EVANGELIZACIÓN Y LITURGIA
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SUMARIO: I. La liturgia, ¿debe evangelizar?: 1. Observación preliminar; 2. Una afirmación capital; 3. Afirmación central; 4. Afirmación complementaria - II. La liturgia, ¿evangeliza de hecho? - III. ¿Cómo lograr que evangelice la liturgia?: 1. Punto de partida realista; 2. Cuestión, ante todo, de autenticidad; 3. Algunos medios para conseguirlo.


1. La liturgia ¿debe evangelizar?

1. OBSERVACIÓN PRELIMINAR. La liturgia no la inventamos nosotros. Está ahí. Pertenece a la vida de la iglesia. Es, ante todo, acción de Cristo y, simultáneamente, acción del pueblo de Dios. Es como es. Sirve para lo que sirve. A nosotros, a todos, nos toca respetar su naturaleza. "Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la iglesia, que es `sacramento de unidad', es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la iglesia, lo manifiestan y lo implican" (SC 26).

2. UNA AFIRMACIÓN CAPITAL. Manteniéndonos dentro del respeto debido a la naturaleza de la liturgia, lo primero que hay que afirmar respecto a si debe evangelizar o no, es que su finalidad principal no es ésa.

La liturgia, como recuerda el concilio, es "principalmente culto de la divina Majestad" (SC 33). "Se ha pretendido a veces reducir la liturgia a la categoría de instrumento pedagógico —comenta a este propósito Pedro Tena—; esta pretensión es falsa y procede de un concepto utilitario —por otra parte ya superado— del culto de la iglesia".

Nada serio conseguiremos, ni a nivel de los hechos ni a nivel de conocimiento, en lo que se refiere a la liturgia, si no superamos radicalmente la concepción utilitaria y no abrazamos con gozo la de la gratuidad. "Gratuidad es, tal vez, la palabra menos inadecuada para expresar el misterio del hombre y el misterio de Dios. Dice a la vez pureza del amor, libertad, ausencia de cálculo... Habría que crear una pedagogía de la gratuidad en este mundo de la utilidad y de la necesidad...", ha dicho de un modo muy acertado Franeois Varillon en un hermoso libro sobre La humildad de Dios'.

Si entendemos, pues, la pregunta formulada de esta forma: "La liturgia, ¿debe evangelizar como finalidad principal?", la respuesta habrá de ser negativa. La evangelización no es la finalidad principal de la liturgia. Por el contrario, debe precederla, en parte al menos, cronológicamente, "pues para que los hombres puedan llegar a la liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión" (SC 9).

Por consiguiente, todo esfuerzo que tienda a manipular o instrumentalizar las celebraciones litúrgicas a costa de su finalidad principal, el culto gratuito de Dios, subordinando éste a otra finalidad cualquiera, aunque sea la de evangelizar, debe considerarse una infidelidad y un fracaso. Toda cele()ración litúrgica, y en primer lugar la eucaristía, es y debe ser el momento cumbre de nuestra adoración gratuita, en respuesta a la suprema gratuidad de la vocación cristiana, de la redención, del amor de Dios.

3. AFIRMACIÓN CENTRAL. Sin embargo, y manteniendo todo lo dicho, la liturgia debe contribuir sin duda, por su propia naturaleza, a la tarea evangelizadora. "Aunque la sagrada liturgia sea principalmente culto de la divina Majestad, contiene también una gran instrucción para el pueblo fiel. En efecto, en la liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración..." (SC 33). En el diálogo entre Dios y el hombre en la liturgia, no sólo cuando resuena, de una u otra forma, la palabra de Dios, "sino también cuando la iglesia ora, canta o actúa, la fe de los asistentes se alimenta..." (ib).

Por lo pronto, en la liturgia resuena de mil formas la palabra de Dios. Piénsese sobre todo en las lecturas bíblicas proclamadas, en la homilía, en las moniciones. La fuerza evangelizadora de estas partes en la acción litúrgica es evidente y no necesita que se insista en ella. En sí mismas, por su propia naturaleza, son anuncio del misterio de la salvación. Y precisamente la máxima fidelidad con que sean celebradas implica la máxima preocupación evangelizadora. Pero, por otra parte, también en la respuesta del pueblo redimido la liturgia reproduce, convertida en oración, la plenitud del kerigma en todas sus dimensiones, histórico-salvífica, cristocéntrica, pascual y escatológica, reproducción que es particularmente expresiva en la plegaria eucarística.

