VESTIDURAS LITÚRGICAS

 

Extracto del artículo del Rvdo. P. Germán Prado, titulado "Historia del Rito Mozárabe" publicado en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo (1927 jul./dic., primera época, nº 32-33); págs 183-186, al que hemos añadido algunas ilustraciones.

Leovigildo y la indumentaria sacra.

De las sagradas vestiduras sabemos muy poco, siendo escasos los documentos escritos que sobre ello nos quedan y no conservándose pintura alguna ni escultura representando al clero en sus funciones rituales. Algunos datos sobre el particular pueden recogerse en los escritos isidorianos y también en el Liber Ordinum al tratarse de las Ordenaciones.

En la época mozárabe, Álvaro Cordobés menciona la Casulla empleada por el preste en el sacrificio de la Misa: «Certes recolitis quando ei ad immolationem Missæ Casulam pro indumento præstastis»[1].

De cierto indigno sacerdote, que tanto contribuyó a que se lanzase sobre el teólogo seglar de Córdoba la sentencia de excomunión, escribe asimismo a Saulo Obispo de Córdoba, en propia defensa y pidiéndole levantase aquella injusta pena: «Ese hombre nefando, lejos de presentar franca batalla, ha hecho como las mujeres que afilan en oculto la espada. Condenado por su propio juicio, no es propiamente ni confesor ni sacerdote; y si su hábito le proclama clérigo, su lengua le delata como a falsario; la estameña y lana de oveja le hacen pasar plaza de varón religioso; pero su larga barba le denuncia como laico... »[2].

Según esto, no solo los sacerdotes sino que también los clérigos y cantores de las iglesias llevaban hábitos distintos del seglar, cortándose la barba, como adorno supérfluo y consistiendo en esto parte de la tonsura.

Pero respecto a la indumentaria clerical, todavía es más interesante el escrito del presbítero cordobés Leovigildo, siquiera se detenga más en místicos simbolismos que en una descripción exacta y minuciosa. Hablamos del libro titulado De Habitu clericorum, que el P. Flórez no quiso publicar por entero, por prejuicios históricos, y que fue publicado en 1909 por el Rvdmo. P. Dom Luciano Serrano O.S.B., de un Códice de los Condes de Heredia Spinola. Ese Códice gótico tiene la obra de Leovigildo casi completa.

Eran días de persecución, pero los clérigos podían llevar su hábito propio, cuyo simbolismo y excelencias ignoraban, inclinándose por esto mismo a asoptar la indumentaria común o moruna, lo cual quiso evitar el presbítero de San Cipriano de Córdoba, escribiendo con esa mira este libro a petición de los clérigos de su propia iglesia. Leovigildo trae las pruebas desde sus más remotos manantiales, «sin aquietar el discurso para asenso de la significación pretendida, como se escribía en tiempo muy oscuro sobre puntos que pedían luces más vivas »[3].

En el capítulo II se da razón del uso universal de la tonsura clerical (cap. II), tonsura redonda (cap. III) explicando por qué los clérigos europeos se rapan de raíz la barba, cuando los asiáticos y libienses la dejan crecer. No convencen mucho a los del siglo XX los difusos razonamientos del presbítero mozárabe, que termina este capítulo IV diciendo con aplomo y en su jerga latina: «Hec est causa misterii pro qua aliter eoropense toga, et aliter asiane uel libiense caterba».

El capítulo V se ocupa del traje peculiar de los diáconos y subdiáconos, dándonos la razón de por qué van éstos en la iglesia, incedunt coram Domino, los días festivos vestidos con albas recortadas a diestra y a siniestra, y los sacerdotes también con albas, pero albas largas y albas encarnadas o de color oscuro, in albarum simillibus, sed pullate. Pero el escote no era de manera que se viesen las carnes, «non usque ad turpitudinem carnis scissura perducitur», porque entrambos lados los cubría la túnica interior, «quia uterque partes a textile tunica decenter tegitur». Las albas encarnadas de los sacerdotes denotan, cómo éstos deben expiar los pecados del pueblo. Este simbolismo convence algo más que el de las albas del diácono y del subdiácono recortadas por los costados.

Los diáconos y los clérigos inferiores llevaban también otra prenda de color blanco, llamada enebladium, a modo de bufanda con que rodeaban el cuello y cubrían también el pecho[4]. No se trata del orario o estola privativa de los diáconos, los cuales no llegaron a usar en España la dalmática hasta fines del siglo XI.

El capítulo VII nos dice por qué los diáconos usaban orarios (manípulos) en la mano izquierda, los diáconos sobre el hombro derecho y los sacerdotes sobre el cuello y el pecho. Las razones, aunque de la Escritura como siempre, no son del todo apodícticas; pero aprendemos al menos que la indumentaria litúrgica en el siglo VIII y IX era la misma que hoy día en Occidente, y que tená la misma forma que hoy la estola u orare para que Leovigildo confunda la estola diaconal con el manípulo del subdiácono. Ya por entonces debía ser una simple tira con fleco, una tira menos larga que la estola, pero de idéntica forma.

Luego (cap. VIII) habla de la mitra blanca que los Obispos usan en la consagración de otros Obispos y en las «festividades celebérrimas». Esta mitra o cetharim era blanca y de ella pendía una especie de fleco o cintas a manera de ínfulas, citharim mundam ac fibris perfusam.

Fig. 1. Obispos en un Concilio.
(Códice Albeldense, Monasterio de El Escorial)

Usaban también los Obispos a diario una capucha que Leovigildo llama casulla. Pregúntase (cap. IX) por qué los Obispos españoles llevan cubierta la cabeza con la capucha[5], y responde que ésta no fue invención de los Obispos per Esperiem, sino que fue traída por San Torcuato y los otros varones Apostólicos, quienes al ser ordenados Obispos, «no por eso dejaron la sencillez monacal, set a melolis, que casulis similant capila semper velaberunt». Con capucha, añade, suelen enterrarse a los difuntos. Por eso los fieles, al ver un Obispo con el capuchón puesto, se acordarán de los muertos, «su vista se aterrará al verle» y su corazón se ablandará y moverá a penitencia[6].

Fig. 2. Obispos en un Concilio (Detalle).
(Códice Albeldense, Monasterio de El Escorial

Fig. 3. Obispo actual de la Iglesia Armenia.
¿Tendrían un aspecto similar los antiguos obispos hispanos?

 


[1] Epist. XIII, Flórez, t XI, pág. 160

[2] Confesor, dice el P. Flórez que está por Cantor, porque confiteri significa cantar las divinas alabanzas. Algunas otras palabras litúrgicas las vemos empleadas en lengua corriente de este tiempo, tales como Antífona, significando respuesta a una carta. Cf. ib., p. 168.

[3] Flórez, Esp. Sag., t. XI, p. 522.

[4] ¿No sería tal vez una especie de ámito? Porque en toda la obra de Leovigildo parece tratarse de indumentaria sagrada, más que de prendas de vestir fuera de las iglesias.

[5] Así se los ve en las miniaturas de los Códices mozárabes, especialmente en el Antifonario gótico de León (siglo X).

[6] Las rúbricas del Liber Ordinum en el sepelio de los Obispos llama a esta prenda capellum, (Col 141).