaban encantamientos y otros medios (2 Apol. 6). Tertuliano, a principios del s. III, se lamenta de la ingratitud de los paganos, que llamaban a los cristianos enemigos de la raza humana sin tener en cuenta el hecho de que los cristianos exorcizaban a los paganos sin recompensa o salario (Apol. 37). Orígenes (185?-254) indica que en el nombre de Jesús se expulsaban incontables malos espíritus de las almas y cuerpos de los hombres (Contra Celsum 1,25). Y así muchos otros de los padres apostólicos y primitivos. Tal fue la actitud en los primeros siglos de la iglesia, para la cual un exorcismo era la invocación a Dios frente al hostigamiento de los demonios. Con frecuencia esta súplica iba acompañada de algún acto simbólico, tal como soplar sobre el sujeto, poner las manos sobre él o persignarle con la cruz. Sólo más adelante y a través de los siglos, los excesos y desviaciones que hemos mencionado se fueron poco a poco introduciendo.

Hoy día existe la tendencia a disminuir la práctica de los exorcismos. Por un lado, como queda dicho, se ha suprimido (a partir del 1 de enero de 1973) la orden menor de exorcista (aunque no el poder para exorcizar); se ha reconocido que muchas de las que antes se creían posesiones son simplemente enfermedades de tipo psicológico o psiquiátrico, y la práctica de los exorcismos solemnes ha disminuido de modo muy notable. No nos extrañaría si disminuyera todavía mucho más, e incluso si desapareciera totalmente. Conviene repetir, sin embargo, que son bastantes los teólogos que todavía creen en posesiones y en la eficacia de los exorcismos. Hay que respetar, aunque no necesariamente compartir, estas creencias, que van avaladas por una larga e ininterrumpida tradición. Añadimos también que no tenemos noticia de que se haya traducido a lenguas vernáculas la parte del Ritual romano que corresponde a los exorcismos. El único ritual que conocemos que contenga todo lo referente a estas materias data del año 1952, y todo lo tiene en latín.


XV. Exorcismos litúrgicos

Podrían denominarse así ciertas plegarias que forman parte de la liturgia de algunos sacramentos. Nos referimos principalmente a las renuncias a Satanás y a todas sus obras y seducciones, que se encuentran en el rito del bautismo y de la confirmación. Evidentemente, no son exorcismos en sentido propio, sino más bien en sentido amplio e indirecto. Tal práctica, así como la renovación de ella que muchos hacen por devoción, es ciertamente muy laudable y en conformidad, como veremos después, con la enseñanza de Jesucristo. A este apartado pertenecía también la oración a san Miguel arcángel que se rezaba de rodillas al final de la misa antes del concilio Vat. II. Quizá sea conveniente recordarla aquí. Fue prescrita primero por León XIII, y después por Pío XI, para la conversión de Rusia. Decía así:

"San Miguel arcángel, defiéndenos en la batalla, y sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Sujétalo, Dios, pedimos suplicantes; y tú, príncipe de la celestial milicia, sepulta en el infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que merodean por el mundo para la perdición de las almas. Amén."

J. A. Jungmann, en su comentario sobre El sacrificio de la misa, la juzga así: "No se trata de una nueva oración, sino de una invocación aislada, con carácter de exorcismo, rarísima en la liturgia romana"". Pero, aunque rara, no puede negarse que tal oración es muy conforme al espíritu de la iglesia y a la enseñanza de Jesucristo. El lector debe recordar que la última petición del padrenuestro, "y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal", en griego, como casi todas las traducciones modernas del original reconocen, debe ser "mas líbranos del malvado": Pedimos que el Señor nos proteja de todas las asechanzas de Satanás, o directamente por las tentaciones y concupiscencias de la carne o indirectamente por el mal ejemplo de tantos cristianos que cometen pecados o nos incitan a ellos. El pedir ayuda a Dios y a Jesucristo para que nos libre del enemigo no solamente es práctica muy laudable y recomendada por la iglesia, sino mandada por nuestro Salvador. Todo cuanto se diga en favor de esta costumbre y recomendación será siempre poco.