Se dice con razón que la evangelización no ha de concebirse como la propaganda de una determinada ideología, sino como la presentación de una persona, el anuncio de unos hechos salvíficos, la invitación a aceptar esa Persona y esos hechos como la salvación ofrecida por Dios, aceptación que lleva consigo el compromiso de poner en práctica las exigencias de vida que tal salvación implica. Pues bien, la liturgia es, por sí misma, todo eso: presentación, más aún, presencialización del Cristo Salvador; no sólo anuncio, sino a la vez anuncio y realización (cf SC 6) de esos hechos salvíficos que llegan a tocarnos hoy; no sólo invitación, sino a la vez invitación y acción divina transformante, que nos empuja y consigue, si no ponemos óbice, la aceptación plena.

Y no sólo para los que ya tienen fe y participan en la celebración ejercitando su fe. También para los extraños, para los no creyentes que miran las celebraciones desde fuera como un espectáculo curioso, y para tantos cristianos de fe débil o demasiado implícita, que asisten, más que participan, a las funciones litúrgicas por razones más o menos sociológicas, posee la liturgia por sí misma una fuerza evangelizadora. Unos y otros, ante una celebración auténtica, no pueden menos de sentirse interpelados y de preguntarse en su interior qué significa todo esto. En este sentido, el impacto que una celebración auténtica produce puede ser más fuerte que el de cualquier predicación inmediata y directamente evangelizadora. Ahí está un grupo de hombres que toman en serio el contacto con un Dios trascendente al que llaman Padre, salvador, misterioso y cercano a la vez, por medio de un hombre que es su Hijo y nuestro hermano, que murió por nuestros crímenes y vive para darnos la vida. Esos hombres lo creen y lo testifican por el hecho mismo de reunirse (dimensión eclesiológica) alrededor de unos elementos, signos de la presencia, guiados por hombres a quienes consideran señalados misteriosamente para lograr ese encuentro. Y, sobre todo, de ahí, de esas reuniones tomadas en serio, sacan fuerza (contraseña de autenticidad) para llevar una vida fraternal, de amor y servicio mutuos, de perdón de las ofensas, incluso de amor a los enemigos. ¿Cómo no haría impacto una liturgia así? No hay duda, la liturgia, sin dejar de ser lo que es, evangeliza y debe evangelizar.

4. AFIRMACIÓN COMPLEMENTARIA. Puesto en claro lo que precede, debemos añadir, siempre en el plano de los principios, que la liturgia debe, por supuesto, evangelizar; pero debe hacerlo a su modo, sin ser infiel a su naturaleza, lo que equivale a decir sin perder de vista su finalidad principal.

¿Cuál es este modo en concreto? Tal vez pudiera resumirse en una sola palabra, muy frecuentemente usada y no siempre bien comprendida, la palabra celebración. La liturgia anuncia la buena nueva celebrándola.

Decir -> celebración es decir -> fiesta. Es el fenómeno festivo, redescubierto en nuestros días, el que ha de orientarnos en este punto. La fiesta es un gozo en común o una comunicación gozosa: es un estallido vital, por más que, como todo juego, tenga sus propias reglas. Los elementos de contenido pedagógico que pueda incluir no se someten a una estructuración metódico-didáctica, de tipo utilitario. De nuevo nos encontramos con la gratuidad. En la fiesta, cuando aprendemos es porque lo vivimos y lo vivimos al celebrarlo. Así en la liturgia.

Pero hay una dimensión en la fiesta que no podemos olvidar. Toda fiesta es una ruptura con el tiempo ordinario, pretende ser otra cosa distinta de la monotonía de lo cotidiano, lo ensaya, lo realiza en parte, pero sólo en parte. También la liturgia es consciente de ello; sabe que es un pregusto de "aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos" (SC 8); pero sabe que es sólo eso, un pregusto.

