1. Dado que "todavía peregrinos en este mundo (...) experimentamos las pruebas cotidianas" del amor de Dios (Prefacio VI dominical del tiempo ordinario), siempre se ha sentido en la Iglesia la necesidad de dedicar a la alabanza divina los días y las horas de la existencia humana. Así, la aurora y el ocaso del sol, momentos religiosos típicos en todos los pueblos, ya convertidos en sagrados en la tradición bíblica por la ofrenda matutina y vespertina del holocausto (cf. Ex 29, 38-39) y del incienso (cf. Ex 30, 6-8), representan para los cristianos, desde los primeros siglos, dos momentos especiales de oración.
El surgir del sol y su ocaso no son momentos anónimos de la jornada. Tienen una fisonomía inconfundible: la belleza gozosa de una aurora y el esplendor triunfal de un ocaso marcan los ritmos del universo, en los que está profundamente implicada la vida del hombre. Además, el misterio de la salvación, que se realiza en la historia, tiene sus momentos vinculados a fases diversas del tiempo. Por eso, juntamente con la celebración de las Laudes al inicio de la jornada, se ha consolidado progresivamente en la Iglesia la celebración de las Vísperas al caer la tarde. Ambas Horas litúrgicas poseen su propia carga evocativa, que recuerda los dos aspectos esenciales del misterio pascual: "Por la tarde el Señor está en la cruz, por la mañana resucita... Por la tarde yo narro los sufrimientos que padeció en su muerte; por la mañana anuncio la vida de él, que resucita" (san Agustín, Esposizioni sui Salmi, XXVI, Roma 1971, p. 109).
Las dos Horas, Laudes y Vísperas, precisamente por estar vinculadas al recuerdo de la muerte y la resurrección de Cristo, constituyen, "según la venerable tradición de la Iglesia universal, el doble eje del Oficio diario" (Sacrosanctum Concilium, 89).
2. En la antigüedad, después de la puesta del sol, al encenderse los candiles en las casas se producía un ambiente de alegría y comunión. También la comunidad cristiana, cuando encendía la lámpara al caer la tarde, invocaba con gratitud el don de la luz espiritual. Se trataba del "lucernario", es decir, el encendido ritual de la lámpara, cuya llama es símbolo de Cristo, "Sol sin ocaso".
En efecto, al oscurecer, los cristianos saben que Dios ilumina también la noche oscura con el resplandor de su presencia y con la luz de sus enseñanzas. Conviene recordar, a este propósito, el antiquísimo himno del lucernario, llamado Fôs hilarón, acogido en la liturgia bizantina armenia y etiópica: "¡Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre celeste e inmortal, santo y feliz, Jesucristo! Al llegar al ocaso del sol y, viendo la luz vespertina, alabamos a Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es digno cantarte en todo tiempo con voces armoniosas, oh Hijo de Dios, que nos das la vida: por eso, el universo proclama tu gloria". También Occidente ha compuesto muchos himnos para celebrar a Cristo luz.
Inspirándose en el simbolismo de la luz, la oración de las Vísperas se ha desarrollado como sacrificio vespertino de alabanza y acción de gracias por el don de la luz física y espiritual, y por los demás dones de la creación y la redención. San Cipriano escribe: "Al caer el sol y morir el día, se debe necesariamente orar de nuevo. En efecto, ya que Cristo es el sol verdadero, al ocaso del sol y del día de este mundo oramos y pedimos que venga de nuevo sobre nosotros la luz e invocamos la venida de Cristo, que nos traerá la gracia de la luz eterna" (De oratione dominica, 35: PL 4, 560).
3. La tarde es tiempo propicio para considerar ante Dios, en la oración, la jornada transcurrida. Es el momento oportuno "para dar gracias por lo que se nos ha dado o lo que hemos realizado con rectitud" (san Basilio, Regulae fusius tractatae, Resp. 37, 3: PG 3, 1015). También es el tiempo para pedir perdón por el mal que hayamos cometido, implorando de la misericordia divina que Cristo vuelva a resplandecer en nuestro corazón.