XVI. ¿Desviaciones?

Debe hacerse mención aquí que al mismo tiempo que muchos dudan de la existencia de espíritus malignos, otros parecen creer en ellos más que nunca. La manía del ocultismo, los progresos de la parapsicología, el interés por la brujería, el espiritismo y los así llamados platillos volantes, la reviviscencia de la astrología, los horóscopos, la fascinación por las religiones y el misticismo oriental, la creencia en las predicciones por la lectura de las cartas o de las líneas de la mano, la magia en todas sus variedades, y sobre todo las experiencias psíquicas por lo que se ha llamado la cultura de la droga, etc., parecen haber revitalizado la creencia en los espíritus, diablos y seres misteriosos. Muchos de estos tópicos pueden tener algo o mucho de superstición y, concretamente, algunos de ellos están condenados en la biblia. Cuando el fracaso de aquellos siete hijos de Esceva (tratado al exponer si Jesucristo era exorcista propiamente dicho) san Lucas en los Hechos (19,17-19) continúa: "El suceso se divulgó entre los habitantes de Efeso, lo mismo judíos que griegos; todos quedaban espantados y se proclamaba la grandeza del Señor Jesús. Muchos de los que ya creían (en Cristo) iban a confesar públicamente sus malas prácticas, y buen número de los que habían practicado la magia hicieron un montón con los libros y los quemaron a la vista de todos. Calculado el precio, resultó ser cincuenta mil monedas de plata". Resulta, pues, que todas esas prácticas son consideradas como malas, la magia en muchas de sus variedades ya se practicaba extensamente en el s. I de nuestra era, y asimismo no menos en la más remota antigüedad, y el número de libros quemados debió ser enorme, pues la moneda de plata equivalía al salario de un día (el griego dice cincuenta mil drachmas, equivalente a la moneda romana de un denario, Mt 20,2). Algo parecido se refiere en He 8,9-23 con respecto a Simón el mago. No puede negarse que muchas de estas prácticas se parecen mucho a supersticiones, que seguirán existiendo mientras haya personas excesivamente crédulas.


XVII. ¿Existe el diablo?

Algunos de los que han leído la primera parte de este trabajo sobre la probabilidad de que los demonios no hayan existido nunca, podrían concluir que también el diablo puede no haber existido nunca. Nada más ajeno a nuestro parecer. Allí se dijo que los demonios (ta daimonia) aparecen en griego con el pronombre neutro, son cosas y no tienen nada que ver con el diablo o Satanás, el cual ordinariamente aparece en singular, en masculino y con el artículo determinado ho diabolos, ho satanas, aludiendo a un ser personal y sobrehumano. Conviene dar ante todo la doctrina de la iglesia y de la Sagrada Escritura.

1. CONCILIOS Y PONTIFICES. El primer concilio (de carácter local) que adoptó postura decidida y solemne respecto al diablo fue el celebrado en Braga (Portugal) en el año 561. Es una declaración contra los priscilianos y maniqueos, los cuales creían, entre otras cosas, que el diablo no había sido creado por Dios. El concilio condenó la creencia de "que el diablo no fue primero un ángel bueno hecho por Dios y que su naturaleza no fue obra de Dios..." (Denz. 237). En el mismo contexto tenemos la declaración impuesta por Inocencio III (1208) repitiendo: "Creemos que el diablo no fue hecho malo por creación, sino por su propia decisión" (Denz. 427). Las declaraciones más importantes, sin embargo, son las del concilio Lateranense (1215), que afirma, entre otras cosas:-"El hombre pecó también por sugestión del diablo" (Denz. 428), y del Vat. I (1870) y II (1963-1965). Este último recuerda la existencia del diablo y su acción perniciosa en el mundo en perjuicio de los hombres y de su salvación. Afirma que el hombre por sí mismo es incapaz de vencer el "espíritu del mal"; que el Señor vino a librarlo del "príncipe de este mundo"; que a menudo los hombres, "seducidos por el diablo", han servido a la criatura en lugar de servir al Creador; que la iglesia "derriba el imperio del diablo", y que Cristo bajó a la tierra "para arrancar a los hombres del poder de Satanás.