De ahí que cuanto hemos dicho en el apartado anterior acerca de la autenticidad de la celebración debemos ahora matizarlo, con la conciencia de que sólo en parte, y en espera y en pregusto, podemos llamarnos el pueblo santo, redimido, liberado de toda esclavitud. La evangelización que va implicada en la celebración litúrgica no es el anuncio de una ilusión, la de creernos distintos de los demás hombres. Es el anuncio de una salvación que Dios ofrece a unos hombres débiles y pecadores como los demás. La celebración viene a ser como un ensayo' de la salvación anunciada; un ensayo en el que una y otra vez somos enseñados a ejercitar, sin lograrlo nunca del todo, el verdadero amor, el amor desinteresado, humilde. Y la iglesia, madre y maestra, que así nos enseña y evangeliza en la liturgia, sabe que, acabada la fiesta, volvemos a enzarzarnos en mil tensiones unos con otros, que volveremos a angustiarnos por lo que hemos de comer y con qué nos hemos de vestir, que volveremos a intentar devolver mal por mal y maldición por maldición. Pero ella seguirá confiando, obstinadamente, en la gracia de su Esposo, y volverá a reunir pacientemente a sus hijos para hacerles ensayar la vivencia de la salvación, mientras les hace repetir humilde y confiadamente: Padre nuestro...

De este modo evangeliza la liturgia: desplegando festivamente la salvación anunciada, haciéndola presente en la comunicación y en el gozo, dándonos un pregusto de su realización total, al mismo tiempo que nos libra de toda ilusión y orgullo.


II. La liturgia, ¿evangeliza de hecho?

En esta segunda parte no se pueden dar respuestas universalmente válidas. Habría que hacer un estudio objetivo y diferenciado de las celebraciones litúrgicas que tienen lugar en cada medio, y valorarlas de acuerdo con los principios apuntados.

Por lo demás, este análisis y esta valoración habría que hacerlos preferentemente de las celebraciones concretas; v.gr.: de los bautismos, de los matrimonios, de la misa dominical, etc. De lo contrario, el peligro de quedarse en unas consideraciones demasiado generales y abstractas es de sobra evidente. Cada una de las celebraciones, además, deberá ser analizada y valorada en cuanto a si ejerce o no de hecho su fuerza evangelizadora de acuerdo con su peculiar dinámica y estructura.

Podrían señalarse, sin duda, algunos defectos que más frecuentemente ocurren, como sería, por un lado, la despreocupación casi total por la función evangelizadora que debe tener la liturgia en cualquier caso, y por otro, la excesiva subordinación del conjunto de la celebración a un fin pedagógico de instrucción o de interpelación directa. Igualmente podrían señalarse ejemplos de auténticas celebracionesque, sin la menor infidelidad a la naturaleza de la liturgia, consiguen no sólo alimentar la fe, sino avivarla o despertarla. Pero preferimos quedarnos en estas consideraciones generales.


III. ¿Cómo lograr que evangelice la liturgia?

1. PUNTO DE PARTIDA REALISTA. Nos encontramos con frecuencia en nuestras celebraciones litúrgicas con cristianos no suficientemente convertidos, sin adhesión personal, consciente y libre, al mensaje de la salvación cristiana. No pocos, además, de estos cristianos acuden a las celebraciones sin la regularidad semanal de la misa dominical, sino sólo con ocasión de bautizos, bodas, entierros, fiestas patronales, etc.

Su actitud, a pesar de todo, es, generalmente hablando, de respeto religioso y de cierta receptividad ante la evangelización. Se da el caso también de determinados individuos más alejados del contacto con la iglesia, incluso con ribetes de agnosticismo, a quienes nuestros tinglados litúrgicos no les dicen nada, pero que asisten alguna vez a ellos acompañando a sus familiares o amigos sin actitud propiamente hostil y con un cierto respeto.

Ante todos ellos, pues, se va a poner en marcha la celebración litúrgica con su intrínseca fuerza evangelizadora. ¿Qué hacer para conseguir su máxima eficacia?