Sin embargo, la caída de la tarde evoca también el "mysterium noctis". Las tinieblas se perciben como ocasión de frecuentes tentaciones, de particular debilidad, de ceder ante los ataques del maligno. La noche, con sus asechanzas, se presenta como símbolo de todas las maldades, de las que Cristo vino a liberarnos. Por otra parte, cada día al oscurecer, la oración nos hace partícipes del misterio pascual, en el que "la noche brilla como el día" (Exsultet). De este modo, la oración hace florecer la esperanza en el paso del día transitorio al dies perennis, de la tenue luz de la lámpara a la lux perpetua, de la vigilante espera del alba al encuentro con el Rey de la gloria eterna.
4. Para el hombre antiguo, más aún que para nosotros, el sucederse de la noche y del día marcaba el ritmo de la existencia, suscitando la reflexión sobre los grandes problemas de la vida. El progreso moderno ha alterado, en parte, la relación entre la vida humana y el tiempo cósmico. Pero el intenso ritmo de las actividades humanas no ha apartado totalmente a los hombres de hoy de los ritmos del ciclo solar.
Por eso, los dos ejes de la oración diaria conservan todo su valor, ya que están
vinculados a fenómenos inmutables y a simbolismos inmediatos. La mañana y la
tarde constituyen momentos siempre oportunos para dedicarse a la oración, tanto
de forma comunitaria como individual. Las Horas de Laudes y Vísperas,
unidas a momentos importantes de nuestra vida y actividad, se presentan como un
medio eficaz para orientar nuestro camino diario y dirigirlo hacia Cristo, "luz
del mundo" (Jn 8, 12).
(©L'Osservatore Romano - 10 de octubre se 2003)
2.
Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles 15-X-2003, víspera de su vigesimoquinto aniversario de pontificado, dedicada a explicar el sentido y articulación de la oración de las Vísperas.
* * *
1. Por muchos testimonios sabemos que, a partir
del siglo IV, los Laudes y las Vísperas son ya una institución estable en todas
las grandes Iglesias orientales y occidentales. De este modo, por ejemplo, san
Ambrosio testimonia: «Al igual que cada día, al ir a la iglesia o al dedicarnos
a la oración en casa, comenzados por Dios y con él terminamos, que todo día de
nuestra vida aquí abajo y en el curso de cada una de las jornadas comience
siempre por Él y termine en Él» («De Abraham», II, 5,22).
Así como los Laudes se enmarcan en el amanecer, las Vísperas encuentran su lugar
hacia el atardecer, en la hora en la que, en el templo de Jerusalén, se ofrecía
el holocausto con el incienso. En esa hora, Jesús, tras su muerte en la Cruz,
yacía en el sepulcro, habiéndose entregado a sí mismo al Padre por la salvación
del mundo.
Las diferentes Iglesias, siguiendo sus respectivas tradiciones, han organizado
según su propio rito el Oficio Divino. Consideramos aquí el rito romano.
2. La oración comienza con la invocación «Deus in adiutorium» («Dios mío, ven en
mi auxilio»), segundo versículo del Salmo 69, que san Benito prescribe para cada
«Hora». El versículo recuerda que sólo de Dios nos puede venir la gracia para
alabarlo dignamente. Le sigue el «Gloria», pues la glorificación de la Trinidad
expresa la orientación esencial de la oración cristiana. De hecho, excepto en
Cuaresma, se añade el «Aleluya», expresión hebrea que significa «Alabad al
Señor» y que se ha convertido, para los cristianos, en una gozosa manifestación
de confianza en la protección que Dios ofrece a su pueblo.
El canto del «Himno» hace que resuenen los motivos de la alabanza de la Iglesia
en oración, evocando con tono poético los misterios realizados para la salvación
del hombre en la hora vespertina, en particular, el sacrificio realizado por
Cristo en la Cruz.