En un discurso pronunciado en la audiencia general del 15 de noviembre de 1972, Pablo VI insistió en la antigua fe cristiana de un diablo o espíritu del mal personal. Añadió: "El mal no es solamente una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad, misteriosa y pavorosa (...). Es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos, pues (por la Sagrada Escritura), que este ser oscuro y perturbador existe de verdad". El papa precisó claramente que no estaba empleando un lenguaje metafórico, y añadió que cuantos rehúsan reconocer la existencia de esta terrible realidad "se salen del cuadro de las enseñanzas bíblicas y eclesiásticas". Más recientemente (20 de agosto de 1986), Juan Pablo II, en una de sus charlas durante la audiencia general de los miércoles, dijo: "Nuestras catequesis sobre Dios, creador de las cosas invisibles, nos han llevado a iluminar y vigorizar nuestra fe por lo que respecta a la verdad sobre el maligno o Satanás, no ciertamente querido por Dios, sumo amor y santidad, cuya providencia sapiente y fuerte sabe conducir nuestra existencia a la victoria sobre el príncipe de las tinieblas".

2. NUEVO TESTAMENTO. LOS papas y los concilios no hacen más que reflejar las enseñanzas de la Sagrada Escritura, sobre todo el NT. El concepto de Satanás o del diablo, tal como se entiende ahora, se halla insinuado en el AT, en los manuscritos de Qumrán (allí comúnmente denominado Belial) y en la literatura apócrifa; pero es en el NT donde se desarrolla más claramente como un poder del mal personal y sobrehumano. Es el adversario del reino y de los hijos de este reino. Su influencia, sin embargo, como ya se ha indicado, es moral y psicológica, no directamente física. Satanás arrebata el mensaje de Dios a los hombres (Mc 4,15), instigó a Judas a su acto de traición (Lc 22,3; Jn 13,27), dificulta la obra del Apóstol (1 Tes 2,18), provoca la aparición de falsas creencias (1 Tim 5,15), se disfraza como ángel de la luz (2 Cor 11,14), tienta con malos actos (Ap 2,10) y con engaños (He 5,3). Sin embargo, Dios aplastará a Satanás (Rom 16,20), y Jesús vio cómo Satanás era arrojado del cielo (Lc 10,18).

No hay ninguna diferencia apreciable entre este concepto de Satanás en relación con el otro, ya mencionado, de ho diabolos, el diablo. Ha pecado desde el principio mismo (1 Jn 3,8), los hombres perversos son hijos del diablo (He 13,10; 1 Jn 3,10), proceden de él (Jn 6,70), el diablo es su padre (Jn 8,48) e hizo que Judas traicionase a Jesús (Jn 13,2). La misma influencia moral o psicológica se atribuye a los términos sinónimos de "el maligno" (Mt 13,19), "el enemigo" (Mt 13,39), "el soberano de este mundo" (Jn 12,31), "el soberano de este tiempo" (1 Cor 2,6-8), "el tentador" (Mt 4,3), "el adversario" (1 Pe 5,8), "el seductor" (Ap 12,9) y otras expresiones similares.

El notable investigador alemán J. Jeremias, en su libro Teología del Nuevo Testamento, no solamente acepta que Satanás, el poder personal del mal, es parte constante e integral del pensamiento en el NT, sino que avanza muchas razones, que no podemos desarrollar aquí, insistiendo en que la tradición acerca de Satanás pertenece también a la tradición anterior a la pascua y que, por tanto, muy probablemente procede no de los evangelistas sólo, sino del mismo Jesús. Satanás, por tanto, es concebido como el enemigo de Dios, y su subyugación es la esencia de la misión del Salvador. Interpretar las expresiones mencionadas, y otras muchas que se podrían añadir, como se ha interpretado el concepto de demonios, o como creaciones de la iglesia primitiva, o como puras metáforas que representan solamente abstracciones de los poderes del mal en el mundo, parece que no hace justicia a los evangelios ni a la esencia del mensaje del NT ".


XVIII. Otros puntos de vista

Esto no quiere decir, sin embargo, que la evidencia presentada sea absolutamente convincente para todos. Nos encontramos en un reino misterioso, invisible y' espiritual, que presenta oscuridades para muchas mentes modernas, y existe falta de consenso entre los teólogos Dos de los libros de uno de ellos, H. Haag, que llevan por título El diablo, un fantasma y El diablo: su existencia como problema, son un desafío a las creencias tradicionales en la existencia del diablo y de los demonios. Aunque Haag concede que su postura difiere de la del magisterio, estima que será universalmente aceptada en el futuro. Llega a defender que las referencias evangélicas concernientes a la actividad de Satanás no poseen en ningún lugar una consistencia tal que fuercen a una aceptación incondicionada. Más maduras parecen ser las reflexiones que ofrece el profesor alemán Peter Knauer. Pueden sintetizarse como perspectivas que la teología actual ofrece a los perplejos cristianos de nuestros días:

"Pienso que un católico ni tiene que creer en el diablo, ni necesita creer en él, ni puede creer en él. Sencillamente, porque la fe de los cristianos se refiere sólo a Dios. En la fe se trata de nuestra unión con Dios, y nada más; se trata de nuestra participación en la relación divina de Jesús, y por eso la existencia de seres creados nunca puede ser objeto de fe.

Si se me preguntara sobre la existencia del demonio, yo respondería lapidariamente con Pablo: Los ídolos no son nada. Y puesto que se habla tanto del diablo, se podría decir en todo caso: con ese nombre se alude a toda forma de divinización del mundo, en contraposición a la fe como unión con Dios: cuando uno se hace un Dios a su medida, cuando se adhiere absolutamente a cualquier cosa de este mundo, uno tiene una mentalidad mundana. Es una manera simbólica de referirse al deseo de tener a Dios de otra manera, a querer alcanzarlo de forma distinta que en la fe.

Con frecuencia se habla del diablo como si fuera una naturaleza personal, y no meramente un símbolo. Pero si es que tiene una personalidad, es, en todo caso, una personalidad que recibe prestada de Dios, en cuanto que uno pervierte en cierto sentido la relación personal que mantenemos con Dios en la fe, orientándola hacia algo de este mundo.


XIX. Conclusión

De todo cuanto hemos tratado en estas páginas, tal vez pueda sacarse una conclusión que creemos razonable, aunque también puede ser que algunos no la consideren de este modo. La religión es una realidad muy compleja, que con demasiada frecuencia se ha ocupado fundamentalmente del mal, sin duda para vencerlo, pero sólo después de haberlo mirado fijamente a los ojos y de haber apreciado toda su dimensión. Tal actitud religiosa se denomina a sí misma por su relación negativa con el mal, aunque su principal objetivo es la salvación. Pero tiene el peligro de llegar a fascinarse por su adversario hasta el punto de olvidar su propio destino, la unión con Dios y la vida bienaventurada. Obsesionada por la destrucción del mal, puede convertirse en su víctima. Ya es hora de cambiar esta actitud y evitar perniciosos errores.

Como dice muy bien Juan Pablo II: "La fe de la iglesia nos enseña que la potencia de Satanás no es infinita. El sólo es una creatura, potente en cuanto espíritu puro, pero siempre una creatura, con los límites de la creatura, subordinada al querer y el dominio de Dios". Lo mismo, pero con mucha mayor razón, pues ni siquiera son espíritus puros, sino meras expresiones para explicar lo que en aquel tiempo parecía inexplicable, se puede y debe decir de los demonios. Lo que sí queda claro, para citar de nuevo a Juan Pablo II, es que: "Esta es la gran certeza de la fe cristiana: `El príncipe de este mundo está ya juzgado' (Jn 16,11); `Y para esto apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo', como nos atestigua san Juan (1 Jn 3,8). Siendo esto así, ni el pecado, la muerte, los demonios, las enfermedades o Satanás pueden tener la última palabra sobre el destino definitivo del hombre. Para el cristiano, la convicción de que ellos no pueden decir la última palabra es en sí misma una prueba del hecho de que ya desde ahora participa de la vida de Cristo resucitado, de que ha pasado de la muerte a la vida (1 Jn 3,14). Tal cristiano ha superado el poder del pecado, de la muerte, de Satanás y de cualquier otro poder maligno ahora y para siempre. Ningún mal de ninguna clase —moral, físico o personal—puede forzar ya o coaccionar nuestra libertad personal para seguir a Cristo, que ha superado todo lo que en este mundo se relaciona de algún modo con el diablo: pecado, enfermedad o muerte. La fe en Dios y en su Hijo lo supera todo, absolutamente todo. Y puede decir con san Pablo: "Estoy convencido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni soberanías, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes, ni alturas, ni abismos, ni ninguna otra criatura podrá privarnos de ese amor de Dios, presente en el Mesías Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,38-39).

J. B. Cortés