2. CUESTIÓN, ANTE TODO, DE AUTENTICIDAD. Por más que la liturgia no sea propiamente un espectáculo, sino una acción en común, es cierto que algunas personas tienen en ella un papel preponderante. Esto vale sobre todo para el que preside la asamblea en nombre de Jesucristo; pero además "los acólitos, lectores, comentadores y cuantos pertenecen a la schola cantorum desempeñan un auténtico ministerio litúrgico. Ejerzan, por tanto, su oficio con la sincera piedad y el orden que convienen a tan gran misterio y les exige con razón el pueblo de Dios. Con este fin, es preciso que cada uno a su manera esté profundamente penetrado del espíritu de la liturgia y que sea instruido para cumplir su función debida y ordenadamente (SC 29).

Esto supuesto, es imprescindible que cada una de las acciones de que consta la celebración se lleve a cabo con la máxima autenticidad: en lo que la liturgia tiene de representación y en lo que tiene de signo manifestativo y expresión de una vida. Así, la lectura bíblica deberá ser una verdadera proclamación, que haga resonar aquí y ahora, ante un pueblo que la escucha en silencio y recogimiento, la palabra inspirada. Para lo cual no son en modo alguno indiferentes las cualidades naturales y la preparación del lector. No sólo hace falta que domine la difícil técnica de leer en público y ante un determinado auditorio, sino además se requiere que esté iniciado en los diversos géneros literarios bíblicos, a fin de que sepa acomodar su expresión oral al texto que tiene ante los ojos. Así también la homilía deberá tener en cuenta la doble fidelidad, a saber: a la palabra de Dios en el marco de la celebración, y a la situación concreta cultural, espiritual y problemática de la asamblea. Así, por último, las intervenciones del pueblo deberán estar aseguradas en toda su fuerza expresiva de participación consciente al menos por un núcleo de cristianos más comprometidos, que den así testimonio de su fe y contribuyan a que prenda o se despierte en los demás.

Y, por encima de todo, es imprescindible que el presidente de la asamblea sea signo viviente y personal de Cristo, Buen Pastor, que cuide de sus ovejas dóciles y que vaya detrás de las rebeldes y extraviadas con un auténtico amor que no dude ante el sacrificio por ellas. El es, sobre todo, el que ha de ejercitar la doble fidelidad, por un lado, a la naturaleza de la liturgia, a sus reglas de juego, tal y como han sido concretadas por la iglesia jerárquica y, por otro, a la comunidad que preside, más o menos heterogénea, haciendo uso inteligente de las mil maneras de flexibilidad y acomodación que hoy están a su alcance, y que no pocas veces desconoce, o de las que prescinde por mayor comodidad. Quien sepa asegurar, a través de sus palabras y gestos, la presencia de Cristo, Buen Pastor, en medio de los suyos, habrá asegurado a la celebración litúrgica que preside su impacto evangelizador lo mismo para los cercanos que para los alejados.

3. ALGUNOS MEDIOS PARA CONSEGUIRLO. Nada serio se logra por medio de la improvisación. La preparación de las celebraciones se impone en un doble nivel: en el de la oración y el estudio, personal y comunitario, por un lado, y por otro, en el de la realización inmediata; verdaderos ensayos de los ministros e incluso del pueblo, no sólo en lo que se refiere a los cantos, sino también en cuanto tiene que ver con los gestos, con el modo de intervenir en las aclamaciones, etc. Las celebraciones extraordinarias según el ciclo litúrgico, principalmente las de semana santa, así como de algunos sacramentos celebrados con especial solemnidad, pueden ser magníficas ocasiones para tales formas de preparación interior y exterior.

Pero, además, una vez que la celebración ha tenido lugar, es sumamente conveniente que se someta a una cierta revisión crítica. Los mismos fieles más iniciados pueden aportar valiosísimas sugerencias a este respecto. Y, desde luego, la revisión no habrá de contentarse con el nivel de representación de la acción litúrgica, sino que se deberá extender su eficacia santificadora al nivel de la vida cristiana. De esta forma evitaremos el escollo de complacernos, quizá, en unas celebraciones esteticistas pero estériles, e insistiremos humildemente no ya en la "utilidad" de la liturgia, sino en su autenticidad y verdad, que es como ella contribuye a la evangelización.

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M. Ramos

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