3. La salmodia de las Vísperas consta de dos Salmos aptos para esta hora y de un
cántico tomado del Nuevo Testamento. Los Salmos destinados a las Vísperas
presentan tonalidades diferentes. Hay Salmos lucernarios, en los que se menciona
explícitamente la noche, la lámpara o la luz; Salmos que manifiestan la
confianza en Dios, refugio estable en la precariedad de la vida humana; Salmos
de acción de gracias y de alabanza; Salmos en los que trasluce el sentido
escatológico evocado por el final del día; y otros de carácter sapiencial o de
tono penitencial. Encontramos, además, Salmos del «Hallel», que hacen referencia
a la Última Cena de Jesús con los discípulos. En la Iglesia latina, se han
transmitido elementos que favorecen la comprensión de los Salmos y su
interpretación cristiana, como los títulos, las oraciones de la salmodia, y
sobre todo las antífonas (Cf. «Principios y normas para la Liturgia de las
Horas», 110-120).
La «Lectura breve» tiene un lugar destacado. En las Vísperas está tomada del
Nuevo Testamento. Tiene el objetivo de proponer con fuerza y eficacia alguna
sentencia bíblica y de imprimirla en los corazones para que se traduzca en vida
(Cf. ibídem, 45, 156, 172). Para facilitar la interiorización de lo escuchado, a
la lectura le sigue un conveniente silencio y un «responsorio», que tiene la
función de «responder», con el canto del algunos versículos, al mensaje de la
lectura, favoreciendo así la acogida de corazón por parte de los participantes
en la oración.
4. Con gran honor, introducido por el signo de la cruz, se entona el «Cántico
evangélico» de la bienaventurada Virgen María (Cf. Lucas 1, 46-55). Atestiguado
ya por la Regla de San Benito (cap.12 y 17), la costumbre de cantar en los
Laudes el «Benedictus» y en las Vísperas el «Magnificat» «está convalidada por
la tradición secular y popular de la Iglesia romana» («Principios y normas para
la Liturgia de las Horas», 50). De hecho, estos Cánticos son ejemplares para
expresar el sentido de la alabanza y de la acción de gracias a Dios por el don
de la Redención.
En la celebración comunitaria del Oficio Divino, el gesto de incensar hacia el
altar, hacia el sacerdote y hacia el pueblo, mientras se entonan cánticos
evangélicos puede sugerir --a la luz de la tradición judía de ofrecer el
incienso en la mañana y en la tarde sobre el altar de los perfumes-- el carácter
de oblación del «sacrificio de alabanza» expresado en la Liturgia de las Horas.
Al unirnos a Cristo en la oración, podemos vivir personalmente lo que se dice en
la Carta a los Hebreos: «Ofrezcamos sin cesar, por medio de él, a Dios un
sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios, que celebran su
nombre» (13, 15; Cf. Salmo 49, 14. 23; Oseas 14, 3).
5. Tras el Cántico, las «Intercesiones» dirigidas al Padre o en ocasiones a
Cristo, expresan la voz suplicante de la Iglesia, consciente de la preocupación
divina por la humanidad, obra de sus manos. El carácter de las intercesiones
vespertinas consiste, de hecho, en pedir la ayuda divina para toda categoría de
personas, para la comunidad cristiana y para la sociedad civil. Por último, se
recuerda a los fieles difuntos.
La Liturgia de las Vísperas culmina con la oración de Jesús, el Padrenuestro,
síntesis de toda alabanza y de toda súplica de los hijos de Dios regenerados por
el agua y el Espíritu. Al concluir la jornada, la tradición cristiana ha puesto
en relación el perdón que se implora a Dios en el Padrenuestro y la
reconciliación fraterna de los hombres entre sí: nadie debe albergar ira en su
corazón cuando se pone el sol (Cf. Efesios 4, 26).
La oración vespertina concluye con una oración que, en sintonía con Cristo
crucificado, expresa la entrega de nuestra existencia en las manos del Padre,
conscientes de que su bendición no desfallecerá nunca.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia un sacerdote resumió la intervención del Papa en castellano. Estas
fueron sus palabras:]
Queridos hermanos y hermanas:
Las Vísperas se celebran al finalizar el día. Tras la invocación «Dios mío, ven
en mi auxilio», se recita un Himno, expresión de la alabanza de la Iglesia en
oración. Después dos Salmos y un cántico. A la lectura breve del Nuevo
Testamento, sigue el Canto del «Magnificat» para expresar el agradecimiento a
Dios por la Redención. Se concluye con las preces, el padrenuestro y la oración
final, en la que se presenta nuestra vida a Dios y se pide su bendición.
3.